Hermes estaba esperando a la orilla del mar
entre las palmeras a su caballero Solís de tortuga. El más importante de sus
vasallos junto a su hijo Pan e Iris. El
mensajero de los dioses como todos los dioses olímpicos contaba con sus propios
súbditos. Los súbditos de cada dios, existían por diversas razones. Una de
ellas era el simple hecho de acompañar y apoyar a su dios es cualquier labor. Así,
por ejemplo, Afrodita dependía de las tres gracias, Himeneo, Eros y sus
criados. La principal labor de ellos era acompañar y servir a su diosa para
hacerle su existencia más llevadera, pero también eran capaces de respaldarla
en el caso de que la diosa se sintiera amenazada. Era así como nacían los
caballeros.
En el caso de Ares o Poseidón es más entendible
dicha labor militar. Ares tenía en su corte a sus dos hijos Fobos y Deimos y a
las diosas Eris, Huida y Enio. Quienes formaban parte de su cúpula guerrera
junto a Atlanta y las amazonas. La labor
en el caso de estas deidades y heroínas era proteger a su dios y expandir su
filosofía guerrera y conquistadora. Todo
ello siguiendo las enseñanzas de Ares. Por ello también debían ir recolectando
adeptos a su régimen justo como haría cualquier político en nuestros días.
En el caso del rey de los mares la misión era
muy similar. Los siete generales marinos eran los encargados de vigilar sus
dominios y proteger a su dios, así como seguir las órdenes e instrucciones de
éste. Las nereidas tenían una labor más administrativa que militar, velando por
el libre desarrollo natural del océano.
En el caso de Hefestos, sus vasallos
representaban su labor artesana y obrera. Apoyando su trabajo y desarrollo de
ideas; lo cual, era lo más importante para el hijo menor de Hera y Zeus. Hera,
por ejemplo, así como Hestia y la fértil Deméter, tenían como labor la expansión
de sus conocimientos divinos. En el caso de Hera era su labor marital y
familiar, así como espiritual. Sus hijas, seguían con dicha enseñanza con la
misión de expandirla. Deméter hacía lo
mismo, pero en lo referente a los cultivos, la naturaleza y la agricultura. Su
recién nacida Perséfone era muy pequeña para entender aquello, pero en un
futuro llevaría las mismas riendas que su madre. En el caso de Hestia, su labor
era más espiritual; recogiendo oraciones y velando por el orden de las
casamenteras y del Olimpo.
¿Y qué hay del caso de Hermes? Las labores de
Hermes se resumían en tres: mensajes, viajeros y habitantes del bosque. En
cuanto a la primera, el mensajero de los dioses tenía como su mayor prioridad
la entrega de mensajes; por eso Iris le apoyaba en cuanto a esta labor. En
cuanto a la segunda, como dios del comercio, debía velar por el orden del
bosque. El dios debía mantener protegidas las caravanas que viajaban de un
mercado a otro, velar por pequeños pastores o agricultores amenazados por
hambrientos proscritos, o escoltar a la pobre mujer que viajaba con su asno,
para mejorar su calidad de vida. Su labor con los viajeros, también se expandía
a las almas viajeras muertas que tenían que ir al Hades. Por ello, también se
encargaba de recogerlos. En cuanto a la tercera labor, la de los habitantes del
bosque; el cilenio mediaba entre los conflictos que solía haber entre ninfas y
faunos. La otra parte inmortal y mágica de los bosques.
—Ahora sí que se podría entender porque el
dios se sentía tan estresado a veces.
Los caballeros de Hermes los componían ninfas,
como en el caso de Opi y Dafne, pero también forasteros que, en pago a sus
desleales actos, se habían encomendado al dios. Así una de las características
principales de Hermes, era que, al enterarse de los delitos de ladrones, les
daba la opción de servirle como caballeros en el orden de que lucharan contra
otros que actuaron como ellos. Una especie de labor social que les solía librar
de tremendos castigos. De este modo y como imposición de Zeus a petición de
Apolo, Hermes nunca olvidaría el mal que hacía robando. Un sistema que no
funcionaba demasiado, ya que el mismo dios era la contradicción en persona… En
más de una ocasión, le habían conseguido sobornar para algún favor, o él mismo sabía
aprovecharse de la picardía y malicia de su campo de acción, para conseguir sus
caprichos.
