CAPÍTULO 17: El laberinto de coral









Si algo caracterizaba al hijo de Zeus y Maya, llamado “argicida” “cilenio” o “atlantíada” por los grandes clásicos; era una especial tendencia a correr cuantos riesgos se le presentaran. Cuanto más difícil era el alcance de un objetivo, más motivación había en el “merculino” o “arcadio” en realizarlo. Por algo fue elegido el mensajero de los dioses y se le fueron asignando las misiones más intrépidas del santuario olímpico. Para él la misión atribuida por Atenea era una más de esas misiones.
Hermes aterrizó en Ea, pero antes de adentrarse en el palacio de la bruja marina, bebió un amargo brebaje para impedir que a la caprichosa mujer se le ocurriera convertir su divina figura en una de sus mascotas. Aquel brebaje lo había recibido de Atenea una vez durante la gigantomaquia, para ayudar a los Olímpicos. La manía de Hermes por atesorar semejantes objetos, tenía su ventaja; conocía mil y ciento de maneras de esquivar cualquier trampa, pero aún se le resistía el misterio de la Atlántida sumergida y la armadura de Atenea.
Atravesando los jardines de animales llamó amablemente al portón donde una cacatúa salió volando hacia el brazo de su dueña para indicarle la visita. La puerta se abrió ante los ojos de Hermes y éste penetró esquivando un par de loros que sobrevolaron su cabeza. Un león perezoso bostezaba mientras lo veía entrar. Unos simpáticos lobos corrieron y le saludaron. Hermes les acarició y avanzó hacia el salón principal contemplando aquella fauna salvaje donde podía ver animales de todas clases. Era un zoológico.
— Saber que todos estos pobres fueron hombres en un pasado, me pone los vellos de punta. – se dijo el dios.
Los animales no le atacaban pues estaban acostumbrados a su presencia. En más de una ocasión el mensajero de los dioses había parado en aquel palacio a entregar sus mensajes a Circe.
En el umbral de la entrada al salón, donde solía estar Circe, se detuvo el mensajero y riéndose se preguntó:
    ¿En qué clase de animal me convertiría Circe? En un feroz oso o tal vez un tierno conejito.
    Te convertiría en un noble caballo alado.
    Así que me convertirías en tu Pegaso particular. — dijo Hermes sonriente al contemplar la hermosa hermana de Helios tendida en el diván, como una Musa posando para su artista.
    ¿Acaso preferirías otro animal?
    Lo haces por mi fama de semental, mi nobleza y las alas de mis atributos ¿verdad?
    ¡Vaya! no he sido muy original, entonces. — dijo la maga coquetamente acicalándose el cabello.
    Te equivocas. El convertirme en algo así, quiere decir que me conoces bien. Una lástima que me prefieras como animal a hombre. No sabes lo que te pierdes.
Circe sonrío suavemente. La forma en la que la nariz de la mujer se arrugaba le daba un aire encantador. Sus ojos tenían un aire caprichoso pero maligno. Nada de ello ensuciaba, sin embargo, su indiscutible belleza.
    ¿Qué mensaje me envían ahora del Olimpo? Todavía no he atacado a ninguno de los hijos de Zeus, así que dile al rey de dioses que puede estar tranquilo. No estoy interesada en ninguno.
    He venido por propia voluntad, Circe.
    Esto se pone interesante. — dijo la mujer sentándose en el diván y deslizando su blanca pierna por el borde del asiento. Llevaba unas brillantes tobilleras que realzaban su atractivo. — ¿y qué te ha traído a este rincón por voluntad propia? Muy importante debe ser si te ha hecho abandonar tus labores de mensajería.
    Así es. Tengo algo que pedirte.
    Sabes que no hago nada gratis. —dijo la hechicera.
    Ya contaba con ello. Curiosamente vienes a dar conmigo, que me encantan los negocios.
    En ese caso debería tratarte por igual. Así que siéntate a mi lado y háblame de tu negocio.
    Muy amable. — Hermes subió el escalón y se sentó al lado de la hechicera. Echó la capa hacia un lado y apoyó el caduceo en el pie del diván.
    ¿Qué son los negocios sin vino? — dijo Circe chasqueando los dedos. Entre los dos aparecieron flotando una jarra de vino y dos copas. Circe sirvió y se lo ofreció a Hermes. Este bebió un sorbo con ella. — dime qué es lo que quieres de mí.
    Sé que, por el hecho de vivir en esta hermosa isla, tienes contacto directo con el mar y el séquito que lo conforma ¿no es cierto?
    Se podría decir así.
    En ese caso seguro que sabrás cómo encontrar la Atlántida sumergida.
    ¿Y por qué quieres saber dónde está la Atlántida sumergida? ¿Qué te traerás entre manos tú con el santuario de Poseidón?
    ¿Acaso cuando te vienen a pedir algo les interrogas antes?
    Comprendo… así que no debo hacer preguntas. Eso no es muy alentador que digamos; me parece que no te traes nada bueno entre manos. — Circe bebió otro sorbo de vino y se apoyó en el diván. — Lo cierto que es mejor no saber más o no podré respaldarme de la ignorancia, entonces.  No preguntaré más.
    Así me gusta. ¿Entonces podrías decirme cómo encontrar la Atlántida sumergida?
    ¿Por quién me tomas? ¿Cómo no iba a saber yo ir hacia allí? Si no lo supiera no tendría tanto prestigio.
    Pues en eso estoy interesado.
    Puedo perfectamente llevarte a la Atlántida, pero ¿qué me ofreces tú a cambio? Tal vez te pida un precio alto por esto.
    Pide y se te dará.
    ¿Puedo pedir cualquier cosa?
    Nada es imposible para mí.
    Hay algo en lo que estoy interesada.
    ¿Acaso tiene que ver con Glauco? — dijo Hermes bebiendo vino. Circe miró al dios, quien le miraba por el rabillo del ojo. — No sé qué le ves a ese manojo de algas, pero si quieres, puedo convertirme en él y hacer todo lo que quieras por una noche.
Circe furiosa golpeó la jarra flotante derramando todo el vino.
    ¿Te estás burlando de mí?
    ¿Por qué te pones así? Sabes que lo haría encantado. — dijo sonriendo con picardía.
    Eres un payaso, Hermes. —  dijo Circe.
    Creo que he dado en el clavo, efectivamente, tiene que ver con Glauco.
Circe se levantó de golpe y lanzó un ataque a Hermes para convertirlo en un cerdo. Pensaba darle así su merecido al arrogante mensajero, pero tras dispersarse la energía, Hermes siguió igual. Sonrió socarrón el cilenio al ver el desconcierto de Circe.
    ¿Cómo es posible?
    ¿Piensas que iba a venir aquí sin tomar medidas? Sé perfectamente el carácter que tienes. — volvió a reír. —  Aunque también pensaba que tenías sentido del humor. Evidentemente, me he equivocado. En fin, no tendré en cuenta la tentativa y sigamos con lo nuestro. — dijo Hermes, levantándose de su asiento y comenzando a andar en torno al diván — Si no quieres una noche salvaje con Glauco. ¿Qué deseas de él? — Circe resopló calmándose.
    Glauco ha sido víctima de alguna extraña influencia.
    ¿Y eso qué quiere decir? ¿Alguna especie de encantamiento?
    Es posible., Glauco ha cambiado de apariencia desde que abandonó Corinto.
    Eso es algo bien evidente. Está mucho menos atractivo. — dijo Hermes riendo.
    Sé que de algún modo sigue siendo el que era, pero no puedo encontrar esa parte de él en ningún lugar. Tengo una pequeña pista: por la noche sale su apariencia auténtica y desaparece antes del amanecer como un fantasma.
    ¿Pretendes acaso que encuentre a ese fantasma? ¿Y cómo se supone que voy a traértelo aquí?
    A través del hechizo que te voy a dar, atraparás su verdadera imagen y me la traerás.
    No sé qué milagroso método vas a emplear, pero si me puedes indicar las coordenadas de su reposo nocturno. Lo conseguiré sin problema.
    Entonces hay acuerdo.  Elaboraré un hechizo tan perfecto y poderoso, que ni siquiera tú podrás burlarlo.
    ¡Ah! una mujer muy astuta. — Dijo Hermes mientras pensaba a su vez “No cantes victoria tan fácilmente.”
    Lo sé. — dijo la maga vanidosa. — A ver, antes que nada, sé que guardas una escama de Nereo.
    Me has impresionado. — dijo Hermes sacando la escama.
    La necesitaré para el hechizo. Ahora me vas a dar tus sandalias y tu petaso. — Hermes le dio lo que pedía. — por último, necesito tu caduceo.
    ¿Cómo?
    El caduceo que llevas te permite atravesar varios mundos. El   foco de su magia es el boliche superior.  Su forma esférica hace que puedas contener y absorber cuanto poder desees para luego liberarlo. Es un artilugio muy preciso y útil.
    Veo que estás bien informada, Circe.
    Obviamente. Ese caduceo fue obra también de titanes, que son mi familia.
    Si tú lo dices… pero no va a sufrir ningún daño ¿verdad? Comprenderás que como has dicho es muy útil. Sin él me resultaría imposible atravesar el Hades.
    Tranquilo, no sufrirá daño alguno. No me interesa inutilizarlo, más bien le daré un nuevo poder
    Eso me gusta mucho. Es un detalle por tu parte.
    No te imagines tonterías, lo hago porque así podrás lanzar el hechizo varias veces. Así si fallas podrás intentarlo otra vez.
    ¿Tan poca fe tienes en mí? Estás hablando con el dios de los pícaros, por todos los dioses.
    Más vale ser prevenidos. Escúchame bien Hermes, el hechizo que te voy a otorgar permite, como si fuera un espejo, reflejar el auténtico aspecto de un ser divino. La imagen quedará guardada en tu caduceo y cuando regreses la verteré en una de mis tinajas para proyectarlo posteriormente.
    Es muy interesante. Me muero por ver cómo funciona ese truco.
Circe se bajó de la peana de dos escalones y se dirigió hacia la puerta de atrás, invitando a Hermes a seguirla.  Cuando la bruja abrió la puerta, tras de ella el dios vio un grupo no muy numeroso de mujeres vestidas de blanco y tapadas con velos. No podía identificar sus edades porque estaban ocultas, pero parecían ser de diversas edades.
    Así que no vives sola ¿eh? — dijo el Arcadio.
    Ellas son mis servidoras. Necesito ayuda de vez en cuando. La mayoría de ellas vienen a que les enseñe un poco de mi magia. Tienen que pasar un pequeño proceso antes de convertirse en mis aprendices y sacerdotisas.
    Oye ¿y no querría dar alguna una vuelta conmigo?
    ¡Ni se te ocurra, Hermes! para entrar en mi palacio se requiere ser virgen. Si alguna de ellas deseara mantener algún tipo de relación, me debe pedir permiso antes.
    Supongo que así te aseguras que solo tú disfrutas de tus mascotas. — Hermes fue inclinando su cabeza ligeramente cada vez que aparecía una nueva mujer frente a él.
Pasaron por amplios corredores y salones, donde las mujeres se dedicaban a diferentes actividades al final del todo una inmensa puerta muy labrada en relieves, mostraba una diosa central rodeada de diferentes seres y criaturas.
    La diosa Hécate. Mi más amada maestra...— dijo el lémur antes de posar su mano en la aldaba y tirar hacia dentro.
La puerta se abrió y entraron los dos en un umbral muy oscuro. En un instante una ráfaga de aire caliente los sorprendió y se encendieron las antorchas y candelabros de la pared. La luz era blanca y hermosa. Hermes se quedó cegado un momento, pero luego al admirar los que se abría frente a él se quedó absolutamente pasmado. 
Se encontraban en la nave de un templo deslumbrante. En el fondo una hermosa estatua de Hécate con diversas ofrendas lo presidía. Alrededor de la estatua unos bellísimos relieves policromados que mostraban diversas escenas divinas. El zócalo del suelo hasta la mitad era un hermoso mosaico de lapislázuli con motivos, símbolos y adornos de oro. El suelo era blanco, lo que permitía que las luces reflejaran todo el colorido de las paredes.  Esparcidas vio baldas y armarios repletos de ingredientes y extraños objetos fruto de una extensa actividad mágica. Muchos de ellos exquisitamente labrados y decorados con laca de muchos colores. A un lado una chimenea para calentar calderos u otros recipientes. Hermosos sillones y divanes se extendían por la estancia y una gran biblioteca hacía esquina. 
