CAPÍTULO 21: El cambiazo.





El dios de los inventores y artesanos protestó de frustración lanzando las tablillas de madera contra la pared de su taller, saltando ésta en mil pedazos.  Ya era la tercera tablilla destruida, después de más de diez papiros tachados y varios tinteros derramados.
Se llevó ambas manos a su cabeza, enterrándolas en su liso y claro cabello. Pese a estar climatizada su estancia de hielo, las gotas de sudor resbalaban por la punta de la nariz, cayendo a la desordenada mesa de trabajo. El hijo menor de Zeus y Hera, miraba detenido los pequeños cercos que dejaban éstas en la madera.
    ¿Cómo fue? ¿Cómo la hice?
Se dijo a sí mismo Hefestos. 
    En aquellos tiempos yo era mucho más joven y ávido de creatividad. Soñaba con en la belleza que yo nunca había obtenido. Crear algo mío, que fuera amado por encima de todo…
Dejó caer su cabeza entre los brazos, queriendo sumir en la más absoluta oscuridad sus ojos y pensamientos. Estaba intentando averiguar la pequeña puerta cerrada de su corazón, la puerta que había sido soldada después de su gran desamor con Afrodita. La diosa del amor, había destruido todo aquello en lo que el dios de los artesanos había creído: El amor eterno, la felicidad matrimonial y los deseos de formar su propia familia con una mujer.
    Todo ello lo volqué en Pandora, pero ahora que lo he cerrado en el hielo de mi corazón soy incapaz de encontrarlo otra vez.
Un calambre recorrió su maltrecha pierna derecha, haciéndole encogerse de la punzada de dolor.  Se llevó la mano a su muslo.
    Va siendo hora que cambie la capa protectora. El hielo ya está dejando su efecto anestésico.
Girando sus caderas el dios de los ingenieros se levantó con cuidado apoyándose sobre la mesa. Aguantando el dolor hasta llegar al molde de su prótesis, arrastraba el dorso lateral del pie.  Habían pasado milenios desde su desgraciado abandono infantil, cuando Hera lo lanzó desde el Olimpo por los acantilados de Lemnos, rompiéndole las dos piernas. La izquierda gracias a los cuidados de Tetis y Eurínome, había conseguido salvarse; pero la derecha se había quedado totalmente fracturada, imposible de soldar los huesos adecuadamente otra vez. Hasta la adolescencia, el dios de la metalurgia, había estado sin poder moverse libremente. Ambas piernas eternamente entablilladas hasta que se completó su fase de crecimiento. Los huesos se soldaron en la pierna izquierda con un poco de deformidad interna, pero que no le impedía andar. No obstante, la derecha no había podido regenerarse bien, y tuvo que ser fracturada y recolocada en varias ocasiones sin demasiado éxito. Las oceánidas se oponían a su amputación, por lo que Hefestos, harto de su incapacidad, decidió buscar una solución por sus propios medios. Fue así como se las ingenió, tras mucho estudio, para la creación de su prótesis.
La musculatura destrozada, deformada y dolorida la había rellenado y moldeado con el propio hielo de su cosmos. Había recolocado los gemelos y muslos de tal forma que eran el propio entablillado de sus frágiles huesos. Después había incluido a su reconstrucción una funda térmica que mantenía el hielo a buena temperatura para impedir que se derritiera. Aunque había conseguido una buena consistencia muscular, ésta era lo suficientemente flexible como para no tener la sensación de un tremendo peso en su pierna.
Los mayores problemas que le provocaba su invención, era, por un lado, la reposición en molde de la musculatura; esta no le duraba más de diez meses; y el hecho de que, si no lo reponía, sus frágiles huesos perdían el soporte que tenían. Sin ese soporte, podían volver a romperse, incapaces de mantener el peso de su tronco.
Hefestos golpeó con rabia la pared de su taller mientras la pierna derecha descansaba en el molde, mientras se reponían sus músculos. Aún su rudimentaria prótesis necesitaba más avances, pero el dios no abandonaba sus estudios. Gracias a muchos de ellos, había creado la crema regeneradora de las nereidas que estaba en poder de Hermes.
