CAPÍTULO 13: La flor de la belleza





El dolor de cabeza que impedía trabajar adecuadamente aquel día al mensajero de los dioses, no era a causa de la celebración de su cumpleaños, pues ya había pasado al menos cinco días de ello.  La causa principal era la falta de sueño que llevaba teniendo. Lo cierto era que urdir un plan perfecto y limpio para robar la sangre de al menos dos descendientes de Cronos no era fácil.
Al primero que descartó era al gran Zeus. Pese a que el dios de los ladrones había sido capaz de robar el rayo a su padre cuando era más joven, no era el mismo caso. Robar algo visible es más fácil que algo invisible.  Los quebraderos de cabeza que tenía el pícaro del Olimpo eran debido a esto.  Sabía que cada dios guardaba su secreto de una forma diferente. 
Algunos menos prudentes guardaban la sangre en frascos, como era el caso de Atenea, los más retorcidos, sobre algún tipo de objeto valioso, como era el caso de Ares, quien lo hacía en las piedras de su armadura… ambos secretos los había descubierto por casualidad. A su hermana, porque se lo había desvelado ella, y Ares, porque no le importaba ocultarlo. En una de sus batallas el dios de la guerra fue herido tan gravemente y se recuperó tan rápido, que no tuvo reparos de fanfarronear al respecto del poder de su armadura. 
“Si lo pienso fríamente…,” – Comenzó a decirse Hermes. — “Es el mejor mecanismo que existe de supervivencia. Cuanto más se hiere a Ares atravesando su armadura y piel, la propia sangre derramada, repara la armadura cubriendo los huecos una y otra vez.  Así se asegura que nunca le destruirán inmediatamente y puede continuar luchando hasta el final.”
Hermes sacó la piedra del casco de Ares. No se separaba de ella, como tampoco lo hacía de la sangre y armadura de Atenea. Eran sus objetos más preciados.  Expiró el merculino profundamente y se tendió en las confortables ramas de un peral.  Arrancó una pera y la masticó ávidamente pensando que, si llegaba más azúcar a su cabeza, tal vez el dolor desaparecería y le haría pensar con más claridad.  El dios odiaba que su genial mente se bloqueara.
“Porque funciona mi inteligencia sin igual tan rápidamente, mi mente se satura de tanta información. Los mensajes diarios que debo entregar, tampoco me ayudan demasiado…”
¿Tal vez por primera vez su cuerpo sentía algún tipo de estrés? ¿Tal vez era porque los 2000 años que llevaba a cuestas le estaban haciendo mella?
“¡Ah no! Estoy ya senil y chocheando” Dijo emitiendo un grito desesperado y abrazando el árbol.  “No Hermes, eso es imposible.” Se reconfortó: “Mira a tu padre, con el triple de edad que tú y sigue embarazando a mujeres sin ayudas medicinales.” Se irguió sobre sus pies y con los brazos en jarras se dijo. “Entonces es estrés. Estoy estresado con tanto trabajo. No se me permite ir de vacaciones, pero ¿qué hay de malo en descansar un poquito?” Miró el sol. Todavía le quedaba tiempo hasta el atardecer y guiar a las almas del Hades. “Creo que sé el sitio ideal para liberar mi estrés y relajarme.” Dijo sonriendo pícaro, antes de emprender el vuelo.


La boda de Ino y Atamante, no fue demasiado numerosa. Pues gran parte de los habitantes del reino de Orcómeno habían fallecido. Desde que llegó la desgracia que había asolado el hermoso Lago Copais, propiciada por Glauco; el rey Atamante no era el mismo. El porte del rey se había vuelto oscuro y deprimente, y otras veces la ira se apoderaba de él, matando a los médicos y sabios que venían a solucionar la plaga de muertes y fracasaban en su intento. Los dulces días de Orcómeno parecían estar llagando a su fin.
Frixo y Hele se habían opuesto radicalmente a las segundas nupcias de su padre, pues éste en medio de su locura incomprensible, había decidido repudiar a Nefele y encerrarla en la torre frente la costa de Eubea.  Los hijos estaban presentes en esa boda en contra de su voluntad. Tan solo el rey Egeo y Esón con su hijo Jasón, con 11 años de edad, habían acudido. Para los monarcas vecinos era tan sorprendente la actitud de su gran amigo y aliado Atamante, que deseaban comprobarlo con sus propios ojos.
