CAPÍTULO 5. Las Siete Llamas






Aamon emprendió la carrera como alma que lleva el viento. Sabía que no iba a ser fácil enfrentarse cara a cara con Gabriel y en caso de atreverse a ello, necesitaba aún encontrar el punto flaco del Arcángel.
—¡Pobre Aamon…!— Escuchó a su alrededor.— Desertar de esa forma tan cobarde del combate…— El tono de la voz era burlona y humillante.
—¡Pruslas! Sé que eres tú.— Entre las sombras apareció un tipo vestido igual que él.
—¡Debería darte vergüenza! Un Coronel de Astaroth dando la espalda a su señor.
—¡Calla tu estúpida bocaza!— Dijo Aamon cogiendo de las solapas del abrigo a Pruslas.— Olvidas que a mi mando están treinta legiones de principados.
- Sí unos cuantos.— Dijo sacudiéndose el abrigo mientras reía sarcásticamente.— Pero dentro de poco serán menos si los mandas a morir inútilmente. ¿Cómo vas a explicar a nuestro Señor tan enorme fracaso?
- Mi señor Astaroth no lo sabrá aún. Si escupieses algo por tu babosa lengua, juro que te la arranco de un tirón. Hay que hallar la manera de encontrar a ese portador…
- Olvidas que intentas atrapar a uno de los arcángeles más poderosos y prudentes.
—¡Qué arcángel no lo es! Pero Gabriel debe tener un talón de Aquiles y lo voy a encontrar, aunque tenga que sacrificar mi vida.
- Está bien, pero como desertes nuevamente no dudaré en ejecutar las órdenes que Astaroth me ha dado.
—¿Qué ordenes?
—Sabes perfectamente lo terriblemente violento que es el General de los Infiernos…
Pruslas se desvaneció cuan niebla en las montañas dejando a un inquieto e irritado Aamon en la cerrada noche.



Ana asomada a la ventana. Había visto algo que la había intrigado. Joan se acercó y le deshizo las trenzas del pelo.
—¿Tú lo has visto, Joan?
—¿El qué?
—El relámpago de la profunda arboleda.
—¿Relámpagos?— Rio— ¡Es imposible! No ves lo despejado que está el cielo.
—Tal vez haya sido mi imaginación.
—¿Cuánto de bello será un ángel, chicas?— Dijo Sara sentada en la cama. Estaba leyendo una página en su portátil sobre leyendas de ángeles.
—¿A qué viene eso?—Dijo Joan.
—Cuentan en esta página auténticas maravillas de ellos. Las obras que realizan por las almas que guardan no pueden ser más que el objeto de una enorme bondad.
—Ya andas con tus extrañas aficiones, Sara.— Decía Joan riendo.
—¡Yo he visto uno!— Dijo Ana
—¿Qué?— Dijeron Sara y Joan.
- Santiago estaba dibujando uno, y era tan bonito que no podía parecerse más que a los verdaderos. Si un ángel es bello, sin la menor duda, Santiago lo reflejó bien.
—No puedo creer que “el oscuro” tenga la sensibilidad de dibujar.
- Creo que ese es vuestro problema juzgáis a las personas antes de conocerlas.
—¡Huy! Aquí me huele a A—M—O—R.— Ana se ruborizó.


Una luz cegadora envolvieron a Gabriel y Santiago. El segundo estaba absorto contemplando al arcángel sin poder apartar sus ojos de él. “Tienes miedo Santiago.” Dijo Gabriel recibiendo como respuesta una negación de cabeza. “Entonces, confías. Harás un viaje que solo yo puedo Revelarte.” Gabriel puso la mano sobre la frente de Santiago y éste cayó en un profundo trance.
Como si se tratara de una pluma, Santiago se liberó del peso de su cuerpo y ascendió experimentando una agradable sensación de vacío y bienestar. Una luz le cubrió por completo obligándole a cerrar los ojos. Cuando los abrió vio frente a él una inmensa llama rosa, que pese a tocarle no le quemaba. Alrededor de ella seis más de distinto color. Una azul avanzó a la altura de la rosa, y comenzó a hablarle con una voz profunda.
—Bienvenido Santiago.
—¿Quiénes sois?— Preguntó el adolescente.
—Somos las siete llamas que están a los pies frente a nuestro Creador. La siete más poderosas y fieles, y yo soy la que guarda tu corazón en la tierra, porque eres mi custodio.
—Mi custodio… ¿mi ángel guardián, quieres decir?
—Así es. Yo soy tu ángel guardián y mi nombre es Miguel.
—¡Los siete arcángeles!
—Tú lo has dicho.
Santiago sintió un pavor tremendo de pronto. Como si hubiera perdido toda cordura de sí mismo. Todo aquello parecía una alucinación y se había vuelto loco.
—Pensé que confiabas.— Dijo la llama.— Es normal que temas pero no que dudes en lo que estás viendo. Tienes que tener fe pues se te ha revelado la verdad. Nosotros existimos y estamos aquí para protegeros, pero aún no ha llegado el
final y debemos devolver todo a su cauce. Ahora debemos hacernos uno y llevar a cabo la misión.
—¿Qué misión?— Dijo desconcertado.
—Salvar las almas y sellar a los protegidos.— La llama se alejó después de que una de sus brasas le tocara la espalda.— Ve y prepárate; pronto nos volveremos a ver.
Una violenta caída hundió a Santiago en una inmensa oscuridad y con velocidad vertiginosa, como el avión que se estrella sintió un golpe, pero no le dejó secuelas físicas.
Al despertar estaba respirando angustioso. Intentando beber a enormes bocanadas el aire que por un instante, que parecía una eternidad, le había faltado en los pulmones. Cuando ceso el agarrotamiento de sus miembros, se giró por el suelo hasta tropezar con los pies de Gabriel, que lo auxilió tomándolo en brazos.
—Respira despacio y con tranquilidad o te provocarás un edema o un fuertísimo flato. – Santiago miró el rostro de Gabriel mientras sentía serenarse, después mirando por encima del ángel descubrió una bóveda que los cubría.— Estás en la cripta del oratorio y has sufrido lo que se llama “viaje espiritual” provocado por mi técnica de la Revelación. Has viajado a la segunda dimensión de este mundo, la llamada transición, entre la dimensión espiritual y la real. En la dimensión transitoria o de transición, solemos encontrarnos los arcángeles cuando el Altísimo nos envía a daros mensajes. En muy pocas ocasiones solemos descender hasta la Tierra. Esperaba que Miguel se te presentara tal y como lo conoces, en la forma física de Mario, el mendigo barbudo que encontró la medalla que portas; pero tu trance ha sido muy profundo y has ascendido solo sin haber necesidad de descender hasta tierra firme ninguno de nosotros para darte el mensaje.
—No…so…tros.— Dijo Santiago con dificultad.
—Yo soy Gabriel, el segundo de los Arcángeles por orden de coros. El querubín de más alto rango. El que fue bautizado por mi Señor, como “poder de Dios” y que alaba con ceguera su sabiduría, pureza y santidad.— Gabriel hizo brotar de su mano una llama rosa y Santiago comprendió que era la llama rosa que no le había soltado durante su trance.— No debiste temer, yo estaba contigo y sigo estando ahora.

Santiago, ya bastante recuperado se incorporó con ayuda de Gabriel hasta quedarse sentado sobre sus talones. Miro a su alrededor y vio dispuestas en el perímetro de la cripta siete capillas con las imágenes de siete ángeles. A la derecha había uno que tras el cristal de su peana, reposaba una antorcha del curioso color rosa. Gabriel se acercó hacia esa imagen.
—Yo soy el único que ha descendido a la Tierra de forma permanente, y por eso parte de mi espíritu se encuentra en esta reliquia y este cuerpo que me porta. Los ángeles gracias a carecer de cuerpo, podemos estar en muchos lugares.— El arcángel se llevó las manos hacia sus sienes y se dispuso a retirar la diadema que reposaba sobre ellas y provocaba el destello de su frente, pero pensó que tal vez sería mejor que Santiago solo le conociera como Gabriel y no como Thomas.
Se giró hacia él después de alejar sus manos de la diadema y juntarlas a la altura de su pecho. Santiago ya estaba de pie sin apartar sus ojos de él con gesto de intriga. Él no pudo evitar reír.
—Sigues sin creer lo que ves ¿no es cierto? Escucha bien. Los siete arcángeles hemos sido llamados a descender hasta la tierra porque los demonios están invadiendo el mundo de los hombres sin control. Te has tropezado con dos Principados, Razquiel y Azaquiel que bajo el mando de Aamon han invadido las almas puras de los hombres en contra de su voluntad. Hay algo que se llama libre albedrío, del que tanto ángeles y demonios tenemos la gracia de tener, como vosotros; pero no está aún previsto que demonios asciendan del infierno para precipitar el fin del mundo. Estamos aquí para frenarlos.
—¿Los demonios, los zombis que me perseguían, están saltando del infierno a la tierra para precipitar el fin del mundo?
—Así es, lo has entendido muy bien.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Las almas custodiadas por los Siete Arcángeles son los únicos que pueden ayudarlos. Tú Santiago, como alma custodia de Miguel, has de ayudarle como él te ha ayudado en estos 15 años. Sé su portador para poder luchar contra los demonios que invaden las almas inocentes.
—Pero habrá más almas que custodie.
—La única alma que custodiaba era Mario, pero su tiempo ya ha cesado aquí. Has sido elegido por Miguel, al entregarte él su símbolo.— La cruz de Santiago flotó por el aire hasta las manos de Gabriel, como atraídas por un imán. – Es el símbolo de una nueva alianza de almas, y eso no es razón de vergüenza o locura, sino de honorabilidad y enorme fe en ti por su parte.— El crucifijo desplegó una potente luz azul que invadió la cripta como el aurea de una aparición y una espada apareció en su lugar.— Miguel te entrega su espada como el rey que nombra caballero a su general. Tómala y acepta su regalo para contigo.
Santiago cogió la espada absorto por su belleza pero el peso de la misma le quebró los bazos. Gabriel se echó a reír.
—Requieres de mucho entrenamiento hasta que seas capaz de levantarla.— Le puso la mano sobre el pelo y lo frotó cariñosamente.— Para eso estoy aquí. Seré tu maestro.— La espada se redujo hasta volverse otra vez el crucifijo y Gabriel se lo volvió a poner.
—Estoy muy confuso yo…
—No tienes que entender nada, solo creer. ¿Qué más pruebas quieres de la Verdad? Ésta se te ha revelado, sabes tú misión.
—Pero solo soy un chico de 14 años, mi única preocupación ahora es ser aceptado por mis compañeros y aprobar los exámenes para no quedarme sin vacaciones.
—Es cierto, si vas a hacer esto deberás madurar antes, ¿pero realmente crees que el Cristo no tuvo dudas de lo que tenía que hacer? Hasta la mismísima noche de su prendimiento temió pero una y otra vez supo levantarse y terminar su misión en el mundo. Me recuerdas a Él aquella noche en el Getsemaní.
—Fuiste tú…
—Eso no es importante ahora. No has de saber más que lo que se te ha revelado. ¿Aceptarás?
—Debo pensarlo…
—Eso no es posible. Debes elegir ahora, no tienes que temer nada, yo estaré contigo.— Dijo poniéndole la mano en el hombro.

Santiago miró detrás del ala derecha de Gabriel y se dirigió a la capilla del fondo. En ella había la imagen de un ángel con una espada pisando a un dragón. Se giró hacia Gabriel que lo miraba levitando sentado sobre su aurea rosa, dijo éste:

“Dentro de ti está el mismo espíritu de fe y redención que todos seguimos y adoramos, pero tienes que creer. Cree como Miguel.”

Gabriel señaló la imagen del Ángel que observaba Santiago. Éste lo miró diciendo.

“LO HARE” 

—Eres digno Santiago. Ahora ve a descansar y mañana ven al oratorio después de tus entrenamientos de fútbol.— Santiago se giró hacia Gabriel extrañado, como si aquella frase le sonara.
- ¿Cómo sabes que yo…?
- Los ángeles leemos en las almas. Ve en paz Santiago.— Gabriel giro su brazo lentamente. Tras Santiago se abrió una puerta que no había visto antes.— Te llevará directamente a tu habitación y recuerda tu palabra. Te estaré esperando.
- Aquí estaré.
Santiago corrió hacia el pasadizo. Gabriel lo vio alejarse en la oscuridad hasta que cerró la puerta. Después se quitó la diadema, que se colocó a los pies de llama rosa de la imagen que lo representaba y Thomas volvió a su forma diciéndose:
- Creo en ti Santiago…
Santiago llegó directamente hacia su habitación abrumado de todo lo que había acontecido en esa noche. Era tarde, pero aun así decidió darse una ducha para poder asimilar y reflexionar lo que le había dicho Gabriel.



El vapor invadía la habitación de lo caliente que estaba el agua, pero lo cierto es que el adolescente andaba destemplado desde su experiencia y la temperatura le reconfortaba. “Yo… el portador de Miguel… No lo puedo creer.” Miró las palmas de sus manos y eran tan humanas como cualquier otra. Su cuerpo no translucía ni tenía la belleza de Gabriel, menos todavía con la brecha de su ceja que endurecía más su rostro.
Salió de la ducha y se miró al espejo. Sintió una pequeña molestia en la espalda por la zona cervical y los omoplatos. Se rascó y entonces descubrió en su piel un tatuaje. Lo miró absorto. Se trataba de la cruz de Santiago que ardía como una llama azul.

- Ya has sido tocado por mi fuerza.— Al girarse vio a Mario — Cuando completes tu entrenamiento ya no será un mero tatuaje, sino la señal de nuestra unión.

Será la medalla tu arma y habrás de aprender a usarla, Santiago. Me hubiese gustado entrenarte personalmente pero no me ha sido posible, sin embrago, no te preocupes, si tienes fe estaré contigo luchando corazón con corazón.


La figura se desvaneció dejando a Santiago solo en su habitación. Tenía tantas preguntas que hacerle a Miguel, que no fue capaz de hablar debido al colapso. Tirándose en la cama resolvió ordenar su mente y preguntar al día siguiente a Gabriel, quien sería su maestro en adelante.

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