Mientras el dolor de su extremidad se reducía, Hefestos miró la diminuta canica de oricalcos puro encerrado en la urna de hielo que retenía sus poderes naturales. Albergaba la esperanza, de que ese pequeño objeto, le ayudara a encontrar una mejora en su prótesis y utilizar sus ventajas en otros ámbitos de su labor.
    Aquí encerrado no consigo más que ahogarme en mi propia exigencia. Debo salir al exterior a buscar inspiración.
Y dicho esto se le ocurrió hacer una pequeña visita a Apolo. Su hermano menor estaría probablemente con las musas y su conocimiento por el arte le podría ayudar en su reconstrucción.

Los días en Orcómeno pasaban muy despacio. Ya en varias ocasiones tanto Frixo como Hele habían podido visitar a su madre, gracias a la intercesión de Chryssos, quien hizo entrar en razón a su tío para que tuviera manga ancha en cuanto a sus hijos. Aunque Ino no soportaba la idea de que su predecesora y su progenie pudieran contaminarse y conspirar contra ella; no podía convencer esta vez a Atamante, quien estaba retrasando el sacrificio de sus mellizos hasta que pudieran despedirse de su madre biológica. Parecía que la fuerza de la esencia del amor que Glauco había entregado a Ino, se desvanecía.
Atamante aún no había dicho a nadie que los dioses le habían pedido la muerte de sus hijos, no obstante, Ino sí que lo sabía, pues ella había sido la que había sobornado a la Suma Sacerdotisa para que manipulara las tablas proféticas en Delfos. En ese momento, la reina celosa, tenía que disimular su ignorancia; pero, por otro lado, si Atamante se lo confesaba, ella podía presionarle de algún modo para adelantar el sacrificio; mas el rey mantenía sus labios cerrados y convivía con el dolor en solitario.
Desde que se habían casado, Ino había hecho lo posible para quedarse embarazada de Atamante y que el hijo de ambos pudiera reinar antes que Frixo, pero no conseguía quedarse preñada. Era lógico para Ino tener tan inmenso miedo. Si Frixo reinaba al morir Atamante, aprovecharía para matarla o desterrarla, ya que ella había conseguido desplazar a Nefele. Frixo y Hele odiaban a Ino con todas sus fuerzas, por eso era indispensable quitárselos de en medio. Tanto el aprecio que tenía el rey a sus hijos, como la necesidad de que su sucesor Frixo, creciera como un auténtico príncipe para gobernar a rey, eran los otros dos mayores obstáculos con los que se encontraba Ino.
Alzando su plegaria a Hera y Artemis, Ino repetía para sí. “Otorgadme un hijo.” Todos los días, de mañana, tarde y noche.
Por otro lado, los vínculos entre Hele y Chryssos bajo la forma de Therapis, se hacían más fuertes. Aquel día Frixo se encontraba en la alcoba de su madre, mirando por la ventana como su hermana y el médico limpiaban juntos algunas hierbas medicinales. 
    Vigilas aún a tu hermana como si fuera una niña, hijo. — dijo débilmente Nefele.
    Te equivocas, madre, jamás he visto sonreír así a Hele desde su adolescencia, cuando estaba comprometida con Chryssos. Estoy feliz por ella. Además, Therapis me parece de fiar.
Frixo se acercó hacia la cama donde reposaba su madre entre almohadones. Su cara estaba cada vez más cenicienta y las arrugas de dolor y desgaste ya habían invadido su antes hermoso rostro. Sentándose a su lado tomó de la mano a Nefele.
    Siempre estás tan fría. Recuerdo estas manos siempre cálidas cuando era un niño. — dijo apenado Frixo.
    Es el signo de la enfermedad, hijo.  A todos nos pasa alguna vez.
    Si pudiera hacer retroceder el tiempo para poder matar a Glauco, ese maldito día que nos trajo la plaga.