Hacia ésta última se dirigió el lémur. Deslizó la escalerilla por la balda y tomó un libro bastante grueso.
    ¿Me acercas el atril, Hermes? — dijo Circe.
    Sí, cómo no.
El mensajero acercó el pesado atril dorado. Se preguntaba si el peso se debía a que realmente se trataba de oro macizo. En ese caso, debería ser muy valioso. Al mensajero se le encendió otra vez el gusanillo de la avaricia, pero decidió no intentar hurtarlo. Al menos hasta que consiguiera la sangre de Poseidón, la cual era su prioridad.
Circe puso el libro en el atril y comenzó a buscar el hechizo detenidamente.   
    Siéntate mientras tanto y toma más vino. —dijo la maga volviendo hacer que apareciera la jarra de vino.
    ¿Y no habría algo de comer también?
Circe miró al dios con recelo, pero resignada, también hizo aparecer un poco de fruta fresca. Hermes la comió sonriente.
    ¿Vas a tardar mucho con el hechizo?
    Lo peor sería no tener los ingredientes. Hace tiempo que no elaboro este hechizo, pero creo recordar que me sobraron ingredientes la última vez. ¡Aquí está!
Circe leyó detenidamente y después se dirigió a mirar los ingredientes. Hermes la observaba desde su asiento. La maga inclinó el tronco hacia delante invitando a Hermes a unas vistas muy lujuriosas de su parte trasera.
    Circe… te vuelvo a recomendar que dejes las compañías que no te aportan nada, por un gallardo y astuto semental.
    Alguien como tú, Hermes. — dijo la maga con sorna.
    Puede… al fin y al cabo dentro de mí hay un Pegaso ¿no?
La maga se irguió y poniendo un brazo en jarras sobre su sinuosa cadera le dijo.
    Así como has dicho, la única forma de que me monte en ti es si fueras un caballo.
Hermes soltó una sonora carcajada revolcándose en su asiento. Se frotó los ojos de lágrimas. Nadie le había contestado de esa forma.
    Será mejor que me ponga a elaborar el hechizo sin ti. ¿Por qué no te vas a terminar tus labores? Luego ven y te lo daré.
    Me parece una idea estupenda. Si no tuviera tantas cosas que hacer, créeme, me encantaría estar contigo más rato. Este sitio tiene su aquél y más con tan buena compañía. — dijo giñando un ojo.
    Ya es tarde. Si no te apresuras se perderán los muertos en el Hades.
    Está bien, está bien… Vendré al anochecer.
Hermes bebió el último sorbo de vino y lanzó la última uva a su boca. Salió por donde había venido y emprendiendo el vuelo siguió con sus labores de mensajero.


Al anochecer Hermes se acomodó en una de las islas del Atlántico Norte, a unas cuantas millas de la Atlántida emergida. Aquellas islas eran frondosas. En el extremo noroeste se levantaba un hermoso valle con unas ruidosas y caudalosas cataratas que discurrían por un río fresco. 
Según las indicaciones que le había dicho Circe, ahí solía Glauco trasnochar a la luz de las estrellas. Le había comentado la maga que la imagen que de él iba a encontrar sería el auténtico aspecto del ex príncipe Corintio.  Cuando le viera debería lanzar el conjuro del espejo divino sobre él lo más prudente y rápido posible para obtener lo que la maga deseaba.  Solo así podía ésta enseñarle el camino a la Atlántida sumergida. Parecía todo más fácil de lo que podía imaginarse Hermes, pero el hecho de que la maga no le explicarle cómo iba a tener el lugar del hechizo, le hacía sentirse algo inquieto pero curioso.
El arcadio bostezó y estiró sus extremidades perezoso. Había sido un día duro, pero todavía le quedaba mucho que hacer antes de acostarse. Tomó un poco de agua del río con sus manos y se lavó la cara en un intento de espabilarse. 

“Circe me ha dicho que hasta que no consiga la imagen de Glauco no podré entrar en la Atlántida sumergida. ¿Por qué? No se esmeró en explicarme más.”

Solo tenía que esperar a que el general durmiera y entonces debía proyectar el boliche de su caduceo sobre su frente. Se suponía que gracias a los avanzados poderes mentales de Hermes, sólo éste podía ser capaz de dominar semejante hechizo.” Tu facilidad de desplazamiento en las diferentes dimensiones, te permitirá regresar sin problemas y muy velozmente.” Recordó el hijo de Zeus las palabras de la maga. “¿Adónde se supone que voy a ir?” Se preguntó intrigado el argicida. En ese momento pudo percibir cierta actividad en las aguas del río muy cerca de la catarata y centro su atención en él.
El agua tornó un color rojizo y en medio de un remolino se alzó un enorme tronco de coral por entre el cual reposaba el dragón marino. Hermes se acercó sigiloso hasta poder ver más de cerca el acontecimiento que estaba a punto de presenciar.
A primera vista y debido a la oscuridad, el mensajero del Olimpo tuvo serias dificultades para distinguir algo; pero finalmente pareció avistar alguna imagen que, de un modo u otro, le resultaba extrañamente violenta. Glauco estaba completamente adherido al coral como si formara parte de él. Parecía una débil mosca aletargada, atrapada en una telaraña y esperando a ser devorada. El coral se deslizaba suavemente como un enorme monstruo marino hacia la orilla alargándose y encogiéndose sus ramificaciones como si se trataran de palpitantes dedos.
—¿Qué titanes es eso? ¿El coral está vivo? — murmuró Hermes mientras se deslizaba sigiloso por entre los matorrales y piedras para acercarse más al extraño objeto viviente.
Se detuvo oculto tras unos altos troncos caídos sobre el río y las caídas ramas del sauce llorón que se levantaba entre ellos. El coral parecía gotear una extraña substancia en su avance. Estirando su brazo el mensajero pudo atrapar una de esas gotas.  Era muy espesa y la examinó en su mano frotándola entre sus dedos. Su textura era mucosa. Entonces cayó en la cuenta por el olor que expelía, de qué se trataba.
    ¡Es sangre! Sangre coagulada.
Hermes sacudió repugnado la substancia de sus dedos y se precipitó a lavarse las manos en uno de los caños de la catarata. El enorme monstruo de coral llegó a la orilla sacudiéndose. El cuerpo del general marino cayó al suelo boca abajo, estaba sin duda aún con su armadura.
La figura se encogió levemente, como un globo desinflándose. Frente al cuerpo apareció una fantasmagórica figura desnuda humana que cada vez se hacía más visible. Una larga y espesa melena oscura cubría toda la mitad de su cuerpo y espalda. Miró el sujeto sus manos cubiertas, como todo su cuerpo, de la gelatinosa sangre. Parecía como si hubiera sido recién parido por su madre, aunque en edad adulta.  Entreabriendo sus ojos el cilenio intentó distinguir su rostro, pero el largo flequillo de la figura se lo impedía. Detenidamente se encontraba el fantasma mirando el cuerpo que vestía la armadura sacudiéndose la pegajosa substancia. Cuando comprobó que no se le iba, se fue acercándose al agua lentamente y se refregó bien hasta sumergirse.
Cuando salió a la superficie otra vez, Hermes comprobó que no se trataba de una melena oscura sino más bien clara.  Apartándose el flequillo el extraño alzó sus ojos y entonces pudo reconocerle el dios.  Glauco había recuperado la forma que tenía anteriormente, pero parecía mucho más hermoso ahora, como si un extraño conjuro hubiese acrecentado su atractivo. Tenía un aire mucho más divino y sobrenatural.  Era el príncipe de Corinto que él había conocido, con su melena rubia y sus ojos verdosos. El ex príncipe había tomado un aire más regio y fuerte.
    ¿Qué estás haciendo, Hermes?
Se dijo el dios cuando había caído en la cuenta de que estaba malgastando más su tiempo en mirarle que lanzarle el hechizo. ¿Debía esperar el dios a que se durmiera Glauco después de su relajante baño? O ¿Mejor aceleraría su sueño para terminar cuanto antes con su labor? Optó por la segunda opción y con paso firme salió de su escondite. Glauco había escuchado el ruido de sus pasos y se giró lentamente para mirar quien había aparecido.
    Mucho tiempo sin encontrarnos príncipe de Corinto. — decía Hermes mientras avanzaba y se ocultaba en la oscuridad.
    ¿Quién eres? — Dijo Glauco con voz suave y cálida. En cierto modo hasta huidiza.
    ¿No reconoces mi voz? — dijo Hermes. — En más de una ocasión fui yo a visitar a tu padre Sísifo antes de que intentara burlar a Tánatos. Mas mis advertencias no fueron acogidas. Tu padre me caía bien; teníamos bastante en común, pero ahora lamento el duro castigo que le propició Hades para impedir que escapara otra vez. Afortunadamente, parece que tu madre Mérope está muy feliz junto a su segundo esposo, Pólibo.
    ¿Cómo sabes tanto de mí? ¡Sal a la luz! Estoy empezando a ponerme nervioso y no me gusta. — dijo más autoritario Glauco, levantándose quedando el agua por su cintura.
Hermes salió al claro del río iluminándole la luz de la luna. Cuando Glauco distinguió sus atributos la reacción de príncipe se le hizo sorprendente al olímpico: Una cálida y amable sonrisa le estaba recibiendo. Era sincera y alegre.
    ¡Hermes! ¡Cuánto tiempo! — dijo el general saliendo del agua. — Me alegra verte otra vez. Ahora entiendo cómo sabes tanto de mí. Mi padre y tú erais amigos. Él siempre te mencionaba en sus conversaciones como un ejemplo a seguir. Hasta le transmitiste parte de tu sabiduría…, esa sabiduría que fue posteriormente transmitida a mí.
    ¿Sabiduría? ¿Así me ves? Me resulta muy gracioso lo que dices. — Dijo Hermes riéndose. — ¿Llamas sabiduría a un par de trucos baratos de prestidigitación y comedia?
    No… no era solo eso… era…
En ese instante el general se llevó las manos a la cabeza y su cuerpo se dobló.
    ¿Estás bien, príncipe?
Glauco extendió su brazo para impedir que se acercara más el dios a él.
    Me duele mucho la cabeza… Es mejor que te vayas. Sé lo que me suele pasar después de esto y no me gusta.
    ¿Qué pasa? Tengo aquí unas hierbas que van muy bien para eso ¿las quieres? — Hermes sacó de su botín un frasco que de un manotazo fue rechazado por Glauco.
    ¿Cómo has osado a espiarme, intruso…? — dijo Glauco con voz siniestra. — ¡¡Apártate de aquí!!
El cosmos de Glauco le lanzó un golpe de sorpresa a Hermes. Éste no se lo podía haber imaginado. Levantándose el dios miró a Glauco, cuyo hermoso rostro se ensombreció. Su piel comenzó a deformarse incomprensiblemente. Aparecieron unas ramificaciones que se abrían paso a la superficie. Rasgaron la epidermis violentamente desapareciendo la belleza natural de Glauco. Parecía otra vez tornarse monstruoso su aspecto.
    ¡Por todos los dioses! ¿Qué es eso? No luces muy bien ahora. – Dijo Hermes perplejo.
    El que no va a lucir bien ahora ¡Eres tú! ¡Maldito entrometido! — dijo Glauco lanzando su ataque de coral.
Hermes reaccionó rápidamente levantando su escudo de mercurio el cual rechazó fácilmente las púas de coral. Glauco siguió insultándole lanzando varios ataques sucesivos que esquivó el dios confuso del cambio de humor de Glauco. Al principio el ex príncipe no parecía haber cambiado su comportamiento, como el dios le había conocido; pero ahora, lucía absolutamente diferente.
    Esto me pasa por intentar ser amable. — Se dijo el dios. — Debía haberme ceñido a dormirlo y lanzar el hechizo.
El dios se ocultó entre la arboleda mientras un descontrolado Glauco le preguntaba dónde se encontraba y le llamaba cobarde. Lanzaba éste ataques imprecisos y cuantiosos esperando que alguno acertara en el hijo de Zeus, dondequiera que estuviera.  El general era objeto de un ataque de ira inexplicable.
    Y yo que pensaba que solo eran así las amazonas. ¡No es una mujer! ¿por qué se pondrá así? ¿Tendrá algún complejo o algo parecido? ¡Somos dos hombres por el amor de Gea! ¿Acaso nunca ha estado desnudo delante de otro hombre?
    ¿Dónde estás Hermes? Sal aquí y pelea como un hombre. ¿Quién te ha mandado a espiarme y estorbar mi descanso?
    ¿Sabes? — comenzó a decir Hermes. — Conmigo puedes estar tranquilo, a mí solo me gustan las mujeres. No soy tan ambiguo como Apolo o Zeus.
Glauco centró sus ojos hacia dónde provenía la voz, intentando descubrir a Hermes.
    ¡¿Qué insinúas maldito degenerado?!— Protestó el general percibiendo la silueta de Hermes.  Le lanzó otro ataque que rozó el muslo de arcadio.
    ¡Ah! me ha dado. — dijo Hermes llevándose la mano al muslo saltando más lejos para buscar otro escondite. — ¡Y duele una burrada! — dijo situándose entre los peñascos de la catarata. Pudo sentir el familiar hormigueo del veneno recorriendo sus venas—  El general no cesaba de llamarlo a gritos exagerados —  Mientras no me comporte tan extraño como con las rosas de Afrodita, todo irá bien. 
    ¡Voy a destruirte, Hermes! Y luego le llevaré un trofeo a Poseidón. No le caes muy bien. — dijo Glauco riendo malévolamente.
    Antes de que esto se ponga peor, tengo que reaccionar.  
    ¡¡¡Hermes!!!— Gritó el general.
    Glauco… no vas a destruirme pues antes yo terminaré con mi cometido contigo. Así que te ha molestado que haya interrumpido tu descanso ¿Eh? No te apures enseguida volverás a echarte la siesta.
Sacando la lira de su botín, comenzó Hermes a entonar una dulce melodía que provocó un fuerte impacto en el general marino. Glauco se llevó las manos a sus oídos tan pronto como escuchó los primeros acordes. Hincando la rodilla comenzó a sentirse paralizado. Hermes sonrió comprobando que estaba surtiendo efecto su ataque en él. Debía medir las notas para dejarle tan solo dormido y no muerto. No había necesidad de matar a un general. Enfurecería tanto a Poseidón que erraría en su misión por tomar la sangre del dios de mar.
Ante la sorpresa de Hermes, Glauco comenzó a vencer su ataque con un elevadísimo cosmos. Fue cuestión de tiempo que el general del Atlántico Norte, superara el ataque de Hermes.
    ¿Acaso no sabes que estoy harto de escuchar la flautita de Tritón...? — dijo el general enfatizando con retintín la palabra “flautita”. Otra siniestra risa brotó de maligno monstruo marino.
    Esto será más difícil de lo que pensaba…— dijo Hermes. — En ese caso dejémonos de cortesías.
Girando su caduceo con resolución, el dios de los comerciantes se dispuso a lanzar un ataque doble de sueño y el hechizo de Circe, sobre Glauco. Estaba tan convencido de que lo lograría que se tiró hacia el dragón marino sorprendiéndole por la espalda.
No obstante, no se percató el dios que al mismo tiempo el consejero de Poseidón lanzó su triángulo de oro, cayendo ambos sobre un abismo de luz aterrizando en las profundidades marinas con violencia.  El golpe fue muy duro para ambos, pero especialmente para Glauco quien cayó debajo de Hermes inconsciente.
Hermes se levantó magullado intentando impedir cualquier contacto físico con el desnudo general. El pensar que eso podía suceder le daba repelús al dios.  Entonces miró a su enemigo, descubriendo en la frente de éste una señal con forma de haz; justo la misma que viene a hacer un rayo al caer sobre la tierra. Se asustó el dios por si había sido demasiado fuerte su ataque y acercándose se aseguró que el consejero de Poseidón todavía respiraba. Parecía que efectivamente así era y sentándose al lado, el argicida respiró aliviado. En dicha tranquilidad, después del asombroso cambio de carácter de Glauco, Hermes observó el entorno que los rodeaba.  Era un lugar muy extraño…, un lugar absolutamente desconocido para él.
Tan solo un enorme pilar rodeado de corales les acompañaba en aquella amplia estancia. Sobre su cabeza se extendía la bóveda protectora del reino de Poseidón. El atlantíada no podía salir de su alegría ¿Estaba ya en la tan buscada Atlántida Sumergida? Se levantó de golpe acelerándose su corazón de emoción. Debía comprobar si así era y buscar de inmediato al rey del mar. Estaba muy cerca de alcanzar otro de sus desafíos.
Buscando una salida rodeo el entorno, todo aparentaba ser un arrecife en cuyo horizonte se seguía extendiendo el fondo marino.  Hermes se preguntaba dónde estaba la dirección hacia el templo de Poseidón.
—Estamos listos si tengo que explorar todo esto. Podría perderme sin problema alguno. La cúpula protectora del soberano del mar aísla su santuario del agua permitiendo a sus habitantes respirar; pero no puedo imaginarme cuánta extensión tiene. Me pondría a dar vueltas como un estúpido, y no tengo demasiado tiempo que malgastar.
Hermes miró el cuerpo de Glauco que seguía inconsciente y se le ocurrió una idea.  Dirigiéndose a él, posó su mano en el suelo. El brazo se tornó plateado serpenteando y construyendo unas rejas alrededor de general.
    Eso le mantendrá retenido largo rato y me protegerá de cualquier ataque. Voy a volar hacia la cima del pilar, hasta que pueda ver un claro plano de la Atlántida y localizar lo que me interesa.
Tal como dijo Hermes, haciendo uso de sus sandalias, emprendió el vuelo vertical a lo largo del pilar a toda velocidad. Esperaba avistar la Atlántida Sumergida desde lo más alto que pudiera.


Era imposible calcular cuánto llevaba elevándose el dios, pero sus extremidades estaban ya empezando a engarrotarse de luchar contra el aire y sus piernas estaban agotadas de mantener la misma postura. Volar con las sandalias aladas tenía sus dificultades. Al contrario de lo que podía pensar cualquiera, se requería mucha fuerza para poder controlar bien la dirección del vuelo; y más aún, con unas sandalias cuya facultad voladora pendía del combustible del oricalco, y no de la magia de los titanes. El oricalco daba más peso a sus sandalias como si llevara unas pesadas grebas en sus piernas, era uno de los inconvenientes de las sandalias de repuesto de Hefestos. Sus sandalias originales eran mucho más ligeras y no le suponían tanto esfuerzo.
Hermes se hizo un ovillo en aire y paró de avanzar. Necesitaba relajar su postura. Así que extrañado intentó buscar una explicación a la imposibilidad de llegar a la cima de pilar.  Masajeó un poco su talón y pantorrillas, intentando que el riego sanguíneo volviera a circular adecuadamente. Había expulsado el veneno del ataque de Glauco, o al menos eso creía, pues el dolor había desaparecido y no se sentía para nada extraño… pero ¿Dónde estaba la cima?
    La propulsión de oricalcos de las sandalias me ha machacado un poco la parte inferior del cuerpo. Cuando esto me pasa he de descansar o sino quiero reventar como un cohete. ¡Maldición! Y ni siquiera sé si el hechizo de Circe ha funcionado.
Miró hacia abajo y al ver que podía todavía distinguir la jaula de Glauco desde lo alto no podía creerlo.
    ¿Acaso no he avanzado nada? ¡Eso es imposible! Estos efectos me suelen ocurrir tras al menos 8 horas volando sin cesar.   Sí, estoy seguro que debo llevar al menos ese tiempo ascendiendo. ¡Diablos! ¡Eso quiere decir que he perdido ya mucho tiempo!  Probablemente ya haya amanecido en la superficie. En el Olimpo se estarán preguntando dónde estoy.
Hermes comenzó a inquietarse un poco. Por los mensajes no debía preocuparse pues Iris se encargaría de sustituirle como solía hacer, pero el hecho de no encontrar explicación a su vuelo sin rumbo, sí que le preocupaba bastante.
    ¿Qué está pasando aquí?
El silencio fue roto por una suave y cálida voz que le alentó.
    ¿Hermes estás ahí?
    ¿Glauco? ¿Te has despertado?
    Sí, pero me siento extraño. Es como si estuvieras muy cerca pero no puedo localizarte.
    ¿Cómo dices?
    Estoy encerrado en algo pringoso y me siento muy agotado.
    Debe ser mi jaula. Hace unas horas estabas absolutamente ido. Cambiaste de personalidad totalmente y comenzaste a atacarme.
    Lo sé.  Me ausento y luego me doy cuenta del daño que algunas personas han sufrido. Todas ellas me culpan por él.
    ¿Qué? — dijo Hermes sin entender una palabra.
    Creo que ya te veo… estás atrapado en algo, no reaccionas.
    ¿Pero si me estoy moviendo? Voy ahí abajo a buscarte.
Una malévola risa interrumpió la conversación. Hermes podía reconocer en ella al Glauco furioso, quién dijo burlón:
    ¿Te está gustando el paseo? Supongo que será aburrido mirar todo el rato hacia el pilar. En el mar hay auténticas maravillas que admirar.
    ¿Otra vez tú? — dijo Hermes
    Nunca me he ido. Veo que el viaje está siendo muy instructivo, ida y vuelta sin más.
    Cuando te alcance vas a sentir lo que es enfurecer a un hijo de Zeus.
    Si consigues alcanzarme, claro. — dijo Glauco volviendo a reír.
     Hermes no vayas hacia mí. Si vienes seguirás perdido… debes…— volvió a decir la voz amable. — ¡nunca saldrás del laberinto del dragón marino! — gritó la voz malvada.
    ¿Sabes ex príncipe?, creo que tienes serios problemas mentales. Asclepios llama a estas cosas psicosis; así que más vale que le vayas a visitar. Aunque tal vez te cure yo con un par de golpes y vuelvas a ser el chico bueno y obediente de antes. — dijo Hermes con ironía.
    Ese del que hablas era un chico débil e incapaz de hacer las cosas por sí mismo. — dijo la voz malvada. — Yo le he ayudado, y, créeme, que unos golpes no nos separarán tan fácilmente. Los dos nos necesitamos igual.
    Eso ya lo veremos. Haré que te tragues tus propias palabras.
    Adelante, te estoy esperando, Hermes. ¿Acaso no eres el dios de las dimensiones? ¿Entonces por qué estás tardando tanto en encontrarme?
    ¡Dimensiones! —  Dijo Hermes deteniéndose radicalmente, reparando en lo del laberinto del dragón marino. Comprendió pues lo que debía hacer. Se encontraba sin duda, en alguna dimensión o ruta perdida. — El ataque del triángulo de oro me ha lanzado a otra dimensión desconocida, ¿no es así Glauco? — pero el general no respondió. Hermes acogió esa actitud como un “sí”, pero no comprendía todavía, por qué estaba Glauco con él.
En ese instante a Hermes le vinieron a la cabeza las instrucciones de Circe del hechizo.  En ellas la maga le había dicho que el hechizo le permitiría atrapar a Glauco en otra dimensión desconocida.
    ¡Eso es! — dijo Hermes sonriendo triunfador. — El hechizo ha funcionado pues, pero al haber atacado al mismo tiempo, ambos somos víctima y verdugo. Si hablamos pues de dimensiones. Encontraré el camino abriendo la mía propia.
    ¿Qué estás tramando, Hermes? — dijo Glauco.
    Ahora lo verás, veo que estás impaciente por encontrarte conmigo.
Hermes soltó el caduceo, el cual se quedó suspendido entre sus manos agitando sus alas con suavidad. Iluminándose sus cosmos y potenciándose la lima de sus ojos como dos luminosas estrellas dijo con voz profunda:
DOBLE DIMENSIÓN.
El entorno de su alrededor comenzó enseguida a revolverse, doblarse y trenzarse despejando el camino. Entre los planetas y galaxias vio una luz rojiza a la cual se dirigió.
    Ahí estás dragón marino. Ya te tengo en mi poder.

Hermes cogió el caduceo y voló a toda velocidad hacia el portal de luz. No tardó en posar sus pies en el suelo y mirar a su alrededor. Había vuelto a la misteriosa sala del pilar. No había más que unas pocas diferencias. Primero, la jaula que había levantado el dios con su propio mercurio, había encerrado el misterioso coral de la base del pilar. Tras él había un muro donde se elevaba una puerta cerrada que antes no estaba allí. Dedujo el dios del comercio, que aquella era la salida que andaba buscando. Por último, estaba la figura de Glauco con la armadura de pie sobre el suelo, con aquella horrible cabellera de algas. Cuando se dirigió a ella las escamas del general se derrumbaron como si no hubiera habido cuerpo alguno vistiéndolo.
    Esto es lo más surrealista a lo que me he enfrentado de momento.
La voz de Glauco volvió a aparecer esta vez desde el coral prisionero de su jaula:
    Aunque he conseguido despistar tu mente, es evidente que tus dotes mentales son tan poderosos como había oído. Incluso esta jaula que has levantado entorno a mí es muy sólida, pero esto solo me retrasará un poco. Ya he conseguido desmontar tu técnica, Hermes; y el sol ya vuelve a alzarse en la superficie anunciándose mi regreso otra vez.
La jaula se partió por la fuerza del coral que comenzó a moverse de su asentamiento hacia Hermes. Parecían alargarse sus ramificaciones como lo había visto en el lago. Aprisionaron al dios las palpitantes espinas de dichas ramificaciones, haciendo escocer la piel con descargas eléctricas. Era similar a múltiples picaduras de medusa. Con el caduceo Hermes golpeaba esas ramificaciones salpicadas de la sangre, intentando liberarse de ellas, pero el dolor era insoportable.
    ¿Qué diablos es esto? — dijo Hermes. — ¿Qué clase de criatura eres, Glauco?
    ¿No decías que me darías unos cuantos golpes para hacer que entre en razón? — Decía la voz malvada, riendo perturbadamente.
    ¿Unos cuantos golpes solo? Te daré algunos más.
Emitiendo un sonoro grito, Hermes hizo crecer su cosmos ardientemente. Las espinas parecieron ceder ante la intensa fuerza que estaba desplegando el dios, liberando uno de sus puños al coral retrocedió, ante sorprendidos comentarios de Glauco. Finalmente, el coral soltó a Hermes huyendo. El dios del comercio, cuando posó sus pies en el suelo, inmediatamente se giró, liberando la energía acumulada en el ataque de los meteoros de Pegaso que se convirtieron en un cometa reventando toda la parte frontal del coral sangriento.
El doloroso grito de Glauco, era la evidente prueba del daño que había sufrido. La criatura marina se abrió cayendo al suelo un montón de cuerpos pálidos y secos. Cada uno de ellos estaba de alguna forma atravesado por las espinas del coral. Uno de ellos, que se encontraba en mejor estado, se secó ante los ojos de Hermes. El dios miró la abominación absolutamente repugnado. 
¿Quieres saber dónde me encuentro? — dijo la voz rasgada de Glauco. — Para alguien como tú no debe ser complicado de descubrir.
    No debe haber más que una respuesta a tu pregunta retórica: Estás ahí dentro.  Como una repulsiva sanguijuela te sirves de la sangre de estas personas para mantenerte con vida. En todos los años que llevo de vida, ningún titán me dio jamás una impresión tan aborrecible, como la que me das tú. 
Hermes se dispuso a entrar en el coral, pero alguien le retuvo tomándole firmemente del brazo.  Al girarse, Hermes vio la armadura del dragón marino vestida por el Glauco no monstruoso.  El ex príncipe estaba terriblemente herido y cubierto de sangre, y aunque su aura parecía sólida al principio, se hacía cada vez más tenue.
    No entres ahí. — le dijo. — Es peligroso. — Hermes miró al ex príncipe de Corinto. Por su espantoso estado dedujo que el hijo de Sísifo, también había sido otra víctima del brutal coral.
    ¿También has sido absorbido por ese monstruo marino? Descuida. Le daré su merecido y te llevaré para que te recuperes.
    Te lo ruego…— dijo el ex príncipe. — no lo hagas y déjalo en paz…
    ¿Qué dices? — dijo confuso.
    Lo ves, Hermes. — dijo la voz del coral. — Él y yo nos necesitamos.
    ¡Pamplinas! — protestó el dios. — No eres más que la seductora voz de un demonio.
Hermes sacudió su brazo para liberarse del ex príncipe. Éste cayó al suelo sin fuerzas e inconsciente. El hijo de Zeus, se puso en guardia para lanzar su ataque definitivo de la Explosión galáctica, pero desapareció todo ante sus ojos, volviendo a encontrarse frente a Circe.
    ¡¿Qué?!— dijo irritado por el desorden e incomprensión de los acontecimientos. — ¿Y ahora qué hago contigo? — Protestó el dios a Circe.
    Si estás aquí es porque has completado lo que te pedí. Puse como complemento al hechizo, que volvieras a mí si terminabas tu cometido.
    ¿Cómo?
    Dame el caduceo. Enseguida descubriremos lo que viste y hallaras la explicación a todo esto.
Hermes seguía confuso, pero entregó el caduceo a Circe. Antes de que perdiera la cordura, como el enemigo contra el que acababa de enfrentarse, prefirió dejarse llevar.
La maga le pidió a una de las mujeres que le trajera una de las tinajas y la pusiera entre los dos.  Hermes comprobó que se encontraba en el templo de Hécate y que todas las sirvientas y aprendices de Circe les acompañaban. Algunas estaban sentadas sobre los divanes y sillones de la estancia; otras de pie, apoyadas en la pared, o incluso, tendidas en el suelo.
Circe puso el boliche del Caduceo boca abajo y lo metió en la boca de la tinaja. Ésta enseguida comenzó a reaccionar echando un humo que olía muy bien, seguido de hermosos destellos y chispas que iluminaron el recipiente. Después empezó a temblar.
    ¡Atrás! va a entrar en erupción. — advirtió la maga. Hermes se apartó y las que estaban más cerca también.
Un líquido luminoso fue expulsado hacia el techo. No salpicó, pero adoptó la forma de una enorme burbuja de sólida acuosidad. En su interior aparecía Hermes golpeando al aire como si se tratara de la perspectiva de Glauco al sufrir el golpe. Se podía también percibir brevemente la técnica del general sincronizada con el golpe.  Se precipitó éste, por el mismo túnel por el que Hermes había viajado, apareciendo sumergido en una superficie pegajosa y rojiza. Los cuerpos muertos de su alrededor parecían flotar también dentro de la misma zona.
    ¡Lo sabía! — Exclamó el dios. — Estaba dentro del coral. Esas ramificaciones son las mismas que me atacaron al final del combate.
    ¡No espera! — dijo la maga. — Parece que está dentro, pero ¿no ves que también te ve a ti?
Efectivamente, Ahora aparecía la imagen de Hermes frente al coral luchando duramente.
    ¡No lo entiendo! — dijo Hermes.
    Yo tampoco. — Dijo la maga. — Efectivamente Glauco parece el mismo.
Ahora aparecía la imagen de Hermes y él hablando en el río. No tardó en salir del agua el general mostrando todo su porte. Las mujeres se ruborizaron y otras expulsaron nerviosas y pícaras risitas.
    ¡Miento! Está mucho más hermoso. — dijo Circe llevándose las manos a su hermosas y ruborizadas mejillas. Hermes la miró.  Le brillaban los ojos de amor y atracción.
    ¿Hey? Yo estoy mucho mejor que él, señoritas. — dijo celoso. — ¡ahora mismo lo vais a ver! — se puso la mano en el cinto. Para desabrochárselo, pero Circe le detuvo con una chillona negación.
    ¡No seas vulgar! — dijo la maga. — Esto es el templo de Hécate no un Harem.
    Era broma— dijo Hermes riendo. — No iba a hacerlo.  Solo quería hacerte enfadar otra vez. ¡Es muy divertido!
    ¡Hermes eres un crío! — dijo Circe. — Deberías ser la vergüenza de Zeus en este momento.
    ¡Ja! — dijo el dios. — Qué poco conoces a mi padre. En realidad, nos parecemos muchísimo, aunque yo tengo más cabeza.
    ¡Qué falta de respeto! — dijo Circe mientras la burbuja se ocultaba en la tinaja otra vez. — No comprendo cómo no te ha fulminado con su rayo ya.
Circe selló el recipiente con un tapón y pegó un papel en ella con algún tipo de oración escrita.
    Porque depende demasiado de mí. — dijo Hermes cruzándose orgulloso de brazos.
    ¡Se acabó el espectáculo! — se dirigió Circe a las mujeres. — Volver a vuestras cosas.
Las mujeres se levantaron y se movieron.
    Dejaré mi contacto a su maestra, señoritas, por si alguna desea de verdad verme en la intimidad y sacar sus conclusiones.
Las mujeres miraron pícaras a Hermes y rieron.
    ¡Bueno! Creo que va siendo hora de que cumpla mi parte del trato. — dijo Circe.
    Eso es lo que procede. — dijo Hermes.
Circe dejó la tinaja entre otras muchas que tenía y dirigiéndose al altar sacó de detrás de la estatua de Hécate una caja labrada de plata. La abrió mostrándosela a Hermes. En ella había unos hermosos ornamentos. Dos de ellos parecían espuelas, otros dos eran unos hermosos brazaletes, y dos hermosas piedras multicolores. Hermes miró esos tesoros avaricioso e hipnotizado por su belleza.
    No te resultan familiares ¿verdad?
    Para nada. Si supiera que existía un tesoro así ya estaría en mi botín.
    Estos objetos son únicos y no los reconoces porque obviamente he hecho algunos arreglos en ellos. Han salido de la escama de Nereo que me has dado.
    ¿En serio?
    Son unos complementos que has de llevar contigo si pretendes llegar a la Atlántida sumergida.
Circe cogió las espuelas y las encajó en las dos sandalias, saliendo dos mini aletas de ellas. Después encajó las dos piedras multicolores en los nudos de las sienes del petaso. Finalmente abrochó los brazaletes en los potentes bíceps del dios.
    Sé que puedes volar gracias al oricalcos de tus sandalias y que Hefestos te ha colocado aletas; pero eso no será suficiente si pretendes entrar en el santuario. Como bien has deducido todas las criaturas marinas tienen permitido entrar en el santuario de Poseidón, pero no las criaturas de la tierra y el cielo. Estos complementos bloquean esa permisión y te permitirán alcanzar cualquier cosa que quieras del mar. Solo has de querer llegar a ellas, sumergirte en el agua, y harán el resto.
    ¡Genial!
    Además, con la magia lémur que he incluido en ellos, no te será tan difícil moverte como con las sandalias sustitutas de Hefestos. He compensado su peso y serás incluso más veloz y flexible que con las originales.
    ¿Y podré utilizarlas en las originales?
    Así es.
    Estoy entusiasmado por probarlo. — dijo Hermes excitado.
    Escúchame Hermes, no sé qué vas a hacer exactamente, pero lo puedo intuir. Vas a correr un gran riesgo con esto y tal vez te cueste caro en un futuro, pero, en cierto modo… creo que tú y tu cómplice estáis en lo correcto.
    ¿Circe tú lo sabes? — dijo Hermes.
    Las lemurias tenemos la enorme carga de vislumbrar el destino de las cosas y estamos íntimamente conectados los unos y los otros. Si Nefele lo sabe, yo irremediablemente también lo sé.
    ¿Te estás preocupando por mí? Eso no es muy común en la bruja del mar.— Dijo Hermes taimado.
    ¡Qué estupidez! ¿Por qué iba yo a preocuparme de ti? Te sabes cuidar mejor que nadie. — dijo altanera.
Hermes la miró sin creer en lo que decía. Su intuición no le engañaba y sabía que algo inquietaba a la maga.
    Decididamente nadie puede resistirse a mi encanto.
    ¡Vete ya! — dijo autoritaria Circe. — Me estás distrayendo y tengo muchas cosas que hacer. – La maga le dio la espalda arrogante.
    Está bien. Yo también tengo cosas que hacer. En el Olimpo deben estar histéricos porque no he aparecido hoy.
Hermes se dirigió a una de las ventanas del templo. La abrió y subió al alfeizar.
    ¡Hasta pronto Circe! — dijo inclinando un poco la cabeza— No enloquezcas demasiado en la cama cuando ese ex príncipe aparezca en tus sueños más íntimos. Y si necesitas compañía ¡llámame!
    ¡Márchate! — Gritó furiosa la maga.
Hermes se marchó riéndose. Estaba claro que tal vez algún día debería devolverle a la hermana de Helios el favor. El negocio estaba bastante descompensado por su parte, y si algo hacía a Hermes un buen empresario, era pagar lo debido a sus socios.


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