CAPÍTULO 30: La diosa primigenia





El Dogma de paz de Atenea había liberado a Oneiros y Morfeo del hechizo de tiranía de Alecto. Los hijos del sueño cuando volvieron en sí contemplaron sorprendidos las heridas que habían propiciado a su padre. Le ayudaron a levantarse del suelo, disculpándose. Centraron sus ojos en la furia.
— Solo alguien tan despreciable como tú podía volvernos contra nuestro propio padre, Alecto. — exclamaron indignados los progenitores de Hipnos. La erinia respondió con una carcajada.
— Sois débiles, dioses del sueño. Mi técnica de la tiranía solo funciona con voluntades frágiles como la vuestra. En vuestro lugar me sentiría avergonzada de haber sido salvada por una diosa tan débil como Atenea. ¡Así es…! los poderosos dioses del sueño salvados por una niña cobarde como ella. ¡Atenea! ¿De qué te escondes? ¡Ven aquí y pelea en persona! Tal vez deba apresarlos otra vez. Así la piadosa Atenea dará la cara.
— ¡Basta!— Protestó Hipnos. — eres una necia si piensas que no podemos derrotarte sin ella. ¡Somos dioses de Hades! y nuestro deber es defender su reino en su ausencia. Se acabó Alecto, he sido demasiado condescendiente contigo. Pensaba no derramar más sangre en este lugar sagrado, pero tú te lo has buscado. No tendré clemencia con una traidora. Los traidores no son dignos de Hades.
El cosmos de Hipnos se extendió hermoso y resplandeciente, deslumbrando a sus propios hijos. El dios de sueño iba a hacer sentir a Alecto todos los golpes que había recibido por sus hijos debido a su maligna influencia.
— Tu poder no me intimida en absoluto, Hipnos. He roto cada una de las técnicas que tú y tus hijos me habéis lanzado. Esta vez nada cambiará. — le reprimió la erinia mayor, mientras extendía los brazos y se iluminaba su poder más sombrío.
— Te equivocas, mi pasividad anterior tenía una razón de ser. He estudiado mientras luchabas con Morfeo y Oneiros la ejecución de todas tus técnicas, y ya he visto tu punto débil, bastarda urania. Despídete para siempre de la vida.
Diciendo esto Hipnos lanzó su Somnolencia eterna con todo su poder contra la erinia. Alecto, quien todavía parecía bajo los efectos del golpe de Atenea no pudo ver venir el golpe, dándole éste de lleno. Cayó al suelo con todo el peso del sello del sueño del dios que lo evocaba. Oneiros y Morfeo separados ya de la técnica del oráculo, observaron caer a su contrincante de un solo golpe.
— ¿Cómo…?— dijo perplejo Oneiros a su padre.
— Os lo dije desde el principio de la batalla… debéis esperar a atacar para estudiar a vuestro enemigo. Si hubieseis sido más reposados y pacientes, lo habríais visto por vosotros mismos. La furia de la profanación no era tan integra como parecía. El encuentro en el otro campo me lo ha mostrado. Los santos se creen santos hasta que se chocan con la auténtica luz de la pureza. Atenea no ha hecho más que aumentar el dolor que yo ya había visto y en el momento donde más había bajado la guardia, Alecto.
— Así que ese es el secreto de tu técnica, padre. El encuentro en otro campo abre todos los miedos e inquietudes de la naturaleza de cada uno.
— Cuando alguien ve lo que realmente es, se derrumba…, Alecto intentaba ocultar su impureza detrás de su falsa integridad. Yo la desarmé por completo al mostrárselo en el encuentro. No lo olvidéis, los dioses del sueño podemos ver en el subconsciente de todo sujeto con mente. Ese es el secreto de nuestro enorme poder. Ahora aseguraos de que Alecto no despierte jamás del sueño y encerrarla para que no manche con su sucia sangre este lugar de reposo.
— Sí padre. — Respondieron los dos hijos.
— Atenea… Jamás pensé que ella nos ayudaría…— Se dijo Hipnos mientras se alejaba pensativo.

