CAPÍTULO 26: El padre ultrajado




Las vibraciones y terremotos de la cordillera del Tártaro subieron impasibles a todos los recónditos lugares de las montañas. Los hecatoquiros, tal como había detectado Zeus estaban luchando embravecidamente contra las furias, sin comprender lo que ocurría en esos momentos en ausencia de Hades. Varios de ellos habían perecido ya. Nadie, salvo el propio dios del inframundo había sido capaz de predecir de cuántos poderes estaban mostrando las furias para poder derrotar a todo un ejército de gigantes de diez brazos.
La confusión se hubo extendido y los dioses menores de Hades, decidieron actuar cuando recibieron las ondas de peligro transmitidas por Hades desde lo profundo de la mazmorra. Fue así como Pánico, Pena, Hipnos, Morfeo y Tánatos entraron en el auxilio de los Hecatoquiros, dispuestos a arriesgar sus vidas por detener a las traidoras.
De esta manera Morfeo llamó a sus cuatro hermanos con él para entrar en la batalla. Por tanto, los tres acudieron a la llamada al instante. Cuando cayó el general Coptos delante de sus subordinados. Tánatos frenó el ataque de gracia que propició la pequeña de las furias.
— Hecatoquiros…. — Comenzó Hipnos. — En ausencia de nuestro señor Hades la responsabilidad de sofocar revueltas y disturbios es nuestra. Es hora de que os retiréis y nos dejéis terminar con ellas.
— Acogeros en los Elíseos. — dijo Tánatos. — allí se ocuparán de cuánto necesitéis.
— Sí señor Tánatos. — dijo el sargento del pelotón de Comptos.
Los gigantes se retiraron en la batalla hacia el río Cocitos, para alcanzar el Lete lo antes posible. Debían atender a los heridos.
— Sois unos ilusos si pesáis en destruirnos. — Dijo Medea. — Si aquél a quien servís fue incapaz, ¿Qué os hace a vosotros diferentes?
— La lealtad a Hades es nuestra mejor arma. — Exclamó Pánico. — ésta es nuestra oportunidad de demostrarle cuanto nos importa su bienestar y gobierno.
— Alguien como tú debería hacer honor a su nombre y deidad. — Dijo Tisífone. — Sal de aquí lleno de pánico. — Las tres rieron malévolas.
— Muy osados sois al desafiarnos, dioses menores. — dijo Alecto. — El futuro está escrito y éste es el final de una guerra que comenzó hace mucho tiempo.
— Nada podéis hacer para cambiar la voluntad del cambio. — dijo Megara.
Hipnos, Morfeo y Oneiros se colocaron delante de Alecto, Tánatos, Icerus y Phobetor enfrente de Tisífone; Pánico, Pena y Phantasos frente a Megara.
— El único futuro cierto y escrito es la muerte, pero cualquier otra cosa puede cambiarse actuando en el presente. — dijo Tánatos.


Hades empuñó el mango de su espada. Estaba completamente cubierto de su armadura azabache y platino. El casco colocado aún no le había vuelto invisible. Eso solo lo utilizaba cuando fuera necesario, pero siempre le gustaba atacar de frente y sin ocultarse. Su largo cabello oscuro y liso se agitaba suavemente entre las alas de su espalda. Era el mismísimo ángel negro en persona, dispuesto a llevarse cualquier alma a su paso.
— No me acordaba de cuán hermosa es tu armadura, Hades. — dijo Críos. — siempre quise una parecida. Tal vez ese sea mi botín de guerra cuando te destroce con mis técnicas.
— Siempre fuiste demasiado hablador y poco observador, Críos. Eso es uno de tus más destacados defectos. Sin contar con la horrible apariencia demoníaca que tienes.
— ¡Maldito! — dijo entre dientes Críos antes de lanzarse contra Hades, quien le frenó con su filo radiante de rayos rojizos.
— La espada estelar…— dijo Hades mirando el filo que desplegaba el brazo del titán. — Veo que vas a por todas hoy.
