CAPÍTULO 16: El secreto del Oricalcos









Por la mañana temprano Hermes se dirigió a toda prisa al Etna. La Fragua de Hefestos estaba a punto de abrir y el mensajero tenía una urgencia. Cuando Hermes se disponía a huir con el colgante de la nereida al levantarse después de una estupenda noche a su lado, sus sandalias se habían roto y había caído al mar.  En su confusión pensó en el colgante que le había robado a la  de la nereida podía ayudarlo y lo ató a sus pies, probando si podían sustituir a su atributo más valioso. Se impulsó con su técnica del torbellino de Pegaso, mientras el oricalco le transportó a su destino con la misma velocidad de sus sandalias.
Posando los pies en mensajero empapado en uno de los Cráteres de Catania avistó la entrada a la Fragua. Entró en la cueva donde una enorme laguna de lava se extendía expeliendo su insoportable calor. En torno a él la diferente maquinaria para fusión y forja de metales estaba funcionando con la ayuda de Brontes, Estéropes y Piragmón; tres gigantescos cíclopes de fuerza increíble. Todos ellos al ver a Hermes le saludaron alegres y Hermes respondió amablemente.
—¿Qué te trae tan temprano por aquí? — Le preguntó Brontes.
— ¿Por qué estás empapado? — Dijo sonriente Estéropes.
— He tenido un pequeño accidente. –Les contestó Hermes.
— ¿Eso es lo que creo que es? — Le preguntó Piragmón, quién inclinándose había descubierto las sandalias rotas y el apaño.
— Así es. Se me han roto y necesito que me las reparen.
— Has sido muy listo al atar una porción de oricalcos en ellas para llegar hasta aquí. Es un buen sustituto.
— El señor Hefestos todavía no ha llegado, así que tendrás que esperar un poco más. — dijo Brotes.
— ¡Genial! — exclamó Estéropes. — Mientras quédate con nosotros, Hermes, y haznos compañía mientras desayunamos.
— Me parece bien. — dijo el dios de los ladrones mientras el cíclope le abrazaba camarada.
Se sentó Hermes en la mesa con ellos y tomó un poco de su desayuno mientras charlaban amistosamente. A la media hora más o menos, entró en la fragua Hefestos. Cuando vio a los cíclopes holgazaneando les gritó furioso y estos enseguida recogieron y se pusieron a trabajar.
    Siempre que me visitas, Hermes, pones patas arriba a mi personal. A veces tu don de gentes me irrita enormemente. — Dijo Hefestos.
    ¿Te has levantado de mal humor hoy? — dijo riendo Hermes.
    Este es el humor que tengo siempre, así que deja de bromear.
    Está bien— dijo sonriente dándole una palmadita en la espalda. — No he venido a molestarte mucho. Se han roto mis sandalias y esperaba que tú las arreglaras. Sin ellas en imposible que pueda hacer mi trabajo.
    De acuerdo; es algo importante, así que dirijámonos a mi taller y te las arreglaré.
Atravesando un pequeño corredor llegaron a una sala donde había un montón de artesanos humanos brillando de sudor y con manchas de cenizas y polvo. Forjaban armas y armaduras, así como cualquier otro tipo de utensilios realizados de metal y hierro.  Había algunos orfebres que labraban plata, bronce y oro; y algunos cristaleros que soplaban la arena y moldeaban hermosas copas y jarras. Hermes contempló detenido aquella masa de artesanos concentrados en sus labores con admiración. Hefestos les había saludado y ellos habían respondido respetuosamente.
Después pasaron un segundo corredor y llegaron a otra gran sala donde se encontraban las lemurias trabajando en algunos experimentos. Observaban nuevas técnicas y poderes. El juego de luces, el sonido estruendoso de la electricidad, así como aquellos olores extraños que envolvían el ambiente, habían cautivado al mensajero.
    ¿Qué es esto? — Dijo Hermes sorprendido, nunca había visto semejante dominio de la naturaleza.
    La artesanía, metalurgia y la ingeniaría están íntimamente unidas en mi fragua, Hermes. En la anterior sala observaste a mis trabajadores humanos que se encargan de la fabricación de los utensilios más habituales de la vida cotidiana y guerrera. Estos serán vendidos cuando se hayan terminado. Aquí está mi departamento de investigación y desarrollo. Las lemurias son unos excelentes colaboradores con todo el conocimiento que tienen de la naturaleza. Con ellos estoy investigando nuevas técnicas para armas y armadura. Por ejemplo, los daños que puedan infligir y cómo aumentar su resistencia.  Algunos mecanismos para la fabricación más rápida también han salido de este departamento.
    Cuanto más cerca de ti estoy más pasmado me quedo. Yo pensaba que solo te dedicabas a armas, pero veo que la fama de genio que te precede no es mera especulación. Todo esto ¿Te lo ha pedido Ares o algún otro dios?
    Lo hago por mí mismo sin que nadie me lo pida. Si me estanco en una sola cosa no me siento satisfecho. Por otro lado, hay que modernizarse si pretendo seguir siendo el que soy.
    Seguro que debes ser muy rico. — dijo Hermes pícaro.
    No te creas. Casi todo lo que gano lo consumo en los materiales que utilizo y en el salario de todos los que aquí trabajan. Nunca es suficiente. Cuando descubra una invención nueva que supere al oricalco, podre expandirla e introducirla en la tierra.  Necesito algo revolucionario que nadie haya visto jamás.  Las nuevas generaciones me comen terreno, Hermes.
    Eso es imposible. Nadie puede superarte, Hefestos.
    Eso creía yo, pero hay alguien que me está superando.
    ¿Quién?
    No lo conozco todavía, pero muchos de mis trabajadores me están abandonando por él. Están emigrando al oriente. Cuando me entere de su nombre me gustaría visitarle.
    ¿Acaso ibas a darle un escarmiento? — dijo Hermes riendo.
    Quiero saber quién es ése capaz de superar mi ingenio.
    Bueno siempre el buena la competencia. Hace que cada cual se renueve y crezca el mercado.
