CAPÍTULO 3. Yangzhi Wo. La falsa prosperidad



Ilustración de Quilen







Lección 3

"Grandes actos se componen de pequeñas obras"

 

Cuando Talaris dejó atrás el bosque frondoso de bambú de las consortes llegó a la zona más plana de Huan, la llamaban “pequeña Zhu” haciendo referencia a los amplios campos de cultivo y ganado que se extendían en la llanura. Aquella zona formó en un pasado lejano parte del cauce del río Xiang, pero tras un año de duros monzones, la falda de la montaña más cercana se desprendió y cayó toda la tierra en dicha zona, desviando el cauce del río. En su lugar aquella zona se allanó en suaves lomas dando lugar a fértiles tierras donde los cereales, las legumbres y los vegetales crecían deliciosos y abundantes, así como los pastos para el ganado. Nació de esta manera Yangzhi Wo.

Debido al crecimiento económico de Yangzhi Wo, ésta era muy codiciada para cualquier gobernador pues su responsable podía disfrutar de numerosos lujos y privilegios; la calidad de vida era muy buena y el comercio abundante llenaba con facilidad las arcas del concejo. Al caminar por sus calles, Talaris podía comprobar con sus propios ojos que las construcciones eran bastante más sólidas y coloridas que en su anterior destino, sin embargo, veía un gran contraste de dos clases. Una mejor vestida, de pieles claras y ropas ricas de seda; de andar erguido y altivo de suaves manos; frente a otra mucho más humilde. Esta última caminaba encorvada por las escoliosis provocadas por la carga de cestos repletos de cosechas y piedras para engarzar. Sus ropas estaban raídas y sucias. Sus manos encallecidas del trabajo, su piel oscurecida por el sol y prematuramente envejecida.

—Es como si hubiera retrocedido al medievo aquí.

Se dijo Talaris mientras seguía con la mirada a unos campesinos llevando cereales, legumbres y frutos a almacenes donde una persona apuntaba las raciones. Talaris paró a uno que acababa de entregar su parte y le dijo:

—Buen hombre, ¿Por qué almacenan las cosechas como si estuvieran al borde de una crisis?

—Nuestra región lleva este régimen desde épocas imperiales, señorita. Nuestras aisladas tierras han sido olvidadas por la República China y debemos aprovisionarnos y gobernarnos solos. Estas cosechas no son más que una humilde aportación a la gran labor de nuestro alcalde y las fuerzas de seguridad, que nos protegen de los taisheng. Si llegaran aquí, mi familia moriría o sería secuestrada para sus labores forzosas. No deseo ese futuro para ellos. Mi hijo mayor se ha casado recientemente y pronto me dará mi primer nieto —El rosto del campesino sonrió con ternura— él trabajará en mis tierras cuando yo abandone este mundo y tras él sus hijos. Ese es mi legado y debemos cumplir para que se mantenga.

—¿Trabajos forzosos?

El anciano asintió. Su rostro se ensombreció de miedo.

—Debo regresar, señorita, no debemos hablar de esas cosas. Quien habla de males, males atrae.

—Gracias.

Talaris le dedicó su mejor sonrisa y el campesino le respondió con una igual de benevolente antes de irse. Se quedó la discípula pensativa, proteger a las gentes era algo bueno, pero no le convencía el método para ello.

Sintió un severo empujón y un sujeto armado miró inquisidor a Talaris.

—¿Qué haces aquí parada? —dijo de muy malos modos— la cola del pago de los tributos está allí. Descarga ese cesto de las cosechas y después podrás descansar.

—Disculpe, pero yo no soy ciudadana de aquí, soy forastera. Estas son mis provisiones de viaje no un tributo.

—¿Crees que me puedes engañar? Ve a la fila si no quieres que te raje esa cara bonita o te entregue a los taisheng. Les gusta tener mujeres en sus alcobas para esclavas.

El guardia la empujó con mayor violencia y Talaris, que dio un traspiés por un socavón, cayó al suelo. Su cesto se abrió desparramándose parte de su equipaje en los adoquines de la plaza. La mala suerte hizo que cayeran sus provisiones de comida y el soldado encontró la excusa perfecta para seguir intimidándola. El sello del dragón de jade salió de los pliegues de su ropa dejando verse.