Con varios espadazos ambos guerreros se enfrentaban el uno contra el otro con exquisita precisión. Críos parecía más furioso y vengativo que Hades en sus movimientos. El hijo de Cronos con mirada fija e inexpresiva aplastaba dichos sentimientos con su determinación y frialdad.
Críos saltó hacia atrás y lanzó su primer ataque contra Hades: el Aster Khoreia. Cambiando la forma de sus brazos, éstos se convirtieron en numerosas cuchillas que se dirigieron a Hades, pero el olímpico con la Doble Excalibur consiguió partirlos de una vez ante la atónita mirada de Críos.
— No me apetece que husmeen en mi mente otra vez. Cronos ya se ha servido y no permitiré más insultos hacia mi persona.
— Te has hecho muy poderoso, Hades. Se nota que el rol de rey del Inframundo te ha dado buenas tablas en la lucha.
— Después de miles de años desde la última batalla de la Titanomaquia, he tenido que enfrentarme varias veces contra enemigos y desleales. Algo es seguro Críos; a diferencia de los tuyos, yo y los míos, hemos evolucionado mucho mientras permanecíais encerrados en vuestras celdas. Tu ilusoria idea de que vais a vencernos se quedará en una mera tienta.
— Me muero por verlo.
Críos se volvió a lanzar contra Hades con su segunda técnica el Aster Kyklos, lanzando un anillo dispuesto a partir en dos a Hades; pero las alas de su armadura se agitaron alzando su salto donde no sólo esquivó el anillo, sino que tomó por las axilas a Críos valiéndose de sus fuertes piernas, y le lanzó por los aires con la Piedra Saltarina. El anillo volvió de su ruta sesgando el ala izquierda del Titán que tiñó con su sangre el suelo de la caverna.
El hijo de Urano había perdido su capacidad de volar en ese momento, situándose en una posición desventajosa frente a su enemigo. Hades le observaba impasible, esperando un contra ataque, pero al parecer la moral de Críos estaba por los suelos (nunca mejor dicho). Sacó los colmillos, furioso, vertiendo en el hijo de su hermano cuanto odio tenía dentro.
— ¿Qué ocurre? ¿Aceptas tu derrota? ¿Por eso no te levantas? — dijo Hades. — Pensaba que ibas a ser más resistente. Los años te han ablandado titán de la destrucción y el odio.
Críos se levantó de golpe dispuesto a lanzarse a su oponente, pero una intensa energía le detuvo. La mirada de Hades le había paralizado gracias a la Restricción y comenzó a adoptar una curiosa postura absorbiendo por sus manos toda la energía que robaba de su entorno. De las rocas, suelo y techo curiosas radiaciones doradas eran atraídas por el cuerpo de dios de los muertos.
— Mira Críos, voy a devolverte a tu sitio. – Le dijo Hades mientas el cosmos rojizo de su cuerpo se volvía cada vez más intenso. — No eres el que era y yo no debo perder más el tiempo contigo.
Lanzó con sus brazos y cuerpo toda la energía acumulada el olímpico. Críos desplegó su Escudo Estelar como mejor opción a su parálisis para salir airoso de la Tormenta Eléctrica que se precipitaba contra él.

El rey del Mar contempló cómo Japeto había abierto una zanja en el aire con la espada que portaba en la mano. Después de ese Corte de Espacio invocó a uno de los Hecatoquiros que fue traído debido a la fuerte influencia y poder mental del titán.
— ¡Japeto eres un cobarde! — Exclamó Poseidón. — Dejas a otros que luchen por ti. ¡Es indigno!
El Hecatoquiro se lanzó sin demora contra Poseidón dispuesto a aplastarlo entre sus fuertes brazos. Poseidón lo frenó con sus manos soltando el tridente que cayó al suelo. Contenía al monstruo con todas sus fuerzas. Sus brazos estaban rígidos como el hierro y se comenzaban a envolver de una capa de hielo endureciéndose todavía más.
— ¡Destructor! — invocó el rey de los mares lanzándose hacia atrás ágilmente y propiciando sendas patadas al vientre del gigante.