Siguieron avanzando por un lugar estrecho ascendiendo por unas escaleras retorcidas. Hermes estaba sofocado pues el calor se hacía cada vez más insoportable. Hefestos, consciente de las dificultades de Hermes con el calor le preguntó.
    ¿Qué tal estás? Sé muy bien que el calor no te conviene.
    Pensaba que el agua del chapuzón me iba a ayudar, pero ya estoy prácticamente seco entre el viaje y este calor.
Hefestos se giró hacia él y le posó la mano en el pecho. El cuerpo de Hermes empezó a helarse con una fina pero resistente capa de hielo.
    Así te irá mejor.
    Tenía que haber utilizado el protector del calor que me dio Amatea.
    ¿Una nereida entre tu colección de amantes?
    Así es.
    Y supongo que ella también ha sido tan amable de prestarte su colgante de oricalcos para llegar hasta aquí.
    Sí.
    ¡Increíble! Esas joyas son bastante importantes para las deidades marinas. Me parece que deberás compensar a esa mujer. Aunque por otro lado… ¿podría ser que lo has tomado sin permiso?
    No sabes de mis encantos personales con las damas que conquisto, Hefestos. — Dijo el mensajero vanidoso.
    Ya. — dijo escéptico. — Me muero por verlo.
    Tú también tienes conquistas bien interesantes y hermosas.
    Vienes a que te repare las sandalias o a cotillear. —dijo Hefestos girándose hacia Hermes. El dios de la metalurgia tenía el ceño fruncido y estaba a la defensiva. Hermes se rio y le contestó:
     También vengo a disfrutar de una agradable conversación contigo.
    Sabes que tengo mucho trabajo. — dijo Hefestos volviendo a caminar.
    Quizás te lo pregunte más adelante, cuando estés más relajado y con alguna que otra copa de vino. — terminó Hermes, entornando una sonrisa pícara.
Llegaron a una zona absolutamente inimaginable en el centro de aquel volcán. La lava y el calor dieron paso a cristales de hielo que comenzaron a cubrir la estancia haciéndose cada vez más densos y abundantes hasta aparentar un glaciar.
    Esto es otra cosa. — Dijo Hefestos. — Me agrada el calor, pero donde esté el hielo que se quite cualquier otra cosa.
    Con el magma tan cerca me parece increíble que no se haya derretido este hielo. Es obra tuya ¿no es así?
    Por supuesto. Un hielo vulgar y corriente no hubiese soportado tan altas temperaturas.
Un muro de hielo invitaba a pasar a un inmenso taller donde se encontraban un montón de chatarra, invenciones a medio hacer, notas, tablillas, pergaminos y cientos de herramientas y materiales. Hefestos se sentó en su mesa y apoyando el codo en ella le dijo.
    Déjame ver esas sandalias.
Hermes se descalzó y las puso sobre la mesa. Hefestos desenlazó el colgante y las examinó con detenimiento. El cuero estaba totalmente desgarrado y gastado. Las alas sucias y bastante desplumadas.
    Se han hecho viejas. Ellas también han cumplido años como su dueño.
    ¿Pero podrás hacer algo?
    Puedo intentarlo, pero estas sandalias fueron realizadas por el titán Menecio bajo la supervisión de su padre Japeto e Hiperión. También se sabe que Tía hizo el diseño.
    No sabía que hubieran participado tantos titanes en su creación.
    Pues claro que sí. Estas sandalias y el petaso fueron el botín de guerra de nuestro padre. Se dice que fueron creadas para formar parte de sus armaduras y le dieron muchos quebraderos de cabeza a Zeus mientras luchaba contra ellos.
    ¿Cómo sabes todo eso?
    Para inventar cosas se necesita inspiración y esa inspiración llega con el estudio, la lectura y la observación. Estas sandalias y el petaso fueron los únicos que quedaron intactos después de la batalla. Debiste haberlas cuidado más.
    ¿Y qué le voy a hacer? No es culpa mía que me dieran semejante trabajo.
    Ya. Veré qué puedo hacer. Mientras tanto te daré un sustitutivo.
Hefestos se dirigió a una de las cajas de la estantería y sacó unas sandalias con unas alas nuevas.
    Pero si son muy parecidas…
    Se parecen, pero no es más que una imitación que hice antes de ponerme a forjar tu armadura, Hermes. Me fue muy difícil encajarlo sobre tus sandalias habituales. Asimismo, son inservibles si no se sobreponen sobre las otras.
    ¿Y cómo se supone que voy a volar?
    Tranquilo. Como bien has concluido el oricalco de este colgante te ayudó a volar.  Solo debo aumentar su cantidad y te durarán el tiempo necesario hasta que repare las tuyas.
    Hefestos, ¿qué es el oricalco exactamente? Está en todas partes.
    El oricalco procede del interior del océano. Todos los que hemos vivido en él o hemos tenido cierta relación con él, lo hemos podido usar y conocer. No obstante, su poder solo lo puede desatar plenamente el dueño de los mares.
    ¿Te refieres a Poseidón?
    Así es. El oricalco tiene personalidad propia y debe envestir y servir al rey de los mares. Debe reconocer, por decirlo de algún modo, al que será su futuro vigilante y dueño. La victoria en la Titanomaquia de Poseidón le subió puntos sin duda.
    El oricalco tiene personalidad propia. Es un ente o criatura. — repitió Hermes reteniéndolo en su memoria.
    Sí, aunque nadie salvo el mismo Poseidón conoce su auténtica forma. Solo se presenta en su aspecto original ante él.
    No puedo creer lo que dices. Desde luego que he pasado por alto todo lo que esconde ese océano que lo envuelve todo. Por otro lado, ¿puedo preguntarte algo más?
    Desembucha, así me podrás dejar trabajar tranquilo.
Hermes metió la mano en su bolsa y sacó la toalla húmeda que envolvía los grilletes de Chryssos.
    ¿Qué es eso? — preguntó el hijo de Hera
    Míralo por ti mismo.
Hefestos examinó las cadenas y descubrió la radiación azulada diciendo.
    Es oricalcos. Pero un oricalco puro. ¿De dónde las has sacado?
