CAPÍTULO 16: La espada de fuego



El tercer coronel Barry, cuyo auténtico nombre era Barbatos se dirigía al foco del enfrentamiento. Había visto salir a Pruslas del zulo a toda velocidad lleno de ansias de terminar su objetivo de destruir a los Arcángeles. El General Astaroth le había ordenado que siguiera al segundo coronel y permaneciera como testigo del combate. Este tipo de misiones eran para él pesadas y poco significativas, algo que le irritaba sobremanera, pues sabía que él merecía mejores perspectivas.
Con dichos pensamientos avanzaba el tercer coronel al encuentro de Pruslas, y apretando sus mandíbulas una contra otra su rostro se tensó, dándole un aspecto mucho más fiero. En ese momento un irritante resentimiento vagó por su oscura alma. Volvió a recordar que se encontraba en un escalafón menor al de un principio, y a las órdenes de uno de los demonios más insolentes y despreciables de todo el infierno.
Pues sí, si había algo que Barry alias Barbatos no soportaba, era tener que haber bajado tanto en el escalafón. Recordaba su alta jerarquía en el cielo y eso lo seguía arrastrando en el infierno y su mísero puesto de subordinado no le contentaba.

“Yo estuve por encima de ellos.” Comenzó a pensar. “y ahora estoy bajo ellos…”

Tras la caída de los ángeles, Barbatos se reveló junto a ellos por no ser capaz de soportar su puesto en el tercer coro celestial, y pensaba que si se unía a la revuelta podía ascender a donde tenía puestas sus intenciones. Podría aspirar a algo más. No obstante, nada salió como él esperaba, pues bajo la hegemonía de Astaroth se había sometido nuevamente. Detestaba hondamente obedecer las órdenes de ese ciego de Ira, violencia y guerra.
En su momento, pensó que el arrimarse al general del infierno le iba a facilitar sus objetivos y así lo hizo, pero ahora comprendía que no había hecho más que encadenarse absurdamente y en peor puesto que anteriormente.
Pese a todas estas quejas interiores de su espíritu; no quería ser lanzado al fuego de su odio, pues si algo destacaba en Barbatos era que no se trataba de ningún necio, y era plenamente consciente que ese fuego que hacía tan poderoso al general infernal era muy destructivo para él.
Se llevó la mano a los extremos de su barba rizando las puntas de la misma; deseaba encontrar la solución a su problema ¿pero qué podría ayudarle?
- ¿Acaso no lo recuerdas Barbatos?
Al tercer general se le interpuso en ese momento nuevamente la sombría cara de pelo pelirrojo, que en más de una ocasión le habló. No pudo volver a evitar mirar su ardiente pecho y se detuvo.
- Hay un arma más poderosa que la que posee Astaroth.
- Solo existe la espada de Miguel.- Refunfuñó el demonio.
- No es verdad.
La sombra iba rodeada de un aurea anaranjada como el fuego de su pecho. Los ropajes que le cubrían eran tan deslumbrantes como un incendio en pleno auge.
Continuó la sombra diciendo lo siguiente:
“En este mundo existen dos espadas. Una, bien lo has mencionado, fue entregada al Arcángel Miguel para guardar la fronteras del Cielo; pero la otra, fue entregada al Arcángel de las Potestades Celestiales, con el objetivo de guardar las dimensiones de este mundo, así como vigilar las dos puertas del Paraíso y del Infierno.
Aquella arma refulgía como la llama del Mismísimo, extendiéndose sus latigazos de fuego protector para alejar a aquellos que intentaban conquistar el Cielo, atravesando la barrera espiritual después de su caída. Refugiaba a su vez el Paraíso, sellando las puertas del mismo, a la espera del juicio.
Dentro de un tiempo, no ya muy lejano, sus hermosas puertas se volverán a abrir renovadas. Recibirán en su seno a las almas que regresaran por el buen camino amparadas por el perdón, así como las eternamente santas.
Esas dos espadas son a la vez viles garrotes de muerte de espíritu, como tiernos y dulces halos de nueva vida.
Los ángeles tanto por ellas son encerrados como reconvertidos.”
- Tu oratoria es muy aguda.- Se mofó el demonio.- Sin duda parece que aún albergas alguna de las palabras que nos fueron reveladas a todos. Después de escucharte, he recordado que efectivamente sobre esa arma yo también escuché hablar.
La llamaban “Espada de Fuego” pero nadie la ha visto jamás. Permanece oculta en el corazón de un cándido espíritu, secretamente escondida como el portador de esa reliquia.
- Ese portador soy yo, ya he despertado y aquí tengo la legendaria arma de la que hablas.
La sombra juntó las manos y las abrió rodeando la llama de su pecho. Ésta se desplazó hacia delante con la forma de un corazón ardiente y se alargó en la base y los ventrículos adoptando la forma de una magnífica espada llameante.
Barbatos la miró impresionado, extendió su mano hacia ella hipnótico por su resplandor anaranjado. Sus dedos no se quemaban y podía sentir la fuerza que de ella brotaba.
- El fuego que la forma no es como el que envuelve a tu general. De ella brota el fuego único capaz de destruir el de Astaroth. Quien la empuñe la puede activar fácilmente. Has de tener cautela con ella, porque su propio poder a veces se puede revelar contra uno mismo.
- ¿Cómo la has hallado? más bien… ¿Cómo es que me la entregas?
- Mírame bien Barbatos, esto es lo que han hecho de mí. Jamás me has visto antes porque he permanecido desde el comienzo oculto entre las dimensiones. Ya a penas se me reconoce. Harto estoy de vivir aislado en aquel lugar de nadie vigilando aburridamente; ausente de lo que acontece a mi alrededor. Es frustrante…, y como vosotros decidisteis, yo también he decidido.
No quiero seguir con mi misión, ni bajo las órdenes que se me impusieron en su momento.
- Efectivamente, lo que vosotros llamáis el pecado de la indiferencia y la rebeldía ahora te ha abierto los ojos.
- Es muy posible, pero ahora que me he liberado de mis cadenas, lo puedo ver todo claro. Me gusta cómo me siento. Esto debe ser el libre albedrío del que tanto alardeáis. Indiferencia… pues sí; y la indiferencia es lo que a mí me ha hecho darte esta espada, allá vosotros, ángeles y demonios con vuestra guerra. Yo sigo mi camino de forma independiente.
Bajo el largo flequillo de la melena rojiza, en la sombreada cara, hablaba una boca de blancos y resplandecientes dientes. Aquello fue lo último que vio esfumarse el coronel, tras el resto de la silueta.
Sólo nuevamente, Barbatos miró la espada triunfante. Con aquella arma podía deshacerse de cualquier Ángel, inclusive de aquél que se la había entregado, fuera la intención de éste la que fuera.
- No sé cuál de nosotros ha conseguido hacer caer a ése, pero sea cual sea, por fin dispongo de un arma realmente útil que me ayudará sin problemas a alcanzar mi objetivo de grandeza.

En el patio del colegio, ausentes de lo que pasaba en la ciudad, los alumnos del San Agustín seguían con su habitual rutina. Ana estaba realmente extrañada, pues ni Santiago ni Valentín estaban en el colegio. Sin embargo, al ser viernes por la tarde, supuso que se habían ido juntos a algún lado. Lo que realmente la inquietó es no haberse ido con ellos, o mejor dicho, que ellos no contaran con ella ni sus amigas.
La adolescente paseaba pensativa y se paró detrás de unos matorrales porque vio algo extraño tras ellos. Daniel y sus amigos estaban sentados y el primero notablemente pálido y con los ojos ausentes. Su estado era tan catatónico que le daba un aspecto más siniestro.
John agitó a su compañero Daniel asustado. Él y Christian llevaban viéndole inmóvil demasiado tiempo. El líder de los matones del colegio pasó en ese instante, a respirar angustiado como si acabara de volver de un partido o tuviera un ataque de asma. Se llevó la mano al pecho y comenzó a sudar y enrojecerse su semblante pecoso.
- ¿Es otro ataque?- Le preguntó Christian.

Daniel solo pudo asentir pese a tener su rostro desencajado de dolor. Sus amigos intentaron buscar las pastillas pero éste les detuvo agarrándoles ambos brazos. Les apretó con sus dedos hasta el punto de cortarles la circulación, aferrándose a algo para contener el dolor que le azotaba el pecho.
Christian y John intentaron quitarse las manos de su jefe, pero era tal la fuerza de éste, que no pudieron más que soportarlo.
Ana, asustada, echó a correr sin dudarlo un momento hacia los tres. El enfermo miró a sus amigos y negó con la cabeza, soltándoles, y ellos comprendieron el mensaje:
Debían impedir que Ana se acercara y descubriera la vulnerabilidad del que se supone el más fuerte y respetado del colegio.
Se pusieron frente a ella intimidándola.
- ¿Adónde crees que vas?
- ¿Acaso no vais a ayudarle?- Dijo señalando a Daniel.
- ¿Ayudarle? ¿A qué?
- ¿No veis que le pasa algo?- Intentó abrirse paso entre los dos pero la cogieron de la muñeca con violencia. Se le cayeron los libros.
- ¡A Dani no le pasa nada, entrometida y curiosa niñata!
- Me hacéis daño…- Dijo ella.
Daniel, en medio de su malestar, miró al cielo y distinguió en un árbol una figura alada bellísima. Tenía el pelo dorado, ondulado y los ojos azules, le rodeaba una estela rosácea.
Le reconoció.
Era el ángel que vio aquella noche junto al otro el día de la tormenta sin nubes. Pensaba que había sido un sueño, pero ahora lo veía nuevamente.
“¿Has venido para llevarme?.” Pensó el chico.
Gabriel miró hacia John, Christian y Ana. Daniel hizo lo mismo y miró a sus dos amigos levantando a la chica del suelo y arrastrarla fuera del lugar para que no viera a su jefe. Parecía que le dolía la forma en que la cogían y aquella imagen provocaba que el dolor de Daniel se intensificara.
- ¡Ya basta chicos!- Dijo.

Christian y Jonh soltaron boquiabiertos a Ana, quién cayó al suelo dolorida. Tenía lo brazos enrojecidos.
- ¿No os habéis divertido ya con ella?¿O queréis más?
Igual de asombrados que antes John y Christian vieron a Daniel levantarse del suelo con la arrogancia habitual. Se dirigió a ellos tres, con las manos en los bolsillos.
- Dani, ¿Estás bien?- Dijo Ana levantándose.
- ¿Acaso no me ves?- Dijo él.-Estoy bien. No sé qué te hace pensar lo contrario.
Ana miró al líder igual de impactada. Había visto a Daniel rojo y asfixiado, con el rostro desencajado de dolor ¿Acaso fingía?
Miró con detenimiento al chico y actuaba de forma habitual. ¿Tal vez había realmente visto algo que no era cierto?
Estaba desconcertada.
Sin intentar encontrarle explicación, y para evitar la embarazosa situación, se puso a recoger los libros.
Daniel se inclinó para ver debajo de la falda ante la sorda risa de sus amigos. Hincó la rodilla mirando a sus amigos con una sonrisa torcida. Cogió uno de los libros del suelo y lo abrió pese a la exclamación de Ana que no lo hiciera.
En la página había un enorme corazón donde ponía Ana por Santi, y enarcó las cejas entusiasmado de descubrir aquello.
-¿Habéis visto chicos? Qué tierno es el amor. La dulce Anita y el Oscuro de Santi.
Los tres carcajearon ante la vergüenza de Ana que estaba ruborizada y hundida por aquella bruta violación de sus sentimientos. No podía reaccionar.
Daniel pasó las páginas curioso dándose cuenta que era una especie de diario y leyó en voz alta burlón:
“ Hoy he estado cantando en el coro y ha entrado Santi. Se ha sentado en el banco del fondo del oratorio a escucharnos y he cantado como si solo lo hiciera para él…”
- ¡Uh!- Dijo Daniel.- Eso de solo para él ha sonado bien. ¿Y qué más cosas habéis hecho solos?
Christian y John siguieron riendo, mientras Ana sentía hundirse cada vez más. Sus ojos brillaban a punto de romper a llorar. - Dime Ana te ha....
Una torta atravesó la mejilla de Daniel.
Christian y John al principio se callaron sin creer lo que habían visto. ¿La inocente de Ana había abofeteado a su jefe? Después comprobaron que había sido Sara que apareció de la nada y volvieron a reír.
- ¡Eres un idiota, Daniel!- Dijo Sara.- A mí no me das miedo ¿te enteras? y da gracias de que te haya dado yo y no Santiago, porque te iba a pegar una paliza.
Le arrebató el diario y levantó a su desalentada amiga con delicadeza ayudada de Joan.
Dani las vio alejarse a las tres y miró a sus amigos.
Sin vergüenza aparente, sino más bien, entusiasmo exclamó maravillado:
- ¡Esa tía tiene que ser mía!
Los tres amigos echaron a andar riendo. Christian y John comentaban que no se acostumbraban a los ataques de Daniel. Éste simuló escucharles, pero en realidad miraba hacia el árbol donde había visto al ángel antes.

No había nadie allí, por lo que pensó que no había sido más que un delirio propiciado por el ataque que había sufrido. No obstante, había algo en lo que no reparó hasta entonces:
Nada más reaccionar ante el comportamiento de sus compañeros con Ana, parecía sentirse mejor…
Gabriel abrió los ojos repentinamente desde el tejado del hospital. No se había movido de aquel lugar desde que salió en busca de Mijots y Santiago, Valentín. Algo había turbado su lectura de hechos que se estaban acaeciendo en la ciudad. Había sido como una llamada de auxilio, y enseguida, su ser pareció trasladarse directamente hacia dónde estaba Daniel. Había escuchado claramente la pregunta de si iba a recogerle en medio de algún achaque se salud. Sintió asimismo el peligro sobre Ana.
Era como si leyera en Daniel que aquello no quería que sucediera, y en el momento en que detuvo éste a sus amigos, había vuelto al hospital.
- ¿Quién ha podido llamarme y verme con tanta claridad? Pedirme auxilio desde todas las dimensiones de este mundo hasta trasladarme al lado de Daniel… Alguien que solo conoce nuestros misterios…
¿El ángel de la guarda de Daniel..?
Pero no es posible, ningún ángel guardián tiene ese dominio de las dimensiones salvo…
Se levantó el jefe de los Querubines celestiales diciendo:
-“¡Otro Arcángel!”-


Mijots se sentía decaído. Había abatido a los dos sujetos renacidos de Quebrantariel pero cuando destruía a uno aparecían más. Era incapaz de entender el mecanismo de sus enemigos y cómo había conseguido Pruslas un experimento tan temible.
- ¡Alegraos ex-maestro! Vuestro antiguo pupilo ha conseguido superaros en genialidad.- Dijo Pruslas henchido de orgullo.- Incluso más que el Creador que adoras.
Uno de los contrincantes lanzó un puño tan temible a Rafael, que éste salió despedido por los aires. Un hilillo de sangre comenzó a salirle de los labios.
- Es una lástima…- Dijo con dificultad mientras se levantaba del golpe.
- ¿Cómo?- Dijo Pruslas.
- Eras una Dominación aventajada, una de las mejores por tu ingenio y brillantez. Y mírate ahora, dedicado a aborrecibles experimentos como éste. Has desperdiciado todo ello en hacer el mal ¿De veras te hace feliz seguir las órdenes de un déspota y atroz sujeto como Astaroth? ¿A cambio de qué?
- ¡Te prohíbo que hables así!- Pruslas descendió por el capó del coche sintiéndose ultrajado por esas palabras. Los contrincantes se violentaron más contra Rafael golpeándole sin piedad.- Escúchame bien Rafael, a mí lo que me diga Astaroth me es indiferente. Si no me dejé dominar por el Creador ni someterme a ti, ex maestro, ¿Por qué iba a someterme a alguien tan bruto como Astaroth?

Rafael bloqueó a dos de los contrincantes clavándoles los extremos de su cayado.
- Entonces, ¿Por qué haces esto?- Dijo Mijots.
- ¡Por mi único orgullo! Voy a demostraros a todos la genialidad de mis conocimientos y como nadie es mejor que yo en esto. Tú me prohibías hacer determinadas cosas, bloqueando mi ingenio, y ahora, sin estar bajo tu sometimiento, ¡puedo desarrollarlo completamente!- Comenzó a reír lanzando esputos de saliva de una forma absolutamente desquiciada.
- ¡Pedazo de científico loco!
Mijots saltó y pegó con ambas piernas a los esbirros de sus lados y con su cayado sesgó las cabezas que le hacían corro. Éstas, tras recibir un brutal golpe, se aturdían perdiendo el equilibrio.
- No me importa ese título, la locura lleva al progreso.
- ¡Y el progreso lleva a la destrucción del mundo que conocemos, Pruslas!

El portador posó sus pies firmes en el suelo. Sacó unos shuriken entre sus dedos y los lanzó hiriendo a sus atacantes.
- ¿Acaso no es mejor el mundo ahora? Solo sé que el mundo de antes era mucho peor y gracias al progreso ha mejorado la calidad de vida.
- Sí, pero cada vez esclaviza más a las personas que viven en él. Solo hay que mirar a nuestro alrededor. Están más enganchadas a las tecnologías, aceptan menos el envejecimiento, la muerte e incluso la sacramentalidad de una unión. Piden hijos a la carta o un físico a la carta, rechazando la auténtica belleza que tienen y que el envoltorio exterior engaña.
- Pero inventamos el agua corriente, el transporte, las medicinas…
- Cierto… pero eso tarde o temprano se agotará y luego vendrán las desgracias. Se darán cuenta que han perdido la vida en aquellas cosas tan poco gratificantes para su alma. Todo ello provocado únicamente por el derroche y el afán de vivir mejor.
- Pruslas todo está bien pero en su justa medida, no hay que abusar porque el abuso lleva a la destrucción.
- ¡Ya basta!- Dijo Pruslas asomando un kunai en su diestra. Centró sus ojos en Rafael mirando por encima de su propio hombro.- ¡No ves que ya no escucho tus sermones!
Lanzó el kunai contra Rafael atravesando a uno de los esbirros. Al portador le pilló por sorpresa hiriéndole por debajo de la clavícula. Rafael se derrumbó por el intenso dolor. Había sido herido muchas veces por kunais pero nunca había sentido aquello, era como si en su torrente sanguíneo se le fuera derramando algún veneno.
- Así es..,- Dijo Pruslas al leer la mente a Rafael.- No es un kunai común derrama sobre el cuerpo una sustancia infecciosa que paraliza y provoca un inmenso dolor. Es mucho más letal que el veneno de una serpiente. ¿Cómo crees que bloqueé a Miguel pues?
Rafael se arrancó el kunai cayéndosele dos gotas de sudor por las sienes. Comenzó efectivamente a sentirse indispuesto. Los esbirros se aprovecharon de la debilidad del Arcángel golpeándole brutalmente.

Miguel aterrizó en ese momento. Dejó a Valentín de pie a su lado. Éste se sentía desolado de la destrucción que les rodeaba. Miró a su alrededor con una mezcla de emoción y terror. Por un lado, podía ver a un montón de figuras oscuras demoniacas en carne y hueso, vestían como los ninjas que él había visto en sus comics; ¡Aquello le parecía emocionante! Pero.., por otro lado…, la malicia que éstas llevaban consigo atacando a las personas de forma masiva, le hacían compadecerse.

- Mira bien, Valentín, esta es la realidad del Cielo y del Infierno. Una batalla espiritual sin cuartel.
- ¡Es horrible!- Dijo el chico.- ¿Dónde están?- Dijo mirado a Miguel.

Éste señaló una pequeña plazoleta donde unos cuantos pateaban un bulto, y mirando aquello, un sádico Pruslas carcajeando.
- Ése es nuestro enemigo.
- ¿Y Mijots?
- Debe ser quien anda recibiendo esos golpes tan espantosos.
- Vamos allí.- Santiago asintió y los dos corrieron hacia ellos.

Valentín vio la imagen más nítida por la cercanía y sintió temor por su maestro, quien estaba soportando tales sufrimientos. Se dirigió a ellos bravucón para detenerles sin escuchar la advertencia de Miguel.
El joven portador de Rafael intentó proteger a Mijots pero le tumbaron sin el mínimo esfuerzo. Miguel agitó la cabeza de un lado a otro resignado.

“Estos jóvenes de hoy en día que no escuchan nada.”
Se dejó escuchar, Gabriel, provocando una simpática sonrisa en Miguel.
“No seas tan pedante Gabriel. Están en la edad del pavo, sé comprensivo.”

Lanzó el Árcángel de los Principados su espada. Ésta se clavó en medio de Mijots y Valentín, iluminándose con enorme potencia repeliendo así a los agresores.
Pruslas se giró a su espalda al irrumpir la espada en su campo de ataque. En su vista se tropezó Miguel.
El demonio estaba impresionado de ver cuánto había cambiado el semblante del adolescente, con aquellas cuatro alas y con una mirada aún más intimidatoria y madura que nunca. Cada vez se parecía más al auténtico Miguel.
- Así que has conseguido despertar con la legendaria Salvación ¿eh chaval?- Dijo el demonio. Mientras andaba hacia un lado.
Valentín aferró al malherido Mijots, comprobando que los enemigos que les atacaban intentaban avanzar sin demasiado éxito. El resplandor les deslumbraba y les detenía.
Su brazo se iluminó de nuevo al sentir el contacto de un herido como si reclamara que lo curara. Miro el chico al doctor, y se dispuso a hacerlo, pero Mijots le detuvo.
- Estoy bien.- Le dijo posando su mano en el hombro. La tenía sucia, magullada y fría- El Señor aún no me llevará. Ahora que ya has visto lo que has de aprender, debo demostrártelo.- Valentín sonrió. – Ahora observemos bien a nuestro enemigo. Tenemos la oportunidad de ello, mientras son detenidos por la espada.
Valentín examinó a los ninjas y observó cómo debido al efecto de la luz, se alejaban como si huyeran de su resplandor.
-La evitan.
- Así es. Los demonios no pueden combatir contra el resplandor de Miguel, pero estos no parecen solo demonios. Es como si estuvieran perfectamente unidos a un cuerpo regenerativo.
Miguel siguió a Pruslas con la mirada, en silencio, plantado majestuoso en el parque. El segundo coronel se movía a su alrededor mientras se burlaba de él pero el Arcángel hizo caso omiso de ello.
- Ahórrate tu sarcasmo, segundo coronel. No vas a conseguir quebrar mi confianza. No hablas con solo Santiago, sino también con Miguel y su fe es intachable.- Pruslas soltó una carcajada.
- Sí que has cambiado sí… recuerdo perfectamente a ese chico de catorce años del cine, que huyó de sus entrenamientos porque decía que no era el general de las legiones del cielo. Mírate ahora.
- Sí bueno… A todos les toca madurar alguna vez y ya tengo quince, para tu información.
- Y eres tan gallito como los de tu edad.- Dijo el demonio sin haber recibido bien su insolencia.- ¡Todavía te queda aprender lo que es la educación!


El demonio emitió un alarido espeluznante y las ropas que le vestían cedieron. Su cuerpo se hizo más voluminoso, resplandeciendo en él una sólida armadura oscura con el símbolo de Astaroth en la codera izquierda. Las hombreras eran puntiagudas, terminando en retorcidos huesos de marfil, al igual que las protecciones de sus rodillas. Sus pies se convirtieron en las garras de un rapaz. Sus manos se fueron alargando huesudas recordando a los dedos de las alas de un murciélago. Un collar de plumas canosas envolvió la base de un largo y rosáceo cuello donde prendía la cabeza de un enorme buitre de ojos pequeños, redondos y amarillos. Bajo sus sienes se encogían las orejas dejando paso a dos cavidades por oídos. Un estropajoso cabello que se extendía en el aire tieso en tres cilíndricas formas coronaban su cabeza. Dos pequeños cuernos sobresalían de la frente, mientras dos extensas alas negras se abrían a su espalda.

Si un buitre en su longevidad absoluta ocupa tres metros, Pruslas ocupaba al menos ocho.
- ¿Impresionado?- Dijo el demonio con el pico donde asomaban sus afilados dientes. La voz y la risa del monstruo eran las mismas que antes.
- Todos sois igual de feos.- Dijo flexionándose Miguel y poniéndose en guardia.
- ¿De veras piensas atacarme con las manos libres? Entonces será muy fácil vencerte.

Miguel miró de reojo su espada, iba a ser difícil derrotar a Pruslas solo con golpes, más, cuando se trataba de alguien tan grande.., pero no podía retirar la espada del lado de Valentín y Mijots. Ellos debían encontrar la solución para destruir a los dobles de Quebrantariel.
Pruslas le dio un manotazo con sus imponentes garras de la mano. Miguel las esquivó a tiempo. Pese a la voluminosidad del demonio no era demasiado lento, lo que iba a suponer mayor dificultad para derrotarle.


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