“Igual que hay un mercado legal, hay un
mercado negro.” Pensaba el dios, mientras comía unos dátiles a la sombra.
Un grupo interesante entre aquellos caballeros
que tuvieron un pasado forastero, lo formaban los llamados caballeros de los
abismos. Los caballeros de los abismos
vestían bajo las armaduras de tortuga, murciélago, tiburón, morena y medusa. Excepto
tortuga, los otros cuatro eran los súbditos más secretos y peligrosos del dios
del comercio.
El grupo había nacido a partir de piratas, de
los cuales había recibido grandes quejas Poseidón. A éste le pedían saldar
cuentas las víctimas, ya que era el dios de los mares; pero el hermano de Zeus se
excluyó de ello. Poseidón consideró que su pronunciación en cuanto al caso, no
era objeto de su gobierno, ya que él velaba por digno funcionamiento del océano
profundo y la navegación libre, pero no de un grupo de ladrones. Debido al origen
delincuente de estos piratas y a que sus víctimas eran barcos comerciales en su
mayoría, Zeus traspasó la deliberación a Hermes. La resolución del mensajero de
los dioses fue condenarles a servirle y a actuar como la guardia marítima de
dichas naves. Gracias a este nombramiento, los caballeros de los abismos eran
los únicos caballeros de Hermes a quienes se les permitió surcar libremente los
océanos. Siempre y cuando fuera en su ámbito más superficial.
“Mala decisión no haber querido intervenir
Poseidón.” Pensó Hermes. “Estos caballeros han sido mis mejores aliados para
enriquecerme.”
Al tiempo que el dios del comercio sonreía
malicioso, Solís había aparecido en la orilla y se dirigía hacia su dios a
cumplir su misión. Cuando llegó frente a Hermes hincó la rodilla en la arena.
—
¿Qué has averiguado? — Le preguntó Hermes.
—
Al parecer Glauco sigue inconsciente después de dos días. En la
Atlántida Sumergida nadie se explica lo que le ha pasado. Ni siquiera el propio
Poseidón es capaz de volverlo en sí.
—
Perfecto. – dijo Hermes. — Supongo que entonces hay una peligrosa
brecha en la muralla del santuario, justo donde se levanta el pilar del
atlántico Norte.
—
De momento el capitán de Glauco, Dorian, ha tomado el relevo hasta
que el general vuelva en sí.
—
Un capitán no es rival a preocuparse. Parece ser que tu aventura
con la nereida está siendo más útil de lo que me esperaba.
—
Mi señor respecto a mi actitud…— Hermes levantó la mano callando a
su interlocutor.
—
Te dije que mi perdón solo lo obtendrías si sigues sacando
información a esa nereida. Recuerda que te descubrí diciendo aquellas críticas
a mi persona…
—
Aunque lo dije no era cierto…
—
¡Silencio! Me dijiste que te castigara por ello y este es tu
castigo. Ahora márchate, hasta que te ordene otra cosa.
Solís se levantó, le hizo una reverencia y
caminó precipitadamente hacia el interior de la costa. Hermes tomó su petaso
apoyado sobre el áspero e inclinado tronco de la palmera y se lo colocó.
—
Entonces, no retrasemos más mi último asalto.
Hermes encajó los nuevos complementos de
Circe. Cuando comprobó que Solís ya no estaba se dirigió al agua y comenzó a
sumergirse.
—
Rumbo al Pilar del Atlántico Norte.
Diciendo esto su figura desapareció en el
agua.
Ya caía la tarde en la superficie, cuando Poseidón
se dirigió a toda velocidad con parte de su séquito y su carro hacia el pilar
del Atlántico Norte. Habían pasado tres días sin recibir ni un comunicado o
señal de Glauco: el general de dragón Marino y consejero Real. Quería ir
personalmente hasta dichos dominios nuevamente para comprobar si su mejor
hombre seguía inconsciente.
El Capitán de las hordas de Glauco, Dorian,
salió a recibir al rey de los mares y humildemente se inclinó. Tenía una
expresión de gran alegría en su rostro a lo cual dijo Poseidón.
—
¿A qué viene esa actitud?
—
Mi señor, Glauco ha despertado ya.