Tisífone atacada por sus propios cabellos áspides, estaba gravemente herida. Su cuerpo apestaba a carne y sangre quemada, no obstante, el aire todavía no había dejado de llenar sus pulmones, y su corazón no había dejado de latir pese a los terribles golpes recibidos. Había gritado y mandado a las criaturas de su cuerpo, pero éstas completamente alocadas no la escuchaban, estaban tan imbuidas de poderoso cosmos de Atenea que solo eran capaces de obedecerle a él.
— Nunca había pensado en los efectos de los poderes de Atenea. — dijo desconcertado Icalos.
— ¿Todo eso lo ha hecho desde la distancia? Es abrumador. — le siguió Phobetor.
— ¡Callad! — Les dijo Tánatos obligando a reaccionar a los otros dos dioses impactados de lo que estaban viendo. — No debemos dejar pasar esta oportunidad para darle el golpe de gracia.
— Tienes razón, esta pelea está siendo demasiado larga. — dijo Phobetor.
— Si Hades nos viera ahora mismo se avergonzaría de nosotros. — remató Icalos, riéndose de él mismo, por su ineptitud previa.
— ¿Qué miráis dioses de la muerte y el miedo? ¿creéis que esto ha terminado conmigo. ¡Qué ingenuos sois! Puedo soportar cualquier desavenencia, por eso soy la furia de la violencia, nadie salvo yo puede conocer el daño en su grado más alto. — Tisífone se levantó totalmente destrozada, tomando las serpientes de su cabello, las contuvo con sus pies. Alzó su brazo que se iluminó con fuerza.
— ¡¿Qué pretende?!— Exclamó Icalos.
— ¿Acaso no lo ves? Va a cambiar su look. —dijo sarcástico Phobetor.
— ¡Estúpida! Por más que intentes hacerlo esta batalla ya está ganada. — dijo Tánatos con expresión maligna es su rostro.
En ese momento Tisífone propició un rápido y seco movimiento con el brazo sesgando las serpientes de su cabello. Los lomos de estas sacudieron regueros de sangre como si se hubieran partido arterias de sangre roja y caliente, cuyo olor ferroso no hacía más agradable los olores que ya desprendía la sádica Tisífone. La furia gritó de dolor, pues aquellas serpientes eran para ella como sus propios brazos. Una carcajada entre esas lágrimas, no hizo más que reafirmar su crueldad.
— Se acabó. He visto muertes terribles, sanguinarias y muy sufridas, pero jamás he visto algo semejante. Piensas que disfruto viendo morir a la gente, pero lo cierto es que mi deber no es más que hacer que descanse su sufrimiento. Incluso el de alguien como tú, Tisífone. —dijo Tánatos.
— ¿El dios de la muerte mostrando compasión? Me moriré sí… pero de risa. — dijo la Erinia.
— Tánatos termina con esto de una vez. — dijo la voz de Hipnos — Es desagradable para todos.
Por la espalda de los tres, apareció resplandeciente el dios del sueño, quien se había dirigido hacia ellos después de asegurarse que el cuerpo de Alecto estaba correctamente sellado por sus hijos.
— Eso haré.
Tisífone arrastrando los pies al caminar hacia los dioses, sacudió su látigo sin ser consciente de su propia debilidad. Parecía un zombi en inanición. Tánatos extendió los brazos con las palmas hacia la erinia mientras el cosmos ardía a su alrededor. Con determinación no separó sus ojos de los de Tisífone y le lanzó la definitiva Providencia terrible. Tisífone intento lanzar la técnica del encadenamiento al mismo tiempo, pero fue fácilmente interceptada por la ejecución del daño de Icalos.
El golpe de Tánatos se había abierto paso y derrumbó a la furia de la violencia al instante, el dios de la muerte no se había entretenido siquiera en quitarle los cinco sentidos lentamente, se los había quitado todos de golpe, para detener más rápidamente la batalla. Los dioses contemplaron el destrozado cuerpo de la urania en silencio, había sido sin lugar a dudas la pelea más dolorosa y sanguinaria que habían vivido jamás.

