CAPÍTULO 14: Las perlas de Argos









Aquella mañana, cuando Hermes regresó a su templo, antes de comenzar su jornada, un nuevo tesoro portaba. Éste era obsequio de su amante Afrodita, quien, cumpliendo su palabra, le había regalado una hermosa rosa con extraños poderes. Tal como había dicho la diosa de la belleza, Hermes la colocó en su mesilla de noche, sobre un jarrón que contenía ambrosía líquida, y la cubrió con un cristal. Recordó las palabras de Afrodita al entregársela.
“De este modo la flor tomará la luz que le rodea sin quemarse. La ambrosía la mantendrá fresca y a la vez su aroma no podrá afectarte. Cada verano marchitará, para volver a florecer el 3 de octubre. Los primeros meses será blanca y luego veras que se torna amarilla, del amarillo pasará al rosa y del rosa al rojo. Los últimos meses, el rojo oscurecerá y se volverá azul hasta que tornarse negra.  En ese momento morirá para volver a nacer nuevamente. La época en la que se encuentra más roja es la época de su apogeo y mayor fertilidad. Podrás ver como en el tallo comienzan a salir pequeños brotes, que, si no son fecundados por el polen de otra rosa semejante, caerán.”
Hermes contempló la flor con intriga. El rojo de sus pétalos estaba en plena explosión y cubierto de dichos brotes. Debía ser su época más fecunda. En el fondo tenía un gran interés en contemplar todos los fenómenos que le había relatado Afrodita; pero lo que más le intrigaba, era que el momento en el que la rosa iba a renacer era el mismo día del cumpleaños de Afrodita. Le recalcó asimismo la diosa, que en ese día cambiara la ambrosía del jarrón para que mantuviera su ciclo y fuerza.
—¿Qué extraño tesoro me has entregado, Afrodita? Si me pongo a pensarlo tus notas me han recordado al ciclo vital de cualquier criatura terrestre. ¿Acaso es éste el secreto de tu divinidad? ¿Es esta rosa donde circula tu… sangre?
Hermes se levantó de golpe y comenzó a reír. Efectivamente había descubierto otro secreto de los dioses.
—¡Claro que es eso! Ella me dijo que su sangre era igual de venenosa que la mía. Eso quiere decir que esos rosales que me envenenaron provienen de su sangre. Y esta rosa no solo contiene su sangre, sino también su inmortalidad. Por eso hay que alimentarlo de ambrosía y va cambiando de color como una persona pasa por varias edades hasta morir. Pero… ¿por qué me habrá dado algo tan valioso?
Hermes resolvió darse un baño antes de salir a su jornada. Un baño que sus doncellas le habían preparado cariñosamente.  Mientras se lo daba, una pequeña sospecha volvió a su mente.
“¡Un momento! Si la rosa refleja realmente el ciclo vital de Afrodita, y ésta ahora está en pleno rojo y brotando ¿eso quiere decir que ella también está en su época más fecunda? En ese caso me imagino que muy pronto tendré la respuesta a eso, cuando su hermosa tripita comience a crecer.”
Hermes se hundió en el baño un poco avergonzado. No se había todavía acostumbrado a que sus actos siguieran haciendo aumentar sus descendientes, pero no podía EVITARLO.


Nefele llevaba unos días encontrándose un poco mal de salud. Las cortesanas más fieles que la habían seguido hasta su encierro en la torre de la costa de Eubea, pensaban que se trataba de la humedad que había en aquel lugar.
Ciertamente, cuando el rey decidió repudiar a la reina Nefele en favor a la traidora de Ino, las mujeres de la corte se habían dividido. Las que no estaban de acuerdo con aquello, ya que podían sospechar de las malas intenciones de Ino, o solamente amaban a su ama, decidieron seguirla hasta Eubea. El resto habían sido obligadas a tomar juramento de lealtad a Ino y entregarse a la nueva reina sin condición.  Pese a la nefasta decisión del rey, éste había sido comprensivo en permitir que Nefele fuera acompañada por sus más fieles doncellas en su encierro. No obstante, muchas de esas doncellas esperaban el día en que Ino tuviera su merecido por haber codiciado el puesto de una mujer tan honorable y bondadosa como Nefele. El sentimiento de resentimiento y venganza era cada vez más intenso en sus almas.
Nefele había encarado el hecho con integridad y honorabilidad. No había mostrado ni un solo sentimiento de odio o protesta a lo que le habían hecho. Solo le preocupaba, como a toda madre, el futuro de sus hijos; y en cuanto a eso, su temor era muy grande.
¿Serían las preocupaciones con respecto a sus hijos lo que le habían hecho mella en su salud? ¿O había algo más? Por ello mismo, las doncellas habían llamado al mejor médico de la región el cual al examinarla, le diagnosticó la peor de las enfermedades:
Nefele también estaba siendo atacada por la plaga de Orcómeno que se había llevado a tantas vidas por el camino; sin embargo, su desarrollo era más lento de lo normal.
    Es increíble que con esos síntomas no presente empeoramiento y se mantenga estable. ¿Será por la capacidad de lucha de esa mujer o porque corre en ella sangre divina? En cualquier caso, cuidad de ella.
Con estas palabras el médico les había entregado a las doncellas algunas hierbas para aliviar el dolor que pudiera causarle la enfermedad. Las doncellas no pudieron evitar sus lágrimas. Su amada señora se moría lentamente, sola, sin amor ni hijos a su lado.


