CAPÍTULO 19: El aroma de la muerte









Ino y Atamante fueron acogidos en el palacio de invitados ilustres de Delfos., Dicho lugar era dependiente de la orden sacerdotal del Oráculo de Delfos, con todos los honores. El complejo de Delfos era una ciudad existente solo para la vida espiritual del oráculo de Apolo. Se trataba de una ciudad sagrada, donde los sacerdotes y sacerdotisas eran las máximas autoridades de ella. Era la puerta al otro mundo.  Los visitantes acudían en peregrinaje hacia allí para pedir la resolución de sus problemas al oráculo y aquél año coincidía con los Juegos Piticos consagrados a Apolo.
Atamante acudía, debido a la influencia de Ino, con la intención de que la especial época pudiera dar una solución a la plaga que había costado la muerte a tantos habitantes de Orcómeno.
Delfos estaba rodeado en el nordeste por la costa y el puerto de Itea, el suroeste lo encerraba la cordillera de Fócida. El río Cefiso nacía en el interior de las montañas coronadas por el Monte Parnaso, donde el propio Apolo dio muerte a la serpiente pitón en duelo con Eros. Conmemorando dicho hecho, y debido a la concentración espiritual del territorio, Apolo hizo construir en aquel lugar su templo más sagrado, dedicado al culto espiritual, las artes y el deporte. Cerca de la cima donde se levantaba el templo de mármol, se encontraba una piedra, donde por los escritos del dios de los poetas, se decía que había nacido la creación.  Dicha piedra, recibía el nombre del “ombligo del mundo”.
En torno al santuario, edificado en diversos niveles del Parnaso se distribuían todos los monumentos.  En la cima más alta se encontraba el teatro, el estadio, la fuente sagrada de Casótide, y el templo de Leto. En un nivel más bajo, el Templo de Apolo. En la parte éste se levantaba el altar de sacrificios y en la parte oeste los templos dedicados a Atenea y Artemisa. Durante los tres sucesivos niveles más bajos serpenteaba la Vía Sacra, decorada de estatuas y tesoros y capillas llamadas tesoros de los pueblos de Grecia. Todos los pueblos, en agradecimiento o donación, depositaban sus riquezas en ellos. La salida al santuario la remataba la puerta de las Milicíades, donde se accedía a un mercado. Allí los comerciantes aprovechaban el acontecimiento para vender sus productos. En dicho mercado, como era ya tradicional, una estatua de Hermes se levantaba sobre un alto pedestal, emprendiendo el vuelo con su caduceo; como símbolo del comercio y del intermediario entre el mundo de los muertos y los vivos.
No obstante, más allá de las edificaciones que podían admirarse a simple vista, todo un entramado de misterios se encerraba en el santuario cuyo alcance solo estaba en manos de los dioses.  Uno de esos misterios los ocultaba el propio templo de Apolo. El dios de las artes, almacenaba su biblioteca de conocimientos y obras secretas en el sótano oculto bajo la edificación.  Junto a los pergaminos, largos como libros, el dios de los poetas también enterraba las tablillas de hierro de los oráculos descifrados. Un segundo misterio del santuario, flotaba en torno a la piedra adorada u ónfalo. Se decía que bajo ella Apolo había arrojado los restos de Pitón. El tercer de esos misterios, se encontraba en la especulación de que eran las propias Moiras las que actuaban como pitonisas del oráculo. Tal vez no como tales en carne y hueso, pero sí como las oscuras influencias de las jóvenes adivinas que debían hablar según los designios divinos.  Por eso muchas personas temían a las palabras del oráculo. 


Los Juegos Píticos celebrados cada cuatro años, junto a los Juegos Olímpicos alternos, eran dos acontecimientos muy importantes. En concreto los primeros duraban en torno a ocho días. Dentro de los tres primeros días, los visitantes y peregrinos debían ofrecer sus sacrificios en el altar de Críos y consultar el oráculo. En el tercero, se celebraba un gran banquete y después comenzaban las competiciones de lírica y teatro. Entre el sexto y el séptimo, las competiciones deportivas; siendo las más populares las de la carrera armada y normal, las luchas; las competiciones de lanzamiento de disco y jabalina, y, por último, la de salto de longitud. Entre el séptimo y octavo día, tenía lugar las competiciones de hípica. Ésta estaba encabezada por la carrera de carros de dos y cuatro caballos, y las de los caballos solos.
En su base eran muy parecidos a los Juegos Olímpicos, pero a diferencia de aquellos que tenían más variedad de deportes, éstos, los cambiaban por competiciones artísticas.
El Palacio de Ilustres de Delfos, era un recinto que se situaba en la zona oriental del Santuario, donde un monte un poco más elevado permitía a los sacerdotes y sacerdotisas vigilar el templo y los tesoros del Templo. Solo se permitía a las pitonisas vivir dentro del recinto del templo, para poder velar por la santidad de sus influencias. El Sumo Sacerdote y la Suma Sacerdotisa podían acudir a visitarlas y proveerlas de los recursos necesarios para su enclaustramiento. Se decía que ellas eran las únicas con la suficiente condición sagrada de velar cerca del nido de Apolo y verse cara a cara con él.
En torno a dicho Palacio, vivían sacerdotes y sacerdotisas separadas por jardines y en la ladera de Delfos, el resto de sus habitantes se encontraban con sus vidas ordinarias en ende de mantener abastecido y poblado el santuario.
    ¿Crees de verdad que Apolo vive de forma eterna en este santuario, Ino? — respondió Atamante mientras miraba el ir y venir de peregrinos en la ciudad, desde la ventana del Palacio.
    El oráculo de Delfos siempre dice la verdad. Su palabra viene inmediatamente de la boca de Apolo.
    Apolo es un dios extraño. Dice ser el dios de las Artes, la belleza y la luz, pero manteniendo contacto con la oscuridad y misterios de este mundo.
    La elocuencia y la adivinación se pueden considerar un arte más.
    O simple superstición…
    ¿Cómo puedes decir eso? Los dioses existen, el hades existe. Hay un misterio encerrado en este mundo que sólo los dioses conocen. Tú eres hijo de Eolo.
    Sí, tienes razón; estaría cometiendo sacrilegio si dijera lo contrario.
El rey de Orcómeno se derrumbó boca arriba en la enorme cama con las manos y brazos en cruz. Con la manga se secó el sudor del frente pensativo. Delfos era muy caluroso, húmedo y él estaba preocupado.
    No debes preocuparte, mi amor. — Decía Ino tendiéndose a su lado. — No vamos a perder nada preguntando a Apolo qué hacer con tu reino.
Antes de que Ino pudiera consolar a su esposo llamaron a la habitación. Una sacerdotisa entró y les invitó a asearse y tomar un baño, antes de ir al salón principal para almorzar junto a los Sumos Sacerdotes y el resto de los invitados ilustres.


