CAPÍTULO 28: Aliados. Segunda parte.



En el Olimpo Atenea salió de su confortable altar precipitadamente. Estaba preocupada pues podía sentir un tremendo sentimiento de peligro. Caliclo y Palas la confortaron.
— ¿Qué te pasa Atenea? — dijo Palas.
— Algo Pasa… es en Tártaro… algo muy peligroso. Tengo que averiguar qué pasa. Temo que mi padre y sus hermanos corran peligro.
— Pero no puedes ir al Hades. Necesitas autorización de su rey.
— No me importa su rey también está atrapado.
— Pero sin tu armadura… y siendo inmortal, no puedes acceder a él. - Dijo Caliclo intentando detenerla. — No seas imprudente. No es propio de ti actuar de esta manera.
— No pienso quedarme con los brazos cruzados. ¡Apártate Caliclo! Y tú también, Palas. Ninguna me hará retroceder.
Atenea lanzó a ambas con su técnica de la red de cristal, dejándolas inútiles. Tiresias tomó de la falda a Atenea y ésta se detuvo.
— Yo iré contigo, maestra…
— Tiresias… pero es demasiado peligroso. Tú apenas estas empezando a descubrir tus poderes, no puedo permitir que intervengas en esto. Eres demasiado pequeño todavía.
— Así solo mal criarás al niño, Atenea. - detrás de la cabeza de Tiresias una mujerzuela alada se cruzó de brazos. Vestía de corto, tenía el pelo rojo y la piel brillante.
— ¡Bría! — exclamó Atenea. — ¿Qué haces aquí? Creía que estabas con mi padre en el Tártaro junto a tus hermanos Zelo y Cratos.
— Queríamos acompañarle, pero tu padre es testarudo, Atenea, y dijo que no hacía falta.
Junto a Bría apareció un segundo hombrecillo alado. Era corpulento y rubio platino. Musculado y bastante bruto en su aspecto.
— ¡Cratos! ¿Tú tampoco estás con él?
— Ni yo tampoco, para tu información. — El tercer interlocutor tenía un aspecto más delgado que contrastaba mucho con el de los otros dos. De nariz afilada y sus ojos fríos como el hielo. El pelo oscuro.
— Zelo… ¿Por qué? Por qué mi padre fue tan imprudente de dejaros atrás. ¡Vosotros!... Vosotros cómo lo consentisteis, debería daros vergüenza. Creía que le habíais prometido lealtad y protección. Por vuestra culpa ahora se halla en dificultades allí abajo y con la amenaza de que los titanes escapen de sus celdas.
— ¡Oye bonita! — dijo con retintín, Bría. — Si quieres echar la bronca a alguien, mejor que se la eches a tu padre. ¿Acaso no eres la única a la que escucha a conciencia? Tú eres su ojito derecho.
— Es cierto, a nosotros nos suele ignorar constantemente. —continuó Cratos con gesto ofendido.
— No sé a qué estamos a su lado si es tan soberbio y terco— Terminó Zelo. — se supone que debemos aconsejarle, pero tu padre está más sordo que una tapia. Solo escucha su propia voluntad y la de alguna mujer guapa.
— ¡Eso es! la vergüenza es suya por ser tan pelele…—respondió Bría…
— Sea como sea. Voy a bajar al Tártaro y vosotros tres me acompañaréis— dijo resuelta Atenea mientras los encerraba en una burbuja de luz a cada uno, quedándose los tres atrapados. Las esferas seguían a Atenea quien se dirigía a tomar su escudo y su lanza de entrenamiento ya que seguía sin su armadura.
— ¿Adónde piensas llegar con tan poca defensa?
Frente a la diosa apareció Niké, dejando atónita a Atenea.
— Pensaba que seguías a Heracles, Niké, ¿Qué haces aquí?
— La diosa de la victoria no es ajena a las guerras y duelos de este mundo, Atenea. Heracles ahora se halla descansando unos días en Argos y no requiere de mi asistencia por ahora. Pero tú… con esa lanza y ese escudo destrozado…, eres la parodia de la diosa de la guerra.
— No falte a la señorita Atenea. — dijo agresivamente Tiresias lanzando a la diminuta alada contra la pared.
— ¡Tiresias no! No utilices tus poderes de esa manera. — Dijo Atenea.
La diosa de la victoria se levantó un poco aturdida, fijando sus ojos en el atrevido niño que la había atacado. Miró su peculiar aspecto. Tenía un ojo marrón y otro azul, denotando una extraña doble naturaleza, el cabello castaño claro. Pese a sus sonrosadas mejillas, que eran la envidia de un querubín, se cocía el espíritu de un valiente y masculino guerrero, era también hermoso pese a los contrastes que se apreciaban. A la diosa se le iluminó la mirada y voló hasta él, sintiendo su pecho arder de amor.
—¿Quién es este lindo caballerito, Atenea? Resulta celestial su aspecto, pero su cosmos arde como un caído y sombrío demonio. ¡Es encantador! Y esas largas y hermosas pestañas y esos labios tan rosáceos y carnosos.
Tiresias sintió como se le sonrojaron las mejillas, experimentando un sentimiento extraño de timidez y pudor.