    Sabes que Chryssos escapó de Cabo Sunion ¿verdad?
    He oído algo, pero… ¿qué tiene que ver?
    Esas cadenas le mantenían incapacitado y preso, hasta que se liberó de ellas.
    ¡Pero es imposible! Oricalcos tan puro, solo puede manipularlo Poseidón.
    No todo lo que reluce es oro, Hefestos. Hasta yo mismo fui capaz de robarle el tridente al dios de los mares una vez, cuando era pequeño.
    ¡No puedo creer que fueras capaz de eso!
    ¿No me crees capaz porque piensas que no tengo suficientes habilidades? O ¿no me crees capaz porque piensas que soy más responsable?
    Desde luego que no tienes remedio con ese ego, Hermes. — dijo el dios de los artesanos resignado.
    La gente me subestima demasiado. — dijo riendo Hermes. Después continuó: — Solo quería preguntarte si hay algo más en estas cadenas.
    ¿Algo como qué?
    Como la sangre de Poseidón.
    ¡¿Para qué quieres tú saber si aquí está su sangre?!
    Me parte el corazón tener que hacer esto contigo, Hefestos; pero me haces demasiadas preguntas. — Hermes mostró el boliche de su caduceo a Hefestos quien se quedó hipnotizado. — Ahora no puedes más que resolverme esta duda. Dime si en estos grilletes está la sangre de Poseidón.
Hefestos se puso un monóculo del tamaño de una lupa. Extendiendo las manos encima de las cadenas, pero sin tocarlas, empezó a emanar de ellas el vapor congelante. El hierro azulado comenzó a reaccionar destellando leves rayos azulados en la radiación, hasta que ésta desapareció tiñendo de rojizo el hierro. Hermes miró aquella reacción impresionado.
    Efectivamente hay sangre de Poseidón en esos grilletes. De ahí la pureza del oricalco.
    Pues sepárala.
    Es imposible. La sangre y el oricalco son lo mismo. Ni siquiera yo puedo manipularlo.
    ¡Tiene que haber una manera!
    Si la hubiera, solo la podría hacer el propio Poseidón o el oricalco en su forma original.
    ¡Maldición! — protestó Hermes. — Voy a tener que buscarme la vida. — resopló. — bueno, al fin y al cabo, no todo iba a ser tan fácil. — resolutivo ordenó a Hefestos. — En esas sandalias sustitutivas ve poniendo unas aletas. Hasta que no me vaya no dejarás de estar hipnotizado.
Hermes se sentó en un baúl mientras Hefestos se ponía a trabajar en las sandalias de repuesto. El mensajero había determinado que tenía que ir a la Atlántida sumergida por sí mismo mientras miraba el colgante de Amatea. No obstante, debería hacer alguna visita previa al anciano del mar Nereo por si le podía dar alguna pista sobre el oricalco. Muy probablemente, éste sería tan amistoso como sus hijas. Al menos eso esperaba el dios.
    Deberás también darme alguna solución para poder respirar bajo el agua. — Le dijo Hermes a Hefestos.
    El colgante de la nereida te ayudará en eso. — respondió robótico el dios de los artesanos.
    ¡Oh! Gracias por la información. — dijo Hermes.


El mensajero alado de Maya se había acercado a su templo en el Olimpo para asearse antes de empezar su jornada. Después de ésta decidió ir a buscar al anciano del mar en la noche, pues era cuanto más tiempo disponía para tan largo y complejo viaje. Las sandalias de Hefestos habían resuelto bien la labor de las sandalias originales y no le habían retrasado ni un segundo en sus labores de mensajería, pero iba ahora a probar algo que nunca había hecho hasta el momento, como era nadar con ellas bajo el mar. 
Se había puesto el colgante de la nereida en su cuello y se había dirigido al centro del Mediterráneo. Sabía que ahí andaba la guarida del anciano del mar, pero el problema estaba en que no sabía el lugar preciso. Para él el mar era igual en todas partes.
Antes de sumergirse en el agua se lo pensó. No estaba muy seguro si podía llegar hasta el anciano tan fácilmente. Cuando se hubo convencido que no podía adelantar nada sin haberlo intentado antes, decidió arriesgarse. Inclinándose hacia sus tobillos accionó el mecanismo que encerraba las alas de sus sandalias y desplegaba las aletas.  Se dispuso a tirarse de cabeza, pero en ese momento en el que había bajado la guardia, una inmensa ola le cubrió totalmente arrastrándole por las corrientes marinas con una fuerza increíble. Las aletas le permitieron tomar el rumbo y luchando contracorriente llegó a la playa tosiendo el agua que había tragado.
Cuando hubo alzado la vista enfrente de él una furiosísima Amatea le miraba.
    ¿Te ha gustado el chapuzón? Es lo que se merece un ladrón y sinvergüenza como tú.
    ¿Has sido tú la que ha provocado esa ola y esas corrientes? Soy inmortal, pero ha sido lo más desagradable que he experimentado por el momento. Ahora sé cuánto sufren los pobres que se ahogan. — Siguió tosiendo.
    ¿Pensabas que no tenía sentimientos y que iba a olvidar la forma tan humillante en la que me has abandonado esta mañana? Y no solo eso; te llevas sin el menor remordimiento mi colgante. ¿Acaso era eso lo único que te interesaba de mí? ¡Eres un bastardo, Hermes! No han podido herirme más en toda mi vida.
Hermes sacó el petaso y volcó el agua que había en su interior en la arena. Lo mismo hizo con sus sandalias. Expiró pensando que decirle a la nereida. No era la primera mujer despechada a la que se había enfrentado. No obstante, no le interesaba llevarse mal con ella, la necesitaba en su cruzada para obtener la sangre de Poseidón. La mentira nuevamente se alió con él.
    Lo siento, Amatea, pero no tuve más remedio. ¿Ves que ya no llevo las mismas sandalias de antes? Se me rompieron y debido a ello, tomé tu colgante para que me ayudara a llegar a la fragua de Hefestos.
    ¿Es eso cierto?
    Sí.