Megara estaba completamente inmovilizada. El peso del cosmos de Atenea había desaparecido pero sus secuelas aún la estaban frustrando. Por una extraña razón las uñas de sus manos no se alargaban paralizándolas un brillo dorado, como si calzaran dedales.
— ¿Qué es esto? Maldita Atenea. ¿Quién te ha dado vela en este entierro? — protestó la furia del adulterio. — No te creas que solo cuento con mis uñas para la batalla, tengo otros ases en la manga.
Levantándose con dificultad, la furia volvió a centrarse en sus rivales en la batalla, quienes se estaban sacando los restos de las uñas de sus cuerpos empalados anteriormente. Como estalactitas de cartílago desaparecieron en el momento que eran tiradas al suelo, evaporándose con un destello dorado. Cuando la furia se dispuso a volver a atacarles los tres se miraron y asintieron.
Phantasos lanzó su tercera y definitiva fantasía de Grimm, encerrando a la erinia en el espejo de su visión. Pena le lanzó el desaliento perpetuo, técnica que la mantendría completamente anulada y vagando en el encierro de Phantasos. Pánico lanzó su Congoja final que hirió tan dolorosamente a Megara que emitió un quejumbroso grito. Así…, como un descabello a un moribundo animal, Megara había sido derrotada físicamente y técnicamente; sin embargo, aún con fuerzas para hablar, les dijo:
— Si no me sacáis de aquí los titanes saldrán fácilmente del Tártaro, Sí… es nuestra barrera la que los mantiene a raya. No podéis destruirnos.
— ¡Furia embustera! ¿te crees que nos engañas? Hemos visto perfectamente como un inmenso ataque la rompió antes. — Respondió Pena.
— Así es…, vuestra barrera no era tan sólida como parecía. — dijo Pánico.
— Nuestro querido Hades encontrará otra manera de retener a los titanes. Es apuesto, sabio y fuerte. ¡Mucho más fuerte que antes! — reafirmó Phantasos.
— ¡Bien dicho Phantasos! — dijo Tánatos con Hipnos y el resto de los dioses secundarios de Hades, detrás. — Esta vez Zeus y Poseidón están con él. Los poderes de los tres dioses conseguirán dejar todo como antes.
Megara emitió un grito de rabia a los demás dioses, intentando romper el espejo donde se había quedado atrapada por virtud de Phantasos, pero no había forma de romperlo por más que lo golpeaba. El cosmos, incapaz de brotar de su cuerpo, estaba anulado.
— Señores Hipnos y Tánatos, ¿Por qué no hacéis que se calle? — dijo Pánico respetuoso. — aunque nosotros la hayamos anulado, solo ustedes pueden ensordecerla.
— Atenderemos a tu petición, Pánico. — dijo Hipnos. — Vamos Tánatos. Tu técnica le quitará todos los sentidos, y la mía, la mantendrá adormecida eternamente para que no se entere de que está aún viva.
— A tus órdenes, hermano.
Tánatos e Hipos lanzaron sus técnicas al mismo tiempo, silenciando finalmente a la última de las erinias consciente. Después determinaron dejarlas a las tres juntas en el mismo lugar para que Hades decidiera qué hacer con ellas.

Zeus y Hades, acompañados por los palantes Zelo y Bría, se encontraron en el camino.
— ¿Lo has notado Zeus? Las furias han sido vencidas y Hermes se ha colado con nosotros en el tártaro.
— Sí, ya me lo ha dicho Bría, y alguien más ha venido en nuestra ayuda. Mi querida hija Atenea nos guarda las espaldas.
— Sí.., he notado su potente cosmos. Aunque no pensaba que esta guerra fuera a llegar a sus oídos.
— Subestimas a mi hija, Hades. Al fin y al cabo, su madre es Metis. Los dos sabemos que la capacidad de la diosa de la mente es inmensa y sin duda ella lo ha heredado.
— Me pregunto si el resto de los dioses también saben lo que está pasando… no quisiera que esto fuera más allá. Si esta guerra se expande, no solo enturbiará la paz de las almas que descansan en mi reino, sino que pueden ascender hasta la superficie.
— No lo permitiremos, Hades, por otro lado… no sé qué decir con respecto al resto de los olímpicos. Estoy seguro que Atenea es prudente y no ha permitido que cunda el pánico, pero no puedo menospreciar a ninguno. Apolo puede saberlo por el oráculo; Ares tiene un olfato para la guerra muy fino, no tardará en averiguar algo; Hefestos irá detrás sabiendo que tiene que asistirnos con las armas…, y el resto… espero que no, Hades…, espero que tu reino esté tan profundo que no llegue a sus oídos esta guerra.
En ese momento algo detuvo a los dioses en su camino, un ruido extraño que los puso alerta.
— Proviene de la celda de Asteria…— dijo Hades.
— No pensarás que…
— Adelántate, hermano, no lo sabremos hasta que lo compruebe.
— Esta guerra va a ser más difícil de lo que pensaba.
Hades y Zeus se separaron con sus respectivos paladios.


