CAPÍTULO 3: El Ingeniero de las estrellas





Eos ya surcaba el cielo anunciando la salida del carro de fuego de su hermano Helios, cuando salía del templo de Hermes su más devota ayudante, Iris, la dueña del arco de colores. Se dirigió la jovencita hasta la estatua de la entrada resplandeciente de oro y mármol. Bajo las sandalias del retrato de su dios metió su largo brazo por el amplio buzón del pedestal y sacó unos cuantos pergaminos que habían sido entregados en la noche. Después alzó sus ojos a la estatua del mercuriano cuya cadera atlética se curvaba en la pierna contraria de su apoyo, tal como hiciera Praxíteles en sus obras. 

Sonrió la adolescente mientras levantaba un poco su vuelo para comprobar que los ojos de la estatua se parecían a los del original, y le abrazó el cuello sonriente, pues era lo más cerca que podía estar de su dueño y jefe. Descendió sus pequeños y ligeros pies al suelo, mientras podía comprobar como la claridad se colaba por las jónicas columnas del templo y la sombra de éste sobre el suelo comenzaba a oscurecer el verde prado de flores que rodeaba la inmensa arquitectura. “¿Mi señor ya se habrá despertado?” decía mientras penetraba en el interior de la construcción.

Acadia, una de las doncellas de Hermes, entró sigilosa en la habitación del dios. Sin despertarle con brusquedad, se acercó a unas pequeñas puertas de la pared y con cuidado las empujó hacia afuera. La luz penetró tímidamente en la alcoba hasta que los rayos iluminaron al durmiente, acariciando la fornida piel de su bazo izquierdo con el cual abrazaba los sedosos almohadones donde reposaba su revuelta cabellera azulada. Al no ver respuesta, la doncella fijó su mirar para ver si apreciaba los verdes y vivos ojos del alado, pero el largo flequillo no dejaba avistarlos. Se acercó un poco más, por si algún hueco de los cabellos resplandecía algún brillo de ellos, pero siguió sin hallar nada. Se apoyó sobre el colchón, sin saber como despertarle del profundo sueño. Acercó su cara al oído y susurró: “mi señor, ya ha amanecido…” Entonces la mano del dios tomó la de su doncella. Una sonrisa llena de picardía asomó por debajo del pelo y tirando de la mujer la tumbó en el lecho. Ella se quedó paralizada y ruborizada bajo los brazos de Hermes, quien le dijo: 

- Hazme el favor, no me despiertes tan tiernamente o no seré dueño de mí.

En ese instante entró la segunda doncella y tras de sí Iris. Cuando vieron al dios sobre ella, la segunda se llenó de ira diciendo:

- ¡Acadia no te da vergüenza profanar el lugar de descanso de un hijo de Zeus!

Acadia se levantó de golpe y se inclinó disculpándose una y mil veces ante Iris, que seguía regañándola. Hermes contemplaba la escena divertido y tomado las sábanas se las ató a la cintura. Gateó por la cama y se apoyó en los boliches de oro con forma de cabeza de serpiente.
 - Mi pequeña Iris está celosa… ya es una mujercita.- Dijo Hermes dando un mordisco a la manzana que había tomado de la bandeja de la segunda doncella. Iris se calló al escuchar eso.- Mas no temas mi bonita florecilla que yo puedo con las tres.- Se abalanzó a abrazarla cuando ésta se apartó cayendo el dios de boca en el suelo. Las doncellas acudieron a ayudarle pero él se levantó antes y con serenidad inmensa les dijo:-No os preocupéis que en mis venas corre sangre inmortal y nada la puede hacer derramar.- dijo abrazándolas y después emprendió la carrera hacia el comedor para desayunar. Las doncellas corrieron tras él como quien persigue a un niño travieso.
                                                             
- ¿Mi señor no vais a bañaros antes? El agua puede enfriarse…- Dijeron perdiéndose en el largo pasillo.
- Si que se ha despertado mi señor animado, hoy…- Dijo Iris sonriendo encantadora, mientras miraba la manzana que había lanzado Hermes y que había caído entre sus manos.



En los dominios del océano que guardaba el consejero de la Atlántida, y al oeste de la bota de Tierra se encontraba la exótica isla de Ea. Ésta estaba gobernada por una de las lemurianas más temidas de toda Grecia, llamada bruja del mar cuyo nombre al pronunciarse hace estremecer las olas; Circe era ésta. Hechicera de hermoso semblante y grácil silueta, que en muchas ocasiones fue la perdición de muchos hombres, los cuales tenía la caprichosa costumbre de convertir en animales para que así la acompañaran por toda la era adorando el suelo que sus blancos pies pisaban. Pese a ser trampa de muchos corazones, ninguno fue capaz de robar el suyo, salvo aquel heredero del trono de Corinto, hijo de Sísifo. Tan apuesto fue éste en un pasado que su fragante estela aún brillaba bajo las sólidas Escamas del Dragón Marino. Así lo decían los pergaminos de Apolo:


“Glauco, príncipe de Corinto,
tan amado fue por el mar de su reino,
que éste lo encadenó entre coral y algas
para que jamás escapara de sus aguas.”

Pero el dios de las artes jamás supo que el general también era objeto de deseo de Circe, quien aún pese a verse rechazada por él, se servía de sus artes más antiguas para poder encantarle como tantos hombres que formaban ahora su corte de animales.
La esplendida armadura salpicada en escamas dorado-anaranjadas, deslumbraron los ojos de la gaviotas que rotaban en torno a Ea. Salió el general de las aguas. La guardia a su cargo pisó previamente las arenas de la playa formando ambas retaguardias, clavando sus lanzas en las dunas secas de la orilla. Al notar Circe su llegada el deslumbrante aura de su cuerpo iluminaron la selva más densa, saliendo a la claridad de la cala. 

- ¿Tan abrumadora visita, mi señor y general del Atlántico?- Dijo la mujer reverenciándole.
- Cada vez que te visito, tengo que triplicar mis cadetes, porque tus celosos animales ya han despedazado a más de uno.
- ¿Sabéis general que un animal domesticado es más dócil y fiel que un amante?
- Cuando bajo dichos seres habita el alma de hombres coléricos y hechizados de tu traidora belleza, se convierten en un ejército de suicidas.

Un león saltó a morder al Dragón, uno de los guardias se intentó enfrentar a él pero no consiguió atrapar al animal antes. Glauco fulminó a éste de unas puntiagudas ramas de coral, cayendo el felino a un lado muriendo. El general se acercó a su cadete y le propició un fuerte golpe en la cara. El casco saltó abollado descubriendo al maltrecho cadete ensangrentado por el corte de los corales de los puños de Glauco.

- ¡Eso estuvo muy cerca!- Gritó el general furioso. El cadete se disculpó y volvió a su formación pero antes de ello, cayó fulminante al suelo habiéndole penetrado todo el veneno del coral de su superior. Cuanto adoraba la bruja aquél temperamento del general y cuanto le temían el resto de los cadetes.

Avanzó el general altivo mientras escuchaba los gruñidos de los animales fieros, pero ninguno de ellos se le volvió a lanzar. Se apartaban conteniendo sus instintos.

- Al menos parece que no pierden su inteligencia. Han visto como a muerto el león y han aprendido que es mejor no acercarse a mí. - Dijo mientras miraba a los lados precavido. Los largos brazos de Circe rodearon al general. El calor de los mismos era capaz de derretir un glaciar pero nada era capaz de sentir Glauco bajo la sólida armadura que lo cubría. - He venido para encargarte algo.
- Cualquier cosa que me pidas te la concederé, siempre y cuando a cambio me acompañes en la soledad de mi palacio aquí durante un tiempo.
- Los generales estamos ocupados.- Dijo quitándose las manos de Circe del cuello.
- Será un tiempo corto. Nada que pueda perjudicar tus labores.


Le tomó del brazo y le dirigió a las profundidades de la jungla. Le siguieron los animales y los cadetes, pero éstos últimos muy asustados.

El palacio de Circe era la envidia de cualquier reina, lleno de oro y piedras exóticas que junto a su corte de animales hacían de él la visión de una bonita postal. La bruja hizo sentarse al Dragón en el asiento más lustroso que tenía y le preguntó si deseaba desarmarse para estar más cómodo. Le dijo que le colmaría de agasajos si le dejaba lavar sus hermosos pies. Sin embargo, el General se opuso a la osadía de la maga.

- Te empeñas en ocultar tu auténtico aspecto bajo esa dura y fría capa de escamas, cuando yo sé de cuanta belleza has sido dotado.
- ¡El hombre que una vez conociste ya no existe!- Dijo el dragón lleno de ira.- Y mejor que lo olvides.- Bebió un sorbo de vino de la copa de su derecha.- He renacido Circe, habituándome a este nuevo aspecto y ni la más sabia de tus pociones podrán cambiarme.- Hubo un breve silencio.- Como bien sabes quiero encargarte algo. Se que nadie supera tus recetas. Eres la bruja más prestigiosa que existe.
- ¿Recetas?
- Así es, la receta de lo que mejor se te da… de amor.- volvió a beber.
- ¿Quién deseas que se enamore de ti ahora?
- ¿De mi?- Dijo riendo- Nadie. Con mi rey, mi mando y mi Atlántico ya tengo suficiente. Es para Atamante, el rey e Orcómeno. Bien sabes que una de las cortesanas de su reina le ama desde hace tiempo.
- Raro me resulta que alguien como tú se preocupe de tal cosa.
- Bien lo has dicho, no soy dado a la comprensión humana. Me mueven intereses políticos más importantes.
- Entiendo, Poseidón está en esto. - Dijo respirando profundamente.- Está bien, lo haré, pero solo si recibo algo a cambio. – La maga centró sus ojos en el guerrero.- Aunque jamás podré ganarme tu corazón, quiero ver tu nuevo rostro. Solo pude percibirlo de lejos una vez y me pareciste incluso más hermoso que antes.
- ¿Cómo dices?
- Hasta las ranas necesitan salir a la superficie a tomar oxígeno y las lagartijas a tomar el sol. Tú haces lo mismo por las noches cuando sabes que nadie te puede ver, pero yo quiero verte a plena luz.
- ¡Jamás me muestro a nadie!
- ¡Sabes que no encontrarás una maga mejor que yo! Y no voy a traicionar a mi sobrina Nefele en vano, al fin y al cabo es de mi familia.
- Tus caprichos nunca se agotan, Circe.

Acarició la mejilla de la maga el general, ésta no opuso resistencia entregándose a ella pero sintió una dolorosa punzada tras la oreja. El coral del Glauco penetró en la fina piel de Circe. El insoportable dolor la paralizó.

- Tú prepara esa poción.- Le dijo el general entre dientes.- Luego veremos si es tan eficaz, pues no me engañarás dos veces.- Soltó a la reina de Ea Glauco mientras esta caía al suelo retorciéndose de dolor.- Ahora sabes cuan de venenosas son mis caricias bruja del mar. Extinguirán tu vida antes de tres días a no ser que tenga lo que demando de ti.

El general se retiró de las estancias privadas abriendo las puertas de par en par, mandó a sus cadetes que le siguieran, antes de tirarse de cabeza a las aguas del mar. Los demás le siguieron.




Hermes estaba sentado descansando en la rama de un árbol reflexivo. Miraba la armadura de Atenea con extrañeza, pues aseguraba que algo le faltaba a la estatuilla, pero no caía en qué era. Rascándose la perilla de pronto lo vio:

- ¡La mano derecha está bacía!- Se inclinó y efectivamente lo comprobó.- ¿Dónde está la victoria Niké? Sin ella no hay nada que hacer.

Un leve sonido le hizo levantar la mirada y una bonita conejita apareció dando saltos frente a él. Hermes la contempló sonriente antes de bajar de un ágil salto al suelo del bosque. La conejita saltó hasta sus brazos y pegó su pequeña nariz a la del dios convirtiéndose en una hermosa ninfa. Que besaba la mejilla del arcadio. 

- ¿Qué me traes hoy mi preciosa Opi?- Dijo el dios.
- Buenas noticias, mi señor.- Dijo tocándole el lóbulo de la oreja, le susurró.- Se acerca la destrucción de una bestia mas.
- ¿Ah sí?
- Así es mi señor, Hércules ha sido enviado por Euristeo, el rey de Argos, a destruir la Hydra de Lerma.- Dijo ella. 

- ¡Interesante!- Dijo malicioso.- Y esta vez no puedo dejar que se quede con los restos de esa bestia. Fue una lástima no poder robarle el precioso pelaje dorado del León de Nemea. Fue verdaderamente listo al cerrar la entrada de la cueva y llevarse el preciado tesoro. ¡jeje! Está bien mi conejita juguetona.- Dijo soltándola y echando su capa hacia atrás.- Iré hacia allí antes que él y esperaré la destrucción de la hija de Equidna pacientemente, entonces le adormeceré y tomaré la cabeza de ésta. 

- ¿Señor, nunca me habéis dicho por qué os gusta acumular esos desagradables tesoros?
- Es un fetiche mi conejita, nada que no tengamos de raro mucho de nosotros los dioses.- Dijo guiñándole un ojo.- Debo partir ya hacia el pantano de la fuente de Amínone.- Dijo dispuesto a echar a volar pero Opi le abrazó por el cuello.
- Espere mi señor. ¿No se olvida de mi premio?- Después entornó sus labios para recibir un beso. Dijo el dios en ese momento:
- ¿Te has cambiado el carmín de los labios?- Riendo separó los bazos de la conejita y continuó su camino. Opi le vio alejarse por los aires frunciendo el ceño.




Orcómeno, reino próspero y bello del centro de Ática, se encontraba en fiestas pues se celebraba el cumpleaños del rey Atamante. El pueblo estallaba de alegría y participaba en los concursos de recogida de trigo y de la manzana de mayor tamaño. Se celebraba un gran banquete a la hora del almuerzo en el mercado al cual acudían todos los habitantes del reino junto a la familia real y los cortesanos. Aquel año eran invitados los reyes del Yolco y Atenas. Alcímene embarazada y Esón, así como Egeo y Mélite. 

El rey de Atenas estaba triste pues daño le hacía ver a la esposa de Esón embarazada y a su buen amigo Atamante padre de mellizos; no obstante, no dejaba que el disgusto mermara la fiesta y levantándose alzaba su copa diciendo a los convidados.

- Siga siendo este el reino más próspero y pacífico de toda Beocia, y sus reyes tan felices como siempre. Bendigan los dioses nuestra dicha pues hoy Atamante cumple 29 años y diez de reinado.

Todos vocearon alegres.
- No tiña las desgracias este reino Atamante, cuanto me alegra saber que no te preocupan más que celebrar fiestas y recogida de cosechas tu reino.- Dijo el bondadoso Esón, después de sentarse Egeo.
- Eson, buen amigo, no te he preguntado cómo estás, se que muchas preocupaciones amenazan tu salud. ¿Tu hermano no desiste de su intento de derrocarte?- Dijo Atamante
- Ares ciega a mi hermano Pelias con sus ansias de lucha y poder. De momento solo especula y conspira pero cuando sus amenazas lleguen a ser actos, no sé qué será de mi esposa y mi futuro heredero.-Contestó Eson colocando su mano en el vientre de su mujer.
- No temas soberano de Yolco.- Dijo con suave voz Nefele.- Yo lo sé, tu hijo será recordado por siempre. Puedo verlo y puedo saberlo; los lemurianos estamos en su sangre.- Después abrazó a la esposa de Eson cariñosa.

- Si lo dice la gran Nefele, la otra de las más grandes de la tribu de mi esposa. Debo creerlo.- Dijo Esón sonriendo.

En ese momento unas voces maldiciendo interrumpieron las fiestas. Ino, quien parecía sufrir unas extrañas fiebres desde hace unos días silenció las risas.

- Nefele, hija de Eos, sobrina de Helios… los lemurianos tenéis vuestros días contados. Este reino se verá sumido en el más temido de los daños, la sequía os invadirá y todos vosotros moriréis de hambre. Eson, hijo de Tiro, tu hermano te destronará. Egeo, hijo de Pandión, tu nombre y tu muerte sellarán los mares que se expanden en Grecia.- La cortesana echó a reír desquiciada su aspecto era horrible y su mirar frío y ensangrentado de odio.
- ¡Calla maldita loca!-Exclamó Atamante.- Te desterraría si no fuera por la bondad de mi esposa que te acogió entre sus damas. ¿qué locura anda corriendo por tus venas desde hace días?
- ¡Mirad el lago!- Exclamó la esposa de Egeo.

Copais se tiñó de rojo sangre, revolviéndose en sus aguas. Un tornado vació su cuenca apareciendo en su lugar un enorme tronco de coral. Un ejército de marinos con escamas lo rodeaba y en lo alto del mismo flotaba su general Glauco.

- Dragón Marino.- Dijo entre dientes Atamante.
- ¿No me has invitado a tu fiesta Atamante?- Dijo el general riendo sarcástico.- Es una gran pena, iba a regalarte un anillo precioso de coral que yo mismo había labrado.
- Vuelve a los abismos, villano.- Exclamó el rey.- y destruye tu maldito coral que contamina las aguas de las que vive mi reino.
- ¿Por qué? Yo pienso que queda bien.- Dijo posando sus pies sobre la tierra y avanzando. La guardia se puso delante para proteger a los seis nobles.- Que mal recibimiento.- Con un rápido movimiento abatió a los que hacían la barrera, que cayeron al suelo malheridos por cortes imperceptibles.- Tu guardia es una vergüenza. Y tú todavía más.- Volvió ha realizar el movimiento pero el coral quedó incrustado en una barrera invisible aislando a los reyes de su temible ataque.

Glauco miró impresionado lo que había pasado y tocó la barrera percibiendo un cristal inquebrantable. – Entiendo.- Dijo mirando a Nefele y a la esposa de Esón.- Esto es magia lemuriana…

- Se llama muro de cristal y jamás la atravesarás, Glauco.- Dijo Nefele. El coral se desencajó de la barrera y salió disparado hacia los soldados marinos, que cayeron abatidos por el ataque de su propio general.- Vuelve a lanzar y tú mismo caerás victima de tu propia técnica.- Glauco se echó a reír.
- Porque tienes tan buena guerrera compartiendo tu reinado que esto solo es un aviso. Ese coral que ha crecido, absorberá toda el agua de tu reino y solo un templo erigido a Poseidón pondrá remedio a la sequía que va asolarlo. Él es el señor de las aguas y solo él puede quitarlas y devolverlas.- Después miró a Nefele.- No intentes derribar el coral ni el mismísimo Helios podría.

Reverenció a los seis y volvió al lago diciendo:
- Recuerda Atamante, un templo para mi rey y el agua volverá a bañar los verdes prados de Orcómeno.
- Jamás lo haré. ¡No adoro a tiranos como Poseidón!
- Entonces atente a las consecuencias Eolo y ve como mueren los que ahora disfrutan del banquete.

Carcajeando volvió a penetrar el Dragón en las aguas.




Hermes desde la fuente de Amínone contemplaba la batalla entre Hércules y la Hydra mientras comía algunos higos que había tomado por el camino. Estaban dulces y frescos, justo como le gustaban al mensajero. Estaba muy divertido pues por más que el héroe cortaba las cabezas de la enorme serpiente estas volvían a crecer de dos en dos. Pensaba que podía echarle una mano, pero si así fuera mancillaría el honor de su hermanastro semidios y prefirió esperar.

Fue entonces cuando por detrás apareció del mismo pantano un enorme cangrejo que resplandecía de oro y al dios se le iluminaron los ojos de avaricia al verlo. Era incluso más bello que la piel del León de Nemea que llevaba el guerrero.

- Por mis divinas sentaderas que ese cangrejo no vas a llevártelo, Hércules, que ya me dejaste sin el pelaje del felino. - Se metió todos los higos en la boca de una vez y saltó al encuentro del cangrejo distrayendo la atención de éste con su caduceo. El cangrejo al ver el resplandor acudió a él.- Así es cangrejito, esa enorme pinza debe ser mía. ¡por cuanto la iba a vender!- Pero en ese instante el héroe abrazó al cangrejo y se protegió con él del ataque de la Hydra, mientras lo aplastaba de un abrazo.- Adiós a mi dinero.- Dijo el dios, pero sin darse por vencido se le ocurrió una idea maravillosa.

- ¿Qué haces aquí Hermes?- Decía Hércules mientras seguía protegiéndose de las ocho cabezas de la Hidra con el cangrejo.
- Veo que estás en dificultades, hermanito.
- ¡No me digas!.
- Si me das ese cangrejo y un trocito del León de Nemea te digo como puedes librarte de la hija de Equidna.
- ¡Estás de broma! Nunca voy a deshacer la oportunidad de convertirme en un héroe y que mi padre me aclame.
- Desde luego que tienes el orgullo de Zeus, pero te lo advierto no podrás destruir más que dos cabezas de la Hidra tu solo, y entonces se seguirán multiplicando. En cuanto al cangrejo… éste no podrá protegerte mucho con esa forma.- sonrió.
- ¡Cállate!- Dijo apretando al cangrejo muy furioso hasta que éste se despedazó entre sus brazos ante la atónita mirada de Hermes.

- Vale quizá me equivoque… había subestimado la enorme fuerza que tienes, pero eso no será suficiente para matar a la Hidra.
- Deja de distraerme y vete a seguir embarazando a las mujeres.- El héroe se lanzó en un enorme grito de guerra contra la Hidra y con la espada cortó las ocho cabezas pero luego crecieron doce. Hermes se echó a reír mientras veía la cara de desconcierto de Hércules.
- Eres demasiado bruto. No sabes que a veces la astucia es mejor que la fuerza.
- Acaso me vas a dar lecciones tú.- Dijo esquivando una de las cabezas.- Tuve a Quirón de maestro y nadie más sabio que él.
- Hmm! Cierto… Quirón es fuerte y sabio pero no sabe el truco de la Hidra, yo sí.- Dijo mientras miraba los pedazos del cangrejo e intentaba recogerlos pero se le echó encima el héroe diciendo que ese sería otro de sus trofeos.- Cuidado con la…- La Hidra tomó prisionero a Hércules con la boca, sin embargo, la piel del León de Nemea impedía que le matara la bestia. Cortó la cabeza que le aprisionó y nacieron dos en su lugar. Ya eran 16.- ¿no ves testarudo?, deberías escucharme. No serás rápido en cortar las dieciséis y en seguida se convertirán en 32. ¡Sabes lo que son 32 irracionales cabezas de enormes y afilados dientes! ¡Yo ayudé a Perseo por qué no iba a ayudarte a ti!.
- ¡Lo tengo!- Dijo el héroe.- Quemaré las 16- Las fue cortando pero no llegó a tiempo para quemarlas y ya crecieron las 32. Hermes se llevó la mano a la frente y se sentó dándose por vencido.
- Es más cabezón que un espartano herido. – Tomó un trozo de cangrejo y relamió su interior. – ¡Polvo de estrellas!- Dijo saboreando la coraza dorada del cangrejo.- Con más razón que debo llevarlo conmigo. Recogió todos los pedazos pese a que Hércules le decía todo tipo de improperios por robarle su trofeo.- Anda cállate y toma la enorme pinza, de un solo corte podrás cortar las 36 cabezas y quemarlas, pues se retardará su crecimiento al rozar la pinza con la piel de la Hidra.- Le lanzó la pinza que Hércules tomó en pleno vuelo.
- ¡Cubens!- Gritó el héroe mientras cortaba las 36 cabezas y las quemaba. La Hidra cayó al suelo y Hércules la hirió en el pecho. Tomado la venenosa sangre que emanaba del monstruo, bañó las puntas de sus flechas.

Hermes habiendo recogido todos los pedazos del cangrejo iba a retirarse pero el héroe le detuvo.
- ¿No olvidas algo, hermano?- Hermes se giró.- Hércules le lazo la pinza y el dios la recogió.- Comprenderás que no puedo darte la piel del León pues es mi armadura para los demás retos que me esperan. Fíjate que brilla como aquél cangrejo y como ahora lo hace la Hidra.- Hermes contempló ambas.
- Cierto, porque también están hechas de algo muy valioso para mí y los lemurianos.- “polvo de estrellas” pensó.
- Entonces, llévate también la Hidra pero no mi armadura.

Hermes se acercó a la hidra. Miró que el polvo de estrellas le daba un brillo bronceado y no dorado, como el cangrejo y la piel del león, pero no desistió de tomarla igualmente.

- Esa piel del León de Nemea… déjame que te diga que tal vez conozca yo quien pueda convertirla en una auténtica armadura.
- ¿De veras? ¿quién?
- Te lo diré cuando realmente lo merezcas y te hayas ganado un sitio en el cielo.- Dijo sonriendo antes de emprender el vuelo.



En Orcómeno la reina cayó al suelo derrotada de agotamiento. Se había valido de todas sus técnicas lemurianas para destruir el coral y no lo conseguía. Frixo y Hele la contemplaban preocupados y se acercaron a ella para abrazarla.
- Madre, déjalo, lo que dijo el monstruo es cierto.- Dijo Frixo.
- Tal vez tengas razón hijo.
- Madre, ¿qué haremos si las cosechas se secan y no tenemos alimento?- Dijo Hele

Nefele miró al cielo sin saber qué responder. Pero de pronto sonrió. Los hijos le preguntaron qué la hacía feliz.

- Mirad, dos nuevas constelaciones van a aparecer. Parece que Hermes está trabajando en ellas pues hay una nueva nebulosa color lima revoloteando en el cielo.
- ¿Hermes tiene tanto poder?- Dijo Hele
- Cuentan que Zeus le ofreció el lugar más prestigioso del Olimpo porque tiene un enorme poder en su espíritu, pero él lo rechazo porque no estaba cómodo con tantas responsabilidades. El hijo de Maya seguirá siendo siempre un niño grande.
- ¿Qué poder es ese?- Dijo Frixo.
- El único capaz de mover las estrellas y las galaxias.


Hermes descargó los pedazos de cangrejo que flotaron encima de la exosfera de la Tierra junto a los pedazos de la Hidra. Se frotó las manos después de examinar las formas y sonrió.
- Esta es mi parte favorita.- Se dijo.
Juntó sus manos mientras su cuerpo se iluminaba de una forma extraordinaria. Las separó mientras sus ojos destellaban poderosos y gritó.
- ¡¡Explosión de Galaxias!!- Una inmensa bola de energía salió de sus fornidos brazos agitando sus ropas y pelo. Fue directa a los restos de las bestias que se desintegraron en el vacío dejando una bella estela de oro en el lugar del cangrejo y otra de bronce en lugar de la Hidra. – Lo agruparé en las estrellas y obtendré el polvo de las mismas para intercambiarlas en Cólquide.


El polvo fue atraído al báculo alado de las serpientes y los restos enviados a OTRA DIMENSIÓN agrupándose a millones de años luz de la Tierra

Nefele y sus hijos sonrieron de alegría cuando vieron brillar las dos constelaciones nuevas.
- Mirad aquella parece un cangrejo gigante. – Dijo Hele
- Sí y aquella una enorme Hidra. – Dijo Frixo
- Hermes las ha ordenado para que permanezcan por siempre en el firmamento.

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