CAPÍTULO 10: Dudas





Ana estaba en la biblioteca haciendo los deberes de matemáticas con Joan y Sara. Era sábado, y aunque normalmente hacían excursiones los fines de semana o se iban los alumnos a visitar a sus padres, aquel día se habían quedado a terminar los deberes antes de ir al cine a la ciudad.
Las tres estaban atascadas en unos problemas que no podían sacar. Valentín había entrado en la biblioteca y las vio. Se acercó a ellas y se deslizó por la coronilla de Ana y leyó lo que hacía.
- No es treinta y séis, sino cincuenta y séis.- Dijo Valentín ajustándose las gafas. Las tres le miraron sorprendidas.- Siento haberos interrumpido, es que me encantan las mates.
- ¿Y quién eres tú?
- Soy Valentín, el nuevo.
- ¿Un nuevo alumno tan tarde?
- Ya, es que por motivos de trabajo de mi padre tuvimos que trasladarnos aquí.
- ¿Por qué es 56?- Dijo Ana.
- Verás… ¿me dejas el boli?- Cuando tomó el bolígrafo de Ana se sentó con ellas y les explicó las operaciones. Ellas estaban muy atentas, excepto Joan que miraba más a Valentín que al libro.- ¿Ves?
- ¡Lo entiendo! – dijeron Sara y Ana.
- ¡Qué bien lo explicas!- Dijo Joan brillándole los ojos.
- ¡Gracias!
Ana se presentó y seguidamente presentó a sus amigas a Valentín. Éste les sonrió ampliamente y después preguntó si conocían a Santiago, que era su compañero de habitación.
- Pobre…- Dijo Sara.- ¿Tienes de compañero al oscuro?
- Al oscuro… ¿y ese nombre?
- Es el apodo que se le puso, ya que no habla con nadie y es tan sombrío en su comportamiento…
- Con ese apodo no me extraña que no sea tan simpático.- Dijo Valentín.- Necesito que me digan que habéis dado para poder alcanzar el ritmo.
- Yo te lo digo.- Dijo Joan sonriente abriendo su agenda.


En la Cripta Santiago esquivaba los discos de energía que Gabriel le lanzaba con la velocidad de un rayo. Una de ellas le dio en el estómago y le derribó contra la pared.
- ¡Vamos Santiago!- Exclamó Gabriel.- ¿Cómo vas a vencer si no eres capaz de alcanzar la velocidad necesaria?
Agotado volvió a levantarse el chico. Las gotas de sudor le resbalaban por las sienes y aun así siguió esquivando.
- Si consigues superar la velocidad de estos discos, y aprender qué dirección toman, podrás adelantarte a los ataques de tu oponente. Concéntrate y no saltes a lo loco, sino te alcanzarán.
Santiago respiró hondo esperando la siguiente oleada de discos de energía. Le faltaba el aliento pero consiguió aminorar la fatiga prolongando las bocanadas. Miró fijamente ambas manos de Gabriel, viendo cuál de las dos comenzaría sus disparos. Así pues no supo ver cuál de las dos, porque parecían que eran lanzadas a la vez de la velocidad que llevaban.
“Como es posible… no puedo ver de donde provienen para intuir donde van a parar.”
>Uno, dos y tres le volvieron a golpear.
Aunque no eran demasiado dolorosas sí que le dejaban algo atontado del impacto. Agitando su cabeza para recuperar su equilibrio y orientación siguió recibiendo, como si se trataran de una enorme diana. Uno de esos discos le golpeó las espinillas empujando las piernas y cayó el chico de boca. Entonces por el hueco de abajo identificó la fuente de energía y percibió la blanca mano de Gabriel.
>Esquivó uno y dos pero el tercero le quitó visibilidad y le golpeó nuevamente.
Volvió a fijar la mirada por el ángulo muerto y hasta cuatro pudo repeler, pero el quinto y el sexto le golpearon a la vez. Su cuerpo se giró contra la pared.
“¿Por qué fallo si parece que voy bien?”
