EPÍLOGO: Carta de Miguel





Nosotros, los Arcángeles de Dios, somos la mayor de las jerarquías del cielo. En principio éramos ocho y rodeábamos a Dios. Él nos creó a partir de su infinito amor y generosidad. Te diré algo, la mayor magnanimidad de Dios, y lo único que le hace ser el altísimo es su capacidad de dar sin pedir nada a cambio. A cada uno de nosotros nos entregó una parte de su espíritu, y en virtud de eso, contemplarle sin descanso, y conocernos a través de lo que nos otorgó a cada uno; nos hizo adorarle con inmensa sinceridad, humildad y admiración.

Yo Miguel, soy la esencia de su humildad; Gabriel la esencia de su pureza; Rafael, la esencia de su caridad; Uriel la esencia de su paciencia, Baraquiel la esencia de la templanza, Saeltiel la esencia de su perseverancia y Jehudiel la esencia de su compasión. El octavo de nosotros, Luzbel, era la esencia de su conocimiento. A cada uno de nosotros se ha otorgado uno de los Coros que también brotaron del Altísimo. Los coros son ángeles que desarrollaron más una parte del espíritu de Dios que otra. En función de esa parte que desarrollaron estaban a mi cargo o al de alguno de los otros siete.

A mi cargo, como Miguel, están los Principados; que son los guardianes de la Tierra y el Cielo; ellos son la milicia de Dios y su humildad han hecho de éstos ser sus más fervorosos protectores de su creación y del hombre. Al cargo de Gabriel, están los querubines, los más puros e inocentes de todos los ángeles. Al cargo de Rafael, están las Dominaciones, los ángeles guardianes de la evolución de su creación y los que más conocen del aspecto físico y químico. Ellos conocen los misterios de la ciencia y la naturaleza que el universo encierra. A cargo de Uriel están las Potestades, que son los guardianes de las distintas dimensiones de la creación. Son los encargados de separar los planos y mantener el equilibrio del Universo. A cargo de Saeltiel se encuentran las virtudes, las encargadas de que se lleven a cabo los milagros en la Tierra y las guardianas de los símbolos de la pasión de Cristo y de la Virgen. A cargo de Baraquiel están los Serafines, quienes son los más próximos a Dios después de nosotros y se encuentran en constante alabanza a Él. A cargo de Jehudiel, se encuentran los Tronos que son 24 en total: 12 por las doce Tribus de Israel y 12 por los Doce Apóstoles de Dios. Jehudiel protege a los Reyes que dirigen a la humanidad; por eso es el portador de la corona divina. A cargo de Luzbel quedaban los ángeles guardianes de los hombres y también tenía el grandísimo secreto de su conocimiento en sus manos, como guardián del bien y del mal.

Por desgracia, a Luzbel, el hecho de atesorar tan grandísimo don de la sabiduría y el conocimiento del bien y del mal, le hizo pensar que tenía en sus manos el mayor poder de Dios, lo que le hacía saber absolutamente todo acerca de la naturaleza física y espiritual que había dado lugar a la creación. Por ello mismo se equiparó a Él y se separó de Él pues teniendo ese conocimiento en su poder era como si fuera otro dios

Se vanaglorió de crear a sus propios seguidores que le alabaran como nosotros, los ángeles, alabamos a Dios; y crear su propio Reino fuera de la protección del Altísimo. Así comenzó a embaucar con su labia y su belleza a todos los demás ángeles comenzando con los guardianes de los hombres, es decir, los que estaban a su cargo. Corrompió la obra buena de Dios con el único objetivo de quitar almas al Altísimo para hacerlas suyas y que éstas le adoraran a él y su pervertida naturaleza antes que Dios. Su odio fue creciendo a medida que su vanidad crecía y eso es lo que intenta hacer con las almas de los hombres


Yo y los Principados, conseguimos expulsarle de nuestro mundo con la fuerza de Dios para evitar que siguiera corrompiéndonos. Ahora, que sabe que no tiene nada que hacer en el Reino de Los Cielos, corrompe el Reino de la Tierra pues es la única fuente que tiene para atrapar almas a su Reino de Oscuridad. Su primer paso de corrupción de la naturaleza humana, fue el desatar el Pecado Original y por eso ahora los hombres tenéis esa inclinación al mal. Antes, como inocentes niños, desconocíais el mal, y eso os hacía confiar plenamente en Dios.

