Aquella mañana, cuando Hermes regresó a su templo,
antes de comenzar su jornada, un nuevo tesoro portaba. Éste era obsequio de su
amante Afrodita, quien, cumpliendo su palabra, le había regalado una hermosa
rosa con extraños poderes. Tal como había dicho la diosa de la belleza, Hermes
la colocó en su mesilla de noche, sobre un jarrón que contenía ambrosía
líquida, y la cubrió con un cristal. Recordó las palabras de Afrodita al
entregársela.
“De este modo la flor tomará la luz que le
rodea sin quemarse. La ambrosía la mantendrá fresca y a la vez su aroma no podrá
afectarte. Cada verano marchitará, para volver a florecer el 3 de octubre. Los
primeros meses será blanca y luego veras que se torna amarilla, del amarillo
pasará al rosa y del rosa al rojo. Los últimos meses, el rojo oscurecerá y se
volverá azul hasta que tornarse negra.
En ese momento morirá para volver a nacer nuevamente. La época en la que
se encuentra más roja es la época de su apogeo y mayor fertilidad. Podrás ver
como en el tallo comienzan a salir pequeños brotes, que, si no son fecundados
por el polen de otra rosa semejante, caerán.”
Hermes contempló la flor con intriga. El rojo de
sus pétalos estaba en plena explosión y cubierto de dichos brotes. Debía ser su
época más fecunda. En el fondo tenía un gran interés en contemplar todos los
fenómenos que le había relatado Afrodita; pero lo que más le intrigaba, era que
el momento en el que la rosa iba a renacer era el mismo día del cumpleaños de
Afrodita. Le recalcó asimismo la diosa, que en ese día cambiara la ambrosía del
jarrón para que mantuviera su ciclo y fuerza.
—¿Qué extraño tesoro me has entregado,
Afrodita? Si me pongo a pensarlo tus notas me han recordado al ciclo vital de
cualquier criatura terrestre. ¿Acaso es éste el secreto de tu divinidad? ¿Es
esta rosa donde circula tu… sangre?
Hermes se levantó de golpe y comenzó a reír.
Efectivamente había descubierto otro secreto de los dioses.
—¡Claro que es eso! Ella me dijo que su sangre
era igual de venenosa que la mía. Eso quiere decir que esos rosales que me
envenenaron provienen de su sangre. Y esta rosa no solo contiene su sangre,
sino también su inmortalidad. Por eso hay que alimentarlo de ambrosía y va
cambiando de color como una persona pasa por varias edades hasta morir. Pero…
¿por qué me habrá dado algo tan valioso?
Hermes resolvió darse un baño antes de salir a
su jornada. Un baño que sus doncellas le habían preparado cariñosamente. Mientras se lo daba, una pequeña sospecha
volvió a su mente.
“¡Un momento! Si la rosa refleja realmente el
ciclo vital de Afrodita, y ésta ahora está en pleno rojo y brotando ¿eso quiere
decir que ella también está en su época más fecunda? En ese caso me imagino que
muy pronto tendré la respuesta a eso, cuando su hermosa tripita comience a
crecer.”
Hermes se hundió en el baño un poco
avergonzado. No se había todavía acostumbrado a que sus actos siguieran
haciendo aumentar sus descendientes, pero no podía EVITARLO.
Nefele llevaba unos días encontrándose un poco
mal de salud. Las cortesanas más fieles que la habían seguido hasta su encierro
en la torre de la costa de Eubea, pensaban que se trataba de la humedad que
había en aquel lugar.
Ciertamente, cuando el rey decidió repudiar a
la reina Nefele en favor a la traidora de Ino, las mujeres de la corte se
habían dividido. Las que no estaban de acuerdo con aquello, ya que podían
sospechar de las malas intenciones de Ino, o solamente amaban a su ama,
decidieron seguirla hasta Eubea. El resto habían sido obligadas a tomar
juramento de lealtad a Ino y entregarse a la nueva reina sin condición. Pese a la nefasta decisión del rey, éste había
sido comprensivo en permitir que Nefele fuera acompañada por sus más fieles
doncellas en su encierro. No obstante, muchas de esas doncellas esperaban el
día en que Ino tuviera su merecido por haber codiciado el puesto de una mujer
tan honorable y bondadosa como Nefele. El sentimiento de resentimiento y
venganza era cada vez más intenso en sus almas.
Nefele había encarado el hecho con integridad
y honorabilidad. No había mostrado ni un solo sentimiento de odio o protesta a
lo que le habían hecho. Solo le preocupaba, como a toda madre, el futuro de sus
hijos; y en cuanto a eso, su temor era muy grande.
¿Serían las preocupaciones con respecto a sus
hijos lo que le habían hecho mella en su salud? ¿O había algo más? Por ello
mismo, las doncellas habían llamado al mejor médico de la región el cual al
examinarla, le diagnosticó la peor de las enfermedades:
Nefele también estaba siendo atacada por la
plaga de Orcómeno que se había llevado a tantas vidas por el camino; sin
embargo, su desarrollo era más lento de lo normal.
—
Es increíble que con esos síntomas no presente empeoramiento y se
mantenga estable. ¿Será por la capacidad de lucha de esa mujer o porque corre
en ella sangre divina? En cualquier caso, cuidad de ella.
Con estas palabras el médico les había
entregado a las doncellas algunas hierbas para aliviar el dolor que pudiera
causarle la enfermedad. Las doncellas no pudieron evitar sus lágrimas. Su amada
señora se moría lentamente, sola, sin amor ni hijos a su lado.
