CAPÍTULO 8: Hay que confiar






Una vez trasladados John y Christian a sus dormitorios, Gabriel pudo ver como varios alumnos deseaban salir de sus habitaciones hacia el bosque. Algunos por ver más cerca lo que había pasado, otros porque estaban asustados ante el temible temblor que habían notado con la venida de la extraña luz. La primera transfiguración de un arcángel cuando su llama es atraída por la Anunciación de Gabriel sobre un nuevo portador, es tan increíblemente poderosa como una onda expansiva, pues se abren las tres dimensiones de golpe para facilitar el acceso repentino del espíritu a un cuerpo justo como una “encarnación”. No obstante la anunciación no es más que utilizada en esos casos para no hacer sufrir demasiado al portador que acoge un ángel, tan sensible al dolor.
Gabriel sobre el pináculo de la bóveda del oratorio observaba los alumnos, las monjas y los vigilantes de los dormitorios saliendo confusamente hacia el exterior. Los ojos se centraron en el edificio viendo si había cesado de temblar. Uno de los chicos dijo señalando a Gabriel: “¿Qué es eso? Parece una veleta, pero está demasiado alto para distinguirlo…” Gabriel agitó las alas dando un gran salto. Se posó en la zona más alta de la cruz. Cuando las monjas vieron las dos alas sobre la cruz cayeron de rodillas diciendo: “¡Es un mensajero de Dios!” La figura de Gabriel se iluminó tal como una estrella. Su estrategia era atraerlo a todos con él para que no descubrieran la batalla que se iba a desencadenar entre Miguel y Aamon.
-Paz a vosotros.- Les dijo.- No vengo a daros mensaje alguno simplemente deseo que observéis las flores que ante vuestros ojos aparecen y las toméis.
Una azucena apareció sobre cada observador y Gabriel dijo: “Polvo de azucena” Cada flor expelió un ligero vapor blanco sobre los ojos de cada uno dejándoles completamente hipnotizados.
-Ahora volver a vuestros dormitorios, seguir realizando lo que estabais haciendo y dormid. Mañana no recordaréis nada de lo que ha sucedido hoy.
Todos obedecieron a Gabriel y volvieron a entrar. Gabriel tomó la azucena de su mano y la olió. Después dirigió su mirada hacia el lugar donde Aamon y Miguel se encontraban y sentándose sobre su aurea cerró los ojos esperando a que el combate empezara.

Sobre Santiago brillaba una estela azul intensa y dos inmensas y aterciopeladas alas se extendían a lo largo de su espalda. Le cubría una resplandeciente armadura que parecía platino. Sus guanteletes y rodilleras brillaban como el zafiro. Y dos cruces, de su mismo emblema, destellaban. La primera, sobre su brazo izquierdo; la segunda, se encontraba en la parte central de sus sienes y era custodiada por dos ángeles de tres alas. Parecía una corona.
Los pliegues azules de sus ropas se agitaban suavemente por la brisa y en el pecho un broche de un ángel en forma de virtud se mostraba siempre frente a frente con el enemigo. Era la virtud de la humildad, el valor y la fe.
Aamon no tenía la menor duda, frente a él estaba Miguel, el más fiel de los ángeles de Dios, el general y guardia de los principados del Reino celestial. No había ni la mínima ráfaga del chico de catorce años que había enredado en el símbolo de Astaroth, salvo el rostro, cuyos ojos miraban tan penetrantemente como solo Miguel puede hacer. Esos ojos que hacen temer, irritase y rendirse a cualquier caído.
-Miguel… has regresado.- Dijo el rebelde.
-Yo siempre vuelvo, Aamon, mientras haya almas en peligro.
-Así que eso es lo que tramaba Gabriel. Despertarte nuevamente sobre el chico que he raptado. Entiendo… quería entrenarlo para poder enfrentarse contra nosotros contigo.
-Llevo mucho tiempo en la tierra ya y Gabriel también. Tú lo sabes. Solo necesitábamos reunirnos para poder llevaros de vuelta a donde pertenecéis y para que liberarais el cuerpo que poseéis tú y los tuyos. Habéis roto toda ley en la tierra como hicierais en un principio en el Cielo y no lo podemos consentir. Los hombres son tan libres como nosotros y nadie debe someterles, mucho menos aquellos que siguieron a un embaucador y un tirano como Luzbel.
-Nosotros mostramos a los hombres la verdad. Ellos no tienen que obedecer las absurdas leyes que el Creador les ha impuesto como nos impuso a nosotros.
-Y no tienen por qué seguirlas, por eso muchos de ellos se apartan de ella como lo hicisteis vosotros, los caídos. No tenéis que someterles con vuestras posesiones para llevároslos a vuestro reino de oscuridad, soledad y desesperación. Ellos pueden elegir si ir o no ir con vosotros, pero por propia voluntad, no a la fuerza. Luego será el Juicio el que decida si permanecen ahí o no.
-Basta de charlatanería, Miguel. Sigues siendo tan molesto como siempre dándome una homilía inútil. Yo ya conozco lo mismo que tú y elegí mi camino. No voy a regresar nunca.