    Tú debes mantenerte vivo, hijo. Eres el futuro rey de Orcómeno. Además, me alegra ver que tanto tú como Hele soportasteis la plaga. A estas alturas seréis ya inmunes a ella.
    Pero a ti te ha cogido.
    Eso no se puede controlar.
Frixo acercó la mano de su madre a su mejilla.
    Te prometo que voy a ser un gran rey, madre.
    Estoy segura de ello. Me has demostrado todo este tiempo ir sobrepasando todos los entrenamientos y formación de príncipe con resultados increíbles. Superarás a tu padre con creces.
    ¡Sí!, ¡pero no me casaré con nadie! — dijo furioso. Mientras su madre soltó una suave carcajada.
    Pero tienes que tener una buena esposa y darle hijos que te sucedan.
    ¡Ni hablar! las mujeres te vuelven estúpido. Mira a padre.
    No le eches la culpa a él. Si conocieras la fuerza del amor, lo entenderías bien.
    No lo entiendo. Tú eres la mejor mujer del mundo, y él se va con esa.
    No intentes buscar explicaciones a las cosas que no la tienen. — decía Nefele mientras se acomodaba en su asiento. — Me gustaría verte cuando a ti te pase algo semejante.
Frixo puso un gesto de pena al escuchar aquello. Es cierto., su madre no duraría mucho. No vería como iba a subir al trono él, ni la boda de Hele. Ni podría conocer a sus nietos, ni darles el calor de abuela que había dado él y Hele.
    ¿Y esa cara? — Dijo su madre. Frixo la quitó de la vista de su madre. — hijo mío, ¿ya no te acuerdas?
    Acordarme de qué.
    El alma no muere, asciende al cosmos y con su energía bendice a sus seres queridos otorgándoles una fuerza sobrehumana y les sigue guiando en su vida. Yo no te dejaré; seguiré a tu lado y al de tu hermana.
    Preferiría que estuvieras de cuerpo presente.
Frixo inclinó su cabeza derrotado.
    Esa no es la actitud del futuro rey. Debes ser maduro y fuerte. — dijo Nefele con una expresión de rigidez en su rostro. Frixo asintió. — Mírame a los ojos y dímelo. ¡Vamos hazlo! — dijo más severa.
    ¡Sí! — dijo Frixo lleno de orgullo, intentando paliar su dolor.
    ¡Bien! — dijo sonriente Nefele.


Apolo estaba en su templo del Olimpo, en el jardín de atrás que tenía el tamaño de un hermoso bosque encantado. Era el jardín más místico y grande de todo el hogar divino. Por encima del de Afrodita y Hera. Dicho bosque se comunicaba con el de su hermana Artemis en el templo contiguo. En él los mellizos solían hacer apuestas de obtener el animal cazado más rápido.  Zeus hacía llevar en varias ocasiones a dicho bosque un montón de animales para que se entretuvieran sus hijos. 
Antes de comenzar el bosque, había un pequeño claro y un estanque artificial, con un suntuoso amueblado donde se solía sentar él a escribir sus poemas inspirado y donde se reunía con las musas para que le dieran ideas. También se encontraba un lugar para entrenar con el arco.
Hefestos entró en el jardín con el permiso de las doncellas y criados del dios de las artes. Aquel día también acompañaban a Apolo las tres gracias, quienes adoraban ver al dios tocar la lira mientras componía.
Cuando Apolo vio a su hermano mayor entrar en el jardín se llevó una gran alegría, y le invitó a sentarse con él entre las musas, mientras mandaba a sus criados a que trajeran vino y algo de comer para los dos.
    Me sorprende mucho tu visita. — dijo Apolo. — Casi nunca sales de la fragua. A veces ni siquiera vienes por aquí a dormir.
    Me suelo quedar hasta tarde sumido en mis invenciones y estudios en la fragua. Luego caigo rendido durmiendo entre mis anotaciones y maquetas.
    Eres muy trabajador ¿eh? — dijo riendo y dándole una palmada en el hombro. — También hay que salir, relacionarse y disfrutar. Un día de descanso hace luego que el trabajo fluya sin problemas.