La conexión de los descendientes de Helios
entre ellos era muy profunda. Nadie salvo ellos mismos gozaban de poderes
mentales y espirituales tan potentes. Ya se encontrarán a millas o kilómetros
de distancia, podían intuirse y percibirse los unos a los otros, utilizando sus
conexiones para informarse y entregarse mensajes. Dicho poder había sido
heredado también por Chryssos quien sentía como el corazón se le encogía de
dolor. No cabía duda de que sus familiares más cercanos se encontraban en
peligro. Especialmente su tía.
El carnero reaccionó ante la llamada de su
maestro en pleno entrenamiento. Volvió a la realidad y lo miró a los ojos.
—¿Qué te ocurre?
Estás pálido y desconcentrado. — Le dijo Faetón. — Percibo un enorme peligro proveniente de Orcómeno. — Contestó el aprendiz.
Faetón se acercó a él preocupado y le preguntó
qué era lo que exactamente intuía.
—
Creo que mi tía me está llamando. —Contestó el carnero.
—
Las lemurias podemos a veces comunicarnos con la mente como los
dioses, pero dicho poder solamente lo pueden desarrollar los más experimentados
y adultos. Es increíble que tú lo puedas tener en estos momentos.
—
Debo ir a verla.
—
No puedes ir hasta que dominemos tus metamorfosis y tus ataques.
—
¿Cuánto tiempo he de esperar todavía? ¡Hasta que todos mueran!
—
¡Cálmate Chryssos! El camino de un caballero es lento y
perseverante. Si fueras ahora, tu inexperiencia te podría costar la vida.
Escúchame bien. —Puso el índice en el pecho de Chryssos. — Aquí reside tu
fuente de poder. Aquí es donde somos más vulnerables y más temibles… Si esos
sentimientos te hacen sentirte lleno de ira y malestar, utilízalos para
liberarlos en tus ataques. Eso los hará más fuertes, sin embargo, para que sean
efectivos, debes dominar su trayecto y energía; por el contrario, podrían ser
imprecisos y peligrosos. Céntrate en atacar hacia un enemigo en concreto, pero
con la máxima potencia que te puedas permitir. La precisión en nuestros ataques
es lo que nos hace enemigos tan respetables.
Faetón se alejó y continuó diciendo:
—
Tienes una base muy firme pero no la precisión necesaria. ¿Acaso
no recuerdas cuantas victimas dejaste cuando liberaste tu ataque en Olimpia?
Tenemos que evitar que eso vuelva a ocurrir. Cuando dominemos la técnica, te
aseguro que podrás ir y a rescatar a Nefele y los mellizos. Incluso ese aspecto
que ahora te produce vergüenza se convertirá en algo hermoso y controlado. —
Terminó Faetón.
—
Está bien, si me entretengo pensando en ellos, no podré
concentrarme y avanzar hasta el final en mis entrenamientos. Adelante, maestro,
atáqueme.
Iba Hermes a la altura de Tebas cuando una
enorme explosión se originó en el palacio real, causando el pánico entre las
personas de los alrededores. Se quedó tan impactado el dios que frenó en seco.
Contemplaba las llamas y la gente presa del pánico gritando, huyendo e
intentando ahogar el fuego. Por suerte había podido ver al rey de Tebas, Layo y
su esposa Yocasta, huyendo del caos, pero… ¿Dónde se encontraba su hermana
mayor Sémele?
—
¿Será que Hera se ha enterado de la nueva amante de Zeus? — se
dijo el dios mensajero. Sin dudarlo pudo identificar la mano de Hera en ese
extraño fenómeno. Hermes se llevó la mano a la frente. — La que le espera a mi
pobre padre…
Antes de terminar esa última palabra, pudo
distinguir un carro volador saliendo por la parte trasera del Palacio abriendo
el edificio del impacto. Al parecer solo pudo verlo él, pues la gente no
reaccionó al ver a alguien saliendo a toda prisa. Cuando el carro se dirigía
hacia él, pudo ver el rostro furioso de Zeus, que le gritaba a su hijo que se
apartara.
Hermes sin evitar su preocupación, se enganchó
con su flexible látigo de mercurio a la parte trasera y enseguida llegó a
ponerse a la espalda de los alborotados pliegues de ropa de Zeus.
—
¿Qué te ha pasado, padre?
—
¡No te he dicho que te apartaras! ¿No tienes nada que hacer?
—
Si puedo ayudar, solo dímelo. El rey de los dioses es mi
prioridad.
Zeus miró de reojo a su hijo, quien sintió
como se congelaba su semblante al ver como sus ojos azules destellaban como
truenos de ira.
—
Mejor me voy. — Dijo Hermes dispuesto a saltar del carro y
emprender el vuelo, pero su padre le tomó del brazo provocando un gélido
escalofrío en su hijo de terror. Cuando el rey de los dioses se enfurecía todos
debían temer su reacción, pero con aquel gesto, el rey pretendía retener a su
hijo. Hermes asumió la intención de su padre de que se quedara con él.
Cuando los dioses llegaron al Olimpo, Zeus le
mandó a su hijo que le esperara en el salón del trono y comenzó a gritar el
nombre de Hera por todo el templo, alborotando a todo el servicio. Todos ellos al
ver la furia del dios, cuya aura expelía una alta cadena de voltaje, se
pusieron de rodillas temerosos. Zeus increpó a uno de los criados compartidos
con Hera y éste llorando de miedo, dijo que su señora no se hallaba en el
Olimpo en ese momento.
—
¡Cuando llegue házmelo saber! o si no te calcinaré a rayos.
—
Sí, mi señor. — el criado salió corriendo.