Aamon se abalanzó sobre Miguel con las dos espadas. Éste las bloqueó con la suya que apareció entre sus manos. Aamon se apartó dando un paso atrás. Miguel se pudo recolocar y comenzó a andar de lado en dirección derecha; mientras que Aamon lo hizo hacia la izquierda. Se miraban fijamente a los ojos intentando prevenir los ataques de su oponente.
Santiago podía ser consciente de que se encontraba luchando. Miraba a Aamon en su ceniciento aspecto. Sus manos empuñaban la espada que antes no podía ni levantar, sin el mínimo esfuerzo y un halo enorme de confianza le llenaba por dentro. No entendía muy bien lo que ocurría pero ahí estaba. Recordaba que Gabriel siempre le decía que no se adelantara a los movimientos de su enemigo, eso era combatir con paciencia.
Aamon arremetió con la espada derecha que fue bloqueada por Miguel, enseguida la izquierda intentó decapitarle pero rápidamente la esquivó a la vez que empujaba la derecha de Aamon hacia el suelo. Las dos fuerzas enfrentadas eran muy duras. Miguel no dejaba de mirar la espada izquierda que volvió a intentar segarle el cuello, tenía que actuar rápido y se dijo: “Ayúdame a ver su espíritu Miguel”.
Sus ojos vieron a un ser horrible y deforme enfrente suyo. Era una llama de rojo ennegrecido con dos linternas amarillas por ojos y su forma era realmente ecléctica. Parecía luchar contra un enorme búho de cola de serpiente y alas negras; donde plumas y cartílago se mezclaban. “Ya te veo.” Emitiendo un fuerte grito inclinó el tronco y elevando la cadera y flexionando la pierna le dio un fuerte rodillazo en el vientre que hundió la llama que se doblaba con la facilidad de una hoja.
-¡Muy bien, Santiago!- Exclamó con amplia sonrisa Gabriel.
Las espadas de Aamon se clavaron en tierra y Santiago pudo de un salto enorme, gracias a las amplias alas de su espalda, ponerse tras el enemigo y de pronto una imagen le hizo mirar al cielo.
Sobre él un espacio blanco y luminoso era cubierto de rojos espíritus hermosos y sonrientes. Tenían las alas extendidas a modo de toldo. Se entrelazaban entre sí y se hallaban sentados sobre novas que parecían enormes estrellas y galaxias. Dichos espíritus elevaron sus miradas y dejaron mostrar plateadas cabezas sobre ellos. Estas tenían el cabello blanco y ensortijado y solo un par de alas eran todo su cuerpo. Aparecían y desaparecían como si se tele transportaran dejando una estela en su recorrido como fugaces luceros.
Encima de estos pudo percibir entre los huecos de los rápidos movimientos, verdes espíritus vestidos de blanco reluciente con cayados en sus manos. En armoniosos movimientos parecían dominar los cuatro elementos de la naturaleza y más allá de éstos, no vio más pero pudo escuchar un coro de infantiles y bellas voces que entonaban canciones que no pudo entender.
Percibió un nuevo ataque de Aamon y girando sobre su eje metió un fuerte codazo a la cara de éste que se giró la mitad de su posición. Volvió en sí y siguió atacando con ambas espadas que Santiago podía seguir bloqueando con la misma rapidez. Miró otra vez al cielo y vio los mismos seres. Estaba muy impresionado. Una llama rosa descendió por medio de los seres diciéndole:
-No te distraigas.
-Gabriel…- Dijo Santiago. Volvió a mirar al frente y aceleró sus ataques de tal modo que una de las espadas de Aamon salió disparada de las manos de su dueño, quedándose éste solo con una. Aamon se echó a reír.
-Son hermosos ¿verdad?- Dijo el demonio.
-¿Quiénes?- Dijo Santiago.
-Los ángeles de Dios. ¿No los has visto acaso? Pese a que luces como Miguel sigues siendo ese muchacho y he podido ver en tu cara el gesto de alguien que ve por primera vez la Gloria que lo envuelve.