El Hecatoquiro retrocedió dolorido, abrazándose a sus costillas partidas y órganos mal heridos. Sin esperar un segundo, Poseidón, aprovechando su liberación, lanzó a la velocidad imperceptible su Gran Cuerno lanzando al gigante contra Japeto que lo esquivó a tiempo. El esbirro del titán se estrelló contra la pared de la montaña cayendo sobre él numerosas rocas que apenas podían sostenerse después del hondo derrumbe que habían sufrido.
— ¿Qué haces debilucho? — alentó el titán al Hecatoquiro. — Levántate y lucha. Tu señor te lo ordena.

Alzando su espada por encima de su cabeza ésta envió sendas ráfagas bronceadas contra el monstruo. Por la espalda de Poseidón otro Hecatoquiro había sido invocado.El rey del mar reaccionó rápido lanzando las rosas piraña contra el gigante recién llegado que fue duramente herido, sangrando abundantemente; después, se ocultó bajo el velo del Cuerno de Sombra para impedir que le atacasen por ambas retaguardias. Japeto y sus dos esbirros se quedaron desconcertados al verlo desaparecer ante sus ojos. A los pocos minutos vieron que el corte espacial era sellado por rosas rojas, impidiendo que más Hecatoquiros atravesaran la zanja. Japeto sintió fuertes y numerosos golpes contra su persona que venían de ninguna parte. Cayendo la espada de su mano, tras la cual cayó él ensangrentado. Los Hecatoquiros en ese instante parecieron recuperar la cordura y miraron a Poseidón sin camuflaje dirigiéndose hacia Japeto. Bajo sus pies se abrió una falla cayendo al abismo de su interior.
— ¿Qué has hecho con ellos? — dijo Japeto.
— Los he lanzado a su entierro por haber sido capaces de desafiarme. Ni aún bajo tus influencias son dignos de vivir si traicionan a aquellos que les apoyaron tiempo atrás. — Respondió Poseidón. — mas no temas, si tanto los echas de menos, abriré otro abismo para ti; tal vez así ya no vuelvas a despertarte y a irritarme con tu presencia.
El señor de la Atlántida asomó una malvada sonrisa mientras el tridente retornaba a su diestra, pero antes de lanzar su segundo ataque, Japeto se precipitó con su técnica de Planeta Negro. El titán recargó toda su energía levantándose y tomando su espada como si no hubiese padecido ningún daño. La agitó otra vez invocando a los Seis Astros para que lo protegieran. Seis sombras oscuras y armadas envistieron a Poseidón. Éste dio un ágil salto a la vez que lanzaba sus rosas daga. Rosas azules fueron disparadas contra los esbirros clavándoseles en todo el cuerpo. Los seis astros quedaron antes de caer al suelo, cosidos a puñaladas.
— Sigues empeñado en que luchen por ti. Pero cualquier cosa que convoques no es rival para mí. Tarde o temprano llegaré a ti y entonces no te dejaré convocar nada más.



Excitado contempló Zeus como su rival partía los restos de la esfera contenedora de poder con la Catástrofe Temporal. Los rayos del uranio se expandieron tan hermosos y ardientes como los de una estrella, apareciendo frente a él la bestia Quimera, desafiante contra Zeus. El Olímpico hinchó sus pulmones y sus fuertes brazos para hacer explotar de su cosmos. Éste fue liberando en un poderoso trueno, que más bien sonaba como un rugido.
— Pelea de reyes felinos. — Dijo Zeus con ironía arrogante. — Vamos a ver si es más poderoso tu aliento ardiente o mi Rugido Deslizante.
La bestia quedó paralizada temerosa de lo que acababa de escuchar. Las cabezas de león y cabra no podían reaccionar y la serpiente de su cola, luchaba por desprenderse del cuerpo del que formaba parte. Aquello no era para Zeus más que una diversión pasajera. Cuando hubo reído a gusto flexionó sus rodillas y enseñó los puños. En ese instante la bestia vomitó fuego por sus fauces.

