CAPÍTULO 24: La mazmorra del Titán









Hermes se inclinó para ver entre los huecos de los reyes lo que hacían. Aquel era para él un momento histórico. Iba a poder ver por primera vez algo que nadie más había hecho: La llave de apertura de la puerta al Tártaro. Sentía su corazón latir a toda velocidad, mas estaba también inquieto para no cometer error alguno.

Hades había tomado la medalla entre sus manos. Lo mismo hizo Zeus con el engarce de su corona y Poseidón con su extraño colgante azulado. Los tres dioses encajaron los tres símbolos en tres huecos diferentes de la puerta. El de Zeus estaba en el centro, el de Hades a la izquierda y el de Poseidón a la derecha.
— A la de tres. — dijo Zeus a sus hermanos que asintieron. — ¡Uno…, dos…, tres!
Los dioses giraron las llaves hacía la derecha primero, luego a la izquierda y después recolocaron el símbolo hacia arriba, después soltaron. Las tres llaves se hundieron emitiendo su propia radiación en el bronce y las puertas comenzaron a abrirse lentamente desencajando la puerta en tres pedazos que se ocultaban en la ladera de la montaña.
— Apresurémonos antes de que se pierdan nuestros medallones en malas manos.
Los tres dioses entraron corriendo en el oscuro umbral, seguidos de Hermes. La puerta se cerró a la espalda de este último, sumiéndole en la más absoluta oscuridad. En ese momento, el hijo de Maya sintió un poco de inquietud, pues no podía creerse que el Tártaro fuera tan oscuro y silencioso. Había perdido todo contacto incluso con el cosmos de los tres reyes. ¿Cómo iba a saber dónde estaban éstos? Antes de que le invadiera el desconcierto escuchó la voz de Zeus.
— ¿Habéis recuperado las llaves?
— Sí. — oyó decir a Hades.
— Sí. — Le siguió Poseidón.
— Pues vamos allá.

En ese instante una luz dorada iluminó el camino y las tres siluetas de los dioses aparecieron ante Hermes. Zeus había encendido con su cosmos de luz dorada lo que antes había usado de llave. Dos luces más se encendieron a cada lado. Eran las llaves de Hades y Poseidón. La primera era rojiza y la segunda azulada.

“Nadie excepto ellos, sería capaz de moverse en un lugar así.” Pensó Hermes, entendiendo cada vez mejor la exclusividad del acceso al Tártaro.

— Te sentirás como en casa, ¿No Pose? — dijo Zeus.
— Ni te lo imaginas. Este frío me es muy familiar. — contestó Poseidón.
— Este frío pronto cesará, cuanto más penetremos en la montaña. — dijo Hades
— Cierto. Ese sofocante calor húmedo es difícil de olvidar. — dijo Zeus.
— Nos queda un largo descenso hasta el corazón de la montaña. — dijo Poseidón. — Será mejor que despertemos a las nefelias.

“¿Nefelias? ¿Qué será eso?” pensó Hermes intrigado.

Poseidón proyectó su cosmos sobre el suelo. El helado aire que brotaba de su mano, se unificó rápidamente condensando la humedad en una helada nube flotante, la cual iba goteando por la base. Parecía que el agua misma le obedeciera. Hades por su lado, sacó una hornacina puntiaguda de su hombrera y se pinchó el dedo. Al caer la gota de sangre se evaporó antes de caer al suelo, creando un humo rojizo que se agrupó en una confortable nube. Zeus apuntó al suelo destellando chispas de sus dedos y naciendo una nube blanca que emitía pequeños rayos e imperceptibles truenos en su interior, como una tormenta eléctrica en miniatura. Cada uno de los soberanos se montó en su nube.

“Ya lo entiendo.” Resolvió Hermes. “nefelias significa nubosas. Se trata de esas curiosas nubes que han creado. Parece que tuvieran vida propia.”

— Aunque una sola senda une todas las celdas. – dijo Zeus. — os recuerdo que hay que ser prudentes. Las propias trampas que pusimos a los Titanes para evitar que escaparan, pueden ser también nuestras propias trampas. Por otro lado, podemos encontrarnos alguna sorpresa si algún Titán se despertara.
— Gracias hermano. — Dijo Poseidón.
— Ya son muchos años viniendo aquí. Dudo que nos pase como la primera vez. — respondió Hades.
“¿Qué les pasaría la primera vez?” se preguntó el espía malicioso.