Se volvió a girar flexionado sus rodillas y volvió a ver las manos del Arcángel.
>Uno, dos, tres, cuatro…. cinco, seis, siete y ocho…. Le dio otra vez.
“¡Maldita sea! ¿Por qué?”
> Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… ¡Vamos por el décimo! Volvió a caer…
Y emitiendo un grito de pura rabia, Golpeó las baldosas del suelo que saltaron en pedazos.
Gabriel detuvo el ataque. Con serenidad se puso las manos detrás y le preguntó.
- ¿Qué pasa Santiago?
El chico se sentó en el suelo y se apoyó en la pared respirando hondo. Estaba empapado en sudor y su piel enrojecida del calor y el esfuerzo.
- Jamás lo voy a conseguir maestro Gabriel…
- Por qué dices eso, muchacho.
- ¡Es que no me ves!-Exclamó levantándose ávidamente. Se pasó la mano por su oscura cabellera chorreante.- No tengo alas ni armadura ahora y no puedo enfrentar unos míseros discos de energía.
- ¿Verdaderamente piensas que sin eso no vas a conseguir nada? ¡Levántate y sigue perseverando en esquivar los discos que te lanzo!- Gabriel se dispuso a lanzar otra vez.
- ¡¡¡No!!!- Gabriel desistió en su intento.- No soy Miguel sino Santiago
- El que duda de sí mismo está vencido de antemano. Si no quieres seguir, vete de aquí y no me hagas perder el tiempo.
Santiago tomó su mochila y salió corriendo enfurecido. Gabriel se llevó las manos a la cara decepcionado. Después se sacó la diadema y la colocó en su sitio.
- ¿He sido muy severo, Miguel?- La voz de la llama azul de la estatua de Miguel le dijo:
- Todavía no entiende nada. No es consciente de que no soy yo el que le convierte en un ángel sino él el que deja a un ángel entrar en su alma.- Thomas se dobló de dolor apoyándose en la mesa.- ¿Qué te ocurre?
- No me he percatado aún, que este cuerpo es físico y se resiente de sus heridas de lucha.
- Necesitas descansar. Regresa a tu retiro o no te podrás curar bien.
- Lo haré.- El sacerdote salió de la cripta mientras la llama azul decía.
- Cuánto más vas a tardar en aparecer medicina divina.
En la ciudad Valentín iba muy bien acompañado con las tres chicas. Le estaban enseñando los sitios que más frecuentaban y el lugar donde hacían los batidos más exquisitos de todos. Joan no paraba de hablarle y él la escuchaba atentamente, aunque a veces se atropellaban con las palabras. Ana y Sara les escuchaban e intervenían bastante poco. La primera inclinó su boca para beber un sorbo de su batido y por el cristal vio a Santiago cabizbajo.
Valentín se levantó para ir al servicio sin percatarse que Santiago entraba en la heladería en ese momento. Joan y Sara parecieron inclinar la mirada como medio escondiéndose, Ana un poco indignada las miraba y levantándose le llamó. Santiago se giró y lo único que vio es la amable sonrisa de Ana, puesto que las otras dos le ignoraban altaneras. Volvió a girar al frente para tomar y pagar su batido y salir del sitio. Antes de llegar a la puerta salió Valentín que le saludó con mucha alegría.
-¡Qué bien que estés aquí, Santiago! ¿A qué no sabes lo que me ha pasado en el baño? Un tipo muy simpático me ha entregado estas entradas gratis para ir al cine ahora. Parece que le han dejado plantado. Que descortés es la gente a veces.- Joan se avergonzó al escuchar eso de Valentín, y se sintió mal con su actitud con Santiago. Se levantó y sonriente dijo.
- ¡Pues vayamos al cine!
- ¿Cómo?- Dijo Sara.- ¿Y qué sabemos de ese tipo? A saber de qué es la película.
- O un antro para que nos secuestren.- Dijo Ana
- Pues…- comenzó Valentín ajustándose las gafas.- Parece entretenida, algo sobre alienígenas que invaden la tierra. Eso fue lo que me comentó.
Santiago levantó sin hablar su ceja izquierda, la no partida por la cicatriz que le hizo Daniel.
- Bueno si nos pasara algo, siempre puede defendernos Santiago.-Joan se rio sola. Mientras Sara y Ana callaron con mirada inquisitiva. Cuando se percató de su metedura de pata se puso muy nerviosa pensando que podía pensar Valentín de ella.
- ¿Por qué nos ibas a defender tú, Santiago?- Dijo inocente Valentín.
Santiago se metió una mano en el bolsillo y mirando a Joan dijo.
- No sé…, que te lo cuenten ellas, al fin y al cabo parece que te has hecho su amigo. Yo por mi parte me las piro, tengo cosas que hacer.
Abriéndose paso entre los tres salió del sitio.
- Joan tienes la boca demasiado grande.- Dijo Ana y después salió corriendo detrás de Santiago. Éste se giró al sentirla.
- Santiago, te pido que disculpes a Joan, ella a veces no sabe lo que dice.
- Siempre te disculpas por tus amigas pero ellas nunca lo hacen.- Dijo.- Me da lo mismo. – Tiró el bote de plástico a la basura.- Tened cuidado con lo de las entradas. No sabéis la gente tan peligrosa que anda por esta ciudad– Pegó una patada a una piedra y ésta saltó muy lejos.
- Entonces… no quieres venir.- Santiago negó con la cabeza.
- Ya os lo he dicho, tengo cosas que hacer.- Se quedaron ambos en silencio parecía que querían decirse muchas cosas pero no salía nada de sus labios. – Nos vemos.- Santiago dio media vuelta y comenzó a andar. Ana volvió a entrar en la heladería tropezándose con un tipo muy extraño en la entrada, pero estaba demasiado apenada como para fijarse en él.
El tipo no tardó en adelantar a Santiago quien lo miró y sí que tuvo una mala impresión de él y más viéndolo andar con tanta prisa. Se dispuso a perseguirle, pero al poco tiempo se paró en seco diciéndose: “Yo soy Santiago no Miguel, y no sé qué hago persiguiendo a este extraño”. Tomó la calle contraria hasta el parque.




Pruslas contemplaba la sala de cine llena desde la cabina del técnico cuyo cuerpo se encortaba en la butaca completamente agujereado de picotazos. La sangre dejaba un reguero que resbalaba por el respaldo del asiento. Llamaron a la puerta y permitió entrar a quien estaba en el otro lado. Uno de los acomodadores de aspecto amarillento y con varices en la cara verdosas miró con su ciega mirada a Pruslas, unas oscuras alas se extendían en la sombra que proyectaba su cuerpo.
- Ya todos están sentados.- Dijo señalando por la ventana ahumada. Pruslas se asomó y vio a Valentín y a las tres chicas sentándose.
- Buen trabajo, Corvoel. Vuelve abajo y bloquea las puertas. Cuando derrame mi nuevo jugo sobre este cuerpo, comenzará el auténtico espectáculo.- Dijo malévolamente dejando sobre la mesa un pequeño frasco.
- Como digáis.- Salió cerrando la puerta el acomodador. Pruslas miró el cadáver y dándole una patada éste cayó al suelo. Se sentó el demonio en la butaca y respiró hondo.
- ¡Ahh! Sangre… que apetitoso aroma.- Tomó las palomitas y se puso a comer después de accionar el aparato, comenzando la película.
Corvoel se deslizó por detrás de las butacas y discretamente cerró las puertas de la sala después de mirar a los guardias charlando en la entrada y a los dependientes de la comida aburridos apoyados sobre el mostrador. Así hizo con las demás puertas aprovechando que la gente miraba atentamente la pantalla.
- ¿Nos llevas a una película de pájaros en vez de alienígenas?- Dijo Sara un poco enfadada.
- A lo mejor son pájaros alienígenas, seguro que esa fuerza que tienen para atacar es por un chip marciano- Dijo Valentín. Joan se echó a reír con Ana. Pero la segunda enseguida se acordó de Santiago y volvió a apenarse.
