CAPÍTULO 2. El Mensajero del Cielo





El padre Thomas tenía treina y cinco años, pero sin embargo, parecía tener veinticinco. Su rostro era muy terso y no tenía arrugas, no obstante, su mirada era penetrante y estaba llena de experiencia. Su aspecto era muy llamativo tenía el pelo largo rubio y ondulado, siempre andaba recogiéndoselo en una coleta baja que le cubría la espalda como las crines de un caballo. Los ojos los tenía azul claro y los rasgos eran en cierto modo aniñados. Los alumnos le adoraban, porque su juventud permitía pedirle consejos de todo tipo y éste los sabía dar. En el seminario había destacado por sus buenísimas dotes comunicativas y sus dotes para todo tipo de artes. Thomas pintaba, componía, interpretaba y dirigía a todos los demás sin la menor dificultad. Estas cualidades, le habían llevado a suceder a su predecesor, que había sido destinado a Roma. En el Colegio era el encargado de instruir ética, religión e historia e intentaba que las clases fueran lo más participativas posibles. Fuera del colegio impartía catequesis y oficiaba algunas misas; pero casi todo el tiempo se le encontraba por el colegio.

Por las mañanas el padre Thomas hace sus oraciones matinales frente al Sagrario. Aquél día estaba reflexionando sobre la pelea de Danny y Santiago. Sabía que ellos habían sido contrincantes pero jamás pudo pensar que pudieran llevar sus diferencias al colegio. Si había algo que deseaba el sacerdote por encima de todas la cosas, era que los alumnos del Colegio se llevaran bien, pero eso era muy difícil dada la naturaleza de los hombres. Cerró los ojos y suspiró diciendo en voz alta: “Para qué estamos nosotros si ellos no nos quieren escuchar.”

Una voz contestó su pregunta diciendo: “Es nuestro deber seguir insistiendo en ello. Tenemos todo el tiempo del mundo y mucha paciencia para invertir.” El padre Thomas estaba habituado a escuchar esa voz sin parecerle extraño. Era su conciencia y su guía la que normalmente conseguía serenar sus inquietudes. Después de haber hallado la paz, se santiguo y se dirigió a la imagen de la

Virgen, para comprobar que las azucenas no necesitaban agua limpia: “Todo está bien.”

Al entrar en su casa a recoger las partituras para los ensayos del coro, una presencia le invadió repentinamente. Se llevó la mano derecha sobre su entrecejo, percibiendo que ese era el comienzo de una de sus visiones.

Al alzar la vista frente a él vio un espíritu. Tenía el rostro barbudo y el aspecto de un mendigo. Cuando vio lo que este ocultaba en su corazón una inmensa fuerza y paz le envolvieron. Un aura azul irradiaba alrededor del espíritu y entonces éste dijo:

“Ve al Puente Norte de la ciudad, ahí encontrarás al hombre cuyo aspecto llevo. Dale la extremaunción y el resto lo hablaremos allí. Como ves estoy aún vivo pero me falta poco para regresar al seno de Dios.”

La visión se dispersó y el padre Thomas se sentó. Siempre solía quedarse exhausto después de estas vivencias. Sin embargo, estaba feliz, había encontrado a quien había buscado durante tanto tiempo.

Salió una vez recuperado de su casa y le entregó al portero las partituras cuando llegó a la puerta del Colegio. “Toma esto.”— dijo dejando sobre la mesa las partituras.— “Dile a la hermana Laura que dirija ella hoy los ensayos del coro. Yo vuelvo en cuanto pueda.”

Caminó a pie por el sendero del bosque hasta la parada del autobús, portando el libro de preces.




La comida acababa de terminar y los alumnos se encontraban en el recreo de una hora. Ana y sus amigas se solían sentar en el césped muy cerca del campo de fútbol. Sara había sacado una revista en cuya portada estaba el niño prodigio del momento. Se llamaba Alex y arrastraba miles de fans en todo el mundo. Todas suspiraban por él y tenían las carpetas forradas con sus fotos. Ana no prestaba atención a los comentarios de sus amigas, en su mente estaba algo intrigada por Santiago. No entendía el comportamiento de ese chico silencioso que pasaba las horas de clase mirando por la ventana o dibujando en sus libros y apuntes. No se le veía con amigos y siempre solitario. Sintió cierta lástima por él, pues ella estaba convencida de que no era un mal chico, solo debía tener problemas. Sara, interrumpió los pensamientos de Ana al preguntarle qué le pasaba.

