CAPÍTULO 27: Aliados. Primera parte



En las puertas del Tártaro los espectros de Hades luchaban contra las erinias sin descanso. Las hijas de Urano eran más poderosas de lo que parecían. Después de la ruptura de la barrera, optaron por centrarse en la batalla, confiando en que Los Titanes, conseguirían salir victoriosos de los Olímpicos.
Alecto rio burlona. Las trenzas de sus sienes se agitaban suavemente, mientras las cabezas de las serpientes miraron a los enemigos de su dueña ferozmente.
—Tres contra una… ¿No es esto un poco abusivo, queridos dioses del sueño? Solo hay un pequeño problema. Yo suelo dormir muy bien, por lo que dudo que vuestros ataques surtan efecto ahora.
La Erinia mayor juntó sus manos a la altura de su pecho, murmurando algo en sus trémulos labios, cerrando los ojos. Con el dedo índice y corazón alzados, un cosmos morado comenzó a expandirse en torno a su silueta. Las serpientes danzaban suavemente de sus cabellos.
—Tened cuidado…— advirtió Hipnos. — No conocemos sus técnicas bien.—Descuida padre. — dijo Oneiros. — Los dos podremos con ella.
Los hijos mayores del dios del sueño se lanzaron a atacarla, impacientes. Alecto abrió los ojos diabólicos he iluminándose todo su ser exclamó:
¡CASTIGO PROFANO!
Un haz de luz tan potente y veloz como una explosión dio de lleno a los dos cayendo éstos en el suelo terriblemente heridos. Sus extremidades habían sido completamente desgarradas y sangraban en abundancia. Conmocionados del golpe aún y desorientados, sus miembros no respondían a las órdenes de su cerebro. Alecto reía.
—Mira tus hijos Hipnos. Parecen cucarachas boca arriba agonizando.
— ¡Insensatos! — Increpó Hipnos a sus hijos. — Os dije que tuvierais cuidado.
El dios del sueño se puso a la cabeza de sus hijos mirando penetrante a la Erinia. Se preguntaba qué clase de ataque habían sufrido sus hijos. Un ataque tan terrible que los había eliminado de un golpe.
— Sé lo que piensas. — Exclamó Alecto. — Cómo alguien como yo dispone de un poder tan terrible. ¿Acaso no sabes cuál es mi misión como furia? Mi deber es proteger las creencias. Aquel que no las cumpla deberá someterse a mi juicio inescrutable. Penalizo el espíritu ateo y aquellos que no saben respetar la naturaleza sobrenatural de la vida. Tus hijos y tú, nada podéis hacer ante eso. Detesto todo lo que simbolizas Hipnos, dios del sueño, eres un eufemismo de la pereza y los malos hábitos, y todos tus hijos, una prolongación de dicho pecado.
—Solo eres una fanática religiosa más, Alecto. Ese sentimiento te hará caer al final de esta batalla. Nosotros somos el sentido de esa espiritualidad de la que hablas. Nosotros creamos el sentido religioso de las cosas.
—Somos las únicas que gozamos del privilegio de actuar en los dioses. ¿Acaso no has aprendido nada de Hades? ¿Por qué crees que no nos destruyó antes? No pudo. Nosotras somos un mal necesario en este mundo. Somos el control sobre vosotros.
¡CASTIGO PROFANO!
Volvió a decir la Erinia. Hipnos se protegió con sus brazos, intentando retener el golpe de la furia. Pero era éste tan intenso que solo pudo retenerlo unos instantes. Pese a que lo desvió, sufrió secuelas en sus barzales de ébano y oro, cayendo al suelo sobre su cuello. Gracias a su armadura que no se le partieron.
Alecto avanzó para volver a golpearle, pero Morfeo, quien había recuperado sus energías antes que su hermano la atacó con su técnica de Coma de Morfeo. Las primeras amapolas se fueron a posar sobre la melena de serpientes de la Erinia. Incrustándose entre las escamadas carnes. Las serpientes se debilitaron y la Erinia se llevó la mano a su cabeza dolorida.