Zeus se sentó en el trono precipitado y gritó
a todos que se fueran de su vista. Hermes iba a irse también, pero su padre le
detuvo con severa voz señalándole autoritario:
—
Menos tú. Tú te quedarás.
Hermes se sentó, aun sus extremidades
temblaban, pues bien sabía el mensajero de los dioses cuán diablo poseía a su
padre cuando la ira se apoderaba de él.
“¡Maldito el momento en que se me ocurrió
pasar por Tebas hoy! ¿Además por qué me empeñé en preguntar y seguirlo?”
Hermes miró a su padre. Zeus tenía las manos
hundidas en sus cabellos y sus codos apoyados en sus rodillas. Parecía que
intentaba calmarse. Nunca había visto Hermes a su padre tan consternado.
Después, al fijar sus ojos entre sus piernas pudo ver sangre.
—
¿Estás herido? — le preguntó extrañado.
Zeus al darse cuenta ocultó la mancha con su
túnica azul.
—
Traerme esa jarra de vino. — Le dijo con la voz más calmada.
Hermes obedeció y le acercó la jarra. Zeus la
bebió ávidamente. Cuando fijó sus ojos en el merculino, le vio cruzarse de
brazos y fruncir el ceño en una mueca de resignación.
—
¿Y esa cara? —preguntó Zeus.
—
¿Me lo vas a contar, o puedo irme ya? Me siento como un estúpido
aquí. Sabes que no soy bueno reconfortando a otros. Para eso llama a Hestia.
Hermes se alejó para irse y alejarse de esa
incómoda situación. Se sentía frustrado y aunque no lo reconocía, estaba
preocupado de lo que había pasado.
—
¡Está bien! Te lo diré. Al fin y al cabo, tal vez te necesite más
adelante debido a esto.
El ara ubicada detrás de su trono se abrió
apareciendo los aposentos de Zeus. Éste invitó a su hijo a pasar. Hermes
obedeció y entró. Se acomodó resoplando y quitándose el petaso. Zeus se sentó
en frente de él.
—
Desembucha. — dijo Hermes. — si me llevas a un recinto tan privado
es porque realmente es un asunto secreto importante. Esto mismo hiciste cuando
me mandaste a matar a Argos. Sabes que aquí nadie puede pasar excepto tú. —
Zeus golpeó la mesa que tenían entre los dos exaltando a Hermes.
—
¡Qué forma de hablar es esa!
—
Padre tienes que relajarte un poco. Seguro que se puede arreglar.
¡Confía en mí! jamás te he decepcionado ¿no es así?
Zeus resopló relajándose su rostro.
—
Hace una semana me colé en los aposentos de Sémele y le declaré mi
pasión por ella. –comenzó a decir Zeus.
—
¿En serio, padre? — Un enorme interés surgió en Hermes en ese
momento, cambiando su postura desganada a una atenta y pilla — Y ¿desde cuando
eres tú tan romántico? ¿Acaso no las prefieres engañar convirtiéndote en algo o
alguien especial antes de tomarlas? ¿No es ese tu método de cortejo?
—
En este caso, Sémele no está casada o comprometida con nadie. —
dijo con aire gruñón. — No hacía falta engañarla o forzarla.
—
Y te rechazó ¿no es así? Por eso prendiste fuego al palacio de
Layo. Tú siempre tan temperamental, padre.
—
¡Silencio! No saques conclusiones precipitadas. — dijo
autoritario. Hermes mantuvo la compostura. Zeus se cruzó de brazos y continuó.
— No me rechazó, me puso una condición.
—
¿Condición? — dijo Hermes sorprendido. Zeus asintió.
—
Me pidió que en nuestro próximo encuentro debía verme con algún
atributo de mi condición de Zeus, rey de los dioses, puesto que no creía que fuera
él.
—
¿Y?
—
Pues me he presentado hoy con mis mejores galas y poderío y de
forma sobrenatural para que me creyera.
—
¡No me lo puedo creer! — dijo Hermes llevándose las manos a la
boca evitando reír. — Y te presentaste en el carro de relámpagos.
—
¿Qué mejor forma de demostrarle mi divina ascendencia? — Mostró una
sonrisa amorosa Zeus. Sus pómulos comenzaron a ruborizarse y su rostro se llenó
de candidez al recordar. — Ella quedó deslumbrada y me abrió los brazos sin rechistar.
— Su risueña expresión se nubló volviendo a hundir sus manos en su espesa cabellera.
— Pero fui preso de la pasión y no pensé con claridad. Al poco de haber
practicado las artes de Afrodita con ella, el rayo que traje conmigo prendió la
cortina de la ventana y enseguida las alfombras y muebles comenzaron a arder. —
Hermes se apretó cada vez más la boca para no reír, bajo un gesto poco
convincente de lástima. — Como aún estaba bajo los efectos de la embriaguez
amorosa, no me di cuenta de que ya habían alcanzado la cama las llamas y hasta
que no escuché lo gritos de Sémele que estaba atrapada entre ellas conmigo, no
pude reaccionar. Ella me dijo:
“Salva a nuestro
hijo antes de que muera.”
A Hermes se le saltaban las lágrimas del
esfuerzo por no reír. Zeus se conmovió creyendo que le daba lástima la muerte
desgraciada de Sémele.
—
¿Tú también tienes corazón, hijo? — Dijo Zeus posando su mano en
la cabeza del mensajero y palmeándole cariñoso. — Por algo eres de mi misma
sangre. No te preocupes, he salvado a tu hermano.
—
¿Salvado? — Zeus levantó su túnica. En el muslo del rey de dioses,
pudo ver el mensajero una cicatriz que aún sangraba un poco. Parecía como si se
hubiese trinchado la carne de un pavo.