Los monarcas estaban preocupados por los jóvenes mellizos de Nefele. Atamante se veía muy acaramelado, enamorado y unido a Ino, pero los príncipes la miraban con desprecio. 
    Verdaderamente, Atamante no es el mismo de siempre. — Dijo Egeo, asintiendo Esón.
    Es imposible que se desenamorara tan rápidamente de su reina como parece. En mi vida vi a un matrimonio real tan compenetrado. Se amaban y se apoyaban el uno al otro.
    Sí, es cierto. Además, Atamante siempre odió a Ino porque era una mujer muy peligrosa. No le daba confianza alguna.
    Creo que ha pasado algo extraño aquí. Mucho me temo que Poseidón haya metido su tridente en esto.
    Esón, ¿Por qué has traído a tu hijo? No es lo común. Debería haberse quedado en tu palacio.
    ¡No puedo abandonarlo, Egeo!  Mi mente se ha nublado de obsesiones. Pelias sigue presionándome y aunque no lo ha dicho, sé que desea fervientemente la muerte de mi hijo para apoderarse de mi corona.
    ¿Pero no había dejado a los ejércitos de Ares?
    Eso creía yo… pero no es así. Mis espías me han informado que sigue trabajando para él.
    Es toda una sucia artimaña para recuperar tu confianza. Es justo como actúan esos despreciables Palantines con respecto a mi trono. Estamos rodeados de enemigos, mi estimado Esón, y lo más crudo…, nuestros aliados y amigos caen uno tras otro. No tenemos apoyos ni héroes que ayuden a sus monarcas a traer la paz.
El príncipe Frixo se levantó de golpe de la mesa.
    ¡No lo soporto más! — Exclamó antes de irse. Hele intentó detenerle y corrió tras él. Lo vio llorando de rabia mirando la lejana torre donde estaba su madre.
    ¡Frixo debemos volver! No querrás encender la ira de nuestro padre.
    ¡¿Acaso no te importa?!Nuestra madre ha sido repudiada y maltratada injustamente por nuestro padre. Ahora está ahí sola sin nadie e Ino se retoza con el rey y lleva la corona en sus sienes. Ha hecho del palacio una cueva de brujas y oscuridad.
    La pasión ha apresado a nuestro padre, no podemos hacer nada. Si hiciéramos algo, Ino nos destruiría y debemos cuidar por el legado que nos ha dejado nuestra madre. ¿No ves que si nos expulsan habremos dejado vía libre a Ino para tener herederos con nuestro padre?
    ¡No me importa! No quiero ser rey de este infierno.
    ¡Eres un crío, Frixo! ¡Piensa como un hombre! La mejor venganza que podemos hacer por nuestra madre es ésa. — Frixo miró a su hermana menor. En sus ojos había astucia y valor. Le dio un abrazo.
    Tienes razón. Eres la menor y eras muy madura. Después de lo de Chryssos no sabía si ibas a ser capaz de reponerte.
    Hay que pasar página, Frixo. Si hubiera seguido llorando por el plantón que me hizo en la boda, no sería digna de ser hija de nuestra madre.
    Haremos todo lo posible para que no destruyan su labor… Orcómeno no será gobernado por los siervos del tirano de Poseidón.

Chryssos estornudó en la almena de la fortaleza de Jamir.
    Dicen que cuando estornudamos es porque alguien está hablando de nosotros. — Cuando Chryssos se giró vio a Faetón.
    Yo creo que es el viento de estas montañas. — Respondió el carnero.
    Chryssos he recibido noticias de Orcómeno. — Dijo Faetón, prestando atención el carnero de oro. —  Ino y Atamante se han casado, y Nefele ha sido encerrada.
    ¿Y qué va a ser de Frixo y Hele?
    No lo sé, pero Ino es ambiciosa como lo son todos los descendientes de Cadmo. Desde que fuera expulsada de las tierras de su hermano no quiso otra cosa más que tener su propio reino.
Chryssos se puso de pie en las almenas dispuesto a saltar.