—Esas serpientes, son la fuente de tu poder. Permanecen inmóviles porque en ellas se concentran todas tus emociones. Las que te hacen luchar en estos momentos. — Dijo Morfeo. — Yo privaré a cada una de ellas de tus sentimientos. Los absorberán y cambiarán de color. Fíjate como el rojo de sus pétalos se ha convertido en morado, con él te has quedado sin la emoción de la ira. ¿Cómo atacarás ahora sin ella?
Morfeo lanzó otro puñado de amapolas contra la Erinia. Ésta cayó al suelo con un grito doloroso.
—Azul. — Dijo Morfeo refiriéndose al color de las nuevas flores. — Despídete de tu seguridad. Ahora el temor y la cobardía se apoderan de ti.
Alecto comenzó a temblar, sus ojos eran el vivo reflejo del miedo contemplando a Morfeo. La figura de este se le antojaba una enorme sombra que ponía en duda su integridad y su conciencia. Las amapolas de Morfeo estaban atacando directamente al nido de su moral, quien parecía no ser aquella en la que siempre se había sostenido la hermana mayor de las Erinias. Había subestimado a los dioses del sueño, creyendo que solo atacarían con la emoción del sueño, en realidad atacaban directamente al espíritu de cada uno, venciendo psicológicamente a sus enemigos.
Tisífone agitó su látigo contra el suelo. La punta de éste había herido al dios de la muerte a Icelos y Phobetor. Los tres se llevaron la mano a su mejilla sanguinolenta. La Erinia, tal como una vampira lamió la sangre que se había quedado en el látigo de los tres dioses con su rosácea y gruesa lengua.
—Exquisita. — dijo riendo maliciosa. — ¿Sabéis qué es lo que más me gusta de mi trabajo, queridos dioses? Que puedo saborear el dolor y el castigo de mis víctimas. Algunos de ellos son hermosamente terroríficos y violentos, otros, los más insípidos, son menos graves pero su sabor es también adictivo. Puedo ver a cuantas víctimas habéis matado y hecho sufrir, pudiendo decidir qué castigo es el más propio para cada crimen.
Volvió agitar el látigo y tras quitarse el adorno espinoso que recogía las serpientes de su cabeza lo lanzó sobre los tres. Tánatos, Phobetor e Icalos fueron atados e inmovilizados por él, clavándose las espinas en sus divinos cuerpos y creciendo éstas por cualquier lugar produciéndoles un daño atroz.
—Martirio es mi técnica favorita. — comenzó Tisífone. — ¿sabéis que es un martirio? En resumidas cuentas, consiste en propiciar un daño atroz a los condenados, para conseguir su confesión, hundir su moral y orgullo o simplemente hacerles sufrir lentamente. De esta manera recuerdan a cada una de las víctimas que hicieron sufrir en su vida y que sufran igual que ellas o más.
Tisífone andaba rodeando a los tres dioses presos en el espino de oro, sinuosa, deleitándose de cada una de las expresiones de dolor se sus rostros y cada una de las heridas que estaban sufriendo.
—Dios de la muerte, dime…— dijo la Erinia menor, deteniéndose en Tánatos. — La muerte es así de dolorosa. — La escamada mujer acarició la mejilla del dios, contemplando su hermoso rostro retorcido. Sus cabellos plateados y su mirada luminosa. Tras los cristalinos sin pupila veía el reflejo de un sinfín de muertes que éste había propiciado durante su vida—. Así es — continuó— Mira que terribles víctimas has ido dejando a tu paso. Tú más que nadie mereces sentirlas —. Tirando del cabello del dios la expresión de la furia se hizo fiera e inclemente. Sus afilados colmillos asomaron por sus carnosos y rojos labios.
—La muerte… — dijo el dios con voz ronca de dolor—. Es algo a lo que nadie puede huir. Ni siquiera una hija de Urano y la manera de extinguirse solo la decido yo. ¡ICALOS!
—Sí Tánatos—. Respondió el hijo de Hipnos, mientras su cosmos se expandía dejando a la Erinia atónita. Encendiéndose los ojos del dios menor, los cuernos de su casco se proyectaron enormes. — ¡Ejecución del daño!
Los zarzales se rompieron con facilidad liberando a los tres dioses en un confuso y zigzagueante rayo oscuro. La Erinia fue expulsada del regazo del dios de la muerte desde donde antes contemplaba impertérrita las muertes que el dios había ejecutado en su condición.