Santiago miró a su alrededor y vio como le rodeaban ángeles armados como él de estela azul. A su derecha la llama de Miguel le decía: “No le escuches y sigue la lucha. Esto ya lo has visto y lo verás pero no es el momento.”

-No voy a escucharte, Aamon. – Exclamó Santiago y sin dudas siguió una y otra vez atacando. Con una sola espada el enfrentamiento era más igualado. Aamon además se valió de puños para golpear a Santiago, que desapercibido, recibió un puñetazo en toda la cara que le hizo retroceder y le dejó conmocionado.
-Al fin y al cabo no eres más que un niño.- Dijo riendo y rápidamente se abalanzó sobre él. Santiago saltó esquivando la hoja de la espada del demonio que se clavó nuevamente en la tierra abriendo una pequeña falla. El demonio se encontró con dificultades para sacar el arma incrustada. Santiago volvió a ver los espíritus azules y le pareció ver entre ellos a Aamon.
-Tú… eras uno de ellos.- Dijo el chico.
-Todos los ángeles caídos fuimos una vez como tú.- Sacó la espada al fin.- Veo que es el chico el que vuelve a hablar. Creo que todavía tienes que superar la doble personalidad que tienes. Significa que todavía eres demasiado novato y que no te abandonas lo suficiente para que Miguel actúe. Eso es para mí mayor ventaja porque significa que eres demasiado débil para mí.
Santiago frenó la muñeca de Amon con una sola mano y éste se dobló de dolor. Un halo azul añil muy intenso irradiaba del cuerpo de Santiago.
-No… yo confío en ellos, y voy a vencerte Aamon, porque esa es mi misión.- La espada de Miguel chocó con la hoja de la espada que Aamon empuñaba en la mano detenida, partiéndose en dos y cayendo la empuñadura al suelo pues la fuerza abandonó al demonio que cayó hincando una rodilla humillado.
-Eso es tener fe, Santiago, siéntete orgulloso.- Dijo Gabriel que observaba como espectador.

Alzó la espada el chico. La colocó con la punta hacia abajo dispuesto a clavarla en el espinazo de Aamon. Con todas sus fuerzas bajó el codo con un golpe seco, pero la hoja se detuvo al chocar con una sólida armadura que resplandecía en el cuerpo del Demonio.

-Los arcángeles no sois los únicos en transfiguraros.

Aamon se desembarazó de la mano de Santiago y con descomunal fuerza retiró los brazos de su opresor. Su aspecto era terrorífico. Tenía la cabeza de un búho con ojos redondos y amarillos. Su plumaje era pardo y un armazón de lúgubre burdeos le protegía el tórax, los hombros y las patas en la zona de la espinilla y rodillas. Escalofriantes garras salían de sus manos y patas amarillentas de tres dedos. Una larga cola de serpiente se movía a modo de látigo por el final de su columna. Dos enormes alas mitad cartílago de murciélago y mitad plumas de ave se agitaban levantando el polvo del suelo. El pico de su nariz era muy afilado pese a su corta dimensión. La boca era ancha y asomaba unos pronunciados colmillos. Sobre su cabeza un casco con cabeza de búho y alas de dragón. Emitió el monstruo un agudísimo piar que obligó a Santiago a taparse los oídos por el desagradable sonido. Sintió flaquear sus fuerzas y se encogió.
Al mirar los árboles del bosque miles de ojos amarillos redondos le miraban fieramente. Eran búhos y lechuzas que parecían haber acudido a la llamada de su señor.
Gabriel se levantó alarmado de su trance y posó sus pies sobre el tejado. Su expresión era angustiosa. Se dispuso a emprender el vuelo para ayudar a su pupilo pero se le interpuso Miguel.
-Tenemos que tener fe en el chico como él la tiene hacia nosotros, Gabriel.
-Es su primera batalla… y es ante un enemigo muy poderoso.
-Debe entender que juntos lo conseguiremos.
Gabriel asintió pese a su intranquilidad. Entrelazó sus manos y volviéndose a sentar cerró los ojos para continuar viendo como luchaba el joven Santiago.

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