Sin duda alguna, averiguar el origen y el extraño funcionamiento del objeto que había robado Hermes a Poseidón, sería indescifrable para él. Requería de una mente brillante, sabia y eficiente. Una mente que era capaz de resolver los propios enigmas de este mundo. Evidentemente no iba a acudir al cascarrabias de Nereo otra vez.
La última vez que se cruzó con él había sido cuando, haciéndose pasar por Amatea y gracias al funcionamiento de los complementos de Circe, había vuelto a aquella cueva y tomado el ungüento maravilloso de regeneración y protección al calor.  El anciano no le había descubierto, ni le había obligado a perseguirle en sus diferentes formas; pero el dios de los mensajeros se había visto obligado a soportar las inmensas muestras de aprecio de éste hacia Amatea.

“¡Qué hombre más meloso y pegajoso! Encima me hacía chantaje sentimental con lo de su vejez para que le diera de comer. Menos mal que se me ocurrió decirle que tenía prisa.”

Pensó Hermes volviendo a su deliberación. Puesto que no iba a ser Nereo el que le dijera qué era el extraño objeto que había robado, su opción más próxima y acertada era su genial inventor y hermano, Hefestos. El artilugio podía ser una pieza de oricalcos puro y el dios de los artesanos podía querer apropiarse de él. 

“En ese caso deberé tirar de mi elocuencia verbal. Si fuera el oricalco ¿Cómo no iba a aprovecharme de la codicia de mi hermano para que velara por mis intereses?” 