—
¡Entonces que me reciba con todos los méritos!
El capitán corrió hacia el interior del templo
del pilar del Atlántico Norte, para salir nuevamente al encuentro del rey y
decirle que entrara.
El capitán se apartó y Poseidón avanzó hacia
el salón principal, donde sabía perfectamente que se encontraba Glauco. Todo el
servicio, cadetes y los más cercanos al dragón marino, se extendían a ambos
lados de la entrada. Al fondo del pasillo de personas se encontraba Glauco. El
general estaba armado y con la mirada gacha dispuesto a reverenciar a su rey. Tras
él estaba el relieve de la bestia marina que lo guardaba.
Poseidón miró a Glauco detenidamente con regia
y altiva actitud. Se apoyaba por la
derecha sobre su tridente y arrastraba la capa blanca y roja tras de sí. El
quitón blanco le cubría solo de cintura para abajo, dejando avistar su poderoso
torso bajo la toga violeta. Glauco reverencio a Poseidón.
—
Lamento mi ineptitud, mi señor. — dijo Glauco.
—
¿A qué ineptitud te refieres?
—
Fui incapaz de soportar el ataque que recibí, quedándome
indispuesto por tanto tiempo. Por mi honor, le juro que no volverá a pasar.
—
¿Podrás entonces decirme quién fue el autor de semejante ataque?
—
No puedo…
—
¿Me tomas el pelo?
—
Lo juro mi señor. Que me encierren o me mate usted si miento. No
recuerdo nada de lo ocurrido. Solo sé que recibí un fuerte golpe en la cabeza y
anduve vagando por entre planetas. Estaba en una especie de letargo.
—
Vagando entre planetas ¿dices?
—
Así es…
“Imposible…” Pensó Poseidón. “Me quiere decir
que ha recibido el ataque de aquella técnica tan temible de la OTRA DIMENSION.
Pero esa es la técnica de mi hermano Zeus. ¿Quién más la puede saber?”
—
Hay algo muy extraño en todo lo que dices. ¿No me estarás
ocultando algo más? ¿Acaso has desobedecido la estricta norma de no intervenir
en el reino de mis otros dos hermanos y por eso te han castigado?
—
Me mantengo fiel a sus normas, ni señor. No le miento.
Poseidón puso su mano sobre la frente del
general y cerró los ojos. Todos estaban expectantes de lo que pretendía hacer
el rey. Poseidón se iluminó levemente como si alimentara con su poder a su
general que también empezó a iluminarse. Después de unos minutos retiró su
mano. Glauco se mantuvo completamente inmóvil en ese momento.
—
¿Por qué no puedo ver nada? — dijo Poseidón. — Aquí hay gato encerrado. ¿Qué me estás
ocultando Glauco? Si no me lo dices ahora mismo, lo descubriré a la fuerza.
¿Acaso crees que soy estúpido?
Los ojos azules de Poseidón se iluminaron
intensamente radiando al dios desde la punta de sus dedos y cabellos una luz
turquesa intensa. Una ráfaga helada golpeó certeramente a Glauco lanzándolo
contra la pared.
Quedó el general completamente encerrado en
hielo de un solo golpe. Los espectadores
se habían alejado asustados hacia los extremos del templo, emitiendo una
exclamación de admiración hacia el ataque.
Hubo unos minutos de incómodo y nervioso
silencio. Todos los ojos estaban fijos en la helada imagen de Glauco. El rey
del mar vio la cabeza de su general agitándose desde el interior del hielo
quebrándolo.
—
¡No puede ser! — dijo asombrado el soberano del mar. — ¡Apartaos!
— Exclamó el rey al percibir el cosmos que rompía el hielo estallando desde el
interior.
Glauco estaba de pie con la última escarcha
cayendo y resbalando por su armadura. Estaba riendo a carcajadas.
—
¡Gracias tío! Un baño refrescante siempre es bien recibido. — dijo Glauco.
—
¿Tío? — dijo el rey.
Glauco se quitó
el molesto casco asomando su auténtico aspecto. — Ya me extrañaba que te dejaras engañar tan fácilmente. Al fin y al cabo, eres el hermano de Zeus y el asesino de titanes.
—
¡Hermes! ¿Qué has venido a buscar? ¿Acaso has entrado después de
vencer a Glauco?
—
Es posible. — dijo mientras seguía arrancándose la armadura de
Glauco.
—
¿Cómo lo has conseguido?
—
¿Evitar un ataque de hielo? ¡bah! Cómo si no hubiera recibido
ninguno de Hefestos. — dijo arrogante. — Pero he de admitir que el tuyo es
mucho más poderoso y revitalizante. ¿Qué secreto tendrá detrás?
—
¡Insolente! ¡Voy a darte tantos golpes que Zeus tendrá que
buscarte en el Hades!
Hermes negó con la cabeza a la vez que
chasqueaba la lengua.
—
¿Y qué dirá mi padre cuando se entere que has matado a su hijo
favorito?
—
¡Has invadido y atacado mi santuario sagrado!, Zeus no ignorará
que te has saltado todas las leyes que pactamos los hermanos. ¡Estúpido niñato!
¿Crees que no voy a conocer a mi propio hermano?
—
Es posible. — dijo cómico Hermes simulando un gesto pensativo. —
pero mi misión lo vale.
Hermes sacó el caduceo girándolo entre sus
manos.
—
¡Marcharos todos! — ordenó Poseidón. — Aquí va a recibir un fuerte
castigo alguien.
Todos los espectadores salieron corriendo del
templo despavoridos, dejando solos a los dos dioses.
—
Sabia decisión, tío. Sin duda velas por la seguridad de tu gente.
Hermes lanzó su ataque hipnótico contra
Poseidón quien se quedó parado antes de poder lanzar su tridente contra el
mensajero. No obstante, antes de que pudiera iniciar su interrogatorio,
Poseidón recuperó su conciencia y plenas facultades, continuando su ataque.
Hermes lo esquivó de un salto anonadado. No podía creer que no hubiera
funcionado.
—
¡Idiota! ¿crees que luchas contra cualquiera? — Espetó Poseidón.
Consecutivamente Poseidón lanzó varios ataques
que Hermes fue esquivando como buenamente pudo. Todo a su alrededor se estaba
congelando en cada punto donde daba los rayos azulado del tridente.
—
Creo que esto merece que utilice mi armadura.
Hermes alzó el caduceo atrayendo la armadura y
cubriéndole por completo.
—
Ni esa armadura te salvará de los azotes que te voy a dar, niño
desobediente. Si mi hermano no te educa lo haré yo encantado.
Poseidón lanzó más ataques que esquivó Hermes
sin dificultad. El dios del comercio, percibió en su tío un desmesurado
cansancio que le obligó a detener sus ataques.
—
La edad no perdona ¿eh tío? — dijo Hermes burlón.
—
¡Cállate payaso!
—
Me parece que he herido tu orgullo. — dijo riendo. — Pero no me lo
puedes negar ¿verdad?
—
¡Que te calles! — volvió a decir Poseidón lanzando otro ataque que
esta vez sí que atrapó la pierna derecha de Hermes que quedó congelada contra
el suelo. — No voy a permitir que te ayudes de esas sandalias. — congeló la
otra pierna dejando a Hermes indefenso a la huida.
—
Esto se pone interesante. — dijo Hermes. — Puedes inmovilizarme,
pero te advierto: el hielo no es un problema para mí. No me hará el daño que
pretendes hacer, más bien conseguirás el efecto contrario.
—
Me muero por saber a qué efecto te refieres. — Poseidón lanzó otro
ataque con su tridente al tiempo que dijo Hermes:
ESCUDO DE
MERCURIO
—
¡¿Cómo es posible?!— volvió a lanzar sucesivos ataques provocando
el mismo resultado en la barrera.
—
¡Es inútil! — dijo Hermes. — Ya te lo he dicho que tus ataques de
hielo no funcionan conmigo. Puedo alimentarme de ese frescor infinitamente. El
hielo me hace bien.
—
Entonces atravesaré esa barrera endemoniada.
Poseidón se precipitó
hacia el escudo clavando el tridente con el objetivo de atravesarlo, pero éste
se quedó atrapado en la viscosa substancia.
—
También debía advertírtelo. — Dijo Hermes. — la ventaja de mi escudo es que es tan
flexible y pegajoso que quien pretende romperlo se queda adherido a él.
Poseidón maldijo a Hermes intentando arrancar
su atributo del escudo de mercurio. Hermes reía infantil viendo a su tío es
situación tan humillante.
—
Está bien. — dijo Hermes. — Me das lástima. Al fin y al cabo, eres
mi viejo tío de las barbas suaves.
El Escudo de Mercurio escupió el tridente
haciendo caer a Poseidón hacia atrás debido a la fuerza que estaba ejerciendo éste
al tirar. Hermes le preguntó a su tío si
se rendía y éste dijo en su lugar:
AGUAS
SILENCIOSAS.
Desde
el suelo un géiser de agua se levantó derritiendo todo el hielo del entorno y
dirigiéndose a Hermes. Este hizo desaparecer el escudo que quedó adherido a su
cuerpo volviendo a formar parte de él. El agua estaba hirviendo. Podía notar el
vapor y el calor que despedía. Se protegió con sus brazos y éstos despegaron al
chocar con el agua una enorme ola de vapor como si se derritieran.
—
Las aguas silenciosas de mi técnica pueden modificar su
temperatura al grado de evaporarse. — Dijo Poseidón. — Supongo que eso para
alguien a quien el frío le hace bien, es un inconveniente. Te derretirás como
un hermoso iceberg. — dijo Poseidón riendo malévolo.
—
No cantes victoria, Poseidón. — Exclamó Hermes. Éste saltó de su
trampa hasta ponerse detrás del dios del mar. Y actuó con tal rapidez que éste
no pudo reaccionar.
Poseidón sintió el frío y doloroso contacto
del hierro en sus muñecas, cuello y pies, paralizando todo su cuerpo. Quiso
desembarazarse de ellos, pero no podía, las descargas eléctricas que despedían se
lo impedían con un dolor terrible — ¿Qué se siente al recibir un poco de tu propia medicina, Poseidón? — dijo Hermes poniéndose delante del rey de los mares y cruzándose de brazos.
— ¿Qué es esto? — Dijo Poseidón.
Hermes
cogió el tridente que había caído de las manos del rey. Ató a él las cadenas y lo clavó contra el
suelo. Enseguida la capa de mercurio se deslizó hacia la pared. Algunos de los cadetes decidieron ayudar en
ese momento a su rey, pero el escudo de mercurio selló todas las entradas y
salidas disponibles. Estaba endurecido por un hielo inquebrantable que
transportaba en su textura gracias a la irradiación del tridente.
—
Veras tío. — dijo Hermes levantando la visera de su casco para
rascarse el nacimiento de su pelo. Hoy
estoy bien protegido por el ungüento de Nereo y de las nereidas. Ese que ha
ralentizado mis efectos al calor.
—
Imposible…
—
Tus ataques de hielo no han hecho más que alimentar el mercurio de
mi sangre fortaleciéndolo al descender su temperatura a un grado que lo
mantienen bien seguro a su evaporación. Si añadimos a esto mi armadura divina; puedo
decirte en este momento que mi blindaje es tan duro, que ni un volcán pude
destruirme en este momento.
—
¡Maldito Hermes! Tú y tu inmunda astucia. Eres un ladrón y un
villano sin medida.
—
Bueno al menos yo no fui tan ruin como encerrar a mi propio hijo
en aquella cárcel esperando su muerte. ¿no es así su majestad?
Hermes miró fijamente a los ojos de Poseidón a
través del boliche de su caduceo. Vertió en el rey del mar su más poderosa
ilusión.
Poseidón se encontraba encerrando en Cabo Sunion
encadenado donde sus poderes nada podían hacer para bajar las mareas. Le descargaban dolorosos golpes en su cuerpo
cada vez que ordenaba que bajasen. No podía hacer nada mientras el agua subía y
subía.
Hermes miraba a su tío con la mirada perdida
sufriendo desmesuradamente.
—
Si pretendes derrocar mi técnica poderosa, tío, más vale que
actúes rápido. — Le dijo Hermes en voz baja. Aprovechando que el rey estaba indispuesto
penetró en su mente por el hechizo de Circe.
Poseidón veía a través de las rejas una figura
iluminada. Era Chryssos quien le miraba sin piedad alguna. Sobre sus pies se
encontraba Teófane muerta y cubierta de sangre.