Las nefelias comenzaron a deslizarse por el aire portando a cada uno de los reyes. Eran muy veloces y ágiles. Tanto que podrían competir con las sandalias aladas de Hermes. El mensajero oculto por la invisibilidad y el imperceptible cosmos, les seguía de cerca. Pasados unos minutos la galería se hizo más estrecha.
— Ahí está la primera celda. — dijo Hades. — La celda de Ceo. Tened cuidado de no confundir la salida.
La galería se amplió en una intensa luz. Apareció una sala esférica, toda ella cubierta de incontables espejos y cristales deslumbrantes. Hermes tuvo que taparse los ojos para no quedar ciego y se quedó parado en seco. Al abrir los ojos podía ver a los reyes en todas partes. Clones divinos por doquier. En el suelo, en las paredes en el techo y hasta en las piedras. Era imposible distinguir un camino o la cueva donde hace un momento se encontraban surcando los reyes y él. Hermes se sintió completamente confundido en su orientación.
Miraba a los reyes que seguían avanzando, pero en diferentes direcciones. ¿Cómo podía detectar a los verdaderos?
“Mantén la calma” Se dijo Hermes. “No puedo utilizar mis técnicas porque me descubriría la proyección de mi cosmos, pero debe haber otros medios para salir.”
Rápidamente, como mejor trabajaba su astucia en situaciones críticas, Hermes halló la manera de salir del laberinto de reflejos.
“La nefelia de Poseidón avanzaba dejando a su paso restos de agua. Tengo que buscar esos restos de agua.”

Descendiendo hacia el suelo, palpó los reflejos del mismo esperando sentir el agua de un charco en su palma, pero parecía igual de frío en toda la superficie sin poder distinguir bien sus dedos húmedos. Los reyes seguían avanzando en los reflejos debido a la amplitud del lugar. Por un momento comprendió Hermes la advertencia de Zeus antes de penetrar en las celdas. Debía haber sido más prudente.
Si utilizara su técnica de la doble dimensión encontraría la salida rápidamente, pero no podía hacerlo. Pensativo se mantuvo el mensajero de cuclillas en el suelo de la celda, buscando una solución, ordenando todos los interrogantes provocados por los impulsos de sus neuronas.
Una helada gota cayó sobre sus desnudos hombros y alzó la cabeza. No podía percibir la causa del constante goteo así que se alzó sobre sus alas en vertical atravesando una invisible capa que se abrió en la cúpula. Acababa de atravesar una dimensión y sobre su cabeza la nube de Poseidón se encontraba detenida junto a las otras dos. Los tres reyes estaban detenidos alzando sus ojos hacia una masa enorme donde se distinguía un gran rostro, mas sus rasgos no parecían del todo humanos. Su piel parecía de cristal y espejo, reteniendo en ella los reflejos de los reyes. Hermes era incapaz de entender el fenómeno. ¿Acaso antes estaban dentro de los espejos de esa figura semi homínida?
— Ahí permanece impasible Ceo. — dijo Poseidón. — Cada vez que paso por esta celda me sorprende lo ingenioso de la trampa que hiciste, Zeus.
— Ceo es el titán de la inteligencia. — dijo Hades. — la lucha que tuvimos con él fue muy dura. Todas nuestras técnicas mentales eran inmunes a él. Conocía todos los engaños que tanto Zeus como yo le propiciamos. Una criatura imposible de batir.
— La única manera de destruirle era utilizando su propia medicina. — Respondió Zeus. — fue el reflejo de su propio ataque lo que lo anuló. Me lanzó una técnica que aún no he conseguido descifrar, pero que gracias a que reaccioné rápido, pude devolverle con el cetro.
— La técnica tenía tanta acumulación cósmica que, si nos hubiera alcanzado, nos hubiera extinguido. — dijo Hades. — Ceo quería darnos su golpe de gracia, pero al final se envenenó con su propio agujón.
— Cuando cayó en la batalla quedo suspendido por mi técnica de la otra dimensión. — Continuó Zeus. — pero el colocar espejos en torno a su cuerpo facilitó que al intentar querer salir de ella siguiera recibiendo su propia técnica una y otra vez. Por eso helo aquí, oculto dentro de la cúpula de los espejos que son sus propias rejas y cadenas.
— Nuevamente he de felicitarte, chispas. — dijo Poseidón sonriente palmeando a su hermano menor en el omoplato.
Zeus asintió orgulloso.
— Bueno he de decir que Zeus tuvo un poco de suerte. — dijo Hades.
— El mediano está celoso. — dijo riendo Zeus.
— Tienes que reconocer que lo que te salvó fue el cetro, pero que estabas tan perdido como yo en la batalla.
— El uso de mi cetro era totalmente premeditado. — gruñó Zeus.
— Deja de intentarlo Hades. — dijo Poseidón. — si fue por el azar nuestro hermano nunca lo reconocería. Lo importante es que Ceo fue derrotado al final.
— ¡Sigamos! — interrumpió Zeus. — la puerta a esta dimensión está a punto de cerrarse.