“Plasma Relámpago”

Cientos… no… ¡miles! miles de relámpagos provenientes del puño de Zeus, partieron la trayectoria de la tormenta de fuego que expulsó la bestia. Imperecederos atravesaron el túnel ardiente alcanzando las tres cabezas y sesgando con eléctrica brutalidad su cuerpo, desmoralizando a Hiperión. El uranio titán fue capaz de esquivar el golpe a tiempo, antes de que le alcanzara. Cuando desapareció el fulgor, Zeus expiró para liberar tensiones. Al mismo tiempo agitó los brazos para relajarlos y rotó sus hombros. Retomó su guardia.
— Sorprendido tú que eres el origen de la luz, Hiperión. – se jactó Zeus —Apuesto que jamás hubieses imaginado que he sido capaz de dominar estas técnicas con tanta precisión.
— Pareces totalmente renacido, rubio engreído. Si no son tus técnicas las que me vuelvan a encerrar, será tu presuntuosa actitud la que me hará vomitar de asco.
— ¡Una lástima! No sabía que te fastidiaba tanto. Pero aguarda ahí, te ahorraré la larga agonía antes de que te des cuenta.
Zeus se lanzó a la velocidad de la luz contra el titán para lanzarle un Cometa de Pegaso, pero vio abalanzarse contra él una enorme bola de fuego que se abrió como una lengua refrenándole en seco y quemándole todo el cuerpo. Si no llega a ser por la armadura, probablemente se hubiese calcinado. Hiperión explotó en carcajadas.
— ¿Acaso el misopethamenos te ha devuelto a tu adolescencia? Atacas impulsivo sin saber muy bien lo que te encuentras en el camino.
En verdad que Zeus hasta ese momento no había sido consciente del peligro en el que se exponía con sus impetuosos ataques. Pero tenía tantas energías dentro que no podía más que pensar en consumirlas antes de que le consumieran a él. Estaba muy impaciente de terminar con la lucha rápido y limpiamente.
— Debo decir, que esta vez te doy la razón. — contestó Zeus. — Pero esto no ha sido más que el calentamiento.
— ¡El fuego será tu tumba Zeus!
Hiperión alzó sus manos al cielo abriéndose entre las rojizas nubes del Reino de los Muertos, unos poderosos rayos solares con forma de serpiente que se dirigían a Zeus.
¡MURO DE CRISTAL!
Zeus abrió frente a su cuerpo la pared transparente de su mente, para protegerse de tan agresivo ataque.
— Es inútil. Si las paras se convertirán en lava que derretirá cualquier obstáculo que encuentre en su camino. Además, esa técnica no es secreto para mí.
Tal como profetizó la palabra del titán de la luz, las serpientes se convirtieron en lava. Zeus puso todo su empeño en resistirlo, pero anulado fue su intento cuando el cristal se partió en mil pedazos. Con un fuerte dolor de cabeza, las alas de su armadura le salvaron la vida esquivando cuanto se dirigía contra él. El rey del Olimpo miró a Hiperión compareciente y entendió que cualquier técnica lemuriano con el padre de dicha especie, era infructuosa. Debía actuar con más sensatez y no confiando solo en sus poderosas técnicas. ¡En verdad que debía ser más prudente!

Mientras los tres reyes luchaban contra los tres titanes que habían despertado, el mensajero de los dioses permanecía inconsciente en la celda de Astreos. El otro hijo de Críos también había despertado y aún aletargado de su largo sueño helado pudo sentir los cosmos enfrentados de los seis. Tropezó con el cuerpo inerte de Hermes y lo miró detenido.
— A éste ya lo han matado. — dijo mientras lo miraba con una sonrisa malvada.
Se dirigió de esta guisa hacia la batalla de Críos y Hades, cuando unos largos dedos le rodearon el tobillo izquierdo, deteniendo sus movimientos. Girándose por encima de su hombro, vio a un quebrado Hermes impregnado en sangre y polvo.
— Mi deber es luchar junto a mi padre. — dijo con un hilillo de voz el argicida.
— ¡Idiota! ¿Crees que con ese estado puedes desafiarme? ¡Estás más muerto que vivo!
Intentó continuar su camino cuando la mano que le agarraba el pie, comenzó a presionarle con más fuerza. La sangre que rodeaba el cuerpo de Hermes se teñía plateada, impidiendo separar las plantas de los pies de Astreos del suelo. Podía sentir la constitución viscosa de la misma, y repelido por su tacto, comenzó a lanzar sus ráfagas relampagueantes y azules contra el mercurio que lo atrapaba.