Apolo vertió vino en la copa de Hefestos y brindaron.
    Apolo…— comenzó Hefestos. — ¿Es cierto que las musas te ayudan a componer y escribir?
    ¡Claro que sí! Pero también se necesita que algo te golpee aquí dentro— dijo golpeándose el pecho. — para que salgan cosas hermosas.
    Comprendo…— dijo Hefestos bebiendo otro sorbo de vino mientras su mirada se cruzaba con la menor de las gracias. En el momento en el que los dos se miraron, se ruborizaron recordando lo ocurrido meses antes en el cumpleaños de Hermes.
    ¿Ves? — interrumpió Apolo.
    ¿El qué?
    A eso me refiero. El rubor es el significado de que algo se ha movido dentro de ti.
    ¡Oh cállate! — dijo molesto, porque se le viera tan fácilmente. Apolo se echó a reír.
    ¡Oye Agalaye! ¿por qué no te sientas junto a Hefestos?
Agalaye se levantó tímida y se sentó al lado de Hefestos encendiéndosele aún más las mejillas. Hefestos la miraba de reojo incapaz de enfrentarse a mirarla de frente.
    Parecéis dos tiernos adolescentes. — dijo Apolo divertido mientras apoyaba su mejilla en su mano sonriendo. — Sí, ya empiezan a fluirme las ideas. — Dejando la copa tomó la lira. — Voy a componer una canción para los dos nuevos enamorados.
    ¡¿Qué?!— dijo Hefestos mientras se levantaba, violento. Quería huir de tan vergonzosa situación; pero Agalaye le tomó de la muñeca con suavidad y le miró pidiéndole que se quedara.
    ¡Oh Hefestos! No le vas a hacer el feo a ella ¿verdad?
Hefestos se sentó inseguro. Él no quería estar allí, pero el irse le haría sentirse un idiota ante su hermano, las musas y las gracias.  En ese momento, Agalaye se arrimó a él y posó su cabeza dulcemente en el pectoral de Hefestos. Colocando el poderoso brazo del dios de los artesanos alrededor de su cuello.
    Así me gusta. — Apolo calentó sus dedos y se dispuso a tocar la lira.
Hefestos sentía su corazón acelerársele y subir su temperatura. No sabría decir si eran los nervios, la vergüenza u otra cosa que hacía tiempo no sentía. Olía el suave cabello de Agalaye y su mente retrocedió al momento en que pasó la noche con ella, mientras escuchaba la melodiosa voz de Apolo al son de la lira. 

Hermes, quien pasaba por allí cerca, se detuvo al escuchar la melodía de Apolo. Posando sus pies alados sobre el tejado del templo de su hermano, contempló la escena sonriente. Hacía mucho tiempo que no había visto esa expresión en Hefestos desde que se había casado con Afrodita.
    ¡Vaya, vaya! Y yo que pensaba que había sido una mera aventura lo de esos dos. — se rascó la nariz, pillo. — Espero que esto no entorpezca a Hefestos en la reconstrucción de Pandora. O quizá… le venga bien.
Después de decir aquello se dio cuenta el dios de los ladrones que se le echaba el tiempo encima y le quedaban muchos mensajes que entregar. Antes de irse, una voz le detuvo.
    ¿Has dicho el nombre que has dicho? — Hermes se giró hacia esa voz. A sus pies estaba Atenea, dando de comer a su lechuza.
    ¡Anda! ¿Tú también por aquí? — dijo Hermes posándose al lado de la diosa de la sabiduría.
    Así es. Pero respóndeme. ¿Es cierto lo que has dicho?
    Deberías dejar de husmear tanto en las conversaciones ajenas ¿sabes?
    Lo siento, pero al ser hija de Metis, no puedo evitar tener mis poderes mentales y sentidos tan desarrollados.
    Sí bueno. No seas tan vanidosa. No le queda bien a la diosa de la sabiduría. Además, yo también tengo una mente maravillosa. — dijo dándose unos golpecitos con el índice en su sien derecha. — Atenea dejó escapar una suave risa.
