CAPÍTULO 1: El secreto de Dohko de Libra



Sello del dragón de Jade


Lección 1

"Da y tendrás en abundancia"


 




El Río Xiang que recorre de norte a sur el país de China, está bordeado por algunas de sus ciudades más importantes. Dejando atrás las más avanzadas industrias de Quanzhou, los claros campos de cereales de Zhuzhou y donde la dinastía Jing creó su propio cementerio de guerreros de terracota (Xian); los caminantes que se desvían en busca del mar se encontrarán bloqueados por una de las cordilleras montañosas más hermosas de todo el planeta. Transitando por las zonas donde más concentración de cultivos de arroz se hallan, se levantan montículos altos y sólidos de cumbres redondeadas esculpidas en un pasado por el mar que las cubría. Entre esas montañas se oculta uno de los santuarios más venerables y antiguos de la historia de la humanidad: Nan Hengshan. Nadie, salvo unos pocos privilegiados que no temen a su orografía, su clima húmedo y sus frondosos bosques, pueden hallarlo.

En una de las laderas de esas montañas se encuentra una aldea considerada la frontera entre el mundo real y el místico. Se trata de una aldea mediana quedando al sur Hunan y al este Hengyang. La mayoría de sus habitantes son campesinos que dedican sus horas de trabajo a los cultivos. Muchos viajeros en peregrinación para la búsqueda de la vida ermitaña, suelen parar a tomar el último descanso antes de proceder a su propia vía espiritual.

En esa aldea se encuentra una casa de hospedaje con el nombre de Shun Wéifēng cuyo significado es “suave brisa”, pues decían los clientes que nada había mejor que sentarse en su amplio jardín mientras la brisa del río Xiang acariciaba sus mejillas. En ese momento la casa solo acogía a unos pocos extranjeros, pero era la hora del almuerzo y el restaurante rural estaba repleto de comensales saboreando el plato especial del menú, un arroz caldoso con verduras y pescado del mismo río llamado Shenyang Dun yu.

El dueño de la casa era un hombre que enviudó y a quien solo le quedaba una hija, después de perder a dos varones en la guerra que estalló con la revolución de Mao. La hija se llamaba Fang y solía atender a la clientela en ausencia de su padre.

Aquel día un viajero de estrecha planta y ropas descoloridas entró el restaurante. Se ocultaba tras una amplia capa de lana parda que lo envolvía por completo. Cuando se sentó se quitó el sombrero, descubriendo su identidad. Era una chica joven, probablemente en la veintena. Tenía el cabello recogido en una trenza dorada y ondulada, algo desecha. No solamente llamaba la atención su pelo, cuyo color no era habitual en la región, sino también sus pequeños ojos rasgados castaño–rojizos. Nunca se había visto un color semejante de ojos entre las diversas razas que convivían en la Tierra; por lo que la forastera parecía venir de otro mundo. Pese a su aspecto desaliñado, fruto de largos viajes, tenía las facciones redondeadas y agradables. Una amable sonrisa brotó de los labios de la recién llegada comensal y Fang reaccionó con otra servicial y agradable sonrisa.

—¿Qué va a tomar, señorita?, —dijo Fang.

—¿Acaso no es este el lugar donde ponen el caldo más delicioso de la región?

—Marchando entonces una de Shenyang Dun yu.

La sopa no tardó nada y la forastera enterró su nariz en el cuenco. Olisqueando su salado y cálido humo, dijo:

—¿Cómo he echado de menos comida de calidad como ésta? Después de diez años no he olvidado este aroma. Huele que alimenta.

—Que aproveche.

En el momento en el que la comensal acercó el cuenco a sus labios y hundió los palillos, irrumpieron en el local cuatro hombres que vestían tradicionales ropas asiáticas de color negro con cinturones amarillos. Bordados en el pectoral izquierdo tenían un escudo cuyo símbolo era un dragón negro con fondo violeta. Se escuchó en la sala asustadizos comentarios entre los clientes. Y una palabra que se repetía una y otra vez: “Taisheng”.

Los forasteros, cuando vieron a Fang fueron directamente a ella apartando a la comensal bruscamente de su asiento. El cuenco de estofado se derramó sobre ella, manchándole todo el lado izquierdo de su ropa.

—¿Dónde está tu padre? — le preguntaron severamente a Fang.

—Ha salido al mercado…

—¡Mientes! — el forastero tomó a la jovencita por el cuello de la blusa con violencia.

—¡Es cierto! Tenía que comprar algunos encargos de última hora—. Decía asustada, apunto de llorar.

—Ese viejo se empeña en seguir escondiéndose de nosotros. Secuestremos a su hija, así le propondremos un intercambio.

El hombre saltó por la barra y obligaron a salir a Fang de allí. La jovencita suplicaba por su vida:

—No, por favor…, no me hagan daño… ¡Ayúdenme! — gritaba desesperada a los clientes.

—De nada te sirve pedir ayuda ¿crees que alguien se atreve a enfrentarse a nosotros? Saben que, si intervienen, los llevaremos a ellos también o sus seres queridos.

Por sorpresa un golpe punzante de dedos dirigido directamente al codo del secuestrador hizo que éste soltara a la muchacha, al mismo tiempo que emitió un alarido de dolor. Al alzar la vista vio a la comensal reteniéndole la mirada desafiante sin atisbo de miedo.

—Creo que no todos pensamos como tú—. Dijo la comensal.

Una risa perversa brotó de la garganta del hombre que había sido golpeado. Cuando vio a una chica encarársele le pareció divertido y recomponiéndose, volvió a erguirse para intentar imponer a su atacante.

—Una chica haciéndose la heroína… tendremos pues que darte una lección y llevarte ante nuestro señor.

—¿Quieres llevarme con tu señor? Si te parto las piernas dudo que lo consigas.

