El planeta que conocemos ahora estaba gobernado por Ares en la
tierra y Poseidón en el mar. Zeus se encontraba en el Cielo y Hades en el
inframundo. La capital de la tierra estaba en Tracia, al norte del mediterráneo
y contigua al mar Propóntide (Mar de Mármara). Ahí se encontraba el santuario
de Ares, dios que era el más adorado, pues la tierra estaba sumida en
constantes reyertas. La capital en el Mar era la Atlántida donde se encontraba
el santuario de Poseidón. Ésta se localizaba en la zona más occidental del
Mediterráneo, donde se encontraba Atlas soportando la tierra.
Grecia no existía entonces. No era más que un cúmulo de reinos confusos
esparcidos entre las tierras orientales próximas al actual Egeo. Cada reino
disponía de su propio gobierno y se mantenían en constantes traiciones y
sabotajes en una lucha sin descanso por el poder. Muchos de ellos dirigían sus
plegarias a Poseidón o Ares según les convenía.
En mitad de este caos, algunos reinos disponían de gobernantes justos y buenos.
Dichos reyes no otorgaban tesoros ni a Ares ni a Poseidón, perfectamente
conscientes del engaño al que sometían a los hombres. Esto enfurecía a Poseidón
y Ares quienes insistían en que se les adorara por medio de amenazas y
estratagemas.
Hermes se apresuró a penetrar en el rincón de Atenea del Olimpo. Atravesó el
jardín de Afrodita donde las tres gracias le saludaron voluptuosas en sus
tranparentes velos. Provocaron el rubor del mensajero cuando se acercaron a él
y le rodearon con sus brazos.
- Hermes, cuéntanos una de esas graciosas historias que sabes.- Dijo la rubia
enrollando el mechón de la patilla del dios en sus dedos.
- Cuéntanos, alado y joven dios, cómo superaste la astucia de Apolo al robarle
su ganado.- Dijo la morena acariciando el lóbulo de la oreja izquierda.
- No…- dijo la pelirroja que se lo atrajo por el cuello a tocar mejilla con
mejilla- Mejor cuéntanos tu amor por Herse, la sacerdotisa de Atenea.
Hermes miraba los tres pares de ojos que brillaban risueños ante su presencia
con una amplia sonrisa. Con cortesía retiró los suaves brazos que le envolvían
diciendo:
- Mis queridas y bonitas gracias, por mi juventud inmortal, agilidad sin
iguales y varonil belleza, que tengo unas ganas enormes de satisfaceros a la
tres a la vez, pero mis obligaciones me han hecho aterrizar a este jardín para
alcanzar el templo de la casta y sabia Atenea que reclama mis servicios de
mensajería. Si tenéis paciencia tengo tiempo libre después de trasladar las
almas al Hades para relataros mis aventuras con la lira que le hice a Apolo.
Haciendo una reverencia besó las manos de las tres que rieron tímidas y se giró
hacia las amplias columnas del horizonte. Tomo carrerilla y de un salto
emprendió el vuelo hasta posarse en la estatuilla del frontón que miró con
galantería.
- ¿Quien labró con manos hábiles semejante belleza? Pierdo la cordura pues creo
haberme enamorado de esta estatua. ¡Hay las manos de los artistas! vosotras
creáis y yo os doy el valor comercial para el intercambio.
- Esa es una réplica de Pandora, Hermes. Deja de hacer locuras y baja que la diosa
te espera.- Bajando la vista vio a Palas junto a Cariclo. Las dos fieles amigas
de Atenea. Hermes saltó hacia el suelo frente a las dos.
- ¿Qué tal están las serenas ninfas de la corte de Atenea? Espero que Tiresias
ande creciendo fuerte y sano Cariclo.
- Gracias Hermes, sí está muy grande ya, pero tenemos que apresurarnos.
- ¡Claro!- Dijo ajustándose el petaso y enroscando su túnica granate
noblemente.- No puedo presentarme con malas pintas. ¿No creéis? Los achaques de
la velocidad de mis vuelos me desaliñan.- Las dos rieron y comenzaron a
dirigirse al pórtico y atravesaron hasta la puerta principal. Hermes miró los
ricos materiales que estaban incrustados en la madera diciéndose cuanto de caro
podría venderse algo así. Cuando las ninfas llamaron un niño de unos cinco años
les abrió.
- Tiresias, lleva a Hermes hasta Atenea.- Dijo Cariclo asintiendo el niño.