— ¡No puedo creerlo! ¿Cómo lo has hecho, cornudo? ̶ dijo Tisífone furiosa levantándose. Ahora veréis por qué soy yo la furia que condena la violencia.
Emitiendo un agudo grito y agitando a velocidad imperceptible el látigo. Este se multiplicó y comenzó a azotar a los tres dioses por todas partes, incapaces de protegerse de él. Acorralados en el centro del torbellino de látigos que les azotaban dolorosamente, Phobetor alentó a sus compañeros a observar detenidamente los golpes. Los tres vieron que eran las propias serpientes de la cabeza de Tisífone las que les mordían, apretaban, azotaban y les desgarraban como ratones.
— ¡La tengo! —Exclamó Phobetor cuando consiguió retener la mirada de la Erinia un instante. Sin dudarlo emitió con su mente su ataque sobre ella. — ¡Atrapa sueños!
Un rayo invisible fue de sus ojos a los de la furia, atravesando su mirada hasta el cerebro cayendo la urania al suelo llevándose la mano a sus ojos, ahora ciegos y oscuros, hundiéndola en un mundo terrible de sufrimientos. Su ataque debilitado porque era incapaz de controlarlo, cesó en los dioses, que quedaron nuevamente liberados.
—Está ahora indefensa—. Dijo Phobetor satisfecho de su ataque—. No será liberada de la pesadilla tan fácilmente.
—En ese caso es mi turno—. Tánatos agitó sus alas y brazos apareciendo en la mente de la furia el exacto reflejo de ella atacándola del mismo modo. — Fobia del Tártaro te hará sufrir tu propia medicina, - Tisífone, te enorgulleces de tu trabajo, pero qué tal sienta cuando eres tú la que es herida directamente por él.
La Erinia se revolcaba en la arena mientras sufría las heridas que le iba propiciando su clon.
La erinia mediana, Megara, miraba con altivez a sus tres rivales. Los veía débiles y poco amenazadores. Pánico y Pena, vestidos aún como criados de Hades no le imponían en absoluto, tampoco la melliza de Phobetor, que parecía más una niña que una mujer. Se sintió en cierto modo insultada, pensando que, porque la veían la más débil de las furias, se habían puesto contra ella los más débiles también.
—Vosotros tres. Pensáis que vais a destruirme a mí, pero me menospreciáis si creéis que así va a ser. Dos criados y una niña contra mí ¿Quién creéis que soy?
—Megara, eres la más bella de tus hermanas sin duda. - Dijo Pánico posando su barbilla sobre sus dedos pensativo. El pelo castaño rojizo y revuelto le daba un aspecto sucio, al igual que sus ojeras y bolsas, que le hacían parecer más viejo de lo que era. – Pero creo que tú también nos andas menospreciando, si crees que no somos rivales para ti.
—Nosotros también somos dioses. — Dijo Pena. — Y solemos ser los causantes de los sentimientos más duros y temidos de cualquier mortal y dios. Estamos cerca de Hades porque quiere saborearlos de cerca, intentando comprender de mejor manera los sentimientos humanos.
— Querida Pena no te pongas sentimental. — dijo riendo Phantasos. — Ya todos sabemos que adoras a Hades y que morirías por sus huesitos, pero en una batalla eso sobra.
— ¡Estúpida niña! ¿qué sabrás tú de sentimientos? Solo vives en tu mundo de reinos encantados y princesas inútiles.
— Queridas señoritas. - Dijo Pánico poniendo paz. — No es momento de que discutamos entre nosotros. Debemos deshacernos de esta hermosa furia si queremos que nuestro señor pueda vencer antes a Cronos.
— Tienes razón, Pánico, luego le demostraré a esta payasa lo que es un final infeliz en los cuentos. Tal vez así se convierta en una auténtica mujer y le crezcan los pechos.
—Gorda desalmada. Todavía tengo que crecer. Cuando me haga una mujer seré tan hermosa que ningún príncipe se resistirá a mis encantos, ni siquiera tu príncipe oscuro Hades. Yo le iluminaré con mi alegría y soltura, liberándolo de tu insufrible melancolía y maldición. Seguro que parece tan triste por tu constante presencia a su alrededor. No haces más que transmitirle malas vibraciones.