Aquella respuesta irritó al hombre de tal modo que se abalanzó contra la chica para atacarla junto a los otros tres. La forastera consiguió bloquearlos mientras indicaba a Fang que corriera. Fang, no sin dar algún que otro resbalón salió corriendo asustada mientras la forastera los enfrentaba a los agresores valientemente.

De un rápido golpe en el pecho empujó al que parecía ser el líder de los agresores contra la barra, golpeándose este la cabeza con el borde de la tabla. Se le abrió una profunda brecha en la sien que sangraba abundantemente, dejándole conmocionado. Los otros tres se lanzaron contra la comensal a la vez para reprenderla. La gente que aún estaba en el local se levantaba de sus asientos temiendo que les alcanzaran alguno de los puñetazos y patadas que se estaban dando los que peleaban. Unos salieron corriendo y otros se arrinconaron en la pared, cercados por un muro de mesas, sillas, platos y vajillas que volaban por los aires y caían al suelo con las persecuciones del combate.

Uno de los guerreros en pie, sin tiempo de reacción, vio una mesa que se le caía encima. Cuando se protegió con los codos envueltos con unas placas de metal, rompieron la superficie de esa mesa sobre él. El armazón de las patas y el soporte de la tabla le atraparon en un anillo astillado, como el animal que queda atrapado en una red. El segundo fue golpeado repetidas veces en estómago y cara…, una última zancadilla y golpe en la rodilla lo derribaron por completo. El tercero, sacó su arma esperando que ésta pudiera vencer a la brava extranjera, pero ésta le fue arrebatada por una dolorosa patada que le partió la muñeca. Un codazo entre los omoplatos recorrió el cuerpo del luchador por toda su columna, desde la cabeza al coxis. Cayó entonces al suelo también vencido.

El líder, recompuesto de su brecha, le fue a dar un puñetazo a traición por la espalda a la joven extrajera, pero fue esquivado habilidosamente. Pese a que se lanzó con todo su cuerpo y fuerza contra ella no podía tocarle un pelo. La muchacha era mucho más ágil y ligera que él. Como un gato huidizo de un salto subió a la barra esquivándolo; después le lanzó la capa parda a la cabeza para desorientarle, con sus puñetazos consecutivos lo dejaba cada vez más herido y enredado en la capa. Finalmente, aprovechándose de la debilidad del luchador, lo zarandeó de un lado a otro. El hombre se resbaló con los restos de porcelana y comida desparramados en el suelo y cayó de bruces, clavándose los pedazos de vajilla y cristal en la cara y con el trasero para arriba. Ella le dio un puntapié que le hizo dar la voltereta al mal herido acosador. El hombre con toda la cara ensangrentada y llena de cristales se había quedado tendido en el suelo tan dolorido que no podía levantarse. La joven asomó por encima del hombre su rostro e hincó una rodilla. Su mirada era fría tras esos ojos castaños con matices rojizos.

—Dile a tu señor, que Talaris, la discípula del gran Dohko de Libra le envía recuerdos…

La pupila alzó sus manos y las entrelazó para darle el golpe de gracia, pero el llanto de un niño la paró en seco. Alzando su vista hacia el llanto vio al infante abrazado a su madre y ésta protegiéndolo de la violencia que les rodeaba. Talaris decidió parar la pelea arrepentida. Volviendo a la cordura y desvaneciéndose el calor del combate, pudo ver el desastre que se cernía en torno a ella. Mesas y sillas rotos, vajillas y cristales esparcidos por el suelo, manteles manchados y sobre todo los rostros de los espectadores que la miraban espantados.

Fang entró por la puerta, esta vez acompañada por un hombre canoso que miraba a su alrededor llevándose las manos a la cabeza con desesperación y el rostro pálido. Cuando dirigió su mirada a los intrusos, su rostro enrojeció de furia.

—¡Taisheng! — Dijo entre dientes— Ya sé a lo que habéis venido. Jamás os lo entregaré y ¡¿pretendíais llevaros a mi hija con vosotros?! ¡Malditos desalmados! ¡Largaos de aquí!

El hombre arrastró por los pies uno a unos a los agresores y los llevó a la calle. Talaris se quedó sorprendida del valor y la fuerza del hombre. Supuso que eso era un padre coraje.

—¡Maldito viejo! Volveremos a por lo que pertenece a nuestro señor—. Dijo el líder levantándose aparatosamente—¡Tu rebeldía no quedará olvidada, Talaris!¿Cómo te has atrevido a levantarte contra nosotros? ¡Los cinco picos son nuestros!

Talaris no respondió a la amenaza. Con extrañeza vio como los cuatro agresores se alejaron cojeando, encorvados y maltrechos hacia las montañas. Sorpresivamente el hombre que acababa de entrar le hizo una reverencia tan servicial y agradecida que casi podía apreciar su nariz rozando el suelo. Con lágrimas en los ojos le dijo:

—¡Muchas gracias por intervenir! Si se llevan a mi hija no sé qué hubiera sido de mí.

Talaris sin salir de su asombro, hizo al hombre erguir su postura respetándole su edad.

— No podía dejar que aquellas personas se llevaran a una chica indefensa. Además, he destrozado todo el local. Eso no me hace sentir muy orgullosa

—Fang es mucho más valiosa que mi restaurante. Es algo irremplazable. Me llamo Li Huan, y soy el dueño de este hostal.

Talaris sonrió al hombre con simpatía y aliviada de que no le dijeran nada del desastre, le respondió:

—Soy Talaris. Encantada de conocerle, señor Huan—. Empezó a levantar mesas y sillas.

—Déjelo, ya lo haremos nosotros—Dijo Li, deteniéndola.

—No puedo. Mi conciencia no está tranquila con lo que he hecho. Debo asumir la responsabilidad de mis actos. Eso es algo que aprendí de mi maestro Dohko.

—¿Te refieres al anciano maestro Dohko de Libra?

—El mismo ¿Lo conoce?