Hermes entró solo con Tiresias y lo miró impresionado.
- ¡Caramba pequeño! Sí que has crecido desde la última vez que te vi.- Dijo
Hermes flexionando las rodillas y poniéndole la mano encima de la cabeza
cariñosamente. El niño sonrió y comenzaron a andar por la naos.
Hermes alzó sus ojos al techo donde unos bonitos relieves sobresalían del
tejado. El niño se paró y Hermes con él. Tiresias tomó la cortina del frente y
la abrió un poco señalando el interior. Hermes entró dándole las gracias al
niño. Frente una estatua de oro que vestía una armadura una joven Atenea se
encontraba sentada. Tenía la frente apoyada en su mano y el largo y brillante
cabello violeta le caía alrededor de sus hombros, el pecho y la espalda. Vestía
de blanco inmaculado la égida ocultaba sus encantos femeninos, pero el lino le
caía por sus piernas como un paño bello que envuelve un tesoro sagrado.
Hermes se quitó el petaso poniéndolo sobre su pecho, apoyándose en su caduceo
hincó la rodilla izquierda.
- Ahora comprendo la preciosidad de este templo, al contemplar la hermosa dueña
que se retira en su interior.- Atenea se levantó de su asiento y se dirigió a
Hermes.
- Levántate hermano, sabes que no tienes que adorarme a mí más que a nuestro
padre.- Hermes se levantó y pudo apreciar la diferencia de estatura entre ella
y él, bajando su mirada miró sus ojos azul-verdosos.- Mi querido hermano, te he
hecho llamar porque tengo que pedirte algo muy importante, muy importante y
arriesgado.
- Qué quieres que haga por ti.
- De sobra sabemos todos los dioses las habilidosas artes de las que estás
dotado. Tienes manos y pies ágiles, que combinados con una enorme astucia hacen
de ti el pícaro más extraordinario del universo.
- Gracias, virginal hermana, pero me vais a hacer ruborizar con tan buenas
impresiones.- Atenea sonrió.
- Es por eso por lo que a nadie más que ti, puedo pedirte y entregarte esto.-
Atenea se dirigió a un sagrario ubicado a los pies de la estatua de oro. Sacó
de allí un frasco de cristal con un líquido rojo. Se lo entregó a Hermes.- Esto
es mi sangre divina. Guárdala celosamente.
- Pero… ¿por qué?- Dijo desconcertado.
- Yo soy la diosa de la paz y la justicia. La única que desea el bien de esta
humanidad. Ares y Poseidón quieren guiar al mundo por el camino del horror, el
odio y la muerte y así hacer huir la esperanza tan grande que los hombres
guardan en su interior. No puedo permanecer en la omisiva, observando como la sangre
tiñe la tierra que mi padre gobierna desde el cielo. Ellos también forman parte
de nosotros. Tú mejor que nadie lo sabes, porque entre los hombres hay hijos
tuyos.
- Tienes una enorme misericordia por los hombres, Atenea, ¿Por qué?. Es cierto
que hay hijos míos allí abajo pero ellos son libres de elegir el camino que
quieran y si desean la guerra que así sea.
- No desean la guerra, Hermes. Yo lo sé. No puedo permanecer ajena a los gritos
de víctimas inocentes que caen bajo el hierro de las espadas por una injusta
sed de poder, inducida por el fanatismo hacia Ares y Poseidón por ver erigidos
más templos que el otro. Es absurdo, vano y pernicioso. No sabes cuanto de
felices son dos personas que se encuentran por amor y forman una familia…, o
cuanta satisfacción hay en un corazón que ayuda al vecino a mejorar en su
salud…, el milagro de que una persona hundida salga adelante para poder
levantar una hogar y una ciudad… pero estas cosas no pueden darse si la guerra
las oprime.
Hemes miró el frasco de sangre al escuchar las palabras de Atenea.
- Esta sangre otorga la esencia divina a cualquier objeto, haciéndolo tan
invencible como inmortal. Quien la tenga en su poder podrá dominar el mundo y a
los hombres. No obstante, me lo entregas a mí que tengo las manos más tramposas
de todas. Es tentador lo que puedo hacer con ella… ¿no lo has pensado?
- No es para que te la quedes a tu antojo, Hermes. Esa sangre debe ser mezclada
con al menos tres más y dos de ellas deben ser descendientes directos de Cronos
para poder otorgar la vida a un objeto muerto.