Zeus descendió hacia la dirección de Hermes, quién lo esquivó a tiempo. El mensajero estaba tan cerca de su padre que podía perfectamente ver su rostro encogido de furia contenida, aunque las ráfagas de los rayos de su cosmos ya se intuían en torno a su plateada cabellera. Unos por la furia enrojecen, pero Zeus se electrificaba como las tormentas que provocaba.
Los otros dos hermanos parecían disfrutar sacándole de quicio de vez en cuando. La sonrisa de sus rostros lo expresaba. Hermes se sentía feliz de compartir los momentos más fraternales de los tres dioses pues cuando estaban en sus tronos parecían personas diferentes.

La segunda, tercera y cuarta de las celdas del Tártaro, eran considerablemente menos difíciles de surcar que la de Ceo. La primera correspondía a la diosa Asteria, hija de Ceo y Febe, hermana de la madre de Apolo y Artemis, madre a su vez de Hécate.
Hermes había escuchado a Zeus hablar de Asteria como una mujer astuta, bella y fuerte. Fue derrocada por Hades, quién al conocer la oscuridad más recóndita del universo, era el mejor rival para ella. Como su hija, Asteria era capaz de domar cualquier bestia infernal e invocar demonios. Se la consideraba la fundadora de la brujería y la magia negra. Entre sus muchas otras cualidades tenía mucho carácter y era bastante vengativa.
La celda en la que la buja de las brujas se encontraba presa, era probablemente lo más parecido al Hades en ese momento. Parecía que el río Frageronte refulgía de las paredes para rodear al titán con su suspensa jaula de rejas de lava. Así es, Asteria se encontraba completamente inmovilizada por unas corrientes permanentes que la habían enredado en una tela ardiente. Aun cuando eran éstas capaces de apresarla, el flujo de lava que discurría por ellas seguía siguiendo su curso como si tuviera vida propia. Varias de esas rejas la habían atravesado clavándola a las piedras del techo, paredes y celda; como un espeluznante sacrificio pagano.
La reina de los aquelarres era por dentro incinerada impidiendo que sangrara o se gangrenaran sus heridas. La inmortalidad de un titán era imbatible, así que, aunque allí permaneciera inmóvil y aparentemente muerta, se podían escuchar sus respiraciones angustiosas provocadas por el dolor de las armas que la atravesaban.

— Solo ver el sufrimiento de esa bruja, me hace temer a tus técnicas más que cualquiera que me pudieran lanzar, Hades. — dijo Zeus mirando a la titánide en lo alto de la celda.
— Tu temor no es el único que provoca nuestro  sádico hermano, Zeus. — dijo Poseidón. — Si por algo elegiste bien el lugar que debía gobernar es porque nadie, salvo Hades, es capaz de propiciar tan desalmados castigos a aquellos que no hicieron bien en el mudo de los vivos.
Hades escuchó en silencio el largo comentario de Poseidón. Su mirada era fría, pero bajo esa frialdad se podían ver llamas vivas y peligrosas, capaces de devastar bosques y edificios enteros.
— ¿Sádico, hermano? ¿Acaso has olvidado que los paradisiacos Campos Elíseos son también obra suya? — dijo Zeus benevolente, consciente del poco acertado comentario de Poseidón.
— No te molestes Zeus. — dijo Hades asomando altanería y una casi imperceptible arrogancia hacia Poseidón— La única manera de detener a esta hábil invocadora, era anular su cosmos y mente. Las corrientes suspensas de lava, son consecuencia de una de mis técnicas más dolorosas y peligrosas. Solo tuve que marcar el trayecto con mis dedos para que el cosmos absorbente que emané en ese momento, atrajeran como un imán las ardientes lenguas del Frageronte. Se formó así el inteligente circuito de fuego líquido que puedes ver ahora. El propio Frageronte es el que alimenta la energía depredadora de mi cosmos desprendido que mantiene a esta titánide presa. Dicha técnica es imbatible, ni, aunque utilizaras tu infinito y helado cosmos, Poseidón.
“Eso me recuerda a la técnica de la aguja ardiente que pude sentir en mis propias carnes cuando me enfrenté a Ares.” Pensó Hermes. “Es una técnica sumamente dolorosa, casi tanto como mi puño demoníaco. Es capaz de anular toda capacidad de actuación. No obstante, la palabras absorbentes y depredadoras, me dan que pensar… Hades debió utilizar una combinación de técnicas para conseguir ese resultado. La aguja ardiente no es lo suficientemente letal para un inmortal…”
— Eso, querido hermano, habría que probarlo. — contestó Poseidón misterioso.
Aprovechando que los tres reyes se disponían a abandonar la Celda de Asteria, Hermes no pudo evitar acercarse un poco más a la titánide para contemplarla más de cerca, mas su intento se vio frustrado por la maraña de lenguas de lava que cada vez se hacía más frondosa, cuanto más se aproximaba al cuerpo de Asteria. Decidió desistir y continuar su persecución y espionaje.
Los hermanos Astreos y Persas, que junto al difunto Palante, engendraron Crío y Euribia, eran los prisioneros de las otras dos celdas que seguían a la de Asteria.