—
Aquí permanecerá hasta el momento de su alumbramiento. Entonces
ahí entras tú. Si quieres contribuir al cuidado del tu futuro hermano, deberás
ser mi nodriza y ponerlo a salvo.
Hermes se levantó de golpe repugnado de lo que
veía. Su risa contenida pasó a un gesto de angustia verdadero.
—
¡Eso es asqueroso! ¿Cómo pudiste meterte ahí eso?
—
¡Eso qué dices es tu hermano o hermana! No hables con ese
desprecio. Podía haber permitido que Hera también se asegurara de tu
desaparición cuando dejé a tu madre encinta, pero no lo hice, porque eres tan
hijo mío como cualquiera. — Dijo golpeándose el pecho firmemente.
—
Pero ser una nodriza es demasiado humillante para alguien tan
masculino como yo…
Hermes miró el gesto de su padre. Zeus le
miraba con el ceño fruncido tan autoritario como siempre. Aún tenía las faldas
levantadas mostrando la herida donde se encontraba la semilla de su aventura
amorosa. Estaba invitando a reflexionar a Hermes. Al arcadio le comenzó a
funcionar su imaginación y se plasmó en su mente la imagen de su padre con la
barriga de una mujer embarazada. No pudo aguantar más la carcajada y explotó.
La reacción de Zeus fue de sorpresa. No
entendía los cambios de humor de su hijo. Le estaba hablando muy enserio, y,
sin embargo, Hermes se estaba muriendo de la risa. Su cuerpo no podía aguantar
la flojera, cayendo al suelo y golpeando el cojín del sillón.
La cara de sorpresa de Zeus comenzó a teñirse
de ira. Su hijo se estaba burlando de él. Hizo aparecer un rayo en su diestra y
amenazó el cuello del mensajero. Hermes se giró rápidamente con las palmas de
sus manos dirigidas hacia su padre en señal de rendición y sumisión; entonces
dijo.
—
Perdona padre, pero ni el talento de Aristófanes pudieron ingeniar
semejante comedia. — dijo más calmado, aunque aun emitiendo suaves carcajadas.
— La realidad, sin lugar a dudas, supera a la ficción. – Se frotó los ojos
plagados de lágrimas. — Pero tienes que entenderme. Si fueras el público y no
el protagonista de esta historia, te reiríais tanto como yo o más.
Zeus bajó el rayo
resignado y se sentó derrotado en el sillón.
—
Quién supiera de las tonterías y humillantes situaciones en las
que cae el rey del Olimpo, podría hundirme sin problemas. Adiós a la fama que
tan duramente me labré de salvador de este mundo y destructor de la tiranía.
—
Sabes que soy leal a ti y mis labios quedarán por siempre
sellados. Hasta el más poderoso puede verse vencido por las artes amatorias.
Más si somos hombres. Afrodita es realmente poderosa atontando a cualquiera. —
Hermes se rascó la cabeza. — A mí el primero.
Zeus tomó del cuello a su hijo entre su brazo
y cuerpo presionándole. Hermes sintió que le faltaba el aire y su cabeza iba a
estallar.
—
¡Más te vale que mantengas tu palabra! — dijo amenazante Zeus.
—
¡Sí señor! — Dijo Hermes sin apenas poder respirar de la fuerza de
su padre.
Zeus le soltó, cayendo Hermes sobre el sillón tosiendo.
—
¿Entonces me ayudarás?
—
¿Acaso tengo alternativa?
—
Bien dicho.
Hermes se levantó, recuperándose.
—
Una pregunta, padre… ¿Por qué has salido enojado de allí? ¿No
deberías haberte lamentado como ahora?
—
Me lamentaba hasta que Sémele, mientras se apagaba por el desangré,
me dijo: “No debí haber seguido el consejo de mi nodriza. Era demasiado
arrogante.”
—
¿Nodriza? Pero Béroe murió hace un año. — dijo con el índice en su
barbilla Hermes, pensativo. Su padre tomó de la capa a Hermes y lo atrajo para
sí. Otra vez estaba furioso y en modo de alto voltaje.
—
¿Comprendes entonces que nadie más que ella puede estar detrás de
esto?
—
¡Hera! Eso mismo sospeché al oír la explosión.
Zeus soltó a su hijo quien volvió a erguirse
firme en el suelo.
—
Le haré pagar por esto. Me ha hecho rebajarme a tal punto que es
intolerable.
Pese a que el rey de los dioses era muy blando
en cuanto a mujeres se trataba, así como propenso a hechos surrealistas,
también era ante todo orgulloso. Cuando atacaban el orgullo o la autoridad de
Zeus, el necio que lo había hecho, merecía compasión por el castigo que le
esperaba. En ese momento, la bombilla de la genialidad volvió a encenderse en
la mente de Hermes.
—
Con hablarlo no lo arreglarás y puedes provocar una crisis en la
armonía del hogar de los dioses olímpicos, padre.
—
Puede ser, pero no tengo opción.
—
¿Por qué no te vengas? Dale una lección a tu mujer. ¡Dile quién
manda aquí! — dijo Hermes golpeando su mano cerrada contra la otra abierta.
—
¿Qué clase de lección le podría dar?
—
Piénsalo bien. ¿No hay algo que Hera ama o intenta proteger a toda
costa?
—
Claro que lo hay. Ella ama todas sus posesiones sagradas, pero
sobre todo el collar de perlas que siempre lleva consigo. Cuando no lo viste en
su cuello, se lo coloca a ese pavo real de su jardín que siempre le acompaña
como su mascota.