- No estarás pensando …
- ¿Descender a la tierra? Sí…, pero no inmediatamente; antes tiene que
despertar alguien por mí y confiar en su redención.
- ¿De qué estas hablando?
- Viste la réplica de Pandora en el frontón, ¿no es cierto?
- Sí.
- Tienes que encontrar a la original y verter esta sangre junto a las demás en
su estatua.
- ¡Has perdido la cordura! – Dijo riéndose.- -Pretendes despertar otra vez la
tentación suprema, la mujer mas corrupta y fría de la creación. Quieres
hundirnos a todos en el tártaro…
- Yo confío en su corazón. Te recuerdo que si no llega a ser por ti y Hera ella
no habría liberado los males que asolan la tierra. Ella también tiene una parte
buena que es digna de ser descubierta. Además, es la luchadora más
extraordinaria que existe después de mí y la única que puede restablecer el
orden de la tierra al traer la esperanza, ya que solo ella conoce su forma.
Enfrentará con su valor los ejércitos de Poseidón y Ares y traerá la victoria
consigo. Si todo ello funciona, podrá cederme a mí el turno en la tierra y
descenderé para poder solventar y dispersar los conflictos y penurias que ahora
ensombrecen a los hombres. Les iluminaré otra vez de esperanza e impediré su
destrucción inminente.
- Crees que eres la diosa más benevolente de todas y por eso piensas que tú
únicamente puedes gobernar a los hombres para que no se devoren como lobos. ¿No
se llama a eso vanidad?¿Por qué crees que tu eres la mejor para domar a los
hombres que cualquiera de nosotros?- Atenea se giró desconcertada. – Mira bien
tus intenciones diosa de la sabiduría, estás pensando igual que Ares y
Poseidón; espero que no te corrompas como ellos al sentirte tan digna.
- ¿Por qué dices cosas tan horribles?
- Me has entregado tu sangre para que despierte a Pandora. ¿Por qué iba a
hacerlo, pudiendo ser yo el que tome su lugar?- Se echó a reír, mientras
lanzaba el frasco al aire y lo volvía a recoger.
- La culpa es mía, por confiar en un ser tan engañoso como tú!- La armadura de
la estatua se soltó y envolvió a Atenea.- devuélveme ese frasco estafador. ¡Qué
estúpida fui al pensar que ibas a ayudarme!
Arremetió con su lanza contra Hermes y éste la frenó con el caduceo.
- No voy a devolverte el frasco Atenea, y esa armadura no me asusta. Sin ella
no eres más que una jovencita frágil e indefensa.
- Por eso voy a luchar para recuperarlo.
Otra armadura tan rápida como una estrella fugaz penetró en el templo. Tiresias
corrió en busca de ese rayo cegador hasta que por la naos salían Atenea y
Hermes. El rayo se paró frente al mensajero dejando avistar una armadura tan
brillante como el platino. Se desencajó para protegerle.
- Tiresias!-Decía Atenea.- Corre. Este enfrentamiento podría poner en peligro
tu vida. - El niño miraba a los dioses desconcertado y asustado.
Hermes giró el caduceo que repelió todos los ataques de Atenea con la
lanza.
- Si quieres ir al Hades, querida, yo te trasladaré a él y anda a ver si puedes
encontrar a Pandora. ¡¡¡ONDAS INFERNALES!!!.- unas espirales se abrieron de los
dedos del mensajero arrastrando cuan huracán a Atenea y desapareciendo entre
ellas.
- No! Atenea!!- el niño se abalanzó sobre el dios que cayó al suelo soltando el
frasco. Una aurea dorada expelía el cuerpo del niño que lo miraba llorando de
rabia.
- ¡Cómo es posible que un niño de cinco años me haya tumbado de un empujón!-
Dijo el dios desconcertado.- ¿Y qué es eso que hay a su alrededor…?
- Has matado a Atenea…- Hermes se levantó mientras observaba como el aurea
dorada crecía entorno al niño.
- ¿Quién eres tú, chiquillo…?- Dijo entrecerrando los ojos.- Ese poder no lo
conoce nadie, excepto nosotros, los dioses- En niño se volvió a abalanzar sobre
Hermes y éste alzándose en el vuelo agarró la lanza que casi se clava en el
pecho de Tiresias. El niño se quedó paralizado y sorprendido. Bajo las piernas
de Hermes vio a Atenea y su rostro se iluminó.
- Te hará falta algo más que ese golpe para acabar conmigo, Hermes.- Dijo
Atenea.
- Y a ti te hacen falta que Asclepio te mire los ojos. Casi matas al chaval con
tu arrogancia.- Hermes partió en dos la lanza y la pulverizó entre sus manos
que soltaban un fuego azulado.
Tiresias corrió a abrazar a Atenea sonriente sin que le importara estar en
medio de una pelea. Hermes contempló como ésta le acariciaba la cara conmovida.
La armadura abandonó al mensajero.
- ¿Por qué te desarmas?- Atenea lo miró sorprendida tomar el frasco de sangre y
fue a por él, pero Hermes lo hizo desaparecer.
- Cálmate diosa de la guerra. Tu sangre está a buen recaudo. Haré lo que me
pides si me das algo a cambio.
- ¡¿Cómo dices?!
- Soy el único capaz de robar la sangre a tres dioses más, ya que fui capaz de
robarle el tridente a Poseidón, la espada a Ares, el rayo a Zeus, el rebaño a
Apolo…- Dijo sonriendo socarronamente.- pero no puedo hacer las cosas gratuitamente,
sino no sería el dios del comercio.- La armadura abandonó a Atenea
- Te escucho.
- Conseguiré la sangre de Ares y de dos descendientes directos de Cronos… pero
para ello quiero tu armadura.
- ¡Mi armadura!
- Es la más sólida y poderosa de todas, ya que tiene que proteger a alguien tan
frágil y puro.- dijo tocando un mechón a Atenea.
- ¡Cómo osas tocarme!.- Dijo retirándose furiosa.
- Porque soy tan osado y loco como para aceptar semejante misión, pero bueno..,
¿Acaso no fui el asesino de Argos pese a ganarme la enemistad de la reina del
Olimpo? Dame tu armadura y yo te daré a Pandora.
- No puedo darte un precio tan alto. – Dijo Atenea.
- ¿Es más alto que tu propia sangre y la supuesta paz que tanto anhelas para el
hombre?
- Pídeme otra cosa no puedo darte mi armadura.
- ¿Por qué?
- Porque ella está íntimamente unida a mi intento de paz y orden.
- Es porque tiene un secreto, ¿verdad? ¿Acaso no fueron los lemurianos quienes
te la rehicieron después de que ésta quedara totalmente destruida en la gigantomaquia?-
Atenea no respondió.- Decídete, joven diosa, tu paz o tu armadura. - Hermes se
volvió a poner el petaso. Recolocándose la capa granate se dispuso a irse. -
Por cierto, Tiresias, eres un chico muy fuerte. Cuando seas más grande no me
quiero ni imaginar cuanto podrás hacer…- Mirando a Atenea por última vez salió
de la naos. Cariclo y Palas fueron al encuentro de Hermes.
- ¡Por todos los sátiros, Hermes! ¿Qué a pasado allí dentro?- exclamó Cariclo.
- Hemos visto como resplandecía el interior como si un rayo de Zeus lo
invadiera.- Dijo Palas
- Queridas ninfas… todo está bien… simplemente la diosa de la sabiduría
necesita reflexionar un momento. Y con todos mis respetos Cariclo es una falta
de respeto meterse con los hijos de alguien. Mientras yo no tengo más que
halagos para Tiresias vas tú y mencionas a mi hijo pan, el sátiro más conocido
de todos.
- Lo lamento…
- Quedas perdonada. Ahora con vuestro permiso me retiro, aun tengo muchos
mensajes que entregar y a muchas almas que guiar.
Tomo carrerilla y pegó tres zancadas. A La tercera se elevó por lo cielos del
Olimpo mirando por debajo de su hombro el templo de Atenea. Escuchó las
llamadas de las gracias que se despedían de él. Este sonriendo les lanzó un
beso y miró al frente acelerando su velocidad hasta no ser más que una estrella
fugaz.
Atenea regresó bajo la estatua muy preocupada y se sentó en el trono.
- ¡Atenea!- Exclamó el niño.
Atenea se giró hacia Tiresias que le señaló el frasco de sangre al lado del
altar de ofrendas. Atenea lo cogió y lo estrechó contra su pecho.
- ¿Por qué me lo has devuelto, Hermes…?- Dijo mientras le resbalaban las
lágrimas de alegría en su rostro.
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