CAPÍTULO 12: El tercer símbolo





Gabriel suspendió su vuelo en seco, pues tuvo la sensación de que el corazón de Santiago se debilitaba.
- Debemos volver…- Dijo volviendo en sí Mijots sostenido por Gabriel.- El chico corre peligro yo también lo siento. – Gabriel miró a Mijots tenía un pequeño hilillo de sangre en la comisura de sus labios y estaba preocupantemente pálido.
- Te dejaré en un lugar seguro y yo me encargaré del chico.
- ¡No! He venido a salvar vidas, no a permitir muertes. ¿Ya has olvidado cual es nuestra misión?
- Tienes razón.- Dijo tomándolo con más fuerza y cambiando la dirección de su vuelo.

Buitrel avanzó entre los maltrechos portadores de los demonios que estaban a su cargo. Estaba realmente decepcionado de lo poco eficientes que habían sido al caer tan pronto.
- Ese estúpido Coronel… ¿no había creado una receta que haría infalibles a éstos? Me produce una enorme vergüenza estar al cargo de ese demonio científico loco, no entiendo por qué Astaroth lo ascendió, ese debía ser mi puesto.- Miró el cuerpo de Santiago que de la debilidad había perdido su transfiguración tal como si ya estuviera extinguiéndose su vida.- y este mocoso es el portador de Miguel… no voy a arriesgarme a que Rafael lo cure a tiempo, es nuestro peor enemigo.- Sacó de su bolsillo una daga y tomó el cuerpo de Santiago por el cuello.- Me aseguraré de que nunca se abran tus ojos y no vuelvas a descender.- Apoyando la hoja de la daga en el lado izquierdo del cuello se dispuso a rajarlo pero un shuriken en forma de cruz desvió la mano homicida antes de hacer daño al chico. Buitrel tomó su mano herida y se giró a su espalda con los ojos ensangrentados de ira. Tras él estaban Gabriel y Rafael.
- Es deshonroso intentar atacar un cuerpo que no puede defenderse.- Dijo Rafael.
- Pensaba que ese ataque de vómitos ya te había matado, viejo…- Dijo riendo.- pero veo que eres duro de roer. No me importa porque voy a acabar con tu vida y te ahorraré el sufrimiento que te produce tu enfermedad. De veras que deberías agradecérmelo, porque yo, un siervo de Astaroth, va a poner remedio a la enfermedad que el de Arriba te ha mandado. - Dijo sacando una segunda daga y manejándolas con la maestría de una mayoret.
Grabriel tomó el cuerpo de Santiago y lo notó que estaba excesivamente caliente y sudoroso. Pese a las chapetas rojas de sus mejillas su cuerpo estaba tan pálido como un muerto. Miró la herida que seguía sangrando.
- Santiago, estoy contigo, debes aguantar hasta que Rafael te cure, entiendes… aguanta…
Rafael como un prestidigitador sacó dos puntas de lanza una por cada mano y cruzándolas frente a sus ojos pronunció otra oración esperando el ataque de Buitrel.
- Veamos quien gana de los dos, Rafael, si mis afiladas dagas o tus polvorientos kunai.
Buitrel se abalanzó sobre Rafael chocando las hojas de las armas. Ganaba terreno el demonio quien hacía retroceder a Rafael sobre sus pasos. El capitán de Pruslas arremetía una y otra vez contra el médico, quien consiguió frenar los estoques, sin embargo, uno de ellos se le escapó, hiriéndole el costado limpiamente. Rafael cayó sobre la tierra de rodillas, pero cuando iba a darle el golpe de gracia el demonio, se deslizó el ángel bajo sus brazos y le cortó ambos talones de Aquiles haciendo caer al principado en un desgarrador grito de dolor.
- No puedo expulsarte como Miguel.- Dijo Rafael.- Pero en cambio puedo retenerte hasta que seas enviado de vuelta al infierno. – El cayado se flexibilizó y el arcángel se dispuso atar al caído pero ante él vio algo que lo descolocó: Los tres cuerpos de Leprael, Colerael y Sidael volvieron en sí y como muertos vivientes se abalanzaron sobre el capitán clavándole sus dientes para devorarle.