La conexión de los descendientes de Helios entre ellos era muy profunda. Nadie salvo ellos mismos gozaban de poderes mentales y espirituales tan potentes. Ya se encontrarán a millas o kilómetros de distancia, podían intuirse y percibirse los unos a los otros, utilizando sus conexiones para informarse y entregarse mensajes. Dicho poder había sido heredado también por Chryssos quien sentía como el corazón se le encogía de dolor. No cabía duda de que sus familiares más cercanos se encontraban en peligro. Especialmente su tía.
El carnero reaccionó ante la llamada de su maestro en pleno entrenamiento. Volvió a la realidad y lo miró a los ojos.
—¿Qué te ocurre? Estás pálido y desconcentrado. — Le dijo Faetón. 
— Percibo un enorme peligro proveniente de Orcómeno. — Contestó el aprendiz.
Faetón se acercó a él preocupado y le preguntó qué era lo que exactamente intuía.
    Creo que mi tía me está llamando. —Contestó el carnero.
    Las lemurias podemos a veces comunicarnos con la mente como los dioses, pero dicho poder solamente lo pueden desarrollar los más experimentados y adultos. Es increíble que tú lo puedas tener en estos momentos.
    Debo ir a verla.
    No puedes ir hasta que dominemos tus metamorfosis y tus ataques.
    ¿Cuánto tiempo he de esperar todavía? ¡Hasta que todos mueran!
    ¡Cálmate Chryssos! El camino de un caballero es lento y perseverante. Si fueras ahora, tu inexperiencia te podría costar la vida. Escúchame bien. —Puso el índice en el pecho de Chryssos. — Aquí reside tu fuente de poder. Aquí es donde somos más vulnerables y más temibles… Si esos sentimientos te hacen sentirte lleno de ira y malestar, utilízalos para liberarlos en tus ataques. Eso los hará más fuertes, sin embargo, para que sean efectivos, debes dominar su trayecto y energía; por el contrario, podrían ser imprecisos y peligrosos. Céntrate en atacar hacia un enemigo en concreto, pero con la máxima potencia que te puedas permitir. La precisión en nuestros ataques es lo que nos hace enemigos tan respetables.
Faetón se alejó y continuó diciendo:
    Tienes una base muy firme pero no la precisión necesaria. ¿Acaso no recuerdas cuantas victimas dejaste cuando liberaste tu ataque en Olimpia? Tenemos que evitar que eso vuelva a ocurrir. Cuando dominemos la técnica, te aseguro que podrás ir y a rescatar a Nefele y los mellizos. Incluso ese aspecto que ahora te produce vergüenza se convertirá en algo hermoso y controlado. — Terminó Faetón.
    Está bien, si me entretengo pensando en ellos, no podré concentrarme y avanzar hasta el final en mis entrenamientos. Adelante, maestro, atáqueme.


Iba Hermes a la altura de Tebas cuando una enorme explosión se originó en el palacio real, causando el pánico entre las personas de los alrededores. Se quedó tan impactado el dios que frenó en seco. Contemplaba las llamas y la gente presa del pánico gritando, huyendo e intentando ahogar el fuego. Por suerte había podido ver al rey de Tebas, Layo y su esposa Yocasta, huyendo del caos, pero… ¿Dónde se encontraba su hermana mayor Sémele?
    ¿Será que Hera se ha enterado de la nueva amante de Zeus? — se dijo el dios mensajero. Sin dudarlo pudo identificar la mano de Hera en ese extraño fenómeno. Hermes se llevó la mano a la frente. — La que le espera a mi pobre padre…
Antes de terminar esa última palabra, pudo distinguir un carro volador saliendo por la parte trasera del Palacio abriendo el edificio del impacto. Al parecer solo pudo verlo él, pues la gente no reaccionó al ver a alguien saliendo a toda prisa. Cuando el carro se dirigía hacia él, pudo ver el rostro furioso de Zeus, que le gritaba a su hijo que se apartara.
Hermes sin evitar su preocupación, se enganchó con su flexible látigo de mercurio a la parte trasera y enseguida llegó a ponerse a la espalda de los alborotados pliegues de ropa de Zeus.
    ¿Qué te ha pasado, padre?
    ¡No te he dicho que te apartaras! ¿No tienes nada que hacer?
    Si puedo ayudar, solo dímelo. El rey de los dioses es mi prioridad.
Zeus miró de reojo a su hijo, quien sintió como se congelaba su semblante al ver como sus ojos azules destellaban como truenos de ira.
    Mejor me voy. — Dijo Hermes dispuesto a saltar del carro y emprender el vuelo, pero su padre le tomó del brazo provocando un gélido escalofrío en su hijo de terror. Cuando el rey de los dioses se enfurecía todos debían temer su reacción, pero con aquel gesto, el rey pretendía retener a su hijo. Hermes asumió la intención de su padre de que se quedara con él.


Cuando los dioses llegaron al Olimpo, Zeus le mandó a su hijo que le esperara en el salón del trono y comenzó a gritar el nombre de Hera por todo el templo, alborotando a todo el servicio. Todos ellos al ver la furia del dios, cuya aura expelía una alta cadena de voltaje, se pusieron de rodillas temerosos. Zeus increpó a uno de los criados compartidos con Hera y éste llorando de miedo, dijo que su señora no se hallaba en el Olimpo en ese momento.
    ¡Cuando llegue házmelo saber! o si no te calcinaré a rayos.
    Sí, mi señor. — el criado salió corriendo.