—
¿Ah sí? — Dijo Hermes malicioso pensando:
“Si tanto protege ese tesoro es porque ahí
debe tener algún secreto muy importante. Tan importante como su sangre saturnina.”
—
¡Hermes! Esa mirada maliciosa…— dijo Zeus al verle ausente. — ¿Se
te ha ocurrido algún castigo para esa celosa y despiadada mujer?
—
Recuerdas cuánto le dolió que matáramos a Argos. ¿Qué haría si
perdiera el collar también?
—
Entiendo por donde quieres ir. Sinceramente, no sé por qué protege
ese collar con tanto recelo, pero no me parece mal requisárselo y destruirlo.
Hermes reverenció a su padre.
—
Déjalo entonces en mis manos.
—
Hazlo, pero cuando lo tomes, debes dármelo. Yo me encargaré de
destruirlo con mis propias manos.
—
A sus órdenes.
Hermes salió del templo de su padre. Se
comprometió a realizar su labor después de terminar su jornada. La noche y el
sueño de Hera serían su cobijo. Asimismo, el hecho de que le respaldara Zeus en
su futura adquisición, le garantizaba salir airoso de las consecuencias de su
robo.
“Cuando tenga ese collar en mi poder, buscaré
la manera de apoderarme de al menos una de sus perlas para investigar si
efectivamente es el escondite de su sangre. Con esa sangre ya tendré una
descendiente directa de Cronos para el renacimiento de Pandora.
Además, también tengo las sangres de Atenea,
Ares y Afrodita, para que ayuden a su formación.”
Hermes no podía esperar el momento de robar
ese nuevo tesoro.
Después de la cena, Hermes se fue a sus
aposentos para aparentar que iba a dormir, engañando a sus doncellas. Cuando
las luces del templo se apagaron, el dios salió por la ventana de su dormitorio
alzándose hasta el tejado de su casa. Comprobó como el resto de los templos de
los dioses Olímpicos también se iban a dormir. Cuando la oscuridad se hizo en
todo el monte, decidió el dios dirigirse hacia el templo de Hera, contiguo al
de Zeus.
Los regentes de los dioses compartían un
hermoso parque y jardín donde solían encontrarse para charlar y desde donde
podían circular libremente para entrar en los dominios de su pareja. En la
mayoría de las ocasiones era Hera quien iba al templo de Zeus, ya que hacía
tiempo que el rey de los dioses no la visitaba a ella. Aquel día el mensajero
sabía que Zeus tendría sus ojos puestos en su misión, por lo que no tendría
tiempo de retener el collar mucho tiempo para descubrir su secreto. Así que
debía entregárselo lo antes posible para eliminar toda sospecha. De lo que
estaba seguro era que Zeus iba a querer destruir el collar delante de Hera para
cobrar su venganza por lo que debía pensar rápido.
El dios tenía tres opciones. La primera era
simular que torpemente rompía el collar y tomar una de esas perlas. La segunda
era, encontrarse presente en la pelea de amantes para tomar una de esas perlas
antes de que fueran aniquiladas por Zeus. Era muy arriesgado e imprevisible,
pues no sabía hasta qué punto resistiría la joya o la manera en que Zeus
pensaba destruir el collar. La tercera opción le llevaría mucho tiempo, se
trataba de hacer una falsificación del collar de Hera y entregársela a su padre
hasta que descubriera el secreto de la joya. En el momento en que su padre
quisiera entrar en acción, le haría el cambiazo por el original, pero ya
estaría en posesión de una de esas perlas y el secreto de la misma.
El dios de los ladrones se veía en uno de sus
más complicados dilemas. Robar el collar no sería difícil, pero sí apropiarse
de una de esas perlas.
“Tengo el caduceo como mi aliado para hacer
más profundo el sueño de Hera y los vigilantes que pudieran entorpecerme en el
templo, pero no puedo dormir a Zeus. Estoy totalmente seguro que estará
vigilándome pues lo ve todo.”
Cuando le robó el rayo a su padre lo hizo
mientras éste se entretenía cortejando a una nueva dama. Era solo en esos
momentos, cuando bajaba la guardia, y prueba de ello fue el accidente con
Sémele.
“Lo más seguro es en el momento de tomar el
collar entregárselo a él y persuadirle con alguna de mis elocuencias para que
haga algo que me permita apropiarme de una de esas perlas.”
Con estos pensamientos Hermes ya había llegado
al templo de Hera. Rodeándolo sigiloso, saltó por encima de los arbustos
ocultándose tras una esquina del edificio. Observó detenidamente la situación.
En el jardín de atrás no había ningún vigilante, algo que le pareció muy
sorprendente. Avanzó de puntillas hasta la verja que le conduciría al exótico
jardín de Hera.
Cada templo en el Olimpo estaba diseñado
personalmente según los gustos y apetencias de cada dios. El de las mujeres
tenían siempre un jardín hermoso donde ellas solían disfrutar del buen tiempo.
El de los dioses podía tener jardín, pero era meramente funcional, sin ningún
tipo de objetivo lúdico o caprichoso.
El jardín de Hera, en concreto, acumulaba una
asombrosa colección de aves exóticas y coloridas. La diosa era muy admiradora
de las aves y le encantaba que cantaran en primavera. Albergaba asimismo la
reina, muchos árboles frutales en su jardín. Uno de ellos era hermano del árbol
de las manzanas de oro de las Hespérides, aunque su tamaño no era tan
descomunal y no daba esas hermosas manzanas pese al esfuerzo de la diosa por
cuidar de él. También había una fuente,
cuyo relajante sonido era lo único que se escuchaba en el jardín.