—¡Alto!

Se escuchó con severidad. Talaris miró hacia su espalda y encontró un hombre vistiendo la seda más fina de todas.

—¡Señor secretario!

El guardia se inclinó ante él de la manera más humilde que pudo.

—Eres un necio. ¿Acaso no ves que eso no son cosechas? ¿Tan solo pan y ropa? —dijo el hombre.

—Lo siento, mi señor, solo intentaba cumplir mi labor.

—Aceptaré tu disculpa, ya que sé eres recién alistado y mantengo muy buena relación con tu superior. La impetuosidad de la inexperiencia…—dijo con resignación el hombre.

—¡Gracias!

—Vuelve a tu deber y a ver si aciertas mejor contra quien debes hacerlo.

Se acercó amablemente a Talaris. Inclinándose cortésmente, le ofreció su mano para ayudarle a levantarse.

—Disculpa la impertinencia del guardia. El miedo invade esta aldea desde que la amenaza de los Taisheng se hizo real y hemos tenido que engrosar nuestras fuerzas de seguridad. Todos tienen los sentimientos a flor de piel. ¿puedo saber su nombre?

Talaris se levantó y sacudió sus rodillas y trasero de polvo.

—Me llamo Talaris. ¿y usted, señor secretario? —. Talaris hizo una elegante reverencia y miró con tristeza las provisiones de su viaje embarradas y sucias.

—Mi nombre es Gun Ming, pero puede llamarme Gun ¿cuál es el destino de tan intrépida mujer?

—Me dirijo al templo de Nan Hengshang.

—Entonces mis sospechas son ciertas. Es usted aquella discípula de Dohko de Libra del que todo el mundo habla. Ahora comprendo… ese hermoso colgante es el sello del dragón de jade ¿verdad?

Talaris miró con recelo al secretario.

—Las noticias vuelan…

—¡Que honor! En ese caso permítame que la compense por el mal trato recibido. Será mi huésped en mi casa el tiempo que desee quedarse en esta humilde aldea.

—Es muy amable, pero puedo buscar una casa de hospedaje. Una ciudad tan próspera como ésta tendrá varias.

—¡Ni hablar! No lo permitiré. Mi deber es acoger a la discípula de nuestro protector con todas las comodidades posibles. Será la manera de agradecerle a su difunto maestro su labor de todos estos años y el alcalde estará encantado de conocerla personalmente.

Talaris volvió a mirar al secretario con recelo. ¿A qué tanta insistencia? Pero, por otro lado, quizá estar bajo el mismo techo que él, podría ayudar a averiguar más sobre quien daba protección al pueblo a tan alto precio.

—Agradezco entonces su hospitalidad.

Talaris quiso coger el cesto, pero el secretario ordenó a su asistente que lo hiciera por ella.

—Las mujeres no deben llevar peso. No es gentil ni caballeroso. Me ha dado una gran alegría al aceptar mi invitación.

La casa del secretario estaba en frente del consistorio y en el consistorio parecía vivir el alcalde. Ambos edificios estaban cercados por sólidas casas donde vivían otros concejales y administrativos. Los muros de piedra estaban vigilados por algunos guardias como si intentaran proteger a sus políticos de ataques terroristas.

Entraron en un patio amplio, subieron una escalinata de piedra y se introdujeron en la vivienda del secretario. Talaris se quedó sorprendida del lujo que la residencia tenía. Los toques clásicos de un palacio imperial de estilo típicamente chino lo invadían todo: marquesinas, exquisita porcelana y estatuas de valiosas piedras. El pan dorado, los dragones y de más símbolos chinos adornaban paredes, techos y columnas.

—Este es un palacete que conservamos desde la época imperial. Era la casa de un noble feudal, pariente lejano de la familia real. Forma parte de nuestro valioso patrimonio histórico—. Explicó el secretario.

«¿Patrimonio histórico? — Pensó Talaris— entonces debería ser un museo no la residencia privada de un político. Si la casa del secretario es así cómo será la del alcalde ¿Tendrá también su propio harem?»