Zeus se sentó en el trono precipitado y gritó a todos que se fueran de su vista. Hermes iba a irse también, pero su padre le detuvo con severa voz señalándole autoritario:
    Menos tú. Tú te quedarás.
Hermes se sentó, aun sus extremidades temblaban, pues bien sabía el mensajero de los dioses cuán diablo poseía a su padre cuando la ira se apoderaba de él.
“¡Maldito el momento en que se me ocurrió pasar por Tebas hoy! ¿Además por qué me empeñé en preguntar y seguirlo?”
Hermes miró a su padre. Zeus tenía las manos hundidas en sus cabellos y sus codos apoyados en sus rodillas. Parecía que intentaba calmarse. Nunca había visto Hermes a su padre tan consternado. Después, al fijar sus ojos entre sus piernas pudo ver sangre.
    ¿Estás herido? — le preguntó extrañado.
Zeus al darse cuenta ocultó la mancha con su túnica azul.
    Traerme esa jarra de vino. — Le dijo con la voz más calmada.
Hermes obedeció y le acercó la jarra. Zeus la bebió ávidamente. Cuando fijó sus ojos en el merculino, le vio cruzarse de brazos y fruncir el ceño en una mueca de resignación.
    ¿Y esa cara? —preguntó Zeus.
    ¿Me lo vas a contar, o puedo irme ya? Me siento como un estúpido aquí. Sabes que no soy bueno reconfortando a otros. Para eso llama a Hestia.
Hermes se alejó para irse y alejarse de esa incómoda situación. Se sentía frustrado y aunque no lo reconocía, estaba preocupado de lo que había pasado.
    ¡Está bien! Te lo diré. Al fin y al cabo, tal vez te necesite más adelante debido a esto.
El ara ubicada detrás de su trono se abrió apareciendo los aposentos de Zeus. Éste invitó a su hijo a pasar. Hermes obedeció y entró. Se acomodó resoplando y quitándose el petaso. Zeus se sentó en frente de él.
    Desembucha. — dijo Hermes. — si me llevas a un recinto tan privado es porque realmente es un asunto secreto importante. Esto mismo hiciste cuando me mandaste a matar a Argos. Sabes que aquí nadie puede pasar excepto tú. — Zeus golpeó la mesa que tenían entre los dos exaltando a Hermes.
    ¡Qué forma de hablar es esa!
    Padre tienes que relajarte un poco. Seguro que se puede arreglar. ¡Confía en mí! jamás te he decepcionado ¿no es así?
Zeus resopló relajándose su rostro.
    Hace una semana me colé en los aposentos de Sémele y le declaré mi pasión por ella. –comenzó a decir Zeus.
    ¿En serio, padre? — Un enorme interés surgió en Hermes en ese momento, cambiando su postura desganada a una atenta y pilla — Y ¿desde cuando eres tú tan romántico? ¿Acaso no las prefieres engañar convirtiéndote en algo o alguien especial antes de tomarlas? ¿No es ese tu método de cortejo?
    En este caso, Sémele no está casada o comprometida con nadie. — dijo con aire gruñón. — No hacía falta engañarla o forzarla.
    Y te rechazó ¿no es así? Por eso prendiste fuego al palacio de Layo. Tú siempre tan temperamental, padre.
    ¡Silencio! No saques conclusiones precipitadas. — dijo autoritario. Hermes mantuvo la compostura. Zeus se cruzó de brazos y continuó. — No me rechazó, me puso una condición.
    ¿Condición? — dijo Hermes sorprendido. Zeus asintió.
    Me pidió que en nuestro próximo encuentro debía verme con algún atributo de mi condición de Zeus, rey de los dioses, puesto que no creía que fuera él.
    ¿Y?
    Pues me he presentado hoy con mis mejores galas y poderío y de forma sobrenatural para que me creyera.
    ¡No me lo puedo creer! — dijo Hermes llevándose las manos a la boca evitando reír. — Y te presentaste en el carro de relámpagos.
    ¿Qué mejor forma de demostrarle mi divina ascendencia? — Mostró una sonrisa amorosa Zeus. Sus pómulos comenzaron a ruborizarse y su rostro se llenó de candidez al recordar. — Ella quedó deslumbrada y me abrió los brazos sin rechistar. — Su risueña expresión se nubló volviendo a hundir sus manos en su espesa cabellera. — Pero fui preso de la pasión y no pensé con claridad. Al poco de haber practicado las artes de Afrodita con ella, el rayo que traje conmigo prendió la cortina de la ventana y enseguida las alfombras y muebles comenzaron a arder. — Hermes se apretó cada vez más la boca para no reír, bajo un gesto poco convincente de lástima. — Como aún estaba bajo los efectos de la embriaguez amorosa, no me di cuenta de que ya habían alcanzado la cama las llamas y hasta que no escuché lo gritos de Sémele que estaba atrapada entre ellas conmigo, no pude reaccionar. Ella me dijo:

“Salva a nuestro hijo antes de que muera.”

A Hermes se le saltaban las lágrimas del esfuerzo por no reír. Zeus se conmovió creyendo que le daba lástima la muerte desgraciada de Sémele.
    ¿Tú también tienes corazón, hijo? — Dijo Zeus posando su mano en la cabeza del mensajero y palmeándole cariñoso. — Por algo eres de mi misma sangre. No te preocupes, he salvado a tu hermano.