Ante semejante horror Gabriel se quedó petrificado y Rafael repugnado. Los cuerpos parecían deshacerse y mezclarse como una enorme masa de sangre y carne.
- Pruslas… qué clase de monstruos has creado.- Mientras la masa tomaba forma y se triplicaba en su volumen, se escuchó la sobrecogedora voz de Pruslas que decía.
- Estúpido Buitrel… me has desobedecido insultantemente. Ahora recibe la muerte de los que una vez te sirvieron.
Rafael, Gabriel y Santiago se agruparon. Gabriel levantó una barrera de energía en torno a ellos para no poder ser atacados por la monstruosidad que se alzaba en su más terrorífica forma. Cuando Rafael tomó a Santiago vio que estaba al borde de la muerte.
- Esto es una abominación.- Dijo Gabriel sin separar sus hermosos ojos de la bestia en formación.
- Pruslas siempre obró en contra de la naturaleza que el Creador estableció en perfecta sintonía. Esa fue la causa de su caída el no respetar la leyes sobre las que se rige la Creación.
La bestia terminó su morfología convirtiéndose en un ser indescriptible de deformidades. Después emitió un quejumbroso grito y partes de su cuerpo parecían derretirse como la cera.
- ¡No!- Exclamó Pruslas.- ¿Qué está pasando?- Apareció el coronel tras los arcángeles y tras un resplandor hizo a la bestia desaparecer.
- ¿Qué ocurre Pruslas? ¿Te ha fallado el experimento?- Dijo Rafael.- Ya te dije que no puedes jugar con la naturaleza. - Pruslas miró a Rafael y se rio soltando esputos.
- Hasta los genios se equivocan. Solo hay que ajustarlo.- Dijo el coronel. Después miró a Santiago y malicioso dijo.- En cuanto a ti, Médico de Dios… ¿Qué ocurre que no has conseguido con tu extraordinario don de la curación sanar al único enemigo que puede vencernos?- Riendo se alzó en el aire.- Estas viejo y derrotado y has perdido todas tus facultades, Rafael. Jamás salvarás a Miguel.- Después miró a Gabriel.- Y muy pronto cortaré las alas del Segundo.
Desapareció el demonio
- Llévanos al hospital, Gabriel. El chico está a punto de morir si no hacemos algo.


Al salir de Misa, Valentín estaba muy enfadado. Se había equivocado de uniforme y todos se estaban riendo de él. Ana y Sara se dirigieron a Valentín.
- ¿No te ha dicho Santiago cuál era el uniforme de Misa?
- Salió muy temprano hoy y no me ha dicho nada, ni siquiera me percaté de cuando se levantó; además, no le he visto en Misa.
- Es muy extraño, la verdad. Tal vez hizo novillos para no ir.- Dijo Sara.
- No lo creo, curiosamente siempre ha venido a Misa. Incluso le he visto mucho en el oratorio desde que comenzó el curso.-Dijo Ana.
- Sigue siendo tan rarito como siempre. No entiendo por qué te gusta, Anita.- Dijo Sara mientras Ana se ruborizaba y le pisaba el pie. Valentín se echó a reír.
- No te preocupes, Ana.- Dijo Valentín.- Yo ya me lo imaginé cuando te conocí. Puedes estar tranquila, no se lo diré.- Dijo guiñándole un ojo.- Además si me ayudas a averiguar en qué clase estoy hasta te puedo ayudar con él, aunque…- Dijo poniendo la mano en la barbilla pensativo.-… antes deberé ganarme su amistad.
- Eso es una difícil tarea.- Dijo riéndose Sara y esta vez le acompañó Ana.
- He visto la lista de mi clase y estás con nosotras, Valentín.- dijo Ana.- pero por favor no intentes nada con Santiago…
- Está bien.- Dijo sonriente Valentín.
- A propósito.- Continuó Sara.- Me ha llamado la madre de Joan y dice que ya está consciente y esperando que la trasladen a recuperación.- Valentín abrió los ojos de par en par emocionado.
- ¡Eso es genial!- Dijo saltando de alegría.- Vamos chicas a clase.- Dijo cogiéndolas de los brazos.- Ya se me ha olvidado cuanto se han reído de mi hoy.- Valentín corrió hacia el edificio principal y Sara y Joan le intentaron seguir en la carrera pese a su rapidez.


Después de una intervención quirúrgica para volver a coser la herida y examinarla y varias transfusiones a Santiago, atentamente Mijots lo contemplaba en la UCI a través del cristal de la ventana. Joan estaba despierta a su lado y acongojada de tener como compañero de habitación a su compañero de clase. Por su cabeza pasó cuantas veces le había hecho malos gestos y contestaciones y jamás le había pedido perdón por ello. Sus remordimientos fueron más profundos cuando supo que tal vez no podría decírselo nunca, ya que los comentarios sobre el estado de su compañero no eran muy esperanzadores. Le resbalaban las lágrimas por las mejillas y estirando la mano que no estaba apresada por las sondas de los goteos, la posó sobre la de Santiago.
- Lo siento…- Dijo con voz entrecortada.- Prometo que si te pones bien no diré más cosas que te molesten.
Mijots miró a los dos por la ventana enternecido. Detrás de él aparecieron los ATS que estaban esperando a trasladar a la chica a la planta de recuperación. Entró el doctor primero, pidiendo a los enfermeros que esperaran un momento.
- Bueno Joan.- Dijo Mijots.- Ya que no tienes fiebre, hay que trasladarte a una habitación donde estarás mucho más cómoda que aquí.- Dijo mientras le tomaba la tensión.
- ¿Doctor, qué le ha pasado a Santiago…?
- Tiene mucha fiebre y está muy débil.
- ¿Como yo antes?
- Me temo que no, pequeña, la suya es mucho más grave.
- ¿Se va a morir, doctor?
- Está en una muy delicada situación, pero no te desanimes, si pude vencer el bichito que te enfermaba a ti, también venceré el de tu amigo.- Dijo sonriendo.
Joan abrazó al Mijots muy contenta mientras éste indicaba a los ATS que entraran para llevársela.


Pruslas había encerrado a la criatura en una de sus jaulas más seguras. Estaba estudiando los resultados de los análisis que le había hecho intentando encontrar una respuesta a la imperfecta soldadura de los cuatro cuerpos que había provocado que alguno de los miembros no terminaran de fusionarse. Revisó los análisis de los portadores de Leprael, Sidael y Colerael, así como la sangre que había captado del cuerpo de Buitrel. Se dio cuenta que eran grupos sanguíneos muy distintos entre sí y no se habían mezclado bien los datos genéticos.
- Comprendo… solo se trataba de eso.- Se dijo.- Tengo que encontrar a tres personas con el mismo y la unión será perfecta.- Se aplaudió a sí mismo y se vanaglorió de su mente maravillosa.
- Enhorabuena Pruslas.- Cuando éste se giró encontró a Barbatos de brazos cruzados acariciando su barba. - Ya vi cómo has dejado inútil al portador de Miguel. Sin embargo, todavía queda Gabriel y se nos ha unido la molestia de Rafael. ¿Cómo pretendes deshacerte de ellos dos? Nuestro señor Astaroth se impacienta, sobre todo, dado que ya conocemos a sus portadores.
- Dile a nuestro Señor Astaroth, que hoy verá caer a Gabriel.- Dijo levantándose.- Y con respecto a Rafael, ése está ya muerto pues un cáncer devora su vida, un cáncer incurable, ni siquiera, por él mismo que es la Medicina Divina.
- Espero que tus experimentos no vuelvan a fallar.- Dijo Barbatos mientras miraba la abominable criatura que había nacido de la retorcida cabeza del segundo coronel.