Con este pensamiento se dirigió Hermes hacia la Fragua de su hermano, donde le recibieron los tres cíclopes. Estéropes le llevó al salón de los lemurias, donde el dios de los artesanos se encontraba en ese momento.  Hefestos pidió a Hermes que esperara y ordenó al cíclope que regresara a su puesto de trabajo. El hijo de Zeus y Hera estaba apuntando en unas tablillas todo lo que sus lemurias le decían. Se encontraba frente a lo que parecía una urna de hielo pulido en cuyo interior un montón de rayos de colores reaccionaban sin orden o dirección aparente. ¿Qué vería de interesante Hefestos en esas luces? Esta misma pregunta se hizo Hermes.
    Vienes a por tus sandalias ¿no es así? — Dijo Hefestos mientras cerraba sus apuntes.
    ¿Acaso ya están?
    Exactamente. Ven a mi taller privado y te las devolveré.
Los hermanos divinos se dirigieron a dicho lugar siguiendo la misma ruta que Hermes conocía. Allí Hefestos guardó su tablilla y se dirigió a unas cajas de madera de dónde sacó las sandalias. Las puso sobre la mesa y las limpió un poco.
    ¿Cómo lo has conseguido? ¿Acaso no era complicado? — Le dijo Hermes.
    Lo complicado era poder descifrar su diseño original. Veras, lo importante en ellas es que el diseño se siga manteniendo, pues de él depende que cumplan su misión de vuelo o no.
    ¿Cómo?
    Intentaré ser más explicativo. Si contemplas las sandalias tras esta lupa veras que bajo el cuero se escondía todo un entramado de hilos de oro puro, por donde circula el cosmos de quien las lleva puestas. Ese cosmos se extiende a lo largo de la sandalia a través de la bota haciendo que estas alas hagan su trabajo. Las alas también están atravesadas por dichos hilos, pero en mucha más abundancia estrechándose hasta las puntas de las plumas, como nervios dorados.
    Me estás diciendo que mi cosmos hacía a estas sandalias moverse ¿y cómo es que no me agoto?
    Así es. Como si se tratara de la batería.
    ¿De qué?
    ¡Da igual! El hecho era que dichos hilos había que restaurarlos de vez en cuando, pues, aunque su resistencia es duradera, el uso de las sandalias tan a menudo puede terminar deñando y gastando su estructura, debido a las deformidades de los movimientos. Fíjate; la parte más gastada coincide con los tobillos y los laterales antes de llegar a los dedos. Por allí comenzaron a romperse hasta extenderse al resto y las alas.  De todas formas, este artilugio es tan asombroso que los mismos hilos que sirven de conductores del cosmos, reconducen al cuerpo de quien las calza esa energía. De este modo no se agota, autoabasteciéndose. He bautizado a este sistema el “circuito cósmico”.
    Circuito cósmico…— repitió Hermes mirando extrañado a su hermano.
    Puedes quedarte las otras sandalias que te di de repuesto. Ahora tengo que volver a mis experimentos.
    Lo cierto…— interrumpió Hermes. — Es que hay algo más que quiero enseñarte.
    No tengo mucho tiempo ¿Por qué no vienes mañana por la tarde?
Hermes tomó del brazo de su hermano firme, acercándose a su oído, cómplice.
    Te aseguro que lo que te voy a mostrar es mucho más importante.
    Está bien. — Dijo Hefestos expirando. — ¿De qué se trata?
    Me gustaría que miraras en la bola de mi caduceo.
    ¿Se te ha roto la esfera de contención y ampliación, también? Eso es imposible.
    No exactamente.
Hermes dejó que el caduceo flotara en el aire agitándose sus alas. Gracias al cosmos las serpientes comenzaron a moverse y a recuperar su forma original, mientras el dios del comercio movía la bola hacia arriba de la barra. Cuando la esfera se extrajo, el mensajero del olimpo tomó las serpientes vivas y las encerró en un saco. Después le entregó la esfera a Hefestos, mientras el cayado caía al suelo perdiendo su vida en una insignificante barra de oro.
Hefestos tomó la esfera, y colocándose unos rústicos anteojos la examinó con detenimiento.
    Veamos. Veo una abundante nebulosa de polvo de estrellas que rodea algunas impurezas que parecen pequeños asteroides rojizos. Siempre te dije que la esfera de tu caduceo es como un universo en miniatura y examinarla es realmente hermoso. Seguro que a ese polvo de estrellas le sacarás mucha rentabilidad en Cólquide.
    ¿Ves algo más? Justo en lo más profundo de la esfera.
Hefestos entornó los ojos, intentando mirar más profundamente y con mayor fijeza. Una esfera del tamaño de una canica se encontraba en el interior. Su luminosidad era tan imperceptible que no podía apreciar con exactitud de qué se trataba.
    Hay una pequeña esfera, pero es opaca y no parece más que una insignificante piedra o mineral.
    Creo que podrás verlo con claridad si aplicases un poco de ese cosmos tan helado que posees.
Hefestos abrió la palma de la mano y vertió sobre la bola el aliento congelante. Instantáneamente la canica comenzó a brillar con un hermoso color azulado, extendiéndose por el cristal de la bola como un hermoso diamante.
    ¡No puede ser! ¿Esto es lo que creo que es?
Hermes asintió a la vez que sonreía triunfante.
    ¿Ahora me vas a decir que no era algo importante?
Hefestos tenía la boca abierta mientras contemplaba la esfera aumentando de volumen y cada vez más luminosa y hermosa.
    ¿Dónde has conseguido éste oricalcos puro?
    Tengo mis contactos.
    ¡Mentira! No has podido encontrarlo y extraerlo tan fácilmente de Poseidón.
    ¿Otra vez menospreciándome, hermano? En fin. El caso es que he tenido que encerrarlo en la esfera para contener su increíble poder. Esa pequeña canica parece el imán de la gravedad de todo este condenado planeta. En cuanto salió de su legítimo cubículo, el mar y el aire comenzaron a agitarse.
    Todavía no doy crédito. ¿cómo has sido capaz de robarlo?
    ¿Acaso eso importa?
    Podías buscarte problemas con Poseidón.
    ¡Ja! Como si me asustaran los problemas. — dijo sentándose desgravado Hermes en la silla. — sin ellos mi vida sería aburrida.
Hefestos volvió a centrar su mirada en la bola, hipnotizado por el brillo del oricalco.
    Dime hermanito. Tú que eres un otaku del cosmos y el oricalco. — prosiguió Hermes. — ¿No te gustaría acceder a millones y millones de conocimiento y sabiduría con él?
    ¿Qué insinúas?
    Imagina por un momento los secretos que puede encerrar su posesión. La de nuevos inventos que ibas a crear gracias a su estudio. ¡Te convertirías en la criatura más sabia e inteligente de este mundo!
Hefestos se irguió y se alejó de la esfera, intentando evitar seguir mirándola y caer en la tentación.
    Y cuánto me iba a costar eso ¿eh? — dijo cruzándose de brazos y mirando por el rabillo del ojo a Hermes.
    ¿Quieres que negociemos? ¡Me encantaría negociar contigo!
    Eres el dios de los ladrones y estafadores. — Dijo Hefestos girándose hacia Hermes.
    A ti no te perjudicaría en ningún momento. Sabes que eres el hermano que más aprecio de todos.
Hefestos le miró inquisidor. Después alzó su ceja derecha mientras sus dedos golpeaban los fuertes bíceps de su brazo, pensativo. Miró la esfera otra vez.
    Siempre echaste manos de tu persuasión y loar, para conseguir lo que te proponías.
    ¡Ves! Me conoces bien. Por eso eres mi hermano preferido. — dijo sonriendo torcidamente.
    ¡Ah! — dijo golpeándose la frente Hefestos resignado. — ¿Qué debería hacer yo a cambio?
    Así me gusta, directo al grano. — Hermes inclinó su tronco hacia delante, apoyando su mano en la rodilla y tocándose la barbilla. — Es algo muy fácil para ti.
    Desembucha…
    Solo quiero que me crees una mujer.
Hefestos retuvo la frase mirándole fijamente con su frío gesto, intentando disimular su risa interior. No obstante, no pudo contener más las lágrimas, diciendo después de una carcajada.
    ¡Una mujer! ¿Acaso no tienes suficiente con todas las que hay entre deidades y humanos? ¿Ya te has beneficiado a todas? — Dijo Hefestos apoyándose en la mesa sin cesar de reír.
    No te precipites, hermano. Te has adelantado a una cláusula muy importante de este contrato.
    ¿Y de qué cláusula se trata? ¿Qué la esculpe como una adolecente, una mujer joven… tal vez te gusten más maduritas, como mi madre? — dijo riendo todavía más. Se sentó en la silla de enfrente mientras apoyaba su cara entre los brazos ensordeciendo sus carcajadas.
    La mujer en cuestión se trata de Pandora.
    ¡¿Qué?!— Dijo alzándose firme y escandalizado Hefestos. Ya no reía.
    No sabía que tuvieras tantos cambios de humor en tan poco tiempo. — dijo Hermes sonriendo pícaro, apoyando el codo en la mesa y la mano en su sien.
    Repite otra vez.  Creo que no he escuchado bien.
    Has escuchado perfectamente, hermanito. Quiero que reconstruyas a Pandora.
    ¿Esto es un chiste proveniente de tu sórdido humor negro? Sabes que odio esos chistes sin beber.
    No es ningún chiste.
Hefestos se acercó a los ojos de Hermes intentando averiguar sus pensamientos. Parecía que efectivamente en ese momento su voz y su mente estaban hablando el mismo idioma.
    ¡¿Acaso has perdido el juicio, Hermes?! Zeus se encargó de castigar a Pandora por haber vertido todos los males de este mundo. Si la reconstruyo me encerrarían con nuestros abuelos. ¡Y te juro que te arrastro conmigo si algo así me sucediese!
Hefestos se levantó del golpe furioso, dejando caer la silla tras de sí. En ese momento Hermes podía percibir a su hermano Ares en él.
    ¿Por qué debería enterarse? Solo debes cambiar su diseño. Nadie se enteraría que es Pandora. Ponle otro color de pelo o de ojos…
    ¡Hablas de ella como si se tratara de una muñeca! Pandora fue mi obra de arte. En ella vertí todo mi conocimiento científico, humano y biológico. Un conocimiento próximo a la creación de este mundo. — Dijo mirando las palmas de sus manos. —  Todo ello solo con el objetivo de crear a la criatura más perfecta de este mundo… al alma más pura del universo. — Se llevó las manos al pecho.
    ¡Por todos los dioses, Hefestos! Hace un momento pensaba que ibas a morir de risa, para luego despellejarme vivo. ¿Ahora te me pones en plan sentimental?
Hefestos plantó un puñetazo a Hermes que lo dejo conmocionado. Se llevó la mano a la comisura de los labios mientras escupía un poco de sangre. Miró a su hermano.
    Te lo merecías por faltarme al respeto. A ver si recobras la cordura. — Espetó Hefestos.
    ¿Te has quedado más tranquilo? — Dijo Hermes arrancado un pedazo de hielo de la pared del taller. Se lo puso en la mejilla y el labio. — ¡Estarás contento! Me va a salir un moretón que deformará mi hermosa cara.
    Rechazo tu propuesta.
    ¿Estás seguro? ¿Vas a dejar escapar el oricalco puro?
Hefestos miró el boliche otra vez.
    Si por ello me salvo del Tártaro; que así sea.
    Muy bien. Entonces se lo daré al lémur que te está usurpando el trono. Seguro que él no lo rechazaría.
    ¡Espera! ¿acaso sabes de quién se trata?
    Hermanito, paso en las fronteras del oriente mucho tiempo, gracias a mi ruta de polvo de estrellas. ¿Acaso no tienes idea de lo que se hace con tanta mercancía cósmica?
    ¿Qué se hace con ese polvo de estrellas?
    Como no quieres ayudarme a mí. ¿por qué iba a ayudarte a ti? Nada es gratis con el dios del comercio.
Hermes se señaló con su propio pulgar el pecho resolutivo. Después tomó la bola del caduceo para disponer a recomponer su cetro.  La helada mano de Hefestos le tomó del brazo. Hermes le prestó atención.
    Quiero entonces yo también incluir una cláusula a este contrato de obra…
Hermes sonrió malicioso. Al fin había conseguido persuadir a su hermano. Herir el orgullo de un genio era la mejor estrategia para llevarlo a su terreno.