— ¿Maldita caricatura? —. Dijo furiosa Pena.
— ¡Callaos! — Dijo severamente Pánico lanzando un golpe a cada una que cayó al suelo—. Comportaos como lo que sois. Guerreras de Hades.
La carcajada de Megara interrumpió la absurda discusión de los tres dioses. Era una risa amplia y burlona.
— ¿Y dices que sois dignos rivales, Pánico? Tal vez seas tú el único digno. Irónico siendo un hombre el que me desafía. Al fin y al cabo, los hombres sois más promiscuos e infieles que las mujeres. Me encantará destapar si pareces tan íntegro como aparentas o hay algo más de hombre desleal en ti.
— Una invitación a la que estoy encantado de acudir, Megara. Pero debo antes prepararme para la ocasión ¿no crees?
Tres relucientes y oscuras armaduras cubrieron los miembros de Pánico, Pena y Phantasos. La de Pánico era de ébano, borgoña y plateado. Con pequeños y diminutos cuernos dorados. Cuatro alas metálicas de dragón se extendían en su espalda. La de Pena de Azul petróleo, ébano y plata, tenía cuernos más largos y temibles que los de Pánico. Algunos adornos dorados y lilas la remataban. Phantasos tenía una armadura muy similar a la de su mellizo Phobetor. Era ésta dorada, negra y morada. Sobre los hombros de Megara se extendió una capa de amplia capucha. Una coraza protegía su tronco y sólidas grebas sus piernas alzadas por un tacón alto. Parecía una hermosa sacerdotisa nocturna.
—¡Preciosa! - Exclamo Pánico. - Tal vez cuando te derrote te encierre en un bonito ataúd de cristal para contemplarte todos los días.
—Ahora sí que hablas como un burdo buitre, Pánico. ¡Castigo Adúltero!
Megara se lanzó contra Pánico furiosa abriendo su hermosa boca de la que salieron sus temibles serpientes para azotarle. Provocaban golpes de quemazón en la carne del dios. Mientras era atacado Phantasos acudió en ayuda a su compañero de bando lanzando la primera Fantasía de Grimm, paralizando a la furia que cayó al suelo desconcertada.
— ¡Hombres! — dijo Phantasos con resignación. - Veis a una mujer vistiendo de negro y tacón y perdéis el rumbo. Esta dama oscura la haré la bruja maligna de mi cuento de hadas. Comprenderás que las princesas os convenimos más a los guerreros como vosotros.— ¿Qué me has hecho, niña? - Exclamó Megara.
— Te lo he dicho, ahora eres la mala de mi cuento, y yo la hermosa princesa que rescata en vez de ser rescatada. Estás paralizada por mi ataque. En breve te verás sumida en un palacio oscuro y deprimente donde te arañarás de desesperación mientras se pierde tu belleza y lozanía en el reflejo de un espejo mágico. Quieres absorber a este valeroso guerrero para conservarte joven pero no lo permitiré. Pánico es mi príncipe encantado. Debo liberarle de tus garras.
La joven diosa saltó y giró divertida de su propio cuento. Era sin duda una niña todavía. Pena, tomando al herido Pánico para ayudarle a levantarse resopló resignada.
—Esta payasa. Todavía no sabe nada. Es una inmadura.
— Tranquila Pena. Sus métodos serán poco ortodoxos, pero parecen eficaces. Mira como la furia mira a su alrededor desorientada. No sabe lo que ocurre. Phantasos ataca a la mente alimentándose de su propia imaginación y creando un escenario de combate ideal para ella. Su improvisación es una desventaja para el enemigo. Creo que deberíamos aprovecharnos de su poder para hacer más daño a la hermosa bruja.
— ¿Qué estás diciendo? - dijo Pena sorprendida.
— Tú déjate llevar y sigue el juego a la princesita, nos ha puesto en bandeja la derrota de Megara.
Pánico se dirigió a Megara y la tomó de su rostro.
