CAPÍTULO 5:El Carnero de Oro




Hermes entró en el salón del trono de Zeus. Éste se encontraba sentado vigilando con sus ojos azules el mundo como un vigía. Sus ojos se detuvieron en un punto en concreto y un gesto atolondrado apareció en su rostro. Sus mejillas se sonrosaron y sus ojos dibujaron una sonrisa.
- ¿Ya has visto otra bella ninfa, padre?- Dijo Hermes con una pícara sonrisa mientras se quitaba el petaso y sacudía sus bellos cabellos azulados para que respiraran.
- ¡Shhhh!- Dijo éste poniendo el índice en sus labios. Después miró a su hijo y con complicidad le hizo un gesto con su mano izquierda para que se acercara. Hermes obedeció. 
Cuando estuvo a la altura de su padre inclinó sus oídos para acoger el secreto o la pregunta que éste deseaba formularle.
- ¿Qué sabes de la joven, descendiente de Cadmo, que injustamente no llegó a ser reina de Tebas a favor de su hermano Layo? Solo una ciudad próspera como esa merece tan hermosa soberana.- Hermes mostró una sonrisa y le rodeó el cuello a su padre camarada  respondiendo:
- Se llama Sémele, y su belleza solo es equiparable a su pedigrí.
- Sémele… suena como las semillas.
- Tal vez sea por algo.- Dijo guiñándole un ojo. Zeus sintió como ardía todo su cuerpo y se levantó impetuoso. El cetro resbaló de sus manos, pero Hermes lo cogió antes de que golpeara el suelo.- Padre me parece que voy a tener que recoger sus divinas babas.
- ¡Tengo que verla!- Dijo Zeus.
- ¿A quién?- Dijo una voz por la derecha de donde salía Hera con su mascota, el pavo real.
- A mi hija Atenea, claro.- Dijo Zeus disimulando al descubrir a su esposa. Hermes aguantó la risa ocultando su rostro con la visera del petaso.
- Pues envía a Hermes que para eso es el mensajero del Olimpo.- Zeus miró de reojo a su hijo, éste se puso el petaso.
- Claro padre, dime qué mensaje quieres que de a Atenea.- Dijo apoyando el caduceo sobre sus hombros, sonriendo.
- Pues dile que el amor hará cultivar y crecer la semilla.- Hermes soltó una carcajada y su padre también. Hera los miró recelosa.
- No entiendo que tiene de gracioso eso.- Dijo la reina cerrando sus ojos orgullosa.
- Nada mi querida reina.- Dijo Zeus acercándose a ella y tomándola de la mano para besársela.- Son cosas entre mis hijos y yo.- La tomó de la cintura para llevarla al trono mientras guiñaba un ojo a su hijo.
- Entonces, padre, si no tenéis ningún mensaje ni Hera ni tú, partiré lo antes posible.
- Puedes irte, mi esposa y yo tenemos asuntos que tratar.
Hermes les reverenció y salió por la galería principal del templo. Una lanza que apuntaba a su garganta le hizo retroceder. Cuando miró quien la empuñaba descubrió a la diosa de la guerra.
- Atenea…
- ¿Dónde está mi armadura y mi sangre, miserable ladrón?
- Tranquila hermanita.- contestó bajando la lanza de su garganta.-tus pertenencias están bien guardadas.- Sonrió.
- ¡Mientes! ¡Tiresias me dijo que tú las robaste!
- Yo no la robé, ¿recuerdas? La tomé prestada porque tú me la diste para despertar a… ¿Cómo era? Pan…
- ¡Callate!
- Es cierto ese nombre está mil veces maldito desde tiempos inmemoriales.- Dijo poniendo sus manos detrás. - Y aun así hay alguien que la quiere traer de vuelta; aunque claro..., ahora que Chryssos ha escapado de Cabo Sunion, podría detenerla si se pasara aquélla innombrable de la raya.
- ¿Chryssos ha escapado?.- Dijo Atenea apoyando el pie de la lanza en el suelo.
- Así es y me ayudó a salvar Asea de los mercenarios de Ares.
- ¿Tú has salvado a los habitantes de Asea?
- Sí bueno.- Dijo rascándose el cuello.- Solo porque deseaban echar abajo el templo de donde más regalos recibo, no por nada más.- Dijo echando a volar.
- ¡Espera!- Dijo Atenea cuando se recuperó del shock.- ¡Y mi armadura!
- ¡Chau hermanita!- Dijo antes de convertirse su velocidad en un bello cometa lima.
- Engatusador insoportable.- Dijo Atenea sin poder evitar sonreír.
- Señora Atenea, ¿le han devuelto la armadura?- Dijo Tiresias, saliendo de una esquina. La diosa le puso la mano en la cabeza cariñosa y le dijo.
- Tal vez todavía no sea el momento de reclamársela.
- ¿Y si se la queda?
- Eso no lo creo, es bastante más grande que yo para ponérsela. Esperaremos Tiresias, tengo la extraña sensación de que va a pasar algo interesante. Hermes es imprevisible, pero todo lo que hace  sale bien, por algo es el más genuino de mis hermanos.