    No sé si creerte. Ahora mismo mis sentimientos están confusos. ¿Por qué no me lo preguntaste antes de irte de esa manera?
    No quería despertarte. Estabas muy hermosa dormida.
    ¡Oh Hermes! — La nereida se lanzó a abrazarle. — ¿Entonces te gusto de verdad?
    ¿Bromeas? ¿Por qué sino iba a aceptar tu cita?
    ¡Gracias a los dioses! Pensaba que me habías abandonado como a las otras.
Hermes sonrió. Sabía que Amatea haría y creería cualquier cosa que él dijera. Su ingenuidad era la ventaja que tenía el dios para salirse con la suya.
    Para demostrártelo te devuelvo tu colgante. Ya no lo necesito. – Dijo el mensajero de los dioses.
La nereida lo tomó y se lo puso al cuello sonriente. Luego dijo Hermes.
    ¿Te puedo pedir una cosa? —La nereida asintió. — ¿Podrías llevarme hasta tu padre? Quisiera preguntarle algo.
    No sé por qué últimamente todo el mundo pregunta por mi padre.
    ¿Y eso?
    Hace unos días también vino Heracles preguntando por él. Quería que le dijera dónde estaba el Jardín de las Hespérides.
    ¿Otra de las pruebas de Euristeo?
    Sí. Supongo que a estas alturas ya estará en ese jardín luchando con ese temible dragón.
    ¿Entonces me llevarás ante Nereo?
    ¡Claro que sí! Estaba deseando presentaros.
    ¿Presentarnos? — dijo Hermes mientras un escalofrío recorrió su nuca.
    Pues claro que sí ¿Acaso no somos novios?
    ¿¿Novios??— El miedo de Hermes parecía ir creciendo.
    Eso he dicho.
Los nervios en ese momento estallaron y Hermes se echó a reír expulsando su temor. Era una risa forzada.
    ¿Estás bien? Parece que has visto al cancerbero.
    Sí, no te preocupes. Llévame ante tu padre; la verdad es que también tenía ganas de conocerle en persona. — Esa última frase, evidentemente no era más que otra arma para engatusar a la nereida.
    Eso que has dicho me hace muy feliz, Hermes.
La nereida tomó la mano de Hermes y se dirigieron otra vez al mar. Hermes se dejó llevar pensando que por el momento debía centrarse en la sangre de Poseidón y luego ya vería qué iba a hacer con Amatea.
Hermes montó en Seúl otra vez. Mientras comenzaron a surfear sintió lástima por ella. Parecía que él iba a ser su primer desengaño amoroso.


Después de algún rato navegando, Hermes y Amatea llegaron a las costas de Lemos, muy cerca de Prompóntide y Tracia. Hermes paró en seco a su delfín.
    Pensaba que la guarida de tu padre estaba en el mediterráneo. No pretenderás que pasemos el Bósforo, ¿verdad?
    Mi padre no permanece siempre en el mismo lugar. Sé que ahora está en la parte oriental. Le gusta venir aquí en estas fechas. Dame tu mano, no hará falta que pasemos por aquella zona tan peligrosa.
Hermes hizo lo que Amatea le dijo. En torno a ellos dos se formó un remolino de agua. Antes de que se percatara de moverse, había llegado a una cueva donde se encontraba un canal de agua subterráneo. Amatea soltó las manos a Hermes y le invitó a seguirle.
 El mensajero contemplaba admirado las estalactitas y estalagmitas calcáreas.  Pese a la oscuridad de la cueva las increíbles formas que lo rodeaban lo tenían prendado de su brillo. El sonido del goteo era muy relajante y el frescor y humedad que lo rodeaban era muy agradable. En aquel lugar el tiempo parecía estar detenido y respiraba paz y quietud.
    No había experimentado semejante sensación desde que había pisado por primera vez el Hades. — dijo Hermes en alto. — Sin embargo, aquí no percibo el olor desagradable de la muerte.
    Este es el lugar donde mis padres se criaron. El foco de mi abuelo Ponto. Antes de que conozcas a mi padre he de advertirte que es un poco caprichoso. No se lo tengas en cuenta, ya tiene muchos años encima.
“Una manera muy sutil de decirme que está gaga.” Pensó el dios del comercio.
En ese instante Hermes sintió que le quitaban su petaso. Al girarse para ver quien había osado a semejante acto, escuchó unas risitas. Siguiendo el sonido de las mismas percibió una sombra que se ocultó tras las rocas. No lo pensó dos veces y le persiguió, pero al asomarse tras el montículo, no había nadie allí. En ese momento le robaron su bolsa, lo cual irritó más al dios de los ladrones. Le había parecido ver otra vez a la sombra sobre él y alzó sus ojos. Sobre él había un hueco entre las rocas lo suficientemente amplio como para que se introdujera un adulto y de un salto se colgó de brazos por él, subiendo a pulso.
Estaba en una estrecha y claustrofóbica cavidad donde un tentáculo gigante se encogía con la bolsa bien agarrada.
—¿Eh tú? — Dijo Hermes furioso arrastrándose hacia él. Nadie había osado a robar al propio dios de los ladrones, y éste se sentía muy herido en orgullo. El tentáculo había desaparecido en la oscuridad; moviéndose la sombra demasiado rápido para el tamaño de su extremidad. El dios estaba muy confundido; no podía ver al sujeto en cuestión. Las risitas le estaban sacando de quicio pues parecían burlarse de él. Se le ocurrió una magnífica idea y cerrando el puño lanzó un leve cometa de Pegaso que recorrió e ilumino la cavidad.  El ladrón de las risitas lo esquivó, pero no pudo avanzar más.  El montículo de piedras que se había derrumbado de la galería, por el ataque de Hermes; habían colapsado la salida.
Hermes sonrió triunfante.
    Ya eres mío. — Dijo malicioso el dios. Alargando el brazo y tomándole del cuello de sus ropajes. El ladronzuelo se agitó emitiendo unos gritos asustadizos y envolvió al dios del comercio con la propia capa que llevaba antes de que lo descubriera.