—Mírame bella bruja. Si no fuera porque tu boca es tan venenosa como las serpientes te daría la juventud que hay en mí con un beso, pero se me ocurre algo mejor. – Posando su mano sobre el escote de la furia, le golpeó con su ataque a la voz de “Acto de Contrición”
Megara se hundió aún más en la oscuridad. Sobre su mente unos fuertes sentimientos de remordimientos le invadieron. Contemplando cuantos malos actos había hecho, habiendo siempre alardeado de que nadie como ella era fiel e íntegra, algunos actos que rompían con esa idea y que había cometido en un pasado, volvieron a su mente. De nada había servido mantenerlos ocultos. Pánico podía con su cosmos y este ataque devolver los peores sentimientos de una criatura a su mente, haciendo que se sintiera un ser miserable e indeseable.
—No hay peor enemigo que uno mismo, Megara. —Comenzó Pánico. — Por eso soy el dios del Pánico, hago que las personas se teman a sí mismas de diversas maneras, incluyéndote a ti. Seguramente ahora comienzas a comprender que somos más poderosos de lo que crees.
—Eso no estaba previsto en mi cuento— Protestó Phantasos queriendo actuar otra vez, pero la detuvo Pena.— ¡Cállate y observa, niña! Tal vez aprendas algo nuevo en la batalla.
— ¿Pero soy yo quien debe salvarle?
Pena miró a Phantasos furiosa. Era imposible razonar con alguien tan fuera de la realidad como la diosa de la imaginación y la fantasía. Eran completamente opuestas las dos.
— Así que soy la mala de la historia ¿no es cierto? — dijo riendo Megara, dejando a todos sorprendidos. —En ese caso haré el papel que se me ha encomendado bien.
El aspecto de la furia se hizo más demoníaco. Las uñas de sus manos crecieron afiladas y duras y se clavaron en el pecho de Pánico atravesando la armadura del dios sin dificultad. Megara reía malvada.
— Ahora deseas besarme. - Las serpientes se agitaban en el interior de la boca de la furia, provocando un desagradable sentimiento en Pánico, quien entre lo débil que se estaba sintiendo, era incapaz de liberarse de la garra de la furia, quien parecía absorberle las energías. - Victima vengativa provoca que castigue a los adúlteros como Pánico, provocándoles un terrible dolor. No te estoy absorbiendo la energía, sino que te inyecto el veneno de las serpientes de mi boca que paraliza tus fuerzas y cosmos. Nunca más podrás atacarme ni vencerme. Extingo tu energía poco a poco.
— ¡Ah no! - Dijo Phantasos dispuesta a entrar a ayudar, pero pena la empujó con fuerza contra la pared arrojándola furiosa lanzando su ataque contra la furia en auxilio de su compañero.
— ¡Duelo de Aflicción! —Tal como si se tratara de una bestia, Pena se lanzó contra Megara golpeándola con los cuernos de su armadura. La furia debido a la fuerza del golpe se desenganchó del mal herido Pánico cayendo al suelo. Sus afiladas uñas todavía goteaban veneno que se mezclaba con los restos de la sangre de Pánico, que había arrastrado con ella.
— Acabo de reducir tus golpes al sesenta por ciento, Megara, cada vez que utilices tus energías iras perdiendo fuerzas y acabarás derrotada.
— ¡Ah! ¡Malditos dioses! ¿os creéis poderosos? Pero sois unos ignorantes. Las furias os podemos controlar, para eso fuimos creadas. Antes os derrotaré.
Megara se levantó dispuesta a lanzar su tercer ataque, pero Phantasos la volvió a golpear por segunda vez con su Fantasía de Grimm.
— Te acabo de robar tu capacidad de lucha, bruja mala, no vas a escapar de mi fantasía y dejarás que rescate a Pánico y a Pena de aquí. No lo entiendes, ¿verdad? Solo yo marcaré las pautas de esta historia, triunfando la felicidad y la belleza.
Mientras los dioses de Hades luchaban contra las Furias. Zeus, Poseidón y Hades continuaban sus enfrentamientos contra Hiperión, Japeto y Críos. Urano y Hermes decidieron avanzar entre las mazmorras hasta la celda de Cronos. Cuando el mensajero le había dicho todo a Urano, no hizo más que acrecentar las ganas del Titán del cielo de tomar venganza por lo que Cronos le había hecho y, sobre todo, detener a su malvado hijo.
