CAPÍTULO 3. El simbolo del Ángel




Era el alba y la niebla comenzaba a dispersarse. El frio era inmenso y las primeras heladas del año estaban dejando escarcha en lugar de rocío en las flores silvestres del valle. En las ruinas de una Iglesia gótica, de un antiguo pueblo abandonado, en lo más alto del campanario, un búho fue a posarse sobre el brazo de su dueño y comenzó a mirar fijamente a las gafas de sol de su amo quien pudo leer en los ojos del ave lo acontecido en la noche. “Izquiel ha sido vencido” Dijo el amo del búho después de dejar al animal emprender el vuelo para ocultarse en su madriguera antes de que el sol cubriera el cielo. El hombre que ceñía un abrigo oscuro hasta las rodillas, soltó una carcajada: “Sí, Izquiel ha sido vencido, pero Miguel también. Mi señor Astaroth se pondrá muy contento.”

La noche había sido larga para Santiago. No había conseguido pegar ojo pensando en lo que había estado soportando los últimos días. Desde que se había peleado con Daniel, escuchaba por todas partes comentarios fuera de lugar, diciendo que era un chico peligroso. Si antes nadie se había dignado a hablarle, ahora con menos razón. “¡Buah! No necesito a nadie.” Exclamó mientras se dirigía al comedor para desayunar. Bajando la vista a su pecho observó el crucifijo, para comprobar que seguía ahí; sin embargo, había algo distinto en él y extrañado lo tomó y lo miró. El ángel custodio que lo guardaba había perdido el brillo azul por el desgaste del tiempo, y aquella mañana lucía como nuevo, parecía que hubiesen sustituido la laca por unos zafiros. “No recuerdo yo este efecto.”

Cuando llegó a su destino, vio que estaba abarrotado; se sirvió unos cereales con leche, zumo y una manzana. Le gustaba desayunar algo fresco, sin embargo, tomaba algún bollo que guardaba en la mochila y casi siempre lo sacaba espachurrado por el peso de los cuadernos, para el recreo de la media mañana o para merendar. Se sentó en el extremo vacío de una mesa, sacó un cómic y se puso a leer mientras los cereales le crujían en la boca. Después de un rato de lectura una sombra le tapó la luz y se giró para ver quién era. Se trataba de Ana.

- ¿Puedo sentarme aquí? No hay más sitio.
- La mesa no es mía, haz lo que quieras.— Ana se sentó y Santiago volvió a su lectura.
- Me he dormido. Como Sara y Joan madrugan más hoy para asistir a natación, no tenía a nadie que me despertara. ¡Casi no llego!
- Ya me extrañaba a mí que te sentaras aquí. A tus amigas no les haría gracia.
- Mis amigas no son tan malas como crees, Santiago.— Santiago cerró el cómic y la miró apoyándose en el respaldo de la silla detenido. Ana no sabía que se le pasaba por la cabeza en ese momento. Vio como fruncía el ceño y se levantaba de su asiento violentamente. La silla cayó al suelo, haciendo un estrepitoso ruido. La gente miró hacia Santiago y Ana.
- Ya he terminado de desayunar— Dijo. Puso la silla de pie y cargó con la bandeja y la mochila. Ana se quedó un poco sorprendida de su actitud.

Santiago dejó la bandeja en la encimera y se dirigió a la puerta, pero un cuerpo se interpuso en su camino. Al alzar los ojos vio a Daniel. Se quedó mirándole.

- Tú tampoco es que seas muy cortés con las chicas, Santiago.— Christian y John se echaron a reír detrás de Daniel. Cuando la gente los vio de nuevo frente a frente, silenciaron.— Por una chica que se te acerca y la espantas con tu amabilidad.
- ¿Qué tal está tu pecho, Danny?— Dijo Santiago.
- Perfectamente.— Santiago acercó su mano al pecho de Danny y este se encogió para que no le tocara.
- Yo no estaría tan seguro.— Santiago se marchó encendiendo la ira de Daniel; efectivamente, éste aún andaba compareciente del enfrentamiento y su pecho estaba mal herido desde entonces. No estaba aún bien para luchar nuevamente.

Después de salir del comedor, Santiago se apoyó sobre la pared de ladrillo rojizo y respiró profundamente. “No sé si aguantaré dos años más aquí.”

—Santiago, ¿cuándo piensas entrar en clase? — Santiago levantó la vista y vio al padre Thomas frente a él.
- Qué tal nunca.— Dijo. Thomas se acercó a Santiago y le puso la mano en el hombro.
- Sé que es duro para ti, pero deberías hacer un esfuerzo para integrarte. Eres un chico con muchas capacidades y debes enseñarlas a los demás. Estoy seguro que tus compañeros no son malos, solamente están en una edad difícil, como tú.
- Padre, ahórrese su sermón para la misa.— Santiago se apartó de Thomas, cuando éste sintió la débil y conocida presencia de alguien
- ¿Qué ha sido esa sensación?— Se giró hacia donde estaba caminando Santiago y le miró un poco aturdido. El sonido de la campana le despertó y se acordó de que tenía que acudir al seminario a darles una charla a los futuros predicadores.


