CAPÍTULO 1. Huellas del pasado.







Mientras Santiago contemplaba por la ventana el hermoso y verde paisaje suizo, un sentimiento de soledad ensombreció sus profundos ojos azules oscuros… en todos los años que llevaba desde que tenía conciencia, jamás supo de sus padres biológicos, y los adoptivos, habían resultado ser una soberana decepción. Esta vez no le habían devuelto al orfanato, pero lo enviaban a un internado lo cual era prácticamente lo mismo. Entre un orfanato y un internado, prefería el orfanato; en él había pasado los momentos más felices de su vida.

Contemplar los hermosos Alpes le hizo volverse a preguntar por qué era huérfano, y si a sus padres biológicos les produciría tanta paz contemplar la salvaje y montañosa visión que le rodeaba. Le entró nostalgia al recordar sus años en el orfanato y cuanto quiso a las hermanas Nuria y Virginia. Ellas fueron como una madre y una hermana para él. Le habían enseñado a apreciar la naturaleza desde su más tierna infancia, cuando solían hacer picnics en el campo. Mientras comían los ricos emparedados, ellas les contaban todas las historias que conocían de los encantados parajes que les rodeaban. También se acordaba de sus compañeros y lo tranquilo que se había sentido ahí.

La detención del coche hizo descender a Santiago desde sus recuerdos a la realidad. El chófer con un «ya hemos llegado» se giró hacia él con cierta tristeza y decepción.

— Señorito Santiago, quiero que sepa que no me parece bien que los señores ni siquiera le hayan acompañado aquí.

Santiago miró al chófer, su nombre era Óscar, y junto al servicio de la mansión Saint-Major, eran los únicos que realmente le habían tratado bien desde que llego a esa casa. Le sonrió, pese a todo y le dijo.

— Os voy a echar de menos, Óscar— el chófer sonrió.
— Nosotros también. Recogeré su equipaje hasta la puerta.

Descendieron del coche y Óscar abrió el maletero sacando las maletas.

— ¡Anímese! No le dé más vueltas, tal vez este internado le haga recoger tan bonitos recuerdos como los del orfanato — Le dijo posando cariñoso la mano en el pelo de Santiago

Santiago se abrazó a Óscar.

— Me alegra que estés aquí.
— Escríbanos, ¿de acuerdo?
— Lo haré—. Santiago avanzó hasta la entrada del internado mientras Óscar lo miraba.

Alzando sus ojos a los sólidos muros de piedra rojiza avistó la enorme reja del internado. Cuando vio aquello un escalofrío recorrió su espalda; aquello parecía más una cárcel que un colegio. Miró de nuevo a Óscar. Él asintió para darle la seguridad de llamar. Santiago se aproximó al timbre y pulsó el botón negro. Un hombre de barba de tres días y desaliñado cabello castaño se asomó por ella. Tenía los ojos pequeños y marrones y las canas ya estaban tiñendo de plateado sus patillas.

— Soy Santiago Saint-Major— dijo en perfecto francés. Enseñó al portero el resguardo de la matrícula., este abrió la reja y le dejó entrar. Ojeó el resguardo y le sonrió amablemente.
— Bienvenido al San Agustín, Señorito Saint-Major.
— Muchas gracias.

Santiago miró a Óscar quien ya se estaba metiendo en el coche y le despedía con la mano.

— Si me permite le llevaré al oratorio, el señor director se encuentra allí orando. No se preocupe por el equipaje mi muchacho se lo recogerá y lo dejará en su habitación — El conserje indicó a un chico más joven que llevara el equipaje y le indicó la habitación. Después de ver al chico tomar un coche similar a los de golf y alejarse, Santiago siguió al hombre que lo había recibido, pensativo:

«Orar… ¡qué palabra! Otro escalofrío le recorrió la nuca, es cierto que estaba en un colegio católico, pero esperaba no tener que ver a curas nada más llegar.»

— El Padre Thomas es un hombre muy bueno, ya verá. Lleva poco tiempo al cargo, pero estamos todos encantados con él. Los alumnos le adoran.