    ¿Qué pretendes hacer? — Dijo Faetón.
    Debo ir a ayudar a mi tía y mis primos. Sé que dije que no debía centrarme en mis lazos familiares, pero…
    Lo harás.
    ¿Cómo ha dicho?
    Desde que has venido te he entrenado todo este tiempo, y pese a que intentas separar tus sentimientos para hacerte un caballero por entero, no lo puedes evitar. Sé que la única forma de que te conviertas en alguien poderoso es cuando soluciones tus problemas familiares y has de hacerlo, pero aún no. Te queda mucho entrenamiento. Debemos aumentar tus poderes. Ahora Orcómeno estará plagado de enemigos y seguro que Glauco te espera. Confía en mí; Frixo y Hele son tan fuertes como su madre, y se las apañarán hasta que llegues. — dijo poniendo su mano en el hombro de Chryssos.
    Está bien maestro. Hágame todavía más fuerte.


Hermes aterrizó en el tejado del templo de Deméter en el Olimpo. Desde allí podía tener una preciosa y completa vista del templo y jardines de Afrodita. Lo más hermoso de aquellos jardines eran los rosales que lo cubrían, cuyas flores brotaban resplandecientes como la belleza de su dueña.  Hermes se aferró a la estatuilla del tejado y se arrimó a ella mientras recordaba cada detalle de esa noche cumpleañera que compartió con ella. Podía percibir y sentir nuevamente los suaves rizos de la diosa, su aroma y su piel blanca, fina y delicada. Sonrió atolondrado cuando esos recuerdos le invadían, pero respiró profundamente para aliviar la pasión.
“Por eso que eres la diosa de la belleza y la sensualidad. Con un fuerte hechizo atrapas a tus víctimas.”
Sonrió derrotado. Efectivamente nadie podía resistirse a la diosa más deseada del Olimpo. Ese mismo hechizo seguía recorriendo su cuerpo y le había traído otra vez hasta allí.
Con el sigilo y flexibilidad felina, Hermes descendió a saltos por los diferentes árboles y muros que surcaba como obstáculos a su meta. Finalmente, aterrizó en la parte trasera de los jardines de Afrodita entre los rosales más frondosos y hermosos que había visto en su vida. Despedían estos un aura carmesí que era la propia esencia de su perfume más intenso, y brillaban como si el rocío acabara de caer sobre sus pétalos.
“¡Qué hermosas son! Jamás he visto flores tan vivas como éstas, si fuera un insecto, no podría dejar de vivir entre ellas.”
Se acercó al rosal extendiendo su mano para tomar o acariciar la flor hipnotizado por ella. Cuando las olió tenían un aroma dulzón irresistible. Quería tomar alguna de esas rosas y guardárselas como otro tesoro, pero entonces sintió que la sierra de sus hojas le habían cortado pese a tener mucho cuidado con las espinas. Al mirar su mano, un profundo corte en la parte superior del pulgar comenzó a sangrar y una sensación extraña comenzó a recorrer su interior. El efecto fue instantáneo, adormeciéndose sus extremidades. Perdió la coordinación de sus piernas y en general su sistema motriz cayendo de rodillas contra suelo. Un hormigueo subía hasta su cabeza, cuando empezó a nublarse su vista y tomar colores rosas, verdosos, azulados y amarillos las imágenes; pero la sensación no le asustaba, dolía ni incomodaba… ¡Le encantaba!
Así que comenzó a reírse atontado. Su gesto se congestionó y el rubor comenzó a teñirle las mejillas y la nariz. 
    Es como si estuviera embriagado, pero es mucho más relajante y divertido.
Vio las luces de los rayos del sol mucho más brillantes y alrededor suyo se deformaban las figuras que estaban en movimiento. Vio unas veladas figuras que corrían hacía él resplandecientes y hermosas. Bajo ese efecto, las siluetas de una mujer eran mucho más deseables. Se abrazó a las que se le acercaron a levantarle del suelo.
    Señor Hermes, ¿está bien? — dijo Talía la gracia mayor floreciente. Hermes la tomó de las mejillas riendo incesantemente. Cuando descubrió sus labios, se lanzó incontrolablemente a ellos. La gracia le retiró divertida mientras por detrás le apartaba Eufrosine, la mediana.