- Parece que Joan y Valentín son tal para cual.- Dijo Sara ofreciendo la bolsa de gominolas a Ana.
- No gracias, como coma más me van a sentir mal.- Dijo.
- Anita…, es muy raro que rechaces esto con lo que te gusta. Déjame que te diga, Santiago es imbécil y estoy harta de repetírtelo. Pero eres tan buena que piensas que él también lo es.
Por detrás les llamó la atención uno de los espectadores y Ana se disculpó.
- Te propongo que nos vayamos.- Dijo Sara.- Dejemos a estos dos ver este bodrio y vámonos de compras.
- ¿Cómo les vamos a dejar solos? ¡Y Joan!
- Ella encantada no la ves como aprieta el brazo de él y finge los sustos.
Las dos se rieron. Cuando les volvieron a llamar la atención los espectadores de atrás.
- Ya no le molestaremos más. - Dijo Sara
Se levantaron las dos sin que se percataran Valentín y Joan que estaban intrigados con la película. Cuando llegaron a las puertas Corvoel se interpuso.
- ¿Adónde van, señoritas?
- Pues fuera no pienso tragarme un minuto más de esta película.- Dijo Sara.
- ¡Pero si es estupenda!- Respondió Corvoel.
- Ya claro y por eso fuiste tú quien nos dio las entradas gratis. Porque no hay quien pague por esto.
- Cierto.
- ¿Cómo?
- Que eres muy lista, señorita, yo fui quien dio las entradas a vuestro amigo.
Una rápida sombra apareció tras Corvoel asustando a Sara y Ana, quienes tras ver la malvada expresión del rostro se abrazaron. Corvoel dirigió su mirada hacia la cabina del técnico, las dos se giraron para seguir la mirada del acomodador y éste las aprisionó en un fortísimo abrazo y desapareció entre las sombras. Aparecieron en la cabina del técnico donde Pruslas se encontraba.
- Aquí te las traigo, señor.
- Estoy de acuerdo contigo, bonita…la película es muy mala, pero ahora irá a mejor.- Dijo Pruslas.- Por eso quiero que tú y tu amiga veáis esto desde primera fila.
Pruslas derramó el frasco en el cuerpo que se levantó y se despedazo en una manada de buitres formados con los restos del técnico. Ana se desmayó horrorizada y Sara se inclinó a vomitar.
Los pájaros rompieron con sus picos la ventana invadiendo todo el cine y atacando a los espectadores que gritaban de miedo.


Santiago se levantó de golpe del banco donde estaba sentado leyendo uno de sus comics.
- ¡¿Qué ha sido eso?!- Dijo llevándose la mano al pecho compungido. En su interior percibía los gritos de la gente en peligro y el dolor de sus heridas. Se apoyó en el banco cerrando los ojos y comprobó que era del viejo cine.
En él los guardias intentaban echar abajo una puerta, pero no podían con solo unas míseras porras como armas. Gritaron a los dependientes que llamaran a la policía y éstos temblándole los pulsos intentaron tomar el auricular. Los gritos eran escalofriantes.
Santiago tiró el cómic y echó a correr calle abajo hasta el cine. Los paseantes no podían detectar nada debido a la insonorización de las instalaciones. Uno de los dependientes salió mal herido. Santiago lo tomó antes de que cayera entre sus bazos. Tenía en el pecho clavado un extraño objeto volador. Cuando Santiago se fijó en el objeto lo reconoció:
- ¡Un Shuriken!
- Ayuda… no hay línea.- Dijo el moribundo enseñándole el teléfono, el cual resbaló por sus manos mientras perdía el conocimiento. Santiago lo dejó en el suelo y miró al interior del cine.
- ¡Maldita sea!- Dijo furioso entrando a toda velocidad en el cine.
Por sorpresa unos discos se le clavaron y cayó al suelo del intenso dolor. Al girarse hacia su derecha vio a Corvoel.
- A foro completo.- Dijo el acomodador carcajeando malévolo, Santiago supo que era el tipo extraño que comenzó a perseguir al salir de la heladería.