Japeto vio como sus seis guerreros caían sin problema ante las rosas daga de Poseidón. El rey del mar expelía un cosmos azulado impactantemente luminoso. El frío que emanaba se había hecho dueño de la cueva, alcanzando a su enemigo. Las manos del hijo de Rea, estaban azules de hielo. Sacudiéndolas Poseidón hizo que recobraran su color cotidiano.
— Soy pura agua y hielo, Japeto. —Comenzó a decir Poseidón. — Capaz soy de los fenómenos climáticos más destructivos de la galaxia. Es la herencia que me dejaron los titanes en mi sangre. Ciertamente el poder que emano es directamente proporcional a los sentimientos que experimento. Si quieres un consejo, ninguno de mis hermanos es comparable a lo que soy capaz de hacer cuando mi genio y cosmos entran en contacto. Si pretendes no hacerme perder la paciencia vas por mal camino, titán originario de la humanidad.
Poseidón golpeó con el tridente la tierra y Japeto fue elevado por los cielos. Con su mano izquierda el dios del mar hizo amago de su técnica de Concierto de gravedad para golpear al titán a su antojo, estrellándolo contra paredes y retorciéndole los huesos por una fuerza de atracción invisible y dolorosa. La espada se escurría de su brazo, mientras sus huesos intentaban ser partidos por el cosmos de Poseidón.
— No conseguirás tu objetivo conmigo, Poseidón, mientras esta espada esté conmigo tu tridente y tu cosmos no tendrán nada que hacer.
Con todas sus fuerzas el cosmos del titán explosionó en su aura bronceada, el brazo donde portaba su espada resistió a los ataques del Poseidón y la espada cortó la superficie, anulando y cortando el efecto del concierto de gravedad del mayor de los Olímpicos. No obstante, había sido terriblemente herido por el dios del mar. Apoyándose sobre la espada del caos apuntó contra su enemigo para lanzar su ataque contra él que Poseidón detuvo con sus rosas piraña. El ataque había sido desviado.
— Parece que ya te has decidido a atacarme directamente. Te felicito.
— Mira bien, Poseidón. Otro planeta negro ha sido creado por la gracia de mi esposa.
Poseidón alzó su mirada al techo donde una enorme masa negra esférica giraba en su propio eje, absorbiendo la energía de su alrededor potentemente. Tormentas eléctricas y un fuerte viento afilado comenzó a azotar al dios de los mares, hiriéndole su hermosa y resplandeciente piel. Los cortes eran cada vez más profundos y el cosmos que de él emanaba era absorbido al igual que todo a su alrededor. La cueva temblaba y estaba siendo desintegrada poco a poco como si un aspirador enorme lo llevara a cabo.— El planeta se hará más grande y destructivo cuanto más absorba, finalmente antes de su destrucción total lo atravesaré con mi espada y verteré toda su energía en ti hasta hacerte mantequilla a ti y a los tuyos.
Poseidón sentía como era cada vez más difícil resistirse a la fuerza de atracción del planeta negro. Incluso intentando endurecer su cuerpo en una capa helada defensiva ésta era absorbida por el planeta. Lo mismo haría su cosmos y él sería tragado por la esfera negra.
— Es demasiado fuerte… mis fuerzas se extinguen. Nunca pensé que fuera a encontrar tormenta y catástrofe más grande que las que yo puedo generar… No tengo alternativa…
Con dificultad Poseidón hizo aparecer una rosa hermosa y blanca entre sus largos y elegantes dedos.
— Ve mi querida rosa sangrienta y detén este caos que está provocando su espada… Si no puedo romperla incapacitaré al guerrero que la empuña…— continuó diciendo el dios de los mares. Alzó su azul mirada al planeta que estaba alcanzando el clímax de su tamaño y fuerza. Después miró al titán que se disponía a partirlo con su espada. — Ahora es el momento…
Besó su flor Poseidón congelándose la rosa totalmente, era su técnica divina de la Rosa de hielo. Corriendo contra Japeto a una velocidad increíble la clavó en él esquivando la embestida metiéndose por debajo de su axila. Con su poderoso abrazo había conseguido inmovilizarlo, impidiendo que huyera.