—¡Los dioses entonces han escuchado nuestras plegarias! ¿Eres un caballero de Atenea?

Cuando Talaris oyó la palabra caballero una punzada de dolor le dio en el corazón. Una espina que parecía volverle a molestar después de tanto tiempo.

—Un caballero de Atenea… No, por desgracia. Pero me halaga que me lo haya dicho.

—¡Entonces debes ser un taonia!

—¿Un taonia…? Nunca he oído hablar de algo así.

—¿No sabes lo que es un taonia? —. La expresión del hombre era bastante sorpresiva.— ¿Pero no has mencionado que eres discípula de Dohko de Libra?

—Sí así es, pero nunca me mencionó esa palabra. ¿Es una de vuestras leyendas chinas? Me encantan esas leyendas, por favor, cuéntame más.

—Los taonia son los guerreros protectores de la naturaleza. Se forman en los sabios templos de los cinco picos. Cada uno de ellos protegidos por un animal diferente, adoptan sus poderes y protegen a esta tierra y sus habitantes. Proceden del país encantado de Sukiyo.

— ¡Vaya eso es apasionante! Aparte de los caballeros de Atenea, los caballeros de Asgard y los generales del mar ¡existen los taonia! ¿por qué me lo ocultaría mi maestro? ¿Shiryu y Okko lo sabrían también?

—¿Así que también conoces a Shiryu y Okko?

—¡Claro que sí! Me entrené con ellos y también conozco a Shun Rei. Ella era como una hermana para mí.

El hostelero y su hija se miraron. Tenían sentimientos contradichos. Por todos los nombres que había mencionado la forastera, sabían que efectivamente debía ser discípula de Dohko, pero ¿cómo es que no sabía nada de los taonia? Y más aún ¿Por qué Dohko nunca les había mencionado que tenía un tercer discípulo? La joven se sentó en una de las sillas pensativa. Otra vez una punzada de tristeza asomó por su peculiar rostro.

—¿Estás bien, Talaris? — dijo Fang—pareces un poco cansada.

—¡No te preocupes! Debe ser que he malgastado mucha energía con esos cuatro abusones—dijo con una sonrisa— ¿cómo les habéis llamado…?

—Taisheng.

—Eso es… Taisheng. ¿Por qué han dicho que los cinco picos son suyos? Perdonar la pregunta, pero llevo diez años sin venir por aquí. Soy una completa ignorante ahora mismo.

Fang y el hostelero comenzaron a limpiar. El hombre empezó a hablar.

—Todo empezó con la guerra del gran eclipse. Los Taisheng salieron en aquel entonces como un grupo aislado y revolucionario que querían traer de vuelta las costumbres antiguas chinas. Son contrarios a la modernización y a nuestro actual gobierno. Esta es una región muy rural y abandonada del gobierno central de Shanghai y Pekín. Aquí subsistimos de nuestro propio trabajo artesanal y agrario. El aislamiento que estas montañas nos aportan tampoco ayuda mucho. Las cosas no han evolucionado mucho desde mediados del siglo XX, aunque muchos de nuestros jóvenes e hijos se sacrificaron por un futuro mejor... — Al hombre se le enjuagaron los ojos de lágrimas. Su hija intentaba consolarle frotándole la espalda.

—Déjalo ya, papá. Yo seguiré con la historia. Tú descansa un poco.

—¡No! Tengo que contárselo. La última voluntad de Dohko me lo exige y tal vez ella sea la persona que esperábamos. Ahora no podemos más que confiar en aquello que verdaderamente entienden el sentido de proteger este mundo y a sus habitantes.

—¿Qué quieres decir? —. Dijo Talaris abriendo los ojos de par en par, El hombre en vez de responder su pregunta, siguió con la narración:

—Aprovechando este abandono del gobierno, los Taisheng comenzaron a reclutar a personas descontentas que querían mejorar nuestra condición y que se sentían heridas por nuestro presidente de la República. Utilizaban como argumento que en la época pre maoísta estábamos mejor atendidos y debido a ello hay que volver al antiguo régimen imperialista y salir adelante por nosotros mismos. Empezaron a entrenar a los reclutados en las artes marciales sagradas que se practican en los cinco picos de China.

—¿Algo así como una contra revolución? —Dijo Talaris. El hombre asintió.

—Pero mentían. Ellos son incluso peores. Amedrantan a los aldeanos y fanatizan a nuestras juventudes. Las oprimen y les lavan el cerebro con ideas completamente contrarias a nuestra filosofía ancestral. Sin decir que, además, utilizan las artes marciales para hacer el mal y no para lo que se inventaron realmente. Como son unos extraordinarios guerreros, algunos de ellos con unos poderes que escapan de nuestro conocimiento…, no pudimos enfrentarlos. Pedimos ayuda al gobierno, pero ahora nuestro país está mas centrado en ganar su batalla tecnológica contra el occidente que cuidar a su gente.

—¿A qué te refieres con lo de extraordinarios guerreros y poderes que escapan de vuestro conocimiento?

—Poderes como los de los caballeros de Atenea y los taonia. Poderes que no están al alcance de cualquiera…, solo de aquellos entrenados en los cinco picos o por los antiguos dioses.

—¿Antiguos dioses…?—. Talaris se rascó la cabeza meditando sobre esas palabras. —comprendo… se tratan de conocimientos secretos que no pueden ser desvelados a cualquiera para impedir su mal uso. Los poderes que mi maestro nos enseñaba y que siempre recalcaba que debían mantenerse ocultos.

—Así es. Solo aquellos justos y mansos…, aquellos que entienden el auténtico sentido de la protección, deben conocerlos. Solo ellos los usarán sabiamente.