— ¡Oh por los dioses! Se ruboriza como una niñita inocente. No puedo evitarlo… como puede parecer tan temible y tierno al mismo tiempo. Le comería a besos como un dulce bocadito de ambrosía.
— Niké, compórtate, es tan solo un niño…— dijo escandalizada Atenea.
— Parece un hombre encerrado en el cuerpo de un niño… Es tu pupilo ¿verdad? ¡Oh Atenea! Siempre envidié tu buen gusto al rodearte de tan adorables criaturas. Si tan solo yo tuviera la décima parte de tu suerte…
Tiresias encerró a la alada entre sus manos. Se sentía incómodo y no quería seguir escuchando a la molesta alada. Niké pudo sentir como el cosmos del niño fluía poderoso y cálido entre los dedos de su mano.
—Hermoso también es su cosmos. Es gentil, pero con un regusto siniestro… qué extraordinario guerrero llegarás a ser, pequeño Tiresias…
— Maestra Atenea, por favor, permitir que me deshaga de ella. Sus turbios sentimientos me hacen enfadar…— En ese instante, el niño se llevó la mano sobre su sien. De pronto sagaces imágenes de una batalla futura aparecieron en su mente.
— Tiresias… ¿Qué estás viendo? Dime pequeño. — Dijo Atenea preocupada.
— Es… es una batalla…
— ¿Están Zeus y sus hermanos en ella?
El niño negó.
— Son doce… doce guerreros que brillan de oro…
— ¡Suelta a Niké! Solo así, terminarás con la visión que te está haciendo sufrir.
Tiresias soltó a la alada mientras aun sentía la abrasadora visión en su cabeza. Tomo al chico por los hombros y éste se abrazó a ella, calmándose.
—Así que puede también ver el futuro…— dijo aún más maravillada la diosa de la victoria.
— Todavía le queda mucho por aprender— Contestó Atenea. — Los poderes que posee son demasiado peligrosos para él aún. Lo escogí como pupilo cuando entendí que debía aprender a controlarlos antes de que se volvieran contra él.
Niké contemplaba como la diosa acariciaba gentilmente la cabellera del chico. Le enterneció mucho la imagen.
— Ahora comprendo mejor, tanta lealtad por su parte, Atenea. No eres su madre, pero sí su madrina cósmica, su maestra de lucha y mentora. Creo que ahora parece que estás consiguiendo hacer algo útil y provechoso. Está bien… —Resopló Niké. — Te echaré una mano sola por ésta vez. Al fin y al cabo, ahora estoy más libre y ha conseguido atraer mi atención este chico. Si pretendes llegar al Tártaro para ayudar a tu padre y tíos, deberíamos llamar a Celesta. La diosa de la muerte es la única capaz de trasladarte al Tártaro con su técnica, ya que Hermes también anda envuelto en la batalla de allí abajo.
— ¿Has dicho, Hermes?
— Así es… el idiota ha robado el casco de invisibilidad de Hades para perseguir a su padre. Supongo que se moría de ganas de conocer a los Titanes en persona. Ese dios no deja de ser un gamberro sin remedio.
El temor de Atenea en ese momento pareció aumentar más. No comprendía por qué su hermano iba a querer someterse a tanto riesgo. Debía haber alguna otra razón para hacerlo. Tal vez ella tuviera culpa de ello, debido a la arriesgada misión que le había otorgado.
— ¡Gracias Niké! — Dijo Atenea.
—No me las des todavía. Tenemos que sacar a Zeus y los demás de allí rápido. Y nos llevaremos a tu lindo pupilo con nosotras, tal vez nos sea más útil de lo que crees. —Niké se giró a sus hermanos. — Vosotros también vendréis, a ver como remediáis esto…


En el Tártaro Zeus y Hades seguían batallando. Críos acababa de lanzar su técnica de Filo de Oricalco contra Hades, cuyo cosmos estaba completamente descontrolado y lleno de rabia. Ambos embestían con su espada al otro, sin piedad ni duda. Alejándose, Hades lanzó sus MIL CORTES para partir la espada de Críos que cayó en pedazos al suelo.
— ¡Increíble! Tu ridícula espada ha destruido la mía sin dificultad. Veo que tu poder ha aumentado sobremanera. En este caso, deberé disponer de arma más dura y grande.
Agitando sus brazos y a la voz de “Espada Estelar” una enorme hoz apareció en el Titán. Agitándola contra Hades, este la esquivaba velozmente. El filo de la hoz destrozaba rocas y polvo a su paso. En uno de esos movimientos, el dios de los muertos, acorralado en una esquina, interpuso su espada entre la hoz y él, partiéndose la débil espada como si se tratara de madera. Por suerte la hoz se quedó incrustada en el suelo, haciendo que Críos intentara tirar de ella inútilmente para liberarla de la roca.
—Dejémonos de armas y luchemos con el cosmos, Críos. — con esta frase el hijo de Rea, abrazó la espalda del titán con fuerza, inmovilizándole, sin que la diferencia de tamaño y forma supusiera obstáculo alguno. Las extremidades de Hades eran tan duras y sólidas como las pinzas de un escorpión que inmoviliza a su presa, antes de absorberle toda la vida con sus mandíbulas y haberle asestado su venenoso aguijón. —Esta DANZA NUPCIAL será tu tumba, titán.