«¿Y qué? —pensaba Santiago— los curas son todos iguales, siempre sermoneando del infierno para asustar a ignorantes y sacar dinero para el cepillo.»

El camino era silencioso. No se oían más que el piar de los pájaros, pero Santiago no tenía interés en hacerse amigo del conserje, no tenía necesidad de hacer amigos en un lugar como ese.

El conserje se detuvo frente a una portada plagada de estatuillas de santos, y un tímpano presidido por una estatua ataviada con las prendas de un obispo.

—Ese es San Agustín de Hipona y esta es la entrada al oratorio— El portero empujó la puerta—. El conserje se alejó.

El oratorio era enorme y de planta rectangular. Las naves laterales tenían pequeñas capillas que Santiago miraba conforme avanzaba por el centro de las dos grandes hileras de bancos. Frente a él había un altar con un mantel verde y dos grandes púlpitos escalonados. Un Cristo en lo más alto y bajo él un retablo de un monje en madera policromada en el centro. Alrededor de éste, varias escenas del evangelio enmarcadas en un repujado retablo de madera, con algunos adornos en oro. Cuando miró a su derecha se detuvo en seco. Una persona estaba de rodillas con un rosario en la mano. Tenía el pelo rubio ondulado recogido en una larga coleta. No se atrevió a acercarse más, inseguro de que aquella persona fuera un hombre o una mujer, pues aunque en un principio parecía estrecho de hombros y muy estilizada su figura; al levantarse se dio cuenta de que era mucho más robusto y alto de lo que creía y no tenía el abultamiento que provocan los pechos en una mujer.

El individuo iba con sotana negra hasta los talones, como cualquier sacerdote. Se había dirigido a la imagen de la Virgen que estaba en frente suyo. Hizo una genuflexión y después se giró hacia Santiago. Cuando éste contempló el rostro del sacerdote se quedó aún más impactado; era el rostro más bello que había visto. Tenía los ojos rasgados, celestes y unas pestañas muy largas. La nariz fina y respingona y los labios rosáceos destacaban en su pálida y joven faz.

— Me alegro mucho de conocerte, Santiago. – Tenía la voz grave pero suave. – Soy Thomas, el director del San Agustín — Santiago se sorprendió de que supiera su nombre sin habérselo dicho él. El sacerdote continuó— Espero que no haya sido muy largo el viaje—. Calló un momento por si el chico hablaba, pero Santiago siguió sin decir nada— Veo que eres poco hablador— Dijo mientras retiraba el jarrón de los pies de la imagen de la Virgen— Acompáñame, hay que cambiar el agua a las azucenas.

Salieron los dos por la sacristía hacia un pequeño patio adyacente al oratorio. En el centro de éste había un pozo de piedra. Thomas sacó las flores.

— ¿Puedes sostenerlas un momento? —Santiago tomó las flores mientras el sacerdote volcaba el agua en uno de los arriates de plantas, después se dirigió al pozo y bajó el cubo al fondo.
— ¿No hay agua corriente aquí? — dijo finalmente Santiago. El sacerdote rio con amabilidad.
— Sí, sí que hay, pero en el oratorio no disponemos de baño alguno. Menos mal que has hablado. ¿Cuándo llegaste a Suiza?
— Hace casi dos horas. No sabía que el colegio estuviera a las afueras de la ciudad.
— Hay un pueblo muy cerca donde hacemos todas las compras. Puedes estar tranquilo, no estarás encerrado siempre, se organizan excursiones prácticamente todos los fines de semana— El cubo ascendió lleno de agua. Thomas sumergió el jarrón de plata y tomó las azucenas poniéndolas en él.
— Eres muy joven para ser director.
— ¡Vaya! Gracias por el cumplido, lo cierto es que sólo llevo desde junio en el cargo. Lo tomé cuando el Padre Raúl, el anterior director, lo dejó. Lo han destinado a Roma.

Thomas dejó el jarrón donde estaba antes, en ese momento sonaron las campanas marcando las doce del mediodía.