- Puedes estar tranquilo.- Dijo Pruslas mientras abría la jaula con una enorme jeringuilla de un líquido rosáceo.- He encontrado la causa de mi error y no tropiezo en la misma piedra dos veces.- Inyectó el líquido y la criatura, después de escalofriantes espasmos cayó muerta- Normalmente las anestesio pero dicha aberración no es digna de tal trato.
- Le comunicaré a nuestro señor que hoy va a caer Gabriel. Estoy seguro que querrá acompañarme a verlo con sus propios ojos.
- Soy su eterno servidor.- Dijo haciendo una reverencia.
Barbatos salió del laboratorio mientras por detrás apareció la enfermera que servía a Buitrel.
- Espero sus instrucciones, mi coronel.- Entre las manos de Pruslas apareció un bote.
- Este transparente, insípido e imperceptible jugo, será el ingrediente especial del comedor del San Agustín. Nadie podrá resistirse a su sabor de muerte.- Se lo lanzó.- Asegúrate de que el director de hermosos y largos cabellos rubios, que responde al nombre de Padre Thomas, lo toma.
- Como mandéis.
La enfermera desapareció.
- Bien Gabriel, hoy caerás a los pies de Astaroth, y no podrás seguir despertando más Arcángeles.- Miró la aberración muerta de la jaula. - Debería limpiar todo esto para mi nuevo Capitán.


Valentín estaba en su habitación terminando todos los deberes atrasados hasta la hora de la cena. Le hubiese gustado acompañar a Sara y Ana a ver a Joan pero no podía si quería ponerse al día con todo. Resopló y se echó hacia atrás en el respaldo de la silla, columpiándose sobre ella mientras mordisqueaba la tapa del bolígrafo. Se inclinó hasta mirar la cama de Santiago enfrente y se sintió preocupado de no haberle visto en todo el día. Bajo la cama de su compañero, en una esquina, vio algo que llamó su atención y levantándose se acercó para ver de qué se trataba
- ¡Es mi brújula!- Dijo sentándose en el suelo contemplando el artilugio entre sus manos. - Llevaba mucho tiempo sin encontrarla.- Dijo dándole unos golpecitos. – Se debió caer cuando cerré la maleta y la guardé. Es una pena que se haya estropeado el imán y no funcione.

Tendió la cabeza en la cama pensativo, recordando cuando la había obtenido. Fue hace unos diez años más o menos…

>Por aquel entonces, su padre se encontraba en África aliviando la lepra que se extendía en ese continente. Estaba haciendo la tesis sobre dicha enfermedad y la regeneración de tejidos para ascender a Doctor. Vivían en la capital de Tanzania, Dodoma y era costumbre que su padre viajara cubriendo los pueblos más próximos a ésta, aunque algunas veces debía trasladarse a las fronteras de Uganda, Kenia y Zaire. Aquella época la recordaba Valentín con cariño pues tenía muchos amigos africanos con los que solía jugar, pues su familia le había educado de tal forma que no pudiera distinguir entre clases o razas. En esa época solo estaban él y su hermana Lenia, que era un bebé de apenas año y medio que estaba aprendiendo a andar. Su padre fue muy consciente de que trasladarse a un país así pondría en peligro a su familia, pero confiaba plenamente en su labor y previno que cualquiera de sus miembros estuviera sano y salvo de enfermedades, vacunándolos. Pese a que las condiciones de vida no eran muy buenas, no podían quejarse pues habían encontrado una casa con agua corriente y mosquiteras.
Valentín solía salir a jugar como cualquier niño aprendiendo sobre la cultura africana, su idioma y sus costumbres. Hubo un día en el que jugando a los exploradores con su amigo Raship, se separaron demasiado el uno del otro haciendo que buscaban tesoros. En concreto Valentín se distrajo al contemplar un insecto muy curioso y lo siguió hasta que éste se posó en un viejo tronco. Sacó su frasco para atraparlo y preguntar a su padre qué clase de insecto era.