Explosionando su cosmos sus uñas se clavaron dolorosamente en la piel de Críos, quien emitió un quejumbroso grito. Como una bomba absorbía el cosmos de su rival constante y lentamente, haciendo así aumentar el suyo, como el vampiro que se alimenta de la sangre de un ser vivo. Críos luchaba por desembarazarse del mortal abrazo de Hades, pero era inútil, pues sentía como las energías se le iban en cada oleada de dolor que las uñas del olímpico le propiciaban.
—Has comprendido bien. Es imposible que huyas de mi técnica. Las uñas de mis manos hacen penetrar en ti un veneno que te paraliza para luego absorber tu poder poco a poco. Serás consumido, como una frágil hoja seca es consumida por las llamas. Morirás lenta y dolorosamente, mientras me apropio de tu poder que verteré luego sobre mi diabólico padre, enterrándole siempre en este infierno de titanes. ¡Nunca escapará! Ni él, ni vosotros, malditos monstruos.
Críos miraba la hoz en el suelo. Mientras intentaba preparar su siguiente movimiento, antes de ser consumido totalmente por el sombrío y violento cosmos del dios de los muertos. Si atravesaba su cuerpo con ella, también atravesaría el de Hades, muriendo ambos al mismo tiempo.
—Ni lo sueñes. — Dijo Hades, saltando con él y alejándolo todo lo posible de la espada estelar. — Lo has olvidado ya. Puedo leer tu mente al tocarte. Todos los movimientos que pienses hacer ahora, antes pasaran por mi cabeza.



Zeus lanzó su RELÁMPAGO DE VOLTAJE contra Hiperión, pero el titán precipitó su TORBELLINO DE ÉBANO consumiendo los fulgores de la técnica de Zeus. El dios del Olimpo esquivó el ataque y rápidamente comenzó a girar sobre sí generando un increíble tornado, aún más poderoso que el de su enemigo, con el TORBELLINO DE PEGASO. La celda era el ojo de huracán que aumentaba su velocidad y destrucción en la medida que devoraba el de Hiperión. El titán se vio entonces en serios problemas, ajeno a que Zeus fuera capaz de alcanzar tanta velocidad y poder en un instante.
—Es cierto. - Comenzó a decirse el titán. - Es el dios de la luz. Sus movimientos y ataque son capaces de alcanzar la velocidad de la luz. Por eso ha conseguido bloquear mi técnica. Atraparé esa luz sin problema con mi SHOCK DE DESTRUCCIÓN.
Extendiendo ambos brazos el titán, varios cubos aparecieron bloqueando la trayectoria del aire del tornado que estaba Zeus generando. El cosmos de Zeus parecía ser atrapado en los cubos, rediciendo su velocidad de movimiento. Detenido en el centro de su propia tormenta eléctrica, Zeus alzó los brazos al cielo lanzando la EXTINCIÓN DE LA LUZ ESTELAR que destruyó los cubos. Al mismo tiempo, el tornado era expulsado a la superficie del Inframundo abriendo un agujero en la mazmorra tan destructivo como el que había propiciado antes Hermes, con la técnica de la Explosión galáctica.
Hiperión, perplejo, miró como todo era extinguido en un instante. Ni él, sabio conocedor de dicha técnica, había visto ejecución tan perfecta y limpia. Zeus le miraba penetrante, mientras flotaba en el aire. Las alas de su espléndida armadura platino, dorada y zafiro se agitaban poderosos como un ángel en el juicio de las almas. Los largos y lisos cabellos flotaban sobre su cosmos gráciles y serpenteantes. Sus ojos azules miraban con determinación y fiereza. Zeus era en ese momento el mismo triunfante olímpico que le encerró en un pasado. Su estúpida impulsividad había desaparecido. Sus ataques eran bien calculados y pensados. Estaba decidido a devolverle a su celda sin dilación.
— Ahora sí que podría reconocer que luces como el regio Olímpico de antaño, Zeus. Te has vuelto determinado y temible, pero no vas a conseguir vencerme esta vez. Ya conozco las técnicas de la luz y puedo anularlas y predecirlas con facilidad.
— Técnicamente no has sido capaz de detener esta última Extinción de la Luz estelar. Así que no me intimidas en absoluto con tus palabras. Voy a vencerte y a vengar la muerte de Poseidón.
— Ya lo veremos.
Extendiendo su brazo derecho, Hiperión lo hizo brillar cegadoramente, cruzándolo sobre su pecho, apareció una marca brillante y hermosa como la vía láctea en un cielo nocturno despejado y limpio.
— Arded estrellas del firmamento, haced que Zeus se extinga entre vuestras llamas ardientes… PROMINENCIA DE UROBOROS. - Gritó el titán mientras un remolino que nacía serpenteante a su alrededor, como una galaxia girando, se dirigía inclemente contra Zeus.