Astreos era el titán de las estrellas viajantes y los cometas. Era el encargado en la época titán de dirigir la gravedad del universo. Se dice que su energía originó la agrupación de estrellas en las galaxias. Se podía decir que era el antecesor de Hermes. El mensajero de los dioses era llamado ingeniero de las estrellas debido a su habilidad de ordenar a su antojo en esa época los planetas y las constelaciones. Al dios de la picaresca le atraía mucho conocer a éste titán, pues no era ajeno al inmenso poder del mismo, y que, sin duda, había llegado hasta él por descendencia sanguínea. Por desgracia, el dios de los atletas, así como poseedor de un gran poder, no era capaz de alcanzar todas las técnicas que Astreos emplearía en su vida pre bélica. No obstante, el inquieto olímpico sabía que llegaría el día en que las descubriría por sí mismo. Era un completo autodidacta.
En su ser el mensajero sabía que era una cuestión de aplicarse un poco más para luchar. Zeus, y, sobre todo, Ares, eran los más redundantes en decirle que no debía abandonar sus entrenamientos en vez de gastar su tiempo en las mujeres y el vino. Hermes justificaba su holgazanería diciendo que el entregar tantos mensajes desgastaba su cosmos demasiado y no debía forzarlo inútilmente.

“Total, ¿Cuánto lleva ya durando ésta paz?” pensaba el mensajero. “Desde la Titanomaquia y la gigantomaquia no se ha requerido entrar en trincheras a los dioses que nos hallamos en el Olimpo ahora.”

Hermes se detuvo un momento para alzar sus invisibles ojos hacia el titán Astreos. Permanecía prisionero en un meteoro cristalizado. No hacía falta ser demasiado listo como para averiguar quién había sido el autor de semejante trampa. Poseidón había originado una explosión de oricalcos y hielo que habían detenido el ataque del cometa de Pegaso que él bien conocía.
— Anulando la gravedad que es la fuente de poder de Asteos con mi oricalco y congelando cada molécula de la misma, pude detener su ataque. – recordaba Poseidón en voz alta. — pese a lo preocupado que estaba por ser tan poderoso titán mi oponente, descubrí que lo había sobreestimado demasiado.
— Muy ingenioso por tu parte fue anular las moléculas de la gravedad. Ésta era la fuente de alimentación de cosmos que Astreos utilizaba para recargar su energía y aumentar la potencia de sus destructivos y apocalípticos ataques. — dijo Zeus.
— La celda de Astreos está perfectamente climatizada para conservar la perduración de su encierro. Aquí nada se puede derretir. — dijo Hades
— De todas formas, aquí mismo decidí dejar una gran carga de oricalcos que impidiera que la temperatura aumentara.
— Ya lo sé. — dijo algo crispado Hades. — dudabas de mi mecanismo de climatización. Espero que a día de hoy haya cambiado tu percepción de mí. Aunque soy el más que tú, compartimos la misma sangre y el mismo poder.
— No te enfades, hermanito— dijo Zeus. — Eres el mediano y es inevitable para nosotros pensar en que hay que cuidarte.
— ¡Tsk! Cuidar de mí a estas alturas…— dijo arrogante. —Se supone que los medianos somos los menos problemáticos e los más independientes. Tanta descendencia te ha ablandado Zeus y a ti también Poseidón. Aunque eres más desapegado de tus hijos, sabemos que cuando alguno es herido o muerto, le lloras en silencio.
— El mediano se nos revela, Zeus. Deberíamos darle alguna lección. — Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Poseidón.
— ¿Bromeas? A estas alturas dudo que ahora sea tan asustadizo como antes. El estar rodeado de cadáveres sin duda le ha fortalecido.

Poseidón y Zeus explotaron en carcajadas, mientras, la frialdad de Hades había desaparecido en un instante. Un sombrío y enorme cosmos comenzó a hacer temblar las paredes de la celda. Un halo rojo oscuro comenzó a cercar a Hades y a extenderse en todo el perímetro. Los hermanos mayores silenciaron sorprendidos al detectar ese cosmos. Hades estaba enfadado y nadie quería verle así. Zeus intervino.
— Vamos Hades, no seas tan susceptible. Estábamos bromeando. — pero el cosmos de Hades seguía creciendo haciéndose más acusado el temblor. – Está bien, tranquilo… Vas a asustar a los Hecatoquiros y ahora les vamos a dar permiso estos días para descansar.
Hades dirigió su mirada hacia Poseidón esperando alguna palabra de su otro hermano. Zeus le dio un codazo a éste diciendo que se disculpara.
— ¿Disculparme? — dijo Poseidón arrogante. — No es mi culpa que no tenga sentido del humor.
— ¡Qué te disculpes! — le dijo Zeus. — Estamos en su terreno. Hades tiene peor humor que tú y yo juntos.
— Ni hablar. Mientras estemos aquí mis oricalcos aguantará el derrumbe de la mazmorra.