Hermes se dirigió hacia la alcoba de Hera, con
el objetivo de dormirla más y registrar la habitación a fondo para encontrar el
collar. Cuando se dispuso a ello, un grupo de mujeres doncellas de Hera, lo
obligaron a esconderse otra vez y se metió en la primera habitación que vio
abierta y cerró silencioso. Un grito lo obligó a girarse. Detrás de él estaba
Hebe, la diosa de la juventud y la hija pequeña de Zeus y Hera. Hermes le tapó
la boca rápidamente para evitar que volviera a gritar.
—
Lamento haberme presentado así pero no lo hago por voluntad propia
créeme. — dijo Hermes.
En ese momento tocaron la puerta. Los
vigilantes y las doncellas habían escuchado a la diosa de la juventud y
llamaban para preguntar si se encontraba bien.
—
Vengo de parte de Zeus así que no me delates. Nuestro padre me ha
dado plena libertad para ejecutar su orden, y cuando digo esto me refiero a
realizar cualquier cosa que no obstaculice mi misión. —Volvieron a llamar. — no
grites o tomaré medidas.
Hebe asintió. Hermes le quitó la mano y esta
le dijo.
—
Dime qué es eso que vienes hacer, inmediatamente. Espero que no
sea algo que disguste a mi madre. — dijo la diosa en voz baja.
—
No estoy autorizado a decirlo, pero has de someterte a Zeus
también.
Llamaron por tercera vez. Hebe se acercó a la
puerta, mientras Hermes se escondía detrás de ella.
—
¿Estáis bien, señorita? — dijo uno de los guardias.
—
Sí, solo ha sido un horrible bicho que se ha colado en mi habitación.
— dijo mirando de reojo a Hermes para que se diera por aludido.
—
¡Entonces deje que lo espante! — el guardia se dispuso a entrar,
pero Hebe le detuvo extendiendo su brazo.
—
No hace falta. Se ha ido por la ventana.
—
Está bien. Cualquier cosa que necesite, dígamelo.
Hebe cerró la puerta y volvió a mirar a
Hermes.
—
¿Parece que ese lacayo se preocupa mucho por ti? — dijo Hermes
malicioso.
—
¡Tienes una mente muy sucia! —protestó Hebe. — Además ¿crees que
nuestra madre nos iba a rodear a Ilitía y a mí de pervertidos para protegernos?
Sería más bien una amenaza para nosotras.
—
Cómo tú digas. Eres demasiado joven para saber lo que somos
capaces de hacer lo hombres. — Hermes comenzó a caminar hacia ella, obligándola
a retroceder un poco asustada. — Apuesto que no has estado a solas con ninguno.
— Hebe se dio contra la pared mientras Hermes la cercaba con sus brazos. — Yo
soy el primero ¿no es así?
Hermes contempló divertido como se sonrojaba
la diosa de la juventud con esas osadías suyas. No había nada que más le
gustara al dios que escandalizar a mujercitas tan inocentes como Hebe.
—
Si me tocas mi madre no lo dejará pasar. — Dijo Hebe. Esta vez
Hermes la veía temblar de miedo, pero intentando conservar una amenazante y
vengativa mirada intentando intimidarle. Era el vivo reflejo de Hera en ese
momento.
—
Y pensar que creía que eras una chica dulce y cándida. — dijo
Hermes ladeando la cabeza. — No voy a entretenerme contigo.
Hermes posó su índice en el entrecejo de Hebe
quien instantáneamente se quedó tiesa como una estatua y con la mirada perdida.
Hermes le colocó el caduceo delante para terminar con su hipnosis con ella.
—
Dime dónde está el collar de perlas de Hera.
—
En el pavo real. — contestó Hebe sin esfuerzo.
—
Cuando salga de aquí no recordarás que he estado.
Hermes bajó el índice. Hebe se quedó en la
misma posición, esperando que el dios se fuera para volver a la normalidad sin
recordar nada. Apoyó el caduceo el dios sobre su hombro y la contempló
sonriente, mientras se convertía en ella. Tomó uno de sus vestidos y se lo
puso. Hizo desaparecer el caduceo y sus atributos en un lugar donde solo él
podía encontrarlos.
Salió de la habitación echando un último
vistazo a la original Hebe que seguía quieta. Pensó que realmente era una chica
bonita y se dijo por dentro:
“Cuando se le despierte la pasión, me pregunto
quién será el afortunado en quedarse con ella.”
Caminó Hermes con el aspecto de Hebe más
tranquilo por el templo. Como era de esperar no levantó sospecha alguna.
Encontró al lacayo y volvió a pensar:
“Será él el afortunado…”
Sin dudarlo se acercó al lacayo.
—
¿Necesitáis algo, señorita Hebe? — dijo el lacayo. Hermes lo miró
sonrojarse y entonces aquello afirmó sus sospechas. A ese lacayo le gustaba la
diosa de la juventud.
—
¿Sabes dónde están mi madre y mi hermana?
—
Cómo cada noche, las dos se hallan realizando sus oraciones
nocturnas.
—
y el pavo real que tanto le gusta a mi madre. ¿está con ellas?
—
No señorita, el pavo real está en el jardín junto a la fuente. Es
el lugar preferido del animal como usted ya sabe.
—
¡Ah cierto!
—
¡Claro! usted siempre ha adorado a ese animal. Siempre ha jugado
con él y lo ha alimentado. ¿se encuentra usted bien? ¿quiere que llame a Asclepios?
—
¡No te preocupes! Es solo que necesito tomar el aire.
—
La acompañaré.
—
No te preocupes. —dijo intentando disimular sus nervios.
—
Está bien.
