CAPÍTULO 25: Poderes reencontrados.



Hiperión, el titán de la Luz y el ancestro de los lémures o lemurianos miraba a sus sobrinos, despierto. La bóveda que protegía a la mazmorra y aislaba su poderoso poder del exterior mostraba una fractura en su base dejando escapar parte de su aura sobre el túnel. Era cuestión de tiempo que su cosmos empezara a ensancharse y terminar por romper su jaula.
Curiosamente no todos los Titanes habían conseguido despertar de su letargo. Las celdas de Japeto y sus hijos estaban intactas. Lo mismo ocurría con la de Críos, a pesar del hecho de que su hijo Perses estaba libre. Las celdas de Ceo, Astreos y Asteria también seguían selladas poderosamente sin que nada hubiera alterado sus sentidos.
Zeus estaba en pie junto a sus hermanos Poseidón y Hades frente a Hiperión. De la rojiza cabellera del titán irradiaban látigos de luz y fuego como los rayos del sol. Su cabello contrastaba completamente con sus fríos y transparentes ojos grises. Su mirada era capaz de paralizar a cualquiera, pero esos ojos ya se habían encontrado una vez en el pasado con los azules del joven Zeus.
— Parece que el tiempo no ha sido clemente contigo, rubiales. — dijo irónicamente el hermano de Cronos.
Zeus se limpió con el dorso de la mano las gotas de sangre y sudor que resbalaban por su frente. Pese a los esfuerzos del rey de los olímpicos para detener a su tío, podía sentir la fuerte desventaja en la que se encontraba en ese momento. Es cierto, su vejez había retrasado sus ataques y debilitado sus poderes mientras Hiperión lucía tan poderoso como en el pasado.
— ¿No eras tú quién nos venció a Cronos y a mí para usurparnos el trono? — siguió el titán de la Luz mientras seguía resquebrajando la bóveda que contenía su poder con los rayos de su cosmos. — ¿Por qué tus hermanos no envejecieron como tú? Los necios piensan que me retendrán otra vez sin tu ayuda.
El titán era el vivo reflejo del desprecio hacia sus descendientes. Carcajeó malévolo convencido de que su propósito de liberarse iba a cumplirse sin retraso. Zeus parecía débil y sus hermanos no fueron nunca capaces de vencerle sin la ayuda del rey del Olimpo.
— Calla esa boca, Hiperión, la tienes tan grande que puedo oler tu apestoso aliento desde aquí. — Exclamó Poseidón. — ¿Acaso lo has olvidado? La mayor parte de ésta bóveda está hecha de mi oricalco. Te retuve entonces y otra vez te retendré.
Poseidón apuntó con su tridente hacía la brecha de la bóveda y lanzó un ataque congelante azulado para unir el hueco. Por un momento la bóveda se cubrió de hielo totalmente, impidiendo su gruesa capa que Hiperión se moviera más, pero a los pocos minutos los rayos del titán abrieron la capa de hielo.
— ¡No puede ser! — Exclamó Poseidón mientras recibía un ataque del titán que lo lanzó contra las paredes de la cueva.
— Son las Erinias. — dijo Hades mientras se colocaba en el punto de mira de Hiperión, dispuesto a lanzar un ataque. — Su barrera protectora está mermando nuestros poderes.
— ¿Qué estás diciendo? — preguntó Zeus.
— Si realicé el pacto con ellas milenios atrás fue porque era consciente de que su barrera mantendría perfectamente segura la mazmorra. Ellas son las únicas capaces de reducir el poder de un dios y un titán.
— Sabía que no eran de fiar esas furcias. — dijo Poseidón levantándose de su caída. — Tú siempre agarrándote a un clavo ardiendo, hermano…
— Bueno, al fin y al cabo, han mantenido su promesa más tiempo del que imaginaba. — dijo Hades.
— Los Hecatoquiros están luchando contra ellas en este momento. Puedo sentirlo. — dijo Zeus. — Esos monstruos de diez brazos no dejan de demostrar su lealtad hacia los olímpicos, son admirables.
— ¿Debemos esperar a que las venzan para poder usar todo nuestro poder, Hades? — Preguntó Poseidón.
— Eso me temo. — Respondió Hades. — pero si las vencen se romperá la barrera totalmente y así como nosotros recuperaremos todo nuestro cosmos, nuestros enemigos también lo harán y lo más probable…
— Es que debamos desatar una segunda Titanomaquia. — terminó Zeus.
— ¿Habéis terminado con vuestra charla, olímpicos traidores? — dijo Hiperión. — ¿Qué se siente al saber que vais a ser expulsados de vuestro adorado Olimpo? ¡Este es el renacimiento de una segunda era titán!
Con esas palabras Hiperión lanzó un implacable ataque que alcanzó a los tres reyes de lleno que cayeron al suelo inclementemente y totalmente magullados desde los pies a la cabeza.



Hermes escuchó los gritos de dolor de su padre y tíos al sufrir el último ataque de Hiperión. El cosmos de los tres estaba muy débil, al borde de la desaparición.
—¿Cómo es posible? — Se dijo— ¿Acaso no fueron ellos los que vencieron en la guerra?
— ¡Es enternecedor! – dijo Perses. — dicen de ti que eres un dios superficial y egoísta, pero parece ser que en realidad eres un blandengue. ¿Estás preocupado por tu familia? Tal vez hoy te quedes huérfano.
El hijo de Críos rio a carcajadas, agarrando su gran tripa.
— Te equivocas Perses. Si hay algo que me preocupa, es quedarme sin mi hermoso templo y riquezas por vuestra culpa. No dejaré que saqueéis lo que con tanto esfuerzo he acumulado en todos estos años de vida. Eso es lo único que me importa.
Hermes lanzó su técnica de Bomba de Cáncer. Lanzando varios golpes a su atacante. Sin permitir ningún respiro a Perses, alzó sus brazos en torno a su cabeza, éstos comenzaron a brillar mientras su cosmos adoptaba la forma de un cangrejo que se lanzó al titán al mismo tiempo que Hermes mencionaba la frase “Bello conocimiento de cáncer”.
Con la combinación de ambas técnicas, Hermes había conseguido triplicar los golpes que le fueron propiciados antes a Perses con los meteoros de Pegaso. Dicha técnica, desconocida para el hijo de Críos, le hirió gravemente. El cuerpo del titán aparecía completamente magullado y ensangrentado. La velocidad de Hermes había sido tal que no le había dado tiempo ni de contraatacar ni de protegerse cayendo al suelo. Hermes contempló el cuerpo tendido del titán, acercándose a él y dispuesto a darle el golpe de gracia, pero ante él aparecieron cuatro guerreros fantasmales.

El primero tenía un aspecto deslumbrante y hermoso. Era blanco como la nieve y sus ojos tan brillantes como los rayos de Zeus. Ceñía una corona de platino y una capa de terciopelo azul real. Entre sus manos llevaba un arco de oro.
El segundo era de color rojo, tenía el pelo ardiente como el fuego y los ojos de una mirada dorada y poderosa, capaz de acobardar a cualquier individuo. Su cuerpo era fornido y entre sus manos llevaba un mandoble de hoja afilada y amenazante, capaz de cortar tan precisamente como una catana. Dicho sujeto inspiraba a cualquier sujeto común, respeto y temor.
El tercero era delgado, de piel de ébano y barbudo. Su aspecto no era despejado como el de los dos primeros, sino huesudo y sucio. Tenía el estómago hinchado, le faltaban varios dientes y vestía harapos. Parecía un moribundo hambriento. Entre sus manos había una balanza o escala.
El cuarto tenía un aspecto repugnante entre amarillo ceniciento y verdoso. Desprendía un olor nauseabundo y la fina piel estaba en varias partes abierta mostrando parte de los huesos amarillentos y órganos internos de sangre reseca. Lo rodeaban moscas y de su boca, nariz y orejas, regordetas larvas transparentes agitaban su cola mientras le devoraban. Los ojos eran tan solo dos cuencas. Una capa con capucha hecha jirones le colgaba de su espalda. En su mano portaba una guadaña enorme.
Hermes se quedó un poco desconcertado con la aparición de dichos sujetos, no era capaz de entender de dónde habían salido. Los cuatro se abalanzaron sobre él dispuestos a destruirlo. El caballero blanco lanzaba desde la distancia numerosas flechas sin cesar las cuales Hermes intentó esquivar como buenamente podía. Su labor era complicada mientras tenía que evadir los diferentes espadazos y golpes de guadaña. El hombre de ébano se les lanzó a las extremidades mordiéndole sin clemencia. Ni el mercurio de la sangre de Hermes parecía afectarle.
— ¡¿Qué diablos es esto?!— dijo soportando el ataque masivo y luchando por liberarse de los mordiscos de guerrero hambriento. Con patadas y movimientos contorsionistas esquivaba los demás ataques.
— Los cuatro guerreros del Apocalipsis. — Oyó Hermes decir a un agotado Perses que, tendido en el suelo, incapaz de moverse por sí mismo, le observaba con una mirada sádica. — Soy el titán de la destrucción y estos cuatro guerreros acabarán contigo. El guerrero blanco representa toda la gloria del poder y la nobleza de los titanes. El guerrero rojo representa las guerras que se baten para la conquista, la opresión y la autoridad. El guerrero negro representa nuestra voracidad y eterna hambre por todas las criaturas de la tierra. El guerrero bayo representa la muerte, la caída de los imperios usurpadores y el castigo a los infieles. ¿Qué tal se siente recibir todos los conceptos de una vez?
— Demasiado abstracto para mí. — Respondió Hermes. — Pero todos ellos son el reflejo de vuestra inmunda naturaleza. Si no puedo deshacerme de ellos de la forma habitual, me encargaré personalmente de que de un solo golpe los cuatro desaparezcan contigo detrás.
Hermes emitió un grito prolongado y constante, mezcla de rabia y dolor. Respondía al crecimiento de su cosmos que se expandía sorteando los obstáculos para ser invencible, cubriendo toda la celda de Críos. Sus ojos se ensangrentaron de esfuerzo y sus músculos se hincharon de tensión. En su mano derecha una nova de energía comenzó a aparecer. Juntando ésta con la de su mano izquierda las acurrucó sobre su pecho para hacer que se acrecentaran justo antes de ser liberadas.

“EXPLOSIÓN DE GALAXIAS”


Gritó Hermes lanzando la energía en contra de sus cuatro atacantes y del moribundo Perses. El resplandor inundó cada rincón de la celda y la energía de su cosmos se coló por cada una de las hendiduras de las paredes y el techo hasta salir a la superficie.
Hermes no lo sabía, pero la envergadura de su ataque había conseguido resquebrajar la esfera que contenía el poder de los dioses, permitiendo más margen a su padre y tíos, pero también haciendo lo mismo para los titanes que aún aletargados en sus celdas no habían despertado. Así fue como Críos fue liberado y herido. Siendo su despertar poco agradable. Asteria también había despertado, pero todavía no podía desembarazarse de los látigos de lava que la aprisionaban. Astreos rompió la coraza de oricalcos y hielo que lo mantenían encerrado, cayendo al suelo. Japeto y su hijo Menecio, quienes se encontraban en la celda siguiente, también despertaron. Ceo, sin embargo, parecía todavía atrapado. Por último, el temible Cronos había comenzado a acumular fuerzas para destruir a sus descendientes. Hiperión, finalmente, quedó totalmente liberado de la cúpula.

— ¡No puede Ser! — exclamó Hades. — ¿Quién tiene un cosmos capaz de romper la barrera que aprisiona a los titanes y a nosotros?
— Esto empeora las cosas. — dijo Poseidón. — Temo que ya no solo Hiperión y Cronos amenacen la paz ahora.
— ¡Debéis iros! — Dijo con voz ronca Zeus.
— ¿Cómo? — dijo Hades girándose hacia su hermano menor que intentaba tembloroso levantarse.
— No podemos dejar que te enfrentes a Hiperión en ese estado. — dijo Poseidón.
— No os preocupéis por mí, tenéis que retroceder para contener a los demás titanes.
— ¿Y qué pasa con Cronos? — dijo Hades.
— Cronos aún no ha podido completar su liberación. Utilizamos tanto poder en él que todavía nos queda tiempo hasta que consiga romper todas sus cadenas. ¡Iros sin demora!
Zeus se levantó finalmente. Tenía su cuerpo lleno de magulladuras. Envejecido Zeus conservaba su majestuosidad gracias a su musculado torso, piernas y brazos, pero tras los ataques que había sufrido parecía haberse mermado considerablemente su figura. Miró a Hades y Poseidón, quienes la miraban paralizados de preocupación. Zeus les mostro una reconfortante y tranquila sonrisa.
— ¿Ya lo habéis olvidado, hermanos? Los poderes de nuestros enemigos han podido volver, pero los nuestros también han vuelto totalmente.
El cosmos de Zeus comenzó a iluminarse en torno a su silueta. Comenzó a formar un torbellino dorado cuyas ráfagas eran cada vez más veloces y densas.
— Así me gusta, chispas. — dijo Poseidón. — al final has podido hacerlo.
Poseidón se levantó de golpe y dio una palmada en el hombro de Hades.
— ¿Qué haces atontado? — La reprochó el dios del mar al del inframundo. — Ya no tienes de que preocuparte. El rey del mambo ha vuelto como lo hicimos nosotros. ¡Tenemos titanes que encerrar!
Hades se levantó saliendo por el túnel junto a Poseidón. Los dos se separaron. El primero se dirigió hacia el principio de la mazmorra; mientras que el segundo se fue a comprobar las más próximas.