Hermes, alarmado, estaba dispuesto a intervenir si Hades no se calmaba, aunque desvelara su identidad. Aquel terremoto le preocupaba por si dañaba la estructura de las celdas titanes. Pero una voz retumbante hizo desviar su atención.

— ¡Ja, já! Ése es mi sobrino. ¿Has visto hermano Cronos? El mediano de tus hijos parece haber heredado más de ti de lo que pensábamos.

“¿De quién es esa voz?” dijo Hermes por dentro.

— Sé que estáis por aquí, traidores, vigilando por si hemos conseguido escapar de vuestras trampas.
— ¡Es Hiperión! — Exclamó alarmado Zeus frunciendo el ceño.
— El mismo. — contestó la voz. — veo que no me has olvidado, rubito.
— ¡Apresurémonos! — dijo Poseidón. — La vibración del cosmos de Hades ha debido rasgar la capa aislante de su celda.

Zeus y Poseidón echaron a volar sobre su nube para llegar cuanto antes a la penúltima celda. Hades se quedó atrás. Parecía que el propio poder de su cosmos le había colapsado. Se encontraba de pie como una imagen congelada y paralizado. Hermes estaba confuso, no sabía si seguir a su padre o ayudar a Hades a calmar su cosmos. Pese a que el dios de los muertos parecía haber sido único autor del terremoto, Hermes podía detectar la sombra de otro cosmos proyectado en él. Se acercó a Hades y le contempló con la mirada perdida. Sus ojos verdes parecían teñirse de carmesí y su cabello azabache tornarse azulado.
—¿Qué está pasando? Este no es el cosmos de Hades. Lo reconocería a millas, pues estoy cansado de detectarlo en mis viajes al inframundo. Parece como si otra persona se estuviera apoderando de él. ¿Quién eres?
— Pobre hijo mío…— dijo Hades con otra voz. — Todavía no eres capaz de dominar tu increíble fuerza y poder. Tú has sido el que ha heredado mi inmensa oscuridad y no aprendes a sellarla aún. Tu debilidad es mi llave a la libertad.

Hermes sacudió a Hades por los hombros intentando despertarle. En el instante que lo tocó, sintió una insoportable punzada de dolor que lo arrojó al suelo. Miró sus manos que ardían como el fuego mismo, pero una helada sombra se había extendido por su carne despertando el mercurio cicatrizante de su sangre. Éste intentaba repeler la mancha que se le había extendido por los brazos. Nunca había experimentado semejante poder el dios de los mensajeros. Era tan enorme y rígido que no podía combatirlo bien.
— ¿Quién está contigo? — dijo Hades dirigiendo su mirada hacia el frente donde había detectado la caída de Hermes. Se acercó a él a una velocidad increíble y lo miró directamente a los ojos. – Ya comprendo…— llevas el juguete de mi padre para hacerte invisible. – una espeluznante sonrisa se dibujó en el rostro de Hades.
— ¿Quién eres? — dijo Hermes dolorido.
— ¿Acaso he de presentarme? — Hades entrecerró los ojos para hacer más penetrante su mirada, intentando leer a través de la barrera invisible que ocultaba a Hermes. El mensajero sintió las pupilas carmesíes atravesándole su ojo ocular hasta lo más profundo de su mente. Su dolor se hizo más intenso y emitió un alarido. — soy el que maneja el tiempo. El que decide quien vive y quien muere en éste mundo.
— ¡Cronos!
— Eureka. — Cronos lanzó un ataque a Hermes quien pudo esquivarlo a tiempo. — ¡Ah! Además, eres rápido. — se deleitó. — Eso hará más interesante tu extinción.
— ¿Tienes la habilidad especial de la posesión? — dijo Hermes luchando con su dolor.
— ¡Demasiadas preguntas! — dijo Cronos furioso mientras lanzaba otro ataque a Hermes que lo esquivó.

“¡Imposible! ¿Cómo es capaz de detectarme? Llevo el casco de la invisibilidad y aun así sus ataques me localizan sin dificultad.”— Se dijo Hermes.

— ¡Jajá! ¿Sorprendido de mi poder? Te diré cómo te localizo antes de darte muerte. Es muy fácil. No solo soy capaz de apoderarme de la energía cósmica oscura, de la cual, Hades tiene en grandes cantidades; sino que puedo escuchar los pensamientos de mis oponentes. Lo que me permite localizarlos sin escapatoria.
— ¡Increíble poder! ¿quién es capaz de no pensar en una situación como ésta?
— Tú lo has dicho pequeño arlequín con alas.

El siguiente ataque alcanzó el tobillo de Hermes. Otra mancha oscura le comenzó a recorrer la pierna acelerando la extensión de la de arriba por todo el cuerpo y cuello. Hermes sintió un inmenso peso sobre sus articulaciones oscurecidas por la energía de los ataques cósmicos de Cronos. Estaba claro que ese poder no podía ser de Hades, sino de alguien superior y experimentado en la lucha. Incapaz de mantener el vuelo, sus pies fueron atraídos como un enorme imán hacia la tierra, cayendo violentamente sobre ella.
Todo su cuerpo lo sentía tan pesado como el plomo. Su caja torácica parecía estrujarse bajo el peso de un planeta enorme que sostenía por su pecho. El aire le empezaba a faltar y podía escuchar sus huesos crujiendo. Iba a morir estrangulado por una masa oscura serpenteante. Sobre su cabeza asomó Hades con el pelo zafiro oscuro y no azabache. El verdor esmeralda de los irises del rey del inframundo había desaparecido por dos rubíes sanguinarios. Miraban a su víctima con una burlona expresión sádica. Incluso el rey del inframundo, el más temido y retorcido de los olímpicos, parecía un alma cándida ante aquel sujeto decidido a dar el golpe de gracia a Hermes.

— Unas últimas palabras antes de morir, hijo…— le dijo Cronos en el cuerpo de Hades.
— Hermes lo miró detenidamente mientras la mancha oscura subía por la nariz buscando sus ojos de lima.
— Te equivocas Cronos…— Hermes explotó en carcajadas en ese momento desconcertando a su enemigo. – Quien va a ser enviado a su celda otra vez eres tú.

Un resplandor a la espalda deslumbró a Cronos quien cayó de rodillas tapándose con sus brazos. El caduceo de Hermes había sido capaz de proyectar bajo las directrices de su dueño un relampagueante destello capturado del cosmos de Zeus, quien se estaba batiendo en duelo contra Hiperión, unas celdas más adelante. Hermes había sido capaz de secuestrar una infinitésima parte del plasma relámpago de su padre para amplificarlo en el boliche de su caduceo y atacar por la espalda a Cronos.
La mancha oscura comenzó a retraerse en el cuerpo de Hermes. Pero fue una mera estrategia de bloqueo que dio al dios posibilidades de seguir combatiendo el temible ataque de Cronos y la oportunidad idónea para que Hades despertara desde el interior de su cuerpo.
— Tú serás el que maneja la oscuridad y el que entra en los pensamientos de otros, pero yo soy el ladrón de técnicas. – dijo Hermes recuperando sus fuerzas. Se incorporó débilmente mientras Cronos se llevaba las manos a la cabeza. Hades estaba luchando por expulsar la influencia de Cronos de su cuerpo. — No eres más que un parásito de Hades, Cronos, y una pequeña parte de tu alma es la que ahora está intentando apoderarse del señor de las almas. Ese ha sido tu error.
Hades alzó las palmas hacia el techo de la celda. El fuego fatuo de éstas explotó hacia afuera. Se llevó ambas a su pecho como si intentará auto quemar el alma de Cronos con ellas. La sombra fue encerrada entre ellas y dirigida directamente por las galerías retrocediendo hacia la celda donde se encontraría el cuerpo del titán.
— ¡Maldito seas, padre! — exclamó Hades con su voz auténtica.
El azul del pelo del dios del inframundo, había desaparecido recuperando su habitual azabache. El color de sus ojos volvía a ser esmeralda. Hades estaba chorreando de sudor, consecuencia de la increíble lucha interna que acababa de llevar a cabo. Llevándose la mano derecha a la empuñadura de su espada la desenvainó de un tirón y clavó la punta sobre el suelo. Se ayudó de ella para levantar su débil cuerpo.
— No te perdonaré nunca por usarme de esta manera. — dijo lleno de rabia nuevamente Hades. Después se giró hacia donde yacía Hermes. — Aunque no puedo verte, sé que estás ahí. Luego me ocuparé de ti entrometido bufón.
Diciendo esto Hades avanzó lo más deprisa que pudo hacia la celda donde se encontraban sus hermanos para volver a sellar a Hiperión.
— ¡Hey! Encima que lo salvo— protestó Hermes mientras se levantaba. – Parece que se me va a caer el pelo. Pero ya no hay vuelta atrás.