La discípula de Dohko siguió analizando y meditando todo lo que le estaban diciendo. Asimilaba la información lo mejor que podía. Se había pasado viajando por el mundo diez años desde que abandonó el nido de la catarata de Lushan, para aprender todo lo que el mundo pudiese ofrecerle. Había conocido diferentes culturas y razas, probado diferentes platos, ropas y bebidas. Aprendido de muchas religiones y tradiciones tribales que convivían en el planeta. ¡Hasta era capaz de comunicarse y leer en varios idiomas!, pero al parecer el mayor misterio se encontraba en el país de sus raíces.

Padre e hija miraban en silencio a Talaris, intrigados por aquella viajera. No era una chica común y corriente. Un aura misteriosa y reposada la envolvían. Había sido capaz de deshacerse de cuatro taisheng ella sola, era discípula de Dohko de Libra, y, sin embargo, daba la sensación de no saber nada y de no ser consciente del poder que tenía.

El silencio fue interrumpido por el sonido de las tripas de Talaris. Ella se tapó la barriga y se puso roja de vergüenza. Una cálida carcajada sonó del hostelero.

—Fang debe quedar algo de estofado en la cocina, ve y sirve a esta muchacha y a quien decida entrar en mi restaurante. Después de lo sucedido es lo mínimo que puedo hacer—. Volviéndose hacia la discípula le sonrió benevolente— ¡Perdona mi falta de cortesía!, no me he dado cuenta de que debes estar hambrienta aún, más después de sacudir a esos cuatro malhechores. Lo que has hecho hoy aquí, no lo hace cualquiera. Por eso creo que eres la persona que estábamos esperando.

La gente que pasaba por la calle fue invitada a pasar y comer de manera gratuita. Varios de ellos entraron muy agradecidos y felices. Ellos mismos pusieron las sillas y las mesas que aun podían utilizarse en la posición correcta. El hostelero limpió rápidamente los muebles antes de que la gente se volviera a sentar. Fang salió con una bandeja llena de estofados. El primero se lo dio a Talaris y el resto de las raciones los fue repartiendo entre los demás. El dueño se puso frente a Talaris que miraba el estofado con gula. Ésta no era muy consciente, pero entre los que habían entrado a comer, había aún algún testigo que la habían visto luchar contra los Taisheng, y que conocían el nombre de Dohko. Talaris miró a Li asegurándose que éste le dejara comenzar a comer y así no interrumpir la conversación.

—Adelante. Come antes de que se enfríe. Podemos seguir hablando mientras tanto.

—¡Gracias!

Talaris comía con apetito. Sentía con agrado como el caliente caldo llenaba su estómago vacío y la textura tierna del pescado y las verduras se mezclaban en su paladar deliciosamente.

—Una discípula de Dohko en mi hostal—. Dijo el hostelero con satisfacción mientras miraba a Talaris, con los carrillos llenos de comida. Se la veía con un apetito voraz—¿Cuánto tiempo llevaría sin comer? Entonces le comentó— Él nunca me habló de una discípula solo de discípulos. ¿Sabes…? esperaba que uno de ellos pasara por aquí pronto y sé que ese discípulo eres tú.

Talaris dejó el cuenco en la mesa atenta. Otra vez Li le venía con eso de que la esperaban a ella. Le dijo al anfitrión:

—Si yo fuera mi maestro, no hablaría de mis discípulos fracasados, no da buena imagen.

—¿Por qué dices eso?

——Mi maestro y yo nos encontramos hace mucho tiempo. Bueno…, más bien él me encontró a mí. Me entrené con él y sus otros dos discípulos Okko y Shiryu, pero siempre desde su condición de caballero de Atenea. Pese a mi empeño en alcanzar a mis compañeros de entrenamiento, no lo conseguía. Cuanto más tiempo entrenaba con ellos más cuenta me daba que mis habilidades no eran iguales a las de ellos…. Podía aprender artes marciales, manejar todas sus armas, aprender toda su filosofía, y devorar cualquier libro de la biblioteca por difícil que fuera de descifrar…; pero a la hora de ejecutar los ataques especiales asociados al chi, yo terminaba completamente exhausta, mi cuerpo no tenía las mismas capacidades de resistencia... no podía soportar esa energía. Ellos lo hacían con facilidad, y aunque también acababan cansados, no podían compararse a como me quedaba yo. Entonces lo supe… nunca sería un caballero de Atenea o algo similar. Por otro lado, no podía dejar de entrenar y estudiar..., ambas cosas eran lo único que me gustaba hacer y se me daba bien. Tampoco podía, como Shun Rei, dedicarme a las labores del hogar; es más, cuando lo hacía, era tal el desastre que armaba que preferían que me mantuviera alejada de todo eso. —Talaris se echó a reír nostálgica. Sus ojos brillaban con cariño. Conforme hablaba descansaba para meterse un poco de estofado en la boca y cuando lo tragaba seguía hablando— Como no podía conseguir el mismo resultado que Okko y Shiryu y tampoco podía dedicarme a la cocina, me centré en mis capacidades intelectuales, mi agilidad y mi velocidad. Era mi manera de agradecerle a mi maestro todas sus enseñanzas y que decidiera ocuparse de mí.

El rostro de Talaris se ensombreció de pronto. Parecía como si no quisiera seguir hablando. Pero hizo un último esfuerzo para terminar:

—Después de la expulsión de Okko y la ida de Shiryu a cumplir su labor como caballero de Atenea, yo no podía seguir avanzando con mi maestro, y no quería perder mi tiempo buscando pareja o algo así. Era joven para eso. Decidí por propia voluntad viajar, seguir aprendiendo y buscar mi propio camino. Mi maestro lo comprendió y me dejo irme, haciéndome saber que siempre sería bienvenida a su hogar.

—Dime Talaris. ¿y por eso has vuelto? Para poder visitarle. Porque en ese caso debo decirte que…

—No hace falta que lo diga, señor Li. Lo sé. Mi maestro ya no está aquí. El murió ya hace tiempo.

—Así es. ¿Cómo lo sabes?