—
En tus manos, querido rey, está la sangre de muchos inocentes. —
Decía la voz de Hermes a través de la imagen que veía Poseidón de Chryssos.
—
Debía hacerlo. — dijo el rey. —Tú y tu madre os aliasteis contra
mí. Pretendíais quitarme el trono, destruirme. Yo no soy injusto en mis medidas
ni impaciente en mi ira. ¡¡Yo soy el rey de los océanos y como tal debo
proteger lo mío!!
Hermes tras aplicar la técnica podía ver de
lejos a Poseidón encadenado, en medio de un montón de ventanas de recuerdos.
Eran un montón de situaciones tanto tristes como alegres. Entre ellas podía ver
los retazos de las batallas contra los titanes, los retazos de los diferentes
amores e intervenciones de Poseidón a lo largo de la historia. El terrible
recuerdo de su padre devorándolo. Su adolescencia entre las oceánidas. Todo lo
percibía de forma muy intensa.
—
Así que ésta es la mente de Poseidón. — Pensaba Hermes entre la
confusión de imágenes. — Sus momentos más importantes. ¿Cómo voy a encontrar lo
que quiero? ¡Un momento! Entre todos estos recuerdos se encontrará el de su
coronación. El momento en el que el oricalco y él se fundieron.
Volvió a hacer flotar su caduceo entre sus
manos y aplicó la Doble dimensión, antes de que las cadenas de Chryssos se
partieran. Al haber atrapado a Poseidón con ellas y haberlas atado al radiante
tridente, había generado una corriente de poder de oricalcos que había
aumentado y alimentado su mercurio. Al mismo tiempo habían paralizado a
Poseidón en una descarga eléctrica permanente. Pero sería un necio si pretendía
vencerlo de esa manera. Solo le estaba haciendo ganar tiempo.
—
¡Ahí estás! — Hermes encontró el recuerdo que buscaba y voló en la
dimensión hacia él entrando en ella como un espectador más.
En la imagen Poseidón había penetrado en un
fondo oscuro y desconocido. Tenía la corona en sus sienes. Había clavado el
tridente en el suelo cuando éste comenzó a iluminar todo a su alrededor con una
luz turquesa. El suelo se desmoronó liberando una pequeña esfera que comenzó a
absorber todo a su alrededor haciéndose cada vez más y más cegadora su luz.
Después ésta se hundió en el pecho de Poseidón provocándole un grito de dolor
desgarrador. Hermes hundió su mano en el pecho de su tío dispuesto a
arrebatarle la dolorosa esfera recibiendo una terrible descarga. Sacó la mano
del pecho completamente ensangrentada, pero parecía que había algo entre ellas.
Las imágenes que rodeaban a Hermes comenzaron
a ser barridas por un torbellino helado, absorbidas por la imagen de Poseidón
gritando. Después de una ráfaga y un fuerte golpe, Hermes se vio de pie en
medio del templo de Glauco, estaba siendo azotado por una fuerte onda de nieve.
En sus manos tenía empuñado el tridente que temblaba incontrolado junto a los
grilletes que envolvían a Poseidón. El dios del mar estaba en la misma postura
que la imagen, brillando deslumbrante y absorbiendo todo a su alrededor hacia
su pecho. El helado tacto del atributo divino, quemaba igual que el fuego de
lava. Hermes sintió la misma descarga
que Poseidón, pero se empeñaba en seguir en posesión del tridente. El mensajero
fue arrancado del tridente al romperse los grilletes, azotado por una final
ventisca de nieve. Fue arrastrado por el
suelo hasta golpearse contra la pared de mercurio del templo, que él mismo
había levantado.
Al mirar su cuerpo, Hermes descubrió que sus
brazos habían sido arrancados, permaneciendo la parte arrancada de ellos en el
tridente, completamente helados. Pero aquello no era comparable a lo que había
visto después:
Poseidón se alzaba de pie en el centro de la
estancia completamente helada y vistiendo su armadura divina. Los grilletes
estaban partidos cayendo los trozos al suelo.
La sangre entonces en ellos se hizo visible, no había pizca en ella de
oricalcos, pero estaba helada como pequeños cubitos de hielo rojos. Antes de
perderlos de vista, Hermes aprovechó que su caduceo estaba cerca para absorber
la sangre huérfana con el boliche.