El dios del Olimpo hizo aparecer un haz de luz de ambos puños dirigiéndolo contra el ataque a la voz de CORONA DEL RELÁMPAGO. Con todas sus fuerzas frenó el ataque midiendo su cosmos con el de Hiperión. El sudor corría en gruesos goterones por sus sienes, apretaba sus relucientes dientes con fuerza. Hiperión contemplaba como el ataque que él mismo había lanzado, se volvía contra él y puso más intensidad en su cosmos. A pulso los dos ataques se balanceaban de un lado a otro, en función de quien de los dos estaba ejerciendo mayor fuerza en él.


Celesta se hallaba en los campos Asphosdeles. Al ver almas perdidas en ellos, así como otras que se acumulaban en las encrucijadas sin guía, se alarmó
— ¿Qué ocurre aquí? Acaso Hermes se ha ido de vacaciones. No se le permite tal privilegio. Tampoco entiendo por qué Tánatos anda prolongando el sufrimiento de esas pobres criaturas agonizantes de la tierra. El Hades se encuentra en suspenso, como si algo hubiera bloqueado su normal transcurrir diario.
La grácil y joven diosa de la muerte se apartó un rizo de su hermosa frente. Sus andares eran elegantes y majestuosos. Justo como la hermosa muerte se presentaba ante los enfermos que se dejaban llevar por su hermosa figura, hasta las manos de Tánatos.
— ¡Buenas Celesta! — La diosa se giró mientras miraba a la pequeña Niké
— ¿Qué trae a la palante de la victoria hasta estos remotos parajes? Debería estar apoyando a Ares en sus crueles guerras o alentando a hermosos y jóvenes héroes, alimentada por tu amor platónico hacia ellos.
— No faltes, diosa engreída de la muerte. Serás hermosa y elegante, pero andas tan pasmada que no te enteras de nada. Pareces una de esas almas zombis perdidas.
— ¿A qué te refieres?
— Te preguntas por qué todo anda paralizado por aquí ¿verdad? Pues claro, sin mensajeros que te informen peor actúas. Gírate hacia el Tártaro, ¿no ves ahí a tu señor Tánatos luchando junto a los demás dioses contra las furias?
Celesta escaló hasta un alto en el camino y afinando sus hermosos ojos lilas, vio a Tánatos, Hipnos y los otros luchando.
— ¡No puede ser! Tan ocupada he estado que he sido incapaz de averiguar lo que pasa. Debo ir a su auxilio.
— Necesitas refuerzos, tú sola poco puedes hacer contra ésas tres demonios. Si los grandes de Hades están en dificultades, imagínate tú. No solo eso, Hades se encuentra atrapado en el Tártaro, luchando contra sus hermanos para impedir que los Titanes escapen de sus celdas y no puede terminar con las erinias y auxiliar a sus subordinados
— ¿Y qué me sugieres Niké? ¿Que avise a los demás dioses?
— Solo necesitas a una más para precipitar la victoria. Esa es Atenea. Ni Apolo, ni Ares ni nadie es capaz de purificar esta batalla. Ni siquiera Hestia y su fuego ceremonial. Necesitas a la diosa de la guerra a tu lado y a mí y mis hermanos. Atenea, además, es la única que participó en la Titanomaquia anterior. Ella puede ser realmente útil para los Olímpicos. En estos momentos se encuentra esperando en su meditación, para recibir tu técnica de LLAMADA DEL INFRAMUNDO. Con ella podrá descender hasta aquí, y mientras su adorable pupilo protege su divino cuerpo, podrá luchar junto a los demás.
— No puedo hacer semejante cosa sin permiso de Hades.
— ¡Despierta tonta diosa! Si no haces algo este caos que trae a almas perdidas y sufriendo su agonía, no terminará. El orden no puede volver si no rescatamos a los que se encargan de establecerlo.
La diosa dudó un momento, reflexionando sobre la propuesta. Finalmente accedió. Tomando dos velas blancas, dos negras y una violeta. Las colocó sobre el suelo. Niké entregó a Celesta un abalorio de Atenea que ésta puso en el centro de las velas. Encendiéndolas pronunció algunas palabras en un lenguaje antiguo. Echando su aliento sobre las llamas éstas se enlazaron las unas en las otras dibujando una estrella de cinco puntas azulada. El abalorio fue tocado por el centro de éstas y la diosa Atenea cayó en trance llegando su cuerpo y alma al centro del círculo. En ese instante Tiresias arropó el cuerpo de su maestra y lo protegió con su esfera de Khan cerrando los ojos. Así fue siguiendo la sucesión de hechos aguardando a su maestra de regreso.
— Gracias Celesta. —Exclamó la diosa de la guerra saliendo del círculo.
— Solo dispones de cuatro horas antes de que tu trance termine y tu alma quede atrapada en este lugar. El rigor mortis suele durar eso de media, salvo en excepcionales sujetos que puede prolongarse hasta las 36 horas.
— Entendido. — dijo Atenea. — Actuaré rápido. ¡Vamos Paladios!
— ¡Alto ahí! ¿Acaso conoces el camino al Tártaro, diosa? Yo te guiaré para evitar que pierdas tiempo.
— De acuerdo.
Celesta, Atenea y los paladios echaron a correr juntos por las prisiones para llegar al Tártaro lo antes posible.


Hermes y Urano llegaron a la celda de Japeto. La temperatura en el habitáculo había descendido drásticamente. En esos momentos parecían habitar una cueva de hielo en medio del polo Sur. Todas las paredes estaban cubiertas de hielo y nieve perpetuos. Observaron detenidos el cuerpo del titán encerrado en el ataúd de hielo y como las pistas de su cosmos había sido congelado. Sobre la cúpula una enorme esfera estaba suspendida, sostenida por estalactitas de hielo a las paredes y el techo.
Hermes contemplaba el frío paisaje boquiabierto, nunca había apreciado tanta belleza en un lugar tan desolador. El poder que había emanado de Poseidón era hermoso, delicado y mortífero al mismo tiempo. Ni en Hefestos había visto tal milagro.
— A ver, mensajero divino…—comenzó a decir Urano. — Acércate y échame una mano, si no quieres que tu tío se extinga definitivamente.
Hermes se dirigió hacia donde estaba el titán. El anciano estaba escarbando en la nieve intentando desenterrar el cuerpo de Poseidón que todavía parecía expeler vida.
— No está muerto todavía, pero su cosmos sigue expandiéndose, por eso la celda tiene este aspecto. — Volvió a decir Urano. — Es testarudo, otro se hubiera dejado adormecer por los poderes de estas divinas nieves, rindiéndose a muerte tan dulce; pero él resiste.
No tardó en aparecer el azulado cuerpo de Poseidón debajo de la avalancha, su aspecto era todavía más imponente, hermoso y regio que nunca. Estaba desnudo de cintura para arriba, dejando a la vista su escultural tronco, la sangre de las heridas de su piel estaba oscura y amenazaba gangrena. Urano posó su oreja sobre el pecho de Poseidón, intentando escuchar los latidos de su corazón.
— Late, pero muy débilmente, el oricalco que está encerrado en su pecho parece que lo ha protegido de que se le pare el músculo bombeador. Veo que dicho poder se niega a abandonarlo, ha debido cogerle cariño al muchacho o tal vez estén ambos tan compenetrados que sea imposible separarles. ¡Enhorabuena chico! Ni el mismo Océano, hijo mío, fue capaz de mantener unión tan sólida con oricalcos. —Esta última frase la dijo el titán dando unas orgullosas palmaditas a la cabeza de Poseidón. — Bien apuesto que has salido ¿Eh? Rea y Crono tenían que haber hecho algo bueno, después de todo. Bueno, vamos allá, habrá que traerte de vuelta.
Urano poso ambas manos sobre el centro del pecho de Poseidón. Apretó equilibradamente valiéndose de su propio peso y cerró los ojos. Un cosmos azul como el cielo comenzó a brotar de su cuerpo y a irradiarse en el de Poseidón que poco a poco iba recuperando su color.
— ¿Qué es lo que haces? —. Le preguntó Hermes.
— Lo mismo que te he hecho a ti, pero un poco más fuerte. Le estoy aplicando mi técnica de las ALTAS PRESIONES. Con ella poco a poco la temperatura asciende gradualmente y las moléculas de su sangre vuelven a circular. En unos minutos este príncipe de las nieves recuperará toda su vitalidad.
Hermes contemplaba al anciano Urano detenidamente. Pese a su aspecto ermitaño, debido a las largas barbas y pelo algodonado, Urano conservaba fortaleza en sus miembros. Tenía una portentosa musculatura y una cara redondeada bastante agradable a la vista. Las cejas eran largas y abundantes, muy parecidas a las de Hefestos, pero sin estar unidas en el entrecejo. Los ojos eran de un gris casi transparente que daba a veces escalofríos mirar, pero casi siempre eran de mirar benévolo.
Ciertamente Hermes sintió que se compadecía de aquel sujeto, cuando recordaba lo que su hijo le había hecho. Había pensado siempre que Urano era un tirano como Cronos, por eso decidió su abuelo eliminarlo, pero parece ser que había sido la víctima de una conspiración familiar, donde madre e hijo se habían aliado para dejarle inútil y traumatizado. El hecho de que engendrara criaturas horribles, debido a su insaciable sed lujuriosa, no le parecía razón suficiente como para destrozar la vida de aquel hombre. Su vista se fue involuntariamente a su entrepierna, ahí debajo no debía quedar más que un colgajo sin virilidad e inútil.
— Eres muy poderoso. — Dijo Hermes atrayendo la atención de Urano que lo miro. — Cronos y Gea te ultrajaron solo para quedarse con tus dominios. Querían destruir tu fuerza y autoestima, para anularte por completo. Si yo fuera tú me los hubiera cargado de inmediato. Gea es quien debería estar aquí junto a Cronos, no tú.
— No te engañes, muchacho, lo que ves ahora no es lo que era en aquellos tiempos. Tienes razón en que Cronos y Rea me querían anular, pero tenían razones para ello. No solo fui capaz de engendrar monstruos horribles, sino que ellos no eran más que la proyección del monstruo que yo era. Siempre pensé que ellos eran el castigo que me merecía por haber abusado tanto de mi soberanía. Ahora soy viejo, estoy demacrado y estéril. Lo único que deseo es descansar tranquilo hasta el final de los tiempos. Cuando ayude a mis nietos y a ti con esto, me marcharé lejos y os dejaré en paz. Ahora solo quiero descansar en los hielos eternos de mi planeta lejano, como Poseidón, y conseguir la paz que tanto anhelo.