- Yo creo que Ana no deja de pensar en “el oscuro”, para ella ha sido como un héroe.— Dijo Joan. Ana se ruborizó.
- ¡Jajaja! “el oscuro” Es mono si no fuera porque diera un poco de miedo. Es insociable y espeluznante.
- ¡Sí! además, desde que se peleó con Daniel, asusta más. Seguro que te lo encuentras un día en la calle y te ataca.— Cuando Joan y Sara subieron la mirada, Santiago se encontraba frente a ellas. Había escuchado todo lo que habían dicho, y, mirándolas fijamente su gesto parecía impasible. Más frío que el hielo. En su mano se encontraba un reloj que mostró a Joan. Joan miró que su reloj había desaparecido de su muñeca y miró a Santiago asustada.
- Se te ha caído en gimnasia. – Lanzó el reloj y Joan lo cogió en el aire. Se giró.— Pensaba venderlo a unos narcos por droga, pero lo cierto es que no tiene mucho valor.— Santiago echó a andar dando la espalda a las perplejas chicas con las manos en los bolsillos.

Ana se levantó corriendo y se puso delante de él.

- Santiago, ella no pretendía…
- ¿Crees que me importa algo lo que digan de mí? Una niñata que besa las fotos de una nenaza que se pinta los labios…— Echó a caminar agitando los hombros riendo.
- ¡Por qué eres tan desagradable!— Dijo Ana furiosa. Santiago se giró.
- Perdona, pero yo no he sido quien ha llamado delincuente a nadie. – Se alejó hacia el habitual castaño. Ana no supo que más decir.





El padre Thomas llegó al atardecer al puente del norte de la ciudad. Hacía bastante frío para ser otoño, se abrochó el abrigo y escondió su barbilla en la bufanda. Había sido imposible llegar antes a aquel lugar, pues mucha gente de la ciudad cuando le veían pasear, le paraban constantemente para saludarle o pedir que bendijera algo. Él no podía decir que no y les intentaba servir como buenamente podía. Finalmente, pese a los retrasos había llegado al lugar donde

le había dicho la visión y se adentró en el arco del puente donde tres indigentes estaban preparando una hoguera en un bidón para evitar que la fría noche les congelara. Cuando vieron al sacerdote fueron a pedirle limosna y él les estregó algunas monedas.

- ¿Sabes, donde vive un hombre con el pelo claro? Viste con un jersey azul y un chaleco verde.
- ¿Mario? Sí padre, llega a tiempo está en las últimas.— Echó a andar bebiendo a morro de una botella y tambaleándose.

El mendigo le llevó a una pila de cartones donde se encontraba un bulto cubierto por sucias mantas tiritando. Thomas le dio las gracias y se inclinó hacia el enfermo. Le ofreció la mano.

- Ya estoy aquí amigo mío.— El mendigo le cogió la mano y se giró hacia él.— Solo tú podías ocultarte tras ese aspecto.
- Miguel se ha ido
- Él no se ha ido está contigo. Si estás en las tinieblas llámale y te guiará.
- Me muero…
- No te morirás, sino que vas a resucitar en la otra vida. Aquí estoy yo para que os encontréis otra vez.— Thomas sacó el aceite y haciendo la señal de la cruz en su frente le absolvió.— Parte en paz, pues ya estás con Él, pero ¿qué más has de decirme, amigo mío?
— Ya está aquí.— Dijo el mendigo.— Le veo.— Una ráfaga azul expelió del cuerpo del mendigo y éste abrió los ojos y fijó la mirada en el sacerdote.— Gabriel…
- ¿Miguel?
- Quién sino...— dijo asomando una cansada sonrisa.— Has tardado mucho, amigo, en encontrarme.
- Lo sé… pero no he cesado en hacerlo.
- Este cuerpo y alma que protejo se extingue, pero la batalla no ha terminado.— Se incorporó. Arrancando el chaleco y desgarrando el jersey enseñó el pectoral a Thomas.— Debes encontrar al portador del símbolo.

Thomas vio resplandecer en la piel una cruz de Santiago azul.

- Es tu sello, Miguel.
- ¡Calla!— Dijo poniéndose el dedo en los labios. Los dos oyeron unos extraños ruidos. Unas alas se expandieron en la espalda del mendigo ocultando a Thomas. Frente a ellos había dos sujetos que se confundían en la oscuridad y reían malévolamente.— Gabriel, vete de aquí. Si ellos te ven estamos perdidos. Podían reconocerte, pues no has ocultado muy bien tu angelical aspecto.
- Lucharé a tu lado, estamos en el mismo bando.
- Tú no tienes la misión de luchar, ésa es la mía. Ve amigo, lejos de aquí.
-¡Rápido!— Thomas salió corriendo deslizándose por entre los cartones. No tardó en encontrar los cuerpos del resto de los mendigos caídos. Solo uno se mantenía en pie y había sangre en sus manos. No le había visto, tenía los ojos ensangrentados y las venas azuladas se trasparentaban en su pálido y deforme rostro.
- Los demonios han salido del infierno. ¿Cómo es esto posible?— Corrió por la oscuridad y se ocultó entre los árboles. El mendigo se plantó frente al poseído en su halo azul.
- Miguel.— Dijo el poseso.
- Reconozco tu rostro, Izquiel, principado de Astaroth. Ángel de la violencia.
- Vengo a llevarme el alma que portas en tu interior. El hombre que habitas ha derramado mucha sangre inocente. Ha hecho mucho daño a su familia.
- El hombre que habito, está bajo el “poder de Dios”. – Thomas encontró el alma del mendigo a su lado. Le extendió el brazo.
- Ven Mario, yo te cobijo hasta que llegue Azrael.—Dijo Thomas. El alma tomó la mano de Thomas.— Estás con nosotros así que no temas.
- ¡Eso no es posible!— Respondió Izquiel.— Él ha matado a gente. Debe estar al servicio de Astaroth.
- Te equivocas. La sangre que ha derramado ha sido la vuestra y ello estaba fuera de su alcance, porque fui yo el que lo hizo para liberar las almas que son poseídas por vosotros.
- Aun así es su brazo y no el tuyo el que empuña la espada.
- Recibió la gracia. No podéis hacer nada.
- ¡¡Devuélvenos a esa alma Miguel!!
- ¡Lo haré si es la voluntad de Dios!— Miguel alzó la espada y el poseído cayó al suelo por el resplandor.— Deja esa alma Izquiel.— Miguel le decapitó. Este cayó al suelo y la sombra fue expulsada del cuerpo.
- ¡Maldito seas tú y el que te creó, Miguel!— Uno de los mendigos que estaba caído se levantó y clavó una botella rota en el costado de Miguel. Éste cayó al suelo sangrando abundantemente. La sombra se dispersó.

El mendigo que atacó a Miguel era el que había mostrado a Thomas el lugar donde se encontraba Mario. Cuando vio su mano con el arma homicida cayó de rodillas llorando ante el cuerpo de su amigo.
Thomas había visto todo junto al alma de Mario. Giró su cuerpo hacia el alma y se apoyó en la pared.
- Tus amigos habían bebido demasiado e Izquiel ha sabido aprovecharse de ello para llevaros a su terreno. Quería llevarte con él pero tu ángel, Miguel, te ha protegido.— Dijo Thomas.— No temas, tú vendrás con nosotros, porque has querido volver por el buen camino. Azrael, ya puedes llevártelo.— Mario vio otro ángel a su lado que le sonreía y se fue con él.

Thomas intentó regresar hacia el cuerpo muerto pero se le interpuso Miguel.

- No debes acercarte. Mario iba a morir de todas formas. La mala vida en la calle le había hecho enfermar.
- Si ya no tienes un cuerpo donde cobijarte, Miguel, ¿Qué harás?
- Recuerda que te he dicho que encuentres al portador de mi símbolo. No he podido vivir lo suficiente para prepararlo. Gabriel, tú que habitas en el padre

Thomas, deberás hallar al siguiente, entrenarlo y cuando llegue el momento despertarme en él. Tú como “poder de Dios”, eres el único que puede reunirnos a los Siete Arcángeles. – La llama azul de Miguel se dispersó repitiéndole: “Encuentra al portador de mi símbolo.”



Santiago se encontraba en la puerta del teatro del colegio. El coro estaba terminando de cantar bajo las órdenes de la hermana Laura. Entre las cabezas del grupo se encontraba Ana mirando atentamente a la hermana y entonando entre las voces más agudas. Santiago la contempló por la pequeña ventana redonda de la puerta. Le gustaba mucho escuchar al coro porque le daba tranquilidad. Cuando silenciaron las voces el grupo se separó a recoger sus cosas. Santiago se dirigió hacia la salida principal del teatro, cuando se encontró de frente a Ana, que salía de una puerta anterior a la principal. Se quedaron mirando cuando Santiago le entregó las listas del día.

- Como tenías ensayo he rellenado yo las faltas de hoy.
- ¡Gracias!— Dijo Ana tomado el cuaderno
- Me lo mandó el profesor, así que no tienes que darme las gracias de nada.
- No..., gracias por lo del otro día, Santiago. Sé que si peleaste con Daniel no fue para medirte con él; pese a lo que diga la gente.

Ana salió por la puerta, mientras Santiago la veía alejarse sorprendido.

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