— Es inútil. De aquí no te irás hasta que ese mercurio no termine de encerrarte.
Hermes se apoyó con sus manos y se levantó más doblado que tieso sobre sus quebrados huesos. Podía sentir el agobio claustrofóbico que empezaba a asolar a Astreos. El titán, por más que lanzara sus golpes contra el mercurio, el metal líquido no hacía más que adherirse más a sus extremidades.
Hermes contemplaba sonriente como su trampa estaba surtiendo efecto. Descendió sus ojos a las heridas de sus antebrazos que no terminaban de sanar. El atlantíade no podía negar su preocupación, incluso usando toda su energía para fortalecer sus ataques, el mercurio de su sangre no le traicionaba, cicatrizando rápidamente su piel.
En ese instante escuchó una voz profunda que habló a través de su mente. Era una voz masculina y vibrante. Nunca la había escuchado antes.
— ¡Insensato! — le reprochó la voz – ¿cómo has sido capaz de utilizar el nitrógeno para ocultar tu sangre? Llevas ya tanto tiempo bajo sus efectos que todo tu sistema inmunológico se ha congelado. Es por eso que no puedes regenerarte.
Hermes alzó su cabeza girando sobre sí mismo intentando averiguar la procedencia de la voz. Esas expresiones eran muy típicas de Hefestos, pero estaba seguro que no era él; entre otras cosas, porque el ingenioso dios había sido siempre incapaz de comunicarse con la mente.
— ¿Quién eres? — Le preguntó por el mismo medio.
— ¡Atolondrado! Vigila tu espalda.
Fue en ese momento cuando Hermes se giró para mirar a Astreos recibiendo de lleno el impacto de sus meteoros. Hermes cayó derrumbado al suelo después de salir disparado por los golpes contra la pared. Al alzar sus ojos Astreos recuperaba su postura. El mercurio que lo había atrapado por corto tiempo había perdido su movilidad. Se había ido congelando poco a poco hasta detener su movilidad y adherencia infalibles.
— "Es el nitrógeno..., — Volvió a escuchar de la voz. – Pronto terminarás igual de inmóvil que los charcos de sangre que dejas a tu paso."
Astreos volvió a posicionarse para atacar a Hermes. El atlantíada estaba ya paralizado tal como le habían predicho. No podía mover nada, sintiendo como sus dedos y cabellos se volvían azules como tocados por un encantamiento helado.
— ¡Maldita Sea! — protestó con desesperación Hermes. — ¿He de pensar que esto es mi fin?
El dios de los ladrones, cerró los ojos cuando vio que el ataque de Astreos se dirigía a él, incapaz de afrontar su extinción final. Un rayo de hielo se clavó en el suelo cerca de sus pies, desviando el ataque del titán.
— ¿De dónde ha venido eso? — Dijo perplejo el hijo de Críos.
— Escúchame hijo, no puedo hacer mucho más por ti. Pues estas cadenas me tienen bien atado y no puedo utilizar mis poderes porque se vuelven en mi contra. — Dijo la voz.
— Cualquier ayuda, aunque sea poca es suficiente. Si me prometes que me ayudarás a impedir mi congelación repentina, haré gala de todas mis fuerzas y te liberaré.
— Te doy mi palabra. — Respondió la voz.
Hermes lanzó contra Astreos su técnica de Exhumación de Almas. Apareciendo frente al hijo de Críos numerosos espectros traídos de los campos Asphosdeles para atacarle.
— Eso lo mantendrá entretenido. Ahora sigue hablándome hasta que te encuentre.
Diciendo esto, Hermes cerró los ojos para utilizar la doble dimensión y encontrar a su intercesor. La voz obedeció y le hablo sin parar hasta que Hermes lo detectó. Parecía un anciano de largos cabellos blanco-azulados. Estaba semidesnudo, pero era fornido y de buen ver si no fuera porque estaba cubierto de suciedad en medio de una dimensión oscura y fría. Sin duda, duras cadenas le retenían enganchadas en ninguna parte. El anciano además tenía varias heridas sin curar.
