CAPÍTULO 19: Una sola razón para luchar









Dos de nuestros cuatro héroes caminaban silenciosos mientras que los otros dos hablaban sin cesar. Valentín comentaba entusiasmado como se había sentido en cada minuto de la batalla brillándole los ojos de emoción. Mijots se reía divertido de sus comentarios.
El chico le despertaba mucha simpatía y cariño; solo lo conocía de unas semanas y sin lugar a dudas, estaba seguro de no haberse equivocado al elegirle como el próximo portador. Pese al aspecto cómico de Valentín, el chico tenía una maravillosa mente que apenas había comenzado a desarrollar toda su capacidad, pero no solo eso, portaba un gran corazón en su pecho lleno de entusiasmo. Un guerrero talentoso se escondía en su escuchimizada figura. Solo él lo sabía, pues como su ángel guardián, era el único capaz de ver directamente en el alma de las personas, y especialmente, en la de sus custodios.
Santiago no apartaba sus ojos de la nuca de Thomas, desde que sabía que en el sacerdote habitaba Gabriel no había sido capaz de decirle ni una sola palabra. Ahora podía entender un poco mejor la razón por la cual Thomas tenía ese aspecto tan peculiar y una personalidad que se salía de lo común. No obstante, se sentía en cierto grado dolido o traicionado porque Thomas no le había contado antes que era Gabriel. Tampoco entendía por qué le había borrado la memoria como hacía con el resto de las víctimas de los demonios, al fin y al cabo, él era otro arcángel.
- Era necesario para tu progreso que lo hiciera. – Dijo el sacerdote al leerle la mente.- Tenía que poner a prueba tu fe, reforzarla y que tus ganas de luchar se incrementaran. ¿Acaso no es así?
- De momento solo he descubierto quien te porta.- Replicó Santiago.
- Entonces, - Dijo girándose Thomas hacia Santiago.- Debes seguir luchando hasta que comprendas finalmente el sentido de tu lucha y por quién lo haces. Tal como te dijo Miguel.
- ¡Me borraste la mente!- Dijo Santiago elevando la voz.
- Cierto…, pero ahora que sabes la existencia de Rafael sería absurdo volverlo hacer. Ahora debemos mantenernos unidos y al final de este camino comprenderás todo Santiago.
- No pienso seguir este camino si no me explicas qué sentido tiene esta lucha. Muchas personas han perecido por mi culpa y la culpa de esos malditos. Si ese Dios que se supone representamos es bueno y quiere protegernos ¿por qué lo permite y nos implica a nosotros en esto?
- ¡Estás yendo muy lejos Santiago!- Dijo Mijots.- Deja de decir esas cosas y respeta a quien te creó.
- ¡Cómo voy a respetar a alguien que no he visto en mi vida y que solo me manda que mate a la gente poseída! ¡Qué clase de Dios es ese! ¿Acaso no seremos nosotros los malos y los otros los buenos?
- ¡Ya basta!-Dijo muy autoritario Mijots.- ¿Cómo te atreves a decir esas cosas?
Del sofoco comenzó a toser y Valentín le auxilió.
- ¡Cállate tú! Hablas como los fanáticos de Astaroth.- Gritó Santiago.
- Ya vale Santiago. - Dijo Valentín intentando poner paz.
- ¡No! ¡Déjame gafotas! Esto no va contigo.- Y se dispuso a golpearle.
Thomas le frenó con la mano y le dobló el brazo. Santiago se revolvía para liberarse de él pero el habilidoso sacerdote, sin imponer fuerza alguna, le inmovilizó totalmente colocando su brazo alrededor de su cuello.
- La ira y la rabia no son el camino y tú lo sabes. – Le dijo Thomas a Santiago. - El golpearnos a nosotros no te hará sentirte mejor. ¡Te comportas como un niño pataleando y eso no es digno de un Arcángel! – La última frase de Thomas era autoritaria y su dulce gesto se agrió al fruncir el ceño.
Santiago había desistido de liberarse de Thomas, pero respiraba agitado.
- Tú no comprendes como me siento.- Dijo Santiago.
Thomas le soltó. Santiago cayó humillado al suelo y le miró mientras se levantaba. Tenía los ojos húmedos y su mirada era muy profunda. El chico ando hacia delante sin detenerse dando la espalda a sus acompañantes.
Valentín intentó ir tras él pero Thomas le puso la mano en el hombro deteniendo su camino. Movió la cabeza de un lado a otro y Valentín comprendió que debía dejar sólo a Santiago, probablemente si intentaba calmarle sería peor.
Cuando Santiago estuvo seguro de que no le veían al perderse entre los árboles, echó a correr.