Hermes contempló unas hundidas y grandes huellas en el suelo del bosque. Se inclinó para apreciar las dimensiones y la forma.
- Sin duda es él.- Se dijo y siguió el rastro hasta una de las cuevas de Arcadia. Penetró silencioso en su interior sin tardar en ver el aura dorada y hermosa que emanaba del dominó blanco ennegrecido. Se acercó a él mirando la radiante brisa que lo rodeaba.- Qué bello quedaría esto en el cielo.
Chryssos se abalanzó contra Hermes quien al detectar el movimiento le bloqueó con el caduceo.
- ¡Cálmate Chyssos!- Dijo el dios luchando escarnecidamente contra la descomunal fuerza del hijo de Poseidón.- No voy a hacerte daño.- Chyssos se retiró y se arrinconó contra la pared.
- ¿Qué has venido a hacer aquí, Hermes?
- Vengo a darte un mensaje de Atenea.
- ¡De Atenea!
- Las tropas de Ares ya han llegado a Olimpia y necesitan a alguien que los retenga.
- ¿Cómo sé que no mientes?
- Díselo a su armadura- Dijo Hermes mostrando la estatuilla a Chryssos quien resplandeció aún más al contemplarla.
“Lo sabía.”Se dijo Hermes por dentro. “su aura reacciona como lo hacía la de Tiresias. ¿Qué extraño misterio encierra esta armadura divina?”
- Ella te ha dado su armadura en prueba de su mensaje.
- Así es.- Dijo Hermes.- Tú sabes lo que significa eso ¿verdad?
- Mi madre me lo dijo antes de morir, pero también me advirtió de que no debía decirlo a nadie.
- Sin embargo, no puedes oponerte a los deseos de la dueña de esta armadura.
- No.
- Bien.- Dijo el dios.- Entonces deberías obedecer a la diosa de la guerra.- Hermes se retiró pero antes de ello se detuvo al reparar en las cadenas de Chryssos. Volvió frente a hijo de Poseidón y reconoció que relucían como lo hacía el tridente del dios del mar.- El oricalcos.
- Sí.- Dijo Chryssos.- Es lo que ha intentado impedir que utilizara mis poderes todo este tiempo. Aún cuando los utilizo el dolor es insoportable pero me he acostumbrado a él, sin embargo, sigue mermándome todas mis facultades.
Hermes que contemplaba los grilletes con interés, sonrió.
- ¿Sabes que yo conseguí robar el tridente a tu padre?
- ¿Y no te detuvo el oricalcos que lo protege?
- Conseguí neutralizarlo con un pequeño choque.- Dijo dejando el caduceo y adoptando una postura de guardia. Flexionó sus piernas y con sus brazos dibujó algo en el aire. Chryssos vio tras el dios, el lenguaje de una constelación, en concreto un caballo alado. El dios dijo lanzando su puña contra el carnero:


¡ METEOROS DE PEGASO!


Una nube de incontables asteroides pequeños fue contra él. Éste se protegió del golpe con sus brazos. Cuando el resplandor azulado se dispersó miró a Hermes que había regresado a su postura erguida.
- Mira bien tus cadenas, príncipe.- Le dijo el dios socarrón.- Chyssos contempló sus muñecas. Los grilletes que ya no brillaban se abrieron, cayendo las cadenas al suelo, dejando libre sus extremidades.
- ¡Ya no duele!- Dijo Chryssos sorprendido.
- Te debía una, hijo de Poseidón. Gracias por ayudar a Asea. 
Dijo el dios tomando las cadenas que volvieron a resplandecer. Inclinó su cabeza, tomando la visera de su petaso se dispuso a retirarse de la cueva. Antes de salir se paró y extendiendo el índice le dio un último consejo:
- Cuando te ataque Fobo o Dimo, solo recuerda una cosa: No es más que un engaño. El miedo a veces hace ver cosas que no existen en la realidad.
Después el dios se retiró retomando su jornada.




