CAPÍTULO 15: Quiebra del espíritu


El caos se había hecho dueño de la ciudad. Un grupo de hombres embozados y encapuchados corrían por los tejados, la acera y el asfalto. Vestían oscuras ropas compuestas por togas cruzadas anudadas a la cintura y pantalones abombados. Se movían, pese a la paradoja, con sigilo y rapidez, sin provocar ruido alguno. Sorprendían a los indefensos ciudadanos quienes no tenían tiempo de apartarse en su camino, llegando a ser las presas de sus antojos.
Los coches eran detenidos provocando accidentes y secuestrando las almas de sus pasajeros. Los poseían y éstos se levantaban atacando a los demás. Se extendía una especie de fiebre cuyos efectos y delirios consistían en dejar rienda suelta a todas las debilidades y vicios que atormentaban el alma de una persona. El que estaba durmiendo en la calle, tras ser tocado por uno de los villanos, se levantaba y asaltaban a despistados peatones para llevarse un abundante botín. Otros se lanzaban al escaparate o luna del supermercado o pastelería devorando todo lo que encontraban allí hasta empacharse. Otros tomaban a una indefensa mujer y la forzaban en el callejón más recóndito. Ellas se tiraban de los pelos para robar la joya más preciosa o el abrigo de pieles más costoso. Los niños pegaban un puntapié a su compañero y le quitaban el juguete mientras el otro enrabietado corría tras él y luchaba para que se lo devolviera.
Mijots contemplaba el panorama absolutamente entristecido y detenido. ¿De dónde salían aquellas pequeñas legiones de pecados? Las analizaba detenidamente, sin duda alguna, podían hacerse pasar por caza recompensas orientales, también conocidos como ninjas. El doctor sabía que nadie más que Pruslas había podido entrenar a semejantes seres, o incluso crearlos, aprovechándose de los conocimientos que había obtenido del Coro de las Dominaciones.
Oculto en la oscuridad de un callejón, dado que su resplandeciente porte podía repeler a alguna de esas legiones, esperaba la oportunidad pacientemente de atacar a uno y desenmascararle como el siguiente capitán de Pruslas.
El doctor internista había tenido tiempo suficiente de poder vestir sus ropas habituales de nómada y sus protecciones en la lucha. Eran vestidos muy semejantes a los de aquellas legiones, pero bajo la toga una cota de malla protegía su débil cuerpo. Una particular greba protegía su pierna izquierda, donde resplandecía un extraño símbolo: una copa y una veleta envueltos por una serpiente. No era casualidad que allí estuviera el curioso escudo, pues la marca de la curación, ya seca, permanecía en la piel del gemelo de la misma. El doctor se tocó dicha pierna al agazaparse más en el muro esperando la llegada de una de las legiones que estaba ya muy cerca de él:

“Ánimo Valentín.” Se dijo. “Confío en ti. Llegarás a tiempo para tomar parte de esta batalla y ayudar a este pobre viejo.”

