CAPÍTULO 18: La extinción del genio





La puerta de la guarida de Astaroth se abrió atravesándola un muchacho, que respetuosamente se dirigió hasta él. Entre sus manos había un pequeño pergamino sellado.
Solo vengo a traeros este mensaje de la cúpula, mi general.- dijo el muchacho.
Astaroth tomó el pergamino y extendiendo la palma de su mano sobre el sello, el símbolo de su frente del pentágono invertido se iluminó. El sello cedió sin problemas. El general leyó atentamente lo que ponía en su interior.

“Ordenanza de la cúpula infernal:
Reunión extraordinaria del cónclave de los 7 capitales en el quinto grado.
Acuda el General Capital , como miembro de los mismos.
FDO: Mefisto.”


Astaroth volvió a enroscar el pergamino y se lo entregó al chico.
- ¡Vaya! Parece que se han extendido las noticias rápidamente entre los capitales…- Dijo.
- ¿Es cierto, mi general? ¿Han bajado los arcángeles?
- ¿Es eso acaso de tu incumbencia, cabo?– el chico se inclinó, en señal de sumisión.- Entonces no hagas preguntas tú no eres más que un soldado. ¡Márchate y búscame al coronel Barbatos! No he recibido todavía ninguna noticia de él.
- ¡A sus órdenes, mi general!
El muchacho se retiró a paso ligero tan veloz como el viento.
Pensativo cruzó sus piernas Astaroth. La ausencia de Barbatos le irritaba pues éste aparecía y desaparecía como un fantasma, cuando tenía órdenes estrictas de comunicarle todo lo que sucedía en la Tierra. Por este motivo el general le había entregado un poderoso ojo de cristal, que grababa perfectamente cada suceso que presenciaba el tercer coronel, para luego mostrárselo a su superior. No obstante, su preocupación era aun mayor pues presentía que aunque Pruslas y sus retorcidos experimentos fueran invencibles, tal vez los entrometidos arcángeles podían encontrar la forma de destruirle, pues lo habían hecho con Aamon.
- ¡Malditos niñatos de rizos y ojos claros!- Exclamó furioso Astaroth. Apretando su puño y golpeando el reposabrazos de su trono. – Como odio cada partícula de vuestro espíritu. ¡Sois insoportables! Cuando complete mi transición juro que os destrozaré a cada uno. Arrancaré vuestra dorada cabellera y me haré una almohada con ella. Después os abrasaré en el fuego del infierno al que pertenezco y por la eternidad veréis mis ejércitos y mi odio exterminando toda la obra que amáis, incluyendo a esos estúpidos hombres que tanto protegéis. No son más que escoria para mí, no son más que alimañas sin ningún tipo de causa admirable. ¡Cómo osáis a compararlos con nosotros cuando nosotros somos la perfección de este mundo!
- Por algo sois el ángel de la ira y el odio, mi general.
En el fondo de la galería apareció Barbatos. Astaroth le reprochó su retraso y le exigió inmediatamente que le dijera qué había pasado con Pruslas. A lo que Barbatos dijo:
- Lo predecible, mi general, Pruslas no era más que un indigno de portar vuestra insignia en su hombro.
El coronel le mostró la cinta del hombro izquierdo del pentágono invertido, que portaba Pruslas. Estaba hecha jirones. Cuando Astaroth la miró sitió arder su sangre hasta el punto de ebullición. Rabiosamente emitió un “No”, de voz desgarrada de ira.

- Os lo dije, mi general. Ni Aamon ni Pruslas merecían los honores que le distéis. Eran ángeles de baja categoría un principado y una dominación. Menudos inútiles. Quisieron llegar más alto de lo que les correspondía y terminaron destruyéndose.- Se echó a reír.
- ¡Silencio Barbatos!- Gritó el general.- ¡Tu arrogancia me es insoportable! Y tal vez me encargue yo mismo de destruirte antes que los arcángeles.
- Lo lamento señor.- Dijo aguantando la risa.
- Enséñame ahora mismo la causa de su extinción.- dijo entre dientes clavando la punta de los dedos en la madera del trono.
- Con gusto.

Y diciendo esto Barbatos sacó la pequeña esfera de cristal de la cuenca de su ojo y proyectando el iris hacia la pared. Las imágenes de la batalla final entre Miguel y Pruslas se sucedían ante los dos. Pese a que ellos solo veían imágenes estos eran los sentimientos que apabullaron a los arcángeles:

>>Valentín sintió frustración. Por un lado combatía Miguel, encontrándose en serias dificultades. Las dimensiones del segundo coronel eran temerarias y éste había hundido en el asfalto al general del Cielo con su propio cuerpo. Quiso ir a ayudar pero le detuvo Mijots.

“Ten fe en Miguel, chico, por algo es el único capaz de vencer. Ahora no me mires con ese desánimo, pues si hay algo que las Dominaciones debemos saber, es que somos también las criaturas de la esperanza; sino.., ¿cómo los inventores, científicos y genios de este mundo han conseguido encontrar las curas y soluciones a las enfermedades y todo aquello que hacía más costosa la vida de los hombres? Su persistencia y esperanza en poder hallarlas fue lo que les hizo tan grandes.”

Valentín había escuchado con atención las palabras de su futuro maestro y la sonrisa volvió a atravesar su rostro. Volvió a concentrarse en la espada de Miguel y entonces dijo.
- ¿No podríamos hacer lo mismo que antes con los rayos de la espada de Miguel?
- Ves como la esperanza es la gran aliada nuestra. Efectivamente lo haremos. Esas sombras son las almas caídas que Pruslas, por sus corruptas artes, ha conseguido atraer a la tierra otra vez. Si lo orgánico puede ser destruido por la naturaleza de la que forma parte. Esas almas pueden ser destruidas por el mismo espíritu de la que formaron parte. ¿Sabes dónde se haya ese espíritu?
- En la espada de Miguel.
- Así es. Sus rayos son los únicos capaces de destruirlos. Son el espíritu vencedor de Miguel que trae la calma al conflicto de esas almas.

Mijots extendió sus alas que volvieron a aparecer en su espalda. Con un ágil salto se volvió a colocar cerca del cetro y lanzó otra de sus oraciones. En la palma de su mano había algunos shuriken que comenzó a lanzar por doquier, atravesando los rayos de la espada de Miguel, recogiendo su luz como lo hicieran con los rayos de la tormenta.
Las sombras de las almas caídas que estrepitosas les comenzaron a atacar desde el mundo espiritual, ardían como llamas azuladas, heridas por los shurikens bendecidos por los rayos de Miguel.
Miguel golpeó con sus codos a Pruslas desde la opresión que éste había ejercido sobre él al hundirlo en el asfalto. Le golpeó las axilas certeramente obligando al demonio encoger y aflojar sus brazos. Sin duda el arcángel había conseguido dar en uno de los puntos flacos del demonio.
Aprovechando Miguel la reacción, consiguió levantarse apoyando sus manos en el suelo y alzando al demonio sobre su espalda. Acto seguido consiguió reunir las fuerzas necesarias para levantar su tronco y patear de talones la cabeza del demonio, para separarlo de él.
Estaba agotado y tomaba a bocanadas el aire que le había faltado por unos minutos cuando se encontraba bajo el cuerpo de Pruslas.
El demonio comenzó a lanzar sus kunai contra el arcángel quien reconoció en aquellos la misma arma que lo había herido y casi le cuesta la vida a su portador. En ese momento se dio cuenta de que no podía permitir que ni una sola de esas hojas le rozara la piel otra vez… pero eran éstos tan numerosos, y su trayecto tan imperceptible y peligroso, que le iba a ser imposible esquivarlos todos.

Pruslas era un auténtico maestro de lanzamiento de dagas.

El portador de Miguel sentía absoluto agotamiento, pues la batalla le estaba desgastando demasiado, ni la de Aamon la recordaba tan dura. Después comprendió que Pruslas era mucho más experto que el Primer coronel y probablemente más fuerte e ingenioso de lo que alcanzaba su falta de experiencia.

El aliento de Gabriel, volvió a dejarse oír:

“No te derrumbes. Es hora de recordar los entrenamientos que hemos realizado tanto tiempo. ¿Cómo venciste a demonio del cine?”

Santiago asintió.
Realmente los kunai podían equipararse a los shuriken de aquel demonio, pero el trayecto de los mismos no era igual que aquellos. Debía estudiar los movimientos de coronel para buscar un hueco para atravesar los punzantes proyectiles hasta alcanzarle. Después atacaría sus piernas para derrumbarle.
No obstante, no era tan fácil, pues si había conseguido averiguarlos aquella vez, había sido a costa de haber recibido unos cuantos golpes de las armas voladoras. Los shuriken le habían herido superficialmente, pero las dagas se le iban a clavar por su verticalidad y lo más preocupante era que le volvieran a atacar su sistema biológico. No podía recibir ni un solo roce ni golpe o sería su destrucción.

“Avanzamos en eso. Hicimos un nuevo entrenamiento de tipo defensivo ¿Ya no lo recuerdas?”

Le dijo Gabriel.
Santiago lo recordó en ese momento. Gabriel hacía algunas semanas le había enseñado como podía avanzar sin ser golpeado cuando era imposible percibir con claridad el movimiento. Debía utilizar un escudo.
Los guanteletes no le garantizaban la suficiente protección, entonces, debía cubrirse con algo y eso podía tratarse de lo mismo que le estaba atacando.
Saltó entre los kunais esquivándolos pero uno casi le alcanza la garganta. No pudo más que cubrirse y de pronto de su guantelete izquierdo apareció una redondez hermosa y sólida.

¡Era un escudo!

Escuchó la risa de Gabriel.

“No te has fijado que tras tu despertar de la Salvación has sido dotado de mayores beneficios en la lucha. No solo tienes ahora cuatro alas en tu espalda sino que además has despertado el escudo de la Fe.”

Miguel esquivó un par de dagas y la tercera la evitó con el escudo a una velocidad impresionante. El escudo le permitía más libertad de movimientos y cubrió sus zonas más vulnerables y ángulos muertos. Pudo de este modo estudiar mejor los movimientos de las dagas. Recogiendo una al vuelo a penas a milímetros de su piel.
Estaba atónito de su rapidez. No podía creer que hubiese sido capaz de detenerla en el aire, pero el movimiento le había parecido muy lento. Comprendió que ya sus movimientos se habían armonizado con las dagas como pasó con los shuriken.
Los kunais al ser lanzados tenían efectos elípticos por eso la dificultad de identificar la trayectoria. Se movían como dardos lanzados con una inmensa precisión. Así pues, Miguel, los detenía apenas alcanzaban la diana y con un par de esos kunai pudo él solito escudarse también. Repelía los que le venían como lo haría con su espada. Mostrando la parte plana de la hoja a la punta que le venía a atacar ésta rebotaba desviándose. Así podía manejarlos como sus propias dagas, haciéndolas girar entre sus dedos por el mango, con una estudiada colocación de brazos.
Pruslas pudo ver como muchos de sus kunai se desviaban de su objetivo cayendo hacía los lados. No tardó en encontrar a Miguel bajo su pico con varias dagas en sus manos.
No le dio tiempo a reaccionar cuando una patada dirigida a sus rodillas le dejó a horcajadas en el suelo gritando de dolor.
Se las había partido.
Miguel deseando darle de su propia medicina le clavó las dagas por el pico clavándoselo en la tierra.
Pruslas agitaba con fuerza sus hombros para desclavarse. Tal era su angustia por levantarse del suelo, que sus enormes alas levantaban pequeños remolinos a su alrededor al agitarse. Le inmovilizó el arcángel subiéndose sobre los hombros y clavándole más dagas en ambos brazos, de modo que el demonio se quedó anclado en la tierra.
Pero todavía le quedaba el golpe de gracia.
Miró Miguel su espada aun destruyendo a esbirros con sus rayos y comprendió que no podía utilizarla. Respirando hondo miró a Pruslas desangrándose en la tierra, y se compadeció de él queriendo exterminar su dolor. Se llevó la mano sobre su brazo y tocó la cruz que en ella había y reflexionó:

“Santiago fue degollado por una daga… de allí la forma de la cruz…”

Tomó la insignia que brilló incluso con más intensidad que la espada.

“¡Eso Es!”

Y mientras clavó la cruz-daga en el cuello del enorme buitre de Pruslas, recordó quién le había contado la historia de Santiago, quien le había enseñado todo ese tiempo religión, ética e historia…quien era el director del coro de Ana, el capellán del oratorio y el director de San Agustín.
Recordó a quien había salvado y por quién había despertado su arcángel.
En su mente pudo volver a ver como Aamon le hacía saltar la diadema a Gabriel en su primera transfiguración y apareció su mentor.

“¡PADRE THOMAS!”<<<

La proyección se paró y Barbatos volvió a colocarse el ojo en la cuenca. Astaroth había contemplado la pelea en silencio absoluto. El coronel miró al general quien apoyando su boca en la mano no apartaba los ojos de su visión.
-Ese niño cada vez se hace más fuerte y lucha mejor.- Dijo Astaoth.
- Los arcángeles seleccionan cuidadosamente a sus portadores.
- ¡Pero es un niño! ¿Cómo ha adquirido tanto poder?
- Gabriel está con él.
- ¡Me importa un rábano quién esté con él! ¡¡Yo lo que quiero es verle destruido!!
- Todos tienen puntos débiles, mi general y los encontraremos.
- Barbatos eres ahora el coronel supremo de mis legiones. No me decepciones como los que te precedieron. Ahora he de ir a la reunión de los 7 del quinto grado. Te dejo al cargo de esto.
- Sí mi general capital.
Mientras Astaroth descendía de su trono y se dirigía a la pared de su izquierda. En silencio Barbatos le veía alejarse. De su mano apareció un extraño artilugio similar a una libélula que siguió en la penumbra y sigiloso al general.
- Veremos ahora lo que se cuece en la cúpula.


ESCUDO DE SAN AGUSTÍN



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