—Esa es la cuestión… es difícil de explicar. Sentí como su energía desaparecía. También coincidió con ese eclipse del que habló antes. Era como si supiera en todo momento lo que estaba haciendo mi maestro y lo que estaba pasando. Aunque no lo comprendo muy buen. Luego empezaron a pasarme cosas que antes no me pasaban.

—¿qué clase de cosas?

—Cosas que no creo que comprenda…

—¿Quieres decir que tus carencias de antes ya no son tales? ¿Que ahora parece que eres más poderosa que antes?

—Yo no diría que soy más poderosa que antes… pero tal vez si vuelvo a Lushan y reviso la biblioteca de mi maestro otra vez, encuentre algo relacionado con lo que me está pasando.

Talaris se miró las manos, pensativa. No creía que fuera correcto decírselo a Li. Ya que como él le había confirmado antes, escapaba de su conocimiento. Talaris había comenzado hace tiempo a desarrollar un poder nuevo que antes no tenía y que le costaba controlar. Un poder que ni Shiryu y Okko habían tenido nunca. También había intentado realizar las técnicas especiales, pero seguían suponiéndole un trabajo muy duro y exhausto. Li le sacó de sus pensamientos diciendo.

— Talaris eres sin duda discípula de Dohko. Reconozco en tus palabras la sabiduría de él. Por favor, pasa esta noche en este hostal. Te prepararé un mullido y cálido lecho de descanso. Podrás asearte y ducharte antes de continuar tu viaje mañana.

—Es una invitación muy amable, pero…

—Por favor, insisto…

Talaris se quedó callada. ¿Cómo iba a decirle a aquel hombre tan amable que no podía quedarse porque no le llegaba el dinero para pasar la noche en un hostal? Tenía que buscar otra excusa, pero no sabía cuál. Si algo no se le solía dar bien a Talaris era mentir.

—Por favor, Talaris, quédate solo esta noche —Intervino Fang — es lo mínimo que podemos hacer por tu ayuda. Además, estoy segura de que mi padre puede contarte muchas cosas interesantes sobre Dohko. Nuestra familia siempre ha sido muy respetuosa con los sabios ancianos de los cinco picos. En especial con quienes han protegido Nan Henshan. A ellos le debemos mucho. Su noble servicio ha sido siempre muy importante para nosotros.

—¿Ancianos de los cinco picos? ¿Nan Hengshan?



La discípula miró a Fang con ignorancia. Ella miró a su padre con complicidad y se sonrieron.

—Si quieres saber más de eso. Tendrás que quedarte con nosotros.

Con tales argumentos se le hacía a la discípula más difícil rechazar la hospitalidad, pero entonces exhalando decidió no mentirles, no era pan de gusto de nadie reconocer la escasez, pero no le quedaba otra.

—Lo siento, pero no puedo, mis últimos yuanes[1] los he invertido ya en este exquisito estofado.

—¡Por favor, Talaris! Eso no hará falta. — Respondió Li. — Tu compañía es más que suficiente.

—¿Habla enserio, señor Huan? —Talaris no pudo contener la alegría y la emoción ante la generosidad que le estaban prestando.

—Totalmente.

—Gracias por vuestra bondad, sobre todo después de lo que ha pasado.

—No son más que mesas, sillas y cerámica. Todas ellas son fácilmente remplazables, pero el honor de acoger a un discípulo de Dohko, no es equiparable; y por favor, tutéame.

Talaris fue convidada a dos cuencos de estofado más. Cuando terminó su comida ayudó a recoger las bolsas de basura de todos los desperfectos del restaurante, así como poner todo en orden. Su fuerza fue un gran aliado para Li y Fang porque les permitía ir muy rápido. Las bolsas no le eran pesadas a Talaris.

Cuando la recogida terminó, Talaris fue invitada a la casa de Fang y Li, justo pegada a la cocina. Una casa pequeña pero confortable. Padre e hija le apremiaron con un té y unos dulces deliciosos para recobrar fuerzas. Li se sentó con ella y su hija con un álbum que abrió ante Talaris. El álbum estaba plagado de fotos de familia, allí Talaris supo de la tragedia que Li vivió con su esposa e hijos y le dio mucha lástima.

—Li, al menos tuviste una familia feliz durante un tiempo.

Li asintió con la cabeza en una benevolente sonrisa. Después dejó el álbum y fue a un baúl y sacó más fotos antiguas. Cuando Talaris las cogió temió que se le deshicieran en las manos. Eran sumamente antiguas, tal vez de la época en la que se inventó la cámara fotográfica.

—Sé que los muchachos que recogía Dohko bajo su techo, eran huérfanos. El propósito de él siempre era darles la educación y las pautas suficientes para enfrentarse a la vida. Compartía su sabiduría con ellos y siempre hacía de ellos grandes personas y caballeros—. Respondió Li.

—Así es, para mí Dohko, Okko, Shiryu y Shun Rei han sido mi familia.

—Fíjate bien en esta. —Dijo Li señalando una de ellas.

Talaris entornó los ojos intentando reconocer a las personas que estaban en la foto. Pese a que la foto estaba muy deteriorada pudo distinguir el rostro de su viejo maestro junto a una persona de mediana edad.

—¿De cuándo son?

—De 1840.

—No sé por qué me sorprende. Sabías la edad de mi maestro ¿verdad?

Li asintió.

—En aquella época debía haber alcanzado la centena ya. Talaris todo esto que te enseño es para que sepas que la relación de mi familia con tu maestro se remonta de mucho tiempo atrás. Nosotros sabemos todos los secretos de nuestro viejo amigo. Incluido aquellos que todavía no sabes.

—Li, lo de mi desconocimiento de los taonia es cierto. Mi maestro nunca me habló de ellos, solo de los caballeros de Atenea. Hubo una ocasión en la que me mencionó un viejo templo oculto entre las montañas que lo llamaban Nan Hengshan. El templo del equilibrio o algo parecido…, por eso me he sorprendido cuando Fang lo ha mencionado. Él lo comentaba como unas ruinas sin importancia.