    ¿Salvado? — Zeus levantó su túnica. En el muslo del rey de dioses, pudo ver el mensajero una cicatriz que aún sangraba un poco. Parecía como si se hubiese trinchado la carne de un pavo.
    Aquí permanecerá hasta el momento de su alumbramiento. Entonces ahí entras tú. Si quieres contribuir al cuidado del tu futuro hermano, deberás ser mi nodriza y ponerlo a salvo.
Hermes se levantó de golpe repugnado de lo que veía. Su risa contenida pasó a un gesto de angustia verdadero.
    ¡Eso es asqueroso! ¿Cómo pudiste meterte ahí eso?
    ¡Eso qué dices es tu hermano o hermana! No hables con ese desprecio. Podía haber permitido que Hera también se asegurara de tu desaparición cuando dejé a tu madre encinta, pero no lo hice, porque eres tan hijo mío como cualquiera. — Dijo golpeándose el pecho firmemente.
    Pero ser una nodriza es demasiado humillante para alguien tan masculino como yo…
Hermes miró el gesto de su padre. Zeus le miraba con el ceño fruncido tan autoritario como siempre. Aún tenía las faldas levantadas mostrando la herida donde se encontraba la semilla de su aventura amorosa. Estaba invitando a reflexionar a Hermes. Al arcadio le comenzó a funcionar su imaginación y se plasmó en su mente la imagen de su padre con la barriga de una mujer embarazada. No pudo aguantar más la carcajada y explotó.
La reacción de Zeus fue de sorpresa. No entendía los cambios de humor de su hijo. Le estaba hablando muy enserio, y, sin embargo, Hermes se estaba muriendo de la risa. Su cuerpo no podía aguantar la flojera, cayendo al suelo y golpeando el cojín del sillón.
La cara de sorpresa de Zeus comenzó a teñirse de ira. Su hijo se estaba burlando de él. Hizo aparecer un rayo en su diestra y amenazó el cuello del mensajero. Hermes se giró rápidamente con las palmas de sus manos dirigidas hacia su padre en señal de rendición y sumisión; entonces dijo.
    Perdona padre, pero ni el talento de Aristófanes pudieron ingeniar semejante comedia. — dijo más calmado, aunque aun emitiendo suaves carcajadas. — La realidad, sin lugar a dudas, supera a la ficción. – Se frotó los ojos plagados de lágrimas. — Pero tienes que entenderme. Si fueras el público y no el protagonista de esta historia, te reiríais tanto como yo o más.
Zeus bajó el rayo resignado y se sentó derrotado en el sillón.
    Quién supiera de las tonterías y humillantes situaciones en las que cae el rey del Olimpo, podría hundirme sin problemas. Adiós a la fama que tan duramente me labré de salvador de este mundo y destructor de la tiranía.
    Sabes que soy leal a ti y mis labios quedarán por siempre sellados. Hasta el más poderoso puede verse vencido por las artes amatorias. Más si somos hombres. Afrodita es realmente poderosa atontando a cualquiera. — Hermes se rascó la cabeza. — A mí el primero.
Zeus tomó del cuello a su hijo entre su brazo y cuerpo presionándole. Hermes sintió que le faltaba el aire y su cabeza iba a estallar.
    ¡Más te vale que mantengas tu palabra! — dijo amenazante Zeus.
    ¡Sí señor! — Dijo Hermes sin apenas poder respirar de la fuerza de su padre.
Zeus le soltó, cayendo Hermes sobre el sillón tosiendo.
    ¿Entonces me ayudarás?
    ¿Acaso tengo alternativa?
    Bien dicho.
Hermes se levantó, recuperándose.
    Una pregunta, padre… ¿Por qué has salido enojado de allí? ¿No deberías haberte lamentado como ahora?
    Me lamentaba hasta que Sémele, mientras se apagaba por el desangré, me dijo: “No debí haber seguido el consejo de mi nodriza. Era demasiado arrogante.”
    ¿Nodriza? Pero Béroe murió hace un año. — dijo con el índice en su barbilla Hermes, pensativo. Su padre tomó de la capa a Hermes y lo atrajo para sí. Otra vez estaba furioso y en modo de alto voltaje.
    ¿Comprendes entonces que nadie más que ella puede estar detrás de esto?
    ¡Hera! Eso mismo sospeché al oír la explosión.
Zeus soltó a su hijo quien volvió a erguirse firme en el suelo.
    Le haré pagar por esto. Me ha hecho rebajarme a tal punto que es intolerable.
Pese a que el rey de los dioses era muy blando en cuanto a mujeres se trataba, así como propenso a hechos surrealistas, también era ante todo orgulloso. Cuando atacaban el orgullo o la autoridad de Zeus, el necio que lo había hecho, merecía compasión por el castigo que le esperaba. En ese momento, la bombilla de la genialidad volvió a encenderse en la mente de Hermes.
    Con hablarlo no lo arreglarás y puedes provocar una crisis en la armonía del hogar de los dioses olímpicos, padre.
    Puede ser, pero no tengo opción.
    ¿Por qué no te vengas? Dale una lección a tu mujer. ¡Dile quién manda aquí! — dijo Hermes golpeando su mano cerrada contra la otra abierta.
    ¿Qué clase de lección le podría dar?
    Piénsalo bien. ¿No hay algo que Hera ama o intenta proteger a toda costa?
    Claro que lo hay. Ella ama todas sus posesiones sagradas, pero sobre todo el collar de perlas que siempre lleva consigo. Cuando no lo viste en su cuello, se lo coloca a ese pavo real de su jardín que siempre le acompaña como su mascota.