Hermes miró al dios de los mares otra vez. Descubrió
el mensajero que la barba y las espesas cejas habían desaparecido del rostro de
su tío. Las arrugas habían dejado paso a una tersa, rosada y bien hidratada
piel. Los huesudos perfiles de sus pómulos, nariz y labios se habían rellenado
nuevamente mostrando la hermosa redondez adulta de un veinteañero. Los cabellos
habían perdido largo, pero su color era intenso y vivo; nada que ver con el
color apagado que ya le estaba invadiendo a Poseidón, por las canas. Sus ojos
se habían abierto alzando sus jóvenes párpados, deshaciendo las bolsas de los
mismos. Su mirada era firme e intensa,
llena de vida y brillante, no seca.
—
Maldito Hermes. —dijo el rey de los mares con voz joven y grave. —
Me has obligado a desatar el misopethamenos.
Nunca podía haberme imaginado que lo fuera a necesitar con un pajarraco
como tú.
Poseidón arrancó el tridente con brío y se
dirigió decidido hacia Hermes. Este estaba completamente paralizado por el
hielo. Sus extremidades no respondían a sus órdenes. Parece ser que esta vez sí
que había abusado demasiado del hielo.
—
Te haré pedacitos y te enviare en una nevera hasta Zeus, para que
sea él el que te reconstruya. — dijo el hijo de Cronos.
Con una débil sonrisa Hermes miró a Poseidón.
Su cuerpo estaba paralizado, pero no su mente. Aún tenía capacidad de
actuación. El mismo geiser que había emitido Poseidón antes apareció
derritiendo todo a su alrededor.
—
¿Qué es esto? Yo no he invocado la técnica de aguas silenciosas
otra vez. — dijo Poseidón confuso.
El hielo se derritió licuándose el mercurio nuevamente
y retornando a su legítimo dueño de una forma muy rápida. Poseidón intentó
moverse con dificultad adherido al mercurio del suelo.
Hermes se levantó ya reconstruido. No había
pizca de hielo en su cuerpo y empuñaba el caduceo arrastrado por el mercurio
hasta él.
—
¿Cómo es posible? ¿Cómo has sido capaz de robarme mi propia técnica?
— dijo Poseidón furioso.
—
No solo se pueden robar cosas materiales en este mundo, querido tío.
— alzó el caduceo entre los dos. — Siempre que tenga este caduceo conmigo,
podré absorber cualquier cosa, aumentar su poder o expulsarla.
La técnica de la hipnosis fue nuevamente
lanzada contra Poseidón aprovechando que éste había mirado el boliche.
Nuevamente quedó el dios de los mares incapacitado, el shock que había sufrido
le habían hecho bajar la guardia un instante. Hermes extendiendo su poder al
resto de los espectadores que habían sido testigos de la batalla, les ordenó
que lo olvidaran todo.
Acto seguido, bajando el caduceo, contempló a
su tío rejuvenecido.
—
Desde luego que eres más apuesto de lo que me imaginaba. No me
extraña que tantas mujeres quedaran prendadas por ti.
Poniendo sus manos sobre sus brazaletes ordenó
a éstos que le llevaran a la superficie. Hermes desapareció en medio del
templo.
De vuelta al Olimpo. Hermes sentía una leve
molestia en el interior de su mano derecha. Mirando la palma de la misma,
descubrió una antiestética protuberancia bajo la piel; algo similar a una
verruga interna. Parando su vuelo tomó la protuberancia con la otra mano y se
la arrancó. Era una bola helada del tamaño de una canica.
—
¿Qué es esto? — se dijo Hermes.
La canica comenzó a brillar cegadora y
aumentar su poder hasta el tamaño de un melón. Las olas del mar y viento se alteraron
fuertemente en un instante. El mensajero luchando con el poder de despedía la
canica, la colocó en el interior del boliche ocultando el objeto de su robo. Se
calmó el entorno y siguió su trayecto.
“¿Acaso es esa esfera que he visto en el
recuerdo de Poseidón? Si es así… ¿será esto la auténtica forma del oricalco?”
Un grito de triunfo y una sonora risa se iban
alejando con Hermes hacia Macedonia.
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