Poseidón, Urano y un inquieto Hermes, protegido por el aurea helada de su bisabuelo, pararon delante de una extraña burbuja de gas oscuro que no permitía ver nada bajo sus pies.
— ¿Qué diablos es eso de allí abajo? ¿Fuego negro? — Exclamó Poseidón, pues el fuego que él conocía no era más que rojo. Nunca había visto algo semejante.
— ¡Cuidado Poseidón! ¡¡Apártate!!
Dijo Urano cuando una asta de hierro atravesó la extraña burbuja directamente hacia ellos. Los tres dioses se pegaron a la pared. La lanza había abierto un agujero negro en el fondo, donde una fuente absorbente tiraba de ellos hacia abajo. Poseidón y Urano se adhirieron con fuerza contra la pared con sus cosmos helados que los clavaron a la roca. Hermes hizo lo mismo con su mercurio, pero éste más frágil, se deshacía fácilmente.
Ascendida la asta, ésta mostró todo su aspecto rodeado por elipses giratorias de diferentes tamaños, cada una de esas elipses se movían en torno a esferas de diferentes colores.
—¡Este cosmos no es el de Cronos!— dijo Hermes.
— ¡Por supuesto que no! Jamás había asomado este poder en mi padre. —dijo Poseidón.— ¿y esa extraña arma? No es su guadaña.
— Hermes ¡agárrate bien!
Dijo Urano intentando ayudar a su bisnieto que estaba cayendo al fondo debido a que sus poderes no habían sido suficientes para mantenerlo alejado del pozo oscuro. Al ver que Urano estaba también resbalando Poseidón ayudó a su abuelo para mantenerse en lugar seguro, pero ni sus increíbles poderes eran capaces de soportar semejante fenómeno cósmico.
— ¡Aguantad! La asta parece cesar de ascender y moverse. ¡Aguantad solo un momento!
Urano miraba al fondo mientras veía a Hermes como era devorado por el remolino cósmico. Intentó congelar el proceso, pero no pudo. En ese momento un rostro pareció dibujarse en aire. Era una mujer madura, vestía una corona de cuernos con un rostro tétrico entre ellos. Era de constitución gruesa y de cabellos ondulados y oscuros.
— ¡No! — dijo Urano temeroso. — cómo ha sido capaz de despertarla mi hijo.
La figura seria como el hielo y de mirada furiosa respondió al padre de los titanes.
— Cronos y yo formamos una misma noción. Él es el dios titán de los tiempos modernos, yo la de los tiempos primigenios, el origen de toda concepción. Tu hijo ha descubierto los senderos de mi constitución y su poder se ha incrementado gracias a mí.
— ¿Quién eres? — Gruñó Poseidón por el esfuerzo de mantener a los otros dos a salvo.
Urano miró a Poseidón preocupado pero determinado.
— Suéltanos hijo. — le dijo el dios del cielo al de los mares.— si nos mantienes no podrás luchar contra esta bestia. Necesitas todo tu coraje y poder.
— Pero…
— ¡Hazlo! Es Ananké la diosa primigenia del tiempo…, la madre de las moiras. La única que estableció el tiempo desde su comienzo. Cronos ha debido despertarla, incapaz de liberarse sin ella de las cadenas que le pusisteis en un pasado.
— ¡No necesito presentaciones! Acabaré con los tres de un solo golpe.