—No me cabe ninguna duda de que tenía sus razones para no decírtelo. ¡Pero ahora estás aquí! Has llegado justo cuando más necesitados estamos y cuando Dohko ya no está con nosotros. A mi parecer esto no es casualidad, Talaris. Has salvado a mi hija y has derribado a cuatro hombres que son el mismo demonio. Nadie se ha levantado contra ellos como tú lo has hecho, porque los que lo han hecho han sido aplastados, pero tú…, Eres valiente y fuerte.

Talaris miró a Li bastante inquieta. Nadie le había dicho algo así antes y le daba mucho respeto que se lo dijeran, pero, sobre todo, sentía un poco de miedo ante tanta fe en ella. El hombre tal vez la estaba empezando a idolatrar, y solo había derribado a cuatro hombres bastante débiles a su parecer. Con otros más fuertes e imponentes se había enfrentado durante sus viajes.

—Estás muy silenciosa—. Le dijo Li. Talaris sin poder soportar la carga en sus hombros de ver los ojos de ese hombre tan llenos de esperanza y fe respondió-

—Li…, comprendo como os sentís. Pero yo no creo ser la persona que buscáis. Es cierto, he vencido a esos hombres, pero como he vencido a otros en mis viajes, pero ha sido solo circunstancial porque no me gusta la gente como ellos. Además, ya te he dicho que mis poderes no son equiparables a los de Shiryu y Okko.

—¿Pero hace un momento nos has dicho que algo ha cambiado en ti?

—Sí…, pero escucha... hasta que no comprenda lo que me ocurre y por qué me está pasando, no puedo hacer nada.

—¡Pero yo te he visto luchar! ¡eres muy fuerte, Talaris!

—Lo siento Fang…, no puedo convertirme de pronto en vuestra única solución. No puedo cambiar lo que pasa en este país. No soy política, ni filósofa o ilustrada.

—¡No necesitamos políticos ahora, ni idealistas, ni ilustrados ni pamplinas! — dijo Li con indignación. —Necesitamos a los guerreros de los cinco picos y a sus maestros para terminar con los taisheng. Solo sus poderes son equiparables a los de estos tiranos.

—¿Por qué entonces no se lo pedís a esos ancianos? y por cierto… ¿Quiénes son esos ancianos que ya habéis mencionado en más de una ocasión? Ya os he dicho que soy una ignorante de todo eso. Me pedís que me meta en algo que ni siquiera entiendo.

Li Huan se alteró con la respuesta de Talaris. Fang le puso una mano en el hombro a su padre para calmarle antes de que dijera alguna imprudencia mal educada.

—Padre, trae lo que estaban buscando esos taisheng.

—Ni hablar. No voy a confiar algo así a alguien que no quiere ayudarnos.

—Escucha lo que ha dicho. Ella no sabe nada de lo que le estamos hablando. Lo que nos dejó el maestro Dohko tal vez sea lo que necesita. Tú lo has reconocido antes, ella es su discípula.

—¡Otra vez! Hablando de cosas que no entiendo. Señor Huan, déjeme ver eso que le dejó mi maestro. Fang tiene razón, tal vez allí encuentre algo que me ayude. Si no hay nada que me ayude, entonces tendrán que esperar a otra persona. Yo ahora mismo no soy útil para lo que me pedís.

Li se retiró a otra habitación. Al cabo de un rato regresó con algo entre las manos. Se lo tendió a Talaris. Era una caja.

—¿Es esto lo que tienes que entregar?

—Sí. Los hombres a los que has vencido también buscaban el contenido de esta caja.

Talaris cogió la caja y al examinó detenidamente. Era una caja muy antigua. Tenía en la tapa el símbolo del tigre y el dragón con engarces de porcelana, jade y marfil. La abrió con cuidado. Lo único que encontró fue el amuleto de un dragón en jade. En el momento que lo tuvo en sus manos éste se iluminó con una luz esmeralda y ante sus ojos el espíritu de su viejo maestro apareció frente a los tres dejándoles boquiabiertos.

Talaris tenía sentimientos contradictorios, de alegría, tristeza, remordimiento, incertidumbre… Fang extendió la mano esperando tocar la figura fantasmagórica que ante ellos se mantenía en pie, el espíritu reaccionó abriendo los ojos como si se despertara de algún sueño. Dohko estaba tal cual Talaris lo recordaba, con su sombrero de mimbre, sus ropas desgastadas, su larga barba y su mirada sabia y arrugada de dos siglos. Es espíritu soltó una suave risa cuando vio que la adolescente intentaba tocarle en vano. Le dijo a la muchacha:

— No te molestes, hija, lo que veis ante vosotros es una fracción de mi espíritu. Antes de ir a la guerra santa junto a mis nuevos compañeros encerré en el amuleto esta parte de mí solo con la intención de dar un mensaje a quien le fuera entregada la caja.

El espectro cerró los ojos e inspiró como si quisiera acaparar todo el aire que les rodeaba. Con una sonrisa siguió hablando.

—Así que eres tú, Talaris. Aunque no te veo puedo reconocer y percibir tu espíritu completamente. También puedo sentir que tus poderes se están empezando a despertar. Creí que nunca llegaría este momento; pero si los estás despertando es porque los acontecimientos que temíamos los ancianos de los cinco picos se están produciendo.

—¿Mis poderes, maestro? Así que lo sabéis.

—Desde el primer momento que te vi, lo supe. Eras la criatura cuyos poderes tuve que sellar a petición de sus padres cuando a penas tenías dos años.

—¿Entonces conoció a mis padres maestro?

—Así es y cuando supe que murieron te busqué. A nadie mejor que a ti podía ser asignada esta misión. Sé que tienes muchas preguntas que hacerme, pero sé paciente, encontrarás las respuestas por ti misma. El recorrido que vas a hacer a partir de hoy te dará las respuestas que buscas, y aunque no te serán por mí explicadas otros lo harán. Esto también se lo debía haber explicado a Shiryu, pero no hubo tiempo de hacerlo, él heredará la armadura de libra y debe saber la otra parte de su misión. Tú y él sois quienes debéis mantener la paz y el orden entre las fronteras orientales y occidentales. Se lo tendrás que decir por mí, si Atenea no lo ha hecho aún.

Aquí está mi verdadero mensaje: Todo caballero de libra tiene dos misiones. La primera luchar junto Atenea, y la segunda, velar por el cumplimiento de las alianzas de la diosa con nuestros paisanos del oriente. Así como los miembros de Jamir, el templo sagrado de Nan Hengshan del equilibrio, debe estar siempre dispuesto a colaborar con nuestros compañeros del occidente con quien compartimos los mismos ideales y principios. Debemos guardar también los templos de los cinco picos para impedir que otros enemigos hagan daño a las personas cuyas vidas se desarrollan aquí entre estas montañas.

—¿A qué se refiere, maestro? — dijo Talaris. Es espíritu quien ya había demostrado la capacidad de interactuar con los oyentes, le respondió:

— Los cinco picos son una tierra sagrada custodiada por cinco templos ubicados en cada uno de esos picos. Cada templo lucha por las vidas humanas que viven en torno a ellos, por el bien y la justicia. Asimismo, estos cinco templos se deben proteger porque son la fuente de un gran poder y conocimiento que debe mantenerse oculto del mal y actuar en contra de los principios por el que nos regimos los taonia de Sukiyo. Un mal uso de esos conocimientos, puede suponer la destrucción de la humanidad. El amuleto que tienes en tus manos es el sello sagrado del dragón de jade, aquel que Shen Long Ryu Rozan dejó como reliquia para abrir la llave de Pangu junto al resto de los sellos de los cinco picos. El sello del dragón de Jade es muy importante, no habrá criatura sedienta de poder que no lo quiera poseer y usarlo para sus propios fines.

— Maestro Dohko—comenzó a decir Li. —Esas manos sedientas de poder ya están aquí, son los taisheng, viejo maestro. ¿La razón por la que nos entregó la caja era para protegerla de ellos?

— ¿Los Taisheng, dices? — el espíritu pareció reflexionar un momento, intentando indagar en su mente—No conozco nada de ellos, pero si quieren la caja es porque están al tanto de su poder y quieren usarlo. Talaris, si mi hipótesis es cierta, protege este sello con tu vida, que jamás caiga en manos de esos Taisheng o cualquier otro enemigo maligno. Toma pues este tesoro que te lego y conviértelo en tu razón para luchar. Ahora estás lista para cumplir la misión que tienes desde que naciste.

El espíritu comenzó a perder nitidez como si se estuviera desvaneciendo después de transmitir el mensaje. Talaris reaccionó ansiosa.

—Maestro, ¿Qué es la llave de Pangu? ¿Por qué es tan importante…? ¿qué debo hacer…? — el espíritu siguió hablando mientras desaparecía.

—Busca el templo de Nan Henegshan, allí tendrás las respuestas que buscas. Sobre todo, confía en ti, Talaris…, tienes mucho más poder del que imaginas y yo siempre estaré a tu lado siendo ya uno con el cosmos.

La imagen desapareció y el amuleto cesó de brillar. Talaris cayó de rodillas sobre el suelo intentando ordenar toda la información que había recibido y calmar su espíritu totalmente revuelto con esa inesperada aparición de su viejo maestro.

Fang se acercó a Talaris.

—Estás muy pálida, Talaris, ¿Te encuentras bien?

La pupila miró a la chica y luego a su padre. Asintió con la cabeza.

—Estoy bien, solo un poco confusa.

Padre e hija se sentaron a su lado. Li le habló para calmarla:

— Tu maestro nos entregó esta caja antes de partir hacia la guerra contra Hades. Nos dio instrucciones para que no se la entregáramos a nadie que no fuera su discípulo. Ahora mejor que nunca estamos seguros de que tu venida a nosotros no es casualidad. Tu propio maestro te ha dicho que tienes que hacerlo, que es tu misión desde que naciste.

Talaris miró a Li y luego al amuleto que descansaba entre las palmas de sus manos.

— Mi misión desde que nací… esas palabras me han dejado atónita. Ya demás mi maestro conoció a mis padres. Yo a penas me acuerdo de ellos.

—Ya tendrás tiempo para pensar en todo eso, debes concentrar todas tus energías en esta misión. Talaris asintió con resolución y enderezó su postura como si recobrara la confianza.

—Dime Li ¿Qué es la llave de Pangu?,¿Sabes algo? —. Li negó con la cabeza.

—No estoy seguro… Esta tierra no se llama cinco picos por casualidad; sabes la historia que se cuenta de ellos ¿cierto? Creo que el nombre se debe a esta leyenda de Pangu, pero desconozco lo de la llave. Al parecer, gracias a lo que nos ha revelado Dohko, los ancianos deben proteger las otras piezas que forman esa llave junto al dragón de jade.

—Sí, eso también he pensado, pero ¿qué es lo que protege exactamente? ha mencionado un conocimiento que si llega a malas manos supondría la destrucción de la humanidad… ¿Por qué?

—Tal vez como ha dicho el maestro…, —comenzó a decir Fang—. …debas ir al Templo de Nan Hengshan y buscar las respuestas allí.

—Sí pero dónde está ese templo. ¿cómo voy a localizarlo? Conozco bien estas tierras ya que me he criado en ellas, pero no he visto nunca esos templos de los que me habláis. Solo he visto algunos templos shaolines al norte y en el centro de este cantón. ¿Son esos los templos a los que so referís? Sus prácticas e instrucciones no parecen las mismas que el viejo maestro me enseñó. Las que yo sé son más poderosas y misteriosas.

—¿Dohko nunca te habló de la ubicación del templo de Nan Hengshan?¡haz memoria!

—A ver… él me contaba muchas historias y en alguna ocasión mencionó ese templo como ya os he dicho, pero nunca me habló de su ubicación ni nada. Ni siquiera sabía que él era uno de esos ancianos que vigilan los cinco picos.

—Conociéndole, parece que intentaba darte alguna pista. Tal vez no te explicó más porque quería que lo buscaras sola o porque pensaba que nunca haría falta contarlo. Ahora no hay marcha atrás y debes emprender el camino que te ha trazado tu mentor. Por lo que ha mencionado solamente tú puedes emprender este viaje.

—Además, —Comenzó Fang— Te ha dicho que tienes mucho más poder de que imaginas y que confía en ti. Solo tú puedes hacer esto, Talaris.

—También ha mencionado a Shiryu… ¿será solo por su condición de futuro caballero de Libra? ¿Que él y yo debemos guardar las fronteras entre el oriente y el occidente? Parece algo importante… ¡Ah! que faena es como si mi cabeza fuera a explotar con tanto enigma.

Li soltó una carcajada al escuchar eso. Se levantó y afectuoso invitó a Talaris y a su hija a entrar en la casa pues ya se acercaba la hora de la cena. También le aconsejó a Talaris que debía descansar y que mañana tal vez su mente se aclararía.





A la mañana siguiente, Talaris tenía que partir y alejarse de aquel lugar lo antes posible. Estaba segura de que los taisheng ya habrían informado a sus superiores y eso le había convertido en su enemiga. Ahora, después de haberlo consultado con la almohada, había asumido su carga y debía cumplir con el legado de su maestro. Durante el desayuno estuvo reflexiva. Estaba preocupada por Shun Rei, ¿Le habrían hecho algo los Taisheng era ajena a ellos?

La mesa vibró cuando Li puso sobre la misma un baúl de mimbre bastante pesado diciendo:

—Y bien, ¿Dónde vas a ir ahora?

— Tengo que investigar cuanto territorio hay en poder de los Taisheng, y espero hacerlo al mismo tiempo que mi búsqueda de Nan Hengshan. Si los Taisheng son como los que vinieron ayer, no me parecen enemigos muy peligrosos, pero me imagino que ellos no son los más poderosos. Siempre hay a la cabeza un guerrero más habilidoso, que es quien dirige las huestes más débiles y ponzoñosas. Si estos líderes han vencido a ancianos tan poderosos como mi maestro, con los conocimientos que ahora poseo no puedo enfrentarme a ellos, debo apresurarme, estudiar al enemigo o no podré ayudar.

— ¡Mírate! ¿Te estás escuchando? Pareces haber asumido completamente tu misión. Nada que ver con tus dudas de antes. Estoy seguro de que Dohko estará orgulloso de ti. Y nosotros nos sentimos ahora mucho más protegidos. Lo conseguirás, Talaris, lo sé.

Al escuchar esas palabras la discípula se sintió un poco incómoda. Parecían que todos depositaban demasiada confianza en ella, ¿sería capaz de cubrir sus expectativas? El espíritu de su maestro le había dicho que debía confiar en sí misma, no era la primera vez que lo había escuchado. Si él tenía tanta fe en ella y esa gente también no podía defraudarles.

Miró la cesta de mimbre intrigada.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Regalos. El pueblo está muy agradecido de que hayas expulsado a los Taisheng de estas tierras y todos querían devolvértelo de alguna manera. Dentro tienes ropa, mantas y toallas, aparejos de cocina y provisiones suficientes para abastecerte durante tus días de camino.

—¿Es eso cierto, Li? Me siento muy halagada, pero como voy a cargar con él todo el camino.

—Mi ingeniosa hija ha tenido una idea estupenda. ¿Ves? Son correas, para que lo lleves en la espalda. En China los campesinos recogen sus raciones de comida y sus compras en cestos que cargan a sus espaldas. Son correas muy buenas de cuero de buey, hechas por el zapatero del pueblo. La cesta la ha hecho el mimbrero y la cerradura nuestro herrero. Pensamos que así se mantendría todo más protegido.

—Yo… yo no sé qué decir…, muchas gracias— dijo Talaris con una modesta sonrisa. —Nunca he visto tanta generosidad.

La discípula se envolvió en su capa parda que Fang había lavado y puesto a secar. El olor fresco del jabón aún expelía de la tela de lana y era muy reconfortante. Comenzó a introducir sus hombros por entre las correas y cargó el cesto que se le hizo muy ligero y cómodo.

—¿Ya vas a partir, Talaris? — dijo Fang sonriente.

—Sí. Tengo la intención de avanzar unas cuantas millas entre las montañas y pasar la noche en la aldea de Huan Chen.

Fang miró a su padre con cara de consternación.

—Esperemos que haya todavía habitantes vivos.

—Bueno, supongo que no lo sabré hasta que llegue allí.

En ese instante Fang abrazó a Talaris con fuerza, conmoviendo a la discípula de Dohko.

—Talaris ten mucho cuidado. No dejes que te maten.

—Tranquila, no dejaré que lo hagan.

Talaris le devolvió el abrazo y Fang que se quedó más tranquila; después anduvo hacia la puerta. Un niño se puso en su camino, en su mano llevaba un sombrero de mimbre completamente nuevo y se lo ofreció a Talaris. Ésta se quitó el suyo que estaba bastante roto y deteriorado de sus viajes.

—Eres un chico observador. Mi sombrero parecía un colador y ya no me protegía ni del sol ni de la lluvia.

Talaris entregó el sombrero roto al niño, y frotándole cariñosamente la cabeza avanzó mientras todos los campesinos que se cruzaban con ella se despedían.




[1] Moneda china

Tatuaje de Dohko "El joven tigre"

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