- Un demonio raso…- Dijo cuando pudo ver las inconfundibles señales de un poseído.- ¿Quién es tu superior?
- Me tomas el pelo. ¿Cómo sabe un niñato como tú mi rango?
- Corvoel…- Dijo Santiago al escucharlo de la voz de Miguel.- Ángel de las cámaras de tortura…principado de Astaroth
- ¿Quién eres?- Dijo colérico.
- Quién sino Él…- Santiago se iluminó de pronto al decir aquello y se transfiguró nuevamente. Los entrenamientos habían conseguido acelerar el proceso.
- ¡Miguel!- Exclamó el acomodador al ver al Arcángel.
- El mismo…- Dijo levantando su espada.- Y te pido que detengas esta carnicería antes de que te envíe de vuelta al infierno. - El demonio se rio nuevamente.
- ¿Piensas que me va a detener un chico disfrazado?
- Recuerda que lo que cuenta no es cuánto de grande sea el enemigo sino cuanto de fuerte sea su espíritu.
Se abalanzó sobre Corvoel con una velocidad impresionante pero los Shuriken le obligaron a esquivar torpemente, hiriéndole unos tres más. Se dobló apoyándose sobre la espada.
- Lo olvidaba…- Se dijo Miguel.- No he completado el entrenamiento de los discos de energía.
- Me sorprendes, Miguel. En otros tiempos hubieses podido esquivar mis shuriken sin la menor dificultad. ¡Dime ahora cuán grande es el espíritu que ocupas que hasta un simple acomodador de cine te supera!
Volvió a atacar con los shuriken estrellados el principado de Pruslas y Miguel esquivó como buenamente pudo pero siguió hiriéndose inútilmente.
- Vamos… concentrémonos…- Dijo Miguel.- Ya has visto cuanto duelen los reales.
- Con quién hablas, Miguel, con tu portador… ¿y de veras que te escucha? porque no haces más que lanzarte como un suicida.

Santiago miraba al principado del general Pruslas a través de la transfiguración de Miguel. Eran uno como la otra vez que luchó contra Aamon, pero pareció comprender que su cabezonería y falta de fe en sí mismo le habían provocado tal ruina en esa batalla. Entendía en ese momento las palabras de Gabriel cuando le dijo aquella mañana que quien dudaba de sí mismo estaba vencido de antemano. Se levantó diciéndose que tenía que perseverar en esquivar los shuriken de Corvoel como debía hacer con sus entrenamientos.
Buscó el ángulo muerto, recordando que aquello le había ayudado esa mañana a esquivar algunos discos diciéndose que no podía retroceder, pues lo poco que avanzara le ayudaría a acercarse cada vez más hacia Corvoel y atacarle cuerpo a cuerpo que era su técnica más eficaz. Así pues, cuando descubrió las manos del demonio lanzar los shuriken los esquivó avanzando, pero al poco volvía a ser herido por alguno o perdía el ángulo y el equilibrio. “Tengo que seguir…” Se decía y así fue avanzando hasta que un fuerte golpe le hizo retroceder lo avanzado.
- ¡Es inútil! Qué deshonroso es verte tan derrotado Miguel… pero también qué gozoso, saber que puedo exterminarte tan fácilmente.
Miguel siguió mirando el ángulo, preguntándose cómo podía no perder su visión y entonces recordó una lección que le dio Gabriel sobre los equilibrios. La clave de ello era mirar a un punto fijo, lo que hacía pero no podía pues la velocidad de los brazos le hacía imposible seguirlos, entonces pensó, que si para estar quieto necesitaba mirar a un punto fijo para moverse debía hacer lo contrario y se levantó nuevamente.
Al localizar las manos de Corvoel las siguió con la mirada y en lugar de estar esperando los ataques dejó que su cabeza tirara del resto de sus articulaciones hasta que llegó a un punto en que se confundía su cuerpo con las velocidades de las armas. Contemplaba que iban más lentas que él y siempre seguían un mismo patrón de movimientos: diagonales de derecha a izquierda, de abajo a arriba y de arriba abajo. “Grupos de cuatro.” Se dijo.
El primero iba a su izquierda por lo que debía girar su cadera a la izquierda apartándose de la trayectoria; el segundo iba a la derecha debía girar a ese lado. En cuanto a los otro dos los esquivaba agachándose y saltando. La sincronización era perfecta y los movimientos salían solos sin dificultad alguna y escuchó exclamar la orgullosa voz de su maestro Gabriel al haber descubierto el secreto por sí mismo.
Corvoel sintió de forma inesperada las manos de Miguel que le habían detenido los brazos.
- Has estado demasiado concentrado en tus lanzamientos como para verme venir.- Le dijo. Después le hizo un brutal giro provocando la luxación de ambos hombros de Corvoel.- Sin tus rápidos brazos no tienes nada que hacer.- Con un rodillazo en la zona trasera de la rótula de demonio cayó al suelo. Miguel Sacó la espada tras empujarlo con el suelo y puso la punta de la hoja en la nuca.- Abandona esta alma Corvoel y no serás el culpable de su muerte.
- ¡Jamás!- Dijo el demonio.- Ella es y será mía para siempre.
Miguel cerró los ojos decepcionado y clavó la espada en la nuca del cuerpo. No tuvo mucho tiempo para comprobar su muerte pues se lanzó en vuelo a derribar las puertas de la sala. Los pájaros se le lanzaron cuando le vieron sobre las butacas. Miguel los partió con su espada conforme se le lanzaban cayendo los restos sobre el suelo hasta no quedar ninguno. El silencio invadió la sala mientras el ángel tomaba el aire.
-¡Me acuerdo de ti!- Escuchó Miguel. Quién se giró a su espalda y descubrió a Valentín que salía de debajo de una butaca.
- ¡Has sido un inconsciente al aceptar esas entradas de un extraño Valentín!- Gruñó Miguel.
- ¿Cómo sabes mi nombre?
- Los ángeles lo sabemos todo.
- ¡¡Cuidado!!- Dijo el chico. Miguel se giró y se le clavó la punta de una lanza en el muslo sintiendo un inmenso dolor. Tras él estaba Pruslas volando riéndose con Sara y Ana en sus brazos.
- Demasiado despistado.- Soltó a las dos chicas y Miguel alzó el vuelo para rescatarlas antes de que cayeran de tan alta distancia. Cuando las dejó sanas y salvas en el suelo, Pruslas ya había desaparecido y sintió una inmensa rabia de haberlo perdido.
Se apoyó el ángel sobre la pared y arrancó la punta de la lanza de su muslo aguantando el dolor. Las personas se arrodillaron ante él llorando de alegría de haber sido rescatadas por un mensajero del cielo.
- No os arrodilléis.- dijo escandalizado.- ¡Levantaros! Solo os postraréis frente a quien me envía. – Todos se levantaron obedeciendo. Un resplandor llamó su atención y se giraron hacia la dirección de dónde provenía. Cayeron en un profundo sueño mientras Gabriel descendía en vuelo al suelo desde la cabina del técnico hasta llegar a Miguel. Se cruzó de brazos.- Lo hemos conseguido Gabriel.
- Lo sé pero si hubieses seguido tu entrenamiento esta mañana no habrías acabado tan mal herido.- Se acercó a él y le puso la mano en la herida de su muslo que era la más dolorosa y grave.- Ojalá estuviera él con nosotros y pudiera reparar toda esta sangría.
- No podremos ocultar a tantos heridos. Aunque no sepan que hemos sido nosotros los que les hemos salvado como van a explicar tantas heridas y el extraño ataque.
- No lo sé Miguel… no lo sé…
Escucharon las ambulancias y los dos salieron volando del sitio, pues nadie podía verlos. Inclinando sus miradas una vez en el aire vieron a los sanitarios y la policía entrar en la construcción y más allá a Azrael despidiéndoles con el alma del acomodador que invadió Corvoel.


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