Se enzarzaron en un forcejeo complicado, en el que el sujeto mostró una inexplicable resistencia. Tanta energía y golpes iban agitando la cavidad. El suelo bajo sus pies se rompió y cayeron ambos a las aguas subterráneas. El sujeto se escapó otra vez y Hermes, harto del juego, golpeó las aguas con su puño. El cosmos empezó a brotar de él expandiéndose el mercurio por lo largo del cauce, fue entonces cuando el ladronzuelo no tuvo oportunidad de escapar, atrapado en la viscosidad de sus pisadas.
    ¡Esta vez no te escaparás! — Exclamó el dios mientras el mercurio estiró elásticamente su forma atando a su víctima e inmovilizándola.
    ¡No Hermes! ¡Basta! — Escuchó a Amatea que corría hasta el preso. — Déjale ir.  ¡Está sufriendo!
    No voy a osar semejante impertinencia. — dijo el dios del comercio, mientras sus ojos se iluminaban de poder y furia. — ¡Éste se ha burlado de un hijo de Zeus!
Con estas palabras lanzó su técnica otra dimensión contra el ladrón, cuando el grito de Amatea diciendo que aquél era Nereo le detuvo.
    Él es mi padre, Nereo. — siguió la Nereida. — Si le envías a otra dimensión no podrá decirte lo que quieres.
Hermes expirando detuvo su ataque. Se sentó en las aguas subterráneas, intentando calmar su temple.  El cosmos se disipó con la misma rapidez con la que había brotado.
    Nadie jamás me ha hecho perder los estribos de esta manera. — dijo el hijo de Zeus cruzándose de brazos. – Miró de reojo a Amatea que le miraba suplicante.
    Libérale. — dijo Amatea.
    ¡Ni hablar! Que se aguante por haberse burlado de mí. – dijo Hermes poniéndose de pie, en una especie de pataleta de niño pequeño.
    Sé que tu mercurio es peligroso para cualquier criatura.
Amatea se acercó a Hermes y se puso de rodillas, suplicante.
    Por favor. — siguió diciendo Amatea. — Te dije que fueras comprensivo con él.
Hermes miró a la hermosa nereida humillada y pidiendo piedad por su padre. No podía negar que no le diera lástima esa actitud de una mujer tan hermosa, pero al mirar al ladronzuelo que seguía ocultando su rostro, seguía sintiendo enfado.
    Que me devuelva las cosas y luego ya veremos.
Amatea se giró a su padre.
    Padre devuelve el petaso y la bolsa a Hermes. — la figura envuelta en el mercurio pareció negarse a ello y Hermes potenció su ataque. — Vamos papá, no seas testarudo. Ya te ha perseguido un rato y ese mercurio puede hacerte mucho daño.
Hermes miró un poco extrañado la situación, Amatea parecía intentar obtener la obediencia de un niño pequeño. Parecía una regañina entre madre e hijo. Después de mucha insistencia, el sujeto liberó las pertenencias de Hermes.
    Ahora, por favor, desátale. — Dijo Amatea.
    Lo haré, pero dile a tu padre que no me subestime más. La siguiente será mucho peor.
El mercurio desapareció de la figura, pero antes de que éste se dejara ver huyó nuevamente.
    ¡¿Qué?!— exclamó Hermes perplejo al verle huir. — ¡¿Cómo se supone que me va a contestar si se va?!
    Ten paciencia, Hermes. Está agotado de la lucha contigo. Intentémoslo otro día.
    ¿Acaso te crees que tengo todo el día? — Hermes tomó del cuello a Amatea, mientras ésta gimió de dolor. — Veamos. Si no me lo va a decir por sí mismo., ¿Qué tal si lo hace a cambio de la vida de su hija?
    Hermes ¿qué haces? No hablas enserio. — dijo Amatea.
    ¡Cállate! ¿Acaso alguien es capaz de saber lo que pienso realmente? ¿qué es una nereida menos en estos mares? Ya he hecho todo lo que necesitaba hacer contigo.
Amatea estaba realmente asustada. Hermes parecía hablar enserio y otra vez aquel sombrío poder teñido de ira les estaba envolviendo. Amatea comenzaba a sentir presión en el cuello y la glotis estrechándose. No había duda, Hermes pretendía estrangularla.
    ¿Sabes Nereo lo que soy capaz de hacer? La inmortalidad no es nada para mí y puedo extinguir su vida. ¿Vas a dejar de jugar o prefieres negociar? ¡Elige!
Hermes esperó a escuchar alguna palabra del desaparecido anciano. Pero este no habló.
    Entonces desintegraré toda esta cueva contigo y con tu hija.
Hermes empujó violentamente a la nereida y antes de que ésta reaccionara dijo:

¡EXPLOSIÓN GALÁCTICA!

La cueva comenzó a volar en mil pedazos desapareciendo Amatea la primera. En ese momento un bastón de madera y coral fue a golpear a Hermes que lo paró con el caduceo.
Frente a él un inmenso anciano de largas cejas blancas y pelo liso que le caía debajo de la coronilla se mostró como el que empuñaba ese bastón. Su cuerpo era fuerte y ancho y sus piernas eran dos inmensas y serpenteantes colas de pez.  Tenía la piel amarillenta y las escamas de color amarillo, morado, azul y verde. El resplandor de las mismas parecía unas veces plateado y otras, dorado.
    ¿Cómo has sido capaz? ¡Asesino! Eres un desalmado incapaz de conmoverse por los sentimientos de una hija hacia su padre.  No voy a tolerar que semejante demonio viva en esta tierra pacífica.
Las palabras del anciano sonaron muy dolidas y rabiosas.
    Voy a darte la muerte más horrible que te puedas imaginar. ¡Ningún titán del Tártaro jamás va a sufrir como tú lo harás! — El anciano se iluminó con un aura azulada y agitó la vara de coral. 
Alrededor de Hermes unos tornados comenzaron a rodearle con el afán de absorberle. La cueva estaba temblando como el vivo reflejo de la venganza y el castigo. Hermes aguantó los tornados mientras las estalactitas y las rocas iban derrumbándose alrededor.
    Yo también sé hacer tornados viejo chocho. — Dijo Hermes mientras volvía a explosionar su cosmos diciendo:

¡TORBELLINO DE PEGASO!

Un golpe de viento mucho más azotado que los tornados de Nereo comenzó a tragarse los demás alzándose solo uno que absorbió la fuerza del resto y se comenzó a elevar. El poder comenzó a presionar el techo que les cubría y originó una grieta que se terminó abriendo incapaz de soportar aquella masa de aire desbocado.
La luz se abrió paso y Nereo se hizo más grande aún. Dejando a Hermes aún más perplejo.
    Si el aire no te detiene lo hará el vapor de la bolsa de gas que hay bajo este suelo, Hermes. ¡Muere! — Exclamó Nereo.
Nereo lanzó la vara que se clavó en el suelo. Éste comenzó a vibrar bajo los pies de Hermes. El dios de los comerciantes sintió un inmenso calor que le quemaban los pies y agachándose a sus tobillos accionó el mecanismo que le permitiera desplegar las alas de sus sandalias.
    Muy tarde. — Dijo Nereo mientras unos tentáculos que salieron del suelo le enredaron los pies con una fuerza desmesurada. Era inútil intentar huir para Hermes, si volaba se quedaría sin piernas. El mercurio por el calor del vapor empezaba a jugarle una mala pasada y a esos niveles no podría recomponerse. Estaba realmente en apuros. Antes de que se fundiera su ser dijo:
    Tu hija aún vive
    ¿Cómo dices? — dijo Nereo. Mientras Hermes se echó a reír a carcajadas.
    ¿Quieres recuperarla?
    ¿Qué broma es esta?
    Conmigo no se juega viejo chocho. Si quieres verla entonces tendrás que decirme las cosas que quiero saber.
    ¡Devuélvemela o te derretiré como el metal en la fragua de Hefestos!
    No hasta que me digas lo que quiero saber. Puedes matarme si quieres, pero nunca recuperarás a tu hija. Solo yo puedo recuperarla porque solo yo sé a dónde la he enviado.
    ¿Dónde está?
    Primero me dirás lo que he venido a preguntarte.
Nereo frunció el ceño hasta el límite del nacimiento de su nariz. El amarillo de su piel se tornó roja de ira. No quería ceder ante ese sujeto tan arrogante.
    Decídete o me extinguiré y no volverás a ver a Amatea. La de hermosas trenzas, ¿no era así como la llamabas?
Emitiendo un grito de rabia Nereo inclinó su rostro y saco la vara del suelo. El vapor volvió al interior de la tierra. No obstante, los tentáculos aún mantenían atado a Hermes al suelo.
    Habla. — dijo Nereo.
    Suéltame sino o no puedo hablar con la presión de estos tentáculos.
Los tentáculos desaparecieron liberando a Hermes. Éste cayó de rodillas. En la piel de todo su cuerpo estaban trazados los brazos de ventosas que le habían presionado y exprimido como un limón. La sangre estaba cayendo por los surcos como sirope de mercurio y el olor del vapor de ésta ya empezaba a percibirse con mucha fuerza. Nereo se tapó la nariz para impedir inhalar aquel desagradable y tóxico olor.
    Habla antes de que me arrepienta. — repitió Nereo.
Hermes, que estaba recuperando el aliento y prácticamente inconsciente de dolor le dijo.
    Dime dónde se encuentra el oricalco puro de Poseidón y cómo puedo utilizarlo.
    Eso son dos preguntas.
    ¡No te diré dónde está Amatea hasta que respondas todas mis preguntas! — Dijo alzando la voz Hermes autoritario. — Así que apresúrate a contestar antes de que sea demasiado tarde, viejo.  Me has herido gravemente y no dispongo de mucho tiempo antes de perder la consciencia.
Nereo se cruzó de brazos.

El oricalco está en la Atlántida sumergida. Dentro del propio cuerpo del soberano del mar.
¿Quieres decir que Poseidón y el oricalco son la misma cosa?
Eso mismo. Cuando Poseidón fue embestido como rey del mar fue el propio oricalco el que le permitió dicho privilegio al fundirse con él en su propia sangre.
Ahora comprendo lo que quería decirme Hefestos. — dijo Hermes. — Sin embargo…, el oricalco me dijo que tenía presencia en todas las criaturas del mar o que habían tenido que ver con él.  Por eso también él puede manipularlo. ¿por qué?
El oricalco que todas las criaturas del mar conocemos o podemos manejar no es el mismo que el que tiene Poseidón. Sus poderes están limitados a determinadas cosas como entrar en la Atlántida u otorgar algún poder especial a un objeto, pero no es el auténtico capaz de hacer vida.
¿Quieres decir que son como imitaciones del original?
Algo así. Hasta el momento solo Hefestos ha sido capaz de llegar al conocimiento más profundo del oricalco, pero, aun así, no ha sido capaz de dominarlo en su más absoluta potencia. Solo puede hacer semejante cosa Poseidón.
Entonces ¿Cómo podré obtener esa parte del oricalco puro que tengo en mi poder…?
Solo hay una manera. — Nereo se agachó hasta ponerse a la altura de los ojos de Hermes.
— ¿Acaso podrás tú conseguir manipular al mismo Poseidón para que lo extraiga él mismo? No será solo eso lo más complicado, sino que primero habrás de averiguar dónde está el santuario y burlar toda la vigilancia de él.
Encontrar la Atlántida sumergida, despistar a los generales y a Glauco especialmente, no dejarse ver entre las oceánidas y las nereidas, conseguir llegar hasta Poseidón y además lograr que éste extraiga la sangre de los grilletes… parecía algo muy difícil pero no imposible para Hermes.
El mensajero de los dioses sonrió torcidamente: Las diversiones no cesaban.
    ¿Y esa sonrisa? — dijo Nereo. — ¿Aún te quedan energías para burlarte de mí? Ahora es tu turno para devolverme a Amatea. Ya te he dicho lo que querías.
    Está bien viejo chocho. — dijo Hermes.
Detrás de Hermes la pared de rocas se tornó plateada y cayó al suelo como una cortina de cascada. Hermes había aplicado el escudo de mercurio sobre la nereida para protegerla del ataque. Todo había sido un efecto visual. Amatea estaba tendida inconsciente en el suelo ilesa. Nereo se deslizó rápidamente para tomarla en sus brazos.
    ¿Por qué no se despierta? — dijo angustiado. — ¡Me has engañado!
    Cálmate viejo. No tardará en regresar de la otra dimensión.
Hermes cayó en el suelo. Se sentía muy débil luchando por mantenerse consciente. Amatea se despertó.
Hermes contemplaba las inmensas colas de Nereo y sus bonitas escamas que parecían las de un pez de arrecife de coral. Pudo ver el destello que expelían y recordó que Amatea le había dicho que las escamas de los generales tenían la posibilidad de encontrar la Atlántida por el oricalco que las envolvía. Las escamas de Nereo tenían el mismo brillo que las de los generales.
Hermes extendió su débil brazo hacia la cola más próxima aprovechando el reencuentro familiar, arrancó una de esas escamas sin que Nereo lo notara. Cerrando su puño, quiso marchar con el torbellino de Pegaso con las últimas fuerzas que tenía, pero su vista volvió a tornarse gris.


El dios de los ladrones se despertó con la vista del techo brillante de estalactitas sobre él. Seguía percibiendo la humedad de la cueva de Nereo. Cuando alzó su cabeza se vio impregnado de una extraña crema o ungüento blanquecino que había adormecido su cuerpo.
—¿Qué es esto? — se preguntó el dios.
— No te muevas o no terminarás de regenerarte.
Hermes miró a su derecha donde se encontraba Amatea. Volcó sobre el vientre del dios más ungüento y siguió extendiéndolo con una espátula por el tronco de Hermes y la cadera.
    El ungüento que te di era para que lo utilizaras no para que lo guardaras. — dijo Amatea a Hermes.
    ¿Este es el mismo ungüento?
    Es uno más potente y eficaz que el otro. Te sana las heridas a la vez que acelera tu regeneración. Te dará más resistencia al calor que la que tenías antes. Si te pusieras este ungüento más a menudo esa resistencia sería cada vez mayor.
    ¿Y cuánto me va a costar el tratamiento de belleza? — Dijo Hermes pudiendo mover un poco la mano. Amatea se echó a reír.
    Bueno ya puedes moverte. Eso es buena señal. Parece que está funcionando.
    Hasta te has tomado la molestia de desnudarme y todo.
    Yo no te he desnudado del todo. — dijo Amatea ruborizándose.
    Mi ataque ha sido tan temible que ha consumido tu ropa por el potente vapor y quemazón que has sufrido. Me tomé la molestia de poner una hoja de parra antes de traerte aquí.
Detrás de Amatea había un hombre viejo con un largo quitón inhalando una extraña boquilla. Hermes no sabía que era ese humo que olía y el viejo tragaba, pero tenía un olor agradable. Miró la inconfundible vara de madera y coral y las blancas cejas largas y el pelo cayéndole por la coronilla.
    ¿Nereo? — dijo Hermes.
    Así es jovencito. Si por mi fuera, te hubiera exterminado después de recuperar a mi hija, pero tengo una hija muy testaruda que se interpuso en mi intención.
    ¡Calla papá! — dijo Amatea avergonzada.
    ¿Dónde están las colas de pez? ¿y ese gigantesco tamaño? — dijo Hermes.
    Puedo adquirir la forma que me apetezca. — dijo Nereo.
    El cambio de forma es el pasatiempo preferido de mi padre. — Aclaró Amatea.
    Ya…— dijo receloso Hermes. —  así como jugar a las persecuciones, el escondite y las bestias marinas.
    Ya te dije que es un poco caprichoso.
    ¡Un poco dices! ¡Casi me extingue!
    ¿Y tú casi matas a mi hija? — Protestó Nereo.
    ¡Maldito viejo! ¡Estás ya gagá! Te la debía por haberme robado el petaso y el botín. Ya te dije que la siguiente sería peor.
    ¡Pero qué falta de respeto a los mayores! — Dijo Nereo agitando la vara y lanzándose a Hermes para darle con ella. Hermes se levantó arrinconándose contra la pared.
Para evitar un nuevo enfrentamiento, Amatea clavó su cetro entre los dos y creó una barrera de separación entre ambos.
    ¡Ya basta! — dijo la nereida. — parecéis dos niños. Lo que ha pasado es por culpa de ambos. Sois igual de cabezones y orgullosos. 
Nereo se retiró tranquilizándose.
    A ver cuándo se va este sinvergüenza y me deja en paz. ¿No le he dicho ya lo que quería oír? — protestó Nereo.
    Ahora mismo me iré. Ya que me puedo mover perfectamente. — respondió Hermes. — La Atlántida me espera.
Hermes se levantó del reposo mientras oía las carcajadas de Nereo que se burló diciendo que no iba a conseguir lo que se proponía. Amatea le dijo a su padre que terminara con el enfrentamiento sinsentido y a Hermes le dijo que volviera a la cama a reposar. Entonces dijo el dios.
    ¿Ya te ha contado tu hija que pasamos la noche juntos? — Amatea se puso roja de vergüenza. Nereo se quedó tan helado como las estalactitas y estalagmitas de la cueva. — Así es. Tu hija ya es una mujer gracias a mí. Por eso me ha protegido ante su padre y por muy mal que te caiga, no puedes hacer nada ya.
Amatea no podía creer lo que estaba pasando en ese momento. Nunca había pasado tanta vergüenza en toda su vida. Se sentía muy dolida y humillada.
    ¡Mientes! — dijo Nereo.
    Pregúntale a tu hija si aún no abres los ojos ante las evidencias. — Dijo Hermes. Nereo miró a su hija perpleja.
    ¿Es cierto lo que dice, Amatea? — Amatea miró a su padre con los ojos compungidos. No sabía qué decirle.
    No le mientas. — Dijo Hermes. — Si lo ocultas, otro se dará cuenta de ello y será peor.