    ¿Ah sí? — Dijo Hermes malicioso pensando:
“Si tanto protege ese tesoro es porque ahí debe tener algún secreto muy importante. Tan importante como su sangre saturnina.”
    ¡Hermes! Esa mirada maliciosa…— dijo Zeus al verle ausente. — ¿Se te ha ocurrido algún castigo para esa celosa y despiadada mujer?
    Recuerdas cuánto le dolió que matáramos a Argos. ¿Qué haría si perdiera el collar también?
    Entiendo por donde quieres ir. Sinceramente, no sé por qué protege ese collar con tanto recelo, pero no me parece mal requisárselo y destruirlo.
Hermes reverenció a su padre.
    Déjalo entonces en mis manos.
    Hazlo, pero cuando lo tomes, debes dármelo. Yo me encargaré de destruirlo con mis propias manos.
    A sus órdenes.
Hermes salió del templo de su padre. Se comprometió a realizar su labor después de terminar su jornada. La noche y el sueño de Hera serían su cobijo. Asimismo, el hecho de que le respaldara Zeus en su futura adquisición, le garantizaba salir airoso de las consecuencias de su robo.
“Cuando tenga ese collar en mi poder, buscaré la manera de apoderarme de al menos una de sus perlas para investigar si efectivamente es el escondite de su sangre. Con esa sangre ya tendré una descendiente directa de Cronos para el renacimiento de Pandora.
Además, también tengo las sangres de Atenea, Ares y Afrodita, para que ayuden a su formación.”
Hermes no podía esperar el momento de robar ese nuevo tesoro.


Después de la cena, Hermes se fue a sus aposentos para aparentar que iba a dormir, engañando a sus doncellas. Cuando las luces del templo se apagaron, el dios salió por la ventana de su dormitorio alzándose hasta el tejado de su casa. Comprobó como el resto de los templos de los dioses Olímpicos también se iban a dormir. Cuando la oscuridad se hizo en todo el monte, decidió el dios dirigirse hacia el templo de Hera, contiguo al de Zeus.
Los regentes de los dioses compartían un hermoso parque y jardín donde solían encontrarse para charlar y desde donde podían circular libremente para entrar en los dominios de su pareja. En la mayoría de las ocasiones era Hera quien iba al templo de Zeus, ya que hacía tiempo que el rey de los dioses no la visitaba a ella. Aquel día el mensajero sabía que Zeus tendría sus ojos puestos en su misión, por lo que no tendría tiempo de retener el collar mucho tiempo para descubrir su secreto. Así que debía entregárselo lo antes posible para eliminar toda sospecha. De lo que estaba seguro era que Zeus iba a querer destruir el collar delante de Hera para cobrar su venganza por lo que debía pensar rápido.
El dios tenía tres opciones. La primera era simular que torpemente rompía el collar y tomar una de esas perlas. La segunda era, encontrarse presente en la pelea de amantes para tomar una de esas perlas antes de que fueran aniquiladas por Zeus. Era muy arriesgado e imprevisible, pues no sabía hasta qué punto resistiría la joya o la manera en que Zeus pensaba destruir el collar. La tercera opción le llevaría mucho tiempo, se trataba de hacer una falsificación del collar de Hera y entregársela a su padre hasta que descubriera el secreto de la joya. En el momento en que su padre quisiera entrar en acción, le haría el cambiazo por el original, pero ya estaría en posesión de una de esas perlas y el secreto de la misma.
El dios de los ladrones se veía en uno de sus más complicados dilemas. Robar el collar no sería difícil, pero sí apropiarse de una de esas perlas.
“Tengo el caduceo como mi aliado para hacer más profundo el sueño de Hera y los vigilantes que pudieran entorpecerme en el templo, pero no puedo dormir a Zeus. Estoy totalmente seguro que estará vigilándome pues lo ve todo.”
Cuando le robó el rayo a su padre lo hizo mientras éste se entretenía cortejando a una nueva dama. Era solo en esos momentos, cuando bajaba la guardia, y prueba de ello fue el accidente con Sémele.
“Lo más seguro es en el momento de tomar el collar entregárselo a él y persuadirle con alguna de mis elocuencias para que haga algo que me permita apropiarme de una de esas perlas.”


Con estos pensamientos Hermes ya había llegado al templo de Hera. Rodeándolo sigiloso, saltó por encima de los arbustos ocultándose tras una esquina del edificio. Observó detenidamente la situación. En el jardín de atrás no había ningún vigilante, algo que le pareció muy sorprendente. Avanzó de puntillas hasta la verja que le conduciría al exótico jardín de Hera.
Cada templo en el Olimpo estaba diseñado personalmente según los gustos y apetencias de cada dios. El de las mujeres tenían siempre un jardín hermoso donde ellas solían disfrutar del buen tiempo. El de los dioses podía tener jardín, pero era meramente funcional, sin ningún tipo de objetivo lúdico o caprichoso.
El jardín de Hera, en concreto, acumulaba una asombrosa colección de aves exóticas y coloridas. La diosa era muy admiradora de las aves y le encantaba que cantaran en primavera. Albergaba asimismo la reina, muchos árboles frutales en su jardín. Uno de ellos era hermano del árbol de las manzanas de oro de las Hespérides, aunque su tamaño no era tan descomunal y no daba esas hermosas manzanas pese al esfuerzo de la diosa por cuidar de él.  También había una fuente, cuyo relajante sonido era lo único que se escuchaba en el jardín.