Mijots interpuso su cayado entre los pies del despistado ninja y éste cayó al suelo. La oculta legión de Pruslas le miró fijamente y pese al paño de su rostro, el doctor pudo percibir una malévola sonrisa en ella. Se abalanzó el portador sobre su enemigo, pero éste se levantó con inmensa agilidad sacando dos kunais para contraatacar.
El demonio se lanzó contra el portador de Rafael quien lo frenó con el cayado. Primero la mano derecha y luego la izquierda para golpearle la cabeza desde arriba humillándole. Después enredó el bastón entre los pies del demonio elevándolos en el aire. El sujeto, sin apoyo, cayó brutalmente de cabeza sobre el asfalto. Se le humedeció el paño que ocultaba su boca y sintió el sabor amargo se la sangre en sus labios. Mijots se puso encima de su espalda para inmovilizarle. Uno de los pies le bloqueaba la zona trasera de la rótula impidiendo que éstas se flexionaran para levantarse, y el otro lo puso entre los omoplatos aplastándole contra el suelo.
- ¿Quién es tu señor?- Dijo el Arcángel.- ¿Quién es el nuevo capitán de Pruslas?- Pero le respondió una burlona risa.
- No lo sabrás jamás…
- ¡Maldito seas, caído!- Dijo presionando con la punta inferior del cayado en la cruz de la nuca. El demonio sintió la punzada de dolor – Dilo sino quieres que te descabelle - Volvió a contestarle una risa. El Arcángel presionó más hasta oír un quejumbroso murmullo, pero después lo ocultó otra risa.
- Dime, Rafael, ¿serás capaz de hallarlo tú solo entre nosotros?
- Entonces tú lo has querido.- Con un rápido movimiento el Arcángel hundió su cetro en la base del cráneo del endemoniado, quien tras unos espasmos, dejó de moverse. Observándole atentamente Rafael, no percibió alma alguna que escapara del cuerpo, por lo que pensó que aquel sujeto no era un poseído sino un auténtico siervo de Pruslas.
Mijots posó su mano en el centro del cayado y éste se curvó en un arco de dos metros de largo. Tomó una de las cruces de San Juan de su hombro, que otrora le servía como un shuriken otrora como una punta de flecha al desencajar uno de los extremos de ésta. Paso el triángulo afiladísimo por la cuerda de su flexible arco dorado, ésta se extendió en un largo y formidable astil de cuatro plumas de base. El culatín quedó perfectamente enganchado a la cuerda. Tensó sobresaliendo los bíceps de la cota de malla de su brazo derecho y Soltó con suavidad. La flecha atravesó el aire con precisión e imperceptible zumbido, hasta clavarse en otra de las legiones que atravesaba corriendo su campo visual. Ésta, en vez de caer como lo hiciera un ciervo, se desvaneció como un vago espejismo de los desiertos que había habitado Mijots.
El portador, desconcertado al comprobar que las legiones no parecían cuerpos sólidos, como el primero; tomó otro de los tres extremos que aún le quedaban de la cruz ceñida a su hombro. Miró a su espalda donde venían algunos más. Repitió los lanzamientos con ellos, con la velocidad del trueno, hasta agotar todas las cruces de su armamento. Todos los demonios desaparecían del mismo modo obligando al Arcángel a cesar en su inútil ataque. Sus ojos se tornaron pensativos, verdes como la leve aura que lo rodeaba. ¿Qué podía hacer ante aquello…?
-Son solo visiones- Se dijo. Entonces descifró la clave de su primera víctima de aquel ataque…, “¿Serás capaz de hallarlo tú solo entre nosotros…?”, y comprendió que todos aquellos ángeles caídos eran las proyecciones de uno solo, capaz de dominar un poder que se escapaba de su conocimiento.
Mijots miró al cielo y sus alas se expandieron sacudiéndose para alcanzar la altura suficiente para contemplar toda la ciudad desde el aire. Miró las legiones atentamente. Entonces lo encontró:

Entre ellas una no se movía.

- Ahí estás…- Volvió a apuntar con su arco y lanzó una última flecha, pero el sujeto se apartó antes de que le hiriera y alzando sus ojos lo miró. El Arcángel percibió unos cuantos shuriken que se le dirigían veloces y uno le alcanzó el brazo. El resto, menos dos, se desvanecieron como más espejismos. – Es un maestro del engaño.- Dijo mientras se arrancaba el shuriken de su extremidad y se lo devolvía a su dueño, lanzándose en picado hacia él. Esquivó con la velocidad de un colibrí el resto de los shuriken que le eran lanzados, hasta que su cayado chocó con los kunais cruzados de su contrincante.

Le reconoció.