    Es cierto. — dijo con voz temblorosa
    ¡Maldito pervertido! — dijo su padre. — Seguro que la obligaste a hacerlo.
Nereo se lanzó a golpear a Hermes y este huyó por el hueco de la cueva. Amatea detuvo a su padre antes de que pudiera ir más allá. Nereo luchó contra su hija para que le dejara perseguirlo, pero la nereida volvió a levantar una barrera que favoreció la huida de Hermes.


Hermes paró en el alto pico de una montaña. Había salido tan rápido de la cueva de Nereo, que no había sido consciente de adónde se dirigía.
    Mejor así. — Se dijo a sí mismo. — El padre me odia ya mucho como para permitir que me acerque a su hija más. Amatea se ha sentido muy dolida y traicionada lo que la ayudará a olvidarse de mí.
De este modo Hermes había matado dos pájaros de un tiro. Había conseguido la respuesta que buscaba acerca de oricalcos y se había librado de Amatea. Miró hacia atrás un poco preocupado por si su medida había sido demasiado radical. ¿Era necesario llegar hasta ese punto? La verdad es que había actuado impulsivamente al ver que la aurora ya iba alzándose y tenía que irse al Olimpo a empezar su jornada. Debía regresar antes de que notaran su ausencia.
No obstante, alzó su mirada al cielo nuevamente, y sabiendo que tarde o temprano la diosa Eos asomaría su hermosa figura, resolvió ir a su encuentro antes. Le daba tiempo todavía.
El mensajero de los dioses saltó por los picos de las montañas que pisaba hasta la más alta donde se paró a avistar el paisaje y orientarse. Estaba en el Cáucaso, donde Prometeo se encontraba encadenado. Volaría al Este para encontrarse con Eos.  Lugo siguiendo la dirección suroeste, no tardaría en encontrar el Santuario de los dioses.


El prodigioso ungüento regenerador, había dejado a Hermes mucho más insensibilizado del calor, sin duda. El mensajero no sentía la fatiga que normalmente sufría a temperaturas de calor extremo. Para su interés y supervivencia debía regresar a la cueva de Nereo algún día y averiguar cómo apoderarse de dicho producto. Si eso no era posible debería conquistar a otra nereida, aunque muy probablemente ya todas ellas se habrían enterado de la desfachatez del dios y le estaban maldiciendo en ese momento. De cualquier forma, el argicida debía empezar a elaborar su plan maestro para obtener la sangre de Poseidón. Saco la escama de Nereo que seguía iluminándose como el colgante de Amatea.
    Mi intuición nunca me ha engañado. — dijo el mensajero mientras empujaba levemente hacia arriba la visera de su petaso para contemplar la escama sólida y brillante. —Siempre que sospecho que un objeto me pueda ser útil así ha sido. Esta escama me ayudará seguro a encontrar la Atlántida sumergida.
¿Pero qué debía hacer para utilizarla? ¿Bastaría con solo querer llegar hasta aquel sitio o debía hacer algo más? Pensativo esperó a llegar ante Eos. Su intención era que ésta le dijera el paradero de Chryssos y le preguntaría a él cómo llegar al santuario de Poseidón. El carnero había estado allí en más de una ocasión, cuando todavía la relación de sus padres era buena. Había sido tratado con privilegios por su condición de hijo de Poseidón como el resto de los príncipes de Océano. Estaba seguro que le podría decir algo.
La diosa de la aurora recibió muy amablemente a Hermes, desde su palacio en el cielo del próximo oriente justo antes de salir. Pensaba que recibiría algún mensaje de Zeus, pero en su lugar recibió una pregunta de Hermes.
—¿Dónde se encuentra Chryssos? — Le dijo Hermes.
— ¿Por qué quieres saberlo? ¿Te lo ha pedido Poseidón? — dijo recelosa la diosa.
— Tengo un mensaje de Nefele para él.
— En ese caso puedes dármelo a mí y yo se lo diré.
— No me gusta delegar mis mensajes en otros, nadie me puede asegurar que Chryssos lo reciba.
— Es un mensaje secreto ¿tal vez?
— ¿Tienes alguna otra objeción de decirme su paradero, Eos?  Entiendo perfectamente que no confíes en mí, pero has de saber que yo he ayudado a tu sobrino—nieto, más de lo que te imaginas. En Orcómeno te lo pueden decir. Incluso en el propio Olimpo.
— Solo luchaste para conservar tus tierras no para ayudar a Chryssos. Es más, tú mismo le enredaste para que interviniera en Olimpia. Le mentiste diciendo que se lo había ordenado Atenea.
  No sé qué os traéis entre manos Atenea y los descendientes de la luz. Pero si Atenea es el problema, ¿por qué no le preguntas a ella misma qué clase de misión me ha encomendado? Tal vez así sepáis vosotros que yo solo soy el chico de los recados, y como me ordenó Zeus, soy el que debe obedecer cuan misión y mensaje me den los olímpicos; inclusive Atenea.
Hermes intentó retirarse, pero Eos le detuvo.
    Quieres saber cómo entrar en los dominios de Poseidón, ¿no es así?
    ¿Tú también lees el pensamiento como Nefele?
    Ve entonces a ver a mi hermana Circe. Ella podría ayudarte con eso, pero no descarto que te pida algo a cambio.
    No hay problema con lo que pueda pedirme. Yo soy partidario del trueque. En ese caso iré a verla. — Comenzó a andar. Cuando se giró hacia Eos nuevamente. — por cierto, lo del mensaje era cierto. Quería decirle a Chryssos que su tía está aguantando bien la enfermedad y que le está esperando pacientemente para que vele por sus primos.
Ahora sí era la hora de volver al Olimpo. Entre sus mensajes, Hermes podría hacer una visita a Circe en Ea. No le llevaría mucho tiempo persuadir a la maga y hechicera marina para que le dijera lo que quería saber. Si algo le daba ventaja a Hermes, era saber que Circe no le importaba saltarse las reglas de vez en cuando para obtener sus caprichos. Esa sería la estrategia que usaría el cilenio con ella.


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