Disipado el cosmos de Zeus, su figura cambió por completo. Cabellos platinos y largos flotaban armónicamente en su espalda; éstos eran lisos, sedosos y resplandecientes como la luz de las estrellas. Un flequillo grueso y moldeado por las altas entradas se agitaba jovial sobre su frente. Las arrugas habían desaparecido dejando ver una rosada y tersa piel. Una sonrisa conquistadora y orgullosa brotó de sus mejillas sin barba. Unas cejas largas y abundantes se fruncieron en su entrecejo. No eran éstas nada feas sino signo de una personalidad fuerte y enérgica. Tres hoyuelos demarcaron su mentón y cada lado de su boca. Los ojos eran rasgados, azul cielo y el parpado inferior a veces reía cuando su dueño tenía en mente algo. En ese momento Zeus estaba enfrentándose a Hiperión con la certeza de su nueva victoria ante él.
— Así que has decidido desplegar todas tus fuerzas contra mí. — dijo con ironía Hiperión. — La verdad es que te prefiero así. Me dará menos pena acabar contigo, Zeus.
— La lástima será mía cuando vuelvas a caer por segunda vez ante mí, Hiperión.
— ¿Y cómo lo harás? Lo que te facilitó la victoria la otra vez es que desconocía tus estrategias y técnicas, pero ahora las sé todas.
— ¿Eso es lo que crees? Entonces me divertiré más experimentando contigo.
Zeus se puso en guardia. Su atlético y tonificado cuerpo era la respuesta a que dicho dios hubiera conseguido el amor de tantas mujeres y la victoria en tantas batallas. Al contemplarle cualquiera podía averiguar porque había sido destinado a gobernar por encima de todos los Olímpicos. El cosmos comenzó a arder más resplandeciente y ardiente que nunca, como un cosmos recién nacido.



Poseidón Llegó a la celda anterior a la Hiperión. La correspondiente a Japeto y Menecio. El dios del origen de la humanidad y su hijo eran los más humanos de todos los titanes, sin embrago, así como las emociones humanas en las personas ejercían todo el sentido y el movimiento de la vida, dichos sentimientos eran triplicados en los titanes y ésta era la principal fuente de sus ataques cósmicos. El dios de los mares era el mejor oponente a éstos, pues podía entender sus ataques y era capaz de neutralizarlos.
— El crecimiento es el principal impulsor de la personalidad. — Escuchó Poseidón decir a Japeto. — El dios que más próximo está del hombre, el que es capaz de experimentar más sentimientos en sí mismo que los demás, será nuestro oponente.
Cuando Poseidón fijó la mirada vio al Japeto sentado en la cima de una montaña de piedras desprendidas. Entre sus brazos tenía a Menecio conteniendo su furia al ver a su hijo inmóvil.
— Tan temible ataque ha sido capaz de no hacer despertar a mi hijo. El techo de la celda se le cayó encima y debido al profundo letargo después de la Titanomaquia no es aún capaz de encontrarse con su padre.
El titán apartó el cuerpo de su hijo a un lado protegido y lo arropó con su capa. Después miró por el rabillo del ojo a Poseidón. Tenía los ojos castaños y el pelo oscuro. Las cejas pobladas y largas. Su cuerpo se alzó mostrando toda la prominente y musculada figura de su torso. Era bastante más grande que Poseidón, un gigante como lo era su hijo Atlas. Tenía un aspecto cavernícola debido al abultado arco de sus ojos. Los labios y nariz eran gruesos.
— ¿Has sido tú el que ha roto la barrera y provocado éste destrozo?
— Estaba demasiado ocupado intentando devolver a tu hermano a los barrotes. — contestó Poseidón.
— Los años no han calmado tu bravuconería. Tú siempre fuiste el más atrevido de todos. Tu devastador genio ha provocado más de un desastre en esta tierra.
— Creo que no conoces bien a mis hermanos. Parece ser que todos hemos heredado algo de vuestro mal genio.
— Puede ser, pero los demás saben contenerse. No como tú, dios de los maremotos. Estoy deseando privarte de tu trono para que mi hermano Océano vuelva a gobernar los mares. Con él la calma y la tranquilidad volverán a habitar en la hidrosfera.
— Océano es demasiado aburrido. Los navegantes y las especies necesitan del aire y la movilidad para seguir expandiéndose. Lo mismo ocurre con la corteza terrestre. Los fenómenos naturales son necesarios para el buen desarrollo de la vida.
— No con la frecuencia que tú lo haces, por supuesto.
Japeto alzó su brazo apareciendo una enorme espada entre sus gruesos dedos. La contempló satisfecho mientras sonreía al sentir su poder de nuevo.
— La espada del Caos. La que es capaz de cortar dimensiones y espacios. No me he olvidado de los quebraderos de cabeza que me dio tiempo atrás. — dijo Poseidón.
— Otra vez me dispongo a partir en mil pedacitos el ridículo oricalcos y hielo que brota de ese tridente.



El rey del Inframundo llegó a la celda de Críos, sorprendido de la destrucción del techo. Era consciente que solo una enorme explosión podía haber sido capaz de reventar el duro granito que cubrían la cordillera del Tártaro y la barrera de las Erinias. La celda parecía un volcán de enorme cráter, pero si magma.
— No puedo creerlo. — se dijo en voz alta. — esta destrucción solo la puede realizar la explosión galáctica de mi hermano. Pero mi hermano estaba conmigo, ¿quién entonces ha podido heredarlo?
El dios se movió precavidamente, mirando de un lado a otro para detectar enemigos, cuando su pie golpeo algo en el suelo. Al inclinarse vio su casco de invisibilidad.
— ¿Cómo ha llegado hasta aquí sin que yo lo invoque? — dijo extrañado cuando una voz interrumpió el incómodo silencio de la celda. Similar al que habita después de un temblor de tierra.
— Tenéis un ladrón astuto e insoportable con vosotros.
Descendiendo de la oscuridad de las rocas de las paredes que aún se habían mantenido en pie, Hades vio descender lentamente unas peludas piernas de dedos largos y huesudos. La figura se confundía con las sombras que proyectaba la orografía de la celda.; pero las alas desplegadas y los ojos rojizos desvelaban la identidad del sujeto.
— Críos…— dijo Hades. — Tú también has despertado.
— ¿Qué esperabas? — dijo el titán mientras avanzaba a Hades dejando que su figura se iluminara por el cielo del inframundo que asomaba del cráter de la celda. El tono rojizo del firmamento había acrecentado su aspecto demoníaco. — Después de semejante ataque era inevitable que mi celda se terminara de destruir.
Críos llevaba en su mano derecha el cuerpo inconsciente de Hermes, que se agitaba como un muñeco de trapo. Mientras, apartando su ala mostró el cadáver de su hijo, Perses.
— Hermes…, debí imaginarlo. — dijo Hades. — Nadie salvo tú es capaz de robar el casco de invisibilidad. Sin embargo, parece que te ha sido útil.
— Pensaba que ibas a estallar de ira, al averiguar que te habían engañado así.
— Y piensas bien, pero ahora tengo cosas más importantes de las que ocuparme. Tú eres uno de esos asuntos que tengo que saldar.

Hades atrajo el casco a sus manos, dispuesto a ponérselo. Críos rio entre dientes mientras lanzaba el cuerpo de Hermes contra la pared. El mensajero había sido lanzado con tanta fuerza que había fracturado la ya más que perjudicada roca de la misma.
— Si voy a pelear otra vez, hay que hacerlo bien.
Diciendo esto Hades invocó su armadura al alzar la espada al cielo. Lo mismo hicieron sus hermanos, encajándoseles al cuerpo.

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