En los suburbios de la ciudad, se encontraba una de las más peculiares tiendas que existen. Se llama “Devil” y vendía todo tipo de camisetas, collares y ropa de cuero. Era muy conocida por sus armas antiguas de coleccionista, tenía su propia peluquería, y también hacían piercings y tatuajes. El dueño de la tienda se llamaba Barry y tenía una larga barba blanca de ermitaño, y no tenía un aspecto muy despejado. Los brazos los tenía llenos de tatuajes ya verdosos en su blanca y vieja piel, pero era bastante corpulento y estaba tuerto del ojo derecho, por lo que solía llevar un ojo de cristal que nunca se movía. Aamon entró en la tienda que en ese momento tenía dos clientes. Se deslizó por la encimera y tras haber asentido a Barry se metió en la trastienda. Después de pasar por la pequeña peluquería y el zulo donde se hacían los piercings y tatuajes, se dirigió a la puerta del fondo que ponía un cartel de “privado”. Abrió la puerta y la cerró tras de sí. Frente a él se encontraba un baño y dirigiéndose al muro de enfrente dibujó con el dedo en una de las baldosas un pentágono invertido.

El muro se abrió apareciendo una doble pared oscura como un nicho. Se metió en ella y comenzó a descender las escaleras de piedra sintiendo la agobiante humedad de un pasadizo que llegaba hasta lo más profundo de la tierra. El calor era intenso en el fondo y la oscuridad cerrada. Aamon se quitó las gafas dejando que sus ojos pudieran ver mejor en la oscuridad. En seguida atravesó las distintas cámaras de la guarida donde los gritos eran estremecedores, y sin embargo, la soledad era absoluta. Llegó a un amplio atrio, sobre una pirámide de escaleras había una figura sentada sobre un altar y bajo éste un lobo negro, de grandes proporciones, tumbado.

- Mi señor Astaroth, gran Duque del Infierno y General de las Legiones del Limbo.— Dijo Aamon reverenciándole.
- Tengo demasiado títulos como para que los digas todos.— Dijo la figura ofreciendo al lobo de sus pies su mano. El animal la lamió.— Ve al grano Aamon, y dime que traes buenas noticias.
- Las traigo. Izquiel ayer sacrificó su vida para librarnos del peor de nuestros enemigos. Miguel ha muerto de manos de un mendigo.— Aamon se echó a reír.
- ¿Es cierto lo que dices?
- Totalmente, mis ojos que todo lo ven a través de mis búhos, me lo han dicho.
- Entonces, podremos ejercer nuestra influencia en el mundo humano. Lo has hecho bien, Aamon.
- ¿Qué misión me encomendáis ahora, señor?
- Envía a Razquiel y asegúrate que hace de las suyas.
- En seguida.

Aamon se marchó. Astaroth miró con sus ojos a su lobo sonriente.

- Miguel ha sido expulsado de la tierra y ya no se interpondrá en nuestro camino. — Las carcajadas ensordecieron toda la estancia.


Eran más de las seis de la tarde y la noche ya había caído en San Agustín. Santiago había salido de su habitación y se había sentado en las gradas del campo de fútbol a ver entrenar al equipo del colegio. El transcurso era tranquilo, el centrocampista era realmente bueno manejando el balón por los laterales y había captado la atención de Santiago en el entrenamiento. Una persona se sentó más abajo de él. Iba vestido con un largo abrigo negro, por lo que Santiago dedujo que se trataba de otro sacerdote pero no llevaba alzacuello. Volvió a mirar tan tranquilo el partido hasta que el extraño dijo para sí “"Este partido es realmente aburrido, voy a meterle un poco de acción".

El sujeto se levantó y aprovechando el leve descanso de los jugadores que estaban por el banquillo, se acercó al centrocampista y le dijo algo al oído. El chico miró a su compañero de equipo que llevaba el mono naranja de oponente y su rostro se tiñó de cierta agresividad. Cuando salió al campo, le arrebató el balón a base de un fuerte codazo y el oponente se enfadó diciendo:

- Eres un maldito tramposo, Mark.
- No te he hecho nada James, así que no seas llorón.
- ¿A quién llamas llorón tú?
- Esto me gusta más.— Dijo el extraño volviendo a su sitio riendo de forma maquiavélica.

Santiago bajó las gradas hasta el extraño y lo miró fijo. Cuando éste se giró tenía los ojos sanguinolentos y las venas se le transparentaban en su cara pálida y cadavérica. Santiago se echó para atrás impactado.

- ¿Quién diablos eres tú?— Dijo Santiago.
- ¿Acaso me puedes ver?
- Sí.
- ¡Eso es imposible! solo los ángeles somos capaces de ver nuestras auténticas identidades.— Contestó el monstruo levantándose furioso.
- ¿Un ángel dices?— Santiago se echó a reír.— Yo creo que se te ha olvidado quitarte el disfraz de Halloween.
- ¡Maldito mocoso impertinente!— Dijo abalanzándose sobre Santiago, que lo esquivó de un salto con inaudita agilidad.— Voy a enseñarte de lo que es capaz un Principado como yo.

Todo el equipo de fútbol se giró hacia Santiago, estaban todos ellos con el mismo aspecto que el extraño, y se dirigían como zombis hacia Santiago para atacarle. Santiago se defendió luchando pero no podía con ellos.

Thomas corría hacia el campo de fútbol a toda velocidad.

- ¡Maldita sea! Eran malas energías las que percibí por la mañana. Aquí hay un súbdito de Astaroth, puedo sentirlo y siento un alma en peligro.

Santiago cayó al suelo y el extraño se dirigió a él para matarlo. Puso sus pie sobre su pecho y presionó.

- Sigues si creer en mí.— Santiago miraba las alas negras de su atacante y se intentó defender, pero era inútil y se desmayó a causa de la falta de aire.

Thomas llegó en ese momento y vio las dificultades en las que se encontraba Santiago. Sin pensarlo dos veces alzó el vuelo para plantarse frente al monstruo que se alejó, liberando a Santiago, cegado del resplandor que expelía Thomas.

- ¡Razquiel! ángel de las Influencias.—Dijo Thomas.— ¡Te ordeno que abandones el cuerpo que ocupas! — En extraño miró a Thomas y reconoció su forma.
- ¡Ga…Gabriel! Deberías estar en los cielos alabando y glorificando al Altísimo.— Dijo Razquiel cuando recuperó la visibilidad.
- Estoy aquí porque el soberano me envía. Sabe que os estáis moviendo para adelantar el Apocalipsis antes de la venida de Dios. Estoy aquí para evitar eso.
- La providencia es tu mayor poder, por eso te has presentado aquí; pero has de saber que tu poder no puede ir más allá de tu misión, como siervo del Soberano.— Se echó a reír.— ¿Qué piensas hacer sin Miguel, el brazo armado de Dios? – Razquiel fue a dirigirse otra vez hacia Santiago pero una intensa barrera de luz hizo que rebotara en la nada.
- Jamás atravesarás mi luz de pureza que protege a estas almas, Razquiel.
- ¡Maldito seas Gabriel!— Razquiel se dirigió hacia él y Thomas le propició un golpe en la frente que le hizo retroceder.
- Yo no lucho a hierro sino a cuerpo.

Razquiel intentó pegarle un puñetazo que Thomas esquivó. Después lo intentó por la izquierda pero también fue esquivado. Volvió a intentar golpear con la pierna y fue detenido por Thomas con los brazos.

- ¡¿A qué juegas esquivándome y no atacándome?!— Razquiel intentó hacer un placaje pero Thomas le hizo una llave y le tumbó en el suelo. Después puso su pulgar en la frente de Razquiel y le hizo la cruz mientras recitaba unas plegarias. Razquiel emitió unos gritos desgarradores mientras sentía arder su cuerpo.
- Te ordeno, que abandones este cuerpo Razquiel.

Una sombra fue expulsada del cuerpo, que recuperó su forma original.

- Esto no es el final, Gabriel. Sigue caminando por aquí, intentando aconsejar a las almas de los hombres para que no nos sigan, pero nosotros seguiremos pululando alrededor de ellos para que sepan el auténtico conocimiento de la libertad.

Entre carcajadas la sombra se dispersó. Thomas respiró hondo mientras miraba al cielo aliviado. Al bajar sus ojos vio el cuerpo de Santiago a sus pies e hincando una rodilla en el suelo lo miró.

- Este chico siempre haciéndose el valiente. Un día me dará un disgusto. – Le apartó el flequillo para ver si estaba herido. En ese instante percibió un resplandor azul bajo la ropa. Tiró la cuerda del cuello y apareció la cruz de Santiago que resplandecía gracias al ángel de zafiro que lo custodiaba. – ¡El símbolo de Miguel! Él es el siguiente portador…

Santiago se despertó en ese instante y miró a Gabriel.

- Qué bello es…— Thomas le pasó la mano por la cara y Santiago volvió a dormir. Lo cogió en brazos y alzo el vuelo mientras contemplaba a los miembros del equipo de fútbol tendidos en el suelo.
- Mi luz de pureza os borrará los recuerdos de lo que hayáis visto hoy. No puedo alterar el libre albedrío.
Mientras Thomas en la forma de Gabriel se alejaba, los miembros del equipo de fútbol se levantaron y siguieron jugando como si nada hubiese pasado.

CRUZ DE SANTIAGO

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