    Así que te has decidido a hacerlo al fin ¿eh?
    Sí.
    Pero me preocupa que le hayas metido de por medio a él.
    Entonces cómo iba a hacerlo ¿huh? Es imposible saber qué fue de los pedazos de esa obra maestra. Solo él podía volver a hacerlo.
    Comprendo… entonces debería hablar con él.
    No le molestes ahora. Está muy bien acompañado. De todas formas, no debes preocuparte; todo está controlado.
    ¿Controlado?
    Firmamos un contrato los dos con una cláusula de confidencialidad. Además, accedió a hacerlo sin intentar comprender la causa de ello. Le dije simplemente que era para mí.
    ¿Para ti?
    Así es.
    Pero es absurdo ¿Quién iba a pensar que tú, que tienes tantas facilidades con las mujeres, lo necesitaría?
    Bueno también tengo fama de tener unos gustos muy raros y fetiches inconfesables, hermanita; eso es lo que más credibilidad da a mis palabras. Ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer.

En ese momento la discípula de Hermes, Iris, interceptó el vuelo de su maestro con un paquete entre las manos dirigido a él. Hermes lo tomó y leyó la pequeña anotación:
    Es de Cólquide.
    ¿De Cólquide has dicho? — dijo Atenea extrañada acercándose a los dioses mensajeros.
    ¿Acaso es para ti, hermana? — dijo Hermes atrayendo el paquete hacia su pecho. — Entonces no espíes la correspondencia ajena. — Con risas Hermes se marchó a seguir con sus labores.
Cuando se vio lejos de peligros abrió inquieto el paquete e introdujo sus manos. Entre un montón de paja había algo envuelto en una tela de algodón., un objeto de forma ovalada. Hermes descubrió la tela y sonrió malicioso.
    ¡Está perfecto! — dijo mientras miraba a la luz traslúcida el magnífico lacado oscuro del metal y platino. — tiene absolutamente todos los detalles. — golpeando la superficie esta sonó completamente sólida. — ¡Estupendo! El tacto del metal forjado es muy convincente. Incluso se han molestado en envejecerlo un poco para que no se note que es nuevo y falsificado.
Cómicamente Hermes se puso el yelmo en la cabeza y empezó a imitar las altivas poses de Hades, riéndose en solitario.
    Estoy seguro que Hades no notará la diferencia a no ser que pase frente a un espejo y se dé cuenta que no está invisible.
Envolviendo celosamente el yelmo falsificado de la armadura de Hades, éste lo deslizó por su botín sin fondo.
    Esta noche me acercaré al Erebo aprovechando el sueño del señor del inframundo y cambiaré el casco original por éste. Si Hefestos se enterara de a quién le he pedido el favor, no me lo perdonaría, pero por mucho que le pese a mi hermano.; Ése lémur es bastante mejor que él.


Bien caída la tarde, Hefestos se retiró del templo de Apolo. Había pasado una agradable velada en compañía del dios de las artes y sus acompañantes. En especial de Agalaye, quien se había desatado la cinta de su pelo y se la había entregado a él en señal de coqueteo. Era un mensaje subliminar de que ella le estaría esperando cuando quisiera en su lecho.
El dios de los ingenieros, con la nariz ya enrojecida del vino, sonreía mientras miraba y se restregaba la cinta por su rostro. El pedazo de seda estaba embriagado por el perfume dulzón y femenino de la gracia. Una bobalicona sonrisa apareció en su rostro, pero todavía no sabía el hijo de Hera y Zeus, si se debía al alcohol o a algo más profundo.
Su risueño momento fue interrumpido por un grupo de sacerdotes que llevaba una camilla con un bulto envuelto en lino.  Hefestos escondió la cinta y carraspeó disimulando. Los miró con reserva, pero también curiosidad. Al final de la comitiva distinguió el dios a Asclepio y se acercó a él.
    ¿Y esto, sobrino? — le preguntó Hefestos.
    Buenas, mi querido tío.  No queríamos entorpecerte el camino ¿Has ido a visitar a mi padre?
    Así es. — dijo el dios de los artesanos sin despegar sus ojos del bulto intrigado.
    Me alegra verte.
    Asclepio…, ¿Qué haces en el templo de Apolo? Y dime ¿qué es eso que estáis portando?
    ¡Oh! Pues es mi siguiente estudio.
    ¿Estudio?
    Mi padre ha tenido la amabilidad de hacer construir cerca de su templo uno para que pueda llevar a cabo mis investigaciones sobre enfermedades, pueda seguir elaborando las medicinas necesarias para mi carrera médica.
    Es muy generoso por su parte tomarse tantas molestias por su hijo.
    Mi padre es un amante de la ciencia natural y cree que el servicio que presto es muy noble. Yo también lo creo y sigo trabajando duro para poder ayudar a la gente.
    ¿Y puedo preguntar en qué consiste tu experimento que requiere tanto despliegue?
    ¡Claro que sí! Pasa con nosotros y te lo enseñaré.
Hefestos entró con la comitiva al lado de Asclepio al recinto del templo. Se trataba de una gran superficie llena de hierbas, animales y alimañas enjauladas, también había botellas, fuegos y herramientas quirúrgicas de muchas clases.  El olor era intenso y el calor también. Cuatro sacerdotes más estaban esperando a la comitiva. Algunos de ellos sentados tejiendo vendas de lino y otros discutiendo sobre mezclas de alquimia. Cuando vieron a Asclepio entrar, todos les rindieron honores.
Asclepio hizo colocar el bulto sobre una mesa de mármol. Tomando unos guantes de tela limpios se los colocó y cogió una ingeniosa herramienta formada por dos cuchillas cruzadas y dos anillas al final.
    ¿Qué es ese artilugio? — dijo Hefestos maravillado.
    Lo llamo tijeras. Es la manera más rápida de cortar superficies finas y delgadas. Es mucho más limpia que un cuchillo. Los guantes me los pongo porque la sangre suele comenzar a criar bacterias y pueden contagiarnos las infecciones que pudieran haber acaecido en el individuo.
    ¿Individuo?
Cortando el lino con las tijeras, Asclepios descubrió un cadáver con una horrible expresión de muerte en su rostro.
    ¡Por Zeus! — dijo impresionado Hefestos. Después se tapó la boca y la nariz evitando inhalar el apestoso olor que desplegaba el cadáver.
    Sí, lo sé. No pudimos llegar antes de que comenzara la descomposición del cuerpo, por eso huele tan mal.
Asclepios le indicó a uno de sus discípulos que le diera vaselina a Hefestos. El muchacho amablemente abrió un frasquito a Hefestos.
    Póngaselo bajo las fosas nasales, señor Hefestos.
Hefestos impregnó su índice en la substancia y se puso ésta bajo los agujeros de la nariz. Despegaba un olor fresco y fuerte, pero muy agradable; enmascarando el olor del cadáver.
    ¿De qué está hecha esta vaselina?
    Esencia de hierbabuena, savia y eucalipto. Es muy fuerte, pero ayuda a soportar los olores.
Asclepio pidió a uno de sus ayudantes que le trajera el instrumental de disección.
    ¿Disección?
    Así es. La disección es un proceso que me permite ver los órganos de las personas y averiguar su muerte. Es muy útil para buscar antídotos y vacunas; y lo más importante, me ayuda a conocer mejor el funcionamiento del organismo humano.
    Interesante… ¿Podría quedarme a verlo?
    Por supuesto, querido tío, pero te advierto que puede ser un poco desagradable. No todo el mundo está preparado para admirar la maravilla de la creación.
    Lo soportaré.
Asclepio sonrió amablemente y comenzó a clavar cuidadosamente sus instrumentos de disección en la piel del cadáver.


Érase que en el Inframundo su soberano se estaba dando un baño relajante al son de los instrumentos de Hipnos, Tánatos y Esfinge. Hasta los pectorales estaba el hijo de Cronos sumergido en abundante agua, repleta de loto y flores traídas directamente de los Elíseos. Pese a que Hades prefería los aromas de la mirra, el nardo y el sándalo, en el baño necesitaba sentirse fresco, puro y limpio.  Los dioses menores Pánico y Pena hacía de sus ayudantes de cámara; el primero, reponía el agua de la pila rectangular, para impedir que se enfriara; mientras que la segunda, se encargaba de lavar el largo y azabache cabello del rey de los muertos. 
Hades se encontraba con los ojos cerrados en indiscutible trance debido a los sones de ultratumba de sus subordinados. El dios de los muertos amaba las artes y la música, pero para él no debían ser solo conductores de ocio y belleza, sino también de espiritualidad. El arte para él, debía tener una conexión más allá de los meros sentidos, penetrando directamente en el alma de las personas y deidades. Por ello, probablemente, el aura del dios del Inframundo estaba siempre impregnada de cierto misticismo a la vez que melancolía; pero nada de eso hacía que el dirigente del otro mundo pareciera débil o voluble. Hades se había acostumbrado a la soledad y era admirable cómo cumplía su deber escrupulosamente, pues era una personalidad muy perfeccionista y rígida.
Los dioses del sueño y la muerte, así como el espectro de Esfinge, terminaron su interpretación. Hubo unos segundos de silencio, tras los cuales Hades abría sus ojos despacio, como si se estuviera despertando del sueño. Sus ojos verdes de mirada penetrante y serena, contrastaban entre la espesa y oscura cabellera.  Levantándose pausadamente, el hijo de Crono y Rea, se dirigió hacia las escaleras de la pileta, agradeciendo la interpretación a sus músicos privados. Pena envolvió al dios en una toalla, mientras éste se secaba con cuidado su pálida piel. Después un batín oscuro fue deslizado por sus poderosos hombros y abrochado en la cintura por un cordón rojo.
    Retiraros. – dijo a sus acompañantes. — Ya es muy tarde y hay que descansar antes de que comience el nuevo día.
Los músicos obedecieron a su soberano, mientras que Pánico y Pena acompañaban a sus aposentos al rey del juicio de almas, pero después de atravesar el umbral de su alcoba, Hades se giró hacia ellos deteniendo su paso.
    Hoy deseo estar solo.
Pánico y Pena haciendo una reverencia, obedecieron la petición de Hades y se retiraron en dirección contraria.
El seco sonido de las puertas correderas de los aposentos de Hades, hizo un poco de eco. El hermano  de Zeus y Poseidón apoyó levemente su frente contra las puertas. Mientras expiraba, contemplaba el anillo de rubí de su meñique con la descripción de su soberanía. Aquél era el signo de su nobleza y deber para con los mortales cuando atravesaban sus almas, la frontera del más allá.
    Crudo y solitario deber el que me ha sido encomendado. ¿verdad Pandora?
Andando hacia su cama, Hades presionó el escudo del cabezal de ésta. Las cortinas que se encontraban en el lado opuesto de la cama se abrieron dejando ver una gran escultura de mármol negro. Hades se acercó hacia ella lentamente.
    Aunque ésta no es más que tu mera réplica, Pandora, ahora no tengo más que esto para hablarte.  Perdóname por dejar tu corazón en el Tártaro, pero sé que nadie puede alcanzarte allí salvo yo mismo.
Apoyando su cabeza en el pecho de la estatua cerró los ojos como si aún pretendiera escuchar los silenciosos latidos del corazón qué él mismo había ocultado en aquel lugar por tanto tiempo.
    Como Osiris me dijo una vez; en el corazón reside el alma de las personas, todas sus malas y buenas obras, sus memorias de sentimientos; sus recuerdos más felices y trágicos; por ello, se pide pesarlo ante la justicia.  Yo conseguí tomarte antes de que fueras destruida por completo. Semejante peso no lo debiste cargar tú sola. Si Zeus hubiese atendido mi petición, la historia de esta humanidad sería muy distinta.
Separándose de la fría piedra de la estatua miró a los ojos a la misma y suspiró.