En esta guisa se halló completamente solo y escuchó el rugido de un leopardo que se encontraba justo encima de su cabeza sobre una de las gruesas ramas del árbol. Jamás sintió tanto miedo como aquella vez. Apenas escuchó el grito de su amigo diciendo que corriera que eso hizo a la máxima velocidad que le permitían sus todavía cortas piernas; mientras, la fiera les seguía por detrás.
Su amigo era más veloz que él y cuando hubo una gran distancia entre ambos el cansancio se adueñó de su cuerpo y sus piernas no respondieron cayendo al tropezar con una raíz. Cuando vio al leopardo abalanzarse sobre él de un increíble salto se acurrucó asustado esperando a ser despedazado pero en su lugar la fiera cayó a un lado herida por una flecha. Al girarse hacia su derecha el felino vio a un hombre bajando su arco.
Tenía el rostro tapado por holgados tejidos y solo sus ojos verdes y penetrantes fueron capaces de mirar de frente a desafiar a la fiera. Ésta fue a por su cazador, olvidándose del chico, mientras Valentín veía como el hombre embozado en lugar de huir fue a por el leopardo.
El arco del sujeto pareció enderezarse como un cayado para posteriormente separarse en varias piezas. Se convirtió en un lazo de bambú en cuyo extremo resplandecía la punta de una lanza y en el otro una cruz. El sujeto agitó el extremo de la cruz y ésta giró levantando la arena del suelo como un portentoso molino de viento. Tal era la velocidad de los movimientos del cazador que al leopardo no le dio tempo a llegar hasta él, por lo que por el camino lanzó el lazo hacia el animal rodeándolo como hiciera una serpiente con su presa.
El Leopardo cayó en el suelo inmovilizado. Estaba muy furioso pero también quejumbroso. Acercándose el hombre hasta él se inclinó a su lado y al verlo cada vez menos agitado lo acarició. El animal pareció tranquilizarse al instante y como un dócil gato se tendió en el suelo. El hombre miró la flecha clavada en el costado del agonizante leopardo y tomándola en su mano dijo:
- Es demasiado tarde para salvarte.- La arrancó expulsando el animal un escalofriante gruñido de dolor y esperó la muerte entre los brazos de su asesino.
Valentín miró la escena completamente anonadado. Aquel sujeto se había comportado como todo un Tarzán pero vestía como un beduino. Jamás se había topado con algo similar. Cuando la bestia expiró el extraño tomó el lazo que se desenredó del cuerpo y volvió a endurecerse como un cayado. Encajó la varilla de la flecha en la base de éste mientras que la punta la unió formando una cruz de cuatro puntas invertidas. Después deslizó la misma en el cinto de su brazo izquierdo.
La punta de lanza de la extremidad superior del lazo la guardó en el cinto del brazo derecho. Se levantó apoyándose en el cayado que terminaba en la cabeza de una serpiente y mirando a Valentín le dijo si se encontraba bien. Este no pudo articular palabra solo asintió con la cabeza.
- Está bien.- Dijo el hombre mientras Valentín escuchaba una suave risa bajo el embozo.- ¿Has tocado alguna vez un leopardo? Acércate, ya no podrá hacerte daño.
Valentín se acercó al hombre un poco maltrecho; sus rodillas estaban despellejadas de la caída, se le había roto el pantalón y le sangraban las heridas. Cuando estuvo al lado del hombre vio que era muy alto y su piel era morena, destacando sus verdosos ojos entre los pliegues que ocultaban su cara.
- Adelante.- Le dijo mirando al animal.
Valentín se inclinó y acarició un poco miedoso el cuerpo del Leopardo. Cuando sintió el suave pelaje entre sus manos sintió una inmensa pena por la muerte de esa extraordinaria criatura.