Tiestes, el rey de Micenas, y Tíndaro, el rey de Esparta se encontraban en la tienda principal del campamento planeando asediar a Olimpia, sin embargo, muchas incertidumbres les atormentaban pues en caso de que volviesen a intervenir, Hermes y aquel encapuchado tan misterioso, no conseguirían levantar el estandarte a su dios en el altar del templo.
- Tal vez si de nuestro lado, estuvieran tus gemelos.- Dijo Tiestes.- El derrocar las técnicas de esos dos sería más fácil.
- Mis hijos, Cástor y Pólux, aún no han madurado sus ataques. 
- Sin embargo, existe el rumor de que...
- ¡Callate Tiestes!- Dijo el rey de Esparta levantándose.- Aquella noche fui yo quien se unió a mi mujer solamente. Como vuelva a escuchar ese estúpido rumor, te cortaré sin vacilar la lengua y se la daré a comer a las Harpías.
- Es muy peculiar dar a luz a gemelos, además todos sabemos que el menor parece más poderoso que el mayor.
- ¡Eso es mentira! Los dos son igual de poderosos por eso son gemelos; pero claro, que iba a esperar de ti, asesino de tu hermano, usurpador del trono del legítimo heredero.
- ¡Ahora serás tú quien se trague sus osadías!
Tiestes se abalanzó desenvainando la espada y arremetiendo contra Tíndaro quien lo recibió. Se enzarzaron en una absurda riña por hacer callar al otro, hiriéndose en varios lugares sin llegar a rematarse. Eris los observaba divertida, alimentándose de la discordia de su divinidad con ellos dos. Irrumpieron entonces Fobo y Dimo separando a los reyes, descargando en ambos cada uno un rayo que los paralizó.
- ¿Qué clase de alianza es esta?.- Dijo Fobo.
- Habéis olvidado que es a Ares a quien debéis lealtad por haberos dado a cada uno su reino. – Continuó Dimo.
- Ahora cumplid vuestro cometido asediando Olimpia, y cuando termine la guerra…- siguió Fobo.
- …podréis solucionar vuestras diferencias ante nuestro señor.- Terminó Dimo.
Los reyes recobraron la cordura. Presionando sus heridas más sangrantes con la mano.
- Es cierto, terminaré con esto y después podré encargarme de ti.- dijo Tíndaro.
- No si antes lo hago yo.- Respondió Tiestes.
Cada uno acudió a su caballo armándose con la ayuda del escudero.
- Cuando esta guerra termine, Tiestes, ayudaré al hermano de mi futuro yerno a recuperar su trono.- Se dijo Tíndaro.- Pues es deber de un patriarca ayudar a su familia.- El rey de Esparta galopó con sus tropas hacia las entrada de la ciudad de los juegos deportivos.
- Me tengo que deshacer de Tíndaro, sino tarde o temprano hará todo lo posible por descubrir mi crimen- Se dijo Tiestes ajustándose el casco.- y devolver el trono a Agamenón, el legítimo heredero de Micenas.



Mientras desde el templo de Tracia Ares se frotaba las manos.
- Que comience la batalla a ver si tú Hermes y ese desconocido volvéis a vencerme. Esta vez no será tan fácil.- Dijo acercándose al altar de ofrendas y tomando su casco. – Pues yo estaré en la retaguardia velando para que no os interpongáis más en mi camino.
Salió a los jardines de su templo miró en la ladera del monte a sus hijas las amazonas y más allá una pequeña aldea de centauros lapitas. Huida sacó los caballos de la cuadra y los enganchó al majestuoso carro del señor de la guerra.
- Quiero que vigiléis a Niké en mi ausencia. No la liberéis si no queréis sufrir las consecuencias.
De un salto se subió al carro, sin suponer el menor esfuerzo pese a su pesada y bella armadura. Enganchó el escudo, la espada y la lanza a la canasta. Después tomó las riendas de sus caballos.
- Cuánto pensáis tardar en regresar. – Dijo Enio, que salió del templo a despedirlo. Ares la miró y le sonrió torcidamente.
- No actúes como la amante triste que ve marchar a su guerrero. Yo no soy un soldado cualquiera, soy el dios de la guerra y solo has de preocuparte de mantener mullido y caliente mi lecho. – El chasquido de la fusta hizo trotar a los caballos que descendieron las cuestas del monte de Marte en Tracia a toda velocidad para perderse en el horizonte entre el polvo de la humareda de las ruedas.



Las puertas de Olimpia se cerraron ante la amenaza de los mercenarios de Ares. La guardia se puso en las pequeñas murallas de la ciudad, esperando que comenzaran a acercarse. Los vigías de las torres afinaban su vista pese al calor que les azotaba.

Fobo y Dimo miraban desde las alturas de su campamento a los reyes de Micenas y Esparta encabezando las legiones de hoplitas. 
- ¿Cómo disfrutaría nuestro señor al ver esto?- Dijo Dimo.
- Abre bien los ojos, hermano. Luego nos vanagloriaremos cuando Olimpia caiga. Esto no es una polis cualquiera.
- Cierto y la protege Zeus y Hermes correspondientemente.
- Si aparece ese lemuriano desafiante, los dos le atacaremos sin dilación. Tu por la espalada y yo por el frente.
- ¿Y si apareciera Hermes nuevamente?
- Pues lucharé hasta el final. No pienso terminar el nuevo combate de aquella forma tan vergonzosa.
Tíndaro dio la señal a Tiestes. Ambos reyes miraron a su generales y alzaron su espada corta al cielo extendieron su brazo al frente. La infantería de Esparta con sus capas granates avanzó en el más absoluto silencio. Imponiendo su paso largo y firme como único sonido. Por los lados de las avanzadillas de hoplitas, estaba la caballería dispuesta a sorprender y desmoralizar a los frentes. 
Micenas avanzaba de igual forma pero no en silencio, se escuchaban los murmullos de los generales dando órdenes. Se juntaron más arrimando hombro con hombro. El lado derecho de los mercenarios, estaba completamente desprotegido, mientras que el izquierdo y parte frontal, lo refugiaban hoplones de base de madera y bronce, forrados de mimbre y piel. Tenía una forma redondeada abombada y en ellos estaba trenzado el escudo de Micenas con los dos leones rugiendo. 
Tras ambos se encontraban filas de lanzadores de piedras con elásticas hondas y rudimentarios arqueros, pero en número inferior. Sin embrago, guardando a éstos, ocho carros de dos caballos cada uno. Los carros habían sido aconsejados por Ares a sus esbirros para poder rematar a los enemigos que sobrevivieran de la batalla que estaba a punto de tener lugar.
El pequeño fortín Olímpico se abrió, saliendo al encuentro de la amenaza mercenaria, los hoplitas de la ciudad. Se acercaron mucho más despacio que los otros. Esparta ya empezó a andar a paso ligero con las puntas de sus lanzas ligeramente inclinadas para atacar y sus capotes rojo sangre flotando en el aire.
Tiestes gritó a pleno pulmón cuando estuvieron lo suficientemente cerca “Por Ares” y se confrontaron los dos frentes clavándose las lanzas en los contrarios. Las filas de Micenas comenzaron a abrirse mientras que las expertas de Esparta hacían lo posible para no romperse, avanzaban de frente en diagonal derecha pues las lanzas hacia dicha dirección atacaban como si siempre orientaran el norte.
Los arqueros del fortín de Olimpia comenzaron a lanzar flechas que eran sofocadas por las hondas y flechas de Esparta y Micenas. Dejando caer por los muros a la guardia. Las filas comenzaron a romperse, debido a que las lanzas ya eran objeto de deshecho por los fuertes impactos. Comenzó el asalto a espada corta hiriéndose dolorosamente muslos y brazos, desprotegidos por las corazas o grebas de bronce de los hoplitas. 
En un principio Olimpia vencía retrasando a los enemigos que no podían avanzar limpiamente por la lluvia de flechas y hondas que a veces caían en su terreno, pero en seguida la caballería se comenzó a mover, cortando cuellos enemigos a su paso arrasador y aislando cada vez mas a los hoplitas en parejas. 
Se movieron entonces los ocho carros dispuestos a derrumbar las filas más próximas a las empalizadas de Olimpia. Ya estaban llegando a los muros Esparta y Micenas y sus monarcas sonreían triunfadores. 
La ciudad que codiciaba su dios estaba cayendo.

¡EXTINCIÓN DE LA LUZ ESTELAR!


El eco retumbó en todo el campo de guerra, acompañado por una inmensa luz que cegó a los hoplitas de ambos ejércitos. Antes de tocar la puerta los ocho carros desaparecieron junto a las flechas, piedras, hondas y jabalinas voladoras.
¿Qué extraordinario hecho había destruido el arma más poderosa de los devotos de Ares? Alzando sus ojos vieron en lo alto de una de las colinas la gran sombra de unos pliegues blancos agitados por la brisa.
- Abandonad esta guerra reyes de Esparta y Micenas. No sois más que títeres manejados por la vanidad de los dioses.- Dijo señalándolos acusador.
- ¿Quién eres, bastardo?- Gritó Tíndaro cuando recuperó su vista.
El desconocido se quitó las ropas y su cuerpo resplandeció al sol como un hermoso rayo dorado. Su piel era de oro macizo cubierto por lanas de hilos de oro. Su rostro era hermoso, con cabellos platinos al viento y ojos de mirada intensa. 
- Yo soy Chryssos, y os vuelvo a decir que abandonéis esta guerra si no queréis ser destruidos por ella.
- ¡Por los dioses!- exclamó Tiestes.- ¡Es el carnero de oro! El hijo de Poseidón y la lemuriana Teófane. Pensé que era una leyenda.
- A qué esperáis para partir.- Dijo Chryssos.
Tíndaro, lleno de cólera por la intrusión y el desmoralizador suspenso de la batalla, ordenó a sus tropas que atacaran a Chryssos. Tiestes intentó detenerle.
- ¡Eres un estúpido! ¿Acaso no sabes la leyenda de Chryssos? Su cuerpo es indestructible como una sólida armadura y tiene los poderes de los lemurianos. 
Tíndaro vio tras esas palabras como cayeron los hoplitas que habían obedecido su orden a patadas y en medio de destellos de luz. Estaba impactado de la asombrosa destrucción.
- ¿Cómo es posible semejante poder? Es como un rayo de Zeus.
En medio de la masacre se encontraba Chryssos intacto, avanzando entre los heridos y con tan solo unas lanas ensangrentadas de sus víctimas cubriéndole. Jamás unos reyes sintieron tanto temor frente a un enemigo. Antes de alcanzarlos se interpusieron Fobo y Dimo.
- Cuan acto de cobardía- Dijo Dimo.- Utilizar tus poderes divinos contra espíritus mortales. ¿Pretendes que el arma de justicia que eres se convierta en el asesino que detestas?- Una luz oscura se estrelló contra Chryssos quien se quedó turbado, viendo horrorizado lo que había hecho contra los hombres que se supone debía proteger.
- Jamás pensé que fuera tan sencillo neutralizarle hermano.- Dijo Fobo.- Mi mas sincera enhorabuena por tu técnica de la “pesadilla oscura”
Los reyes y los mercenarios miraban extrañados por qué el enemigo se movía en círculos con una expresión de horror en su rostro mirando los heridos que habían caído.
- Nuestros ataques psicológicos son tan fuertes, que un novato como Chryssos jamás los sabría afrontar.- Dijo Dimo.- No sé por qué estáis todos parados. ¡Los aldeanos se escapan!
Tiestes y Tíndaro así como los hoplitas de ambos bandos reaccionaron girándose a la ciudad. Efectivamente las puertas traseras de ésta se estaban abriendo y corrían los aldeanos cargados con las pocas cosas que pensaban que necesitarían para sobrevivir. Parte de la guardia los protegía por detrás para que pudieran huir las mujeres y niños al menos, ya que algunos hombres valientes quisieron quedarse a luchar para salvar a su familia.
- ¡Vamos continuar con vuestro ataque a Olimpia!
Tiestes y Tíndaro volvieron a reagrupar su ataque. Mandaron a la caballería de lanza que cercara a quien se escapaba y si alguno les sobrepasaba que lo destruyeran. De este modo muchos civiles cayeron cuando la jabalina les atravesaba la espalda. No obstante, de nuevo las jabalinas y flechas se detenían de pronto clavándose en una red imaginaria. Fobo y Dimo se giraron. A su espalda Chryssos les miraba firme, ya no había horror en su rostro.
- Bien sabéis que soy novato, pero alguien me ha desvelado como enfrentarme a vuestros ataques, pues bien; sé que no son más que alucinaciones provocadas por el miedo que manipuláis a vuestro antojo.