Mientras Astaroth descendía por las escaleras hasta lo más profundo. El aire era cada vez más pesado, el olor cada vez más nauseabundo y la oscuridad más cerrada. Todavía le quedaba un gran descenso hasta que cruzara el núcleo; el único lugar del infierno con algo de luz, pero cuyo calor era absolutamente insoportable. Posteriormente, tendría que volver a esa oscuridad absoluta y desoladora a la que llamaban quinto grado.
- ¡Bah! Como odio a esos estúpidos del cónclave y en especial a ese irritante Mefistófeles. – Se decía en su trabajoso viaje.- Su organización es pésima. Se cree muy listo por darnos a cada uno un nombre y un título, pero yo sé que lo que quisiera él es ocupar alguno de nuestros lugares. – Después recordó las muertes de sus dos coroneles. Para él eran incomprensivas. ¿Cómo un chico de 14 años había sido capaz de matarles?- Esos arcángeles han debido tener suerte.
El general se sumió en sus pensamientos, bien era cierto que no existía ni la mala ni la buena suerte, pero que ambas se relacionaran con la casualidad en lugar del azar, sugería a muchos supersticiosos que acudieran a artes inventadas que las solían relacionar con el mundo de los ángeles, espíritus y demonios.
Astaroth se reía de la ignorancia de esas personas, al fin y al cabo, los hombres eran las criaturas más despreciables de la creación. Pese a que los ángeles los amaban como el Creador, quienes los consideraban seres superiores e inteligentes. Según estos, todos los hombres compartían una misma alma y espíritu con las criaturas celestiales. Esa idea le producía absoluto rechazo al general, para él ellos criaturas inferiores que simplemente encabezaban la cúspide alimenticia de la Tierra. Eso no los convertía diferentes a los demás animales que poblaban el mundo.
No obstante, para un demonio eran los animales más divertidos que había. Cualquier depredador mataba con el objetivo de alimentarse y saciarse, pero los hombres no se mataban entre ellos para alimentarse los unos de los otros, solo lo hacían por quedar en mejor posición y porque se creían con derecho a ello. Al general eso le encantaba, era como un juego divertidísimo para él y el mejor mecanismo para destruirles sin el menor esfuerzo. En el fondo de su ser, le encantaba participar de esa autoliquidación manipulando sus instintos más destructivos. Si hubiera algo que alabaría de los hombres, era la maldad de la que eran capaces.
El mecanismo preferido que utilizaba para manipularlos, era el fanatismo. Incrementar el grado de violencia de sus míseras pasiones uniéndolo con un concepto equivocado de soberbia, ideología y convicciones, hacía a los hombres completamente esclavos de sus propios actos. Era como un río desbordado que arrastraba todo a su paso impregnándolo de lodo, basura y montañas de pegajosos escombros cuando terminaba su recorrido. Unas veces esa manipulación la iniciaban lo que había oído llamar, "sectas". Astaroth no era la causa de estas, simplemente la provocaban los hombres con un poquito de su influencia. En ellas se hacían absolutas barbaridades que escapaban de toda imaginación y razonamiento tanto angelical como humano. ¿A él qué más le daba que se utilizara su símbolo? A veces hasta le resultaba divertido y halagador. Era mucho mejor aprovecharse de esas creencias, participando por incrementarlas.
Muchas guerras se habían librado por esa furia indomable. Ese fanatismo o superstición eran los momentos apropiados donde él podía reconocer su Ira. Algo que lo alimentaba y enorgullecía sobremanera; más aún, sabiendo que a sus contrarios les producía una enorme preocupación.
Pero ese chico de mirada azul grisácea no le gustaba nada. Por un lado quería verle muerto, pero por otro, quería saber hasta donde sería capaz de llegar. Era demasiado joven para soportar la responsabilidad que se le habían impuesto y de seguro que le estaría dando mucho trabajo a Gabriel y Miguel.
- Veo rabia y oscuridad en su alma, lo cual no puede aceptarlo un arcángel en esta guerra. Lástima que no le conociera antes para hacerlo mi coronel, seguro que iba a derramar mucha sangre en mi nombre. – Dijo el general concluyendo sus pensamientos.
Santiago, como todos los hombres, tenía las mismas limitaciones. Tenía sentimientos y eso era el mejor combustible para que los demonios consiguieran su objetivo. Los hombres eran volubles, manipulables, y, sobre todo, animales a quien se les decidió dar un alma similar a la de los ángeles. Lo cual era la mayor aberración para Astaroth y el origen de su odio hacia ellos.
- ¡Sí…!- exclamó el general.- Los convenceré de que estos hombres no son más que bestias y se destruyen como animales. Verán como no hay alma equiparable a la nuestra en ellos.
Ante el demonio apareció la luz anaranjada del núcleo. Ya se encontraba en el cuarto grado y su semblante vigoroso y sudoroso brillaba ante los reflejos de la bolsa de lava que lo rodeaba.


Santiago se encontraba en el puente norte de la ciudad. Había corrido todo lo que podía, como si intentara huir de la obligación que se le había impuesto. No quería ver más a Gabriel y ahora lo tenía que soportar como su director de escuela. No quería que gafotas siguiera intentando ganarse su amistad con su entusiasmo pegajoso y tampoco quería ver a ese médico tuberculoso y anciano.
No quería nada más que una vida normal como la de cualquier otro chico de su edad. Solo quería vivir con normalidad, algo que desde su nacimiento no había sido así. Abandonado en un convento, criado por monjas y haber sido adoptado y devuelto por dos veces a la pesadilla de su huerfanía y sin familia, no era agradable para nadie. Ahora a eso se le unía un deber que no comprendía en absoluto.
Emitiendo un enorme grito de rabia comenzó a pegar puñetazos y patadas al arco del puente, descargando todo su dolor sobre la sólida construcción que quería ver derruida, como estaba ahora mismo todo su espíritu.
No paró hasta ver sus puños absolutamente desgarrados y sus zapatos totalmente abiertos de los impactos. La roca solamente se había erosionado y teñido de su sangre. Apoyó su frente en la fría piedra y descendió sus ojos; entonces vio un sombrero de lana negro y un chaleco verde. Quitó ansioso el sombrero a su propietario esperando encontrar ahí al extraño que un día le había devuelto su cruz, es decir, el antiguo portador de Miguel, Mario. Desgraciadamente, en su lugar recibió un montón de improperios de un borracho de pelo oscuro y voz gangosa de cerveza.
- ¡Devuélveme el sombrero de Mario!
- ¿Mario? ¿Tú le conociste?- Dijo Santiago. El hombre se echó a llorar de repente. Tenía la dentadura totalmente carcomida de caries y la cara cubierta de tierra y polvo.
- Era mi mejor amigo…- Dijo el borracho.- Y yo le maté cuando aparecieron esos demonios con alas…- Cogió a Santiago por el cuello de la camisa y acercó su apestoso aliento al oído del chico. - Fueron ellos los que me obligaron a hacerlo…, pero la pasma no me creyó… creían que estaba loco.- Tragó saliva.- pero yo los vi y Mario los mató. Tenía dos alas en la espalda y lucía como un ángel.- Volvió a romper a llorar- … y aun así, le clavé la botella.- Se tapó la cara y siguió llorando.
Santiago se irguió de nuevo y frente a él vio a Miguel con la apariencia de Mario.
- Es cierto.- Le dijo.- Ellos le poseyeron y mató a Mario. Ahora se siente profundamente culpable de hacerlo y está sufriendo. Puedo notarlo en su corazón.
Santiago miró al hombre llorando y luego a Miguel.
- No te esfuerces, él no me puede ver. Solo tú puedes porque Gabriel te dio clarividencia con su Revelación. No obstante, tú, al igual que los agentes de la policía, no le quieres ayudar pensando que quieres una vida normal. Eso es egoísta. Ningún ángel interpone su propia vida ante la de los demás.
- Él ha dicho que vio a los demonios.
- Sufrió un fuerte shock después de que éstos le atraparan. Cuando conseguimos transfigurarnos, aunque sea medianamente como le pasó a Mario al extenderse sus alas, somos visibles. Esta es la razón por la que Gabriel ha de borrar sus memorias, pero en el caso de este pobre hombre, sus sentimientos fueron más fuertes que su mente. No podemos alterar el libre albedrío y debemos actuar entre las sombras. No ha desvelarse nada hasta el día del juicio.
- El día del juicio… ¿tú sabes cuándo será eso?
- Solo El que habita en las alturas lo sabe.
Miguel se sentó en la barandilla del puente. El viento golpeaba su rostro y miraba satisfecho toda la ciudad. Después miró a Santiago, éste parecía querer hacerle muchas preguntas pero no sabía por dónde empezar. Miguel sonrió y dijo:
- Quieres saber porque eres tú y por qué fue antes Mario.- Santiago le miró sorprendido de que averiguara sus pensamientos.- Puedo ver todo lo que piensas y puedo ver tu alma. No eres ningún misterio para mí Santiago, aunque te hayas esmerado en abrir un grueso muro como lo has hecho siempre para ocultar tus debilidades, miedos y puntos débiles. No es tu culpa no has tenido una vida fácil.- Respiró profundamente.-Muy bien te diré por qué le escogí.

>>Primero has de saber que los ángeles no buscamos a alguien a quien no podamos ayudar. Si así fuera, nuestra vida no tendría sentido alguno. Fuimos creados para ayudar a vuestro espíritu. No estamos aquí para un alma virtuosa que todo lo hace a la perfección. Alguien que ya está en el camino no necesita ayuda, en cambio, alguien que se cae del camino sí que la necesita y ahí es donde intervenimos nosotros, Santiago.<<

Santiago se sentó a su lado y siguió prestando atención. Miguel le miro con sus ojos azul claro y con una sonrisa volvió la vista al frente.

>> Cuando murieron su esposa y su hija, Mario se echó a la calle. La bebida y las mujeres de mala vida eran su consuelo. Perdió su trabajo y se quedó sin casa porque no podía pagar el alquiler. En la calle se dedicó a robar para poder comprarse más bebida. De allí pasó a las drogas buscando venenos que consiguieran calmar su dolor.

Una noche no tenía dinero para poder pagar al camello y amenazó a una familia para que le dieran todo lo que llevaban encima. La familia asustada no le dio nada al principio, y él, víctima del mono, los mató a navajazos. Primero al padre porque llevaba el dinero, luego a la madre que intentaba llamar a la policía, y por último, a la niña cuando ésta se le cruzó por el centro al arrancar el coche. La pobrecita huía siguiendo los gritos desesperados de su madre para que pudiera salvarse.
Fue horrible presenciar aquél atroz crimen ante mis ojos sin poder hacer nada. Pese a que infinitas veces le decía a Mario, tras la muerte de su familia: “No desesperes, la vida continúa y tienes guardadas muchas gracias en compensación a tu dolor.” Él no me escuchaba. Le pudo más mi enemigo y vi como Mario se alejaba cada vez más de su bien.
Le cogieron enseguida, porque una persona con ese síndrome no es capaz de actuar con la frialdad suficiente como para borrar sus huellas. Él solo quería que el dolor terminara.
Por el crimen le dieron pena de 16 años. La cárcel fue muy buena para él; le ayudó a darse cuenta de que había tocado fondo. En sus momentos más lúcidos mostraba un extremo arrepentimiento pero su voluntad era frágil y no podía hacerlo solo. Un día lleno de desesperación oró y pidió ayuda. Su oídos volvieron a abrirse y comenzó a escuchar mucho mejor que antes. Le ayudé a desintoxicarse y que dejara de beber prestándole todo mi apoyo pese a que caía con facilidad de vez en cuando.<<
- Si tantas cosas malas había hecho.-Dijo Santiago.- ¿Por qué le elegiste?
- Por el increíble espíritu de lucha que tenía. Se esforzaba todo lo que podía y otra vez si caía volvía a intentarlo. Mario deseaba una nueva oportunidad en la vida. Consiguió salir de la cárcel por buen comportamiento. Le dieron la condicional, pero siempre me confesaba que le daba miedo volver a su vida callejera y que ninguna ilusión le hiciera tocar nuevamente fondo. Entonces le ofrecí permanecer con él de forma constante si él me ayudaba a mí a destruir a los demonios que asolan el mundo. Y acepto… por fin había encontrado una razón por la que luchar y purgar sus pecados. Esa era la ilusión que consiguió llenarle realmente.

Santiago miró en silencio a Miguel, reflexionando la historia que le había contado.
- Ahora tú tienes la misma elección Santiago. ¿Quieres encontrar una razón por la que luchar en esta vida? Ahí la tienes.- Dijo señalando al amigo de Mario.- Si quieres impedir que la gente sufra y quieres ayudar, debes continuar con nuestra misión. Tú puedes destruir su sufrimiento con la luz de mi espada.
- Pero está muriendo mucha gente.- Dijo el chico.
- Porque antes no teníamos a Rafael con nosotros, pero ahora sí y el don de la curación los podrá sanar.
Miguel se bajó de la barandilla y miró a Santiago. Posando su mano en la cabeza del chico cerrando los ojos le dijo.
- Entiendo cómo te sientes aunque no lo sepas. Puedo ver en tu corazón como todos los ángeles. Sé que sufres y por eso te diré, que tuya es la elección de seguir adelante. - Santiago sintió la inmensa necesidad de abrazar el cuerpo de Miguel como pudiera hacer un niño pequeño a un padre, buscando paz y seguridad. - Como te dije aquel día de la pelea: Debes recordar que no estás solo en esto.

Santiago intentó cerrar sus brazos sobre Miguel pero éste despareció; sin embargo, el arcángel dejó una aura de calma dentro de él.
El quinto grado ya estaba ante los ojos de Astaroth. Este resopló. Odiaba tenerse que ver con el resto de los capitales pero era lógico que se enteraran de lo que estaba sucediendo en la Tierra.
Empujó las dos puertas de una patada y entró en la cúpula.
Thomas se encontraba en el centro de la cripta. Frente a él miraba la estatua de Miguel y a su espalada la de Rafael. Ya había tres arcángeles descendidos contándole a él pero aún quedaban cuatro por despertar.
Recordaba que cuando comenzó la pelea entre Miguel y Pruslas, había sentido la presencia de uno de los cuatro arcángeles que faltaban muy cerca; sin embargo, no había sido capaz de descifrar su paradero o el de su portador. Eso le tenía preocupado...A esa preocupación se unía el hecho de que Santiago se había vuelto a desmoralizar y por ningún medio podía permitir perder al portador del Arcángel Miguel. Él era el único capaz de regresar todo a la normalidad.
Santiago era muy complicado de tratar y en varias ocasiones sintió que se le escapaba de sus manos.
Expiró profundamente el bello sacerdote de ondulados cabellos dorados.
Entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por un presentimiento. Sintió una pequeña sacudida de tierra bajo sus pies y miró al mosaico del suelo.
Este representaba un círculo en el centro que era la tierra y alrededor de esta se extendían siete anillos. Las llamas ubicadas en los pedestales de los tres Arcángeles descendidos; Rafael, Miguel y Gabriel se agitaron. Descendiendo por el suelo, se intercomunicaron mediante un triángulo que rodeó la imagen de la tierra que estaba pisando Thomas.
Era una señal; una muy mala señal.
-¡Oh no!- Dijo es sacerdote. En ese momento entraron estruendosamente Mijots y Valentín en la cripta. - Tú también lo has notado ¿verdad?- Le dijo a Mijots.
- ¿Qué significa?- Dijo Valentín confuso, siguiendo a su maestro que se ubicó frente a la estatua que representaba Rafael. Mijots miró los anillos atentamente.
- Sin duda son ellos ¿verdad?- Dijo Mijots.
- Eso me temo.- Dijo Thomas.
- ¿Qué pasa?- Dijo Valentín confuso.

Una voz en la puerta dijo:

"Son los 7 Capitales."

Mijots, Valentín y Thomas miraron por la puerta. Acababa de entrar Santiago pero tenía un aspecto extraño. Sus ojos brillaban de azul cían como si hablara el espíritu de Miguel con él. Éste repitió la misma frase:

“Son los 7 capitales. Ya están al tanto de nuestro descenso y se han reunido.”

El destello de los ojos de Santiago se difuminó y el chico se llevó la mano a la cabeza, como si acabara de volver en sí. Los miró a los tres y preguntó.
-¿Qué son los 7 capitales?
- Son los caídos que representan los 7 pecados capitales y nuestros antagonistas. – Dijo Thomas.- Ellos son los auténticos enemigos que tenemos en esta batalla espiritual.






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