    Ha sido un largo día hoy. — dijo llevándose sofisticadamente la mano a su sien. — Los días en el Hades discurren muy lentos, pero el reposo de la noche me permite descansar a mí también como cualquiera de las almas que custodio en este mundo.
Deslizando el batín por sus poderosos hombros lo colocó cuidadosamente sobre el pedestal de la cama. Se introdujo en la cama estudiadamente destapada por una esquina. Antes de enterrar su cabeza en la almohada miró por última vez la estatua.
    Buenas Noches, mi querida Pandora.
Presionando el escudo las cortinas ocultaron el fetiche de Hades y éste se tendió en la cama y cerró los ojos.


Hermes llegó antes de la medianoche al Erebo. Nunca antes se había adentrado tan profundo en el Inframundo. La oscuridad en aquel lugar era aún más cerrada que en el resto de las prisiones. Los tres ríos que cercaban el islote iluminaban un poco el entorno, pero no lo suficiente. Curiosamente, pese al contraste del frío Cocitos y el ardiente Frageronte, La temperatura en el Erebo era más bien templada, podía deberse al Leto que equilibraba ambas temperaturas. Hermes contempló en silencio desde lo alto de la torre del castillo de Hades, toda la desoladora visión del inframundo.
    Esto es más impresionante que en mi visión en la fuente de la omnipresencia. Puedo entender ahora lo poderoso que debe sentirse Hades en este mundo.
Ocultándose aún más en su capa negra y colocándose más delante la capucha que ocultaba su identidad y le hacía invisible a las guardias de Hades, examinó los alrededores del castillo. Los espectros esqueléticos se encontraban en torno al titánico edificio, expeliendo un aura morada y lúgubre que los mantenía con los cinco sentidos puestos, aun careciendo de los órganos que permitían su funcionamiento.
    Ni tan siquiera Argos estaba tan fresco cuando le tuve que ejecutar. Se nota que son almas noctámbulas que no necesitan dormir. Estoy seguro que si intentara matarlos no funcionaría pues ya están muertos.  En ese caso no puedo más que burlarlos.
Hermes se introdujo disolviéndose su sangre merculina por las estrechas aspilleras de las torres. Las almenas y pasillos estaban repletas de guardias esqueletos de pesada armadura, sin embargo, el dios de los mensajeros pudo despistarles provocando algunos ruidos y luces que les obligaban a abandonar sus puestos. Una vez en el salón del trono, vigilado por seis guardias, el dios se valió de su técnica del fuego fatuo para consumir la luz morada que daba vida a aquellos soldados.  Todos ellos eran fragmentos de almas artificiales cuya única misión era poner vida a cuerpos muertos.
Después buscó en el trono la clavija que abriera el tesoro de Hades, hallándola tras uno de los cojines del real asiento. Como pasaba con la mayoría de los dioses se abrió una puerta secreta y penetró en ella sin tardar en avistar la armadura de negro y platino levantarse ante él con el mágico mandoble entre sus guanteletes.
    Ahí estás.
Elevando el vuelo cuidadosamente Hermes puso sus manos sobre el yelmo y tiró de él, pero ajeno a que no iba a ser tan fácil retirarlo, un invisible rayo azulado, que funcionaba como un muelle, atraía el yelmo otra vez a su posición originaria.
    Seguro que es oricalcos.
Se dispuso a bloquear la radiación con su técnica de los meteoros de Pegaso, con la mala suerte de que la armadura no solo se desconectó, sino que se derrumbó. Con rápidos reflejos una red de mercurio impidió que cayeran sonoramente todas las partes.
Tomando el yelmo originario. Hermes reconstruyó la armadura todo lo rápido que pudo antes de que se volviera a conectar la radiación de oricalcos, poniendo el yelmo falso en su lugar correspondiente.
    Eres un genio, Hermes. — Dijo el dios secándose el sudor de la frente. — Ahora todo es coser y cantar.
Levantando el casco de invisibilidad sobre su cabeza, sonriente se lo colocó desapareciendo su figura. De este modo pudo volver con tranquilidad a recorrer el castillo sin preocuparse de que le pudieran ver.

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