    Señor Hermes ¿Qué le ha dado? Al menos no solo vaya a besar a la mayor y más vieja de nosotras. — dijo ésta sacudiéndose el pelo coquetamente.
    ¡Jubilo! — Exclamó gangoso el dios que se abalanzó a besarla también. Ésta rio correteando. Hermes quiso correr tras ella, pero le frenó la menor Agalaye, antes de que se cayera al suelo.
 Hermes miró el obstáculo que le impedía moverse. A los ojos del dios, era esa mujer la que le impedía andar y no la extraña substancia que recorría su cuerpo y hacía que pesara como una estatua de mármol. Al ver la dulce y juvenil belleza de ésta le dijo.
    ¡Hermosa! ¡Qué bella es! Si ellas no me besan, tú lo harás.
    Soy Agalaye, señor Hermes. Tranquilícese está ardiendo.
    Tengo calor… tú me provocas calor, ven a quitármelo. 
    ¡Soy Agalaye! ¿no me reconoce? — Hermes siguió intentando tomarla, cuando ésta pidió auxilio repitiendo su nombre.
Cuatro hombres robustos y altos se acercaron a ellos, separando al dios de las gracias, lo tomaron con fuerza para retenerlo. El dios forcejeó insistiendo en ir al encuentro de las gracias. Protestaba, pero sus palabras estaban irreconocibles, como si le hubiesen dormido la lengua y mandíbulas. Sus movimientos eran lentos y pesados.  Enseguida dejo de luchar agotado…
    ¿Qué pasa aquí? — Se escuchó una suave voz.
Los cuatro hombres robustos giraron a Hermes adónde procedía la voz. El dios levantó sus ojos. A través de la visera y flequillo descubrió a la más hermosa y resplandeciente criatura en medio de la confusión de imágenes y colores.  La criatura era radiante y brillante como el sol. Su blancura y suntuosidad habían eclipsado todo a su alrededor.
    Hermes… ¿otra vez husmeando en mi jardín, niño travieso? — dijo la criatura brillante y radiante.
Hermes sonrió libidinoso y sus ojos se tiñeron de picardía. Aquello le había sonado a una invitación a ir a esa criatura hermosa. Las fuerzas que parecían haber desaparecido, volvieron a luchar para liberarse y estrechar a esa mujer entre sus brazos.
    Señora Afrodita, enseguida le echaremos de aquí. — Dijo uno de los guardaespaldas.
    ¿Echarle? — dijo ella. — y perder mi diversión. — dijo la diosa. — dejadle suelto a ver qué es capaz de hacer bajo esos efectos.
Los hombres le liberaron obedeciendo a su ama. Hermes cayó al suelo y comenzó a arrastrarse hacia ella viendo que sus pies y cuerpo no respondían bien.
    A- fro- di- ta…— Dijo Hermes yendo hacia ella con el deseo más intenso y agotando sus fuerzas.
Pese a que se movía despacio no tardó demasiado en tomar los pies de la diosa del amor. Podía seguir el recorrido de sus largas piernas a través del velo transparente y rosado. Cuando vio el hermoso rostro entre las montañas de sus senos, su sonrisa se atolondró más y quiso alzarse, pero la diosa dobló su tronco para ponerse a su altura.
    No puedo resistirme a esa mirada húmeda de cachorrito indefenso. – dijo la diosa de la belleza.
    Ven aquí. — Dijo el dios de forma ininteligible con la intención de abrazarla, pero en cuanto la diosa vio su mano derecha herida, la tomó con una fuerza poco imaginable en una mujer tan delicada.
Observó la herida que luchaba por cerrarse. Una espuma extraña emergía en ella que no paraba de burbujear.
    Rápido Demetrio, tráeme uno de los frasquitos vacíos de cristal que encontrarás en mi set de baño y spa. — ordenó la diosa.
Demetrio, uno de los cuatro que habían retenido a Hermes, fue lo más rápido que pudo a por el frasco entregándoselo a su ama. Afrodita puso la boca del frasquito en la piel de la herida y apretó un poco. Un espeso reguero se deslizó hasta la muñeca vertiéndose en el frasco. La diosa lo agitó provocando una reacción impresionante: la espuma subió por el cuello y antes de que rebosara, cerró la diosa de la belleza el tapón.