-¡Quebrantariel! Ángel de la quiebra del espíritu.
- ¡Hola Rafael! Un placer volver a vernos después de tanto tiempo.- El demonio lo lanzó con todas sus fuerzas lejos. Rafael se posó firme en el suelo.- ¿Pero a qué me llamas ángel si los dos sabemos que ya soy un demonio?
- ¿Eres el nuevo capitán de Pruslas?
- Así es.- Dijo sonriendo mientras volvía a lanzarse contra el Arcángel. Éste repelió su ataque esquivándole y golpeándole con uno de los extremos de su cayado haciendo crujir las costillas de Quebrantariel.

El demonio gruñó.

- Ese es el problema de utilizar un cuerpo físico. - El demonio arremetió tomando el cayado entre sus kunais y forcejearon. Una patada en el cuello hizo perder estabilidad al Arcángel y el cayado saltó lejos.
- Veamos qué tal te las apañas sin el cetro de tu jerarquía.
Rafael sacó rápidamente una de sus dagas ninjas y con rapidez la utilizó contra su contrincante, quien recibió un severo corte en la cara atravesándole un ojo. El demonio conmocionado se llevó la mano a su lesión, que no tardó en teñírsele de sangre.
-Detén a esos esbirros tuyos antes de que sea demasiado tarde.- Le advirtió el Arcángel, pero le respondió una carcajada. El demonio se quitó la mano y le miró con el ojo herido, ensangrentado.
- ¿Por qué iba a hacerlo? Los hombres tienen una voluntad tan frágil… es divertido ver como se hunden en sus propias miserias.
Volvió a lanzarse a él. Rafael bloqueó su brazo izquierdo, con el derecho y el derecho del demonio, con el izquierdo. El demonio posó uno de sus pies sobre el abdomen del Arcángel e impulsándose con el otro, le descruzó los brazos de una patada. La trayectoria de su ataque finalizó al meter un puntapié en la barbilla a Rafael.
Sonrió malévolo mientras veía como tosía el portador.
- Es verdad lo que me dijeron acerca de ti…- Se mofó el demonio.- ya no posees la salud, resistencia y agilidad de antaño.
- No te dejes engañar por las apariencias… - Dijo Rafael con cuatro shuriken entre sus dedos, mientras seguía tosiendo.
- Yo que tú me retiraría…- Dijo riendo el demonio.- Pero no creas que es compasión lo que me impulsa a dejarte libre, sino orgullo. Ya no eres rival para mí.- El demonio se dispuso a degollar a Rafael después de esquivar los lanzamientos de éste. Con su kunai, procedió a degollar al Arcángel para ponerle fin a la vida de su portador…pero algo le detuvo.
Una afilada cuerda se había enroscado en su tronco. El cayado, fuera de toda razón natural, se había revestido de una flexibilidad inaudita le presionaba como un látigo afilado. Le presionaba cada vez más y más destrozándole el organismo. Era similar a una enorme serpiente.
Rafael miró los ojos del demonio asombrados y angustiados mientras murmuraba una oración, hasta que le dijo:
- Aunque mi cuerpo envejezca, sigo llevando a Rafael en mi interior, no lo olvides.
- Te odio Rafael…-Dijo dificultoso el demonio.- aunque desaparezca ahora volveremos, más numerosos y poderosos que nunca.
En ese instante, un fulgor verde que destelló de los ojos de Rafael, avivó el látigo del cayado, hasta juntar su diámetro.
Cerró el mensajero los ojos para evitar ver los efectos de su destructiva arma; después, cayó de rodillas para volver a expulsar los esputos sanguinolentos que todavía le atascaban la tráquea.
Todos los espejismos desaparecieron y la gente se miró extrañada, como si hubieran despertado de una horrible pesadilla.
Cuando Rafael ya más recuperado de su repentino ataque de tos, levantó la vista del suelo, no podía creer lo que veía:
De las dos mitades de Quebrantariel comenzaron a formarse dos réplicas del mismo, como hacen una célula al multiplicarse.
Una malévola carcajada rompió el silencio y la paz que pareció reinar en un instante en el centro de la ciudad. El Arcángel dirigió sus ancianos ojos hacia donde las escuchaba. Sobre el tejado de un coche se encontraba el pobre loco de Pruslas, henchido de triunfo y arrogancia al ver el desconcierto y la sorpresa en el rostro del portador de Rafael.
- ¿Te gusta mi nuevo invento señor de las Dominaciones y mi antiguo superior?- Siguió riendo burlón.- Quién es el genio ahora ¿eh? Verás tú como lo de más numerosos y poderosos no era ningún farol.
De aquellos dos nuevos sujetos salieron un montón de espejismos que volvieron a la carga. Rafael los miró desolado, parecía estar demasiado cansado para continuar pero oró:
- Oh señor, soy tu amado siervo. Por apacigües prados llévame, porque tú eres mi pastor, y nada me falta……- Volvió a sentirse con fuerzas y se levantó. El cayado hizo lo mismo recuperando su dureza y fuerza y se puso en guardia de nuevo.
Los dos contrincantes se abalanzaron sobre él…