La mujer completamente formada tomó la lanza entre sus manos y la hizo girar con más velocidad diciendo:
— Estas esferas representan a cada uno de los dioses rebeldes que intentan encerrar a mis descendientes más cercanos. Cuanto más rápido giren sus elipses y satélites, más acortaré vuestra inmortalidad. Las moiras dominan las almas mortales, pero yo establezco el tiempo de los inmortales. Eso incluye a los dioses. Nadie, olímpicos…, ¡nadie va a detener lo que acaba de comenzar!
— Te lo diré por última vez, Poseidón, ¡suéltanos! Todavía estás a salvo de la influencia de este monstruo.
— ¡Eh abuelo! No hables por los dos. — protestó Hermes. — tú eres viejo, pero yo todavía estoy en la flor de la vida. ¡No quiero extinguirme!
La mujer soltó una carcajada al escuchar eso.
— Pareces más listo que los otros, jovencito, eres el único que parece apreciar su vida.
— Sí señora, y usted es muy hermosa. Sería una lástima que se deshiciera de mí, sin conocernos todavía. — dijo Hermes a Ananké.
— ¡Hermes idiota! ¿crees que estamos en un juego? — Dijo Poseidón muy furioso.
— Hace mucho tiempo que nadie me había lisonjeado. — dijo la primigenia sonriendo con malicia. —¿Así que tú eres Hermes…? He oído hablar de ti… Tengo un regalo para ti mensajero...
Ananké tomó una de las elipses y la envolvió con su cosmos. Hermes en ese instante se desvaneció de las manos de Urano. El dios del cielo se lamentó con un “no” profundo y rabioso. Poseidón totalmente anonadado de la facilidad con la que había sido extinguido Hermes, no daba crédito de nada. Para su suerte, en ese momento una figurita alada tomó de las manos de Poseidón para ayudar a salvar a Urano. Era el paladio Cratos, quien finalmente había conseguido alcanzar a algún olímpico a quien asistir.
— Los dos lo conseguiremos, Poseidón. Te prestaré toda mi asistencia en este combate, es mi deber
— ¡Gracias! Sube Urano. ¡Rápido! — le dijo el dios del mar, sabiendo que debía reaccionar rápido. Tiró hacia arriba con las dos manos para aumentar su fuerza y traerlo a lugar seguro.
— ¿Os creéis que los dos podréis anularme?¡Ni hablar! — dijo la mujer. — él ya ha vivido demasiado, es hora de extinguirlo definitivamente.
Ananké tomó otra elipse y con unas tijeras se dispuso a cortarla.
— ¡Nooooo!
Grito Poseidón, quien pese a Cratos, no podía detener la desaparición de Urano. Mientras el padre de los titanes desaparecía la voz de éste se hizo escuchar en su conciencia…

“Poseidón no permitas que ganen esta guerra. Ya ves de lo que son capaces de hacer”

El dios del mar desolado gritó el nombre de Urano, mientras su helada sangre hervía bajo su piel de hielo. Miró a la mujer que reía malévola.
— No te lamentes. Pronto les harás compañía.
— ¡Maldita seas! Voy a acabar contigo. ¡Vamos Cratos!



Atenea, Celesta y Niké habían llegado en ese instante a las puertas del tártaro. Frente a estas, las tres furias estaban atrapadas en sus cárceles bajo la vigilancia de los hecatoquiros que habían vuelto para guardarlas hasta la llegada de Hades. Hipnos, Tánatos y el resto de los dioses las recibieron. Cuando vieron aparecer a Atenea la reverenciaron respetuosos en silencio.
— No me hace falta oír vuestras voces, dioses del sueño y la muerte. Habéis sido vosotros los únicos capaces de derrotarlas, yo solo os he transmitido palabras de aliento. Nunca dudo de las capacidades de cada uno —. Dijo Atenea, los dioses se irguieron en silencio.
— ¿Estás segura de entrar ahí? — le preguntó Celesta.
— La barrera de las furias ha caído; no hay ahora más peligro que el que se esconde en las entrañas de la cordillera del tártaro. Sus celdas han debido sufrir grandes daños debido a los cosmos de mi padre y mis tíos. Ahora más que nada he de velar por ellos. ¿Vienes Niké?
— Por supuesto. Estoy aquí mismo, Atenea.
Atenea avanzó hacia la puerta, ésta se abrió sin impedimentos ante la atónita mirada de los dioses. Justo antes de entrar, la diosa de la sabiduría se giró para mirarles.
— No soy digna de daros órdenes, dioses, pero ahora debéis restablecer un poco el orden en el reino de vuestro señor Hades. Las almas están desorientadas y miedosas. No hay quien las sosiegue ahora mismo. Voy a levantar otra barrera que contendrá solo ataques desde dentro para protegeros de las explosiones que puedan tener lugar en su interior. Es solo una barrera interior así que intentad que ningún enemigo llegue desde fuera.
Los hecatoquiros asintieron junto a los dioses, mientras Atenea extendía su mano izquierda alzando el escudo. Cerrando los ojos, pronuncio una vez más “Escudo de justicia” y el sello de su nombre rodeó toda la cordillera como una cadena de cosmos dorado. La cúpula dorada volvió a cubrir toda la superficie ante una exclamación de los testigos. Posteriormente la diosa penetró en la oscuridad de la mazmorra.

Cuando Hades había llegado a la celda de Asteria otra vez, no daba crédito a lo que veía. Las cadenas de su técnica se habían roto y Asteria ya no estaba colgada. Una suave risa le alarmó y se giró a su espalda. Allí estaba flamante y hermosa la diosa de las estrellas y la magia. El ardor de sus cadenas no había extinguido ni una sola mota de su belleza. El pelo era largo y claro, los ojos azules y la boca carnosa y pequeña. La exuberancia en persona, y también la belleza del mal.
— ¿Sorprendido, Hades?— dijo sarcástica Asteria.
— ¿Cómo has conseguido liberarte?
— Veras, resulta que mi tío ha conseguido despertar a Ananké, por tanto, ahora mismo es ella la que está dirigiendo la ruta de esta batalla. En su cetro anda sosteniendo las esferas de vuestra inmortalidad. Dispuesta a eliminaros a cada uno y torcer el destino a nuestro favor
— ¡Es imposible! El destino de los dioses no puede estar sujeto a nadie, salvo a nosotros mismos.
— Es extraño escuchar algo así de la boca del dios de los muertos, el mismo que decide cómo va a ser el destino de las almas de los mortales. ¿Acaso crees que tenéis el privilegio de vivir siempre, olímpicos? Entonces estáis muy equivocados. Todos estamos sujetos a una rueca y la lana de nuestra inmortalidad, también puede cortarse de un tijeretazo.
— Tu teoría es interesante, pero todavía no has contestado a mi pregunta. ¿cómo te has liberado?
— Seré más escueta, Hades. Al tener Ananké vuestras vidas en sus manos, vuestro poder ahora está determinado por su influencia, por lo que todas vuestras técnicas se han debilitado, quedarán anuladas en cuanto Cronos venza con nuestra ayuda.
— ¿Incluyendo los titanes que hemos vuelto a encerrar?
— Incluyéndolos a ellos también. Todo vuestro trabajo habrá sido en vano.
— No lo permitiré.
— Siempre tan seguro de ti mismo, Hades. Pero esta vez no me vencerás. Ya he luchado contigo antes y no volveré a ser derrotada por tus técnicas. Cada uno de nosotros debe determinar su lugar en el nuevo mundo y qué quieres que te diga…, a mí me encantaría arrebatarte tu hermoso reino de almas. Alguien deberá dirigirlo una vez desaparezcas ¿no?
— Eso ya lo veremos.


Atenea se detuvo en la primera celda donde comenzó a flotar como si no hubiera gravedad alguna que la sostuviera. Una inmensa oscuridad se extendía a su alrededor con el solo brillo de Galaxias, constelaciones de estrellas y planetas cercanos. Flotaba en medio de la nada.
— Qué extraña sensación de paz… este silencio y este fenómeno no es algo corriente.
— ¡Atenea mira! —. Señaló Niké al horizonte donde las estrellas comenzaron a agruparse formando una constelación de una figura que comenzó a andar hacia ellas. Atenea y Niké impresionadas del fenómeno no supieron reaccionar, hasta que la figura lanzó un golpe contra ellas.
La diosa de la sabiduría levantó el escudo y aguantó el golpe cuya violencia la había obligado a retroceder.
— ¿Qué es esto? — exclamó Niké tras el escudo.
— Esta técnica… la he visto antes en algún lugar.
— ¡Los enemigos no pasarán de esta celda! el tiempo de los Olímpicos se acaba y la nueva era titánica comienza.
— ¡Haz algo Atenea!
— Eso intento…Su ataque no proviene de ningún sitio. No puedo localizar a su autor.
— ¿Y tú eres la diosa de la guerra y la sabiduría? Perdona que lo dude...—Dijo una voz masculina.
— ¡Atenea…! — dijo la pobre Niké aguantando el escudo con la diosa. Atenea poniendo todas sus fuerzas en el escudo intentaba localizar con la mente a su enemigo, pero no había nada más que vacío. La segunda ráfaga de golpes, le arrebataron el escudo de su blanco brazo.
— ¡Niké detrás de mí!
— Sí
Atenea lanzó su primer ataque de defensa con el Muro de cristal centrando sus poderes hacia donde provenían los golpes, El peligro se redujo, pero las ráfagas seguían golpeándola, sabía que no podría soportar mucho su ataque, pero solo intentaba ganar tiempo para localizar al enemigo que parecía rodearlas por todas partes.