Hermes se dirigió hacia la alcoba de Hera, con el objetivo de dormirla más y registrar la habitación a fondo para encontrar el collar. Cuando se dispuso a ello, un grupo de mujeres doncellas de Hera, lo obligaron a esconderse otra vez y se metió en la primera habitación que vio abierta y cerró silencioso. Un grito lo obligó a girarse. Detrás de él estaba Hebe, la diosa de la juventud y la hija pequeña de Zeus y Hera. Hermes le tapó la boca rápidamente para evitar que volviera a gritar.
    Lamento haberme presentado así pero no lo hago por voluntad propia créeme. — dijo Hermes.
En ese momento tocaron la puerta. Los vigilantes y las doncellas habían escuchado a la diosa de la juventud y llamaban para preguntar si se encontraba bien.
    Vengo de parte de Zeus así que no me delates. Nuestro padre me ha dado plena libertad para ejecutar su orden, y cuando digo esto me refiero a realizar cualquier cosa que no obstaculice mi misión. —Volvieron a llamar. — no grites o tomaré medidas.
Hebe asintió. Hermes le quitó la mano y esta le dijo.
    Dime qué es eso que vienes hacer, inmediatamente. Espero que no sea algo que disguste a mi madre. — dijo la diosa en voz baja.
    No estoy autorizado a decirlo, pero has de someterte a Zeus también.
Llamaron por tercera vez. Hebe se acercó a la puerta, mientras Hermes se escondía detrás de ella.
    ¿Estáis bien, señorita? — dijo uno de los guardias.
    Sí, solo ha sido un horrible bicho que se ha colado en mi habitación. — dijo mirando de reojo a Hermes para que se diera por aludido.
    ¡Entonces deje que lo espante! — el guardia se dispuso a entrar, pero Hebe le detuvo extendiendo su brazo.
    No hace falta. Se ha ido por la ventana.
    Está bien. Cualquier cosa que necesite, dígamelo.
Hebe cerró la puerta y volvió a mirar a Hermes.
    ¿Parece que ese lacayo se preocupa mucho por ti? — dijo Hermes malicioso.
    ¡Tienes una mente muy sucia! —protestó Hebe. — Además ¿crees que nuestra madre nos iba a rodear a Ilitía y a mí de pervertidos para protegernos? Sería más bien una amenaza para nosotras.
    Cómo tú digas. Eres demasiado joven para saber lo que somos capaces de hacer lo hombres. — Hermes comenzó a caminar hacia ella, obligándola a retroceder un poco asustada. — Apuesto que no has estado a solas con ninguno. — Hebe se dio contra la pared mientras Hermes la cercaba con sus brazos. — Yo soy el primero ¿no es así?
Hermes contempló divertido como se sonrojaba la diosa de la juventud con esas osadías suyas. No había nada que más le gustara al dios que escandalizar a mujercitas tan inocentes como Hebe.
    Si me tocas mi madre no lo dejará pasar. — Dijo Hebe. Esta vez Hermes la veía temblar de miedo, pero intentando conservar una amenazante y vengativa mirada intentando intimidarle. Era el vivo reflejo de Hera en ese momento.
    Y pensar que creía que eras una chica dulce y cándida. — dijo Hermes ladeando la cabeza. — No voy a entretenerme contigo.
Hermes posó su índice en el entrecejo de Hebe quien instantáneamente se quedó tiesa como una estatua y con la mirada perdida. Hermes le colocó el caduceo delante para terminar con su hipnosis con ella.
    Dime dónde está el collar de perlas de Hera.
    En el pavo real. — contestó Hebe sin esfuerzo.
    Cuando salga de aquí no recordarás que he estado.
Hermes bajó el índice. Hebe se quedó en la misma posición, esperando que el dios se fuera para volver a la normalidad sin recordar nada. Apoyó el caduceo el dios sobre su hombro y la contempló sonriente, mientras se convertía en ella. Tomó uno de sus vestidos y se lo puso. Hizo desaparecer el caduceo y sus atributos en un lugar donde solo él podía encontrarlos.  
Salió de la habitación echando un último vistazo a la original Hebe que seguía quieta. Pensó que realmente era una chica bonita y se dijo por dentro:
“Cuando se le despierte la pasión, me pregunto quién será el afortunado en quedarse con ella.”
Caminó Hermes con el aspecto de Hebe más tranquilo por el templo. Como era de esperar no levantó sospecha alguna. Encontró al lacayo y volvió a pensar:
“Será él el afortunado…”
Sin dudarlo se acercó al lacayo.
    ¿Necesitáis algo, señorita Hebe? — dijo el lacayo. Hermes lo miró sonrojarse y entonces aquello afirmó sus sospechas. A ese lacayo le gustaba la diosa de la juventud.
    ¿Sabes dónde están mi madre y mi hermana?
    Cómo cada noche, las dos se hallan realizando sus oraciones nocturnas.
    y el pavo real que tanto le gusta a mi madre. ¿está con ellas?
    No señorita, el pavo real está en el jardín junto a la fuente. Es el lugar preferido del animal como usted ya sabe.
    ¡Ah cierto!
    ¡Claro! usted siempre ha adorado a ese animal. Siempre ha jugado con él y lo ha alimentado. ¿se encuentra usted bien? ¿quiere que llame a Asclepios?
    ¡No te preocupes! Es solo que necesito tomar el aire.
    La acompañaré.
    No te preocupes. —dijo intentando disimular sus nervios.
    Está bien.
Hermes salió al jardín otra vez. Sin duda la suerte jugaba a su favor otra vez. Si el pavo y Hebe se llevaban tan bien, eso facilitaría tomar el collar. Cuando llegó a la fuente, efectivamente el pavo se encontraba recostado entre los brazos de una de las estatuas del centro del relieve. El caprichoso monumento estaba empotrado contra la pared y representaba el Himeneo de Zeus y Hera, por desgracia la distancia entre el pavo y Hermes era bastante complicada.  Después de meditar el mensajero de los dioses se sentó en el borde de la amplia boca de la pila. Si calzara sus sandalias solo tendría que sobrevolar el agua, pero como no las llevaba entonces, ése era el mayor acercamiento que podía hacer para tomar el collar. Las perlas brillaban recogidas en la cola del animal. Cuando Hermes extendió la mano para tomar el collar el pavo abrió los ojos. Al ver a Hebe se puso de pie y saltó a su regazo para acurrucarse en él y recibir caricias.
“¿Esto es un pavo o un gato?”
Pensó Hermes sorprendido de la reacción del ave. Sin pensarlo mucho acarició al animal para así disimular su siguiente movimiento. El pavo se sacudió víctima de un escalofrío de la caricia. Hermes deslizó suavemente el collar hasta el final de la cola, pero en ese instante un hecho sobrenatural ocurrió. Los ojivales del plumaje del pavo se abrieron justo como unos ojos reales y recibió un picotazo en el brazo del pavo, cuyos ojos se habían vuelto luminosos.
“¿qué es esto?”
Pensó Hermes que se levantó rechazando al animal agresor. El pavo extendió la cola de su plumaje como un macho que realmente se dispone a pelear. La cola con aquellos ojos mirándole y luminosos era realmente espeluznante. Ya no era un bello pavo real sino un depredador beligerante. Le propició varios picotazos más en las piernas y tronco. Incluso se elevó en el aire varias veces para herirle con sus garras que parecían más las de un águila que las de un pavo, armando un gran ruido con sus graznidos. Entonces lo comprendió.
—¡Argos! —Dijo Hermes. — Así que no has muerto del todo ¿eh?
Mientras Hermes esquivaba los ataques del animal resolvió que Hera había puesto los ojos de Argos en ese animal no solo como recuerdo y cariño, sino para mantener el espíritu de Argos en él. Así vigilaría el collar.
 Dicha deducción no hizo más que alentar las sospechas del mensajero con respecto a aquel collar. La sobreprotección de esa joya no era en vano. Tomó el cuello del pavo y le cerró el pico con su otra mano. Saltó fuera cuando vio que los guardias salieron con gran barullo, para ver lo que ocurría. Cuando no vieron no al pavo ni a Hebe, comenzaron a buscar y a llamarla.
    No te resulta patético ¿eh Argos? — Dijo Hermes volviendo a su verdadera identidad y rasgando el vestido de Hebe su musculatura. — Eras un gran monstruo y ahora no eres más que un pollo con una vistosa cola. Si estuviera en tu lugar preferiría haber muerto.
El pavo seguía luchando acumulando un gran poder y resplandor. Se hacía cada vez un enemigo más peligroso y rápido. Su tamaño iba aumentando cuanta más luchana por liberarse y exterminar a su raptor. Hermes se sentía bastante intimidado por aquellos cambios del pavo, pero seguía luchando contra él, sin poder retenerle tan fácilmente como antes.
    Me obligarás a tomar medidas más diligentes. — Dijo Hermes, antes de tomar con sus fuertes brazos el cuello del animal y el pico arqueándolo violentamente. El pavo Gigante se sacudía como un dragón. Iluminándose el semblante del dios del comercio, dijo:

¡TORBELLINO DE PEGASO!

Ave y cazador fueron lanzados violentamente por el ataque, terminando el pavo reducido a su tamaño original en el jardín de Hera, violentamente herido.
Hera, Ilitía y Hebe lo vieron caer. La tercera, tomó al pavo piadosa entre sus brazos. Hera alzó su vengativa mirada hacia la estrella fugaz que había huido del lugar del crimen como un fugitivo.
“Esta sí que Hera no me la va a perdonar.”
Dijo Hermes en su huida riéndose resignado a su destino… pero… Él solo había ejecutado las órdenes de Zeus. ¿No es así?


Durante toda la noche Hermes se había ocultado lejos, en la otra dimensión divina donde los planetas flotaban lentamente en el universo; estaba esperando a que la ira de Hera se calmara hasta la mañana. Es cierto que Zeus le había dicho que le diera el collar de inmediato, pero si había visto como se habían sucedido lo hechos, comprendería la reacción de su hijo.
    ¡Estúpido Pollo de colorines! ¿cómo iba a sospechar que eras Argos reencarnado? — dijo mirando las perlas del collar. Traslúcidas a la luz de la estrella de Apolo, Hermes había descubierto algo interesante. El centro de las perlas tenía una pequeña esfera oscura. — Lo sabía. Las perlas no son más que la envoltura. Apuesto que ese núcleo está repleto de sangre de Hera coagulada por algún extraordinario mecanismo.
Fue entonces cuando avistó el arco iris de su subordinada acercándose hacia él.  Cuando le alcanzó vio, Iris lo miraba con cara de angustia.
    Quieren verte en el Olimpo. — dijo.
    Ya estaban tardando en reclamarme. — dijo Hermes.
    ¿Qué ha pasado ahora? — dijo Iris preocupada,
    Pronto lo verás cuando el Olimpo empiece a resonar debido a los gritos de la pareja de reyes.
Hermes siguió a Iris. Era su oportunidad y puso sus manos detrás, bajo su capa. Sus ágiles dedos y su impecable habilidad, habían conseguido arrancar una perla del collar y sustituirla por otra falsa que había construido a partir de su propia sangre, pues aún tenía los picotazos de Argos marcados.


Hermes entregó el collar a Zeus, que se encontraba en el trono. Intentó disculparse por no haberlo hecho de forma inmediata, pero Zeus alzó su mano para que silenciera.
    ¡Sabía que habías sido tú, bastardo de pléyade! — Dijo agresivamente Hera que estaba frente a Zeus y Hermes.
    Él solo cumplía mis órdenes. Así que no lo culpes. Hizo su trabajo bien pese a salir bastante herido.
    ¿Y Argos qué? Todavía no ha despertado y sus constantes están muy débiles.
    ¡No compares a esa bestia con un hijo mío! — dijo Zeus levantándose con el collar en su mano derecha. — ¡Tú has matado a una persona por tus celos enfermizos!
Hera rio sarcásticamente. Aquella era la risa más malvada que había visto Hermes en el rostro de la reina de los dioses.
    No sería tan inocente pues sabía que estaba con un hombre casado. Nada he de arrepentirme, pues no fui yo quién lo hizo. El asesino fuiste tú por descuidar tus rayos. ¡Bien merecido lo tienes! — Hera se abanicó delicadamente con su abanico.
Zeus estrelló el collar contra el suelo de la furia, saltando todas las perlas.
“Lo llego a saber y no me complico tanto la vida” Pensó Hermes mientras veía una de esas perlas rodar hasta su pie. “Aunque si cojo otra nadie lo notará ¿verdad?” Así que disimuladamente arrastró con la capa la perla hasta esconderla. Se inclinó disimulando estornudar y la tomó.
    Entonces fuiste tú quien se hizo pasar por Béroe y le dio aquel mal consejo a Sémele ¿no es cierto?
    Puede…— dijo Hera cerrando su abanico y mirando desafiante a Zeus.
    ¡Maldita Bruja! ¿Cómo pudiste ser capaz de hacer algo tan cruel? ¡deberías estar arrepentida! — Zeus comenzaba a soltar chispas de furia y ya lo rayos comenzaban a destellar en torno a su cuerpo, como si fuera el comienzo de un cortocircuito devastador.
    ¿Arrepentirme yo? Ni una eternidad en el Tártaro harían que me arrepintiera. Así aprenderás a respetarme como tu mujer.
    Conmigo no te hagas la altiva y orgullosa, Hera. No eres más que la mujer con la que me hicieron casar. Deberías estar agradecida.
    Agradecida…— Dijo contenida. — Tú me deshonraste antes de que pudiera disfrutar de un amor de verdad.
    ¡Eso te hizo reina! ¿No era lo que querías? Aceptaste la boda porque te encantaba la idea de alzarte entre todas nuestras hermanas como la esposa de Zeus. ¡A mí no me engañas! Eres una mujer orgullosa y llena de ambiciones, por eso mismo no soportas la idea de que puedan desplazarte y te llenas de celos y rencor.
Zeus se sentó en el trono nuevamente. Ordenó a Hermes que recogiera las perlas y se las trajera. Hermes obedeció.
    Ya que tú has hecho algo tan atroz. Este será tu castigo, Hera. — continuó Zeus. — Has perdido a Argos por segunda vez, algo de lo que me alegro profundamente. Lo siguiente, será destruir este collar al que tanto apego tienes.
    ¡Era de nuestra madre! Me lo regaló cuando nos comprometimos. — dijo angustiada.
    En ese caso con mayor razón lo haré. Romperé así nuestros lazos. No voy a mandarte al Tártaro por los hijos que hemos creado juntos, pero a partir de ahora te repudiaré como esposa. Aun siendo reina, ya jamás para mí serás mi mujer.
Zeus tomó las perlas que volcó Hermes en sus manos y las cerró. De un fulgor éstas se pulverizaron entre las manos del rey de los dioses. Cuando las abrió había restos de sangre en las palmas.
    Así que también ocultabas aquí tu sangre. — dijo Zeus. — pues deberías buscar un mejor escondite para ella. — Le trajeron una pila de agua y Zeus se lavó las manos. — Ahora márchate. ¡No quiero verte!
Hera se retiró antes que las lágrimas comenzaran a resbalar por sus mejillas. No quería llorar frente a Zeus, siempre aparentaba ser fuerte e integra, pero no era más que una máscara. En su corazón era tan mujer como cualquier otra. Aquel gesto de romper algo tan valioso y que simbolizaba unión matrimonial, la había herido profundamente.
—¿Por qué me odias tanto, Zeus? —dijo Hera con la voz congestionada del llanto que le estaba atascando la garganta.
El dios la miró sorprendido, pero no le contestó. Siguió mirándola hasta que desapareció por el parque común. Después le dijo a Hermes que se retirara a hacer sus recados diarios, pues necesitaba estar sólo.
Hermes emprendió el vuelo. Había sido testigo de una intensa discusión matrimonial, pero no pudo compadecerse. En su mente no se le iba el pensamiento de haber tenido todas esas perlas a su alcance y no haberse llevado algunas más. Eran un hermosísimo objeto a acumular en su tesoro privado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario