CAPÍTULO 20: La fuente de la omnipresencia









Siguiendo su rutina, Hermes acudió a la caída del sol a recoger las almas para guiarlas al Hades. Un alma, al morir el cuerpo, se desvinculaba de la carne para salir por su propio pie de la tumba durante los tres días posteriores a la muerte. Por eso, cuando las almas se levantaban y llevaban desorientadas unos días por encima de esa cifra, su lugar de reunión eran las encrucijadas de los caminos. Hermes debía, por un lado, exhumar a las almas antes de ese periodo; o, por el contrario, atraerlas hacia su propia área gracias a la doble dimensión.  La cantidad de personas que morían y más en tiempos de guerra, era tan inmensa que era incluso difícil para un dios como él recogerlas al mismo tiempo. Los poderes de Hermes le dotaban especialmente para sus labores divinas, por lo que fue primordial para el mensajero de los dioses, aprender a aplicarlas en su día a día.
Aquella noche, el cilenio, se centró más en las almas de las encrucijadas después de acudir a las más pobladas necrópolis de Grecia. Sobre su botín un cuantioso y apetitoso saco de monedas eran reservadas para el soborno a Caronte. Sabía el dios que, si alguien podía darle información valiosa sobre Pandora, era el barquero del Aqueronte.
Una vez atraídas las almas por la doble dimensión, el argicida trasladó a sus viajeros por las ondas infernales hacia el camino a la fuente amarilla, tras lo cual, una vez cumplido su deber, decidió pedir a Caronte un viajecito en su barca. Fue allí donde pondría en práctica su estrategia. Sabía bien el mensajero que una de las causas de la tan pesada labor de Caronte, se debía a su volubilidad cuando el dinero se interponía en su camino.
    ¡No debería hacer esto, Hermes! — protestó Caronte. — Se supone que tú tienes tus fabulosas sandalias y petaso como para hacer que pierda el tiempo contigo.
    ¡Qué quejica eres, Caronte! ¿Qué más te da? — le replicó Hermes. — Tienes que hacer tropecientos viajes en barca para trasladar a las almas por el río. ¿Qué es para ti un pasajero más? Además, te he pagado mi viaje.
    Tengo terminantemente prohibido trasladarte más allá, Hermes. Sabes que tu paseo por el hades está limitado.
    ¿Crees que no lo sé? De todas formas ¿Acaso he sobrepasado las fronteras? Que yo sepa solo me está prohibido ir al Templo de Hades, a excepción de un permiso exclusivo de Zeus. Vamos, así te doy conversación. Seguro que ninguna de estas almas te la da.
    Están demasiado aletargadas y preocupadas por lo que hay al otro lado que en darme conversación. — dijo Caronte algo decepcionado.
    Ellas se lo pierden. Nadie sabe hasta dónde llega tu sabiduría sobre este lugar. Llevas cumpliendo tu labor desde que Hades fue elegido el rey del inframundo. Nadie excepto tú sabe más acerca de quién gobierna aquí ¿verdad?
Caronte sonrió ante ese persuasivo comentario que elevaba su autoestima. Hermes sabía bien que Caronte siempre había sido tratado como un criado y con desprecio por el resto de las deidades, por lo que alimentar el ego al barquero, era la herramienta perfecta para demostrar su necedad.
    Dime Caronte. — prosiguió Hermes. — ¿Acaso lo dudas?
    ¿Cómo iba a hacerlo?
    ¡Pues claro que no! No ibas a saber qué lugares tiene el inframundo…, los diferentes castigos o recompensas que pueden recibir estas almas…
    Por supuesto que lo sé.
    ¿Acaso tampoco vas a saber dónde está el Tártaro? ¿Quién lo controla y está encerrado en él?
    Claro que sí.
    ¿Acaso no conoces a Hades a la perfección? Hasta sus más recónditos secretos…
Caronte emitió una risa maliciosa.
    Antes de ser barquero era la sombra de Hades. Siempre supe que era un olímpico de gran potencia. Pero que esto quede entre nosotros.
    ¿Dices que antes eras la sombra de Hades?
    Así es.
    ¿Y cómo es eso…?
    Pues que antes de que este lugar fuera construido, yo acompañé al señor Hades. Estuve en la construcción de su reino y en la selección de sus espectros. Algo descoordinados estos espectros… sobre todo despistados. Siempre le dije a Hades que debía asignar a alguien que los mantuviera a raya.
    ¿Y te escuchó?
    Ya sabes lo testarudo y poco influenciable que es Hades.
    ¿A mí me lo vas a decir? Llevo mucho tiempo pidiendo audiencia a Hades para comentarle un poco que permita a alguien más que yo guiar a las almas. ¿Acaso cree que dispongo de tanto tiempo? Siempre llego aquí con la lengua fuera y nunca me da tiempo a trasladar a todas las personas que mueren al día…
    Te entiendo… pero ya sabes lo conservador que es Hades y lo receloso que es con que se conozca su mundo oculto. Según él la muerte no es útil si ya se sabe lo que hay detrás de ella. Es partidario de que se hable muy en general del inframundo, pero no que se den detalles de él. “Hay un destino, castigo o recompensa para cada alma” Esa es su filosofía. Pero allá él.
    Dime Caronte… cuando dices que has estado desde el comienzo con Hades, ¿Eso se remonta a la época de Pandora?
    ¡Pues claro! Eso fue muy posterior.
    Interesante… ¿y es cierto que el alma imperecedera de esa mujer aún reside en el hades?
    El alma es inmortal. Como tú ya deberías saber.
    Es cierto ¡Qué pregunta tan estúpida te he hecho!
    Cualquiera diría que se te escapa algo así, hijo de Zeus.
    Como Pandora fue algo tan excepcional, dudaba que tuviera el mismo destino que todas las almas.
    Es cierto que su historia fue tan excepcional como ella misma… por eso se decidió su destino.
    ¿Y qué destino se decidió? ¿qué destino para su alma? Ya que todos sabemos que su figura humana fue extinguida.
Caronte miró de reojo a Hermes. Parecía que al barquero le olía algo a chamusquina en aquel interrogatorio. Hermes temió haber tenido una idea equivocada del barquero, y que éste fuera más astuto de lo que parecía.
    ¿Acaso tú también caíste en los brazos de esa mujer tan sensual? — dijo Caronte despistando a Hermes aún más. — Cuenta, cuenta ¿Te la beneficiaste?
Hermes emitió una sonora risa.
    No, aunque no te diría que en alguna ocasión me hubiese gustado ser Epimeteo…
    Creo que a todos nos hubiera gustado ser Epimeteo. —dijo carcajeando Caronte. — Nunca entenderé porque Zeus decidió entregarla a ese titán…
    ¿Por qué lo dices?
    ¿Acaso no preferirías entregarle semejante regalo a alguien a quien apreciaras más? ¿alguien de tu misma sangre y en quién confiaras? ¿Por qué Zeus se la entregó a un titán, el lugar de dársela a uno de los olímpicos? ¿No sería más seguro?
    ¿Adónde quieres llegar?
    Alguien más solicitó a Pandora como esposa. Alguien que la necesitaba bastante para mermar su soledad.
    ¿Te refieres a…? — Caronte asintió antes de que Hermes terminara su frase. — Nunca pensé que alguien como él pudiera sentirse atraído por una mujer y necesitado de compañía. — dijo Hermes pensativo.
    Es muy duro vivir entre los muertos, pensando siempre en administrar justicia a las almas después de la muerte. No es un trabajo muy agradecido que digamos.
    ¿Y qué hizo Hades cuando Pandora fue destruida? ¿Qué hizo con el alma de la mujer a la que amaba?
    No lo sé…— dijo el barquero desinteresadamente.
    No me creo que no lo sepas. ¿acaso no me has dicho que lo sabes todo acerca de Hades?
Caronte volvió a mirar de reojo a Hermes. En el fondo nadie mejor que el dios de los ladrones y mentirosos, para saber cuándo alguien mentía u ocultaba algo. El mensajero de los dioses vio entonces oportuno ofrecerle el soborno que había preparado para hallar la información que necesitaba. Después de unos largos minutos de persuasión, Caronte aceptó más de la suma que convino Hermes para él y le dijo.
    Se rumorea que Hades guarda el corazón aún vivo de Pandora en algún lugar. Así podía contentarse con la posesión del mismo puesto que se le negó en un pasado.


Hermes volvió con dicha información a su templo en el Olimpo. Caronte no le había dicho dónde estaba ese corazón vivo, pero después de haber barajado varias posibilidades durante su conversación con él, se dio cuenta que el barquero verdaderamente ignoraba esa información.
Mientras regresaba al mundo de los vivos meditando sobre la conversación que había tenido con Caronte, Hermes intentaba encontrar la manera de saber el escondite del alma de Pandora. Si era cierto que se encontraba en el Hades, iba a ser complicado buscar.  Había que tener en cuenta que el hades era indeterminadamente grande. Aunque Hermes se lo conocía bastante bien puesto que se encargaba de conducir las almas de los muertos, era muy difícil para él determinar el lugar exacto de algo tan pequeño, más teniendo en cuenta que había miles de millones de almas que habitaban el mundo de los muertos. 
Detuvo su vuelo para refrescar su cuello en un arroyo cercano. Entonces contempló los caños cayendo al lago y una idea le vino a la cabeza:
“La Fuente de la Omnipresencia. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?”
Colocándose el petaso alado, sonrió.
“Creo saber quién es la adecuada de mis caballeros para resolver el funcionamiento de semejante artilugio, solo reservado a Zeus.”
Diciendo esto se dirigió a la Arcadia para encontrarse con Smilace, una de sus ninfas caballeros preferidas.


Pasados unos días después de la vuelta de Atamante de Delfos, el rey de Orcómeno se había enterado de que un misterioso lemuriano estaba guardando los últimos días de Nefele, gracias a uno de sus guardias.   Con dicho rumor obligó inmediatamente a que le trajeran al mencionado polizón para pedirle explicaciones, y en su caso, castigarle. Estaba terminantemente prohibido que se visitara a Nefele desde su repudio y destronamiento. Chryssos no opuso resistencia, y pacíficamente aceptó la orden del rey. Bajo la manga se guardaba un permiso firmado por Eetes y Faetón que le declaraban el terapeuta de Nefele.
Cuando el carnero de oro se vio frente al rey Atamante, no había forma de reconocerle. Gracias a los duros entrenamientos recibidos por el maestro de Jamir, Chryssos había dominado absolutamente su apariencia física gracias a la metamorfosis. Sus molestos cuernos se habían ocultado bajo su fuerte cráneo. El pelo largo y platino se había vuelto más dorado y lo llevaba corto. La barba se la había afeitado y el delator vellón de oro de su cuerpo había sido esquilado en varias ocasiones, controlando su crecimiento gracias a un duro ejercicio de meditación. Sus negros ojos ahora eran grises. Su ovina nariz era ahora estilizada y recta y el tono rosáceo de su piel le daban una apariencia más humana que animal. Era ahora un apuesto joven de mirada serena solo siendo seña de identidad de su auténtica naturaleza, las dos motas de su frente doradas.
Cuando apareció el sujeto ante la corte más cercana del rey, hasta la misma Ino se había quedado hipnotizada por su belleza.  Los príncipes observaban desde la zona trasera del trono con altiva pose. Hele era todavía más mujer; así como Frixo que se parecía mucho a su padre, pero con los rasgos de los lemurianos. Un príncipe muy apuesto y orgulloso de su posición.
    ¿Cómo osaste a entrar en la torre de Nefele? — dijo furioso Atamante.
    El proceder no fue el adecuado, pero su majestad estaba de viaje y Nefele necesitaba de mis cuidados cuanto antes. Si he ofendido a su majestad habiendo entrado sin su permiso, me disculpo. Estoy dispuesto a recibir cualquier castigo, pero le ruego que no me aparte de lo que mis señores de Jamir y Cólquide me han ordenado.
Chryssos extendió el pergamino del permiso inclinando su cabeza en posición de humildad. Atamante le ordenó a su escriba que lo tomara y se lo entregara. Lo leyó detenidamente.
    ¿Cómo sé que no ha sido falsificado esto? — dijo Atamante.
    ¡No lo ha sido!

Interrumpió una voz que entró en el salón. Se trataba de Hermes que venía de paso a confirmar el mensaje de Eetes y Faetón.
    Si tuvierais alguna duda; Estaré dispuesto a facilitaros la comunicación con ellos. No es extraño que los hermanos de Nefele se preocupen por el estado de su hermana menor. Es de lo más común. Por eso mismo han querido enviar a este médico real para que la cuide. Todos sabemos que ni siquiera sus hijos pueden visitarla.
    ¡Maldito Hermes! ¿Qué falta de respeto es esa? — dijo Ino.
Atamante extendió su brazo para calmar a su esposa.
    No puedo dudar de la boca del mensajero del Olimpo. Si Hermes lo confirma, así es. Dime, médico, ¿cuál es tu nombre? — Le dijo Atamante a Chryssos.
    Therapis. — Respondió el carnero de oro.
    Muy bien Therapis. Haz tu trabajo con Nefele y mantenme informado en todo momento de su estado.
Atamante se retiró del salón del trono. Cuando miró a sus mellizos una expresión de lástima y dolor se reflejó en su rostro. Bajando la cabeza siguió andando de frente, dejando atrás a sus hijos preocupados por su gesto. Sabían que su padre ocultaba algo, pero les había evitado desde que había llegado de Delfos y no podían preguntarle. Mientras, Ino lanzó una mirada asesina a Hermes y a Chryssos.
    Descubriré lo que andáis tramando. — dijo Ino amenazante. — Conmigo está el favor de Poseidón.
    A Poseidón le da igual lo que pase ya, Ino. — Dijo Hermes acallando a la reina. —Ya estáis construyendo su templo que es lo que quería, pero tú no tienes suficiente ¿verdad? — La última frase la emitió con desprecio el hijo de Zeus, acrecentando la ira de Ino. Después miró a Chryssos quien en ese momento miraba a Hele. Hermes le dio una palmada en la espalda. — La belleza de las princesas abruma ¿eh?

Chryssos miró sorprendido a Hermes y después se fue tras él para volver a la torre. Cuando los dos estuvieron alejados del peligro, Chryssos le dio las gracias a Hermes.
    Soy el maestro de los disfraces. ¿crees que no te reconocería? Cuida de ellos. — Dijo Hermes, antes de emprender el vuelo.


Hermes había a penas posado el talón en las baldosas lisas de mármol del templo de Zeus en busca de su padre. Le encontró de espaldas sentado en la Fuente de la omnipresencia que se encontraba en el patio interior del edificio. Hermes se preguntaba que mantenía tan atento a su padre en las aguas mágicas.
La voz de Zeus le llamó y Hermes acudió a ella.
Hermes se acercó a su padre y le preguntó qué era lo que deseaba.
    ¿Has visto, hijo? — Dijo Zeus señalando la visión de ese momento. Hermes miró en el reflejo donde se encontraba Poseidón. Un sudor frío recorrió su nuca.
    ¿Quién es?
    ¿No le reconoces? ¡claro! ¿Cómo ibas a hacerlo? Al fin y al cabo, lo conociste ya envejecido, como yo. Aunque Poseidón sea mi hermano mayor, ha rejuvenecido. Me pregunto qué le habrá hecho utilizar el misopethamenos Solo un temible peligro obligaría a uno de los tres reyes a utilizarlo…
    La verdad que es apuesto mi tío, el rey de los peces.
    Ten más respeto a tus mayores, hijo…aunque…— después se echó a reír. — Tiene gracia lo de rey de los peces. — dijo dándole una fuerte palmada a su hijo que obligó al argicida a erguir su postura doblada por la fuerza de su padre.
    ¿Y tú cómo eras de joven, padre? Te parecías a mí, tal vez más a Apolo o Ares…— dijo Hermes apoyando su cabeza en la mano.
    Ciertamente no me parezco a ninguno de vosotros, nada más que en algunos rasgos de vuestro carácter. Pero mi fuerza era incomparable. Yo mismo paralicé a Cronos de un solo rayo.
    Cuando me cuentas tus hazañas de la Titanomaquia, me recuerdas más a un abuelo.
    Sin pelos en la lengua, como siempre. — dijo Zeus sonriendo benevolente a Hermes.
    A Hades tampoco lo he llegado a ver cara a cara. Siempre es esa extraña silueta roja y oscura la que me recibe para darle los mensajes.
    Mi hermano mediano se afana en ocultar su hermoso aspecto. Típico en alguien tan extravagante como él. Pero tiene una belleza muy serena y jovial; con cierto aire místico como es él mismo. A veces pienso que lo hace para mantener su cuerpo joven y así no demacrarse como yo o Poseidón.
    ¿Sois capaces de hacer algo semejante?
    Claro, a ver qué te crees, jovenzuelo. Somos dioses e hijos de titanes. Hijos del dios del tiempo, aquél capaz de dominar el transcurso de la vida y la muerte. Cada uno de nosotros hemos adquirido la capacidad de dominar nuestro envejecimiento, pero no solo eso; también somos capaces de llevar a cabo una parte de ese poder sobre la vida de las personas.
    ¿Cómo es eso?
    Siempre tan preguntón. Por tu curiosidad a veces pienso que eres más mujer que hombre.
    Eso daña mi virilidad, padre…— Zeus soltó una carcajada.
    Te lo diré, ya que eres mi confidente, pero espero que guardes bien mi secreto.
    Sabes que te soy leal, padre.
    Veras. El tiempo se divide de tres características fundamentales: Poseidón tiene el poder del crecimiento, yo el de la dotación de la vida y Hades…
    El de la muerte.
    Así es. Todos nacemos, crecemos y morimos. Por decirlo de alguna forma. Yo hago nacer la vida, Poseidón la hace madurar y Hades la recoge en su decrepitud.
    ¡Interesante!
    Así es. Todas esas características las tenía Cronos, como dios del tiempo. Debió transmitirla a nosotros cuando nacimos.
    ¿Qué pasa si solo uno de vosotros utilizara su poder?
    ¿A qué te refieres?
    Pues, por ejemplo, que uno de vosotros utilizara ese don sin los otros.
    Sobre algo o alguien.
    Sí.
    Pues que lo que recibiera ese don, tendría solo dicho don y estaría incompleto.  Si yo solo diera vida a alguien, esa persona nunca crecería ni moriría. Si solo se le diera el poder del crecimiento, crecería sin parar. Si solo se le diera la muerte; moriría. No podría haber la armonía necesaria y el ciclo se rompería desajustándolo todo.
    Entonces las Moiras…
    Las Moiras solo determinan cuanto va a durar dicho ciclo, pero no son las que dan la vida o la muerte. Solo cada uno de los varones de Cronos, conocemos el alcance y detalle de dichos dones del tiempo. No podría explicarte todos los secretos de los dones de tus tíos; sino sólo de mío propio.  No obstante, no puedo comentarte más ¿entiendes? Aunque seas mi hijo, hay que mantener el factor sorpresa para poder vencer las batallas.
Zeus se levantó de la fuente estirando sus poderosos brazos, perezoso. Hermes observaba como desaparecería la imagen de Poseidón de la fuente.
    Padre…— dijo Hermes deteniendo los pasos de Zeus. — Este invierno Saturno se alineará con la Tierra.
    Así es.
    ¿Haréis el 21 de diciembre la visita al Tártaro?
    Como cada quince años. Pero está vez lo hemos prolongado al 24. Saturno se va a retrasar unos días más. ¿por qué?
    Por si necesitas mi ayuda, ya sabes…— dijo socarrón.
    Estoy viejo, pero no tanto como crees. – dijo Zeus riendo, mientras se marchaba.

“Cada uno tiene un poder sobre el tiempo ¿huh?” Pensó Hermes detenidamente. “Pero solo cada uno es capaz de conocerlo en profundidad.”

Hermes sonrió malicioso.  
“No sé si lo que me ha contado es bueno o malo. Pero en todo caso, tal vez me será de utilidad para despertar a Pandora.”
Hermes se recolocó la visera justo enfrente de sus ojos. En el fondo de su espeso flequillo se ocultaba un mirar bullicioso de ideas. Después se dirigió a realizar los últimos encargos del día.



El hijo de Afrodita y Ares se había acercado por orden de su madre a las inmediaciones de Eubea.  La diosa del amor había vertido en el corazón de la princesa Hele la curiosidad por acercarse más a la torre donde se encontraba su madre. Ya había caído la noche y la oscuridad ocultaría a la melliza de Frixo eficazmente.
Eros debía examinar cómo se desarrollaba el cara a cara de los dos futuros amantes y actuar en consecuencia.

“Las historias de amor tienen un principio y un fin. Y mis pequeños espías me han dicho que hay una posible historia de amor en Orcómeno”. Recordaba las palabras de su madre, el dios del amor. “Me he enterado que hay un apuesto y misterioso médico en la torre de Nefele, cuyo corazón ha temblado de pasión por la triste y fuerte princesa Hele. Ve allí, quiero que sigas a los dos. Colmaremos el alma ensombrecida de la princesa con el resplandeciente brillo del médico de dorados cabellos y orgulloso mirar.”

Ahí se encontraba el jovencísimo Eros, justo al pie de la flora que rodeaba la torre de Nefele. El edificio se levantaba solitario en el acantilado de la costa y estaba cercado por sólidas rejas y recelosos vigías.

El hijo de Afrodita, tenía el aspecto que podría tener cualquier chico en la pubertad, pero sin acné ni pelo graso. Sin desequilibrios de peso que tatuaran su dorso de estrías, sin apariencia larguirucha o demasiado corta. Era un joven que podía ser fácilmente el ídolo de masas de cualquier quinceañera. Sus dorados rizos cortos le caían sobre las sienes dándole un aspecto jovial, apuesto, pero a la vez inocente.  Sus mejillas eran rojizas como las de su madre, y todavía redondeadas, pero su angulosa y amplia mandíbula le daba un aspecto más adulto. El mentón ligeramente sobresalía de su perfil, debido al hoyuelo que se enterraba entre las protuberantes carnes de sus músculos faciales. Su cuerpo no era escuchimizado sino de un tipo atlético—fibroso, que aún no había terminado de moldearse, pero que no le hacían pasar desapercibido.
La correa de su carcaj lo enredaban flores trepadoras azules, blancas y rosas. Sus flechas doradas resplandecían con la luz de la luna, pero su brillo no era tan visible como las de Apolo o Ártemis. La flecha obtenía su pleno brillo cuando se hundía en el pecho hirviendo de amor a una persona. El corazón como el globo lleno de agua, al ser atravesado por la ancha y delicada punta de la flecha de Eros, hacía estallar el contenido amor que estaba protegido por las duras paredes de la razón y el sentido común. Por algo lo llamaban flechazo o amor a primera vista.
Los rasgados ojos de Eros, tenían un castaño rojizo muy similar al de su padre Ares. Pese a tener una mirada de suma determinación y cierto orgullo, no resultaban tan terroríficos como los del dios de la guerra. Tenían la amabilidad y dulzura de su madre.  Con la precisión de un rapaz, Eros contempló una sombra que se deslizaba por las yucas y chumberas con rapidez y sigilo de una pantera. La sombra no parecía demasiado alta. Se acercaba a las barreras de la torre sin temor. Era Hele.

La hija de Nefele, con sus innatas habilidades lémures utilizaba la tele transportación para burlar las guardias hasta saltar la valla ayudada de su látigo.  El efecto de aparición y desaparición, desorientaron a Eros al principio, pero los ojos del dios de los enamorados, en seguida fueron capaces de detectar la velocidad de la muchacha.
La discreción de Nefele fue eficaz hasta que llegara a la zona trasera de la torre, donde se quedó quieta contemplando su altura. La torre de su madre era un antiguo faro que avisaba a los barcos de las pedregosas costas de Eubea, cuya profundidad no era demasiada, debido a la aproximación del Canal de corinto y la península del Peloponeso. Dicho faro había sido desechado, una vez construido el nuevo más cerca del mar abierto. 

 Una voz la descubrió mirando la torre. Cuando la princesa se giró se encontró con Chryssos bajo la apariencia de Therapis. Chryssos frunció el ceño cuando le pidió que se identificara. Hele no sabía cómo reaccionar, pues no conocía a Therapis y si era una amenaza para ella o no.
    ¡Descubriros! — dijo severo Chryssos, pero Hele seguía sin responder. — Venís de parte de Ino ¿verdad? En ese caso mi deber es protegerla.
    Chryssos comenzó a hacer unos movimientos de piernas y brazos, cuando lazó un ataque telequinético contra el espía. Pero Nefele se tele transportó. Cuando vio dicha habilidad Chryssos, paró su ataque al ver que el sujeto era Lémur.
    Por gentileza deberíais dejarme ver a mi madre, Therapis.
    ¡Princesa Hele! — Exclamó el carnero, girándose hacia ella. —  Venid aquí sola es peligroso.
    Entonces no permitáis que pierda más el tiempo y dejarme ver a mi madre.
Chryssos contempló como Hele se descubría dejándole su altiva belleza sin habla.

Eros contemplaba la escena en silencio, cuando una voz interrumpió su concentración.
    Deberías hacerlo ya. No sé a qué esperas. — Cuando Eros se giró vio a Hermes comiendo un melocotón.
    ¿No deberías estar en el Hades?
    Ya he estado. — Dijo el dios de los ladrones. — Si no te das prisa vas a perder la oportunidad de enamorarlos.
    Por parte del doctor hay sentimientos, pero por parte de ella no.
    Pues apúntala y dispara.
    Las cosas no son tan fáciles como crees. — le reprochó el adolescente Eros a Hermes. — Tienen que haber un mínimo de sentimientos para que los dos se correspondan.
    ¿Para eso no estás tú? — dijo Hermes lanzando el hueso del melocotón y lamiéndose los dedos. — Dame esa flecha.

Diciendo esto el dios de los comerciantes rápidamente le robó el arco y la flecha a Eros y emprendió el vuelo para afinar su puntería. Eros le persiguió con sus alas gritándole que le devolviera sus atributos.
    Ven a por ellos si consigues alcanzarme. — dijo Hermes riéndose, rebuscando un ángulo para herir a Hele.
    Jamás acertarás. En tu vida has usado un arco. ¡Parece mentira que me dobles la edad! — dijo furioso Eros mientras volaba tras Hermes.
    Con esa furia me recuerdas a tu padre. Al menos, algunos no llevamos florecitas para adornarnos.
    ¿Por qué no te vas y me dejas hacer mi trabajo?

Cuando Hermes encontró el que parecía el ángulo perfecto, tensó la flecha, pero antes de soltar una voz que le llamó y le desconcentró. Al girarse hirió a la interlocutora que se trataba de Smilace.  Ésta cayó al suelo del impacto. Antes de que el dios pudiera acudir a su ayuda, un joven, que se encontraba yendo hacia la ciudad con peces recién pescados, se aproximó antes que él. Dejando la cesta y su mula, tomó a Smilace de los brazos preguntándole si estaba bien. Smilace abrió los ojos y se enamoró del muchacho, ante la atónita mirada de Hermes.
    ¿Ves lo que ocurre cuando las cosas no se hacen bien? — Escuchó decir el argicida a Eros, quien le había alcanzado al fin.
    ¡No! Smilace… Detén inmediatamente esto, dios del amor.
    ¡Ja! Ni hablar. Te lo mereces por idiota. — Dijo Eros tomando su arco. — lo que lamento es que él no esté enamorado de ella. Eso la hará sufrir bastante.
    ¡Pero espera! No decías que si no había amor no funcionaría. ¿por qué entonces Smilace se ha enamorado?
    El herido por mi flecha se enamora del primero que ve, pero si no se conocen o el otro le ama al menos un mínimo, vienen entonces los desamores. Para evitarlo siempre selecciono bien mis parejas. Mis flechas tienen un efecto opuesto si hiero al que no ama, le produce mayor rechazo.
    ¿Mayor rechazo? — dijo malicioso. Mientras volvía a robarle el arco y una flecha. – Veo que todavía no has aprendido a vigilar tus espaldas para que no te burle, Eros.
    ¿Qué vas hacer?
    ¿No es Obvio? — Hermes lanzó la flecha contra el rescatador de su ninfa. Había acertado de lleno en el pecho del muchacho.
    ¡Increíble!  La primera vez que coge un arco y acierta. — dijo atónito Eros.
    La suerte del principiante, supongo.
    Smilace ahora va a sufrir mucho por tu culpa.
    Solo me aseguro que ese aldeano no la toque.

Hermes le devolvió el arco a Eros.

    Para que termines tu trabajo. — dijo el cilenio sonriendo socarrón comenzando a andar hacia Smilace. — Por cierto; hay algo que deberías saber acerca de la princesa Hele y Therapis. — dijo parándose. — El misterioso médico en realidad es Chryssos.
    ¡¿Chryssos?!
    Así es. Pero es secreto de momento. Así se protege el carnero de oro de sus enemigos de Orcómeno. Ha regresado mucho más fuerte para proteger a su familia. Algo muy honorable por su parte. Espero que lo consiga. Esa Ino es una harpía. Dime ahora, dios del amor… ¿sigues negándote a herirles con tus flechas?

Hermes se retiró hacia Smilace y el joven, mientras Eros pensaba:
“En ese caso debo unirles. Hele en realidad nunca dejó de amar al hijo de Poseidón.”

Diciendo esto, Eros emprendió el vuelo otra vez hacia Chryssos y Hele, dispuesto a cumplir con la orden de su madre.



El mensajero de los dioses siguió aproximándose hasta su ninfa y el muchacho. El chico escuchaba asustado las palabras de amor de Smilace, esperando que fuera el efecto del golpe lo que había hecho perder el juicio a la bella joven.  Ésta no se privaba de rodearle con sus brazos y besarle mientras él intentaba apartarse de ella. Hermes sintió celos y dijo severamente.
    ¿Qué haces Smilace? — La ninfa se giró con los ojos embriagados. — ¡Apártate de ella! — dijo el dios al chico quien se levantó al instante y rogó misericordia. Smilace no podía evitar dedicarle unas palabras al muchacho, quien parecía sumamente adorable suplicando por su vida.
    ¡Márchate de aquí! — dijo Hermes. El chico salió corriendo asustado.
    En mala hora has venido a pasar por aquí, Smilace. — dijo Hermes disgustado por su torpeza.  Después se giró hacia la joven y la tomó de la barbilla con delicadeza.
Smilace era una de las más nuevas adquisiciones a su ejército de caballeros. Tenía un hermoso cabello caramelo y ojos grises. Su belleza era igual de extraña como atractiva.  Era muy joven en apariencia, pero se había unido al ejército a petición del mismo Hermes, quien la descubrió alimentando a unas ardillas cerca de la cueva donde nació. Por aquella tierna escena, Hermes la bautizó como "caballero de ardilla"
— Un beso tal vez rompa el encantamiento. — dijo el dios sonriendo dispuesto a besar los rosáceos labios de la ninfa, cuyas mejillas estaban encendidas debido al efecto de la flecha de Eros. La ninfa lo rechazó avergonzada, dejado a Hermes sorprendido y furioso. 
— He venido a entregarle lo que me pidió. — Dijo la ninfa extendiendo su brazo y entregándole una bolsa. Hermes la tomó y la abrió con cuidado. En su interior había unas sales amarillas. — Si vierte esas sales en las fuente de la omnipresencia, podrá activarla y espiar a Hades. 

El enfado desapareció en Hermes al instante. Con aquellas sales podría averiguar donde se encontraba el corazón de Pandora.
    Solo con un pequeño pellizco será suficiente. — dijo la ninfa. — Así podrá utilizarlo las veces que quiera. — La joven dedicó una bonita sonrisa de orgullo a Hermes, por haber cumplido su misión.
    ¡Mi preciosa Smilace! Ahora más que nunca me duele lo que acaba de ocurrir.
    ¿A qué se refiere? — dijo la chica extrañada.
    ¡Escúchame! Cuánto más te acerques a ese muchacho más sufrirás. Quédate conmigo. — Dijo Hermes abrazándola como un cachorrito de gato.
    ¡Vamos, señor Hermes! Déjeme, ¿qué le ha dado?
    No lo sé… tal vez Eros me haya herido en algún momento cuando pasabas por mi bosque.


La fuente de la omnipresencia era una fuente de mármol que comunicaba con los reinos del mar, el hades y el de los hombres.  En el interior de sus aguas se reflejaba lo que en ese momento se estaba haciendo en cada lugar. Si la visión debía ser más precisa a una persona, lugar o familia concreta, debía realizarse la técnica de la doble dimensión. Por eso Zeus, era el único capaz de mirar en aquella fuente.
Hermes, quien había heredado parte de esos poderes, cuando se aseguró que su padre ya había sido derrotado por el descanso, se dirigió al patio interior bajo la forma de uno de los criados de su padre. Había vertido las sales en el tubo externo, tiñendo los chorros de las aguas que caían en el fondo de dorado.  Concentro los ojos en el agua agitada y aplicó la técnica de la doble dimensión, que reaccionó mostrándole un viaje al otro mundo. Pronto apareció en el fondo una visión completa del Hades, cuya dimensión y escondite era indescifrable. El cielo rojizo se abrió a través de las nubes negras apareciendo las ocho prisiones, rodeadas por los cinco ríos. Siguió el camino hasta encontrar el oscuro fondo detrás del secreto muro de los lamentos.  Los Elíseos habían desaparecido en ese momento de su visión hasta llegar al Erebos. El territorio más secreto y recóndito del Hades. Allí, sobre la solitaria montaña se alzaba el templo de Hades con su familiar aurea tenebrosa.  Penetró por las ventanas del oscuro edificio, hasta las alcobas reales, que se encontraban vacías. Exploró con un enorme esfuerzo mental cada rincón de la alcoba cuando le interceptó un poderoso cosmos, proveniente del desfiladero que llevaba al Tártaro.
Asomándose por la ventana del castillo, una figura oscura se dirigía hacia la puerta secreta y sólidamente cerrada. Era una figura alta y esbelta. De corpulenta silueta y un espeso y rebelde pelo oscuro largo, pendiendo de la oscura armadura tan negra como el azabache, se extendían seis alas de resplandeciente platino, que contrastaban totalmente con la oscuridad del Inframundo.  Aquel sujeto parecía el mismo Ángel de la Muerte.  Le seguían tres dioses, uno de oro y negro, otro de plata y negro y un tercero de bronce y negro.
“Hipnos… Tánatos… Morfeo” dijo Hermes al reconocer sus rostros.
El sujeto de las seis alas se volvió hacia los tres que le seguían y les dijo que no siguieran avanzando más. Los tres obedecieron esperando a su superior en el comienzo del desfiladero. Hermes vio que entre las manos del serafín negro había una caja de oro y piedras preciosas. No cabía duda de que aquella caja era la misma que Zeus había regalado a Pandora.
Al fijar su mente en la caja el sujeto ángel platino y negro alzó los ojos al cielo. Eran dos ojos de verde esmeralda que dejaron sin habla a Hermes.
    Siento un cosmos muy lejano. — dijo el ángel.
    Señor Hades. Podría ser…— dijo Hipnos. 
    Lo dudo.  A estas horas mi hermano se encontrará en el sexto sueño. Además, sé reconocer el cosmos de mi hermano. Éste es más débil, aunque habilidoso si ha conseguido llegar hasta aquí.
    ¡No puede ser que perciba mi cosmos! — exclamó Hermes. — Hades… por fin veo tu rostro. 

Hades, entornó los ojos emitiendo unas fuertes ondas radiales que provocaron un dolor insoportable en Hermes, quien se llevó las manos a la cabeza.
    ¿Quién eres espía? — Escuchaba la voz de Hades en su cabeza. — No te puedo ver ni escuchar, pero tú a mí sí ¿no es cierto?
    Está enviándome un ataque desde el inframundo a mi mente…— exclamó el mensajero de los dioses.
El dolor hizo al argicida, cerrar en banda sus poderes cayendo al suelo del inmenso esfuerzo empleado para penetrar hasta lo más profundo del hades. No obstante, no se rindió y volvió a asomarse a la fuente. La última visión reflejada fue Hades que abría la caja en frente de la puerta del Tártaro. En su interior había un líquido de oscura sangre, sobre la que sobresalía un músculo latente.
    Ahí está el corazón de Pandora. — dijo Hermes.
El dios de los muertos cerró la caja con llave y se colocó el casco de invisibilidad desapareciendo justo antes de que el reflejo de la fuente se nublara.
    ¿Acaso pretendía Hades ocultarlo en el Tártaro? — se preguntó Hermes mientras se recuperaba del ataque de Hades, pero exhausto de energías. Se dirigía hacia su templo en el Olimpo. — En ese caso no me queda más que comprobarlo por mí mismo.
Y la oportunidad vendría en el Solsticio de Invierno: el momento en el que Saturno se posicionaba con la Tierra y debían los tres regentes olímpicos visitar a los titanes al Tártaro y asegurarse de reforzar sus cadenas.  Debido a la influencia de dicho planeta, los titanes podían aumentar su poder y romperlas. Ése era el único momento en el que Hades abandonaría su fortaleza del templo para dirigirse junto a Poseidón y Zeus a la puerta.
    La única manera de entrar en ese infierno de titanes, es por medio de ellos tres. — Se dijo Hermes. —  Sin las tres llaves de los tres soberanos olímpicos, la puerta no se puede abrir. Entonces entraré con ellos robando el casco a Hades, y mientras estén ocupados, yo buscaré la caja de Pandora.


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