El almuerzo en el palacio de Ilustres de Delfos, había sido muy abundante. Entre los invitados habían acudido Egeo y Esón, conocidos amigos de Atamante. También se habían reunido con ellos Layo, el rey de Tebas y el rey de Argos, Euristeo. Aquél que había enviado a Heracles a realizar las doce pruebas. La conversación había sido todo el tiempo sobre Heracles. Todos los reyes sabían a la perfección que todas las pruebas habían sido superadas por el héroe, lo cual no alegraba especialmente a Euristeo, debido a que había mandado hacer esas pruebas, con el fin de matar a Heracles. El héroe podía reclamar su legítimo derecho al trono de Argos y por eso mismo, al rey le interesaba su desaparición.
Euristeo ocultaba su rabia cuando oía a la gente alabar a su primo, pero no decía nada, temiendo desvelar su odio a Heracles. No obstante, el odio fue suplido en ese momento por Ino quien dijo.
    No sé por qué admiran tanto a un asesino. Parece mentira que estando en el mismo oráculo de Delfos, ya se haya olvidado que Heracles estuvo aquí en los pasados juegos Piticos, buscando limpiar su conciencia.
Todos los invitados se quedaron atónitos del comentario.  Egeo y Esón sintieron revolvérsele el estómago. Ino era la harpía desalmada.
    Es cierto. —Comentó el Sumo Sacerdote. — Heracles vino a pedir penitencia al oráculo después de asesinar a su familia en un ataque de locura. No obstante, debemos pensar que el resto de su vida la vivirá purificando ese pecado.
    Las doce pruebas tenían parte de esa intención. — Dijo Atamante. — Si mal no recuerdo.
    No sé querido. — continuó Ino. — Alguien que pierde los estribos una vez; puede volver a perderlos. No quisiera ser la pobre dama que se convertirá en su siguiente esposa.
    Heracles ha demostrado más de la cuenta que ya no es el que era. — Dijo Egeo.
    Cierto. — Apoyó Esón.
    En mi caso. — prosiguió Layo. —  No tengo derecho a opinar. Heracles dijo que vendría a Tebas a visitarme, pero parece ser que todavía no ha tenido tiempo. Me dijo que me ayudaría con la reconstrucción de mi palacio.
    Si no va, le enviaré yo, Layo. — dijo Euristeo. — Será la prueba número trece.
Finalizado el almuerzo, los invitados decidieron dar un paseo por la ciudad de la ladera, para ir al atardecer a pedir al oráculo sus profecías. Atamante quiso que Ino le acompañara, pero su esposa dijo sentirse indispuesta por el calor. El rey de Orcómeno quiso acompañarla a la alcoba, pero Ino le dijo que debía ir a cuidar sus asuntos diplomáticos con los otros cuatro reyes. El Eolo asintió dejando instrucciones a sus doncellas para que cuidaran de la reina.