— No has traído al mundo solo bestias desalmadas, Urano, gracias a ti nosotros existimos y cuando conozcas a Zeus y los demás te sentirás bien. Además, querido viejo, no eres consciente, pero de tu simiente nació la criatura más hermosa y bella del Universo.
— ¿A qué te refieres?
Hermes sonrió haciéndose el interesante.
— En Chipre descansa la diosa de la sensualidad y el amor. Cuando la conozcas, créeme que no lamentarás haber perdido tu fertilidad por ella.
— No puedo creer que de mí haya brotado esa criatura tan hermosa que dices.
— Mira Urano, yo te doy mi palabra sincera, que cuando terminemos aquí te llevaré hasta ella, y podrás comprobar con tus propios ojos mis palabras.
— Eres un buen chico, Hermes, estoy seguro que tu padre está orgulloso de ti.
— Estoy seguro de que lo está, pero mantén en secreto lo de mi bondad, tengo una reputación que mantener.
— Eres un picarón, chico.
Urano y Hermes rieron, ambos se pasaron un brazo por el cuello del otro y se dieron cariñosos golpes. En ese instante Poseidón abrió los ojos, entumecidos aun sus miembros sus ojos miraron a los dos camaradas, intentando averiguar quiénes eran los dueños de las carcajadas.
— ¡Oh vaya! El príncipe de las nieves ha despertado ya. — Dijo Hermes.
— ¿A qué príncipe te refieres, payaso? Yo soy rey. — Espetó Poseidón intentando incorporarse con dificultad.
— Tienes carácter, Poseidón, pero sé al menos agradecido. — le dijo Urano.
— ¿Y quién eres tú para darme ordenes, viejo?
Poniéndose de pie, Poseidón se llevó la mano al pecho mientras contemplaba las heridas de su cuerpo cicatrizarse con el hielo. Urano miró Hermes sorprendido de la falta de respeto de Poseidón. Hermes sacudió la cabeza, invitando a Urano a no dar importancia a lo que decía Poseidón. Urano entendió, pero no estaba muy contento con hacerlo. Levantándose se cruzó de brazos sin apartar su mirada de Poseidón quien estaba colocándose la coraza de su armadura otra vez.
— Mensajero, haz tu trabajo, y dime quién es este ermitaño.
— Es Urano.
— ¿Cómo has dicho?
— Lo has oído bien, Poseidón, soy tu abuelo Urano.
— ¡No puede ser! Deberías estar encerrado donde te dejó Cronos. ¿Qué haces aquí?
— Yo le he liberado. — Respondió resuelto Hermes
— ¿Acaso has perdido la cabeza, estúpido? ¿Cómo se te ocurre liberar al padre de los titanes? ¡Con la que nos está cayendo encima ahora! ¿Te has aliado con ellos, traidor?
— Yo no me he aliado con nadie, tío, solo he actuado por conveniencia. Yo solo he destruido a Perses y estaba terminando con Astreos. Si no llega a ser por el viejo ahora tendrías que deshacerte de otro titán más. Urano ha fulminado con una jabalina de hielo al hijo de Críos de un golpe. Pensaba que eras el que mejor dominaba el cosmos de hielo, pero evidentemente me equivocaba.
— ¡Insolente! Te voy a encerrar aquí para siempre. — Poseidón fue a lanzar una de sus técnicas a Hermes, pero Urano levantó una barrera azul en torno a él que absorbió el ataque de Poseidón. El rey del mar se quedó anonadado al ver su ataque tan fácilmente anulado. — ¡Qué increíble poder!
— Lo entiendes ahora, tío, si le liberé fue por el bien de todos. Urano está dispuesto a aliarse con nosotros para volver a encerrar a Cronos. —Dijo Hermes.
Poseidón miró con detenimiento a Hermes y luego a Urano. El titán estaba con el entrecejo fruncido. A través de su mirada penetrante, Poseidón descubrió el increíble poder que era capaz de expeler el anciano. Se acercó a él despacio y rápidamente le puso la mano en la cabeza. El titán se quedó completamente inmóvil sin capacidad de actuar.
— ¿Qué estás haciendo? — Exclamó Hermes asustado.
— ¡Cállate! Solo estoy viendo si son sinceras sus intenciones.
— ¿Tienes ese poder?
— Hades lee la mente, Zeus tiene telepatía, y yo, soy capaz de percibir los sentimientos ajenos y mirar en los recuerdos. Pero no tengo que darte explicaciones a ti, saltimbanqui.
En silencio Hermes observaba como Poseidón cerraba los ojos para ver en la cabeza de Urano. No le gustaba que le insultaran y lo menospreciaran tanto, pero después de varios años soportándolo, se había acostumbrado a dicho trato. Especialmente por parte de Poseidón. Por otro lado, pensó que debía tener más cuidado ahora que sabía de lo que Zeus y sus hermanos eran capaces de hacer.
Poseidón abrió los ojos en ese momento y sonrió satisfecho. Quitando su mano de Urano, este volvió en sí.
— Parece que esta vez has actuado bien, Hermes. Mi abuelo realmente tiene razones suficientes para estar libre y conseguir su redención. Bien, Urano, bienvenido al bando Olímpico. Cuando terminemos esta guerra, hablaremos. Por mi parte no hay razón para que no nos ayudes, pero has de entender que la decisión no solo depende de mí. Lo que te pase después, lo decidiremos yo y mis hermanos, en función de cómo actúes en este momento.
Urano miró a Hermes confuso. No entendía muy bien lo que había pasado con su nieto, le había cogido desapercibido. Tomando el tridente de nuevo, Poseidón tomo el liderazgo del grupo.
— ¡Vamos allá! Ahora sois soldados de una buena causa.
Los tres se dirigieron hacia la última celda. Poseidón estaba seguro de que Zeus y Hades se las apañarían solos con Hiperión y Críos, su prioridad ahora era impedir que Cronos despertara del todo; más aún, teniendo en cuenta del pequeño arrebato de Hades que le había dado ventaja al tirano.
Mientras iban atravesando las prisiones, el ardid de la batalla entre los dioses de Hades y las furias era más intenso y peligroso. Atenea podía perfectamente percibir las dificultades que estaban teniendo los hijos de Hipnos, Tánatos, Pánico y Pena.
Alecto, agotada y mal herida por el duro ataque propiciado por Morfeo, estaba luchando para recuperarse. Frente a ella, miraba a un inmutable Hipnos cuyos dorados ojos sin pupila parecían más penetrantes que nunca, dándole el aspecto de una lúgubre estatua de panteón.
— ¿Seguirás ahí quieto, Hipnos? ¿qué haces aquí si no luchas? — dijo Alecto retadora cuando parecían que los efectos del coma de Morfeo se retrotraían.
— No creo que nuestro padre necesite intervenir, Alecto. —dijo Morfeo. — Mi tercer coma de Morfeo te dejarán completamente inútil.
Dispuesto a lanzar otra tanda de amapolas absorbentes, Alecto se giró hacia el dios. Por su oscuro mirar, todavía gris y casi ciego, distinguió la figura de Morfeo y asomó una temible sonrisa. Tan helada como el hielo.
— No lo consentiré ineptos dioses…— La figura de Alecto se iluminó poderosa desde los carmines marcas tatuadas de su piel. Se expandió el cosmos dirigido directamente contra Oneiros y Morfeo, consumiendo las amapolas del segundo sin problema.

¡RITUAL DE INICIACIÓN!

Exclamó la furia con fuerza. El cosmos se convirtió en serpientes que envolvieron a los hermanos mayores. Aprisionaron los reptiles a ambos de manera imposible de escapar. Cuando llegaron a sus gruesos y fuertes cuellos, abrieron las mandíbulas dispuestos a devorarlos. Hipnos al ver como desaparecían sus hijos de manera tan despiadada, se alarmó, incapaz de haber predicho semejante golpe. La erinia reía malévola mientras las amapolas de su cabeza caían y recobraba fuerza y consciencia.
— No te preocupes Hipnos, me aseguraré que tus hijos tengan un entierro digno… — dijo la erinia mezquina.
Hipnos miró a la despiadada. Sus ojos parecían realmente lamentar la pérdida de sus hijos. Dispuesto a lanzar un golpe fulminante contra la furia, ésta lo esperaba ansiosa para contraatacarlo, pero para sorpresa de ambos, las serpientes se agitaron incómodas de lo que sucedía en sus estómagos, atrayendo la atención de su dueña.
— ¿Qué ocurre? Tragároslos víboras inquinas de mi cuerpo. — Ordenó la erinia para lanzarles a las bestias un segundo golpe revitalizante. Fue entonces cuando los anillos de las mismas se desgarraron, obra de la poderosa luz que estallaba desde su interior. Ya no había dos, sino solo un dios diferente a los dos anteriores, pero con rasgos parecidos a los dos anteriores.
— El oráculo de los guardianes… — comenzó a decir la voz compuesta y distorsionada del nuevo adversario. — Nos ha protegido de tu técnica y ha permitido fusionarnos en uno. ¡Tiembla furia del fanatismo! Ahora no podrás contenernos tan fácilmente,
Lanzó el sujeto un tercer Coma de Morfeo mucho más poderoso que los dos anteriores, que hicieron caer a Alecto derribada contra el suelo aun radiando cosmos de sus miembros.
—Te acabamos de arrebatar todas las fuerzas de tu sistema nervioso Alecto, ya solo la consciencia te mantiene aún conectada a esta realidad. — dijeron Oneiros y Morfeo
Hipnos se acercó a la erinia junto a sus hijos fusionados.
— El siguiente paso es mantener su conciencia entretenida para cortar con toda conexión a la realidad.
Diciendo esto último, Hipnos proyectó su ataque contra la Erinia con las palabras de Encuentro en otro Campo. Alecto comenzó a ser perseguida por sus propias pesadillas, miedos, frustraciones, angustias y malos sueños, pero su voluntad aún no anulada por completo, consiguió acumular las fuerzas suficientes para atravesar la realidad.
Las amapolas se extinguieron por el fuego de su cosmos, que renació potente y demoledor. La técnica de Hipnos se rompió con la misma facilidad. Antes de que pudieran reaccionar, Alecto había enlazado a los dos dioses entre sus tatuajes que se convirtieron en luminosos lazos que se tatuaron igual en los dos.
— Recibid en vuestra propia piel el auténtico poder que doblega la voluntad de cualquiera, dioses del sueño. Aquella que solo mi técnica de la Tiranía puede provocar.
El dios fusionado de Oneiros y Morfeo, se giró contra su propio padre y comenzó a atacarlo con todo su poder, aún más potenciado gracias a la contaminación del cosmos de Alecto, cargado de fanatismos y odio. Hipnos enseguida se vio atravesado por amapolas que le iban absorbiendo sus poderes y sentidos. Nunca había sido capaz de experimentar el terrible poder de sus hijos sobre su propia carne inmortal… Era Temible…

El reflejo de Tisífone la golpeaba crudamente con su propio látigo. Y el adorno de su pelo al mismo tiempo la mantenía paralizada y doblemente martirizada. Nunca se vio la erinia menor enfrentada contra el propio monstruo que era ella misma. El reflejo la acusaba una y otra vez por sus torturas, pero la pequeña de las furias no se dejó desmoralizar y viendo que ella misma tenía las mismas armas de tortura, combatió ferozmente contra ella misma, anulando al reflejo por encima de lo que Tánatos, Phobetos e Icalos había previsto. Ensangrentada y duramente desgarrada miró a los tres dioses. Lamió su propia sangre y su cosmos pareció encenderse mucho más fuerte que antes, diciendo:
— Un gran fallo, dios de la muerte… efectivamente soy la más pérfida de los monstruos de este mundo. Pero no has escuchado bien. El saborear pecados tan temibles me hacen aún mucho más poderosa para condenarlos. Por eso me he auto mutilado tan fácilmente, y ahora, con todo este odio que siento, voy a descargarlo contra vosotros que lo habéis desatado.
Con agudo grito la más demoníaca de las furias, hizo explotar su cosmos. Su cabello suelto sin el pasador se expandió y azotó atrapando e hiriendo a los tres dioses más severamente que antes. Tan severa y poderosa era la técnica que pese que Icalos volvió a ejecutar su técnica de Ejecución del Daño, ésta era igualmente destrozada por los flagelos de las serpientes de Tisífone. Ya iban sintiendo los tres las hemorragias internas de su organismo.


Megara, perdida en la fantasía de Grimm veía tal como le había preestablecido la infantil melliza, como perdía toda su lozanía y su poder, enfrentada ante una visión de Phantasos resplandeciente, hermosa y fuerte. La diosa, más parecida a un hada que a una princesa le golpeaba con sus poderes. Las dos se enfrentaban como la bruja blanca contra la bruja negra.
— Esta luz que me rodea, devorará toda tu obscura magia, Megara. Cuanto más negra sea tu proyección más fácilmente será para mí su destrucción. ¿Acaso la vela no brilla más en una extrema oscuridad?
Megara se sentía inútil y débil. Elevaba más su cosmos y lanzaba sus serpientes de la boca contra la cegadora luz, consumiéndose éstas. Pánico y Pena que contemplaban sorprendidos la técnica de Phantasos, también estaban en su fantasía, pero como meros espectadores. Atados por cuerdas imaginativas. Pero la paciencia de ambos era poca, y en cuanto los dos se dieron cuenta de su ineptitud, rompieron los lazos que les había impuesto la melliza de Phobetor, decidiendo ayudar a la niña.
Así Pánico lanzó su técnica de Mortificación del espíritu, aun consciente de que el acto de contrición, propiciado antes, seguía atacando y agotando a Megara. Megara vio hacia su derecha entrar a golpearla Pánico y por la derecha Pena al grito de Lúgubre pesadumbre. Ambos ataques, junto a los de Phantasos la dejaban exhausta, pero el contacto físico con Pánico y Pena le dio ventaja. A los dos tomó la furia enganchándolos con sus largas uñas tal como si varias estacas atravesaran a un solo cuerpo. Empalados los dos sobre el aire quedaron completamente atrapados y mal heridos.
Phantasos, olvidando su papel en la fantasía increpó a Panico y Pena.
— Os dije que yo os salvaría, por testarudos esto es lo que os pasa. Sois muy poco responsables. No puede ser que seáis mayores que yo. Al fin y al cabo, solo sois criados de Hades.
— No bajes la guardia Phantasos…—dijo Pánico
— ¡Mira Atrás, estúpida niña! — exclamó Pena.
En ese instante las uñas atravesaron a Phantasos, quien al igual que sus compañeros de bando quedó suspendida sobre las uñas desprendidas de Megara. La erinia rio malvada.
— Se me olvidaba deciros, que mis uñas se regeneran. Son como los rabos de las lagartijas. Puedo clavarlas como agujones en enemigos y luego me crecen nuevas y más fuertes. Lo mejor es que el veneno sigue penetrando en vosotros anulándoos. Cretinos dioses, subestimarme de esta manera. ¿Pensabais que una absurda fantasía me detendría?
Coquetamente Megara sacudió su hermosa y ondulada cabellera, contemplando maravillada su propia obra.



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