    Así que tú también eres venenoso, chico de los recados. — Dijo la diosa mirándolo y sonriéndole. — Parece que no somos tan diferentes como pensaba.
Hermes seguía deseando a esa mujer que lo tenía entre los brazos, pero las fuerzas le seguían fallando.
    En este caso en el que una de mis preciosas rosas rojas venenosas te ha picado con su aguijón, — dijo Afrodita. — solo me queda una solución para quitar los efectos de su droga.
Las gracias se preguntaban por qué la diosa seguía sin actuar, aunque al dios de los comerciantes no se le veía sufrir en absoluto y mucho menos podía morir… ¿por qué no le curaba de ese lamentable estado? Aunque también había sido muy divertido…
Afrodita sacó de su escote una rosa blanca cerrada. Hermes al ver eso lo interpretó como otra invitación deshonesta, pero la diosa puso el tallo de la rosa perpendicular al pecho de Hermes, y de un movimiento seco y rápido se la clavó en la piel. Las gracias gritaron horrorizadas por la puñalada de su ama, pero Afrodita las tranquilizó diciendo:
    A medida que el brote de la rosa se vaya abriendo, el veneno irá impregnando sus pétalos y liberándole de sus efectos…
Las gracias y los guardaespaldas observaban maravillados como la rosa florecía poco a poco. Se habían quedado hipnotizados y encandilados por semejante milagro. 
    Cuando ésta se abra totalmente…— Continuó diciendo Afrodita. — Hay que arrancarla de su cuerpo o absorberá su sangre, provocándole la muerte.
La diosa tiró con el mismo vigor la rosa del pecho de Hermes cuando estuvo totalmente abierta. Todos miraron como la cicatriz se cerraba gracias a una curiosa capa líquida plateada. Afrodita miró aquel fenómeno atemorizada y tiró la rosa sanadora asustada. Ésta se marchitó instantáneamente, liberando un vapor contaminante que mandó que cerraran con una vasija.
La velocidad con que se hizo, había sido asombrosa.
Hermes comenzó a recuperar su respiración habitual y el rubor y calor de su piel desaparecían perceptiblemente. Estaba lleno de sudor. La diosa de la sensualidad lo miraba detenidamente y le apartó el flequillo pegado a su frente. Hermes abrió los ojos.
    ¿Afrodita? — dijo Hermes
    ¡Ah! Ya has vuelto en ti.
Hermes se irguió un poco, pero tenía un dolor intenso en todos sus músculos que le obligaron a tenderse otra vez.
    ¿Qué me ha pasado? ¡por Zeus! Me siento como si me hubieran atado al carro de Ares y me hubieran arrastrado por el suelo…
    Pensaba que la curiosidad era solo una virtud de las mujeres, pero he visto que tú también la tienes. Eres muy particular, chico de los recados.
Hermes miró a las gracias y a los cuatro hombres de antes. Tras ellos vio el rosal, recordando cómo había intentado arrancar una de esas rosas.
    ¿Qué tienen esas rosas malditas? — espetó el dios.
    ¡Eh! Mis rosas no están malditas. — protestó Afrodita. —  Solo defienden a su dueña. — se cruzó de brazos la diosa, como una niña caprichosa.
    Comprendo… tienen veneno. — dijo Hermes mirando su mano.
    Así es.  Al parecer como tú también tienes veneno en tu sangre, no han podido terminar su trabajo y te han provocado unas reacciones muy divertidas.
La diosa emitió una risita suave, que ocultó tras sus manos de dedos largos y hermosos. Hermes la contempló otra vez. Tenía esta vez el cabello suelto y los rizos cubrían sus blancos hombros y escote.  Llevaba lo que parecía una bata de velo atado a la cintura. Estaba muy atractiva. Afrodita al sentir la mirada clavada de Hermes, le miró con sus azules ojos deteniendo su risa, pero no su sonrisa. El dios de los comerciantes volvió a erguirse más despacio, viendo que el dolor parecía haber remitido un poco; aunque todavía se dibujaba una mueca de sufrimiento en su rostro.
    ¿Por qué estas así vestida? ¿Acaso me estabas esperando? — El dios sonrió pícaro. —La diosa se acercó a su oído y le dijo algo. — ¡Oh vaya! Me encantaría acompañarte, pero ya va siendo hora de volver al trabajo.
El dios se levantó con cuidado y lentitud. Sus movimientos habían recuperado su normalidad. Cuando estuvo de pie se llevó la mano al cuello para relajarlo. Estiró sus músculos para comprobar que todo estaba en orden.
    ¡Es increíble que se haya recuperado tan rápido! — dijo Demetrio.
Hermes dirigió una mirada arrogante y furiosa al sirviente diciendo:
    ¿Acaso no soy hijo de Zeus?
    ¡Perdone señor! — dijo el hombre reverenciándole.
Hermes se dispuso a andar.
    ¿Entonces me dejas solita y desamparada? — Ahora la que puso la cara de cachorrito indefenso, fue ella.
Hermes le extendió la mano y ésta la tomó para que le ayudara a levantarse.  La estrechó contra él y le dijo al oído.
    No puedo dejar mis responsabilidades, pero luego puedo volver. Al fin y al cabo, todavía no he terminado lo que he venido a hacer aquí.
Hermes la beso delante de todos.
    ¡Qué apasionado! — dijo Eufrosine poniendo sus manos en las mejillas y brillándole los ojos.
Hermes se separó de Afrodita quien no podía ocultar su rubor. Comenzó a andar al frente con su carismática sonrisa. Los hombres y las gracias le abrieron el paso, mientras Demetrio soportó a Afrodita que ladeó un poco hacia atrás impresionada.
    Te estaré esperando. — Dijo la diosa cuando recobró estabilidad.
Hermes se giró hacia ella, hizo una leve inclinación de cabeza a modo de despido y emprendió el vuelo.


En el pilar del Atlántico Norte se encontraba Glauco en su templo de coral, sentado en su trono pensativo.  Por fin Ino había aplicado la receta de Circe en los sentimientos de Atamante, cegando tanto a éste, que ya estaban casados y ésta había sido nombrada nueva reina. La hermana de Sísifo había llevado a cabo la orden de Glauco, pensando que había sido liberada del coral venenoso que arriesgaba su vida, pero la realidad no era ésa. El coral seguía en su interior, ya quizá la mortalidad del mismo había sido sanada en el último encuentro que tuvo el general con ella, pero las secuelas todavía podían permitir que fuera manipulada.
El siguiente objetivo de Glauco, era esperar a que la madrastra de los mellizos de Nefele, persuadiera a su esposo para la construcción de un templo para Poseidón.  Ésta era la prioridad del soberano de los mares y el general debía ejecutarla. ¿Iba a ser esto tan fácil como creía? Atamante seguía resentido por el hechizo de muerte que el consejero había llevado a cabo en el reino y eso podía seguir siendo un obstáculo para él.  Debía mantenerla vigilada por si se seguía retrasando su plan.
    ¿Un plan? — Le dijo una voz al general.
    Así es. — contestó Glauco.
    ¿Qué clase de plan?
Glauco se levantó de su trono y se giró hacia el muro del dragón marino que estaba tras el asiento.
    Quieres hablar. ¿no es cierto?
    Quiero saber qué tramas. ¿Por qué estás arriesgando de esta manera tu vida?
El general posó su mano sobre una de las escamas del relieve del dragón marino que se encontraba tallado en aquella pared. Ésta se deslizó hacia arriba apareciendo a su alrededor el corazón de sus dominios. Una amplia sala se abrió a su paso. En el centro de ésta se encontraba el altísimo, sólido y robusto pilar que se extendía hacia el cielo de agua.
La Atlántida se encontraba dentro de una burbuja protectora creada por el poderoso Poseidón, para asegurar que sus siervos vivieran tranquilos y llenos de oxígeno en medio de los océanos. Tal como si se tratara de un submarino, las criaturas marinas nadaban en aquel techo y a lo lejos en el horizonte, donde se cernían el resto de los pilares con sus respectivos generales.  Cuando Glauco observaba la grandiosidad de aquel poder y dios, su devoción crecía; no obstante, había una cosa que le podía separar de sus deberes militares y reales. La cosa en cuestión era aquella voz que le hablaba de vez en cuando y ahora pedía una explicación. Esa voz, igual que aquella vez, le llamó cuando aún vivía en la superficie para explorar el misterio de su existencia desde lo más profundo de los océanos. La voz que le había inducido a comer las mágicas hiervas y nadar hasta hallar a su dueño. Esa voz procedía de esa sala, del interior de ese pilar misterioso que estaba rodeado de una magnífica red de corales, donde había hallado la armadura del dragón marino tras haber pasado las exigencias de Poseidón. Rodeó el arrecife de corales detenidamente. Entre las redes podía distinguir los rostros de diferentes criaturas que habían sido atrapadas por los poderes del dragón marino. En su gran número eran hermosas mujeres que habían caído en la misma atracción, por la voz que hablaba a Glauco y le otorgaba sus poderes.
    ¿Qué quieres saber al respecto? — Le dijo Glauco.
    Todo.
    Cuando haya construido el templo de Poseidón, básicamente me seguiré ganando su confianza y la de todos los demás generales, que, siendo hijos del dios, dudan de mí y siguen sin aceptarme. Especialmente Crisaor y Tritón. ¡Esos bastardos me ponen de los nervios!
    No me parece una razón suficiente. ¿Hay algo más?
    Es cierto, y tú la sabes, quiero que tú también confíes en mí, y me digas finalmente: ¿por qué me has llamado a ocupar este lugar? Un misterio me dijiste que se encierra en mi vida y que me hacía estar descontento en la superficie. Quiero que me digas qué misterio es ese.
    ¡Ah comprendo! ¿Tan importante es para ti develar ese misterio? Te dije también que yo no soy fácil de satisfacer y persuadir.
Glauco golpeó el arrecife furioso. Partió un poco de este saliendo la cabeza de una de las criaturas atrapadas en él. Una malévola risa brotó de aquella montaña de corales.
    Ensañarte de esa manera no va a ayudarte en absoluto. — Dijo la voz. Glauco contempló como uno de los brazos de coral volvía a atraer la cabeza del cadáver a su interior. — Tú sigue con ese plan y ya veremos si te lo digo.
    ¡Maldito seas!
    ¿Acaso te obligué a que vinieras a mí? Viniste por propia voluntad.
    Es una pérdida de tiempo hablar contigo.
Glauco se dispuso a volver al lugar donde se encontraba su trono, pero le volvió a detener la voz.
    Tu plan puede funcionar, pero has pasado por alto un pequeño detalle. Nefele sigue viva y los mellizos también. ¿Acaso no crees que se podrían interponer en tu camino?
    De los mellizos no hay que preocuparse; pronto me encargaré de ellos. Con respecto a Nefele…— Una sonrisa malévola apareció en su rostro. — En poco tiempo ésta abandonará este mundo. Digamos que el poderoso veneno de mi poder ya está apagando su vida.
A carcajadas atravesó Glauco la pared del relieve y se dirigió a contemplar los entrenamientos de sus soldados.

Helios ya se había ocultado cuando Hermes regresó al templo de Afrodita en el Olimpo. Las estrellas desde el hogar de los dioses se veían resplandecientes y hermosas en el firmamento. La noche era despejada y la temperatura muy agradable. Pese a que las rosas rojas ya no eran rociadas por lo rayos del sol, seguían emitiendo hermosos destellos y aquel especial aroma, dándoles un aire más misterioso. Esta vez Hermes las pasó por alto y siguió avanzando por el camino hasta la entrada trasera. Las puertas estaban abiertas y dos de los guardaespaldas que habían retenido a Hermes antes, vigilaban el umbral. El dios de los comerciantes inclinó la cabeza como saludo y los dos guardias respondieron igual. El interior del edificio rebosaba de una atmósfera cálida y tranquila, mezclándose agradables aromas.
“Es cierto, a Afrodita le encantan los perfumes e inciensos.”
Pensó el dios antes de descubrir una mesa cuidadosamente puesta y de platos humeantes. Parecía que habían puesto esa cena para dos.  Detrás de la mesa había un biombo por el que apareció la diosa de la belleza engalanada y hermosamente vestida.
    He pensado que con todo lo que has hecho hoy, no te daría tiempo a cenar así que me he tomado la molestia de decir que prepararan la cena para los dos. — dijo Afrodita mientras se acomodaba en un diván lo suficientemente amplio para una pareja.
    ¿Eres la mujer perfecta? — dijo Hermes provocando una dulce risa en la diosa.
    Puede ser…
Afrodita dio dos palmaditas en el hueco de su lado invitando a Hermes a sentarse. El dios se acercó y se sentó a su lado. La diosa le quitó el petaso con delicadeza, mientras Hermes se desataba las sandalias para apartarlas a un lado ya que las alas a veces eran molestas para tenderse y acomodarse.
    Es una lástima que te afanes por ocultar esos hermosos ojos verdes que tienes tras ese largo flequillo. — dijo la diosa apartando el flequillo del dios desinteresadamente.
    Bueno, me gusta mantener el misterio. — dijo Hermes arqueando las cejas y echándose atrás.
    ¿estás mejor de la espalda?
    Sí. En el momento que me puse a volar desapareció y ya no me duele nada. — Hermes mordió una rodaja de pan con queso y tomate fresco, masticando tranquilamente. La diosa tomó un poco de vino y jugueteó con las patillas de Hermes. — por cierto, Afrodita… ¿cómo es que esas rosas tienen ese veneno tan potente? ¿Acaso las cultivas tú?
    Podría decirse así. Esas rosas tienen la misión de adormecer a los que las tocan o pasean entre ellas.
    ¿Quieres decir que, si yo no fuera un dios y venenoso, me hubiese quedado tan solo dormido? — Afrodita tomó un pedazo de cordero, miró a Hermes fijamente intentando mantener el suspense y leer la mente de éste.
    ¿Por qué lo preguntas?
    Después de haber sido atacado injustamente por una de ellas, creo que merezco saber la razón y consecuencia de mi acto. Así sería más cuidadoso. — Hermes sonrió. Era su sonrisa encantadora, tras la cual siempre solía esconder alguna segunda intención. Curiosamente, siempre surtía efecto en sus interlocutores quienes se quedaban adulados por ella. Afrodita notó sonrojarse. Hermes era adorable con esa sonrisa.
    Bueno, eso de injustamente no es del todo cierto. Ibas a llevártela ¿no es cierto?
    Tienes razón, me has pillado, me encantaría que unas de esas rosas decoraran mi templo. — Afrodita bebió otro sorbo mirando penetrantemente a Hermes. — Me encantaría saber qué esconde esa mirada.
    ¿Has venido aquí para interrogarme o para disfrutar de mi compañía, querido picarón? — Afrodita se aproximó a él juntando su cuerpo al torso del dios.
    Para ser sincero, he venido a relajarme. Esperaba que me invitaras a alguna de tus sesiones de spa, masajes o esos deliciosos baños que tomas, para ver si es cierto que son milagrosos. — Afrodita no pudo evitar la carcajada, no podía esperarse semejante respuesta.
    ¿Estás hablando en serio? — Hermes asintió. — En ese caso ¿te propongo un trato, señor del comercio?
    Siempre recibo muy atento cualquier propuesta de negocios.
Afrodita rodeó con sus brazos el cuello de Hermes y se aproximó hasta que rozaron la nariz.
    Quédate aquí esta noche, y recibirás una muy buena recompensa para mañana.
    Necesito un poco de más detalles…
    Eres duro de roer ¿eh? — dijo Afrodita riendo suavemente. Acarició los labios del dios diciendo. — Te desvelaré algún secretillo de mis rosas y hasta te daré una de regalo. Una muy especial que te aliviará esos ataques de estrés.
    Es interesante…— dijo Hermes apartándose suavemente. —¿Tengo la palabra de la descendiente de Urano? — dijo mientras se pellizcaba la barbilla.
    La tienes.
    Entonces, trato hecho, señorita de la belleza.
Afrodita sonrió y se abalanzó a sus brazos cubriéndole de besos y hundiéndole más en el asiento. Hermes sonrió triunfador, pensando al mismo tiempo que recibía los cariños de Afrodita:
“Pronto habré descubierto el misterio de la diosa de la belleza y la sensualidad. Y todo apunta a que tiene que ver con esas rosas.”

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