Cuando Dios vio la obra de Luzbel se compadeció profundamente de la naturaleza humana. Vio que ésta vagaba sin esperanza y cayendo constantemente en los vicios que Luzbel y sus aliados os iban mostrando. La lujuria, la ira, la soberbia, la envidia, la avaricia, la gula y la pereza; todo lo contrario a las virtudes que él os había otorgado. Por ello os dio a conocer los Diez Mandamientos de la Ley, para que estuvierais advertidos de los males de este mundo. La Alianza por la que Él os había dado a conocer los Diez Mandamientos de la Ley de la Naturaleza, fue incumpliéndose, y la propia regañina que desató sobre Moisés no sirvió de nada, pues la gente siguió sin escucharle, corrompidos por la palabra de Luzbel que les decía que tenían que hacer lo que quisieran fuera de esa Ley.

Puesto que Él seguía sin ser escuchado, por muchas señales que diera de su existencia, supo ver la solución al respecto… envió a su Hijo en forma de Hombre, capaz de ser visto por el resto de los hombres. Dios sabía que si se mostraba a vosotros y enseñaba su bondad y misericordia, se le abrirían los ojos a los hombres anhelando verle en algún momento y así poder recuperaros. Seguiríais sus enseñanzas y su camino al conocer su hermoso corazón. La desesperanza y el vacío que habitaba en vuestros espíritus se llenarían al saber que Dios existe, que os espera una vida mejor que ésta en la eternidad y que podéis confiar plenamente en Él. Así vuestro corazón solo desearía el bien al verlo cara a cara y no al pervertido mal que veis habitualmente debido a la obra de Satanás.

Ahora, cuando llegue el fin de los tiempos, Dios volverá a aparecer para juzgaros, pues aunque su Misericordia es infinita, no es ajeno a las salvajadas que muchas almas humanas han realizado al dejarse llevar por la seducción de Luzbel. Obviamente no puede dejar sin castigo a los violadores, los terroristas o los asesinos que han hecho desgraciadas a las almas de los Inocentes que atacaron, entre muchos otros que no han deseado seguirle.

Cuando llegue ese día, nosotros, los ángeles del Señor, os ayudaremos a expulsar el alma de Luzbel de vuestro mundo, como hicimos anteriormente del Cielo. Seréis libres de él entonces y un nuevo mundo se abrirá ante vuestros ojos.

Hasta que llegue el momento, no temáis en abrir vuestro corazón a las enseñanzas de Dios y de su Iglesia, hacerlo porque os hará sentiros bien. Volveréis al seno de Dios y seréis tan infinitamente felices como nosotros. No obstante, hacedlo pronto, pues las trompetas están sonando.

Debéis, saber, que hay tres potencias en Dios. La justicia, la santidad y la más grande y la que más le tira por su buena naturaleza, la de amor y misericordia. Poned vuestra fe sobre todo en ésta tercera y la salvación será vuestro destino.

Somos las siete virtudes cristianas, las cuatro virtudes cardinales y las tres virtudes teologales. Escuchadnos a través de vuestra oración y conciencia y os guiaremos por el buen camino que ya Jesucristo os demostró. Sé que es difícil seguir los mandatos de Él, pero si necesitáis ayuda, aquí estamos nosotros, la Virgen y los Santos para ello. Servimos a Dios y Èl nos ha mandado serviros y guardaros a vosotros

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