La discípula de Dohko siguió al secretario sin perder detalle de todo lo que veía a su alrededor; mientras éste le explicaba las piezas y estancias más valiosas e importantes de su hogar tal como si se tratara de un guía turístico. Había muchas personas uniformadas yendo y viniendo de un lado a otro saludando respetuosos al secretario como si fuera un auténtico noble. Aquello parecía ir más allá de simple cortesía, era “servilismo”. El secretario paró frente a una puerta de caoba barnizada. La abrió y ante ella se extendió una amplia habitación, que conservaba también todos los detalles de una clásica habitación china. Tenía baño propio y hasta acceso a un pequeño jardín con alberca y hermosos árboles.

—Esta será su habitación, señorita Talaris.

—Es usted muy amable, pero no estoy acostumbrada a tantos lujos.

—Es nuestra manera de disculparnos por el mal recibimiento.

Gun llamó a dos mujeres que en ese momento pasaban cerca cargadas de telas y utensilios. Ambas obedecieron al secretario y éste las presentó a Talaris.

—Ellas son Jun Fei y Jia Li. Se encargarán de todas sus necesidades mientras se encuentre con nosotros. Para cualquier cosa que necesite conmigo, puede usted llamar Ru Yun. —Dijo señalando a su asistente y quien le había acompañado durante su recorrido—. él tiene contacto directo conmigo y me localizará fácilmente. Descanse y nos volveremos a ver en la cena. Voy a hablar con el alcalde y los concejales para que nos acompañen esta noche. Estoy seguro de que todos ellos estarán encantados de conocerla.

Diciendo esto Gun Ming se retiró con su asistente dejando a Talaris con las dos mujeres. Al momento que éstas se quedaron solas, Jun Fei, la más mayor de las dos, le dijo a la más joven al oído algo y ésta se fue con pasos ágiles y rápidos.

—Estoy segura de que debe estar cansada y necesita quitarse todo el polvo del camino. —comenzó a decir la mujer—. Le prepararé un baño mientras aclimatamos la habitación y le hacemos la cama.

—Es usted muy amable Jun Fei, pero puedo preparármelo yo sola.

—Por favor, insisto. Mi trabajo es encargarme de usted como me ha pedido mi señor.

«Mi señor» aquellas palabras resonaron en la cabeza de Talaris comprobando su teoría de la sumisión del personal de la casa al secretario. Puesto que no podía hacer nada en contra de los deberes de los criados de Gun, no pudo más que ceder, pues quien sabe si “el señor” pudiera culpar injustamente a las dos mujeres si no las veía trabajar con ella. Así que asintió y Jun Fei se dirigió al baño sonriente y con el cuello inclinado hacia el frente humildemente.

Tras el baño Talaris contempló que la habitación había sido aireada, limpiada, y el dulce olor del incienso había sustituido a olor de viejo. Le había preparado un té y sobre un diván descansaba un hermoso qui-pao azul marino con bordados rosa palo. Junto a él unos elegantes zapatos. En el tocador estaba la joven Jia Li con todo un arsenal de cosméticos, maquillaje y artilugios para el pelo esperándola.

—Yo me encargaré de peinarla y acicalarla, señorita Talaris. La cena será una elegante recepción de bienvenida a la discípula de Dohko.

—Eso se lo ha dicho el señor Ming.

—¡Aja! Él también nos ha entregado este vestido para que lo luzca esta noche mientras limpiamos su ropa, ya que se ha echado a perder al caer al suelo.

Talaris se sentó en el tocador envuelta en el albornoz que le habían puesto cerca del baño. Miró donde estaba antes su equipaje. Efectivamente no había rastro de él, le habían quitado hasta las sartenes, la cesta de mimbre y las mantas que le habían regalado los aldeanos. Aquello no le gustó nada, parecía más bien un registro. Tal vez el secretario y el alcalde la querían tener bien vigilada. Por suerte no se había quitado el amuleto del dragón de Jade, desde que se responsabilizó de él, dormía y se aseaba con él puesto.

Mientras Jian Li la peinaba y le secaba el pelo, Talaris intentó sonsacarle algo de información sobre el alcalde y el secretario, pero no oyó más que cumplidos acerca de ellos. Entendió entonces que no iban a decirle nada interesante, probablemente debido a la posición de ésta en la casa. La conversación se desvió a temas más banales.

—Tiene un cabello muy bonito, señorita. Es una pena que siempre lo lleve trenzado. Se le estropeará.

—Es curioso que me digas algo así. En China lo habitual es siempre llevarlo recogido.

—Sí, pero hay que cambiar de peinado para que el pelo no se caiga y respire. También hay que cepillarlo con frecuencia.

—Bueno, lo tendré en cuenta. La verdad es que si lo llevo así es porque es la mejor manera de que no se ensucie, no moleste y no se infecte de piojos. Cuando viajas tanto hay que tener cuidado con esas cosas.

Después Jian Li muy amistosa le comentaba a Talaris que su ilusión era ser estilista y que estaba ahorrando dinero para montar su propia peluquería.

Al cabo de una hora y media más o menos, Talaris estaba lista para su cena. Fue el asistente del secretario quien la recogió y la condujo a la recepción. Mientras se dirigían a la localización Ru le volvía indicar las diferentes habitaciones de la residencia. Talaris prestaba especial atención a lo que Ru le contaba con respecto al nombramiento del alcalde y el secretario; así como los lugares donde transcurría el oficio del consistorio. La información que le dio le pareció bastante importante

El alcalde parecía reelegido superando los ocho años y el secretario había sido nombrado desde hace solo dos, cuando el anterior había dimitido por un escándalo público de apropiación indebida de dinero. También le mencionó que no tenían médico y que un amigo del secretario solía ser el que asistía a la aldea. Era uno de esos médicos nómadas responsable de varios pueblos y comarcas rurales, aisladas y poco numerosas como esas. Le señaló que el nuevo nombramiento del secretario había sido por orden ministerial, pero bajo el consejo de un monje con bastante influencia ideológica que lo había recomendado. Lo del monje le llamó especialmente la atención, pensaba que en la moderna China los guías espirituales no tenían ya tanta influencia. Talaris intentó preguntarle a Ru sobre ese monje, pero ya habían llegado al comedor así que decidió preguntarle esos detalles al alcalde y al secretario durante la cena.

Cenaron en una sala amplia y rectangular con una mesa alargada donde estaban sentados otros cinco comensales incluyendo a Gun Ming y su asistente. El primero se levantó para ofrecerle el asiento caballeroso, tal como si lo hubiera aprendido de los occidentales. Una vez sentada el secretario presentó a los invitados. Eran el jefe de guardia, el jefe del tesoro y el jefe de edictos. Le sorprendió la ausencia del alcalde a lo cual Gun respondió que se encontraba indispuesto. El jefe de guardia hizo un comentario poco cortés sobre la frágil salud del alcalde, parecía bastante disgustado quejándose de que no habría venido si lo hubiera sabido antes.

Fue con esta escena donde pudo comprobar la discípula de Dohko los roces entre los concejales y quedó especialmente interesada en la actitud del jefe de guardia, quien parecía el menos unido al resto. Tenía que centrar su objetivo en los que parecían más sospechosos si pretendía averiguar más sobre el gobierno de Yangzhi Wo… tanta centralización y un pago de tributos no era algo que encajara con un gobernante democrático y ético. ¿Por qué una ciudad tan avanzada se seguía rigiendo por un régimen tan atrasado? ¿Estarían los taisheng detrás de ello? No debía precipitarse en averiguarlo, aunque lo que de verdad quisiera es llegar pronto a casa de su difunto maestro y comprobar que Shun Rei estaba bien.

La cena no fue nada frugal, más bien demasiado pesada hasta para ella misma que tenía un gran estómago. Astutamente la discípula de Dohko supo combinar sus anécdotas de viaje y conversaciones para ganarse la confianza de los comensales. Cuando el alcohol empezó a hacer su efecto comenzó su interrogatorio discreto.

—¿Es verdad, que el señor alcalde lleva tantos años en el cargo? Debe ser un alcalde con muchas habilidades.

—Así es, el señor alcalde es un hombre ya mayor pero muy querido y respetado por la ciudad, la gente lo vota una y otra vez encantados con la gestión de la aldea. — respondió Gun—. Cuando llegué propuse al alcalde algunas reformas. Los campesinos no podían sacar todo el rendimiento a sus tierras y el comercio se había estancado.

—El alcalde, yo y el señor Gun…—continuó el señor Hong, jefe de edictos—…. nos pusimos en marcha y redactamos varias leyes de saneamiento, impuestos y construcción de infraestructuras con ayuda de nuestro gran tesorero, el señor Lan, pudimos ahorrar algo de dinero para convocar a los mejores ingenieros de China. Nuestro objetivo era pagarles por la construcción de una red de regadío eficiente y otra de canalizaciones de aguas fecales.

—Ya veo… ¿y todo eso en dos años? es admirable. —Cuando Talaris dijo esto enfocó sus ojos en el jefe del tesoro. Estaba claro que querían justificar el pago de impuestos con inversiones razonables, pero tanta ingeniería en tan poco tiempo le parecía demasiado increíble.

—Algunas de esas obras están todavía terminándose así que la recaudación de impuestos sigue siendo necesaria—. dijo el secretario. Talaris le miró. Esa frase era una respuesta coherente para lo que a ella le inquietaba. ¿Le había leído el pensamiento? Se focalizó en el asistente de éste.

—¿Cuánto tiempo lleva al servicio del secretario, señor Ru? parecen muy unidos. Deben tener una confianza plena el uno en el otro.

—Nos conocemos desde la niñez—. comenzó —Gun no solo es mi mentor, somos como hermanos. Desde que nos hicimos discípulos del maestro Zifu.

—¿El maestro Zifu?

—Sí, el gran maestro Zifu, el monje del templo shaolin del cielo. — Respondió el jefe de guardia, Rino Sang.

—¿El templo del cielo? No lo había oído nunca—. aquella cuestión puso a la defensiva al jefe de guardia otra vez quien la miró con ojeriza.

—¿Acaso no le dijo nada su maestro? Es muy extraño—. Le respondió Rino—. El templo del cielo forma parte del conjunto de templos shaolines que se agrupan en el pico de Shongshan. Una de las zonas más sagradas de esta región—. Con esa última frase, Talaris dedujo que el tal Rino parecía saber bastante sobre los templos y toda la información oculta de los taonia que ella había averiguado hasta ese momento. Era de esperar ya que un militar debía saber artes marciales para aplicarlas en batalla. El jefe de guardia volvió a las andanzas—. Si verdaderamente es discípula de Dohko de Libra debía haber sabido esa información ¿No le parece Talaris? ¿O deberíamos llamarle de otra manera?

El jefe de guardia desenvainó su espada corta y apuntó a la garganta de Talaris antes de que pudiera ésta reaccionar. En ese momento se dio cuenta que su interrogatorio tal vez había sido demasiado descarado. Miró a los profundos ojos de Rino, intentando averiguar su siguiente movimiento. Todo el mundo se había quedado paralizado de miedo. La punta del afilado y frío metal se le hizo muy peligrosa a la discípula al sentirla tocando su piel, pero mantendría la calma.

—Cálmate Rino—. dijo el secretario en un tono esta vez bastante más serio y sobrio.

—¡Cállese secretario! Mi labor es proteger la seguridad de esta villa. Esta mujer es una forastera. No sabemos nada de ella y dice ser discípula de Dohko de Libra. No me lo trago, mucho menos con los taisheng por allí deambulando. ¿Eres una espía de ellos?

Talaris se quedó impresionada. Rino sospechaba que era uno de los taisheng, algo irónico teniendo en cuenta que era su enemigo. ¿Había juzgado mal al jefe de guardia y éste resultaba ser un aliado? ¿O tal vez era parte de un número para ocultar que él era un taish? La discípula de Dohko rompió la tensión con una sonrisa y bajó el filo de la espada con tranquilidad.

—Era de esperar de un jefe de guardia que sospechara de una extranjera. Para su información Shongshan ya me suena más—. dijo Talaris—. Lo cierto es que muy probablemente usted sepa casi tanto como yo de los templos de los cinco picos o incluso más. ¿En cuál de ellos se entrenó, señor Rino?

—¿Cómo sabes que yo…? — Rino se quedó sorprendido.

—Acabo de ver la funda y la empuñadura de tu espada. Tienen los símbolos sagrados de sabiduría, equilibrio, fuerza, valor y belleza. Esos símbolos solo los llevan los monjes o los antiguos discípulos de templos sagrados. No es una mera espada militar. Mi maestro me lo explicó en su momento. Para determinar la capacidad de un enemigo tienes que examinarlo con detenimiento, en los detalles descifrarás información importante. No ha respondido a mi pregunta. ¿Usted es discípulo también de ese tal Zifu o de otro?

—No conseguirás convencerme para que te de tal información.

Rino volvió a lanzarse a atacar a Talaris, pero esta vez ella reaccionó a tiempo y lo esquivó con facilidad.

—¡Ya basta Rino! — el secretario se levantó severamente—. Eres igual de impulsivo como siempre. ¿acaso estás ciego? Mira el emblema que lleva en su cuello.

Talaris miró al Gun. La solución que proponía este era la más efectiva sin entrar en conflicto. Talaris alzó su colgante y lo enseñó a Rino.

—¡Es el dragón de jade!

—Así es. Como bien sabes, el dragón de jade es el sello del gran templo de Nan Hengshan. No cabe la menor duda, ella es discípula de Dohko. Solo un viejo anciano de los cinco picos como él le daría tal legado a un discípulo suyo. ¡Estúpido!

Rino miraba a Talaris con detenimiento y tensión, intentando leer en sus pensamientos. Bajo la espada, pero estaba claro que seguía teniendo sospechas de ella. Era algo normal, si tanto sabía sobre los taisheng es muy probable que también supiera que ellos iban detrás de los sellos, y ella podía haberlo robado.

Las cosas parecían ponerse interesantes para la investigación de Talaris. El jefe de guardia se había convertido en su objetivo a analizar con más detenimiento, aunque el secretario también le intrigaba. En cuanto al jefe de edictos y del tesoro, tal vez ellos simplemente se preocupaban por incrementar su influencia en la ciudad y llenar sus arcas. Parecían demasiado materialistas como para saber sobre los secretos de los cinco picos y los taisheng. En cuanto al alcalde… tenía que conseguir conocerle en persona, pues tal vez él podía darle más información.

«Shun Rei tendrá que esperar un poco más. Me parece que me voy a tener que quedar algunos días en Yangzhi Wo y sacar más información de los taisheng. Ese jefe militar parece que puede ser de utilidad. Me tendré que ganar su confianza… Si realmente es justo, colaborará conmigo, si es un enemigo, me volverá a atacar y me arrebatará el sello, pero será mi oportunidad de conocer mejor a un taish, además, no le será nada fácil robarlo.»

El jefe de guardia se retiró con paso furioso y precipitado. Talaris le vio alejarse fijamente.

—Señorita Talaris, disculpad a mi jefe de guardia—. dijo el secretario—. Por favor continuemos conversando. Todavía hay mucha noche por delante y los criados nos han preparado algunas otras sorpresas que sería descortés no presenciar.

Talaris miró al secretario. Le pareció curioso que quisiera que continuaran conversando. Esto podía deberse a dos cosas: que quisieran sacarle más información o intentara convertirla en su entretenimiento de alcoba. En cuanto a lo primero, sería más comedida, en cuanto a lo segundo, si hubiera algún intento por parte del secretario, le pararía a tiempo. Estaba a costumbrada a esas situaciones.



Afortunadamente la noche de la cena no había transcurrido con mayores incidentes salvo el encontronazo con Rino Sang. El secretario se fue a su alcoba rendido de beber. El jefe del tesoro y el de edictos decidieron salir del edificio para poder continuar con la fiesta. Probablemente pasarían la noche en un burdel gastando sus abundantes bolsillos.

A la mañana siguiente, después del desayuno, Talaris salió a tomar el aire. Paseando por los alrededores de los edificios y sin querer llegó a los cuarteles, ubicados seguidamente a la casa del secretario. La construcción parecía comunicarse a lo largo de la plaza como si se tratara de un auténtico recinto político.

En su amplio patio entrenaban los guardias capitaneados por Rino Sang. Talaris se quedó observándoles un rato recordando los días tempranos en los que ella también entrenaba y le dio nostalgia. La guardia estaba entrenando con armas, en sus movimientos, Talaris no vio nada diferente a las artes marciales normales. Se centró en un muchacho que debía tener unos diecisiete años más o menos y se dio cuenta de que sus movimientos eran bastante torpes. No se entendía bien con la espada y enseguida percibió que se debía a que era zurdo y su coordinación no era buena con su contrincante. Se acercó a la pareja y los dos se pararon cuando la vieron acercarse. Talaris le pidió al chico que le enseñara su espada y éste se la entregó. Tal como imaginaba el arma no estaba adaptada muy bien a los movimientos de un zurdo. La parte de la hoja que no estaba afilada le entorpecía los movimientos y aunque el chico hacía esfuerzos para que no se le moviera tenía varias muescas de golpes fortuitos.

—El truco de un zurdo en la lucha es no atacar de frente sino girarse un poco hacia su lado dominante. Te enseñaré a hacerlo.

Talaris se colocó en frente del oponente con la espada en la mano izquierda. Girando su cuerpo un poco a la dirección izquierda, invitó a la pareja a atacar y ella respondió hábilmente mientras explicaba en voz alta.

—Ser un luchador zurdo tiene sus ventajas. Tu oponente tendrá menos zonas a la que dirigir su filo debido a que el giro expone menos tus zonas más vulnerables. Te moverás con más agilidad que él y podrás herir a sus flancos con más facilidad. No le harás heridas mortales, pero lo debilitarás mejor para una vez que caiga, rematarle de frente. Debes ser rápido esquivando y centra mucho tus movimientos en el hombro, el codo y la muñeca, ya que tu rasgo te exige mantener siempre el filo recto. Es importante también que vigiles tus lumbares, bajo vientre y cuello, tu enemigo siempre intentará herirte por ahí… pero ¡ves! —Talaris hizo un movimiento evasivo muy ágil que evitó que la espada le golpeara el cuerpo. —Esquivar te será mucho más fácil de lo que te crees.

Bajando la espada, la pupila sonrió al soldado con el que acababa de luchar y se inclinó respetuosa antes de entregarle la espada de nuevo al muchacho.

—Muchas gracias, señorita—. Dijo el chico.

—Me has dejado impresionado.

Cuando Talaris se giró hacia la voz vio a Rino Sang.

—Bueno tal vez esta demostración te ayude a no verme como el enemigo —. El jefe de guardia le miró con recelo.

—¿Te enseñó eso Dohko?

—Por supuesto. Yo también era zurda de pequeña. Ahora soy ambidiestra. Para mejorar mi velocidad y mi destreza, siempre entrenaba con armas dobles. Esto provocaba que la mano derecha fuera cada vez adquiriendo más movilidad y compensaba mis dificultades por ser zurda. Ahora soy capaz de usar una sola arma tanto en la derecha como en la izquierda y si lo hago con armas dobles, me vuelvo una guerrero muy rápida y efectiva. Valió la pena el esfuerzo—. Talaris miró al jefe de guardia otra vez, su expresión parecía no haber cambiado, y sin decirle nada volvió a los entrenamientos.

La discípula de Dohko sonrió al verle alejarse, pues estaba convencida que había dado que pensar al jefe de guardia. Salió del patio de la guardia y recorrió los pasillos del palacio, cuando llegó a la zona de las labores públicas del alcalde vio al secretario ejerciendo las labores, antes de poder entrar y charlar con él, los guardias cerraron las puertas a cal y canto. La discípula dio un paso atrás y los miro disconforme. El guardia le respondió sin tapujos que el secretario estaba ocupado y que no podía estar en esa zona. La pupila se disculpó y se fue andando hacia su habitación. Por el camino se encontró al jefe del tesoro que le dio los buenos días amablemente y que se disponía a salir del palacio para continuar con el recaudo de los tributos. Talaris le preguntó si podía acompañarle ya que en el consistorio no había nada que hacer y necesitaba tomar un poco el aire. El jefe del tesoro aceptó amablemente.

Volvieron a la misma plaza donde Talaris había visto las recaudaciones y el señor Lan se sentó en la mesa donde ya había campesinos esperando en la cola. Lan le dijo que le asignaría un par de guardias y que se verían en torno a la una allí mismo. Talaris decidió pasear por la plaza sin alejarse demasiado de la mesa de recaudaciones; sin lugar a duda, la querían tener vigilada y por eso la escolta. por si detectaba algo extraño. Por suerte algunos puestos de venta cercanos ayudaron a la pupila a no tener que separarse mucho de Lan para vigilarlo.

Se centró especialmente en un anciano de gesto benevolente que doblaba papeles haciendo curiosas formas para entretenimiento de los niños. A éstos les regalaba alguna que otra figurita. Era un experto en origami y Talaris se quedó mirándole tan hechizada como los niños.

—Semejante arte no debería ser gratuito. — dijo ella sonriendo.

—Yo no necesito dinero—contestó el anciano— solo busco las sonrisas de la gente.

—Soy Talris, encantada.

—Así que tú eres la famosa discípula de Dohko que anda salvando y rescatando aldeas.

—Bueno… sí… más o menos.

—No hay de qué avergonzarse de algo tan noble.

—No me acostumbro a que todo el mundo me conozca allá a donde voy.

—¿Quieres alguna figura, Querida? Puedo hacer de todo.

—No, muchas gracias. Seguramente lo pierda o acabe destrozado por el lodo o la lluvia durante mi camino.

—¿Adónde te diriges?

—¿Mi destino es Nan Hengshan?

—Una ruta tortuosa y difícil. En ese caso necesitas un buen compañero de viaje, resistente, ágil, portador de buena suerte— mientras el anciano decía esto doblaba con rapidez un nuevo papel. — y sobre todo veloz—. Cuando el anciano terminó la figura se la entregó a Talaris y ésta la cogió y la contempló. Era muy detallada—. Es un quilen, en nuestra cultura el quilen es símbolo de sabiduría y buena suerte. Se dice que quien ve un quilen tiene un destino importante en este mundo, y por eso el quilen se muestra a él para colmarle de fuerza y apoyarle durante su viaje.

—Es precioso. Muchas gracias. Intentaré que no se estropee o extravíe.

—Puedes estar tranquila; tu quilen es como mi burra—. el anciano dio unos afectuosos golpes en el cuello de una mula blanca que descansaba a su lado atada a un pesebre—. Cualquier cosa que la destruya no hace más que fortalecerla. Créeme el quilen es puro fuego.

Interrumpida la conversación por una pequeña trifulca. Talaris se focalizó en el jefe del tesoro quien reprendía a un campesino por no traerle todos los tributos debidos. El campesino se puso de rodillas, humillado y suplicante. Entre gemidos decía:

—Por favor. señor Lan. El fuego ha arrasado mis silos y las bestias han atacado a mis reses. Lo que me queda es para alimentar a mi familia.

—¿Y qué hay de las nuevas cosechas?

—Todavía no han crecido. El invierno ha sido duro y se retrasan.

—Me estás diciendo lo mismo que al otra vez. ¿Acaso quieres poner en peligro a toda la aldea? ¿No sabes que estos impuestos son para mantener a la guardia que os protege contra los crímenes de los Taisheng?

—Si, señor lo sé…

—Entonces ¿por qué no colaboras? Guardias llevarlo al calabozo alguien como él debe aprender lo importante que es la comunidad para todos.

Talaris miró como el campesino entre llantos suplicaba compasión. Muy enfadada intentó caminar hacia el jefe del tesoro para defender al campesino, pero una mano firme que se posó en su hombro la retuvo. Era el anciano quien cerca de su oído le dijo.

—No te precipites. Él solo sigue las órdenes de su superior, deberías buscar a éste—. Talaris se quedó sorprendida y disimuladamente aprovechando a la escolta entretenida con la disputa, le dijo al anciano

—Usted sabe algo ¿no es cierto?

—Para encontrar a los de arriba empieza desde abajo. Sus víctimas te pueden dar pistas.

En ese momento los guardias se centraron en Talaris. El anciano volvió a su sitio y ella disimuló su gesto por la información que le habían dado y decidió andar hacia uno de los puestos hacia la dirección donde se habían llevado al campesino, pero ya había este desaparecido. Debía a toda costa contactar con ese campesino o su familia para obtener las explicaciones oportunas, eso si dejaban de ponerle escoltas.








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