Hermes avanzó hacia la siguiente celda detrás de Hades, su cuerpo aún estaba perjudicado por la mancha oscura que le mermaba fuerzas, pero al menos era capaz de moverse. Antes de poder cruzarla se quedó pegado como un mosquito dentro de una tela de araña.
El tejido era pegajoso y desagradable, húmedo y maloliente. Los colgajos en el aire se extendían como cortinas brillantes y cartilaginosas. Parecía el interior del capullo de una crisálida. Por entre los confusos pliegues se distinguía un enorme bulto que se extendía por todo el techo. En ese bulto se percibía un cuerpo y una cabeza igual de repulsivas.
El sujeto respiraba calmado, como si se encontrara sumido en un apacible sueño. Hermes intentó despedazarse de la pegajosa substancia, pero parecía muy resistente y no hizo más que enredarle todavía más, de modo que la espalda se le quedó totalmente adherida y sus fuertes brazos y piernas enredados por hebras. Intentó romperla con su técnica de fuego fatuo pero el tejido era invulnerable al calor. Mirando su cintura pudo contemplar la resplandeciente daga colgando con la hoja hacia abajo. Si conseguía alcanzarla, podría romper la red que lo tenía apresado de pies y manos.
Lo primero que debía hacer era liberar sus pies. Aquel día Hermes llevaba las sandalias de repuesto que le había hecho Hefestos, pues de vez en cuando las llevaba para fortalecer sus piernas. En ellas sabía que se ocultaba una afilada aleta de oro que le había permitido nadar hasta las profundidades de la Atlántida una vez.
—¡Eso es! — Golpeando sus tobillos hacia la piedra central del suelo intentaba accionar el mecanismo que las desplegaba. El tejido que lo tenía atrapado permitía cierto margen de movimiento, aunque solo por la zona inferior. La superior era mucho más resistente y gruesa.
Al fin saltaron las aletas rasgando la red liberando sus pies. Con todas sus fuerzas elevó sus piernas por encima de su cabeza y sacudiendo sus caderas salió la daga que tomó al vuelo antes de que cayera al suelo. Comenzó a romper el tejido. Un trabajo que requería de mucha maña y rapidez. A los pocos minutos pudo soltar su mano derecha y luego la izquierda. Las hebras que mantenían su espalda prisionera las arrancó con sus dedos y la daga hasta que se liberó avanzando un par de pasos al frente. Con los pies firmes en la tierra se sacudió asqueado los restos de su piel.

Unos sonoros y lentos aplausos lo obligaron girarse sobre su espalda, sonaban más a burla que a ovación.
— Bravísima actuación. — Hermes distinguió una figura entre las sombras muy humana. — Pensaba que ibas a diluirte en mercurio para escapar, pero parece que has sido más listo. Ni tu mercurio sería capaz de contaminar la pulpa que recubre a mi padre.
— Tu padre…

El sujeto se acercó a Hermes permitiendo a éste verle.

— No puedes ocultarte ante mí. Detecto el calor de tu cuerpo y el fuerte olor de tu sangre merculina.

Antes de que pudiera alcanzar a Hermes éste escapó colocándose a su espalda.

— Me parece de muy mala educación entrar a luchar sin presentarse al oponente. — dijo sarcástico Hermes.
— Es cierto, sería muy poco noble de mi parte, querido Hermes. Déjame decirte… soy Persas, el hijo de Críos y hermano de Astreos. Me apoderaré de ese casco que llevas, de tus sandalias, de tu daga y caduceo. Con ellos liberaré a mi hermano y mi padre y saldremos de esta mazmorra inmunda.
— Eso ya lo veremos… detectas mi calor ¿no es cierto? Y qué pasa si el calor de mi cuerpo… ¡desapareciera!

Hermes sacó de su botín un frasco y lo rompió en su muslo. El hielo comenzó a extenderse en todo su cuerpo igual que el fuego, pero sin hacerle daño alguno. Fortaleciéndole como una segunda armadura.
— ¿Qué es eso? Detecto una extraña esencia y un frío intenso. — exclamó el desconcertado titán.
Hermes acababa de derramar sobre su cuerpo un poco de esencia helada de Hefestos. Se la había robado al dios de los artesanos delante de sus ojos mientras éste trabajaba duramente en su fragua.
La última vez que visitó a su hermano, el mensajero, fue capaz de sentir directamente el cosmos de éste sobre su brazo. En ese momento se dio cuenta de lo útil que era robar parte de esa esencia congelante, como el magnífico ungüento regenerador que le había mostrado Amatea. La esencia de Hefestos estaba formada por un altísimo porcentaje de nitrógeno. Traducido en el sencillo idioma de Hermes, esa esencia era el antídoto universal del calor para su frágil sangre de mercurio. No obstante, el peligro de su uso primaba en que descendería su temperatura a tal grado, que el sistema circulatorio se aletargaría congelando las moléculas de mercurio que habitaban en él.
Hermes debía luchar precavida y rápidamente antes de que su cuerpo se congelara por completo, pero para eso todavía le quedaba tiempo suficiente. Para más ventaja el olor de su sangre desaparecería a medida que el nitrógeno siguiera congelándole.
Propiciando el primer golpe al titán con una poderosa otra dimensión, éste fue lanzado por un instante lejos de la mazmorra, pero Persas volvió riendo a carcajadas.
— Pobre inútil. ¿Acaso no sabes que la barrera que protege las mazmorras no te permitirá lanzarme a ninguna dimensión paralela?
Era cierto, la barrera que levantaban las furias en torno a Tártaro, bloqueaba cualquier técnica similar. Era la manera de evitar que los titanes capaces de usar técnicas así pudieran escapar. Persas prosiguió:
— Deseaba que las furias pronto terminaran con esos hecatoquiros y pudieran abrir la barrera para cuando regresáramos todos nosotros, pero ahora me gustaría que tardaran un poco más. Lo justo para que podamos exterminaros a ti y a tu familia antes de ver la luz nuevamente.
— ¿Lo teníais planeado?
— Quince años dan mucho para pensar, pero también para planear la estrategia perfecta. Saturno este año está más influyente que nunca. Su radiación ha sido capaz de alcanzar a su dueño y huésped, Cronos, y por eso los sellos de los tres reyes han sido incapaces de resistir el paso de los años. Tú y los tuyos nos habéis menospreciado soberanamente y ahora os vamos a hacer recapacitar.
Hermes respondió con una carcajada burlona.
— ¿Y yo que pensaba que esta excursión al Tártaro sería tranquila y amable? — los hombros de Hermes se agitaban grácilmente. — Una inmensa curiosidad tenía de conoceros personalmente, titanes; pero cuanto más os conozco más me doy cuenta de la razón de vuestro destrono. Sois como un juguete roto.
— ¿Cómo osas tú, insignificante olímpico, a hablar con ese menosprecio de tus ancestros? Tu poder no es comparable al nuestro.
— ¿Eso crees? Siempre se ha dicho que las generaciones siguientes superan a las anteriores. Tan pronto ascendisteis como tan pronto os hundisteis incapaces de ver lo que ocurría ante vuestros ojos. Irónico viniendo de parientes de Cronos. ¿No ha de estar sujeto el dios del tiempo a los cambios del mismo? Cuan lamentable y frustrante ser el dios de lo que realmente no se quiere entender.
— ¡Cállate ya, insolente! No voy a consentir que hables de ese modo de nosotros.
Perses lanzó un ataque al grito de “golpe persa” Hermes distinguió que hacia él se dirigía una extensa masa de polvo luminoso. Tras él no pudo distinguir más que un montón de galopes caóticos que le alcanzaron de lleno. El polvo le había distraído incapaz de prevenir lo que iba detrás de él.
Su cuerpo estaba totalmente aplastado por toneladas de coces y pisotones. Un golpe similar a una estampida de millones de elefantes. Podía sentir los huesos destrozados de sus extremidades. El casco de Hades le había protegido bien pero no era igual en el dorso y espalda de su cuerpo. Sus brazos y piernas estaban ensangrentados.
— Si llego a saber que esto iba a suceder, me traigo la armadura conmigo. — se dijo Hermes mientras intentaba levantarse trabajosamente.
Bajo el ensangrentado rostro del mensajero, se distinguió una sonrisa de satisfacción. Sin duda se estaba divirtiendo poniendo su vida al extremo. A penas podía sentir dolor, pues el nitrógeno parecía que ya estaba aletargando sus células. Ni él mismo era consciente del estado en el que se encontraban sus miembros.
— Todavía puedes levantarte…— dijo sorprendido Perses. – ¡Es imposible!
— Esto me pasa por ser tan bocazas. — se regañó divertido. — ¿Quién dijo que los tiempos de paz seguirían su curso?
Perses se dispuso a lanzar un segundo ataque que Hermes consiguió esquivar mientras avanzaba. Parecía que sus energías seguían intactas pese al aspecto de su cuerpo.
— ¡No puede ser!
— Si crees que tu técnica tiene muchos golpes a la vez, es porque aún no has visto lo que son un trillón de golpes a la vez, Perses.
Alzando su puño Hermes lanzó su técnica de meteoros de Pegaso, más repetidas veces sin dejar reaccionar a Perses. El titán recibió todos los meteoros sin compasión, mas seguía manteniéndose en pie.
— Así que tienes las técnicas de mi hermano, ¿huh? — dijo Perses mientras se limpiaba la comisura de sus labios con el brazo. Su nariz y boca sangraban abundantemente. — Otra estrategia has de emplear si piensas destruirme. Nadie mejor que yo conoce los poderes de mi hermano, pues nos entrenamos juntos.
— Tranquilo… veras las necesarias para destruirte.
Hermes y Perses se pusieron en guardia nuevamente.
— Lo anterior no era más que un calentamiento. – dijo Perses. — Si quieres luchar enserio. Luchemos pues.

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