Hermes salió al jardín otra vez. Sin duda la
suerte jugaba a su favor otra vez. Si el pavo y Hebe se llevaban tan bien, eso
facilitaría tomar el collar. Cuando llegó a la fuente, efectivamente el pavo se
encontraba recostado entre los brazos de una de las estatuas del centro del relieve.
El caprichoso monumento estaba empotrado contra la pared y representaba el
Himeneo de Zeus y Hera, por desgracia la distancia entre el pavo y Hermes era
bastante complicada. Después de meditar
el mensajero de los dioses se sentó en el borde de la amplia boca de la pila.
Si calzara sus sandalias solo tendría que sobrevolar el agua, pero como no las
llevaba entonces, ése era el mayor acercamiento que podía hacer para tomar el
collar. Las perlas brillaban recogidas en la cola del animal. Cuando Hermes
extendió la mano para tomar el collar el pavo abrió los ojos. Al ver a Hebe se
puso de pie y saltó a su regazo para acurrucarse en él y recibir caricias.
“¿Esto es un pavo o un gato?”
Pensó Hermes sorprendido de la reacción del
ave. Sin pensarlo mucho acarició al animal para así disimular su siguiente
movimiento. El pavo se sacudió víctima de un escalofrío de la caricia. Hermes
deslizó suavemente el collar hasta el final de la cola, pero en ese instante un
hecho sobrenatural ocurrió. Los ojivales del plumaje del pavo se abrieron justo
como unos ojos reales y recibió un picotazo en el brazo del pavo, cuyos ojos se
habían vuelto luminosos.
“¿qué es esto?”
Pensó Hermes que se levantó rechazando al
animal agresor. El pavo extendió la cola de su plumaje como un macho que
realmente se dispone a pelear. La cola con aquellos ojos mirándole y luminosos
era realmente espeluznante. Ya no era un bello pavo real sino un depredador
beligerante. Le propició varios picotazos más en las piernas y tronco. Incluso
se elevó en el aire varias veces para herirle con sus garras que parecían más
las de un águila que las de un pavo, armando un gran ruido con sus graznidos.
Entonces lo comprendió.
—¡Argos! —Dijo Hermes. — Así que no has muerto
del todo ¿eh?
Mientras Hermes esquivaba los ataques del
animal resolvió que Hera había puesto los ojos de Argos en ese animal no solo
como recuerdo y cariño, sino para mantener el espíritu de Argos en él. Así
vigilaría el collar.
Dicha
deducción no hizo más que alentar las sospechas del mensajero con respecto a
aquel collar. La sobreprotección de esa joya no era en vano. Tomó el cuello del
pavo y le cerró el pico con su otra mano. Saltó fuera cuando vio que los
guardias salieron con gran barullo, para ver lo que ocurría. Cuando no vieron
no al pavo ni a Hebe, comenzaron a buscar y a llamarla.
—
No te resulta patético ¿eh Argos? — Dijo Hermes volviendo a su
verdadera identidad y rasgando el vestido de Hebe su musculatura. — Eras un
gran monstruo y ahora no eres más que un pollo con una vistosa cola. Si
estuviera en tu lugar preferiría haber muerto.
El pavo seguía luchando acumulando un gran
poder y resplandor. Se hacía cada vez un enemigo más peligroso y rápido. Su
tamaño iba aumentando cuanta más luchana por liberarse y exterminar a su
raptor. Hermes se sentía bastante intimidado por aquellos cambios del pavo, pero
seguía luchando contra él, sin poder retenerle tan fácilmente como antes.
—
Me obligarás a tomar medidas más diligentes. — Dijo Hermes, antes
de tomar con sus fuertes brazos el cuello del animal y el pico arqueándolo
violentamente. El pavo Gigante se sacudía como un dragón. Iluminándose el
semblante del dios del comercio, dijo:
¡TORBELLINO DE
PEGASO!
Ave y cazador fueron lanzados violentamente
por el ataque, terminando el pavo reducido a su tamaño original en el jardín de
Hera, violentamente herido.
Hera, Ilitía y Hebe lo vieron caer. La tercera,
tomó al pavo piadosa entre sus brazos. Hera alzó su vengativa mirada hacia la
estrella fugaz que había huido del lugar del crimen como un fugitivo.
“Esta sí que Hera no me la va a perdonar.”
Dijo Hermes en su huida riéndose resignado a
su destino… pero… Él solo había ejecutado las órdenes de Zeus. ¿No es así?
Durante toda la noche Hermes se había ocultado
lejos, en la otra dimensión divina donde los planetas flotaban lentamente en el
universo; estaba esperando a que la ira de Hera se calmara hasta la mañana. Es
cierto que Zeus le había dicho que le diera el collar de inmediato, pero si
había visto como se habían sucedido lo hechos, comprendería la reacción de su
hijo.
—
¡Estúpido Pollo de colorines! ¿cómo iba a sospechar que eras Argos
reencarnado? — dijo mirando las perlas del collar. Traslúcidas a la luz de la
estrella de Apolo, Hermes había descubierto algo interesante. El centro de las
perlas tenía una pequeña esfera oscura. — Lo sabía. Las perlas no son más que
la envoltura. Apuesto que ese núcleo está repleto de sangre de Hera coagulada
por algún extraordinario mecanismo.
Fue entonces cuando avistó el arco iris de su
subordinada acercándose hacia él. Cuando
le alcanzó vio, Iris lo miraba con cara de angustia.
—
Quieren verte en el Olimpo. — dijo.
—
Ya estaban tardando en reclamarme. — dijo Hermes.
—
¿Qué ha pasado ahora? — dijo Iris preocupada,
—
Pronto lo verás cuando el Olimpo empiece a resonar debido a los
gritos de la pareja de reyes.
Hermes siguió a Iris. Era su oportunidad y
puso sus manos detrás, bajo su capa. Sus ágiles dedos y su impecable habilidad,
habían conseguido arrancar una perla del collar y sustituirla por otra falsa
que había construido a partir de su propia sangre, pues aún tenía los picotazos
de Argos marcados.
Hermes entregó el collar a Zeus, que se
encontraba en el trono. Intentó disculparse por no haberlo hecho de forma
inmediata, pero Zeus alzó su mano para que silenciera.
—
¡Sabía que habías sido tú, bastardo de pléyade! — Dijo
agresivamente Hera que estaba frente a Zeus y Hermes.
—
Él solo cumplía mis órdenes. Así que no lo culpes. Hizo su trabajo
bien pese a salir bastante herido.
—
¿Y Argos qué? Todavía no ha despertado y sus constantes están muy
débiles.
—
¡No compares a esa bestia con un hijo mío! — dijo Zeus
levantándose con el collar en su mano derecha. — ¡Tú has matado a una persona por
tus celos enfermizos!
Hera rio sarcásticamente. Aquella era la risa
más malvada que había visto Hermes en el rostro de la reina de los dioses.
—
No sería tan inocente pues sabía que estaba con un hombre casado.
Nada he de arrepentirme, pues no fui yo quién lo hizo. El asesino fuiste tú por
descuidar tus rayos. ¡Bien merecido lo tienes! — Hera se abanicó delicadamente
con su abanico.
Zeus estrelló el collar contra el suelo de la
furia, saltando todas las perlas.
“Lo llego a saber y no me complico tanto la
vida” Pensó Hermes mientras veía una de esas perlas rodar hasta su pie. “Aunque
si cojo otra nadie lo notará ¿verdad?” Así que disimuladamente arrastró con la
capa la perla hasta esconderla. Se inclinó disimulando estornudar y la tomó.
—
Entonces fuiste tú quien se hizo pasar por Béroe y le dio aquel
mal consejo a Sémele ¿no es cierto?
—
Puede…— dijo Hera cerrando su abanico y mirando desafiante a Zeus.
—
¡Maldita Bruja! ¿Cómo pudiste ser capaz de hacer algo tan cruel? ¡deberías
estar arrepentida! — Zeus comenzaba a soltar chispas de furia y ya lo rayos
comenzaban a destellar en torno a su cuerpo, como si fuera el comienzo de un
cortocircuito devastador.
—
¿Arrepentirme yo? Ni una eternidad en el Tártaro harían que me
arrepintiera. Así aprenderás a respetarme como tu mujer.
—
Conmigo no te hagas la altiva y orgullosa, Hera. No eres más que
la mujer con la que me hicieron casar. Deberías estar agradecida.
—
Agradecida…— Dijo contenida. — Tú me deshonraste antes de que
pudiera disfrutar de un amor de verdad.
—
¡Eso te hizo reina! ¿No era lo que querías? Aceptaste la boda
porque te encantaba la idea de alzarte entre todas nuestras hermanas como la
esposa de Zeus. ¡A mí no me engañas! Eres una mujer orgullosa y llena de
ambiciones, por eso mismo no soportas la idea de que puedan desplazarte y te
llenas de celos y rencor.
Zeus se sentó en el trono nuevamente. Ordenó a
Hermes que recogiera las perlas y se las trajera. Hermes obedeció.
—
Ya que tú has hecho algo tan atroz. Este será tu castigo, Hera. — continuó
Zeus. — Has perdido a Argos por segunda vez, algo de lo que me alegro
profundamente. Lo siguiente, será destruir este collar al que tanto apego
tienes.
—
¡Era de nuestra madre! Me lo regaló cuando nos comprometimos. —
dijo angustiada.
—
En ese caso con mayor razón lo haré. Romperé así nuestros lazos.
No voy a mandarte al Tártaro por los hijos que hemos creado juntos, pero a
partir de ahora te repudiaré como esposa. Aun siendo reina, ya jamás para mí
serás mi mujer.
Zeus tomó las perlas que volcó Hermes en sus
manos y las cerró. De un fulgor éstas se pulverizaron entre las manos del rey
de los dioses. Cuando las abrió había restos de sangre en las palmas.
—
Así que también ocultabas aquí tu sangre. — dijo Zeus. — pues
deberías buscar un mejor escondite para ella. — Le trajeron una pila de agua y
Zeus se lavó las manos. — Ahora márchate. ¡No quiero verte!
Hera se retiró antes que las lágrimas
comenzaran a resbalar por sus mejillas. No quería llorar frente a Zeus, siempre
aparentaba ser fuerte e integra, pero no era más que una máscara. En su corazón
era tan mujer como cualquier otra. Aquel gesto de romper algo tan valioso y que
simbolizaba unión matrimonial, la había herido profundamente.
—¿Por qué me odias tanto, Zeus? —dijo Hera con
la voz congestionada del llanto que le estaba atascando la garganta.
El dios la miró sorprendido, pero no le
contestó. Siguió mirándola hasta que desapareció por el parque común. Después
le dijo a Hermes que se retirara a hacer sus recados diarios, pues necesitaba
estar sólo.
Hermes emprendió el vuelo. Había sido testigo
de una intensa discusión matrimonial, pero no pudo compadecerse. En su mente no
se le iba el pensamiento de haber tenido todas esas perlas a su alcance y no
haberse llevado algunas más. Eran un hermosísimo objeto a acumular en su tesoro
privado.
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