— Es hora del ángelus. Vamos, Santiago, reza conmigo para que la Virgen te ayude en esta nueva etapa. – Thomas se santiguó mencionando las primeras palabras del ángelus. Al ver que Santiago no contestaba se giró hacia él— ¿Tenía entendido que te criaste en un orfanato católico?

La expresión de Santiago era sombría. Como si la noche hubiese caído sobre él. Thomas miró los ojos de Santiago fijo, extrañado.
— Es cierto, pero hace mucho de eso. Yo no rezo desde entonces. — Santiago miró desafiante a Thomas recolocándose la mochila.
— Nunca es tarde para volver a hacerlo.
— ¿Me puede decir cuál es mi dormitorio?
— Te lo diré después de rezar…— Dijo Tomás secamente. Santiago se sentó en el banco de forma desgarbada y se cruzó de brazos. Después de un suspiro, el Padre Thomas rezó el ángelus entero. Se giró hacia Santiago.
—¿Ya ha terminado? —Preguntó Santiago. Thomas asintió.
— Te enseñaré el colegio y te llevaré a tu dormitorio.

En el exterior de la Iglesia, el sacerdote entregó las llaves a un hombre con chaqueta y corbata advirtiéndole que cuidara del templo. Anduvieron en silencio, Thomas miraba por el rabillo del ojo al pensativo Santiago y comenzó a explicarle los edificios.

— Santiago, creo que ya sabes que este es un colegio católico; recibir los sacramentos, rezar y acudir a Misa es algo importante que entra en los planes de estudios— Miró al chico, pero éste no articuló palabra— Sé que para un chico de tu edad no es algo muy agradable estar internado aquí, pero has de saber que tus padres quieren lo mejor para ti.
— ¡Qué sabrá usted de mis padres!
— Sé que son buenas personas y generosas, pues quieren darte el amor y la educación que no has recibido antes.
— Entonces, que no me hubiesen abandonado aquí.

Thomas se paró en seco y lo miró detenido.
— Eso que dices es muy cruel.
— ¿Cómo se le ocurre defenderlos?, usted no tiene que vivir con ellos. Me han abandonado como las otras familias, pero en vez de devolverme al orfanato me han encerrado aquí. Esa es la cruda realidad, no me dé lecciones de caridad, padre, estoy harto de escuchar mentiras. Ahora, por favor, lléveme a mi celda.

Santiago caminó por delante de Thomas. Éste se quedó completamente silencioso al escuchar aquello. Respiró hondo y le dijo mientras echaba a andar.

— Tienes razón, no ha debido ser fácil haber sido acogido antes. Como tú bien has dicho te podían devolver al orfanato, pero en cambio te han traído aquí, Santiago, porque en el fondo te quieren y no te van a abandonar. Solo quieren poder hablar contigo y vivir como una familia y eso es lo que vamos a conseguir aquí. Para empezar, deberíamos quitarte ese resentimiento y que vuelvas a confiar en la gente.


Mientras Thomas le enseñaba las instalaciones, le contó la larga historia del colegio. El colegio era uno de los más prestigiosos de toda Suiza. Ubicado entre tres cantones: al norte Berna, Al sur Valais y al Suroeste Vaud. A pocos kilómetros se encontraba el gran lago de Ginebra y los Alpes estaban muy cerca. El colegio se construyó inspirándose en la Catedral de Florencia, por mandato del Concilio de Trento. Por su importante ubicación estaba destinado a ser uno de los primeros seminarios de Europa. Posteriormente se convirtió en un convento y en la actualidad debido a la crisis de vocaciones se había reformado es un internado mixto.

Terminado el tour, Thomas llevó personalmente a Santiago a su habitación. Había dos edificios. Uno era para las chicas y otro para los chicos. Las habitaciones tenían capacidad para dos o tres alumnos y los llamaban dorms. Cada una tenía su cuarto de baño privado, un escritorio y armario para cada alumno. Las más grandes tenían una estantería común y cajones para organizar la ropa y las posesiones de los internos. Los más afortunados tenían algún sillón o sofá y una mesa auxiliar, pero no era lo común.