Era costumbre que durante todo el día se acudiera a las profecías del oráculo, pero solo era al atardecer cuando se solía manifestar Apolo en ellas. Efectivamente, el dios de las artes, solía acudir a descansar a su templo cuando su astro iba perdiendo brillo. Todo el día lo dedicaba a sus labores de caza, al entrenamiento del arco y a la redacción de todos los papeles que debía firmar Zeus. Antes de comer o después, solía componer nuevos versos, dibujar o escribir.  La tarde era su momento de mayor inspiración y solía rodearse entonces de las musas.
El hijo de Latona, acudía a Delfos siempre de forma visible, ocultándose entre la muchedumbre bajo el aspecto de un mero visitante o curioso. Su intención era no tener que intervenir en el transcurso habitual de los juegos, a no ser que apreciara algún tipo de trampa en ellos. El dios de las artes era un hombre justo pese a todo, y muy preocupado de que no se corrompiera su más preciado santuario. Igual que podía hacer Ares en Tracia; Zeus y Hermes en Olimpia; Apolo debía cuidar sus tierras.
El mellizo de Ártemis, aquél segundo día de juegos, se había decidido por vestir un quitón largo y la toga blanca que debían de llevar aquellos que procedieran a sacrificar en el altar de Críos sus ofrendas. Era protocolo que al pisar el territorio sagrado se acudiera de forma solemne y orante. 
En el mercado del inicio del santuario los comerciantes solían vender todo tipo de animales que debían presentarse al sacrificio, así como las ropas tradicionales de oración. Algunos suvenir o comida para poner en las estatuas. También había comercio de joyas y otros artículos, bien destinados a llevarse a los tesoros o quedárselos los compradores para lucirlos en los diferentes espectáculos.
Mirando entre aquellos puestos un mercader fue a ofrecer a Apolo unas puntas de flecha muy sólidas al descubrir el arco que llevaba en la chistera. Apolo examinó las flechas detenidamente. Su estrechez, ligereza y punta afilada.
    Me es curioso ver que se vendan este tipo de artículos en los Juegos Píticos. El tiro con arco no está dentro de la categoría de competición, como lo está en Olimpia. — dijo Apolo.
    Es cierto mi señor, pero con motivo de que estamos en el territorio sagrado de Apolo, muchas personas vienen aquí sabiendo que vendemos el mejor material para tiro con Arco. Así como usted lleva ese arco, había oído de esto, ¿no es cierto?
    Tienes razón. He venido para ver si así era. De todas formas, creo que Apolo se siente honrado por la venta aquí de estos productos. — Sonrió el dios mostrando una dentadura perfecta y resplandeciente que dejó sin habla al mercader. Sus rasgados ojos azules se entornaron en un agradable brillo.
    Señor, tenga esa flor de mi parte. — Apolo se giró a una dulce voz a su derecha. Era una niña de unos ocho años sonriente y con chapetas en sus mofletes.
    Ella es mi hija, Delia. – dijo el mercader.
Apolo dejó las puntas de flecha, y se inclinó para tomar la flor, oliéndola. Un ondulado mechón ámbar se deslizó por su amplia frente, haciéndole más hermoso de lo que ya era.
    Muchas gracias. — dijo el dios extendiendo su mano y asomando un hermoso polluelo amarillo piando. La niña sonrió maravillada.
    ¿Es usted un mago? — dijo la niña tomándolo entre sus pequeñas manos.
    No exactamente.
    Eso ha sido digno de la competición de poesía y espectáculos que comenzarán pasado mañana.
    Esa es mi competición preferida.
Apolo se alejó dando un par de cariñosas y suaves palmadas en la cabeza de la niña, los caminantes no podían dejar de contemplar la delicada y elegante figura de su silueta.  Apolo, aún oculto bajo dichas ropas seguía destacando por su altura estilizada y corpulenta. Prosiguiendo su trayecto hacia la puerta del santuario, el dios de las artes se paró al escuchar una conocida voz.
    ¡Buenas tardes, hermanito! — Apolo alzó sus ojos hacia lo alto de la columna que soportaba la puerta. Sobre ella se encontraba sentado Hermes, quien le saludaba inclinando la cabeza.
    ¿Qué haces ahí? ¿Acaso no tienes trabajo que hacer?
El dios saltó al suelo para acercarse a Apolo.
    Tengo un poco de descanso y quería ver qué tal van los Juegos.
    Aún no han empezado, obviamente, estamos al segundo día de oraciones.
    Ya veo. El altar está plagado de sangre de animales y con este calor soporífero el olor es un poco nauseabundo. No sé cómo te puede gustar semejante espectáculo.
    Yo no pido sacrificios, los humanos lo hacen porque para ellos lo más valioso que tienen son las reses que les aportan alimento en su día a día. ¿Acaso podría una persona sobrevivir sin alimentarse? Me halaga mucho que me ofrezcan algo tan valioso para ellos, a cambio de mi protección. Es eso lo único que me importa.
    Comprendo. Yo prefiero que me den comida recién hecha o joyas. Algo que yo pueda consumir o utilizar lo más rápido posible.
    Siempre tan materialista, Hermes.
    La espiritualidad es una tontería. Lo que mueve este mundo es el dinero, sin duda.
Apolo expiró resignado. La superficialidad de Hermes le ponía muy nervioso en un principio, pero ya con el paso del tiempo había aprendido a aceptarle. Además, después de demostrarle su habilidad en crear instrumentos y tocarlos, le daba la esperanza que su hermano era más sensible de lo que aparentaba.
    Voy a entrar en el santuario ¿quieres acompañarme?
    Está bien, no tengo nada que hacer de momento.
    En ese caso, permanece así de invisible ante los ojos de los humanos o adopta una forma visible y humana. De este modo la gente no me mirará como si hablara con un fantasma.
    Con lo divertido que es que piensen que estás loco o eres un iluminado…
    Deberías comenzar a tomarte las cosas más enserio.
    Está bien. Solo quería hacerte rabiar un rato. Añoro los momentos pasados en los que solíamos pelearnos por nuestras cosas…
Hermes adoptó la forma visible ocultando sus atributos en su botín. Apolo le entregó unas ropas recién compradas. Hermes las vistió sin que nadie se percatara de la presencia repentina de una nueva persona cerca de la puerta.
Los dos hijos de Zeus entraron en el santuario andando despacio en la Vía Sacra. Hermes sentía su avaricia crecer al ver la cantidad de cofres y tesoros que los visitantes iban depositando en los tesoros de los pueblos.
    ¿Qué hacéis con toda esa riqueza? ¿dejarla empolvarse en lugar de comerciarla y haceros más ricos? — preguntó Hermes desconcertado.
    Los sacerdotes y sacerdotisas son los encargados de administrarlas. Parte de ellos van a pasar a sus arcas con el fin de restaurar este templo y asegurar su supervivencia en Delfos. Los más hermosos para mí me los llevo. Aprecio más un humilde poema o canción que un puñado de oro.
    ¡Pues dame lo que no quieras a mí!
Apolo rio.
    Desde luego que no has cambiado nada. Dejémoslo así, a veces estos excedentes van a parar a la solidaridad de los pueblos de Grecia para ayudar a los que pasan por mayores dificultades.
    ¡Menuda tontería! Ese dinero se gastará tontamente en la financiación de las guerras de Ares.
    No es cierto eso. No van destinados a las armas, sino al cuidado de sus víctimas civiles, heridos y reconstrucción de aldeas. Otros reinos como el de Orcómeno, lo reciben porque debido a la plaga que los asola, se han destrozado sus cultivos y han de tratarse a sus enfermos.
    Abre los ojos, hermano. A veces me recuerdas a Atenea por tu ingenuidad. Los hombres no son tan justos como dices.
    Yo no digo que sean justos, pero los tesoros están destinados solo a eso.
    Si descubrieras que las cosas no son como dices, ¿te convencerías?
    Sí; y actuaría en consecuencia.
    Entonces me alegra decirte que hace poco he visto a la Suma Sacerdotisa acudir a una de los tres oráculos, con un pesado saco de oro que le ha dado la reina Ino.
    Mi pitonisa jamás caerá en semejante soborno.
    Cómo tú digas. ¿Por qué no lo comprobamos? Atamante está a punto de pedir al oráculo una solución. Le he visto hace poco dirigiéndose a la cola del oráculo de Beocia.
    Ese es el segundo oráculo de Delfos. Dirijámonos ahí.

