CAPÍTULO 11. El internista





En el oratorio, Thomas reflexionaba mientras miraba fijamente al Sagrario. Meditaba cada suceso ocurrido en el cine; en todas las portadas de periódicos locales había salido el ataque y estaba sumamente afectado. Se barajaban unas treinta víctimas y heridos, las cuales ninguna había todavía dicho la causa del ataque y muchas de ellas se aquejaban de amnesia; esa era la única ventaja y consuelo que tenían los Arcángeles. Sin embargo, el sacerdote se sentía inseguro, pues no podía garantizar que el rayo de pureza de Gabriel durara mucho, pues había un fallo en su técnica y ese era que en caso de volver dejarse ver los Arcángeles entre los hombres debido a la transfiguración, recuperarían sus memorias y la ley del libre albedrío se rompería.

“Si conocen nuestra verdadera existencia ahora, la fe podría desaparecer, pues al conocernos podríamos condicionar sus caminos. Él quiere que seamos libres y por ello hay que tener la posibilidad de elegir y actuar por propia voluntad. Sino la recompensa final no será tan grande en sus almas.”

Después pensó en la herida de Santiago, supo que la manera de atacar de Pruslas era sumamente peligrosa y solía llevar consigo muchos sufrimientos que podían acabar en una muerte imprevista y temprana.

“El ángel de las torturas DOMINA, conocimientos sobre la naturaleza nefastos para sí misma. No respeta orden alguno de la creación y los límites que ésta debe cumplir para no romper equilibrio. Muchos seres vivos pueden ser destruidos, incluidos los hombres, que son los más valiosos que ella encierra.”

Se levantó sin poder ocultar en su sereno y bello rostro la pesadumbre que amenazaba su paz interna. Se santiguó e hincó una de sus rodillas frente al altar, después se dirigió a la sacristía y en un antiguo confesionario se sentó desapareciendo sobre sus pies, hasta llegar a la Cripta. Una vez allí se dirigió a la capilla frente a la de Miguel. En ella la figura de un ángel portador de un cayado en su mano derecha sobre el que se enroscaba una serpiente; y con un par de peces en la izquierda. Vestía de verde. Después dirigió sus ojos al pie de la antorcha donde un hueco redondo se encontraba. Posó su mano sobre éste y cerró los ojos respirando profundamente.
- ¿Dónde te escondes Rafael? Tú eres el antídoto del veneno de Pruslas… tú.., ¡oh tan valiosa Medicina Divina!
Las urgencias en el Hospital Central de la ciudad estaban colapsadas. El Doctor Franklin estaba desbordado, pues había numerosos pacientes que después del alta habían regresado aquejados de altas fiebres. Estos pacientes habían sido heridos en el extraño ataque del viejo cine, pero parecían aumentar paulatinamente por una infección que iba extendiéndose a sus familiares. En observación acudió el médico a comprobar como estaba Joan. Las enfermeras le trajeron el parte y le dijeron que la fiebre no había conseguido bajar en toda la noche. El doctor comprobó las heridas de los hombros y vio que tenían la esponjosa barrera amarillenta del pus.
- ¡Dios mio! Se le ha infectado. Ternemos que hacer un pequeño drenaje y subirle los antibióticos.- Dijo mientras apuntaba en el parte.- Llevarla a la UCI.
Santiago entró en el hospital a que le realizaran las curas correspondientes. Le acompañaba la hermana María. Vio el enorme revuelo que había y las páginas de los periódicos donde informaban del terrible ataque del cine. Bajo la vista hacia el cómic pero la preocupación no le dejaba tranquilo. La secretaria de la consulta le llamó. Santiago cerró el cómic y lo metió en la mochila. Cojeando y apoyado en su muleta para realizar el menor movimiento, entró. Una enfermera de gesto muy amable le recibió.
- ¡Hola Santiago! ¿Cómo estás hoy?- Dijo sonriente.
- Bien gracias.
- Y cómo anda esa pierna.
- Me molesta mucho, esta noche no he podido dormir bien por eso, además, es muy incómodo ducharse con una pierna dentro y otra fuera de la mampara.- La enfermera se rió.
- No te preocupes, te voy a entregar una silicona especial que se cierra con belcho, para que te proteja bien las vendas. Vamos a ver cómo va esa herida. Una de sus compañeras de enfermería entró con un carrito lleno de gasas, algodones y botes.
Santiago se bajó los pantalones mientras la hermana María salía para respetar la intimidad del chico. La enfermera comenzó a quitar las vendas con sumo cuidado.
- ¿El doctor Franklin no está aquí?
- Está muy ocupado hoy y me ha dicho que te cure yo, ya que el internista todavía no ha llegado al hospital. Por cierto, soy Alice.
Cuando la enfermera descubrió las gasas sobre la importante herida, se dispuso a separarlas con un líquido transparente en cuyo bote ponía “suero”. Una vez separadas, la cicatriz se extendía en su muslo con los puntos. Tomo el desinfectante y más gasas y empapando éstas la posó con cuidado en torno a la línea que se estaba cicatrizando. Después volvió a poner gasas y vendar.


- ¡Qué hermoso día hace hoy!- Exclamó malicioso Pruslas respirando profundamente. Estaba en lo alto de la montaña donde sus aves anidaban. Después de un vertiginoso salto cayó sobre el suelo planeando como una experta rapaz, y volvió a penetrar en el oscuro túnel hasta llegar a una habitación cerrada donde el rumor del goteo de líquidos y el olor a formol y un sinfín de otros productos ahogaban el poco oxígeno que había. En torno a la mesa de botellas y circuitos había varios calabozos o jaulas donde rumores de lamentos y respiraciones frágiles se escuchaban. Tomó una gota de uno de los líquidos que tenía y lo puso sobre una tableta de cristal aplastándolo con otra. Después lo enganchó al microscopio y miró por el binóculo mientras se le escapaba el rumor de su risa.
- Mi extraordinaria creación ya está lista. Atrás quedaron esos días donde la medicina debía ceñirse a un estúpido juramento hipocrático de cuidar de las vidas ajenas. Lo importante es experimentar y dominar todo lo que se nos ha dado para triunfar y enorgullecerse de sí mismo.- Vertió el contenido en tres frascos pequeños y abrió tres de las jaulas. A su espalda aparecieron tres sombras. – Sidael, Leprael y Colerael.
- Sí mi señor.-Dijo la sombra del centro.
- Ahí tenéis vuestros portadores. Haced que beban esta pequeña fórmula y seréis las armas más letales que existen.
- A sus órdenes, mi coronel.- Dijeron mientras tomaban los frascos y penetraban cada uno en una de las jaulas distintas.
- Mis pequeños legionarios…- Dijo.- Uniros a Buitrel en el Hospital central y me decís cuanto de bien van las cosas por ahí.
- ¿Qué hacemos si nos encontramos con algún Arcángel por el camino?
- ¿No es obvio? Destruidlo.- Dijo mientras carcajeaba.- Aunque sé muy bien que uno de ellos ya está fuera de juego. Apuesto que Buitrel ya encontró a su portador. Esta es una muy pequeña ciudad y solo hay un hospital Central, donde todos los heridos de gravedad acuden…




La enfermera que había traído el carrito a Alice salió con ésta de la consulta. Se separaron hasta que la segunda llegó a un estrecho y poco iluminado corredor donde solían arrinconar y ordenar los medicamentos y otros productos médicos. Entre las sombras un hombre de oscuras ropas le dijo:
- ¿Lo has hecho?
- Sí mi capitán.- Dijo inclinándose la enfermera.- He encontrado al chico herido por nuestro coronel Pruslas. La herida que provoca su arma es inconfundible y tal y como dijo; he cambiado el desinfectante por el retardador.- Dijo quitando la etiqueta la enfermera del desinfectante que había utilizado su compañera Alice. El hombre lo leyó y sonrió.
Los ojos de Pruslas se iluminaron de crueldad al haber percibido su mente que su plan había salido bien gracias a Buitrel y esa enfermera. Dijo a sus tres legionarios que salían de las celdas en cuerpo ya presente y embozados rostros.
- Al portador de Miguel le espera una lenta, dolorosa e irreversible muerte. Nadie será capaz de conseguir el antídoto a mi genial artimaña venenosa que poco a poco va a contaminar su cuerpo. Será expulsado de la tierra y tendremos acceso libre a ella, nosotros, los súbditos de Astaroth y de aquél que un día fue el más bello de los creados en el Cielo.



Thomas sintió encogerse su estómago y corazón. Había tenido un malísimo presentimiento, como si las ondas sonoras de las carcajadas de Pruslas hubiesen hecho vibrar su sistema de alerta. Por algo poseía el don de la providencia. Levantó la cabeza hacia la puerta de la UCI por donde salían los padres de Joan, con sus ojos repletos de lágrimas. Se abrazaron. Thomas se acercó a ellos que le dijeron que su hija estaba entre la vida y la muerte y que esa noche sería decisiva.
- Esta noche no dormiré y rezaré el rosario para que Dios nos asista.- Respondió el padre Thomas.
Valentín, que había acompañado a Thomas, estaba abrumado por todo lo que pasaba y quiso entrar en la UCI pero no le dejaron. El Padre Thomas le dijo que volviera a la escuela pasando antes por consulta donde se encontraría con Santiago y la hermana María que habían venido a que al chico le hicieran las curas.
- ¡Pero yo quiero quedarme!- Exclamó.- Joan es mi amiga.
- Créeme Valentín que aquí no puedes hacer mucho. Lo que pase hoy a Joan solo depende de ella.., nosotros solo podemos rezar. Esta tarde oficiaré la misa por ella y vendré aquí para estar con su familia. Tú debes descansar o mañana empezarás tu primer día de escuela rendido.
- Pero padre…
- Qué chico tan amable.- Dijo la madre de Joan, tomándole de las manos.- Seguro que con amigos como tú ella despertará pronto. Haz caso al Padre Thomas, yo hablaré a Joan de que estás aquí.
Valentín no pudo negarse a lo que la madre de Joan le decía y contestó a ésta:
- Yo también rezaré por ella.- Después echó a andar rápidamente por el pasillo hasta el ascensor mientras se quitaba las gafas empañadas de llanto y enjugaba sus lágrimas diciéndose.- Ha sido culpa mía, ¡yo las llevé a ese cine! Debí hacer caso a lo que dijeron Sara y Ana y no haber ido a esa película. Voy a destrozar las pocas amistades que he hecho.
El ascensor abrió sus puertas. Valentín tomó las gafas y se las puso mientras avanzaba cabizbajo al frente. Sentado en el uno de los sillones del vestíbulo estaba Santiago con la hermana María, preocupados por lo que les había dicho Thomas sobre Joan. La hermana María al contemplar al derrumbado Valentín intentó consolarle, pero no salió ni una palabra del chico. Santiago avanzaba despacio tras ellos pensando que pese a ser un Arcángel, no podía hacer nada para salvar a Joan.
- ¡Maldito seas Pruslas!. Te voy a patear la cabeza hasta hundirla en la tierra para que llegues directamente al infierno al que perteneces- Dijo en voz baja, mientras sus ojos destellaron de poderoso azul cyan.
Se metieron en el autobús. Santiago y Valentín iban juntos, mientras la hermana María estaba de pie rezando ya el rosario. Santiago miró a Valentín que estaba derrotado mirando por la ventana. Éste se giró mirándole a través de sus grandes gafas. Después miró al suelo.
- Fue culpa mía…- Volvió a romper a llorar y le abrazó desconsolado. Santiago no se esperaba tal reacción sin saber qué hacer, pero su labios dijeron escapando de su control:
- No te culpes, gafotas. Hay que tener fe y Joan saldrá de ésta. A veces hay cosas que escapan de nuestra realidad y que se resuelven sin ninguna explicación.
Valentín tuvo una extraña sensación al escuchar esas palabras. Se sintió bien y la paz y tranquilidad que le transmitía Santiago le resultaban familiares. Se colmó de pronto de una gran esperanza.
- Ahora sino te importa, no me abraces porque nos están empezando a mirar mal.
Valentín se separó rápidamente avergonzado, pero entornó una sonrisa en su rostro y dijo:
- Eres buena persona, Santi, Ana y yo lo sabíamos; además, lo has dicho tan seguro, que ya no temo nada; porque ella saldrá adelante… lo sé, por la sola razón de que tú me lo has dicho.
Santiago miró a Valentín sorprendido de lo que había dicho mientras Miguel le decía desde su interior:

“¿Ves cómo todo lo puedes?”

El atardecer había caído en la ciudad mientras salía de la estación un hombre vestido con largos ropajes y una palestina envolviéndole del frío viento que soplaba. Iba ligero de equipaje y sus verdes ojos resplandecían en su morena piel, lo que provocaba que la gente se girara a mirar su peculiar y misterioso aspecto.
- Aquí huele a contaminación que amenaza la salud.

Alzó sus ojos al reloj del consistorio, eran cerca de las seis y media. Debía apresurarse a llegar al hospital antes que le sorprendiera la noche. Había hecho un largo viaje hasta allí sabiendo que alguien le esperaba en aquella ciudad y no podía demorarse mucho más, pues las canas ya estaban amenazando su juventud y la enfermedad terminando con su vida.
- Es un buen lugar para morir.-Se dijo.
Después de un rato caminado había llegado al hospital y entró en urgencias donde vio la agitación. Se acercó a la mesa central y preguntó por el Doctor Franklin. La enfermera le pidió educadamente que le repitiera lo que había dicho. El hombre sonrió amablemente entendiendo que pese hablar en perfecto francés su acento era notable.
- ¿Me podría decir dónde puedo encontrar al Doctor Frnaklin? Soy el médico internista, el doctor Mijots Degh.- La enfermera se levantó y le dio la mano aunque no sabía si él se la iba a tomar puesto que parecía musulmán, así que se quedó a medio camino. El hombre emitió una suave risa y le tomó la mano.
- Encantada, soy Alice.
- Alice, bonito nombre.- La enfermera se ruborizó.- Perdona mi aspecto, pero acabo de llegar de África, donde he estado estos últimos años ayudando a una ONG. Cuando he leído en el periódico lo que había pasado he venido aquí lo antes posible para ayudar en todo lo que pueda.
- Hay una extraña enfermedad que está atacando a nuestros pacientes y el hospital está lleno.
- Por eso estamos aquí.
- Entonces, encontrará al doctor Franklin en la primera planta. La consulta 22. Aquí podrá dejar su equipaje hasta que salga.
- Muchas gracias.
Cuando Mijots entró en la consulta encontró al doctor Franklin en el escritorio dormido sobre sus libros y apuntes. Entendió entonces que estaba rendido de revisar sus estudios epidemiológicos. Se cambió la ropa para ponerse en pijama verde y bata blanca. Tapó al doctor con una manta y tomó el historial de Joan y lo leyó detenidamente. Después acordó ir a verla y decir las instrucciones a las enfermeras para trabajar por su mejoría. Salió de la consulta de camino a la planta cuarta, mientras repetía el juramento hipocrático que había visto colgado sobre la pared de la consulta de Doctor Franklin.
Cuando llegó a la UCI se acercó a Joan. Las enfermeras miraron el termómetro: seguía en 39 y medio sin bajar.
- Es una infección general, semejante a la que produce el comer carne putrefacta...- Después dijo el nombre técnico de la bacteria.- Hay que cambiar el antibiótico. Éste es demasiado débil para un bicho tan resistente y peligroso.- Dijo mientras apuntaba todo en el historial. Las enfermeras se quedaron un poco sorprendidas pues no sabían quién era aquel caballero de la trenza y de aspecto tan exótico. Mijots levantó la vista y las vio paradas.
- Lo siento, soy el nuevo internista.- Dijo ofreciéndoles la mano; las enfermeras la tomaron y salieron a obedecer las instrucciones de su nuevo jefe.
Mijots se puso el fonendoscopio para escuchar los latidos de Joan. Eran muy lentos y débiles. Se sentó al lado de chica y posó su mano sobre la frente de ésta.
- No temas pequeña, te pondrás bien.



En la capilla del hospital se encontraba Thomas rezando junto a los padres de Joan el rosario. Iban por el tercer misterio glorioso, Pentecostés; y como si entrara el mismo Espíritu, en ese momento, frente al sacerdote, apareció una lengua de fuego verde esperanza.
- ¡RAFAEL!- Exclamó en su interior henchido de alegría, sin embargo, no se levantó porque debía mantener el tipo delante de los padres de su alumna.
- Hola Gabriel, gracias a tus oraciones te he encontrado y finalmente he venido. Mucho tiempo ha pasado hasta que nos hemos encontrado, amigo mío, y tal vez no sea demasiado tarde aún para que completes la transfiguración de mi portador, él, pese a su enfermedad, ha venido a reparar el daño ocasionado por Pruslas. Está plenamente entregado a su misión y toda su vida le ha bendecido. Se ha entregado a la labor de ayudar a los más desfavorecidos de esta tierra.
- Como es propio de ti, Rafael, la caridad es tu virtud y el color verde esperanza de tu espíritu hoy ha colmado con su protección los enfermos de este hospital.
- Tus palabras son tan bellas como tú, Gabriel.-Dijo modestamente.- Muchas gracias. Ahora, me retiro, pero encuentra a mi portador para transfigurarle con tu Anunciación.
- Ese en mi deber.
La llama verde desapareció. La mano del padre de Joan hizo reaccionar al sacerdote.
- Padre Thomas, ¿estáis bien?- Le dijo.
- Si, tranquilo.- Dijo estrechándole la mano.- Ahora sé que vuestra hija se recuperará.- Volvió a girarse y sonriente recuperó la dinámica del rezo.- Cuarto misterio…


Mijots salió del hospital eran las 6:00 de la mañana. A Joan le había bajado la fiebre y se encontraba satisfecho; por eso mismo revisó los historiales del resto de los pacientes y ordenó el mismo tratamiento para todos, obteniendo el mismo buen resultado. Todos estaban anonadados y por ello pensaron que la llegada del nuevo internista había sido un milagro de Cielo. No obstante, Buitrel, que estaba al tanto de la situación por su espía entre las enfermeras, no quería que el plan de su coronel Pruslas se echara a perder, por lo que ordenó a los tres principados a su cargo que lo persiguieran y se deshicieran de él. Así Leprael, Colerael y Sidael siguieron al internista y en un callejón le acorralaron.
- ¿Quién te crees que eres para destruir nuestros planes, moraco del tres al cuarto?- Dijo Leprael.
- ¿Quién sois?- Dijo el médico.
- No malgastes tu saliva preguntando, sino rezando, porque aquí pondremos final a tu existencia.- Dijo Colerael.
- Será la enfermedad la que acabe con el remedio esta vez.- Dijo Sidael.
Los tres se abalanzaron sobre el médico para golpearle. Este los esquivó para la sorpresa de los demonios.
- ¿Cómo ha conseguido esquivarnos?
- Aunque ya tenga unos cuantos años encima, me he enfrentado a muchos como vosotros y comprobaréis con vuestros propios ojos porque se dice que el remedio es peor que la enfermedad.- El médico entrelazó sus manos y extendiendo los dedos índice y corazón dijo:

“Rafael, medicina que todo lo puedes, entrégame tu sagrado cayado para poder detener a aquellos que pretenden sembrar con la muerte el mundo de los hombres…”


Frente a él se clavó un cayado con forma de serpiente como una jabalina.
- ¡Apartaos, apartaos!- Exclamó Leprael a los otros dos.- ¡Es el sagrado cayado de Rafael!
- Así es y con él pienso eliminaros a cada uno como si fuerais insignificantes bacterias.- Tomo el cayado el médico y en sus brazos aparecieron tres cruces más y tres puntas de lanza. – ¿Quién quiere ser el primero?
Los tres se lanzaron nuevamente irritados por la arrogancia del médico. Leprael fue repelido con el propio cayado el cual detuvo dos patadas y le golpeó la cabeza. Sidael fue detenido con las tres puntas de lanza que le clavaron en la pared y Colerael fue rechazado por las cruces que le rajaron las piernas y un brazo dejándole mal herido.
- Es increíble… ¡qué rapidez!- Dijo Leprael irguiéndose mientras le sangraba la nariz y la boca.
- Nos ha detenido a los tres sin la menor dificultad.- Dijo Colerael mientras presionaba la herida de su brazo intentando detener la sangre que se derramaba de él.
- ¡Ya basta estúpidos!- Exclamó Sidael que hizo amago de todas sus fuerzas para desclavarse de la pared pese a desgarrase los brazos y la pierna derecha.- Es un viejo, no os dejéis sorprender porque porte los atributos del Arcángel Rafael.
Mijots agitó el cayado cuya rigidez desapareció convirtiéndose en una cadena de bambú coronada en los extremos de una cruz y la punta de una lanza. Se dispuso a hacerla girar como el lazo de un vaquero, sin embargo, un intenso dolor se apoderó de su estómago y cayó al suelo vomitando sangre.
- Un portador viejo y enfermo.- Dijo carcajeando Sidael levantando el ánimo de los otros dos que se unieron a él para atacar al médico que había perdido la guardia por el ataque. Pese a que éste intentó levantarse no pudo y los tres se dispusieron a darle patadas.

Thomas transfigurado apareció deslumbrando a los demonios.
- Gabriel…- Dijo el destrozado médico cuando vio los tobillos del Arcángel. Éste lo tomó entre sus brazos.
- Vuestras artimañas ya no harán daño a este enviado del Cielo.
Los demonios se giraron a su espalda y vieron a Santiago transfigurado en Miguel.
- ¿Qué te parece? – Dijo Sidael.- Como en los viejos tiempos. Demonios y ángeles juntos.
- Uno para cada uno.- Dijo Leprael.
- Te equivocas… tres para uno.- Dijo Miguel apareciendo la espada entre sus manos.- Gabriel, llévate al portador de aquí.
- Pero tu pierna…- Dijo Gabriel.
- ¡Hazlo!
Gabriel se llevó al médico a un lugar a salvo.
- ¿Quieres seguir ganándote el Cielo?- Dijo Colerael.- Pobre de ti… no sabes cuánto te pierdes en el infierno.- Se lanzó el principado caído a Miguel junto a los otros dos. Miguel le batió con su espada, valiéndose de sus piernas para poder golpear a los otros dos. Pero no pudo más que golpear a Leprael pues el dolor de su muslo le hizo atacar a Sidael con la empuñadura de la espada.
Los tres fueron detenidos un instante debido a sus maltrechas heridas.
Miguel puso la mano en su pierna dolorido. Cuando se dio cuenta los puntos habían saltado y volvía a sangrar.

“¡Maldita sea! cómo voy a vencerles en estas condiciones” Pensó.

- Duele ¿verdad?- Dijo irónico Sidael.- pues aprende como nosotros nos levantamos pese a nuestras heridas. Esta es la fuerza que Astaroth nos da.
- Y nuestro capitán Buitrel.- Dijo Colerael.
- Y nuestro coronel Pruslas.- Dijo Leprael.
Miguel sintió como el dolor aumentaba hasta el punto de doblarse. “¡Es insoportable!”
- ¡Con nosotros están tres, Miguel! ¿Y contigo quién?
- ¿Con…migo…?- Dijo Miguel levantándose.- No necesito más que Uno que todo lo puede… incluso hacer que deje de doler ésta herida.
Miguel se iluminó completamente frenando la rápida carrera de los tres demonios que se deslumbraron. Miguel pudo verles y herirlos gravemente en sus órganos vitales derrumbándolos.
- A vosotros tres os pido que abandonéis esos cuerpos malheridos y dejéis que se recuperen o que mueran en paz.- Dijo Miguel mientras sentía un pequeño mareo. Los tres le escupieron.
- Prueba a ver si tú, Gabiel y ese enfermo portador del cayado de Rafael conseguís tal cosa.- Dijo carcajeando Leprael, mientras los otros dos le hacían el coro.
- Vuestra decisión ya ha sido tomada.- Dijo Miguel.
De un solo golpe los tres troncos de los demonios fueron rajados a la altura de los pulmones por el filo de su espada, saliendo las sombras de los principados caídos. Miguel cayó al suelo, pues el dolor venció su resistencia.
Mientras, los tres cuerpos moribundos posaron sus manos en la espalda del Arcángel acariciándolo, agradecidos de que los hubieran salvado.


CRUZ DE SAN JUAN


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