Los muebles, pese a la antigüedad del colegio, eran bastante modernos. Las toallas y sábanas se cambiaban una vez por semana. Se les entregaban a los alumnos y ellos se encargaban de colocarlas. La lavandería era también cosa de los alumnos. Había una en los dormitorios de los chicos y otra en los dormitorios de chicas. Cada alumno era responsable de mantener ordenada y limpia la habitación. Debían estar bien aseados y las ropas bien planchadas, lo que fomentaba la independencia de los chicos. Solo en el caso de alumnos de primaria, las monjas se encargaban de ello y por ello todas las ropas debían estar marcadas con los nombres de los alumnos. El dormitorio de chicos lo vigilaban los sacerdotes y profesores, mientras que el de chicas lo vigilaban las monjas y las profesoras. Se solían también hacer inspecciones cada mes para asegurarse que el orden se mantenía.

Las zonas comunes estaban en edificios diferentes, pues la idea era que chicos y chicas se mezclaran en ellos. En esas salas comunes se encontraban las instalaciones deportivas, la sala de descanso, la sala de informática, el comedor, el auditorio, una sala de proyecciones y diferentes sedes de clubs. Había un club de equitación, otro de piragüismo, otro de música, otro de esquí, de fútbol, el club de ciencia, cine, lectura etc.

Santiago absorbió toda la información que le iba diciendo Thomas, pero no con todo el interés que dispensaba. Si algo no salía bien no le importaba mucho. Lo bueno era que de momento él iba a tener una habitación individual, pues la otra cama todavía no había sido ocupada, por lo que no tenía que esforzarse mucho en llevarse bien con nadie.

Las clases empezaban en dos semanas y de momento podía entretenerse en leer los comics que se había traído y tal vez echaría un vistazo a las instalaciones deportivas. Especialmente la piscina y la de fútbol que eran las que más le interesaban. Solo se le permitía salir a la ciudad o al pueblo una vez por semana y bajo supervisión. Las visitas eran una vez cada dos meses aproximadamente; pero no le interesaba en demasía.

En los recreos Santiago suele ponerse a la sombra de un castaño y a sumirse en sus recuerdos, pero éstos no iban más allá del orfanato; ya que llegó allí con unos pocos meses de vida. Le dijeron las monjas que lo habían dejado en la puerta cubierto por una sucia manta. Pese a hacer un terrible frio, éste dormía tan plácidamente como si estuviera en una confortable cuna.

Sacó una medalla que colgaba de su cuello y la contempló una vez más. Se trataba de una cruz de Santiago custodiada por un ángel. Años atrásese preciado objeto se extravió mientras él andaba jugando con sus compañeros de orfanato. Él solía esconderse en la copa de los árboles pues tenía desde siempre una extraordinaria capacidad física. Era ágil, fuerte y un gran atleta; ningún ejercicio duro se le resistía; dichas habilidades le habían hecho ganar el respeto de sus compañeros y le hacían el líder de todas las actividades. Santiago recordaba aquellos días en el orfanato con un gran cariño pese a las circunstancias.

El día que Santiago perdió la cruz de su cuello, pensó que el mundo se le caería encima. Se puso muy nervioso cuando en la comida se percató de que solo llevaba una parte de la rota cadena; ésta se le había caído en la sopa cuando se agachó hacia la cuchara. Recordaba perfectamente a la madre Virginia preguntarle que le ocurría al verle tan pálido. Santiago, que pese a su tendencia a ocultar sus sentimientos, se le veía perfectamente su preocupación, soltó la cuchara produciendo un fuerte ruido al caer ésta sobre el plato y salió corriendo al campo a buscar la medalla. Las monjas le detuvieron pues no les gustaba que salieran solos sus niños, pero Santiago corrió tan rápido que era imposible alcanzarle.

Hasta bien caída la tarde, Santiago buscó la cruz por todos los rincones por donde había estado jugando, pero era como buscar una aguja en un pajar. Las hojas que habían cubierto el suelo por el otoño no le dejaban encontrar nada pese a que él había hurgado con sus pies y manos entre ellas. Muy entristecido se fue a sentarse en el antiguo puente romano del río alzando sus ojos hacia la puesta del sol. El cauce estaba orientado hacia el oeste, por lo que podía ver perfectamente la naranja esfera perdiéndose en el horizonte. Se sintió totalmente desamparado, aquella cruz era lo único que le quedaba de sus padres biológicos. Se acurrucó sobre la balda del puente de piedra y fue una de las pocas veces que rompió a llorar cuando una voz le sorprendió diciendo:

“¿Qué te ha pasado Santiago?”


Santiago se giró hacia su derecha; apoyado sobre la balda había un hombre muy extraño. Iba vestido con un pantalón ancho beige y unas botas Marrones corroídas. Le cubría un jersey azul marino y un forro polar verde militar. Un sombrero de lana negro le protegía del frío aire que sopaba del nordeste. Pese a que sus ojos los ocultaba un largo flequillo y las facciones eran tapadas por una espesa barba; Santiago tuvo la sensación de haber visto a ese hombre antes.
- ¿Cómo sabes mi nombre?— Le dijo.
- Yo nunca me olvido de las personas que me han ayudado.— Abrió la mano y en la palma resplandecía el crucifijo que con tanta fatiga había estado buscando. Santiago se dirigió de un salto hacia el hombre.
- ¡Creía que lo había perdido!
- Debes guardarlo con mucho cuidado, algo tan valioso no puedes perderlo.— El hombre sacó de su bolsillo una cuerda de cuero por la que introdujo el crucifijo. Después hizo un par de nudos y se lo puso a Santiago.— El ángel que custodia la cruz de Santiago, te custodia a ti.— Santiago miró el crucifijo y cuando volvió a levantar la vista, el hombre había desaparecido.

Habían pasado once años desde entonces, y hasta ese momento, en la sombra del castaño en el colegio, no había caído en quien era ese hombre:

- ¡Ahora lo recuerdo! Aquella noche de invierno… ese hombre estaba en la nieve caído y muerto de frío. Yo le traje unas mantas limpias y una sopa caliente. Cuando fui a avisar a las monjas que nos cuidaban, el hombre había desaparecido. Desaparecido como en el puente… ¿Quién será?





Unos gritos alarmaron a Santiago. Éste fue a ver qué ocurría. Se trataba del pelirrojo Daniel y sus matones que andaban molestando a unos chicos menores. Aquel Daniel sacaba de quicio a Santiago, nunca le volvió a ver desde los torneos de lucha que él solía practicar una vez adoptado. Era un luchador impresionante y al llegar a Suiza se había enterado que era campeón del país. Sabía de sus habilidades y arrastraba con eso a los más peligrosos del colegio para que le halagaran y le obedecieran. Dos de ellos, Christian y John eran los más temibles. Habían repetido dos veces tercer curso y se aprovechaba de ello para tener temerosos a sus compañeros. Se unieron a Daniel cuando vieron en éste las increíbles habilidades que tenía para que le siguieran y respetaran.

Daniel había quitado la consola a unos chicos. Entre las chicas que estaban viendo la situación estaba Ana. Ana era compañera de Santiago de clase y la única que se atrevió a decir a Daniel que dejara tranquilos a los chicos. Daniel se echó a reír. John se acercó a Ana y la contempló intimidándola. Ella asustada mantuvo la compostura hasta que John le levantó la falda. Ésta se acurrucó humillada mientras que a Santiago le hervía la sangre.

- ¡Basta ya Daniel!— Gruñó. Daniel se giró hacia él. – Debería darte vergüenza tratar de ese modo a la gente.
- ¡Mirad amigos! Si es “el oscuro”. ¿Por qué no vuelves a hablar con Casper, tu mejor amigo?— Dijo Daniel. Santiago se enfureció. Detestaba que se metieran de ese modo con él.
- ¡Qué sabrás tú de mí! Deja a los chicos en paz y métete con alguien de tu tamaño.— Los chicos que contemplaban la escena estaban atónitos. Nadie había osado antes a desafiar a Daniel. Los matones se echaron a reír excepto Christian que se adelantó diciendo:
- ¡Cómo te atreves a decir eso al campeón de lucha del país!
- No me asusta ese título. Aunque seas el campeón no te mereces ni el pie de esa copa.
- Deja que le dé su merecido, Dani…— Dijo Christian, pero Daniel le puso la consola robada en la mano y lo apartó suavemente.
- ¿Acaso crees que tú te la mereces más? entonces tendrías que ser mejor que yo luchando.
- ¡Me importa una porquería la copa! Solo me importa que abusones como tú desaparezcan.
- ¡Chicos, tenemos a un héroe entre nosotros!— Dijo Daniel riendo y los demás le siguieron.— Me parece que has leído demasiadas historias, la vida es así y nadie la puede cambiar.
- Devuelve la consola a ese chico y pide perdón a Ana, sino te las verás conmigo.
- ¡Está bien! ¡Ya me he hartado de ti! Chicos es todo vuestro.— Daniel tomó el aparatito y comenzó a jugar mientras Christian y John atacaban a Santiago, los dos fueron tumbados sin esfuerzo ante el atónito Daniel.
- Ya te has olvidado Daniel…— Dijo Santiago jadeando.— Yo también sé luchar. El único que conoce lo que yo eres tú.

Daniel dejó la consola en el suelo y se dispuso a pelear. Se enzarzaron en una lucha ante la sorpresa de los demás que los miraban. Aquello era como ver un campeonato de kárate. Ana salió corriendo a avisar al padre Thomas asustada.

Daniel y Santiago se estaban atacando sin escrúpulo alguno, era espeluznante escuchar lo sonidos sordos que emitían los golpes. Uno muy fuerte fue dirigido hacia el pecho de Daniel éste se dobló muerto de dolor. Se llevó la mano al pecho rojo, con un sudor frío por sus sienes. Un calambre recorría su brazo izquierdo hasta el pecho, pero no podía dejarse derrotar o el respeto que le tenían desaparecería; así que se levantó y pegó una patada a la parte de detrás de las rodillas de Santiago, después de esquivarle. Santiago cayó sobre el suelo golpeándose la ceja contra una piedra haciéndose una brecha y conmocionado miró a Daniel.

- Todavía no eres rival para mí, Santiago.

En ese instante llegó el padre Thomas que los separó inmediatamente.

- ¡Os habéis vuelto locos! ¿Qué ejemplo sois de un Colegio como éste? ¡No consentiré que se derrame una sola gota de sangre e ira en este santo suelo!— Santiago y Daniel miraron los dorados cabellos de Thomas agotados.— Dejad vuestras batallitas en el tatami. Ahora iréis a la enfermería y después estaréis castigados después de clase.

- ¡Adiós chico adoptado!
- ¡John!— Exclamó el padre Thomas al escuchar la burla.— ¡Tú también estás castigado!

De vuelta a su habitación por la noche, Santiago miraba en el espejo los puntos de su brecha. Después se sentó en la cama y golpeó el cabezal.

- Chico adoptado…— Dijo lleno de rabia mientras sacaba la mano del agujero del cabezal. Ésta estaba toda ensangrentada y le dolía horrores. Sacó el crucifijo otra vez, éste giraba sobre su eje dejando ver las dos caras del mismo.

En la de atrás había una fecha: 1 de noviembre de 1995, el que todos fijaron como la fecha de su nacimiento.
- ¿Por qué me abandonaron mis padres?—Se dijo.
Se metió en la cama después de haber lavado y vendado con un pañuelo su puño. Una calidez notó en ese momento y le pareció distinguir una figura
luminosa en la esquina de la habitación. Se dibujó la figura de aquel ermitaño que le devolvió el crucifijo y su voz le dijo:

“Recuerda que nunca estás solo”


El chico agitó su cabeza pensando que no era más que una visión de su imaginación, entonces, La imagen desapareció y cerró los ojos.



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