Los dos dioses aceleraron su paso hacia el segundo oráculo. El oráculo de Delfos se dividía en tres: el primero correspondía   la pitonisa más anciana. A él se dirigían los pueblos del Peloponeso, es decir, Mesenia, Elide, Arcadia, Argos y Laconia. Al segundo, donde se hallaba la pitonisa mediana, acudían los pueblos de Beocia, Elide, Eubea, Tesalia y Ática. El tercer oráculo, formado por la pitonisa más joven, era el destinado a los pueblos de Tracia hasta el Mar de Próptide; todas las islas del Egeo, incluyendo Rodas, Creta e Ítaca y la zona del Olimpo; conocida como Macedonia.
Los tres oráculos con sus tres pitonisas estaban divididos en orden cronológico, coincidiendo con su antigüedad.
Tomando un atajo, Apolo se introdujo por una de las elevaciones del terreno. Allí posó su mano, cayendo toda la tierra que ocultaba una puerta secreta. Se introdujo en ella con Hermes, quien estaba muy excitado por descubrir otro de los secretos de aquel misterioso santuario.
    Esta puerta me conduce directamente hacia mis pitonisas. Con ellas me encuentro de vez en cuando para alimentarles su espíritu.
    Alimentar su espíritu. Es así como llamas a las artes amatorias.
    No seas estúpido. Las aliento con mis enseñanzas y doctrina para enseñar a que descifren el lenguaje del oráculo.
    Ya… y solo se queda allí la cosa. No se lo cree nadie.

Llegaron a un lugar cubierto de mármol. Ahí se encontraba una estatua de Apolo presidiendo, y otras alrededor con sus correspondientes nombres en los pedestales.  A la derecha las diosas Hestia, Atenea, Ártemis.  A la izquierda Palante, Hécate, Leto y Tía. En el lado opuesto a Apolo, las Moiras.
    Los dioses del destino. — dijo Hermes.
    Así es. Todos ellos de alguna forma interceden en el destino de la vida.
    Sin embargo, te has olvidado de Cronos, Hades y Zeus. Incluso Prometeo.
    Cronos y Prometeo, fueron malditos. Hades no quiere que se le represente en ninguna estatua. Sabes que no le gusta que sepan su forma original. Zeus sí que está, pero en la entrada del pasadizo. Veo que no lo has visto.
    ¿Es cierto? Entonces, se me ha debido pasar.
Entre las estatuas había tres escritorios y tras la estatua una pizarra de cera. Parecía algo semejante a una escuela. Después había tres entradas a tres diferentes pasadizos. Se dirigieron al del centro.
Pasado un estrecho cubículo llegaron a una hermosa habitación. Perfectamente amueblada y con todas las comodidades del mundo. Algunos libros en una estantería y una reja que se abría a un patio luminoso con bonitas flores y una fuente.
    Esta es la alcoba de la pitonisa mediana. En estos momentos se encontrará en la capilla descifrando los oráculos.
Introduciéndose en otra oscura cavidad entraron en un lugar que carecía de iluminación. Unas antorchas se centraban en una figura que danzaba al exhalar unos extraños humos procedentes de dos ánforas de oro.
    ¿Qué es esto? — dijo Hermes.
Apolo colocó a su hermano contra la pared ocultándole como él mientras veía a la pitonisa danzar. Acercándose a la mujer se asomó el dios de las artes por la mirilla. Al otro lado de la pared, estaba la suma Sacerdotisa entregando una tablilla al siguiente peregrino, mientras esperaba el turno de Atamante.
    ¿Por qué está la Suma Sacerdotisa aquí? No se permite que sean ni ella ni el Sumo Sacerdote los traductores del lenguaje de los oráculos.
Hermes contemplaba a la mujer de mediana edad, danzando hipnotizado.
    No me creo que solo las enseñes como descifrar el oráculo. Seguro que las adoctrinas en más cosas. — Dijo Hermes codeando camarada a Apolo. — incluso a su edad y esa danza, es bien hermosa…
    ¡Mente sucia! — dijo indignado Apolo. — La pitonisa debe exhalar ese aroma que le ayuda a introducirse en el mundo misterioso del destino y ver el futuro. — dijo Apolo. — La danza es la consecuencia de esa elevación a otra dimensión.
    Es decir, que las drogas para que escriban sus alucinaciones.
Apolo agarró a su hermano por el brazo y le dio una fuerte descarga de cosmos, como escarmiento.
    Eres un ignorante. Jamás vuelvas a decir algo semejante. Es así como se puede ver el futuro.
Hermes protestó en voz baja.
    Hoy todos mis hermanos parecen querer darme lecciones.
    ¡Cállate!
Apolo se puso el índice en los labios y volvió a vigilar a la Suma Sacerdotisa. La mujer había visto a Atamante formular su pregunta. La pitonisa, quién parecía demasiado extasiada para percibir a los dos dioses; después de alejarse de la pared de los orantes, comenzó a hablar en una lengua extraña. La Suma Sacerdotisa escribió la traducción en la nueva tablilla y se la entregó a Atamante.
    ¡Maldita pécora! — dijo furioso Apolo. Brillando su cosmos de furia.
    ¿Qué pasa? — dijo Hermes sorprendido, descentrando su mirada de la pitonisa a su hermano.
    ¡Mi pitonisa no ha dicho eso! La Suma Sacerdotisa ha puesto otra cosa.
Apolo rápidamente sacó un pergamino y escribió la auténtica traducción de la pitonisa. Se la entregó a Hermes.
    Corre hacia Atamante y entrégale este pergamino. Dile que viene directamente de mí.
    ¿Quieres que le diga que la Suma Sacerdotisa ha mentido?
    Mejor que no. Eso pondría en duda la veracidad de mi oráculo. Dáselo como otra nueva predicción. Le alegrará saberlo a Atamante.
    Pero entonces ¿qué ha escrito la Suma Sacerdotisa, que parece tan grave?
    Tenías razón. Ino la ha sobornado para destruir la descendencia de Nefele.
    ¿Ahora me crees?
    Te creo a medias. — dijo Apolo. — es verdad que hay corrupción en mi santuario y he de actuar en consecuencia, pero mis pitonisas siguen intactas.
Apolo se acercó a la desmayada y agotada pitonisa en el suelo. Hincando una rodilla la miró. La pitonisa se giró débilmente hacia él, percibiendo la calidez del dios.
    Mi señor…—dijo ella.
    Estás haciendo un buen trabajo. — Apolo le posó la mano en la cabeza mientras la pitonisa sonreía.
Después la mujer introdujo en el ánfora más hierbas para que el incienso volviera a humear.
    ¿Qué haces ahí, Hermes? — dijo Apolo a su hermano. — Apresúrate a darle el mensaje a Atamante, mientras yo me encargo de la corrupta.
Los dos dioses se dirigieron a cada una de esas personas. Hermes salió en busca de un impactado Atamante que se dirigía a enterrar la tablilla falsa, aguantando las lágrimas.  Echó la tablilla el rey de Orcómeno a uno de los hoyos excavados mientras echaba la tierra por encima.
    Esto es la preparación a vuestro entierro mis queridos Frixo y Hele. – Dijo Atamante. — Es la voluntad de los dioses, pero me aseguraré de que recibáis todos los honores que os merecéis, hijos míos.
El rey rompió a llorar alzándose en sus piernas, mientras Hermes se sentía furioso. Es cierto que tenía fama el mensajero de ser frío y superficial, pero con la familia no había que jugar de esa forma. Pensó en Chryssos y comprendió entonces que Nefele ya había predicho que el destino de sus mellizos era la muerte. El carnero de oro era la única esperanza para rescatarles.
    Atamante…— dijo Hermes haciéndose girar al rey. —Éste se humilló ante él.
    No es digno llorar ante un olímpico.
    No eres el primero que llora ante mí, incluso algunos dioses han llorado alguna vez. Vengo a traerte un mensaje directamente de Apolo que alegrará tus días de duelo.
Hermes extendió la mano para entregar el pergamino de Apolo a Atamante. Éste lo tomó entre sus manos, lo desenrolló y lo leyó en voz alta:

“Cuando las hojas se doren y caigan muertas; el país de Copais, recibirá el néctar divino que sanará sus tierras. Un tesoro que llegará directamente de Zeus.”

    ¿Qué significa? — dijo el rey. — El oráculo ha sido mucho más claro en la tablilla y Apolo parece más impreciso.
Hermes miró con fijeza a Atamante. Deseaba decirle que el mensaje anterior había sido falsificado, pero debía seguir la voluntad de su hermano.
    El oráculo parece a veces ser más claro en dar las malas noticias que las buenas. ¿No es extraño? Puede deberse que las personas están más receptivas a las malas noticias. Debo irme, rey de Orcómeno y no desesperes. No es oro todo lo que reluce y sí, en cambio, oro lo que menos destaca.

Hermes inclinó respetuoso su cabeza, antes de alzar su vuelo para buscar a Apolo y decirle que ya había cumplido con su labor.

Un sacerdote se dirigió a la Suma Sacerdotisa para decirle que el sumo Sacerdote la esperaba. La mujer puso a traducir a la original y siguió al Sacerdote hacia la parte trasera del templo.  Las personas que se inclinaban a tocar el ónfalo sagrado se estaban yendo en ese momento del lugar, ordenados por los sacerdotes. El Sumo Sacerdote mandó cerrar la reja y a los sacerdotes echar la cortina que mantenía el lugar protegido de las vistas.
    ¿Qué significa esto? — dijo la Suma Sacerdotisa. —Todavía no ha acabado la jornada de adoración.
    Hoy se va a cerrar antes por órdenes de Apolo.
    ¡Apolo! — dijo la sacerdotisa. — Se ha presentado ante vosotros solamente. ¿Por qué?
    Porque solo me presento ante personas de corazón limpio y honesto, Suma Sacerdotisa.
La Suma Sacerdotisa miró al sacerdote que le había traído hasta allí; se había quitado la túnica y mostraba sus resplandecientes ropas divinas de oro. Tenía los ojos azules y un hermoso cabello ondulado ámbar. El cosmos a su alrededor inundaba a cada uno de los presentes que se inclinaron ante tan deslumbrante presencia. No cabía duda, ese era el poder de un hijo de Zeus. La mujer se humilló ante él.
    ¡Mi señor Apolo!
    Contempla bien el rostro de quien va a castigarte, Ginia. — dijo Apolo
    Hace tiempo que nadie me llamaba así. ¿por qué?
    Desde este preciso momento te destituyo de tu cargo de Suma Sacerdotisa de Delfos, y como castigo a tu avaricia y pecado; serás enviada al abismo de Pitón, donde caen aquellos que no respetan los mandatos de este santuario.

Apolo alzó el arco con la flecha apuntando a la Sacerdotisa, avanzando al frente. La sacerdotisa se arrastraba hacia el ónfalo, evitando la punta del arma de Apolo. La piedra se hundió abriendo el hueco de un abismo, en cuyo fondo se percibían los agudos gritos de un dragón.
    ¡Pitón no está muerto! — Dijo la Sacerdotisa.
    Pitón es el guardián de este santuario que está ahora bajo mi jurisdicción desde que lo vencí en el pasado. Un monstruo como él solo debe alimentarse de un putrefacto espíritu como tú.
Apolo soltó la flecha al murmullo de “flecha cósmica”, ajeno a las súplicas de la Suma Sacerdotisa. La flecha se clavó certera en el pecho de la mujer extendiendo todo el cosmos al interior de su organismo. La sacerdotisa cayó instantáneamente al abismo para ser devorada. El ónfalo volvió a cerrarse.
    Porque me lo habéis suplicado, he sido benevolente con ella. — Dijo Apolo a la multitud. — Pero la siguiente vez que pase no escucharé vuestras súplicas y lanzaré al corrupto vivo para que sufra los mayores padecimientos. Será devorado por el demonio que yace bajo éste santuario y su oscuro espíritu vagará sin descanso consumiéndose en su propio pecado. Este es mi santuario y quiero que se actúe con la integridad que exijo. Jugamos con los destinos de las personas y una mentira conduce a un mal destino, siempre.
Todos los sacerdotes y sacerdotisas se arrodillaron ante Apolo, renovando su promesa.

Hermes miraba el espectáculo desde el aire.
    Este Apolo es tan reluciente como el sol. — dijo el mensajero. — Espero que esa luz nunca se apague, pero que sea consciente de que su proyecto es una utopía absurda. Me pregunto si lo que pretende Atenea también lo es…

El mensajero voló dirigiéndose a su próximo viaje. Éste era el hades. Se aprovecharía de guiar a las almas para descubrir dónde se ocultaba el corazón de Pandora.
Hefestos le había dicho que para completar su construcción y para asegurarse de que la misma Pandora sería despierta, debería la escultura llevar el alma de la original. Esa alma no podía más que encontrarse en el lugar donde todas las almas acuden al morir…

“Espero que Chryssos llegue pronto para rescatar a sus primos.”

Dijo inevitablemente el mensajero mientras volaba, más no debía preocuparse, pues mientras él ya se dirigía a su siguiente objetivo, un encapuchado había sido recibido en la torre de Nefele en secreto. Con la tele transportación se había dirigido directamente al interior de los aposentos de la destronada reina y tomándole de su frágil mano le dijo a su tía tendida:

“Ya estoy aquí tía Nefele. Te cuidaré hasta tus últimos días.”


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