¡EXTINCIÓN DE LA LUZ ESTELAR!


Las armaduras se resquebrajaron ante semejante ataque. Fobo y Dimo impulsados por el poder del carnero cayeron al suelo semidesnudos y ensangrentados. Se levantaron débilmente llenos de cólera. Se tomaron de las manos.
- Entonces irritante ovino, acudiremos a golpes más eficaces.
A su alrededor el carnero vio a los dos dioses triplicados frente a él. Comenzó a recibir golpes por numerosos ángulos ciegos y no tan ciegos a una velocidad increíble y expulsaba su ataque ciegamente a una de esas imágenes fallando constantemente. Escuchaba cada vez la palabra “combinación espejo” a cada golpe. Cayó de rodillas al suelo mientras seguía recibiendo golpes. 
- Debo protegerme…- Se decía el príncipe lemuriano.


¡METAMORFOSIS!



Fobo y Dimo vieron anonadados como la forma de Chyssos cambiaba ante sus ojos. El vellón que era su vestido se engrosó y se hizo mucho más resistente. La lana se hizo por algunas zonas puntiaguda como la de un puerco espín y unos cuernos le comenzaron a salir por las sienes.
Los puños de los dioses se clavaban en las púas provocandoles un inmenso dolor y no pudieron más que parar sus golpes. Chryssos aprovechó para devolverles el ataque mal hiriéndoles con sus extremidades hasta el punto de que los puñetazos les atravesaban la carne como si se tratara de miles de hojas de cuchilla. 
Un destello partió la tierra en dos, atravesando a Chryssos la falla y abriéndole sus lanas de púas como se destripa a un cerdo en la matanza. Cuando vio al autor de tan temible ataque la majestuosa armadura de oro y rubí delató que era el mismo Ares en persona, quien había intervenido antes de ver masacrados a sus hijos mayores.
- Debí imaginarme que no ibas a pudrirte en esa prisión marina, Chryssos. Ese estúpido de Poseidón nunca toma las decisiones adecuadas.- Dijo Ares.- Tienes suerte de tener la armadura incorporada en tu cuerpo porque si no fuera así ahora tus vísceras estarían desparramadas por a tierra, y un oráculo estaría definiendo cual iba a ser el final de esta batalla. - Cogió a Chryssos por el cuello estrujándolo con todas sus fuerzas. - Quisiera comprobar cuanto de resistente es tu piel de oro.- Dijo mientras apretaba al príncipe con cara de desquiciado.- Por suerte el dolor no es inconveniente para el dios de la violencia.- La lana de púas se encogió volviendo a ser tan solo piel. – Como estará el chorizo de cordero.- Clavó su índice en la tripa de Chryssos mientras este soportaba el dolor.
En serias dificultades estaba el hijo de Poseidón, pero aun así no se rendía y se esforzaba por mantener su red protegiendo a los aldeanos de Olimpia de las flechas de los mercenarios. Fobo y Dimo reían maliciosos, mientras veían al dios en acción. Chryssos, en ese momento desapareció de entre los dedos del hijo de Zeus y Hera por la TELETRANSPORTACIÓN. Ares rabioso miraba a su alrededor para ver dónde estaba el carnero de oro. Lo encontró a su espalda tras Fobo y Dimo.
- Algo más que tus manos deberás utilizar conmigo, Ares.- Dijo Chryssos recuperando el aliento, con la espalda arqueada y una mano en su estómago
- ¡¡Insolente!!- Gritó el dios mientras lanzaba tres destellos contra Chryssos de su índice. Fobo y Dimo saltaron a los lados para que no les diera el venenoso y doloroso golpe. 
Los destellos quedaron atrapados en una placa de metal líquido. La capa de metal comenzó a tomar la forma de unos brazos plateados que luego eran rosadas y cálidas carnaciones que componían un hermoso cuerpo. Los brazaletes dorados resplandecían en su musculatura. Bajo la sombra de la visera de oro del petaso brillaban unos verdes, despiertos e inconfundibles ojos. Las alas, ropas y cabellos se agitaban al viento por última vez, antes de posar sus calzados pies firmes en el suelo.
Hermes acababa de aterrizar de sus vuelos.
Ares se irguió al ver a su hermano y una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro pues a quien estaba esperando ya había hecho acto de presencia en el campo de batalla.
- Tú lo has dicho, hermanito.- Dijo Hermes sin separar su mirada de Ares.-Mortales y dioses no, pero dioses y dioses sí.- Descruzó sus brazos que tomaron su forma habitual y mostró firme su torso.
- Has tardado en venir.
- Yo no dispongo de tiempo para sentarme a pensar como conquistar el mundo -Dijo socarrón.- Tengo un trabajo un poco estresante y demasiada sangre me revuelve un poco el estómago.
- Siempre tan audaz e irónico, por algo eras mi hermano preferido; pero tras haberte interpuesto en mi territorio, ya has entrado a formar parte de mi lista negra.
- Esa lista negra debe ser muy larga ya… - Dijo riendo.- ¿Pero desde cuando Arcadia es tu territorio? Aun no hemos negociado nada acerca de ello y bien sabes que yo solo hablo el idioma del comercio.
- ¡Y yo solo el idioma de la guerra!- Ares se abalanzó sobre su hermano.
- Este Ares, siempre tan impulsivo.- Dijo poniendo los ojos en blanco.- No te apures, Chyssos, tu defiende Olimpia que yo me encargo del troglodita. - Alzó su diestra al cielo.

¡OTRA DIMENSIÓN!


Antes de rozar el puño de Ares contra Hermes, desaparecieron ambos ante la atónita mirada de Chyssos. 
Fobo y Dimo rabiaron y se abalanzaron para paliar su ira contra el carnero, pero se estrellaron ridículamente contra un cristal transparente.
- Ya me hartáis y os enviaré directos al Tártaro.- Alzó la mano derecha al cielo estirando perfectamente su brazo. Todo su cuerpo destelló poderoso mientras decía:

¡REVOLUCIÓN DEL POLVO ESTELAR!


Una inmensa onda expansiva tan arrasadora y dolorosa como cientos de miles de pequeñas explosiones se extendieron por todo el campo. Fobo y Dimo desaparecieron en el ataque así como muchísimos de sus mercenarios que caían a las espaldas de Tiestes y Tíndaro. Los monarcas, quienes seguían en sus cuitas ordenando a sus hoplitas a romper la red de cristal inútilmente, se giraron al oír la explosión en cadena. Cuando descubrieron como iban desapareciendo o desintegrándose sus guerreros gritaron con todas sus fuerzas aterrorizados “¡retirada!”
Todo aquel mercenario que pudo huyó lejos del campo hacia los bosques y montes para impedir que ese resplandor les alcanzara. Entre ellos ambos reyes que acobardados y asombrados vieron imposible luchar contra aquel milagro de la naturaleza. Pensaron que había sido el mismo Zeus quien enviara su rayo desde el Olimpo para proteger su ciudad. Arrepentidos se tiraron a orar al suelo pidiendo piedad por su arrogancia y sangría al rey de los dioses.
Chryssos miró el campo a su alrededor al dispersarse su propio ataque. Incontables mercenarios estaban en el suelo en medio de charcos de sangre, desfigurados o mutilados. Cayó de rodillas al suelo a recuperar el aire, mientras contemplaba la masacre acongojado. Ni tan siquiera la desaparición de Fobo y Dimo o haber salvado a los habitantes de Olimpia consolaban su arrepentimiento.
- Esto no puede haber sido ordenado por la diosa de la paz.- Se dijo.- ¡¡¡¡Hermes!!!- Gritó en toda la colina mientras se repetía la última silaba entre los montes.



Ares miró a su alrededor, se encontraba en otra dimensión, solo la que pueden atravesar los dioses. Bajo sus pies se encontraba muy lejana la Tierra, casi estaba más cerca de su propio planeta que de ella. Frente a él apareció Hermes, flotando irritantemente sobre el espacio como si se encontrara sobre una nube.
- No esperarás a que nuestro padre se entere de nuestra pequeña disputa ¿no? Si lo supiera nos freiría a ambos con su rayo o al menos nos mandaría unos días al tártaro con la agradable compañía de nuestros abuelos.- Sonrió.
- Si tan temeroso estás de nuestro padre, ¿por qué te interpones en mi gobierno de la Tierra? Él me lo concedió al vencer a Atenea.
- A mí solo me preocupa que sigan en pie mis templos. El oro y las vírgenes que recibo son demasiado valiosos para que me los levantes tú. 
- Voy a arrancarte esa sucia lengua que tienes.
- Si lo consigues, toda Arcadia te entrego.- La armadura de Hermes se encajó fugazmente en su cuerpo.- Veamos si eres capaz de ello.

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