— ¡Ahí estás! Espera y en seguida romperé dichas cadenas lanzándote un ataque desde aquí.
Luchando contra el entumecimiento de sus miembros, Hermes hizo explotar su cosmos y lanzó por el túnel dimensional un poderoso cometa que enseguida partió las cadenas. Después cayó desmayado de agotamiento.
El anciano tuvo tiempo de ser transportado hasta la celda de Astreos, tomando entre sus poderosos brazos el destrozado cuerpo de Hermes. Posando sus manos sobre su pecho intentó detectar si el corazón de merculino seguía latiendo. Era muy tenue, pero aún había esperanza para él. Entre sus dedos apareció una hermosa jarra de cristal con un líquido transparente que expelía humo. Lo vertió en el cuerpo de Hermes, como si estuviera lavándole. El mensajero sentía un agua cálida y agradable penetrando por cada poro de su piel revitalizándole.
— ¿Quién eres tú? – dijo Astreos cuando se desembarazó de la última alma que le había traído la técnica de Hermes, descubriendo al extraño.
El anciano dejó la jarra en el suelo y mirando por encima del hombro al titán, éste sintió una punzada de miedo en su vientre. Nunca había visto ojos tan bellos y fríos al mismo tiempo. Eran de un gris claro casi transparente. El aspecto barbudo y los harapos que envolvían al anciano no ayudaban para nada a vencer ese temor.
— ¿Es así como hablas a tus mayores, Astreos?
— ¿Cómo sabes mi nombre?
— Porque no puedes ocultar la naturaleza vil e impura que has heredado de tu padre. Serás hermoso por fuera, pero estás podrido por dentro. Sí… conozco bien a tu padre pues brotó de mis propias entrañas.
El anciano se irguió y su tamaño aumentó convirtiéndose en un imponente gigante lleno de furia. Incluso su cambio había eliminado toda la mugre y miseria que le envolvían antes.
— ¡Abuelo Urano! — Exclamó el titán en cuanto lo reconoció encogiéndose de temor en una equina cohibido. No quería sufrir la ira que su cosmos transmitía.
— Así es. Si algo me arrepiento es de haber traído a ti y a los tuyos a este mundo.
Hermes despertó en ese momento cuando vio al majestuoso anciano hacer brotar de su mano una afilada jabalina de hielo cuyas radiaciones parecían de una fuerza descomunalmente grande. Tan enorme como los rayos de Zeus. Ignorando las súplicas del hijo de Críos, la lanzó contra el pecho de éste. Había sido tan temible el golpe que la daga congeló toda la caverna, una vez habiendo clavado el cuerpo de Astreos contra la pared. Su cuerpo se hizo hielo perpetuo.
-¡Por todos los dioses! Jamás he visto un poder tan descomunal. — Exclamó Hermes. — De un solo golpe lo ha vencido.
El gigante se giró hacia Hermes. Sus ojos provocaron el mismo miedo y respeto en el argicida, como lo había sentido Astreos. El anciano se dirigió hacia Hermes. Pensando éste que sería el siguiente se encogió de piernas y brazos para protegerse. Entonces unas sonoras carcajadas brotaron de la garganta del anciano de largas y onduladas barbas.
— ¿Qué pasa hijo? Has hecho algo por lo que debas arrepentirte. — dijo el anciano.
Hermes se asomó por entre los huecos de sus extremidades. El anciano tomó la diminuta jarra entre sus manos enormes y se la ofreció otra vez al mensajero.
— Bebe y terminarás de sanar.
El hijo de Zeus tomó la jarra y la bebió sin rechistar. No sabía a nada, parecía simplemente agua caliente. Sintió revitalizarse y los restos de mercurio esparcidos por el suelo proveniente de su sangre comenzaron a reaccionar para unirse a su cuerpo.
— Soy Urano. Creo que tú debes ser uno de mis bisnietos ¿no es cierto
El viejo se llevó la mano a su barbilla peinando los flecos de su algodonada barba. Hermes asintió perplejo.

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