Santiago, a punto de llegar a donde se encontraba Mijots, sintió como la transfiguración se le desvanecía repentinamente. Como el avión que pierde fuerza su vuelo; el chico perdió estabilidad, cediendo toda la energía y poder que tenía tras haber despertado del coma. Pese a todo, intentó continuar adelante, pero se refrenaban sus avances.
Estaba agotando.
Decidió aterrizar lo más suavemente que podía antes de que perder las alas en el aire y caer al suelo desde mucha altura. Solo le quedaba su armadura y su corona.
- ¿Qué me está pasando?- Se decía llevándose la mano al pecho, costándole respirar.- Deben ser los efectos secundarios de la Salvación, de los que me habló Miguel.
Miró su heridísima pierna. Estaba perdiendo mucha sangre dando paso a un dolor cada vez más intenso. Éste le paralizaba y enfurecido golpeó el suelo con el puño pensando que no iba a conseguir llegar a tiempo.
Se sentó apoyándose sobre una roca presionándose la herida.
- Ahora no me abandones… no…- Decía mientras entre el hueco que dejaban sus dedos, salía la sangre.
Poco a poco sentía debilitarse.
Casi tendido en el suelo por el cansancio que ahora iba llenando su organismo, le invadía la frustración. Esa frustración se tornó en ira, espetando el adolescente:
- ¡Te arrancaré los ojos, Pruslas…! ¡A puñetazos te hundiré en el infierno!
Y una voz en su interior dijo:
“¿Qué forma de pensar es esa, Santiago?”
El chico reconoció en esa voz, la de su ángel guardián, Miguel.
- Es la mía. – Respondió el adolescente con rebeldía al Arcángel.- Ese demonio no merece clemencia Miguel…, atacó a todas esas personas con una crueldad intolerables. Ahora sigue atacándolas y casi muere una de las mejores amigas de Ana por su culpa. He visto a mi compañero abatido… pese a que no me es simpático, no soporto ver a la gente sufrir. Ahora mira como me ha anulado con sus fórmulas científicas endemoniadas.
El dolor se hizo sumamente intenso y Santiago se revolvió en su propio asiento mientras se le saltaban las lágrimas de los ojos. Miguel siguió hablándole desde el interior:

“Los demonios no necesitan clemencia por el simple hecho de que no la desean. Actúan por voluntad propia sin pensar en las consecuencias. Perdieron la conciencia hace mucho tiempo cuando decidieron no escucharla más.”
- ¡Los odio!-Replicó Santiago con las mandíbulas tensas, a lo que Miguel le recriminó:
“¡Te prohíbo que digas algo semejante!”
La voz sonó tan autoritaria y severa que el chico se sintió impresionado. Sus labios se sellaron en contra de su voluntad. Parecía que el Arcángel así se lo hubiese impuesto. Santiago, incapaz de levantarse ante su guardián, se dispuso a escuchar:

“Un Arcángel jamás debe dejarse doblegar por la ira ni el odio. Nos movemos por la compasión, la humildad, la paciencia y el amor que sentimos por nuestros semejantes. Si dices eso, no eres digno de portarme.”
La angustia y temor a que le abandonaran invadieron al muchacho como si temiera que Miguel nunca más le fuera a hablar. ¡Tal vez rompiera el pacto que había hecho con él!
- Pues enséñame Miguel.- Dijo cuándo pudo.- No entiendo lo de ser compasivo con ellos, por qué actúan así y por qué actuáis de ese modo vosotros. ¿Por qué, Miguel?
Hubo un leve silencio… Santiago ya temía que Miguel se hubiera ido definitivamente. Esos minutos silenciosos se le hicieron eternos y entristecido se abrazó a sus piernas se sentía vacío… y apesadumbrado dijo:
- Por favor, Miguel, te lo ruego… estoy desmoralizado con todo esto. No me veo capaz de seguir adelante. ¿Acaso no estáis los ángeles para ayudarnos y guiarnos?
Y esa sensación de desazón desapareció cuando escuchó nuevamente:

“Tú aceptaste continuar pese a todo. Creíste ciegamente en nosotros y tuviste fe, por eso te elegí como mi portador. Debes demostrarme que serás capaz de continuar adelante.”

Santiago asintió pese a su todavía confusión.
- Tengo que saber por qué lucho.

“Te lo podría decir si quieres, pero si no crees de corazón en ello; te confundiré más. No me formulas la pregunta correcta.”

- ¿Cómo se cree de corazón?

Santiago sintió una gran alegría en la voz de Miguel.

“¡Esa es la pregunta!

Creerás de corazón cuando comprendas por ti mismo la razón de esta lucha. Caerás mil veces, pero lo que te siga llevando a continuar adelante finalmente tendrá su fruto. Eso es la fe y solo la encontrarás si la buscas y la trabajas. Algo te adelantaré, Santiago; nosotros solo deseamos que comprendáis que lo que se os dice y manda no es por vuestro mal, sino por vuestra única felicidad. ”

- ¿Entonces quieres decirme que he de seguir luchando para averiguarlo? ¿Qué esto me hará feliz?

“Así es.”

- Pero yo no lo siento así.

“Santiago ¿Cuál es tu lucha?”

- Devolver a los demonios al infierno.

“¿Para qué?”

-Para impedir que hagan daño a las personas.

“¿Y qué más?”

- No sé.

“Entonces, incluye en tu lucha AVERIGUARLO.”

- ¿Crees que podré?

“Creo en ti. No lo olvides…

El más fuerte, si reconoce sus debilidades, es mucho más fuerte aún.
Como tu camino no es fácil, no lo harás solo; podrás apoyarte en quien mejor te puede ayudar, es decir, yo y Gabriel. Nosotros estaremos contigo y ahora alguien más que viene corriendo sin parar.”
Santiago levantó la vista distinguiendo una figura que corría campo a través hacia él… y le reconoció:

- ¡Gafotas!

Santiago observaba a Valentín impresionado de la velocidad que alcanzaba en la carrera. No tardó en llegar hasta él jadeante del cansancio, con el uniforme desaliñado y sudoroso. El chico cayó de rodillas en el suelo y le miró sonriente.

- ¡Fíjate!- Le dijo señalándole la cabeza.- Jamás pensaría yo que fueras capaz de llevar una coronita semejante.- Se remangó el brazo izquierdo asomando su señal de serpiente, ante la intriga de Santiago.

En principio el portador de Miguel, no supo hallar el significado de aquello, pero luego recordó que él también tenía una señal. Ésta era el tatuaje de su espalda que había aparecido cuando Miguel le tocó con su gracia.
- Gafotas, ¿Quién te ha tocado a ti?- Dijo sin dudarlo.
Valentín le sonrió amablemente, había comprendido ese mensaje incluso mejor que lo hubo interpretado su compañero al decírselo Miguel.
- Pues resulta que soy el portador de Rafael. - Santiago lo miró atónito. Cualquiera que escuchara semejante diálogo pensaría que era un loco, pero él lo entendía, y en cierto modo, se sintió mejor al saber que todas sus experiencias extraordinarias e inexplicables también las había vivido otro. No era todo fruto de visiones, como tanto había temido.
- ¿Te lo Reveló Gabriel?
- Pese a que el viaje no fue muy genial al principio, luego lo vi todo, ¿sabes? Mi maestro va a ser Mijots y cuando alcance la sabiduría científica suficientes, seré el maestro de las Dominaciones. Son muy sabias y ancianas, como los Druidas.
- ¿Y cuál es tu misión?
- Pues ahora tengo que curarte para que machaques a ese tal Pruslas- Posó su mano en su pierna herida y la examinó ajustándose las gafas. Este gesto hubiese sido incómodo en la vida cotidiana, pero inmediatamente que Santiago sintió esa mano el dolor de su herida mermó. – Debe dolerte un montón.- Dijo irguiéndose y comenzando a cerrar sus ojos.-Esta es la parte más desagradable, aunque empezaré a acostumbrarme pronto. Eso dice Gabriel.
Valentín deslizó sus dedos sobre la herida, como el ciego que palpa la cara de su interlocutor para intentar hacerse una imagen de él. El semblante del chico de las gafas y hablador, comenzó a iluminarse por completo desde su brazo a todo su cuerpo. Santiago percibió unas alas espectrales por su espalda. Un agradable calor comenzó a recorrer su torrente sanguíneo, desde la pierna hasta su corazón, sintiendo algo inexplicable.
La sangre derramada alrededor de sus extremidades en el suelo fue absorbida de nuevo por el lugar de donde había salido, el dolor desaparecía mientras recuperaba todas sus fuerzas. El azul añil volvía a resurgir de su cuerpo y las dos nuevas alas con las que había despertado del coma gracias a la SALVACIÓN, volvieron a aparecer en su espalda.
Valentín poco a poco dejó su luminiscencia con aquel verde esperanza tan bello. Las alas desaparecieron, también su aura y el brazo dejó de brillarle. Cuando levantó Valentín la mano de la pierna de Santiago, éste vio que la herida se le había cerrado completamente, aunque se le quedó cicatriz.
- ¡Increíble!- Dijo pasándose la mano por la tersa marca. Se sentía lleno de fuerzas. Al alzar sus ojos a Valentín lo vio un poco desfallecido y le tomó de los hombros.- ¿Te encuentras bien?- Dijo preocupado.
- Sí…- Dijo él.- solo es un mareo, me pasó la otra vez pero este parece menos fuerte.- Santiago se quedó con él.- Debes ir a por el demonio ese.
- Cuando te recuperes.- Valentín de pronto sonrió y levantó la vista.
- Ya estoy bien.
- ¿Seguro?- el chico asintió.- Entonces partiré. Gracias.

Santiago emprendió el vuelo con inmensa rapidez. Pero escuchó la frase de Miguel que le decía que debía apoyarse en quien mejor le iba a ayudar. Se paró en seco y miró a su compañero desde el cielo. Valentín le miraba con una mezcla de admiración y alegría y Santiago no pudo evitar sonreírle sorprendiendo a Valentín que jamás le había visto hacerlo. El ángel retrocedió de su vuelo y le levantó del suelo tomándolo sin la menor dificultad por debajo de los hombros.
- ¿Adónde vamos?- Dijo Valentín.
- Es mejor que empieces ya a aprender de tu maestro. Vas a descubrir hoy a quien nos enfrentamos.
- ¡Sí!- Dijo Valentín lleno de júbilo.


Ya ni siquiera se acordaba de su vértigo.


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