“¡Piensa Atenea, piensa! estos ataques no parecen algo físico. No hay enemigo que lo lance… a no ser que… ¡Lo tengo!”

La diosa de la sabiduría se irguió en medio de la estancia infinita. Reposó unos segundos cerrando los ojos y alzando sus manos, exclamó:
— ¡KHAAAAAN!
Su cosmos dorado rodeó a la paladia y a ella, rebotando finalmente los golpes de una manera más que eficaz.


“El khan tiene una duración prolongada. Es el mejor ataque para aumentar mi defensa. Sin mi armadura soy muy vulnerable, esta es una técnica que protege de los ataques externos, pero a la vez permite lanzar al enemigo más técnicas. Mi querido Tiresias espero que estés viendo esta batalla… vas a recibir una clase acelerada de las técnicas de Astrea.”

— ¡Esta es mi Atenea! — dijo entusiasmada Niké.
— Veo que no pretendes enseñarme tu rostro. — comenzó a decir Atenea.— no es noble atacar de esta manera. Me gusta ver el rostro de mis rivales es una cuestión de honor.
—También lo es para mí, Atenea, solo te estaba probando….
En ese momento la constelación tomó volumen despegándose una porción grande del firmamento estrellado. Se volvió a acercar hacia ellas, desapareciendo la materia oscura y los astros que lo decoraban por una piel blanca y tersa. El sujeto tenía un cabello liso y tan violeta como el de Atenea, pero recogido en una coleta larga y alta. Unos ojos rasgados de azul violáceo le miraban secos, pero penetrantes.
—Ceo— le reconoció Atenea al instante. — ya lo recuerdo, fuiste el primer titán en caer en la Titanomaquia. Para cuando yo había nacido ya estabas encerrado en tu celda aquí, en el Tártaro. Mi padre me habló de ti.
—Tu eres la famosa deidad que nació directamente de la mente de Zeus completamente armada y preparada para la lucha. Tu historia es épica y admirable. Sin embargo…, creo recordar que fuiste incapaz de romper el cascarón, sin la ayuda de tu hermano Hefestos ¿no es así? — dijo con cierto sarcasmo y presuntuoso el titán.
—Se puede ganar de otras formas, la inteligencia a veces es suficiente para ello.
—¡Inteligencia! ¿pretendes derrotarme solo con ella? — Ceo asomó una ácida sonrisa— este combate me empieza a gustar…, desafiarme a mí con la inteligencia es todo un reto. Veamos si eres tan lista como presumes, tu derrota será una buena lección para tu arrogancia.
—Parece entonces una batalla hecha a mi medida... ¿Niké?
—Contigo hasta el final, Atenea.
—Solo necesito que mantengas la barrera del Khan más del tiempo posible, amiga. Déjame el resto a mí. Ceo cayó el primero, por lo que no es tan letal como parece.
—¡A tus órdenes!
—¡Adelante Ceo! Te mostraré lo que quieras.



Urano volvió en sí en medio de una inmensa oscuridad. Sintió su cuerpo temblar cuando recordó la oscura celda donde había pasado toda su vida. Sin duda al haber sido atrapado por el poder de Ananké había vuelto a ella o su existencia había sido para siempre borrada, pero debido a su inmortalidad era consciente de ese infierno. Antes de haber dejado que la exasperación se apoderara de él, una reluciente figura se le acercó. Era una fuente de luz tan intensa que cegaría al mismísimo sol. La figura iba tan deprisa como una estrella fugaz, hasta que se hizo nítida y real, llegó al punto de tocarle uno de sus hombros.
—¿Cómo estáis, Urano?
—¡Hermes!
—¿Hermes? ¡Ja,ja! No…—respondió la afable figura.
Urano tomó el rostro con las dos manos y lo miró detenido. Sus ojos, que ya no eran lo que eran antes, le habían engañado. El sujeto era luminoso y veloz como Hermes, pero tenía los ojos azules y el cabello largo y platino.
—Es posible que le recuerde a ese bribón, al fin y al cabo, es mi hijo. Permitidme que me presente, soy Zeus y esta de aquí, es Bría.
La paladia saludo reverenciando a Urano, respetuosa.
— ¿Entonces no estoy muerto?
— No, conseguí salvarle antes de que desapareciera de la faz de este mundo con la Teletransportación. Sentí el cosmos de mi hermano Poseidón pidiendo auxilio, por lo que no tardé en llegar a vuestro lado gracias a la doble dimensión.
— ¿Y Hermes?
— ¿Hermes? No se preocupe por él. Si hay alguien que mejor conozca a ese muchacho soy yo y su madre. Ananké no lo ha matado, puedo sentir su débil cosmos, aunque parece estar lejos de nosotros. Todavía no salgo de mi asombro… ¿Cómo ha sido tan hábil de ocultárnoslo antes? Ni yo he me he podido librar de semejante engaño. ¡Cuídate hijo mío!
— Zeus…, tú fuiste el que derrotó a mi hijo para liberar al mundo de su absolutismo.
— El mismo. Pero si no le importa, debemos apresurarnos. Conozco perfectamente las sucias estrategias de las que es capaz mi padre; sacrificará todo para volver a gobernar y dirigir este mundo. Por desgracia hay mucho de él en mi ex esposa, Hera.
— ¿Has dicho ex esposa?
— Las cosas entre ella y yo no han ido demasiado bien. Que digo demasiado… ¡no han podido salir peor!
— ¿Por qué?
— Podría pasarme toda la eternidad hablándole de mi matrimonio, pero no tenemos mucho tiempo. Cuando terminemos con esto, estaré encantado de contarle no solo sobre mi matrimonio, sino todo lo que ha ocurrido desde su ausencia.
— ¡Zeus por aquí! —exclamó Bría señalando un pozo oscuro y profundo en el suelo.
— Bien hecho, pequeña…, sin duda está ahí abajo. Puedo sentir su oscuro y pesado cosmos. No se aleje, Urano, después de comprobar la mala vista de la que dispone, podría caerse con facilidad y no me gustaría tener que salvarle otra vez.
Urano, Zeus y Bría descendieron por el pozo. El lugar era tan estrecho que las manos y los pies podían apoyarse en las paredes. Zeus se vio obligado a plegar las alas de su armadura si pretendía no quedarse atascado, por lo que no les quedó más que descender con la sola fuerza de sus manos y piernas.
— ¿Te pareces mucho a él?
— ¿A quién?
— A Hemes. Tenéis la misma actitud y la misma voz.
— Teniendo en cuenta que nuestra descendencia también es parecida… no sé si tomarme eso como un cumplido o un problema; pero supongo que sí..., nos parecemos bastante. Soy el único capaz de entender su mente y él la mía. En Hermes he depositado todas mis inquietudes e intimidades.
— ¿Y no crees que es peligroso? Depositar toda tu confianza en alguien como él.
— Urano, la historia que ha ensuciado las últimas generaciones, en la que los hijos han traicionado a los padres, forma parte del pasado. Pienso romper ese ciclo. Hermes parece un interesado y un egoísta, pero nadie como él adora a su familia. Es un buen muchacho en el fondo, tengo fe en ese gamberro, solo tiene que encontrar algo que le haga sentar la cabeza de una vez por todas.
— ¿Será eso posible?
— Bueno no puedo garantizarlo…, pero nada es imposible. La esperanza es lo último que se pierde.
Urano, Zeus y Bría continuaron descendiendo esta vez en silencio, pues el aire, la humedad y el calor eran cada vez más pesados y calientes.

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