- Dicen que Dios creó a los gatos para que el hombre pudiera acariciar un Tigre. Esto no es un tigre pero es de la misma familia. Lamento haber tenido que tomar una medida tan repentina al matarlo, pero tu vida estaba en peligro- Al girarse el hombre hacia Valentín vio como derramaban lágrimas sus ojos y sorprendido le dijo.- ¿Por qué lloras?
- Me da mucha pena pero he pasado mucho miedo.- Dijo mientras su llanto se hizo más fuerte.
El hombre miro al chico e inclinándose hacia él le dijo.
- Tienes una gran compasión por las criaturas de esta tierra, pese a que no sean humanas.- Dejó el hombre el cayado al lado suyo. Con delicadeza tomó las pequeñas rodillas heridas de Valentín.- Espero que tengas más pantalones que éstos.- Dijo volviendo a reír y rompiendo el resto del pantalón hacia abajo. Sacó de su bolsa oculta tras la capa un frasco y unos algodones. Empapó el algodón vertiendo el líquido del frasco y dejó asomar la rodilla bajo los jirones del pantalón.- Te prometo que no te escocerá.
Juntó el algodón a la herida y Valentín cerró los ojos esperando el escozor, pero no sintió más que un cosquilleo, y atónito miró como las heridas eran limpiadas. El sujeto optó por derramar un poco del frasco directamente en la herida rebañando el algodón para que no goteara ni resbalara demasiado el líquido. Después coloco unas vendas sin apretar demasiado. Cuando hubo terminado guardó todo.
Valentín intrigado, vio como el sujeto juntaba sus manos levantando los dedos índice y corazón de la derecha al cielo. Acto seguido, pronunció unas palabras en un idioma desconocido y después le miró benevolente, con sus almendrados y sonrientes ojos.
-Cuando crezcas y pienses en las veces que tu madre cantaba el sanita de rana para que tus heridas curaran, has de saber que no lo hacía en vano, pues algo parecido a eso acabo de pronunciar. Ahora voy a darte algo para que nunca más te pierdas ni te despistes.- Sacándose del pecho la brújula se la entregó a Valentín.- Cuando estés en peligro, no sepas qué hacer, adónde ir o qué decir, utilízala y encontrarás tu salvación con ella.- Valentín tomó la brújula. El sujeto le acarició el cabello cariñoso y se levantó.- Tus padres y tu amigo vienen hacia aquí, por lo que ya no me necesitarás de momento, pero recuerda que siempre estoy contigo como esa brújula.- Le guiñó el ojo y echó a caminar, después saltó unos troncos y arbustos desapareciendo.
Valentín se quedó mirando hacia la dirección donde se había ido el beduino mientras escuchaba a su padre y a su madre llamándole. No tardó en sentir los brazos de ambos abrazándole muy fuerte.<

Las campanadas de las nueve y media de la noche le sacaron de sus recuerdos a Valentín, quien metiéndose la brújula en el bolsillo se dijo que tenía que ir ya, puesto que era hora de bajar al comedor a cenar.
Mientras bajaba las escaleras del dormitorio de los chicos. Se tropezó por una zancadilla y cayó al suelo escuchando las risas de los culpables de su tropiezo. Daniel, Christian y John, estaban en el pie de la escalera; era evidente que fue Christian quien había perpetrado el tropiezo
- ¿Qué te ha pasado, gafotas? Tienes que volverte a graduar la vista.- Dijo Daniel.
- ¿Quién eres tú?- Dijo Valentín muy furioso pues se le habían roto las gafas de la caída.
- ¿Cómo te atreves a preguntar quién es?
- Tranquilo John. – Dijo Daniel.- Has olvidado que es el nuevo y todavía no me conoce.- Dijo señalándose socarrón.- Me llamo Daniel y soy el capitán del equipo de futbol, campeón de lucha y alguien muy respetado aquí.
- Así que tú eres el que le hace la vida imposible a Santiago. He oído hablar de ti.
- Así es y los amiguitos de Santiago son mis enemigos, por eso tengo que ponerles firmes.- John y Christian se rieron.
- Entonces Santiago debe tener muchos amigos pues sé de buena tinta que te gusta poner firmes a la gran mayoría de los alumnos de aquí y más si son de cursos inferiores.- Daniel, John y Christian se quedaron sorprendidos de lo que había dicho Valentín. Los chicos que también se disponían a ir al comedor, se paraban curiosos al haber oído eso.
- ¡Caramba con el gafotas éste!- Dijo Daniel cuando se recuperó de su sorpresa.- Tiene agallas de contestarme así.
- Qué menos, después de saber que Santiago te dejó fastidiado en el enfrentamiento que tuvisteis antes de llegar yo, no me das ningún miedo.
- ¿Cómo dices?- Exclamó rabioso Daniel.
- Bajo la camisa se ve que tienes unas tiras médicas para poder tratar lesiones musculares. Ese lugar donde las llevas es para aliviar contusiones pectorales. La única explicación que encuentro es el tratamiento al golpe que te propició Santiago aquel día. O tal vez…- Daniel le plató un puñetazo en el maxilar que pilló desapercibido a Valentín cuya inercia le llevó a apoyarse en el barandal de la escalera.
- Así aprenderás a respetarme cuatro ojos.- Valentín recuperado de la conmoción miró como le goteaba sangre al suelo. Se llevó la mano al labio inferior y se dio cuenta que se lo habían partido. Muy furioso los miró pero supo que no podía enfrentarse a ellos pues eran más que él y saldría muy mal parado.- Ni se te ocurra mirarme a los ojos.- Volvió a intentar pegarle pero esta vez lo esquivó.
En ese instante irrumpió el padre Thomas en la galería ordenando a Daniel que parara el enfrentamiento. Daniel se incorporó relajando el puño.
- Te has librado por los pelos, gafotas…- Después miró arrogante al sacerdote y metiéndose las manos en el bolsillo se dirigió a la puerta sin hacer caso a la autoridad de Thomas que le obligaba a pedir disculpas a Valentín.
Visto que el esfuerzo fue en vano por parte del sacerdote, éste, resignado, les dijo a los mirones que fueran al comedor antes de que se les fuera la hora de cenar. Se dirigió a Valentín, quien miraba las gafas rotas en sus manos.
- Mis padres me van a matar. Son las segundas que se me rompen en el año.- Se dijo.
- Valentín, ándate con cuidado con Daniel es un chico muy conflictivo aquí y pese a los esfuerzos de todo el profesorado y los míos, no conseguimos disciplinarle.
- Está bien, padre Thomas.- Dijo mientras se restregaba la sangre del mentón con el dorso de la mano.
- Ve a la enfermería a que te curen la herida.- Valentín asintió y se dirigió a la puerta, por el camino se detuvo a recoger la brújula del suelo cuando escuchó un desplome y se giró hacia el sacerdote.
Thomas estaba en el suelo retorcido de dolor. Corrió hasta él y le comenzó a preguntar nervioso qué le ocurría. Vio como le salía una espuma blanca de la comisura de los labios y su bello rostro se desencajaba. La lengua la tenía oscura. Asustado lo agarró por el cuello y comenzó a pedir ayuda.
Thomas sentía como su cuerpo se le revelaba de dolor y espasmos, mientras miraba la mano derecha de Valentín, donde estaba la brújula diciéndose:

“El tercer símbolo…”

Tras la sombra de una de las armaduras del vestíbulo aparecieron Astaroth y Barbatos.
- Sabía que Pruslas no me defraudaría.- Dijo el primero.
- Ese veneno es absolutamente letal. - Sobre una de las lámparas de la sala estaba la enfermera sonriente que continuó diciendo.- Mi maestro así lo ha creado y cuando el portador cierre los ojos, será para siempre.
Barbatos miraba la escena sin articular palabra aunque en su interior rabiaba porque el segundo coronel parecía haber conseguido su objetivo.
Astaroth asomó una sádica y orgullosa sonrisa al ver como Gabriel cerraba los ojos.


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