El cosmos que había sido vertido en la rosa de Poseidón se introdujo en el corazón de Japeto helándolo instantáneamente. El torrente sanguíneo contaminado por el músculo bombeó la sangre helada a todos los rincones de su cuerpo congelando cada molécula y célula inmortal del Uranio y todo lo que de su cuerpo brotaba. Su propio cosmos contaminado congeló el planeta que estaba a punto de destruir y su espada quedó paralizada en el aire.
Poseidón se separó del titán suspendido en su movimiento. La rosa estaba reluciente clavada sobre su pecho como una hermosa escultura. La piel de Japeto se tornaba azulada. Miró el hijo de Cronos y Rea como su ataque también había suspendido el planeta como un asteroide suspendido en el aire y en su órbita. Cayó al suelo el dios del mar de rodillas. Su espalda había sido alcanzada por la espada. Sentía como le ardía la piel y le sangraba. Le costaba respirar. Actuó rápido quitándose la parte de arriba de su armadura. Se golpeó su pecho también herido, intentando detectar la esfera de oricalcos que sin duda había sido golpeada desde dentro.
— No lo permitiré. — Se dijo el dios del mar— Me habrás alcanzado Japeto, pero no me has derrotado.
Se golpeaba cada vez con más fuerza, su piel se congelaba cada vez por delgadas capas de hielo que brotaban de sus manos, pero ahí se quedaban sin ser absorbidas por su cuerpo. Si el hielo no era absorbido por oricalcos puro oculto en el pecho del dios, quería decir que había sido terriblemente herido y probablemente eso podría precipitar su muerte. Cada vez más furioso explosiono su cosmos, contra el tieso titán que quedó encerrado en el ataúd de hielo mientras Poseidón caía inconsciente.




Zeus y Hades detectaron el débil cosmos de su hermano, alarmándose. Ambos se desconcentraron de sus batallas. Críos y su insufrible risa hablaron a Hades.
— Ha caído el mayor. ¿Qué se siente, Hades? Verdaderamente seguirás pareciendo tan frío e insensible a tus sentimientos fraternales.
Hades cayó de rodillas abatido. Apoyado sobre su espada estaba atónito, no podía creer lo que había pasado. El dolor comenzó a brotar fuerte de su pecho, mezclado con ira y tristeza. Las lágrimas cayeron de sus ojos, gruesas y cristalinas hacia el suelo oscuro del Tártaro. Su pálido rostro se enrojeció de congestión y miró al endemoniado Críos cuya risa se le antojaba malvada y burlesca. Un sentimiento de repulsión ocultó su dolor y con tensión en cada músculo de su cuerpo su cosmos empezó a crecer y crecer oscuro y siniestro por toda el área. Imponiendo a Críos, pero preocupando a los que todavía vivos, sabían lo peligroso que podía ser aquello.
— ¡No Hades! - Se oyó fuertemente a Zeus desde la celda de Hiperión. - No te dejes vencer por la oscuridad. Recuerda, Cronos puede aprovecharse de ello.
— Es demasiado tarde…- dijo Hiperión. - La bomba de relojería ha comenzado a marcar los minutos. Ahora es cuestión de tiempo que Cronos detecte el cosmos oscuro de su hijo y absorbiéndolo otra vez, complete su liberación. Zeus ¿Qué vas hacer? Si pretendes detener a mi hermano antes deberás destruirme a mí.
El Tártaro entero comenzó a temblar ante el oscuro cosmos de quien lo creó. El dios del Inframundo extendía su poder por cada área de su reino.
— ¡Maldición! - Exclamó Hermes deteniéndose.
— ¿Qué es ese siniestro poder? — dijo asustado Urano. — es incluso más terrible que el de Cronos.
—Es Hades. Cuando se enfurece su oscuridad se adueña de él permitiendo a Cronos que se beneficie de ella para aumentar su poder. Tenemos que detener esto. No pude haber caído tan pronto Poseidón. Algo pasa en él, si vuelve en sí tal vez se calme Hades. Sígueme abuelito. Creo que necesitaré de tu ayuda otra vez.
—Si eso detiene a Cronos, no pondré impedimentos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario